To my brothers and friends,
Transcripción
To my brothers and friends,
Percepciones a la Parashá por Rav Yaakov Hillel Rosh Yeshivat Ahavat Shalom Parashat Vayikrá Lo bastante humilde para la Torá A un lado “Y Hashem llamó a Moshé y habló con él desde la Tienda de Reunión, diciendo…” (Vayikrá 1:1). El tercer libro de la Torá inicia con la palabra Vayikrá: “Y Hashem llamó…” En los rollos de pergamino de la Torá, la letra Alef, con la cual finaliza la primera palabra de la parashá, es más pequeña que el resto de las letras. Nuestros Sabios analizan las razones de ello, lo cual nos enseña una lección importante (véase Zóhar, volumen I, página 239a y subsiguientes). El Baal haTurim escribe que la pequeña letra Alef es una manifestación de la excepcional humildad de Moshé. Él quería escribir Vayikar (sin la letra Alef final), expresión que implicaría que Hashem le habló de manera incidental, pero Hashem le dijo que escribiera Vayikrá, expresión que implica que Él llamó específicamente a Moshé para que entrase al Tabernáculo recién terminado. La palabra vayikar, usada también para describir la profecía de Bilaam (en Bamidbar 23:4) podría implicar que Hashem habló a Moshé en sueños, pero Hashem le insistió que escribiera la letra alef (comentario de Rashí a Vayikrá 1:1; véase también Vayikrá Rabá 1:13). Moshé no fue como cualquier otro profeta. Nunca hubo ni habrá otro como Moshé Rabenu, de quien la Torá misma testifica que Hashem “le hablo boca a boca, en visión clara y sin enigmas; él contempló la imagen de Hashem” (Bamidbar 12:8). Casi todo el libro de Shemot gira alrededor de Moshé Rabenu: relata las circunstancias alrededor de su nacimiento a Amram y Yojébed, sus primeros años, su matrimonio y su elección en el episodio del arbusto ardiente como el mensajero de Hashem para redimir al Pueblo Judío. Estos eventos prosiguieron con Moshé 1 como líder del pueblo, la entrega de la Torá y la construcción del Tabernáculo que trajo la Presencia Divina al Pueblo de Israel. Tomando en consideración el estatus especial de Moshé como emisario elegido por el Todopoderoso, lo normal hubiese sido que Moshé se viese a sí mismo como el guardián de la Torá y las mitzvot en el mundo, así como el encargado del Tabernáculo y todas las demás actividades sagradas. Pero no sucedió así. En vez de considerarse el propietario del Tabernáculo, Moshé se veía a sí mismo como un invitado más, esperando pacientemente en su puerta ser invitado a entrar. Pese a su rol central en la construcción del Tabernáculo y su relación tan cercana que tenía con el Todopoderoso, ni siquiera entró a su mente que podía entrar sin permiso (véase Midrash Tanjumá y Midrash haGadol). Rav Yaakov Sekali, un discípulo del Rashbá, escribe que Moshé Rabenu, el gran líder de Israel, huía del poder y la autoridad. Cuando Hashem se le reveló a Moshé por primera vez mientras ardía el arbusto y le ordenó confrontar al Faraón y liberar al Pueblo Judío de la esclavitud, Moshé no aceptó ese honor tan prestigioso y dio varias excusas para evadir esa responsabilidad. Entre otras razones, le pidió a Hashem que enviase en su lugar a su hermano mayor Aarón. Hashem demoró siete días persuadiéndolo hasta que finalmente aceptó (véase Rashí a Shemot 4:10, 13). Incluso cuando Moshé accedió a la voluntad Divina y emprendió la misión, regresó silenciosamente a su casa después de cumplir con las instrucciones de Hashem, hasta que Hashem le dijo: “¿Qué estás esperando? ¡Ve al Faraón!” (véase Midrash Tanjumá a Vayikrá 3). Este patrón de conducta siguió hasta el Monte Sinaí. Moshé trató de evadir el liderazgo, pero Hashem le pidió que ascendiera inmediatamente al monte (Shemot 19:3). Después, cuando fue concluida la construcción del Tabernáculo, Moshé se colocó a un lado, como si fuese un judío como cualquier otro. Hashem le dijo: “Todo lo que hice, la construcción del Tabernáculo y sus vasijas, fue para poder hablar contigo y tú, ¿te haces a un lado? Ven, acércate a Mi”, tal como la Torá le dice: “Y Hashem llamó (vayikrá) a Moshé”. Moshé fue excepcionalmente humilde. Así como evadía la autoridad, ésta lo persiguió (véase Vayikrá Rabá 1:5). Fue esta humildad lo que le hizo querer eliminar la alef de Vayikrá. Cuando el Todopoderoso insistió en incluirla, Moshé la empequeñeció, reduciendo así su propia importancia personal (Torat haMinjá, Derush 35). 