Morawski, Stefan. (1977).
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Morawski, Stefan. (1977).
Morawski, Stefan. (1977). Fundamentos Barcelona: Ediciones península. Pp. 71-83. de estética. Stefan Moraws FUNDAMEN DEESTETICA Stefan Morawski FUNDAMENTOS · DE ESTÉTICA Prólogo de J. F. lvars ediciones península ® La edición original inglesa fue publicada bajo el título de lnquiries into the Fundamentals of A esthetics, por The M. I. T . Pres, de Cambridge (USA). © The Massachusetts Institute of Technology, 1974. Traducción de JosÉ Lms ÁLVAREZ Cubierta de Jordi Fornas. Primera edición: septiembre de 1977. Propiedad de esta edición (incluidos la traducción y el diseño de la cubierta): Edicions 62, sfa., Provenza, 278, Barcelona-8. Impreso en Rigsa, Estruch 5, Barcelona. Dep. legal : B. 38.246- 1977 ISBN: 84-297-1330-1. Sumario Nota a Morawski, de J. F. Ivars Prefacio . Primera parte: l. PROBLEMAS AXIOLÓGICOS BÁSICOS Los criterios de la valoración estética . El lugar de la axiología en la teoría estética . Criterios subjetivistas Criterios objetivistas. Criterios relacionistas Criterios sociológicos Hacia una orientación historicista . El marco conceptual de los criterios estéticos . Los orígenes del valor estético (artístico) . Síntesis: hacia la evaluación del arte de hoy . /l. S 15 ¿Qué es una obra de arte? . 19 19 29 39 46 51 65 71 83 101 107 Novedades recientes . Problemas planteados por la antigua estética . Hacia una definición transhistórica Una estructura de cualidades transmitidas sensorialmente . Una relativa autonomía de la estructura . El artefacto de la habilidad o el virtuosismo . Expresión individual . Algunos problemas en la aplicación de la definición . Adición de 1967 . 108 113 " 116 1/I. Los criterios de la evaluación estética . 145 Los valores constitutivos, fundamento para la clasificación de las obras de arte . Problemas de la cuantificación de Jos valores constitutivos . ¿Existen categorías prioritarias en el valor o en el arte? . Criterios estéticos y residuales añadidos: novedad y origina· lidad 118 125 130 131 135 143 146 151 159 161 Criterios de valor no artísticos, y no residuales, añadidos Síntesis y aplicación 168 173 IV. La objetividad del juicio estético . 177 La valuación y la evaluación, desde Platón a Kant . La respuesta adicional del gusto y el juicio estético . Clases y grados de la objetividad Recapitulación 177 182 190 195 Segunda parte: LOS VALORES ARTÍSTICOS-COGNOSCITIVOS V. La expresión . 203 Características comunes a todas las definiciones de la expresión. La teoría de la «empatía» La expresividad del «material» artístico La expresividad de los modelos estructurados de cualidades La expresión interpretativa . Los expresionistas La expresión de los equivalentes psicosociales Conclusiones . 204 207 209 210 213 215 217 221 VI. 223 Mimesis y realismo. La mimesis como categoría axiológica artístico-cognoscitiva Las variedades de la mimesis La ilusión en el arte . La mimesis y el cine . El valor artístico-cognoscitivo La mimesis y lo fantástico . Ámbito y límites de la mimesis . La mimesis y las señales semánticas de la literatura . La mimesis y la representación de las esencias Resumen parcial . El realismo como modo de la mimesis . Estructuras semánticas superiores . El analogón del realismo Los principios del realismo en el siglo xx . El realismo en otras épocas . Realismo y enajenación . Aclaración final y perspectivas 223 224 226 229 233 235 236 240 243 246 251' 253 258 259 262 264 267 VII. Las vicisitudes del realismo socialista: una pequeñ.a lección de historia que no debiera ignorarse . _. E l arte y la teoría del arte . - ¿Es el realismo socialista una invención diabólica ? Programas deducidos de su obra por los artistas? - Desde Lcnin a Gorki y Zhdanov en 1934 . - La institucionalización de la doctrina Las fuentes de la corrupción El Partido y los artistas . Adición de 1972 . La novela burguesa y la transición . La «élite» y el aspecto negativo de la realidad: Babel y Maiakovsky · Los «no integrados» y las antiutopías: Zamiatín . El realismo socialista en los decenios de 1930 y 1940 . Los ex comunist as y el aspecto negativo de la realidad: Koestler El realismo crítico: Solzhenitsyn Conclusiones y perspectivas Tercera parte: 273 273 277 281 283 288 291 294 296 298 299 301 303 305 309 310 GÉNESIS Y FUNCIONAMIENTO DE LOS VALORES ARTÍSTICOS VIII. El arte y la sociedad . - Los análisis artísticos de orientación sociológica y sus tipos La estética, sensible a una entrada de datos sociológicos -El enfoque marxista integrado IX. Funciánes principales y marginales del arte en un contexto de enajenación 317 319 322 326 331 Funciones marginales Las tres funciones principales Cuestiones de la enajenación y la desenajenación 334 X. 363 • La cita de fuentes en el arte . Hacia una definición de la práctica citatoria . Tipología de las funciones citatorias La cita en el arte y sus modalidades Conclusiones . Adición 343 350 364 366 371 379 382 ~ XI. El arte y la obscenidad . 