¿cómo predecir y, gestionar el riesgo de violencia grave contra la
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¿cómo predecir y, gestionar el riesgo de violencia grave contra la
¿CÓMO PREDECIR Y GESTIONAR EL RIESGO DE VIOLENCIA GRAVE CONTRA LA PAREJA? Enrique Echeburúa Catedrático de Psicología Clínica Facultad de Psicología Universidad del Páis Vasco Avda. de Tolosa, 70 20018 San Sebastián [email protected] 1 ÍNDICE 1. Introducción 2. Agresores contra la pareja 3. De la evaluación de la peligrosidad a la valoración del riesgo 3.1. Concepto de peligrosidad 3.2. Valoración del riesgo de violencia 4. Instrumentos de evaluación 5. Conclusiones Referencias bibliográficas Apéndice 2 1. INTRODUCCIÓN La violencia contra la pareja es un suceso muy frecuente, que afecta, al menos, al 3,6-9,6% de las mujeres mayores de 18 años en España. Este hecho adquiere diversas modalidades (física y psicológica o solo psicológica), presenta diferentes niveles de gravedad (golpes, contusiones, lesiones graves y homicidio) y tiene pronósticos asimismo distintos. No se trata, por tanto, de un fenómeno homogéneo. Así, por ejemplo, el feminicidio o los episodios de violencia grave son hechos dramáticos, pero relativamente poco frecuentes. De hecho, menos del 1% de las mujeres maltratadas son lesionadas gravemente o asesinadas por sus parejas o exparejas (Echeburúa, Fernández-Montalvo y Corral, 2008; Kropp y Hart, 2004). Es decir, la violencia de pareja es un fenómeno frecuente, pero la violencia grave de pareja no lo es. Se trata, por tanto, de averiguar si hay algunas características distintivas que diferencian a una de otra. Asimismo, si la violencia grave o el homicidio, cuando tienen lugar, son el último eslabón de una cadena de conductas violentas, es importante conocer los factores predictores de dicha conducta grave. De este modo, se podrían adoptar medidas de protección específicas e individualizadas para las víctimas cuando se detecte por primera vez la situación de violencia en función del grado de riesgo estimado. Los jueces, los policías, los trabajadores sociales o las oficinas de atención a las víctimas podrían tomar las decisiones de protección, de mayor o menor intensidad, apoyados en datos empíricos y no meramente en criterios intuitivos (Echeburúa, Fernández-Montalvo y Corral, 2009). No es lo mismo el maltrato grave, con riesgo de homicidio para la víctima, que el maltrato en general. Probablemente el feminicida o el que ejerce una violencia extremadamente grave contra su pareja -que incluye en ocasiones intentos frustrados de homicidio- no responde al mismo perfil que, por ejemplo, el maltratador psicológico. En este último caso, sin tratarse en modo alguno de una violencia menor, no se pone, sin embargo, en peligro la vida de la pareja. Parece, por tanto, de interés averiguar si existen diferencias significativas entre los casos que ejercen una violencia grave (principalmente homicidios o intentos frustrados de homicidio) y aquellos que están implicados en otra menos grave, en la que, a pesar de las consecuencias psicológicas negativas generadas en la víctima, no corre peligro su vida. En el caso del feminicidio, los malos tratos habituales, el abandono y los celos constituyen una “trilogía letal”. Más en concreto, los principales factores de riesgo de muerte para la pareja son los siguientes: violencia física y aumento de la frecuencia de los incidentes violentos; aumento de la gravedad de las lesiones físicas; amenazas de muerte y uso o amenaza de armas u objetos contundentes; intentos fallidos de homicidio; intentos repetidos de separación por parte de la mujer; ser el centro de la pareja (estar obsesionado con ella, bien por celos, bien por posesividad); agresiones sexuales en el matrimonio; acoso o entrada sin autorización en el domicilio de la mujer después de la separación; consumo de alcohol y drogas; impulsividad extrema; historia de depresión o de intentos de 3 suicidio. Asimismo es más probable la aparición de una violencia grave cuando el agresor tiene problemas económicos, carece de una red de apoyo social y quebranta, en su caso, las órdenes de alejamiento (Cobo, 2007; Dutton, 1998). En este sentido es importante contar con instrumentos que permitan evaluar la peligrosidad en el ámbito de la violencia de pareja, sobre todo porque muchas mujeres no son conscientes del riesgo que corren. Los instrumentos de evaluación del riesgo de violencia no evalúan constructos psicológicos, con propiedades psicométricas precisas, sino que están encaminados a la toma de decisiones. Establecer un cálculo de riesgo, incluso con los problemas que ello conlleva, facilita la toma de conciencia del problema y la búsqueda de soluciones tanto en la víctima como en los responsables policiales, judiciales o sociales (Maden, 2007). 