2 Recepción humilde La excepcional humildad de Moshé lo hizo merecer recibir la Torá de la boca del Todopoderoso y transmitirla a todas las futuras generaciones del Pueblo Judío, como aprendemos de la enseñanza de los Sabios: “Moshé recibió la Torá del Sinaí” (Abot 1:1). El Jidá formula una interesante pregunta acerca del lenguaje que los Sabios eligieron para expresar esa idea. ¿Por qué está escrito que “Moshé recibió la Torá del Sinaí?” El Sinaí fue tan sólo el lugar donde la recibió; Moshé la recibió del Todopoderoso en el Sinaí, no del Sinaí. No obstante, los Sabios sí fueron precisos en su frase, pues debido al Sinaí fue que Moshé recibió la Torá. El Monte Sinaí no es una de las grandes montañas del mundo; es pequeña, casi plana y difícilmente atrae la atención. Y sin embargo, nuestros Sabios nos dicen que fue justamente debido a eso que mereció ser el lugar donde ocurrió la revelación del Todopoderoso al ser humano. Nuestros Sabios enseñan: “El Santo, bendito es, pasó por todas las montañas y colinas e hizo morar Su Presencia en el Monte Sinaí, pero el Monte Sinaí no era alto ni fuerte” (Sotá 5a). Hashem valora la humildad y aborrece el orgullo. El Sinaí era un ejemplo de humildad y la antítesis del orgullo, convirtiéndola en el lugar ideal para la entrega de la Torá. Nuestros Sabios comparan la Torá al agua: el agua no sube, sino fluye hacia abajo. Si nosotros deseamos adquirir Torá, debemos ser sencillos y humildes. Así como el agua busca los niveles de abajo, la Torá busca a los sencillos y humildes. La arrogancia aleja la Torá, pero la humildad la atrae (Taanit 7a). Moshé Rabenu era verdadera y sinceramente humilde y el ejemplo del Sinaí no le pasó inadvertido. Como Moshé correctamente percibió, Hashem escogió creaturas insignificantes como vehículos para la entrega de la Torá, por lo que es entendible que Hashem haya seleccionado a Moshé para recibir la Torá. Moshé era simple y humilde, igual que el lugar era humilde, En este sentido “Moshé recibió la Torá del Sinaí (véase Leb David, capítulo 32). En este sentido, el Sinaí simboliza la humildad que es esencial para la Torá. El Méshej Jojmá (a Shemot 3:11) explica que la Presencia Divina residió en Moshé a un nivel jamás alcanzado por ningún mortal: “Nunca surgió en Israel un profeta como Moshé, a quien Hashem conoció cara a cara” (Debarim 34:10) y fue precisamente por su gran humildad que lo mereció: “Y el hombre Moshé era muy humilde, más que cualquier otro hombre sobre la faz de la Tierra” (Bamidbar 12:3). El nivel de profecía de Moshé fue directamente proporcional a su humildad extraordinaria, de tal modo que el más humilde de los hombres fue el mayor de los profetas. Y aún así siguió siendo humilde (Torat Kohanim 1:12). 3 Moshé hizo grandes milagros y habló con el Todopoderoso “boca a boca”. Seguramente sabía que no había nadie en el mundo que se le comparase. ¿En verdad él se sentía inferior incluso un niño pequeño? La respuesta yace en la enorme comprensión que él tenía del Todopoderoso. Al conocerlo tal como era, también entendió lo inferior e insignificante que es cualquier ser humano, independientemente de su propia grandeza. Hashem hace que Su Presencia more en los humildes (Nedarim 38a), así como la hizo morar en el Sinaí, la más humilde de las montañas. Listo para recibirla Rav Yosef