LOS VERSOS PINTADOS DE KLINGSOR: HERMAN HESSE POETA
Transcripción
LOS VERSOS PINTADOS DE KLINGSOR: HERMAN HESSE POETA
Junio 2004, N°. 2. La Sombra del Membrillo C ARNE DE M EMBRILLO Ilustración: Silvia López En nuestra "Carne de membrillo" tienen cabida la sugerencia lectora y la lectura en profundidad, el estudio y la creación, carne tierna y dulce membrillo. LOS VERSOS PINTADOS DE KLINGSOR: HERMAN HESSE POETA Hay quien lo ha llamado paisajista del alma, y puestos a ser justos, las muestras pictóricas conservadas del inmenso talento que produjo Siddharta, Demian o El lobo estepario, no resisten la comparación con los paisajes elaborados a golpe de palabra. Es indudable que Hermann Hesse (Calw, 1877Montagnola, 1962) se destacó como un prosista de difícil clasificación, a quien diversas generaciones de jóvenes, la alemana de entreguerras o la pacifista de la California de los sesenta, se han acercado para profundizar en las minas de una voz a contracorriente, la de quien no sufre empacho en considerarse discípulo de Nietzsche y de San Francisco, simpatizante de vagabundos erotómanos como Casanova, o peregrino mental y físico a India o China (y hablamos de las primeras décadas del siglo XX); y que, por tal, cuando en 1946 recibió la noticia de que se le había concedido el Premio Nóbel, quitó hierro comentando que tan posible era recibirlo como ser herido por una teja. Chulerías como esta no le han hecho ganar demasiado afecto entre filólogos rigurosos, que vale por academicistas, pero eso, a él y a nosotros, sinceramente, no debe inquietarnos. Sigue siendo el jardinero de interiores, el errabundo adolescente, artista original y marginal, que no casualmente son palabras casi gemelas, amante de las riberas de los conceptos y atraído por las fronteras susceptibles de demolerse. Su poesía, fruto de decenas y decenas de años, es subsidiaria también de los contenidos de su prosa, y una vez más, no puede considerarse en paralelo cualitativo. Claro que todo esto no significa que Hesse sea un poeta o un pintor a ignorar, sólo que estas dos ramas exhiben una estatura algo menor respecto a su narrativa. Pero si un servidor se dispone a invitar al lector a un paseo a través de sus versos y mezclas de pintura, y las líneas de conexión con su obra mayor, como es el caso, es porque está convencido de que no va a defraudarle la ruta. 26 Alfredo Arias Sol sobre los libros Generalmente, la obra de Hesse es nocturna, interior. Domina el símbolo, el sueño, la melancolía, la humedad; dones de la luna. De ahí que cuando ocasionalmente sus libros se abren al sol, le son ofrecidos a él, el brillo es más intenso, su energía pica literalmente en nuestros párpados, su luz desconcierta, pues no se nos presenta el autor más feliz que cuando se calza el personaje de vagabundo desprejuiciado, que alguna vez ejerció con comedimiento. Son, pues, libros solares, los que acaso hayan envejecido menos: sea la obra que le dio a conocer, Peter Camenzind, sea el encantador Knulp, prácticamente un héroe de balada, el Goldmundo de Narciso y Goldmundo, o dos textos que fueron compuestos prácticamente al unísono, fruto de un momento de crisis en que la pintura y la cercanía de Italia lo libraron de caer en picado: el vademécum de un librito de prosas, poesías y acuarelas titulado El caminante, y la novela breve El último verano de Klingsor. En el primero, un escritor se expresa también por la pintura; en la segunda, un pintor se expresa por medio de versos. La línea que intersecciona estos libros fraternos es precisamente un poema común, que es el séptimo de El caminante, y se sitúa prácticamente al final de Klingsor. Por problemas de espacio, y por invitar al lector a viajar más lejos y mejor, tan sólo reproduzco algunos fragmentos, en la traducción de Ester Berenguer para este libro: ¡Oh, mundo multicolor y vacilante! ¡Cómo sacias y fatigas, Cómo embriagas! Perderé pronto aquello que hoy Aún brilla. El viento silbará sobre Mi oscura tumba. La madre se inclina sobre el niño. Quiero ver sus ojos de nuevo... Todo lo demás puede irse, Junio 2004, N°. 