El cristiano y la política Ante todo debemos ponernos de acuerdo en
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El cristiano y la política Ante todo debemos ponernos de acuerdo en
El cristiano y la política Ante todo debemos ponernos de acuerdo en cuanto a lo que entendemos por apolítica. Dos de las acepciones que de este término ofrece el Diccionario de la Real Academia Española de la lengua vienen al caso. “1. Arte, doctrina y opinión referente al gobierno de los Estados. 2. Actividad de los que rigen o aspiran regir los asuntos públicos”. La primera de estas dos acepciones nos habla especialmente de lo teórico, y la segunda, de lo práctico, de la política como ejercicio de la autoridad en el Estado, o como la actividad para llegar a dicho ejercicio, o sea lo que en el lenguaje popular se llama “lucha por el poder”. En términos generales se dice también que la política es servicio al Estado. Entonces si todos los servidores públicos están en cierto modo haciendo política, no tenemos que preguntarnos si los cristianos deben participar o no en la política. Muchos de ellos lo han venido haciendo a través de más de cien años de presencia evangélica en Guatemala. Parece que ninguna iglesia evangélica se ha escandalizado porque algunos de sus miembros han sido nombrados para ocupar un puesto público, aun cuando el nombramiento esté relacionado con intereses de orden político. Parece darse por sentado que en todo caso el criterio de selección ha tenido que ver tan solo con la honorabilidad y capacidad del funcionario, y que en su gestión pública éste actuará siempre con estricto apego a la ley, al servicio de los intereses del Estado. Gracias a Dios por los evangélicos que han mantenido incólume su testimonio cristiano en el cumplimiento de sus deberes como servidores públicos. En la Biblia tenemos ejemplos de eminentes siervos de Dios que desempeñan cargos de gran responsabilidad en el gobierno de la nación. De inmediato vienen a nuestra mente de José, hijo de Jacob, Daniel, Zorobabel y Nehemías. En el Nuevo Testamento se menciona un cristiano que era “tesorero de la ciudad” (Rom. 16:23), y podemos deducir que es posible que Cornelio siguiera al mando de su centuria después de haberse convertido a Jesucristo. Lo que muchos evangélicos no han visto con buenos ojos es la política como lucha por alcanzar o mantener el poder público. Tradicionalmente hemos profesado creer en la apoliticidad, aunque se ha demostrado que ésta es un mito, si se tiene en cuanta que el así llamado abstencionismo político es una opción política que ha contribuido a mantener el estado de cosas en el país. Hemos dejado el campo libra para que otros decidan y actúen por nosotros en el gobierno de la nación. Cuando no acudimos a las urnas electorales, o votamos en blanco, o hablamos contra la lucha partidaria, ya estamos haciendo política. Causas de nuestra supuesta apoliticidad Por varias razones la gran mayoría de nosotros los evangélicos en Guatemala hemos sido formados directa o indirectamente para alejarnos de las contiendas políticas. 1. uestra historia. Debemos tener en cuenta las circunstancias en que actuaron los pioneros evangélicos en este país. Ellos eran una minoría extranjera dedicada a esparcir la simiente evangélica en un medio que les era hostil, especialmente por causa de la hegemonía de la Iglesia Católica Romana en Guatemala. Es cierto que impulsado por el liberalismo político el presidente Justo Rufino Barrios auspició el establecimiento de la Iglesia Evangélica en Guatemala; pero la benevolencia del mandatario no significaba necesariamente que los misioneros evangélicos podrían libremente inmiscuirse en los asuntos del Estado, o adoptar un público de actitud crítica ante los desmanes de los funcionarios de turno. Mucho menos podrían aspirar a cargos de índole política. Por otra parte, ellos no habían venido a actuar como políticos sino a ocuparse en la evangelización y en la fundación de iglesias, aparte de toda actividad partidaria en lo político. Los guatemaltecos que fueron las primicias de aquella siembra evangelizadora y se constituyeron en líderes de la naciente iglesia evangélica, siguieron el ejemplo de sus mentores en cuanto a la dicotomía entr5e vida cristiana y la política partidaria. Sin embargo, a la base de la supuesta apoliticidad había también, en la mayoría de los casos, una teología favorable al aislamiento social de los evangélicos. Esto se puede decir también en otras misiones, iglesias, y agencias de servicio que han establecido en Guatemala en el correr de las décadas del siglo veinte. 