Ergas analiza la grandeza de la humildad y la bajeza del orgullo (Perí Megadim, Ot Alef; véase también Iguéret haRamban) y escribe que la arrogancia es la raíz y la base de todos los defectos, por lo que la humildad, lo contrario de la arrogancia, es la base de todas las virtudes. Nuestros Sabios enseñan que Dérej Éretz, las virtudes humanas, preceden a la Torá (Vayikrá Rabá 9:3). La mejor manera de ser dignos de recibir Torá es mejorando nuestras midot, nuestras cualidades de carácter. El Maharal explica que la razón por la cual se acostumbra estudiar Pirké Abot durante los Shabatot que hay entre Pésaj y Shabuot es porque sus enseñanzas hablan acerca de las midot y el perfeccionamiento del carácter. La mejor preparación para recibir la Torá que año con año se renueva al Pueblo Judío es estudiando Pirké Abot (Dérej Jaim, Capítulo 6). Ya que la Torá es la sabiduría Divina, que es espiritual, abstracta e intangible, no puede residir en alguien cuyo carácter tiene deficiencias. Esta es la razón por la cual nuestros Sabios enseñan que Moshé recibió la Torá “del Sinaí”, pues Moshé tenía la virtud de la humildad del Monte Sinaí, lo que lo hizo merecedor de recibir la Torá de Hashem, dada en el Monte Sinaí. Recepción y transmisión Sin embargo, la frase de los Sabios que describe la transmisión de la Torá de Moshé a las siguientes generaciones suscita otra pregunta. Los Sabios dicen: “Moshé recibió la Torá del Sinaí y la transmitió a Yehoshúa, y Yehoshúa a los Ancianos, y los Ancianos a los Profetas, y los Profetas la transmitieron a los Hombres de la Gran Asamblea”. Respecto de Moshé, la mishná dice: “recibió”. De allí en adelante, el proceso no se describe como una recepción, sino como una transmisión. ¿Acaso Moshé fue el único que recibió la Torá? 4 Aparentemente así fue, pues él fue el único ser humano jamás capaz de recibir toda la Torá. Esta distinción no fue gracias a su gran sabiduría, a su altísimo nivel profético, capacidades políticas o su carisma como el mayor líder del pueblo, sino a una virtud que poseía: “Y el hombre Moshé era muy humilde, más que cualquier otro hombre sobre la faz de la Tierra” (Bamidbar 12:3). La humildad es un requisito esencial para la Torá (Taanit 7a). La Torá es la sabiduría Divina que enseña al ser humano cómo perfeccionarse a sí mismo y, de este modo, perfeccionar el mundo entero. La Torá es tan vasta y profunda que tiene enseñanzas para toda la humanidad en cualquier época, lugar o circunstancias. No obstante, para poder aceptar e internalizar esta gran cantidad de sabiduría, es necesario entender primero que uno está muy lejos de la perfección y que tiene mucho que aprender y mejorar. El individuo orgulloso no puede recibir Torá, pues él cree que no requiere de esa información. Su aceptación será limitada, pues está ciego y no ve lo que él y el mundo necesitan. Moshé logró un nivel de cercanía al Todopoderoso jamás alcanzado por ningún otro ser humano. Con este conocimiento de la grandeza de D-os, fue muy consciente de la insignificancia humana, lo que fomentó su propia humildad. Como el ser humano más humilde de toda la Tierra, se dio cuenta que tanto él como el mundo necesitan perfección, por lo que pudo recibir esa sabiduría, guía e instrucciones de la Torá. Para que la Torá pudiese ser entregada plenamente en el Sinaí, se necesitaba un recipiente que también pudiese aceptarla plenamente. Después de la aceptación inicial de Moshé, ya pudo transmitirla a las generaciones siguientes, aún cuando éstas no pudiesen recibirla tal y como él la recibió. Humilde en su corazón Podemos entender mejor este concepto acerca de la importancia de la humildad al estudiar la Torá con la explicación de Rav Jayim de Volozhin sobre la frase de los Sabios: “¿Quién es sabio? Aquél que aprende de todas las personas” (Rúaj Jaim a Abot 4:1). ¿Cuál