2. La Sombra del Membrillo Desvanecerse... Queda, sólo, la eterna madre, Nuestro origen. Sus dedos juguetones escriben, En el aire, nuestro nombre. Fugaz. Hacia la dulce locura y el sueño hechicero. Sí, de acuerdo. Es un poema lunar. Resulta que la savia de estos árboles abiertos al mediodía es semilla de noche; alude a sus símbolos: la tumba, la madre, el abandono, la muerte; remite al regreso a la placenta originaria, al retorno al plan de la divinidad femenina, lo misterioso femenino, que es la raíz del universo, en la filosofía taoísta, tan querida del autor. Y no ha de extrañarnos. La doble inicial de (H)ermann (H)esse concuerda con un autor y una obra polarizados, duales, en tensión de contrapuntos que luchan por armonizarse, y a veces lo consiguen. En El lobo estepario, el recorrido de ese hombre lobo moral que es (H)arry (H)aller, la risa será el antídoto contra la ansiedad y la angustia del personaje; la luminosidad que encienden el juego y el humor compensarán su oscuro aullido, pues la vida se compacta con las fibras de la muerte. Componen El caminante trece prosas con sus correspondientes acuarelas, que sólo en tres ocasiones (La rectoría, Tiempo lluvioso y Cielo nublado) prescinden de una poesía final. Hay que imaginarse a Hesse, como tantas otras conciencias, suspendido en el vacío tras el desastre bélico, que lo es de su sistema de valores, rescatándose y reconstruyéndose a sí mismo en el paisaje como el pequeño caminante y pintor de acuarelas (prosa El puente), con ese aspecto tan campesino en opinión de su amigo Ferruccio Busoni (prosa Aldea); pues Hesse, mellizo de sí mismo, puede pasar por un intelectual distanciado con quevedos y esmoquin, y por un sencillo jardinero, tal como lo recuerdan algunas de sus últimas visitas, del mismo modo que el gran actor Max von Sydow sabe encarnarse en el sencillo jornalero de Pelle, el conquistador, o en el mismo y refinado Harry Haller, trasunto de Hesse, en la versión fílmica de El lobo estepario (Fred Haines, 1974), con un asombroso parecido con el modelo. (Espléndido mundo, cuarto poema de El caminante). Camino del sur Por eso la muerte persigue al vitalista Klingsor y lo coloca al límite de la intensidad. Por eso el norte germano busca su complemento en el sur; así Hesse desciende en 1919 del hartazgo del tópico masculino: la primera guerra mundial, la inocencia perdida de la razón, el sueño quebrado de ser padre de familia, en busca de un renacimiento en el calor, atravesando el macizo de San Gotardo en los Alpes, y situándose en el cantón suizo del Tesino, cerca de Lugano, ya en la ladera que mira hacia Italia. Búsqueda del sur, de la pasión, de lo femenino, de lo que se disuelve y busca disolverse. Las prosas, poesías y acuarelas de El caminante significan, desde luego, el registro de ese viaje de norte a sur, de reaprendizaje: el paso de la montaña, la pequeña aldea, el lago en un día lluvioso, la cumbre en un día luminar. Signos exteriores e interiores que quedan grabados minuciosamente, a veces entrelazados: "[...]un cielo desconfiado y sombrío deja caer, nervioso y destemplado, una llovizna caprichosa, y yo, no menos nervioso y destemplado, vago por el paisaje insólito. Quizá bebí demasiado vino anoche, o demasiado poco, o tal vez soñé cosas inquietantes... Sobre el agua poco profunda de la playa caen gotas de lluvia, un viento fresco y húmedo sopla entre los árboles mojados, [...] La espantosa realidad con frecuencia He buscado, Donde reinan asesores, ley, moda y dinero, Pero siempre he huido, libre y Desengañado, 27 Junio 2004, N°. 