2. AGRESORES CONTRA LA PAREJA La investigación sobre la violencia de género y, en particular, sobre el perfil psicológico de los agresores ha aumentado considerablemente en los últimos años. Se trata, sobre todo, de estudios dirigidos a conocer las características que presentan este tipo de agresores. De este modo, se puede comprender el porqué de sus acciones violentas contra las mujeres y, en consecuencia, se pueden implementar medidas específicas de prevención y de intervención psicológica para erradicarlas (cfr. Echeburúa y FernándezMontalvo, 2009; Sanmartín, 2005). La ruptura de la pareja a veces desencadena en el agresor graves consecuencias de íntimo dolor y frustración, especialmente cuando se siente abandonado. En ese momento se abre la puerta de las reivindicaciones y de la expresión de los agravios, al hilo de la desintegración del proyecto de vida, de la pérdida de la persona querida, del alejamiento de los hijos, de la privación del hogar o del abono de pensiones exageradas. Todo ello, percibido como una injusticia, favorece la violencia (Echeburúa y Corral, 1998). Un aspecto muy significativo es la sobrerrepresentación de agresores y víctimas extranjeros inmigrantes (sobre todo, latinoamericanos y africanos), que supone una tasa tres o cuatro veces mayor que la que sería esperable en función de su peso demográfico en el conjunto de España. A veces hay una velocidad asimétrica de adaptación en la inmigración. En algunos casos la mujer trabaja desde el principio, no tiene problemas de relación en su trabajo, mantiene amigas de su nacionalidad y hace amigas españolas nuevas. Por el contrario, el hombre puede tener tanto problemas de trabajo como de adaptación y sufrir el desarraigo de la inmigración, que puede llevarle a un consumo abusivo de alcohol (Cobo, 2007). Las mujeres inmigrantes pueden ser presa fácil porque tienen una red de apoyo familiar y social pobre; porque proceden de una cultura patriarcal, con muchos componentes machistas; y porque viven en un entorno cerrado, endogámico, con un fuerte control sobre sus componentes. De este modo, los hombres abandonados se pueden sentir especialmente humillados en su círculo social reducido. 4 A veces, las decisiones judiciales de protección a la víctima pueden facilitar las respuestas explosivas de los agresores ya que la decisión judicial puede provocar una ruptura biográfica brusca del agresor (detención inmediata, permanencia en un calabozo, salida brusca del domicilio conyugal, pérdida de contacto con los hijos, problemas económicos o laborales, etcétera) y un elevado nivel de falta de expectativas (no tener nada que perder). La conducta del agresor tras un feminicidio suele ser variable. En general, los hombres no huyen excepto que tengan antecedentes de peligrosidad delictiva. Las conductas más frecuentes oscilan entre no huir/entregarse, lo cual es más habitual en personas que justifican la acción homicida como un acto de justicia, y el suicidio/intento de suicidio (Cobo, 2007). Los agresores contra la pareja no responden a perfiles simétricos: en algunos casos presentan trastornos mentales, como adicciones o trastornos psicóticos; en otros, trastornos de personalidad, como la psicopatía; y finalmente, en otros (los más frecuentes), distorsiones cognitivas, descontrol de la ira, décifits de habilidades de comunicación y de solución de problemas, baja autoestima y machismo acentuado (tabla 1). En estos casos se trata de personas normales clínicamente hablando, es decir, imputables, pero que presentan, sin embargo, una serie de déficits psicológicos (Echeburúa y Corral, 1998). ------------------------------------------------------------------------------------Póngase aquí la tabla 1 ------------------------------------------------------------------------------------Más en concreto, los maltratadores graves tienden a ser celosos o posesivos, a sentirse humillados por la ruptura de la