2. uestro mensaje. En el evangelio que hemos heredado ha habido una tendencia dualista. Con frecuencia hemos hecho una dicotomía que la Biblia no hace entre el alma y el cuerpo. Cuando hablamos de “salvar almas” podemos dar la impresión de que entendemos por “alma” solamente lo espiritual y no la totalidad del ser humano. Nos abrimos así a la crítica de que hemos caído en el dualismo de los griegos que menospreciaban el cuerpo, considerándolo “la cárcel del alma”. Se dice también que estamos predicando el Evangelio a “almas descarnadas” y marginadas de la realidad social. No cabe duda que debemos recuperar en la práctica, para nuestra vida y nuestro servicio cristianos, la teología bíblica tocante al cuerpo humano. Decimos “en la práctica” porque una cosa es la que dicen nuestros manuales de teología y otra muy distinta la que dejamos ver en nuestra enseñanza dentro y fuera de la iglesia. El Antiguo Testamento enseña que el cuero del ser humano es creación de Dios (Gen. 2); establece diferencia entre lo espiritual y lo físico (Ec. 12:7); pero no abre un abismo entre ambos, ni mucho menos, tiene en poco al cuerpo. Por el contrario, la antropología antiguo testamentaria ve al ser humano total y abunda en detalles tocante al profundo interés que el Señor tiene en atender las necesidades materiales de s sus criaturas. En el Nuevo Testamento se nos revela el portento de la encarnación, por medio del cual el que había estado con Dios desde el principio y era Dios llega a ser también hombre verdadero. Su humanidad incluye un cuerpo (Heb. 10:5-7). Se dice que Él “se hizo carne” (Jn. 1:14), que “participó de carne y sangre” (Heb. 2:14), que “fue manifestado en carne” (II Tim. 3:16), ofreció su cuerpo en sacrificio por nosotros (Luc. 22:19-20). La encarnación hizo posible la redención, pero también resultó en la exaltación de lo humano en la persona de Jesús de Nazaret, el hombre por antonomasia, el Hombre ideal, cuyo cuerpo ya resucitado es promesa y garantía de que el cuerpo del cristiano, ahora en estado de humillación será también transformado en gloria (Fil. 3:2021). Pero aún aquí y ahora el cuerpo del cristiano es objeto de gran honra en el plan redentor. Es templo del Espíritu Santo (I Cor. 6:19-20) y pude colocarse en el altar de la dedicación a Dios (Rom. 12:2) para ser instrumento de justicia (Rom. 6). En contraste con los gnósticos que menospreciaban el cuerpo, o de los monásticos que hicieron el voto de castidad y se maltrataban así mismos físicamente, el Nuevo Testamento le da al cuerpo lugar de honor en propósito salvífico de Dios. Pero ¿tiene algo que ver esta enseñanza con nuestro tema del cristiano y la política? La respuesta es afirmativa porque si las Escrituras le atribuyen tanto valor al cuerpo humano debemos interesarnos en todo lo que pueda hacerse por su bienestar. Pero si nuestro interés se limita a la salvación eterna de las almas, entonces veremos con indiferencia las posibilidades de mejorar las condiciones físicas del ser humano. A lo más que ha llegado la mayoría de los evangélicos guatemaltecos es a interesarse en la curación milagrosa de los cuerpos. Pero ¿qué del pan cotidiano? ¿Qué de la necesidad de prevenir la enfermedad? El año pasado la prensa escrita informó que por lo menos el 70% de los niños guatemaltecos sufren algún grado de desnutrición. Gracias a Dios por las iglesias, agencias de servicio y personas evangélicas que están procurando hacer algo para solucionar este problema. Pero la desnutrición es sólo un síntoma de nuestro subdesarrollo económico. Analizar las causas del subdesarrollo y buscar la manera de superarlas nos lleva de manera más directa al terreno político. Se supone que entre otras cosas la política tiende a que el Estado cumpla con su obligación de respetar y hacer respetar sin discriminación alguna los derechos humanos, uno de los cuales es el derecho a la vida y su desarrollo integral. El cristiano y la Iglesia no deben ser indiferentes a todo lo que propugne el libre ejercicio de ese derecho. 