2. La Sombra del Membrillo plomizos, que centellean como peces muertos. Un demonio ha escupido en la sopa. Nada es como debe ser." (Tiempo lluvioso, El caminante). Sus versos invocan, por contra, un espíritu adolescente, arraigados en una forma sencilla, aun con el contrapeso de las muertes que se le suponen a un artista hipersensible que ha superado los cuarenta años; y sus acuarelas se antojan de igual modo suaves, delicadas, con predominio del pastel, impresionistas, como corresponden a un espíritu y una disposición impresionables. Las partes más duras las reserva para las prosas, pues suponemos que los versos y las acuarelas son obras en ruta, y que el severo oficio de la palabra tras la palabra se concentra sobre la mesa de una posada barata, o en la barroca y oscura estancia alquilada en el palazzo Camuzzi, un edificio casi ruinoso que parece brotado de un cuento. Allí no está Hesse mezclando silencioso los colores, mientras caen gotas de sudor de la frente y se acerca la garrafa de vino; ahí se debate el lobo herido, el joven echado a perder, el juguete roto, a una hora detrás de medianoche, como practicaba desde sus comienzos: "...No se puede ser vagabundo y artista y al mismo tiempo un burgués sano y cuerdo. Si quieres embriaguez, ¡acepta también la resaca! Si quieres sol y bellas fantasías, ¡acepta también la suciedad y el hastío! Todo está dentro de ti, el oro y el barro, el deleite y la pena, la risa infantil y la angustia mortal. ¡Acéptalo todo, no te aflijas por nada, no intentes rehuir nada! No eres un burgués, tampoco eres un griego, no eres armónico y dueño de ti mismo, eres un pájaro en plena tormenta. ¡Déjala rugir! ¡Déjate llevar!" (Tiempo lluvioso). Es un extremo mórbido que lucha por contrarrestar con la ligereza de las pinceladas y la emulación de dulces maestros, como el romántico Joseph von Eichendorff (en Hora de almorzar), creador de un risueño vagabundo, paladeador de una atmósfera bucólica, en De la vida de un haragán (1826), o Li Po (o Li Tai Po), poeta báquico de la Dinastía Tang, allá por el siglo VIII, cantor de la luna, las cumbres, el viento, los pétalos y el vino; aunque también puede excusar estas vías oníricas o zen para asentarse en la contundencia de los modelos de Beethoven o Nietzsche en su preferencia por los grandes 28 árboles aislados (Árboles). De Li Tai Po no nos habla expresamente, pero pueden hallarse equivalencias entre las prosas poéticas y versos de Hesse y los de aquél; al margen de que en el libro complementario de éste que es El último verano de Klingsor, el pintor se hace llamar a sí mismo como el rapsoda oriental. En cualquier caso, adjunto algún ejemplo en donde pueden rastrearse tales semejanzas: Me senté a beber Y no advertí el crepúsculo Hasta que los pétalos que caían Llenaron Los pliegues de mi túnica.. (Li Po, Autoabandono) Un caminante se hallaba sentado a los pies de un árbol. Pétalos amarillos caían sobre sus hombros. Estaba cansado y había cerrado los ojos. Un sueño cayó del árbol amarillento y lo envolvió. (Prosa Lago, árbol, montaña, El caminante). Otro caso: Es de noche. Dormiré en el templo De la cima del Monte Sagrado. Desde allí podré tocar las estrellas Si levanto las manos. Con este silencio no me atrevo a elevar la Voz Porque temo despertar A los habitantes Del cielo. (Li Po, En el templo de la cumbre) No todos los deseos se conforman: yo querría tener otros dos ojos, un pulmón de más. Estiro las piernas sobre la hierba y deseo tenerlas más largas. Querría ser un gigante; entonces tendría la cabeza cerca de la nieve, en los Alpes, entre las cabras, y los dedos de los pies chapotearían en el mar... (Prosa Granja, El caminante). Destellos, ecos bien conjuntados en la paleta de la literatura. No obstante, el caminante puede tropezar en un desfiladero, puede partir el pincel, ponerse a cuatro patas y huir del refugio, puede medirse con el vacío, implorar al fantasma del maldito suicidario, del hombre solo de Werther, del solitario de Friedrich. Los versos que siguen también corresponden a este librito en tantos trechos amable, y que, junto con el citado poema común, adelantan el tono más trágico Junio 2004, N°. 