pareja, lo que redunda directamente en un descenso de su autoestima, y a consumir abusivamente alcohol o drogas. Una característica importante en ellos es el historial de violencia con otras parejas o con personas de su alrededor, así como el historial de tratamientos psiquiátricos inconclusos. Asimismo tienden a comportarse de forma desafiante y con crueldad, sin temor a las consecuencias punitivas de su conducta, y a atribuir sus propios males y la responsabilidad del maltrato a la víctima (por ejemplo, mi mujer es culpable de todo lo malo; no me deja hacer lo que a mí me gustaría; va muy a menudo a casa de sus padres o con sus amigas; se quiere marchar y dejarme tirado; ha echado los papeles en el abogado; mi mujer me engaña; no ha hecho todo lo posible por nuestro hijo) (Dutton, 1998) (tabla 2). ------------------------------------------------------------------------------------Póngase aquí la tabla 2 ------------------------------------------------------------------------------------En cuanto a las víctimas de la violencia grave, que se suelen sentir con frecuencia en peligro de muerte, éstas surgen más fácilmente en una situación de vulnerabilidad, como una edad muy joven, una personalidad muy dependiente, unas circunstancias de enfermedad o de dependencia 5 económica, un consumo de drogas o un entorno de soledad. La red de apoyo familiar y social se constituye, por tanto, como un factor protector de la violencia grave y como una medida efectiva para evitar la retirada de las denuncias o la retractación del testimonio. 3. DE LA EVALUACIÓN DE LA PELIGROSIDAD A LA VALORACIÓN DEL RIESGO 3.1. Concepto de peligrosidad Lo que identifica específicamente a la conducta violenta es la intención del agresor (deseo de causar daño) y los efectos sobre la víctima (daño, sufrimiento, etcétera). La atribución causal de la conducta violenta al agresor le ha conferido a éste una condición (la peligrosidad) que se propone como inherente a su forma de ser o a su estado psicopatológico. Así, el concepto de peligrosidad, aun siendo objeto de críticas y polémicas (por ejemplo, Carrasco y Maza, 2005), es de uso frecuente, tanto en el ámbito popular como en el entorno forense, penal y penitenciario, y constituye la base para el establecimiento de las medidas de seguridad. El énfasis tradicional de los instrumentos de evaluación en el ámbito de la violencia contra la pareja ha sido evaluar la peligrosidad, entendida ésta como propensión a cometer actos violentos y peligrosos. Este enfoque tradicional se ha centrado especialmente en los trastornos mentales graves y en el historial criminal del agresor. Pero la peligrosidad es un constructo con una capacidad predictiva limitada, ya que no es el único determinante del comportamiento violento. Además, una limitación importante de la peligrosidad, como predictor de la violencia, es su inespecificidad (Andrés Pueyo, 2009). De hecho, los factores clásicos de peligrosidad, tales como la enfermedad mental grave y el historial criminal, que son los factores más importantes de la delincuencia violenta, no suelen estar presentes en los agresores de pareja. La peligrosidad se define como la propensión de una persona a cometer actos violentos y peligrosos. La peligrosidad ha estado ligada desde su formulación inicial a la enfermedad mental grave y, más recientemente, a la historia criminal del sujeto y a su estado de adaptación social. De hecho, la peligrosidad es una categoría legal que delimita el riesgo de cometer delitos por parte de un delincuente (peligrosidad criminal) o por parte de un sujeto aún sin un historial delictivo (peligrosidad social). En este enfoque, la peligrosidad, independientemente de que derive de una enfermedad mental (tradición clínica) o de una historia criminal (tradición jurídica), se considera como el mejor predictor de la violencia futura. La atribución de peligrosidad a un sujeto se suele determinar por medio de dos procedimientos: la técnica clínico-forense o la clasificación tipológica realizada por medio de los perfiles delictivos. En el primer caso la valoración forense de la peligrosidad tiene como objetivo evaluar la 6 capacidad criminal, que se asocia a diversos rasgos de personalidad (agresividad, indiferencia afectiva, egocentrismo y labilidad afectiva), así como la inadaptación social. Esta valoración forense está fundamentada en