2.2 El énfasis individualista de nuestro mensaje ya es proverbial. En más de una ocasión se nos ha señalado que el evangelio que proclamamos viene envuelto en el ropaje de la cultura norteamericana, la cual es fuertemente individualista, y que ese énfasis cultural nos ha marginado de nuestra sociedad y sus problemas. Otros dicen que ha contribuido a ese aislamiento el hecho de que invitamos al individuo a hacer una decisión personal de fe en Jesucristo, sin advertirle de las implicaciones sociales del Evangelio. Es innegable que según el Nuevo Testamento la decisión de fe para la salvación en Cristo es un asunto muy personal, entre el ser humano y su Creador y Salvador. También es cierto que ante los ojos de Dios cada persona es responsable de su pensar, sentir y actuar. San Pablo dice que “cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí” (Rom.14:12). Sin embargo, no nos salvamos en soledad sino en ineludible solidaridad con el pueblo de Dios. Una vez que hemos entrado por la puerta de salvación somos miembros del cuerpo de Cristo, la Iglesia y de la familia del Padre Celestial. Somos por lo tanto hermanos de los hijos de Dios. No siempre somos conscientes de esta relación fraternal, y en cuanto a la sociedad en general olvidamos que en nuestro carácter de miembros de la comunidad del Reino de Dios somos llamados a ser sal de la tierra y luz del mundo (Mt. 5:14-16). Con frecuencia perdemos el sentido de la comunidad. Pasamos por alto que tenemos una sumisión que cumplir hacia adentro (adintra), para edificación de la Iglesia, y hacia fuera (ad extra), para el bien de la comunidad civil. Nuestra vocación celestial es vivir según los valores del Reino en el hogar, en la Iglesia y en la sociedad, y comunicar así estos valores por palabra y obra. Nos conviene recuperar también para nuestra vida y nuestro servicio cristianos la enseñanza bíblica sobre nuestra responsabilidad social. 2.3 Tenemos que reconocer que tradicionalmente nuestro mensaje ha sido, en general, excesivamente pietista en cuanto a la separación entre el cristiano y el mundo. Para muchos evangélicos la política es mundana y por lo tanto contraria a la santidad que debe caracterizar al creyente en Jesucristo. Un resultado de esta actitud ha sido que contamos con muy pocos políticos que tengan un serio compromiso evangélico y una sólida cultura evangélica para actuar inteligente y cristianamente en la arena política. No hemos preparado de manera deliberada y consciente a nuestros políticos evangélicos. Mientras tano, parece que muchos evangélicos no le han quitado todavía el veto a la participación del creyente en la política partidaria. Un cambio en esta actitud requiere que aceptemos la teología del Nuevo Testamento en cuanto a la Iglesia y el mundo. El Señor Jesucristo da una enseñanza magistral al respecto en su oración consignada en el capítulo 17 del Evangelio de San Juan. Con referencia a sus discípulos dice que ellos le fueron dados del mundo por el Padre Celestial, pero que ahora por haber creído la palabra del Hijo de Dios ya no son del mundo, aunque están en el mundo, donde el Hijo los ha enviado. Por consiguiente el Hijo no le pide al Padre que los quite del mundo, sino que los guarde del mal. Ellos deben estar en el mundo sin dejarse contaminar por el mundo. El propósito de su presencia y unidad en el mundo es que éste crea que Jesucristo es el enviado del Padre Celestial. El Hijo pide también por los que creerían como resultado del testimonio de aquellos discípulos que en ese momento estaban cerca de Él. Por supuesto, Él sabía que no todos los que creyeran en su nombre serían misioneros, predicadores, o pastores. Tendrían diferentes vocaciones para el cumplimiento de la misión en el mundo. A través de los siglos, en diferentes partes del orbe, muchos cristianos abiertos a “la lucha por el poder” ha habido también evangélicos que han alcanzado puestos de elección popular y mantenido su testimonio cristiano intachable. 2.4 La mayoría de evangélicos hemos predicado en Guatemala un mensaje bastante futurista. Nos referimos con frecuencia a la problemática social por vía de introducción, o ilustración, en nuestros sermones; pero no estamos considerando seriamente la posibilidad de hacer algo para solucionarla. Parece que nos limitamos a pensar que solamente la segunda venida de Cristo es la respuesta para todos los problemas sociales y que a nosotros nos toca continuar predicando el mensaje de salvación espiritual y eterna. Vamos en “la nave evangelística” bogando hacia la Canaán celestial en el mar proceloso de este mundo. Nuestra tarea consiste en salvar al mayor número posible de náufragos y encaminarlos al cielo. Los demás que se quedan en un mundo que está destinado a la total destrucción. Nada queda por hacer sino rescatar