Educación en la virtud del ORDEN Podemos creer erróneamente
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Educación en la virtud del ORDEN Podemos creer erróneamente
Educación en la virtud del ORDEN Podemos creer erróneamente que cuando se habla de virtudes se hace referencia a grandes acciones y esfuerzos heroicos, a hechos reservados a algunos privilegiados. Estaríamos muy equivocados si pensáramos que el desarrollo y el ejercicio de la virtud es privativo de algunos grandes espíritus guías y no del hombre y la mujer común y simple que somos cada uno de nosotros. La virtud es, ni más ni menos, un llamado al perfeccionamiento de cada uno como persona. Y que las virtudes son para todos, lo comprobamos al analizarlas en su simplicidad. Por ejemplo, pensemos en una virtud tan elemental y humilde como es el orden. Efectivamente, la virtud del orden es considerada base de las demás y como todas, se incorpora en el seno familiar, a través del ejemplo, de experiencias diarias que se dan naturalmente en la convivencia y que los padres proponen para enseñar. Con la incorporación de la virtud del orden en su justa medida el niño y el joven en el futuro tendrán facilitadas muchas de sus obligaciones. ¿Para qué sirve el ORDEN? El orden sirve a la orientación, a la jerarquización y arreglo de las prioridades; sirve para coordinar los objetivos que se deben cumplir, estableciendo lo más y lo menos importante; ayuda a economizar tiempo y recursos. Por ejemplo, tener ordenado un armario, dispuesto el material de estudio, bien distribuida una despensa, ayuda a realizar más rápido las tareas de cada uno. Como las virtudes están asociadas entre sí, el desarrollo del orden contribuye a las demás, como la obediencia, la responsabilidad, la solidaridad, la fortaleza, entre otras. Cuando pedimos a un hijo que ordene su cuarto o sus libros de estudio, se prueba la obediencia hacia la autoridad paterna, su responsabilidad frente a las obligaciones personales, la solidaridad con su entorno familiar, la fortaleza de llevar adelante un esfuerzo especial. Pensemos cómo un simple hábito de orden hogareño enseña a encarar tareas a futuro: el orden y el esfuerzo están asociados a las cosas bien hechas, el orden y el esfuerzo fortalecen la voluntad indispensable para cualquier meta. Alcanzar las metas nos lleva a la felicidad, no poder acceder a ellas lleva la frustración. Del plano físico al plano moral El orden hace habitable el hogar, que cada uno tenga su lugar en condiciones, permite la armonía en el funcionamiento de cada parte de la casa. La primera expresión del orden es la limpieza de los ambientes, de los útiles, de la ropa; se expresa igualmente en la higiene personal, en el modo cómo nos presentamos ante los demás, cómo cuidamos los ambientes que usamos. Un niño educado a no tirar papeles al suelo en su hogar, no los tirará en la calle pública; un joven educado a cuidar su entorno, no dañará su aula escolar. El orden enseña, además, a valorar y priorizar el tiempo, qué se debe hacer primero porque está entre las obligaciones personales y sociales y qué se hace en el tiempo libre. Sólo una buena organización familiar y la presencia paterna podrán velar por los horarios establecidos para las comidas, las tareas y el ocio. Cuidar los tiempos de descanso apropiados y necesarios contribuye a ordenar fisiológicamente los ritmos corporales y asiste al desarrollo físico e intelectual de los hijos. Dar estas pautas también supone exigir a los hijos; pedir que suspendan otras actividades, comprometerlos a horarios conjuntos, explicar los motivos de que así sea; en definitiva, orden y exigencia van de la mano. El universo es ORDEN Cuando se ven las ventajas del orden expresadas en el mejor funcionamiento de la vida cotidiana, en el mayor rendimiento del tiempo, en la mayor satisfacción por los resultados, el orden se adopta naturalmente. Y es justo eso lo que hay que observar: el orden es patrimonio de la naturaleza, la cual funciona en armonía gracias al cumplimiento de normas prefijadas, por cuya repetición se garantiza la armonía universal: el día y la noche, las estaciones, la generación y caída de los ciclos. Bien sabemos que cuando vemos alterados los ritmos de la naturaleza sufrimos sus consecuencias, asimismo cuando quebramos el principio de orden que es propio del hombre, también padecemos sus consecuencias morales. Todos absolutamente, padres y maestros, podemos y debemos ejemplificar y colaborar en el desarrollo de la virtud del orden como práctica clara, constante y edificante; como tantas virtudes sencillas, es la base de las grandes.