Lecciones desde Ecatepec y desde el Hospital Infantil
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Lecciones desde Ecatepec y desde el Hospital Infantil
Lecciones desde Ecatepec y desde el Hospital Infantil Óscar Perdiz Figueroa Ecatepec, con sus casi un millón setecientos mil habitantes es el segundo municipio más poblado de México. Este convulso municipio de periferia tiene tasas muy altas de robo de autos, de homicidios, feminicidios, secuestros, violaciones y delitos sexuales, no se queda atrás en robo a transporte público y extorsiones. Pero la mayoría de sus habitantes son gente honesta y trabajadora, verdaderos héroes que tienen viajar horas para trabajar y sacar adelante a su familia. La cantidad de casas grises e inacabadas habla de la esperanza de esta gente generosa. Ecatepec es una síntesis del México urbano con toda su compleja problemática: industria, contaminación, trasporte, agua, hacinamiento. Es un gigantesco botón de muestra del fracaso de las políticas públicas, pero también de las aspiraciones humanas a mejores niveles de vida. La Diócesis de Ecatepec es pequeña en extensión y es urbana en su totalidad. Este es el escenario escogido por el Papa para dar un mensaje a toda la sociedad mexicana. Allí celebró el Santo Padre Francisco la misa ante 300 mil almas, que tuvieron que pagar la obsesiva seguridad con que el Estado Mayor ha manejado las cosas, con innumerables incomodidades, sueño, sed y hambre pero con mucha ilusión de ver y escuchar, con sus familias, a Francisco. Desde allí denunció la acción del padre de la mentira con estos mensajes dirigidos a México entero: Cuántas veces somos ciegos y no reconocemos la dignidad propia y ajena, adueñándonos de bienes que han sido dados para todos y utilizándolos tan sólo para mí o «para los míos», envenenando así el pan que se da a los propios hijos. Cuantas veces actuamos por vanidad que es vaciedad y se manifiesta en la búsqueda de prestigio y cómo nos lleva a descalificar a quien «no son como uno», haciendo leña del árbol caído. Cuántas veces nos ciega el orgullo, ese afán de superioridad de tantas formas, que ve a los demás como inferiores y está satisfecho con la propia mediocridad. Estas tres tentaciones nos encierran en un círculo de destrucción y de pecado. El Papa se pregunta más adelante: “¿Hasta dónde nos hemos habituado a un estilo de vida que piensa que en la riqueza, en la vanidad y en el orgullo está la fuente y la fuerza de la vida?” ¿Hemos realmente optado por Jesús y no por el demonio? Optar por Jesús no es fácil. Requiere sabemos lo que significa ser seducidos por el dinero, la fama y el poder. Para eso es la Cuaresma, para meditar y tomar conciencia de que la vida es lucha que hay que convertirse una vez y otra. El pecado no es un invento religioso es una acción que nos degrada. Jesús realmente sana con una energía renovadora. Es el Dios que tiene un nombre: misericordia. Por la tarde el Papa visitó el Hospital Infantil, allí nos hizo tomar conciencia de que hay muchas personas sufriendo en los hospitales, especialmente niños. Cumplió así una de las obras de misericordia: visitar al enfermo, con alegría, sin falsas compasiones. Hubo muchos gestos conmovedores como la niña con cáncer que le cantó el Avemaría y el niño al que le administró una vacuna contra la polio. Agradeció la “cariñoterapia” con la que los encargados de los hospitales hacen más ligera la carga de la enfermedad, más allá de la sola administración de medicinas. Esa cariñoterapia la ha demostrado Francisco, a las puertas de la Nunciatura, a tantos enfermos. ¿Nos ha dicho cosas nuevas? Más bien nos ha recordado lo que con frecuencia olvidamos, y nos lo recuerda con frescura y brillo en su mirada: para mejorar la sociedad hay que mejorar uno mismo. Para descargar este artículo en Formato PDF, da clic en el siguiente vínculo: Informes: [email protected] @I_JuanPabloII