la entrevista con el sujeto y en informaciones complementarias, como, por ejemplo, los expedientes judiciales o de los servicios sociales (Carrasco y Maza, 2005). Un segundo método es el establecimiento de perfiles delictivos de los delincuentes violentos. En este caso se trata de clasificar a un sujeto en un determinado tipo de perfil delictivo (agresor contra la pareja, agresor sexual, acosador escolar o laboral, terrorista, etcétera) en función de una serie características psicológicas, sociales y biográficas (Sanmartín, 2005). La estrategia de recurrir a perfiles-tipo para identificar la peligrosidad de un sujeto es muy popular, pero su popularidad contrasta con una baja precisión predictiva (Andrés-Pueyo, 2009). Considerar la peligrosidad como la causa de la conducta violenta implica una capacidad de predicción limitada y origina dos tipos de errores. En unos casos el error se denomina falso negativo: los sujetos son valorados como no-peligrosos y, sin embargo, cometen una conducta violenta grave, con las repercusiones que ello conlleva para las víctimas. Y en otros casos, el error se denomina falso positivo: se identifica al sujeto como peligroso y, sin embargo, no va a cometer conductas violentas futuras, con las consecuencias negativas que tiene para el sujeto (reclusión en régimen cerrado, ausencia de permisos penitenciarios, etcétera). Los aciertos o los errores en la predicción de la violencia basada en el diagnóstico de la peligrosidad dependen en buena medida de la experiencia de los profesionales, de la disponibilidad de técnicas de identificación y de la claridad con la que se puede descubrir el atributo de peligrosidad. Es más, la presencia de peligrosidad en una persona concentra la estrategia de contención del riesgo en dos tipos de intervenciones: control situacional (internamiento) y tratamiento terapéutico del sujeto peligroso, pero no ofrece nuevos recursos de gestión del riesgo. 3.2. Valoración del riesgo de violencia Las insuficiencias del concepto de peligrosidad en las tareas de predicción, gestión y prevención de la violencia han llevado a sustituir la identificación de la peligrosidad por la valoración del riesgo, que es una alternativa al diagnóstico de peligrosidad para predecir la conducta violenta. El riesgo de conducta violenta es un peligro que puede suceder con una cierta probabilidad en el futuro en función del perfil del agresor, de la vulnerabilidad de la víctima y del contexto de la situación. Para predecir la conducta violenta no se necesita saber qué la produce (es decir, conocer sus causas reales), sino qué factores de riesgo están asociadas con ella. Sustituir las causas por los factores de riesgo ha facilitado una acción profesional más eficaz tanto en la gestión de la violencia como en su prevención. 7 A diferencia de la peligrosidad, que se suele caracterizar como una variable discreta, fija y genérica, que lleva a decisiones del tipo todo/nada en el pronóstico, el riesgo de violencia es continuo, variable y específico y permite tomar decisiones graduadas -y sometidas a reevaluación- respecto al pronóstico futuro de violencia. Si bien es cierto que todos los tipos de violencia cuentan con elementos en común, no lo es menos que cada tipo de violencia (juvenil, de pareja, sexual, etcétera) tiene sus propias claves, que hacen de cada predicción un reto distinto. Así, la violencia ejercida en el pasado es un factor de riesgo común en todo tipo de violencia; sin embargo, las parafilias son un factor de riesgo específico para la violencia sexual, pero no para la violencia contra la pareja. Este enfoque dinámico va mucho más allá de la peligrosidad y, sobre todo, constituye una base sólida para la intervención preventiva (Andrés-Pueyo, 2009). 