almas para la eternidad. No es extraño que algunos de nuestros críticos hayan dicho que predicamos un mensaje que es pesimista además de excesivamente futurista, aunque nosotros no creemos ser pesimistas sino realistas tocante a la capacidad del hombre para darle una solución global y final al problema del pecado en el mundo. Somos optimistas en cuanto al Señor y su omnipotencia. No podemos negar que a menudo pasamos por alto que el Nuevo Testamento nos enseña que la salvación no es por obra pero sí para buenas obras (Ef. 2:8-10), que la sana doctrina debe ir siempre acompañada de buenas obras (carta a Tito), y que estas buenas obras consisten no tan solo de sólo actos litúrgicos, o hechos caritativos, sino en todo aquello que redunde para el bien común. Dice el apóstol Pablo que no debemos cansarnos de hacer el bien “a todos, y mayormente a lo de la familia de la fe” (Gál. 6:10) En el curso de los siglos el espíritu de estas enseñanzas evangélicas se ha manifestado también en cambios de trascendencia social. Tal fue el caso del parlamentario inglés William Wilberforce (1759-1833), quien guiándose por principios cristianos luchó tenazmente en pro de la abolición de la esclavitud. Diversas leyes a favor del hombre, de la mujer y del niño han sido el resultado directo o indirecto de la influencia cristiana en la sociedad. Aunque el protestantismo tiene sus graves problemas y se halla bajo severos ataques de parte de propios y extraños, queda todavía en pie el hecho de que el espíritu de este movimiento, permeado por principios cristianos, ha sido promotor de la dignidad del ser humano y de sus derechos inalienables. De otra manera el protestantismo no hubiera llamado la atención ni despertado la simpatía de políticos liberales y católicos del siglo pasado en América Latina. Los evangélicos somos un pueblo que vive de la esperanza y espera contra toda desesperanza levantando los ojos al horizonte escatológico, con la plena convicción de que Cristo viene otra vez. Pero la auténtica esperanza cristiana es dinámica, no paralizante de los esfuerzos que se hacen para el bienestar del individuo y la sociedad. Es promotora de esos esfuerzos aquí y ahora. Precisamente porque tenemos esperanza no podemos resignarnos al mal; no caemos postrados en una espera indolente y estéril del futuro glorioso que el Señor nos ha prometido. 3. uestro contexto social Otra causa de nuestra supuesta apoliticidad es el triste cuadro de corrupción que en mucos casos la política partidaria ha ofrecido. De ahí que muchos generalicen diciendo que “la política es sucia” y que nadie puede entrar en ella sin mancharse. Los que así opinan pasan por alto que hay ejemplos de políticos pundonorosos que han logrado mantener limpio su nombre aún en medio del fango. Entre nosotros se citan casos de evangélicos que un día entraron en la lucha por el poder político y llegaron a disfrutarlo, pero se marearon en las alturas perdiendo su identidad cristiana. También en este caso no se menciona que no todos los políticos evangélicos, o evangélicos políticos, han naufragado en cuanto a su fe. Tampoco se dice que hay tentaciones en todo oficio o carrera y que la política no es una excepción a esta regla. Por otra parte es necesario preguntar si los evangélicos que fracasaron en su vida cristiana cuando militaron en la política tenían una sólida formación espiritual antes de entrar en ella, y si tuvieron ayuda pastoral y el respaldo de las oraciones de su iglesia mientras se enfrentaban a la dura realidad de las tensiones, presiones, intrigas y frustraciones de la política partidaria. ¿No es cierto que en el pasado algunos evangélicos salieron a la lucha política sintiéndose criticados y rechazados por sus hermanos en la fe? Esta situación parece ir cambiando en nuestras iglesias, pero suprimir la amenaza de disciplina eclesiástica, o excomunión, para los que luchan en un partido político por le poder no es suficiente. Tenemos que reconocer que precisamente porque hay elementos de corrupción en la política partidaria se necesita allí la presencia de evangélicos que sean “irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha” y “que resplandezcan como luminares en el mundo” (Fil. 2:15) En cuanto a la corrupción lo mismo puede decirse de otras esferas de actividad humana. Por ejemplo, es posible corromperse en los negocios, o en la industria, en el ambiente proletario, o en el trabajo pastoral. Lo sucedido en lo que llaman “iglesia