2. La Sombra del Membrillo del siguiente: También por mí vendrás en su momento, No me olvidarás... Extraña y remota pareces todavía, Querida hermana muerte... Pero un día te acercarás a mí, Toda fuego, ese día. ¡Ven, tómame, estoy aquí, soy tuyo, amada mía! el genial inventor del símbolo de la flor azul como señuelo poético de lo imposible, metamorfosea a Klingsor en la figura de un poeta maduro, padre de la chica de la que se enamora Heinrich, y al que reparte sabios consejos sobre la necesidad de equilibrar lo poético con lo útil; aunque no por ello deja de componer una canción dedicada al vino, y exigir como premio que todas las mocitas lo coronen con un beso. (El caminante a la muerte, El caminante). El verano de Klingsor Hay palabras tan expresivas que la información sobre ellas no les resta un ápice de potencial sugestivo. Tal sucede con Klingsor; sus dos sílabas parecen brillar como las alas desplegadas de una enorme mariposa roja, o el parpadeo veloz ante el sol blanco de agosto, en uno de esos días que parecen excluidos del mundo. El arcano Klingsor debiera pertenecer desde luego a un mago, y de hecho pertenece, pues decir Klingsor vale por decir hechicero primordial, al menos desde que un trovador germano, el minnesänger Wolfram von Eschenbach, lo incluyera en uno de los primeros textos sobre la búsqueda del Grial, su Parcival (circa 1210), base del Parsifal de Wagner. Klingsor es un nómada que transmite desde la ciudad de Pérsida las artes mánticas, aunque su aplicación sirva sólo a sus deseos primarios. Es el diablo que entorpece, desde su castillo y jardín encantado, la aventura restauradora del cáliz, el necesario regreso del orden. Es esta la máscara que llega hasta el reciente libro de Jorge Volpi, En busca de Klingsor (1999), donde el brujo revive en un científico asesor de Hitler. Existe otra versión medieval sobre el personaje, de perfil menos oscuro, que es con la que se topa Novalis en la crónica de Federico II; la guerra cruenta entre el bien y el mal se transmuta aquí en un debate poético donde el legendario minnesänger Heinrich von Afterdingen lidia con Walter von Vogelweide; Klingsor aparece como un mago aliado del primero, si bien, pese a su apoyo, sale derrotado del lance. Este episodio naturalmente es la inspiración de su novela inacabada Heinrich von Ofterdingen (1801), uno de los libros, junto con el Wilhelm Meister de Goethe , de mayor influencia en autores posteriores, en lo que se entiende como novela de formación, y que en Hesse se vuelca primeramente en Peter Camenzind. Novalis, Todo este preámbulo viene a decir que cuando Hesse elige este nombre para su personaje, es consciente de su peso en la cultura alemana. Lo hace mago, como todo creador lo es, lo hace replegarse en un castillo con un jardín formidable (la propia casa Camuzzi de Hesse), y lo hace implicarse en el caos y renunciar conscientemente a la pantalla del orden, que ha mostrado su suciedad en los últimos acontecimientos europeos. También resulta obvio que al autor le estremece en lo más hondo el sonido casi esotérico de esta palabra, estrella a la que rodea con otros vocablos fuertes, acentuados, como los nombres de las comarcas: Pampambio, Carenno, Lugano, Barengo; o los colores favoritos del protagonista: rojo 29 Junio 2004, N°. 2. La Sombra del Membrillo cadmio, violeta-cobalto, granza... Todo en el relato lucha por ser intenso, incluso en este modesto nivel de significación. Todo tiene prisa. Tal como arenga el mismo Klingsor a sus acompañantes en una excursión a la montaña (pagando, dicho sea de paso, su deuda con el texto de Novalis): Hoy florece una flor legendaria y azul; sólo florece una vez en la vida y quien la cuida obtiene la gloria... Quiero decir que este día no vuelve jamás y a quien no lo coma, lo beba, lo saboree, lo respire, no se le ofrecerá por segunda vez... (El día de Carenno). Es el mismo día irrepetible donde cita a Li Tai Po: La vida pasa como un relámpago, cuyo brillo