es el nexo entre la obtención de la sabiduría y la disposición de aprender de todas las personas? Él responde que la pregunta “¿Quién es sabio?” se refiere a alguien a quien Hashem le concedió sabiduría por mérito de sus propios esfuerzos. Hashem concede sabiduría a los Sabios (Berajot 55a), pero la primera etapa para adquirirla es el temor al Cielo (Iyob 28:28), cualidad que uno mismo debe adquirir y desarrollar (Berajot 33b). El primer nivel del temor al Cielo es una conciencia sincera de nuestra propia insignificancia. Debemos internalizar que cualquier conocimiento de Torá que adquirimos no se debe a nuestra capacidad intelectual, sino a que Hashem nos lo 5 da como regalo. Un regalo puede ser dado a cualquier persona, incluso a alguien que creemos que está en un nivel inferior al nuestro, pero ya que tiene un gran nivel de temor al Cielo, tiene ideas que otros, aparentemente más capaces, no las tienen. Esta actitud de “aprender de cualquier persona” nos hace adquirir conocimiento que nunca podríamos lograr si fuésemos arrogantes. El temor al Cielo es el recipiente de la sabiduría, que comienza con la humildad de poder aprender de cualquiera. Si tememos a Hashem y somos humildes, Él nos concederá mayor sabiduría. El Rúaj Jaim continúa explicando acerca de la esencia de la humildad verdadera, y escribe que la humildad va más allá que tolerar insultos y humillaciones. Significa creer con sinceridad que uno es en verdad nada, incluso comparado con las creaturas más bajas. Si uno ha adquirido algo de sabiduría, debe darse cuenta que, en relación con sus capacidades, ha logrado muy poco. Por otro lado, la persona que él cree que está por debajo de sí mismo quizás sí se esforzó al máximo de sus capacidades, lo cual lo hace más merecedor que alguien que no se esforzó lo suficiente. Encontramos esta actitud en Moshé, cuando se rehusó a aceptar la tarea de liberar al Pueblo Judío, al decir: “Por favor, manda a quienquiera que Tú mandes” (Shemot 4:13). Ramban explica que Moshé se refería a que cualquiera que Hashem elegiría sería más meritorio que él. El rey David también dijo que incluso las simples siervas eran más apreciadas por Hashem de lo que él, el rey de Israel, lo era, por lo que se sentía muy honrado por el honor que le daban (Shemuel II, 6:22). Sin embargo, alguien que secretamente se considera importante, incluso si acepta los insultos para cumplir con el mandamiento de ser humilde, no lo es verdaderamente. Su humildad es externa, no interna. Si él cree que ya hizo lo posible para ser humilde, obviamente no lo es. La persona genuinamente humilde cree que aún sigue siendo orgulloso. Haciendo espacio para la Shejiná Nuestros Sabios enseñan que el orgulloso aleja a la Presencia Divina (Berajot 43b) y que el Santo, bendito es, dice de él: “Yo y él no podemos coexistir en el mismo mundo” (Sotá 5a). ¿Por qué es así? Porque no hay lugar en el mundo que no esté ocupado por el Todopoderoso: “Toda la tierra está llena de Su gloria” (Yeshayahu 6:3). El orgullo dentro de nosotros es un intento por ocupar Su lugar. Mientras más vanidosos somos, menos espacio le dejamos a Él. Mientras más humildes somos, más se puede manifestar la Presencia Divina en la tierra. Es por esta razón que el orgullo humano no es compatible con el honor Divino y debe ser minimizado lo más posible. 