4. INSTRUMENTOS DE EVALUACIÓN El énfasis actual de los instrumentos de evaluación es valorar el riesgo, que está en función de la peligrosidad y de la vulnerabilidad. La predicción del riesgo se hace respecto a contextos específicos (pareja, conductas sexuales, etcétera). Gestionar el riesgo se refiere a la adopción de medidas de seguridad y de protección a la víctima en función de la valoración del riesgo. La valoración del riesgo se hace en función del contexto específico (no de forma general) y tiene un carácter meramente probabilístico (Andrés Pueyo, 2009). Hay algunas escalas de predicción del riesgo que se han desarrollado en Estados Unidos y en Canadá, como la SARA (Kropp, Hart, Webster, y Eaves, 1999) o el B-SAFER (Kropp y Hart, 2004), que suponen una gran aportación, pero que están referidas a marcos culturales diferentes del español. La Escala de Predicción de Riesgo de Violencia contra la Pareja (EPV) (Echeburúa, Amor, Loinaz y Corral, 2010) es un instrumento de valoración del riesgo de violencia grave contra la pareja o expareja que consta de 20 ítems y que está diseñado en un contexto español. El ámbito de aplicación es el entorno policial, judicial y forense. Esta escala se centra en la predicción del riesgo de homicidio o de violencia grave (no meramente de violencia), no se limita al riesgo de agresión a la esposa (sino a la pareja), establece unos puntos de corte que permiten cuantificar el riesgo (bajo, moderado y alto) e intenta ser un reflejo de la situación cultural existente en España (en donde, por ejemplo, el uso de armas o el contexto de la familia son diferentes que en Norteamérica). Los ítems están agrupados en cinco categorías: datos personales; situación de la relación de pareja; tipo de violencia; perfil del agresor; y vulnerabilidad de la víctima. Al margen de que una puntuación global superior a 23 en esta escala denota un nivel de riesgo alto de violencia grave contra la pareja, hay ciertos ítems que tienen una mayor capacidad discriminativa, como son el 8, el 9, el 11, el 17 y el 18. Esta escala se utiliza actualmente por parte de la Ertzaintza para gestionar el riesgo y adoptar medidas de protección individualizadas a las víctimas de violencia de pareja. La escala propuesta figura en el apéndice. 8 5. CONCLUSIONES La violencia más grave aparece más frecuentemente cuando los agresores han hecho uso anteriormente de una violencia física y psicológica, cuando ha habido un aumento creciente de la frecuencia y de la gravedad de los episodios violentos, cuando han cometido lesiones sobre su pareja intencionadamente y, además, cuando la han amenazado anteriormente, bien de forma verbal, bien con objetos peligrosos o con distintos tipos de armas, sobre todo si estas amenazas -o los propias conductas violentashan tenido lugar delante de otras personas (hijos o familiares). Asimismo la gravedad de la conducta está relacionada con la práctica de agresiones sexuales en el seno de la pareja. Al margen de que habitualmente la violencia grave es el último eslabón de una cadena de conductas violentas, hay veces (en un 25%-40% de los casos) en que ha sido impredecible porque no ha habido un aumento de los incidentes violentos ni de la gravedad de las lesiones en las últimas semanas. Es decir, o hay una violencia grave cronificada y en aumento, que es el perfil más habitual, o una violencia explosiva y que resulta en buena parte impredecible (Cobo, 2007). Cualquier procedimiento de valoración del riesgo de violencia comporta una serie de decisiones previas a la elección de un instrumento o técnica concreta. Entre estas decisiones se incluyen tres: delimitar el tipo y características de la violencia a predecir; precisar el plazo temporal de predicción; y señalar la población particular donde se va a realizar la predicción. Imaginemos que queremos predecir el riesgo de que suceda un acto propio de violencia de género. Habrá que especificar si se trata de violencia física, psicológica, sexual o de acoso, si la predicción se realiza para la semana siguiente a la demanda o en un plazo de tres meses, si el agresor y la víctima son o han sido pareja o se trata de personas sin una relación afectiva. Las siguientes decisiones a tomar -aquí sí con ayuda de las guías de valoración- son determinar la posible existencia de factores de riesgo y protección en la historia de violencia reciente, analizar ese resultado y predecir los diferentes niveles de riesgo (presencia/ausencia de riesgo inminente; niveles de gravedad del riesgo, etcértera). Finalmente se trata de gestionar el riesgo para eliminarlo o, al menos, reducirlo. La escala propuesta sobre la predicción de riesgo de violencia grave contra la pareja es corta y fácil de aplicar y parece eficaz para el objetivo buscado: adoptar medidas de protección ad hoc para cada víctima en función de la valoración del riesgo de nuevas y más graves agresiones. Esta escala puede ser fácilmente aplicada por personal del ámbito policial, judicial o de