apenas hay tiempo de ver.... Espoleado por esa prisa cósmica, Klingsor pintará febrilmente (palabra del campo semántico de intenso o delirante, que asiste con frecuencia), amará febrilmente, beberá febrilmente, robando horas al sueño, a lomos del galope de un caballo apocalíptico. Y no pinta como Hesse, no desliza sobre cartón lánguidas pinceladas de acuarela; sin ser abstractos, sus cuadros transforman la realidad, el estómago del hechicero la digiere para devolverla con otros matices y otros colores; el hecho de que tras el amistoso personaje de Louis el Cruel se esconda el pintor Louis Moillet, que cuatro años antes había protagonizado un iniciático viaje a Túnez con August Macke y Paul Klee, informa que Klingsor es un símbolo atormentado, el lado expresionista de Hesse, a medio camino entre Klee y Van Gogh. La viva relación con el arte que condensa la frase del pintor suizo en su diario: El color me posee, sería justamente aplicable al protagonista y a su mismo autor en ese verano, la estación si no se ha dicho antes- intensa por naturaleza. Esta afinidad y simpatía subterránea de Hesse con Klee la supieron ver los creativos de Planeta, cuando hace 25 años eligieron para la solapa de su Rastro de un sueño, el onírico óleo de Ad Parnassum, eso sin olvidar que el autor se aviene a imaginar otra excursión ritual que lo alíe con su personaje, en Viaje al Oriente: ... los pintores Klingsor y Paul Klee; no hablaban más que de África y de la princesa cautiva, y su biblia era el libro de las hazañas de Don Quijote, en cuyo honor pensaban emprender el camino a través de España (capítulo primero). Si, indudablemente, Hesse no es tan buen pintor como Klingsor, en rigor hay 30 que reconocer que sabios fragmentos de su prosa pueden alcanzar la profundidad o el sobrepujamiento de cualquiera de esos cuadros: Ante él se hundía profunda y vertiginosamente el viejo jardín, una aglomeración compacta de copas de árbol, palmeras, cedros, castaños, cíclamos, hayas, eucaliptos, llenos todos de enredaderas, lianas, glicinas. Sobre la negrura de los árboles brillaban pálidamente las grandes hojas metálicas de las magnolias de verano, gigantescas, blancas flores semiabiertas, grandes como la cabeza de un hombre, pálidas como la luna y el marfil, con un íntimo perfume de limón que ascendía de manera penetrante... De pronto en el patio gritó un pavo real... (Klingsor, en El último verano de Klingsor) Pero no de modo distinto al que Klingsor, como trasunto del autor, puede elaborar un poema a la altura del caminante Hesse, que recuerda la última poesía citada de la obra anterior, aunque con desgarro más naturalista: ...Mañana, mañana me despellejará la pálida muerte. Su guadaña chirriante en mi roja carne. Sé desde hace tiempo que está al acecho, Feroz enemigo. Canto durante la noche, para burlarme de ella. Balbuzco mi ebria canción en el bosque cansado. Para reírme de su amenaza Canto y bebo. (Klingsor envía un poema a su amigo Thu Fu). Que la muerte persigue a Klingsor no es un secreto para el lector. Es un anuncio implícito en el título y expreso en la Nota preliminar, donde, adelantándose al recurso de la Crónica de una muerte anunciada de García Márquez, Hesse anticipa que el pintor fallece en otoño, presumiblemente a consecuencia de una borrachera, estilo Leaving Las Vegas para entendernos. Lo extraño, y lo hermoso, es que, aun con ello, el autor decide que sea la vida la que diga la última palabra en este concierto de contrapuntos luminosidad/ oscuridad , alegría/ angustia, que domina las dos obras. Puede deducirse que el atormentado Klingsor ha sido vencido por su propio veneno, ha luchado contra su propia caída, hasta llegar a aparecérsenos como un despojo, pero un despojo capaz de efectuar un último autorretrato donde, sentado sobre Junio 2004, N°. 