6 Rav Jaim Palagi analiza nuestra obligación de adherirnos a los atributos del Todopoderoso y, por el otro lado, de la negatividad de nuestro orgullo (Néfesh haJáim, Maarejet Alef, Ot Alef). La Torá nos ordena unirnos al Todopoderoso (en Debarim 10:12, 11:22, 28:9 y otros versículos más). Nuestros Sabios preguntan: “¿Acaso es posible adherirnos a la Presencia Divina? Está escrito: ‘Pues Hashem tu D-os es un fuego que consume’”. Los Sabios aclaran que la persona se puede adherir al Todopoderoso al emular Sus atributos: Hashem viste al desnudo, visita al enfermo, consuela a los deudos y entierra los muertos y así debemos nosotros también hacerlo (Sotá 14a). Sin embargo, el orgullo es también uno de los atributos Divinos: “Hashem reina, Él está vestido de orgullo” (Tehilim 93:1). Quizás también debemos emular esta característica Divina: así como Él tiene orgullo, así nosotros también debemos tenerlo. Siendo así, ¿por qué el orgullo está estrictamente prohibido? Nuestros Sabios nos dicen que sí existe una dosis permitida de orgullo. Un sabio de Torá debe tener un “octavo de un octavo de orgullo” (Sotá 5a). Este pequeño residuo de respeto de sí mismo, una parte en sesenta y cuatro, es esencial para mantener la dignidad de la Torá que él enseña y representa. El valorar su propio valor como estudiante de la Torá, en el sentido que “su corazón se enorgulleció en los caminos de D-os” (Dibré haYamim II, 17:6) es necesario para cumplir con las mitzvot de Hashem con la cabeza erguida, en vez de arrastrarnos cuando otros se burlan de nosotros al acusarnos de ser “demasiado religiosos” (véase el Ramá a Oraj Jaim 1:1). Aún así, el orgullo Divino es diferente a Sus demás atributos. Cando emulamos el atributo Divino de Jésed (bondad), por ejemplo, contribuimos a que ese atributo sea estimulado en el Cielo, atrayendo así la bondad Divina al mundo. Cuando luchamos para defender el honor de la Torá, fortalecemos el atributo Divino de la Gueburá (poder). Nuestra propia conducta se convierte en un conducto de generosidad Divina. La única excepción a esta regla es el atributo Divino del orgullo. Tal como nuestros Sabios lo enseñan, el orgullo humano y el Divino son contradictorios. Nuestro orgullo no despierta su atributo Divino paralelo, sino que aleja la Shejiná, obstaculizando que more entre nosotros, D-os no lo permita. Admiración artificial El orgullo es tan dañino a la Torá que el Rúaj Jaim señala que uno debe huir del honor, pues éste lleva al orgullo. Una persona que posea algo de arrogancia se vuelve incapaz de adquirir sabiduría. Además, el honor que uno recibe de los demás 7 se vuelve un obstáculo para aprender sabiduría. Por eso los Sabios rezaban: “Que mi alma sea polvo para todos. Abre mi corazón a Tu Torá” (Berajot 17a). Si otros consideran que nuestras almas son efectivamente como polvo, no nos otorgarán honores y al estar libre del honor, nuestros corazones y almas pueden estar más receptivos a la Torá y las mitzvot. Si otros nos honran en contra de nuestra voluntad, no debe afectarnos, sino que debemos recordar que carecemos el mérito de ser honrados así (Rúaj Jaim a Abot 4:1). En nuestra generación estamos inundados de una nueva manera de honrar vacuamente: la publicidad en los medios masivos de comunicación, en la que sus portavoces gozan de gran poder. Pueden a su antojo elevar a alguien hasta los cielos o hacerlo polvo. Desafortunadamente, algunas personas están tan ansiosas de admiración que harán lo posible para atraer el ojo público. Si hacen una mitzvá, lo harán con tanta fanfarria que se aseguran que habrá titulares y fotos, para que nadie se pierda del evento. Esto es muy peligroso: si nos engrandecemos demasiado, corremos el riesgo que el Todopoderoso nos rompa nuestra burbuja. Lo que deberíamos hacer es tomar conciencia de lo dañino que es el honor y escapar de él como se huye del fuego. Estar en guardia Un hermoso ejemplo de alguien que huía del honor que verdaderamente lo merecía fue Rav Tzvi Michel Shapira de Yerushaláyim, quien fue discípulo de Rav Yehoshúa Diskin, el Brisker Rav. Rav Tzvi Michel era un gran sabio y mekubal, y decían de él que aunque valoraba una mitzvá en un millón, una mitzvá hecha en secreto valía cientos de millones. Si alguna vez era descubierto haciendo una mitzvá, se sentía terrible, como si sus esfuerzos fueron en vano. Por