la imagen de lucrecia
Transcripción
la imagen de lucrecia
LA IMAGEN DE LUCRECIA Las manos del viejo están agrietadas por todos sus extremos. Dibujan grandes líneas de tiempo muerto, mientras las arrugas de su rostro quieto, aparentan recorrer muy lentamente un desconocido horizonte de huesos y piel. Sus manos agrietadas sangran. Y las manchas rojas y deformes, permanecen aún tatuadas en su piel hasta desaparecer de ella con la muerte. Están secas cómo el invierno. El viejo yace en el piso. Sus manos amoratadas por el frío de la madrugada, sostienen con fuerza una imagen amarillenta de antigüedad. Es pedazo de su vida truncada por la tragedia. Es la imagen en blanco y negro de una hermosa mujer, la cual exhibe su voluptuosa figura: unos prominentes senos y unas amplias caderas tras el pálido gris de un vestido puritano. Una profunda nostalgia se desprende de aquella imagen. La mujer de la foto está melancólica. Una dicha falsa y mal disimulada trata de romperse entre sus encarnados labios. Es una mueca herida por la tristeza, una tristeza aún desconocida por todos. En el fondo de la imagen puede observarse a una multitud. Es sin duda un día de fiesta… Sin embargo una extraña melancolía se descuelga de aquella imagen. Y el viejo todavía yace en el piso. Observa silencioso el pálido cielo cargado de tempestades. Sus claras pupilas están abiertas hasta su límite. Un fino polvillo se ha posado en ellas. Sus labios resecos y atizados por el frío de invierno no pronuncian palabra alguna. Está “Tintineaba otra vez el vidrio desprendido. No era el vidrio era un pájaro. Escuchó al zorzal. El canto misterioso crepitaba en la noche cómo un ascua de trinos. Abrió lo ojos en la penumbra, con miedo. Y la mujer ya no estaba” Oscar Cerruto, Cerco de penumbras. muerto, inmóvil, tieso. La madrugada se llevó lentamente la existencia del viejo. Ahora está tendido en la calleja, despertando entre las personas que lo observan caridades y palabras dulces “pobre viejo, pobre mendigo, donde vayas ya no sufrirás más”. Y en ese instante tan conmovedor, la imagen misteriosamente se desprende de sus manos del viejo. Es libre de aquella prisión de piel y huesos arrugados. La hermosa mujer de la foto aparenta moverse violentamente, tomar para si la vida del viejo Liborio. Es Lucrecia, su mujer. Aquella misma Lucrecia que había sentenciado al viejo Liborio a una de las muertes más deprimentes: la mendicidad, cuando lo maldijo en su lecho de agonía. Ya ebrio de ira por los celos, Liborio había molido a golpes el cuerpo de su mujer. Sin duda la condenó a morir postrada en aquel camastro abollado. La imagen de Lucrecia se desprende de las manos agrietadas del viejo Liborio. Una sonrisa grotesca de ultratumba recorre sus labios. Esta mueca de felicidad se pierde lentamente en la oscuridad de la imagen. Lucrecia sonríe observando fijamente el rostro perdido del viejo. Disfruta. Pronto se disolverá para siempre. Y entonces la imagen es marchitada por el tiempo. Ahora en ella sólo puede distinguirse una sombra añosa. La hermosa imagen de Lucrecia ha desaparecido para siempre de la foto… Pseudónimo: Rubaldo Condorhuayra.