electrónica “es otra palabra de aviso especialmente para los que llevamos los vasos sagrados en la casa del Señor. Otra tentación que puede acosar al político evangélico es querer valerse de su religión, o de su iglesia, en la lucha por el poder. Si tiene madurez espiritual no caerá en esa trampa. Por respeto a sí mismo, a sus hermanos en la fe, y al pueblo en general, evitará todo intento de manipular los sentimientos religiosos a favor de determinada causa política. En la cristiandad latinoamericana ha habido un constantinismo de derecha y existe la amenaza de un constantinismo de izquierda. Esperamos que no surja el peligro de un constantinismo evangélico. En cualquier constantinismo la parte que surge mayor perdida es la Iglesia del Señor Jesús. Al fin y al cabo no ha sido benéfico para el cristianismo el matrimonio entre el trono con el altar. Por lo menos así sentimos los que creemos que la Iglesia no debe estar en esclavitud al Estado, ni el Estado a la Iglesia; aunque creemos también en el señorío de Jesucristo sobre todo lo creado. Otro problema que confronta el político evangélico en nuestro contexto social es el de la violencia, la cual pasa de las palabras a los hechos sangrientos. Esta situación puede impedir que personas honorables, evangélicas o no evangélicas aspiren al ejercicio del poder político a favor de la nación. Muchos parecen temer, con razón, que el hecho de entrar en la lucha partidaria incluya el peligro contante de perder la vida. Ante la triste realidad de nuestro medio los que se deciden a buscar el poder político aunque sea con las mejores intenciones del mundo, lo hacen por su cuenta y riesgo, sabiendo que puede haber tiempos cuando tendrán que andar sobre terreno minado. Hemos mencionado tres de las causas de nuestra supuesta apoliticidad: la primera de ellas tiene que ver con nuestra historia como iglesia evangélica, la segunda, con nuestra teología y praxis evangélicas, y la tercera, con nuestra realidad social. Nos queda ahora decidir algo sobre lo que posiblemente podamos y debamos hacer como evangélicos para cumplir con nuestra responsabilidad social en el área de la política. Sugerencias para nuestro quehacer político 1. En el desarrollo de este trabajo hemos sugerido la necesidad de recuperar los elementos bíblicos que hemos pasado por alto, o soslayado, en nuestra praxis evangélica. Por ejemplo, el concepto bíblico de hombre total, las implicaciones sociales del Evangelio, y la naturaleza de nuestra esperanza, según el testimonio de las Sagradas Escrituras. Teniendo en cuanta que uno de los distintivos fundamentales de la iglesia Evangélica histórica es aceptar sin reservas la autoridad del Señor revelada en el canon judeo-cristiano, debiéramos comenzar con el estudio de la Biblia, bajo el ministerio del Espíritu Santo, en la comunión de los santos, para encontrar en las páginas sagradas los principios que pueden orientarnos en el cumplimiento de nuestra responsabilidad social. 2. Debiéramos todos los evangélicos quitarle el veto a la participación política de aquellos hermanos y hermanas que tienen vocación para esos menesteres. Es más, debiéramos adoptar una actitud positiva hacia ellos, apoyándoles con nuestras oraciones y con la asesoría pastoral que sea posible. Se sobreentiende que el evangélico que entra en la política no debe esperar que toda la iglesia local a que pertenece, ni mucho menos toda la comunidad evangélica del país, le respalde en su opción partidaria. Quiérase o no los evangélicos reflejan también el pluralismo de ideas, convicciones e intereses políticos existentes en la sociedad latinoamericana. Una de las virtudes e la democracia es precisamente la aceptación y promoción de ese pluralismo; y una de las glorias de la Iglesia, el Cuerpo de Cristo, es que se haya derribado por la muerte de Cristo, todo muro de separaciones entre los creyentes en Él. Con base en las Escrituras podemos también decir que Dios no hace acepción de personas por razones de sexo, raza, cultura, grado de educación, posición económica, religión y credo político. A todos les ofrece su amor por igual y a todos les manifiesta su justicia. El es “el Salvador de todos los hombres, mayormente de los que creen” (I Tim. 4:10) “El Señor no quiere que ninguna perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (II Ped. 3:9). 