muchos años acostumbró dormir hasta un poco antes de la medianoche, salir a hurtadillas para sumergirse dentro una mikvá y estudiar el resto de la noche. Si veía a otras personas en las estrechas calles, se metía en algún pasillo y se ocultaba hasta que esas personas hubieran pasado de largo. Así, inocentemente creía que nadie sabía dónde iba y lo que hacía, aún cuando estaban en la pequeña comunidad del viejo Jerusalén. Sin embargo, a medida que los años pasaban, la vista de Rav Tzvi Michel empeoraba y sus reflejos también se adormecían, por lo que le era muy difícil ver a las personas a tiempo para esconderse. Sus buenos vecinos no querían decepcionarlo, por lo que cuando ellos lo veían a él acercarse, se ocultaban, para hacerle creer que no lo habían descubierto. 8 Como ya indicamos, el orgullo es antitético a la Torá y debe ser evitado a toda costa. La humildad no sólo es una de las cuarenta y ocho maneras de adquirir Torá (Abot 6:6), sino el fundamento, la llave misma para toda la Torá, como aprendemos de Moshé Rabenu. Dos de nuestros grandes Sabios analizan el tema de cómo lidiar con el honor inmerecido. Tanto Rav Eliézer Papo, autor del Péle Yoetz (en su libro Yaalzú Jasidim 15) y Rav Eliahu David Rabinowitz, conocido como el Aderet (en Néfesh David 3) llegan a la misma conclusión respecto de una interesante enseñanza de nuestros Sabios: “Si sabes un solo tratado y te honran como si supieras que sabes dos, debes decirles que sólo sabes uno” (Talmud Yerushalmi, Sheviit 10:3). Ellos dicen que en nuestra época ya no estamos en el nivel de poder obedecer literalmente esta regla. Imaginemos que alguien nos alaba públicamente por nuestro gran conocimiento del Talmud y nosotros interrumpimos protestando: “No, no. No sé tanto como él dice”. Nuestra protesta ocasionará el efecto inverso. En vez de minimizar nuestra imagen, recibiremos mayores alabanzas acerca de nuestra gran humildad y, lo peor de todo, es que nosotros sabíamos que eso iba a suceder. Ellos recomiendan que simplemente esperemos que pase el momento, recordando internamente que en verdad apenas sabemos un solo tratado. Debemos trabajar en nuestra humildad interna en vez de trabajarlo externamente, lo cual frecuentemente es una búsqueda subrepticia de mayor honor. La inclinación al mal es un adversario poderoso y brillante. Conoce nuestras debilidades mejor de lo que nosotros las conocemos y planea sus ataques concienzudamente. Esta es la razón por la cual rezamos “Quita al Satán de delante nuestro y de detrás nuestro”. En ocasiones se nos acercará desde atrás, metafóricamente hablando, adornándonos con los ornamentos de la falsa humildad, cuando en verdad nos arroja un cañonazo de orgullo. En otras ocasiones nos ataca de frente, convenciéndonos que somos tan miserables que no vale la pena esforzarnos en lograr nada de Torá o en el servicio a Hashem. Si efectivamente somos tan insignificantes, nos dice, ¿para qué nos esforzamos? Esta humildad desgarradora parece ser muy piadosa, pero en verdad es su plan para alejarnos del crecimiento espiritual. Citamos anteriormente la enseñanza de Rav Jayim de Volozhin en el sentido de que debemos sentir humildad real en nuestros corazones y debemos considerar a los demás –a todos los demás– como más meritorios que nosotros mismos. No obstante, si ignoramos la importancia de lograr humildad verdadera, dañaremos nuestra capacidad de lograr mayor conocimiento de Torá. Nuestra percepción debe ser que, comparado con lo que podríamos lograr con las capacidades que D-os nos 9 dio, tenemos demasiado poco que mostrar. En vez de considerar nuestras capacidades y logros como si no tuviesen valor, debemos entender que si sólo nos esforzamos al máximo seremos capaces de lograr verdadera grandeza. Este ensayo contiene dibré Torá. Por favor trátelo con el debido respeto. 11