los servicios sociales, siempre que esté suficientemente formado en su manejo. En cualquier caso, la propuesta de este instrumento, con los puntos de corte establecidos, está asociada al establecimiento de un nivel de probabilidad de riesgo y de una predicción del futuro en un tema (la violencia de pareja) extraordinariamente complejo. Por ello, la escala, al ser heteroaplicada, adquiere un valor adicional cuando los entrevistadores 9 están bien entrenados, se completa por dos o más personas (a modo de fiabilidad interobservadores), se reevalúa a las 24-72 horas (a la luz de los nuevos datos existentes) y se contrasta con otras fuentes de información (víctima, vecinos, antecedentes, atestado policial, etcétera) (Echeburúa et al., 2010). En este sentido la escala es solo una fotografía de la situación en un momento concreto y debe completarse con todos los datos de la realidad disponibles. Conviene, por ello, pasar la escala de nuevo cuando haya alguna otra denuncia, cuando ha transcurrido un tiempo considerable (el valor de la predicción se debilita a medida que transcurre el tiempo desde la evaluación) o cuando las circunstancias han cambiado respecto a la valoración inicial. De este modo, la evolución del caso permite tomar en cada momento las decisiones oportunas. Hay algunos ítems de la escala a los que, por su mayor capacidad discriminativa, conviene prestar una atención específica. Se trata especialmente de los ítems que denotan la intencionalidad clara de producir un daño grave (ítem 8) o que revelan el recurso a las amenazas con objetos peligrosos (ítem 9), así como los que reflejan la existencia de celos intensos o de conductas controladoras (ítem 11) o suponen una justificación de la conducta violenta efectuada (ítem 17). La percepción de la víctima de hallarse en peligro de muerte en las últimas semanas (ítem 18) tiene asimismo una gran capacidad predictiva. Solo algunos de estos ítems, como los referidos a los celos extremos o al uso de armas u objetos peligrosos, coinciden con estudios llevados a cabo en otros contextos. El tipo de muestras utilizadas y el diferente contexto sociocultural de la familia y de la relación de pareja pueden dar cuenta de las discrepancias existentes. Se han establecido con esta escala tres niveles de riego: bajo (0-9), moderado (10-23) y alto (24-48). En los casos de duda (por ejemplo, cuando en la escala haya una puntuación de 20-23, limítrofe con el riesgo alto, o cuando esté presente alguno de los ítems resaltados anteriormente), es conveniente aplicar las medidas de protección de rango más alto. En estos casos se va más allá de la interpretación estrictamente cuantitativa de la escala, pero, por razones obvias, es preferible pasarse por exceso que por defecto. Las escalas de predicción permiten realizar valoraciones rápidas, en donde la toma de decisiones es urgente, y son de utilidad para la policía, los jueces o el personal que trabaja en un entorno forense, penitenciario o en las Oficinas de Atención a las Víctimas. No es su objetivo sustituir a los dictámenes periciales de los psicólogos o psiquiatras forenses, en donde se debe hacer un estudio psicopatológico de los agresores o del daño psicológico en las víctimas. Estos informes suelen tener lugar en un momento más tardío. 10 REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS Andrés Pueyo, A. (2009). La predicción de la violencia contra la pareja. En E. Echeburúa, J. Fernández-Montalvo, y P. Corral (2009). Predicción del riesgo de homicidio y de violencia grave en la relación de pareja. Valencia: Centro Reina Sofía para el Estudio de la Violencia. Carrasco, J.J. y Maza, J.M. (2005). Manual de psiquiatría legal y forense (3ª edic.). Madrid: La Ley-Actualidad. Cobo, J.A. (2007). La prevención de la muerte homicida doméstica: un nuevo enfoque. Zaragoza: El Justicia de Aragón. Dutton, D.G. (1998). The abusive personality: Violence and control in intimate relationships. New York: Guilford Press. Echeburúa, Siglo XXI. E. y Corral, P. (1998). Manual de violencia familiar. Madrid: Echeburúa, E. y Fernández-Montalvo, J. (2009). Evaluación de un programa de tratamiento en prisión de hombres condenados por violencia grave contra la pareja. International Journal of Clinical and Health Psychology, 9, 5-20. Echeburúa, E., Fernández-Montalvo, J. y Corral, P. (2008). ¿Hay diferencias entre la