3. La iglesia local debiera asumir su responsabilidad de instruir bíblicamente a los miembros tocantes a sus responsabilidades ciudadanas, incluso a las de carácter político. Agregamos “bíblicamente” porque la iglesia debe subrayar los principios de fe y conducta revelados en La Palabra de Dios, no la ideología de determinado partido político, cualquiera que esta sea. Por supuesto, bien harán los líderes en recomendar a los miembros de la congregación que se informen hasta donde sea posible sobre el panorama político nacional, a fin de que ejerzan inteligentemente sus derechos ciudadanos. Todos los evangélicos debiéramos tener algún conocimiento de la Constitución Política ahora vigente para la República de Guatemala, y estar al tanto de la ideología y programa de trabajo de los partidos que luchan por alcanzar el poder, y de los que se esfuerzan tenazmente por retenerlo. 4. Debiéramos interesarnos en que el hogar y la iglesia local ofrezcan un ambiente propicio para el despertar de nobles vocaciones en la niñez y en la juventud, sin tratar de impedir la vocación política. Martín Lutero enseñó que toda vocación digna puede seguirse para la gloria de Dios. Generalmente nos complace hablar del crecimiento numérico de la comunidad evangélica guatemalteca, y planificamos para que el ritmo de crecimiento se acelere en los años venideros. Pero pocas veces hacemos un alto en el camino para pensar en cuanto más crezcamos más visibles seremos en la nación y mayor será nuestra responsabilidad social. Pero ¿será posible que una comunidad evangélica que representa por lo menos el 25% de la población total del país no ejerza ninguna influencia para que se efectúen cambios sociales que beneficien a las mayorías? Se escucha esta pregunta especialmente entre evangélicos de otras latitudes. Un intento de respuesta nos llevaría a discutir otros temas, como el de la fragmentación del pueblo evangélico, además de lo ya dicho sobre historia, teología y praxis, y la naturaleza de nuestro contexto social. Que nos baste por ahora con reflexionar sobre que a mayor número de evangélicos de Guatemala mayor será el de los que se sentirán atraídos al campo político, con nuestra anuencia o sin ella. El crecimiento del número de estudiantes universitarios y profesionales evangélicos es evidente. Ellos pertenecen a una clase media pensante que en general parece haber estado dedicada a mantener y mejorar sus logros en la sociedad; pero que un día acicateada quizá por la amenaza del empobrecimiento, puede abandonar su pasividad política y a lanzarse a la lucha por el cambio social. Suceda o no esto en la clase media evangélica, queda todavía el hecho de que el número de políticos evangélicos puede crecer en proporción al crecimiento de nuestra comunidad eclesiástica. 5. Debiéramos preguntarnos si estamos en verdad preparando a nivel universitario dirigentes evangélicos para la nación. En la teología social católica se ha dicho que la iglesia tiene que colocar gente en los lugares donde se hacen las decisiones para toda la nación. Nosotros necesitamos un grupo numeroso de hombres y mujeres seriamente comprometidos con el Señor Jesucristo, verdaderamente compenetrados de lo que significa ser evangélico, en el sentido amplio y profundo de este término, y sólidamente educados para la participación política. 6. Todo lo dicho hasta aquí subraya la participación de personas evangélicas en la política partidaria. La iglesia como Iglesia no es llamada a luchar por el poder político. No es una su misión, sin ola de vivir conforme a los valores del Reino de Dios, comunicar esos valores y prefigurar, ser paradigma, del Reino glorioso que está por venir. La opción de la Iglesia como Iglesia es ser la comunidad del Reino de Dios en un mundo donde operan también las fuerzas del anti-Reino, o sea del reino que está sin Dios, en contra de Dios. Si la iglesia es fiel a su Señor podrá actuar como la conciencia de la nación. Tendrá autoridad moral para hablar como Iglesia, porque ante los ojos del pueblo se habrá ganado el derecho a hablar. No será sal que ha perdido su sabor. La misión de la Iglesia es mucho más que lograr “decisiones de fe”. Consiste en hacer discípulos (Mt. 28:18-20). No es fácil la tarea que el Maestro le asignó a los suyos, y en ellos por medio de ellos, en la auténtica tradición cristiana consignada en el Nuevo Testamento, a todos nosotros que vivimos a principios del siglo veintiuno para testimonio fiel del Evangelio a las presentes generaciones; para transformación del individuo y la sociedad. Dr. Emilio Antonio Núñez Guatemala, 25 de octubre de 2004