2. La Sombra del Membrillo el insomnio y en vigilia sonámbula, refleja la decadencia y corrupción del hombre moderno pero también sus raíces selváticas, seminales, y pareja a la capacidad de autodestruirse, la de autorregenerarse. Muchos héroes de Hesse mueren en el agua; el muchacho de Bajo la rueda; el Josef Knecht de El juego de los abalorios, la nieve que sepulta a Knulp...; y Klingsor, en lectura a mi juicio certera de José María Carandell, acudirá a este símbolo purificador de evolución, aquí avinado. Al igual que Goethe, Hesse falleció longevo, a los 85 años; los personajes de ambos se tomaron la molestia de sufrir las muertes simbólicas que les permitieron profundizar sobre sí mismos, y a nosotros también. Hesse mereció un final literario, a propósito. Lo último que hizo antes de dormir y no despertar, fue oír una pieza de Mozart y corregir un poema para dedicárselo a su mujer Ninon; no extraña, pues, según nos revela Alois Prinz en su reciente biografía del escritor, que su lápida tenga forma de libro abierto. Incluso puedo imaginar esculpidos en él unos versos suyos, de la época de Klingsor, que dicen así: Ismael Perales Ninguno de los libros de este mundo Te aportará felicidad, Pero secretamente te devuelven A ti mismo. Al margen de este aspecto de remozo oriental tan caro a Hesse, recupero el motivo atrás mencionado de que sea la vida la encargada de culminar el libro, que no deja de ser un desesperado canto en su nombre, afectado de neurastenias y sinestesias a partes iguales, tal como el estridente pavo real del jardín. Y es que, concluido el autorretrato, el escritor nos confidencia que el artista se tomó unas pastillas de veronal (el lector se mantiene en suspense temiendo lo peor, pero sólo quedan tres renglones): ...y durmió un día y una noche sin parar. Después se lavó, se afeitó, se puso ropa limpia, fue a la ciudad y compró fruta y cigarrillos para regalárselos a Gina. Así se cierra; de un plumazo, Hesse ha pulverizado la melancolía. Klingsor no muere al final del texto; en el lenguaje mágico de la literatura ha muerto antes, justo en la nota preliminar. Importa que esta Gina, que es apenas un acento pálido, un tema menor evolucionando tenuemente a lo largo de la obra, la chiquilla fugaz de la que el pintor se encapricha en una oficina aunque no albergue ninguna seria esperanza de ser correspondido, representa el último hilo de luz, la Beatrice que lo arrastra de sus tinieblas en ese último impulso de aventura improbable, de brindis al sol sin fundamento, pero henchido de la poderosa fuerza que alza la pasión sobre la fatalidad y la dignidad sobre la pérdida. 31 Nota final: El caminante y El último verano de Klingsor se publicaron en 1920, y Viaje al Oriente, en 1932. He utilizado las ediciones de Bruguera (1978, trad. Pilar Giralt) para el primero; la de Planeta (1978, trad. Ester Berenguer; 1.ª ed.: 1973) para el segundo, y para el tercero la de Plaza & Janés (1979, trad. Victor Scholz). Asimismo, me han sido útiles los poemarios Poetas chinos de la Dinastía Tang (trad., C.G. Moral, Madrid, Colección Visor de Poesía, 373, 2000) y Hermann Hesse, Escrito en la arena (trad. de Jenaro Talens, Madrid, Colección Visor de Poesía, 77, 1977), así como la obra de Alois Prinz, Y todo comienzo tiene su hechizo. Biografía de Hermann Hesse (trad. Constantino Ruiz-Garrido, Barcelona, Herder, 2002), tanto como los prefacios de José María Carandell a Rastro de un sueño y El último verano de Klingsor para Planeta. El lector puede encontrar estas ediciones recientes de los dos libros comentados aquí: El caminante (trad. de Pilar Giralt) en la editorial Integral de Barcelona (2000), y El último verano de Klingsor (trad. de Daniel Najmías y Macarena González) para RBA (Barcelona, 2003); aunque puede localizarlo también en el volumen IV de los Cuentos de Hesse en El Libro de Bolsillo de Alianza Editorial (trad. Manuel Olasagasti), reeditado desde 1978. Alfredo Arias es fundador de La Sombra del Membrillo (portada, logo...), dibujante, filólogo heterodoxo escrutador del cómic, el cine, la literatura...