violencia grave y la violencia menos grave contra la pareja?: un análisis comparativo. International Journal of Clinical and Health Psychology, 8, 355-382. Echeburúa, E., Fernández-Montalvo, J. y Corral, P. (2009). Predicción del riesgo de homicidio y de violencia grave en la relación de pareja. Valencia: Centro Reina Sofía para el Estudio de la Violencia. Echeburúa, E., Amor, P.J., Loinaz, I. y Corral, P. (2010). Escala de Predicción del Riesgo de Violencia Grave contra la Pareja -Revisada- (EPVR). Psicothema, 22, 1054-1060. Kropp, P. R., Hart, S., Webster, C. y Eaves, D. (1999). Spousal Risk Assessment guide user’s manual. Toronto, Canada: Multi-Health Systems and BC Institute Against Family Violence. Kropp, P. R. y Hart, S. (2004). B-SAFER (Brief Spousal Assault Form for the Evaluation of Risk): A tool for criminal justice professionals. Ottawa, Canada: Department of Justice (Government of Canada). Maden, A. (2007). Treating violence. A guide to risk management in mental health. Oxford: Oxford University Press. Sanmartín, J. (Ed.) (2005). Las claves de la violencia. Barcelona: Ariel. 11 TABLA 1 TIPOS DE MALTRATADORES (Adaptación de Fernández-Montalvo y Echeburúa, 1997) MALTRATADORES Extensión de la violencia Perfil psicopatológico Tipología % Violentos solo en el hogar 74% • • Ejercen la violencia solo en casa Desencadenantes de la violencia * Abuso de alcohol * Celos patológicos * Frustraciones fuera del hog Violentos en general 26% • • • Ejercen la violencia en casa y en l Maltratados en la infancia Ideas distorsionadas sobre la viol Con déficit en habilidades interpersonales 55% • Carencias en el proceso de sociali las relaciones interpersonales Emplean la violencia como estrate Sin control de los impulsos 45% 12 Característ • • • • Episodios bruscos e inesperados d Poseen mejores habilidades interp Conciencia de la inadecuación de afrontamiento TABLA 2 SEÑALES DE ALERTA PERFIL DEL HOMBRE POTENCIALMENTE VIOLENTO EN EL HOGAR (Echeburúa y Corral, 1998) Es excesivamente celoso Es posesivo Se irrita fácilmente cuando se le ponen límites No controla sus impulsos Bebe alcohol en exceso Culpa a otros de sus problemas Experimenta cambios bruscos de humor Comete actos de violencia y rompe cosas cuando se enfada Cree que la mujer debe estar siempre subordinada al hombre Ya ha maltratado a otras mujeres Tiene una baja autoestima 13 ESCALA DE PREDICCIÓN DE RIESGO DE VIOLENCIA GRAVE CONTRA LA PAREJA (EPV-R) Nombre: Fecha: Evaluador: I. Datos personales Valoración 1. Procedencia extranjera del agresor o de la víctima II. Situación de la relación de la pareja en los últimos 6 meses 0 o 1 Valoración 2. Separación reciente o en trámites de separación 0 o 1 3. Acoso reciente a la víctima o quebrantamiento de la orden de alejamiento 0 o 2 III. Tipo de violencia en los últimos 6 meses Valoración 4. Existencia de violencia física susceptible de causar lesiones 0 o 2 5. Violencia física en presencia de los hijos u otros familiares 0 o 2 6. Aumento de la frecuencia y de la gravedad de los incidentes violentos 0 o 3 7. Amenazas graves o de muerte 0 o 3 8. Amenazas con objetos peligrosos o con armas de cualquier tipo 0 o 3 9. Intención clara de causar lesiones graves o muy graves 0 o 3 10. Agresiones sexuales en la relación de pareja 0 o 2 IV. Perfil del agresor Valoración 11. Celos muy intensos o conductas controladoras sobre la pareja en los 6 últimos meses 0 o 3 12. Historial de conductas violentas con una pareja anterior 0 o 2 13. Historial de conductas violentas con otras personas (amigos, compañeros de trabajo, etcétera) 0 o 3 14. Consumo abusivo de alcohol y/o drogas 0 o 3 15. Antecedentes de enfermedad mental con abandono de tratamientos psiquiátricos o psicológicos 0 o 1 16. Conductas frecuentes de crueldad, de desprecio a la víctima y de falta de arrepentimiento 0 o 3 17. Justificación de las conductas violentas por su propio estado (alcohol, drogas, estrés) o por la provocación de la víctima 0 o 3 V. Vulnerabilidad de la víctima Valoración 18. Percepción de la víctima de peligro de muerte en el último mes 0 o 3 19. Intentos de retirar denuncias previas o de echarse atrás en la decisión de abandonar o denunciar al agresor 0 o 3 20. Vulnerabilidad de la víctima por razón de enfermedad, soledad o dependencia 0 o 2 14 VALORACIÓN DEL RIESGO DE VIOLENCIA GRAVE Bajo (0-9) Moderado (10-23) 15 Alto (24-48)