385 Definiciones provisionales del arte y la obscenidad . El arte erótico y la obscenidad antiartística . Presencia de la sensualidad en el arte . Alienta el erotismo, que algo se desenajena 386 392 404 410 XII. El arte y la censura . 417 tados inciertos; mientras que estos inconvenientes no existen, por ejemplo, con la intuitiva comprensión fenomenológica de la esencia de un objeto, sin ideas preconcebidas. He aquí mi respuesta a la objeción del lector: no ver un objeto en su contexto y en su proceso de desarrollo, donde sus componentes pueden hacerse funcionalmente evidentes, es el método más seguro de captar y comprender el objeto arbitrariamente. Desde luego, no llegaremos lejos utilizando el enfoque genético y la orientc.ción objetiva hacia contextos historicistas, si buscamos determinantes fijos y estables, garantía de una interpretación dogmática de las estructuras actuales. Por el contrario, no debemos perder de vista el continuo toma y daca entre las estructuras y sus contextos. Un determinismo histórico no tiene nada en común con el método de Marx. Resumiendo: l. El examen de cualquier estructura determinada deberá concentrarse en su proceso genético formativo, a fin de revelar su carácter y función. 2. El proceso histórico se estudiará en cuanto afecta al objeto investigado. En su posterior desarrollo se produce la cooperación de los campos interno y externo; su interacción aporta las cualidades fundamentales del X a estudiar. EL MARCO CONCEPTUAL DE LOS CRITERIOS ESTETICOS He perfilado una tipología de las principales soluciones al problema del valor artístico. Será útil hacer un balance de lo averiguado hasta ahora. l. No es ésta la primera tipología formulada, o por lo menos insinuada. Empero, de las que yo conozco, ninguna ha intentado d istinguir las variantes de los principales tipos de criterios de valor. Ahora bien, ¿qué hemos determinado? a) El subjetivismo tiene como mínimo estas variantes: subjetivismo extremado o «nihilista>>; una versión moderada; y un subjetivismo inclinado a reconocer el fundamento universal de la experiencia estética, con lo cual se aproxima a 1m relacionismo de orientación psicológica. · b) El objeÜvismo ontológico tiene por lo menos tres variantes: una versión m etafísica que postula para el valor estético urí orden de existencia especial sep.:ün los casos; un objetivismo deontológico, según el cual son las personas quienes atribuyen valores a los r asgos de los obj etos, rasgos que de uno u otro modo coinciden con afir maciones personales y metafísicas acerca de tales objetos (el síndrom e de sallen, «debe ser asÍ» ); y un objetivismo empírico, que r econoce una sola cualidad permanente en la belleza, o (en el caso pluralista) varias cualidades permanentes. 71 e) Del relacionismo existen dos versiones principales: el relacionismo lógico y esquemático, basado en la idea GJ.bstracta de la «potencialidad»; y el relacionismo empírico (v. gr., el gestaltismo ). d) En el relativismo sociológico distinguimos dos variantes principales: la versión particularista extremada, que sólo reconoce predilecciones o gustos colectivos, diferentes y circunstanciales, aparecidos en diversos lugares y contextos históricos determinados; y una tendencia instrumentalista del relativismo sociológico, con descripción de propiedades más permanentes, tenidas por bellas en determinadas tradiciones y agrupaciones sociales a corto plazo. (Esta última tendencia presta su apoyo al análisis relacionista.) e) El objetivismo sociológico también tiene dos versiones posibles: el objetivismo sociológico panestético; y un objetivismo socio-histórico. El lector acaso se pregunte por qué me molesto en discernir las principales categorías axiológicas. No es pedantería, sino deseo de averiguar por qué persisten las diferencias entre eruditos que, en general, parecen dispuestos a coincidir en fundamentos axiológicos comunes. También puedo aducir otra razón. Hoy tenemos la certeza casi absoluta de que en todas las orientaciones axiológicas hay alguna ambigüedad, desde el Escila del subjetivismo hasta el Caribdia del objetivismo ontológico. 2. Del estudio de la tipología observamos que tan sólo una de las cinco categorías axiológicas principales está desprovista del más mínimo residuo de verificación en la experiencia cotidiana. Se trata del extremo ontológico (y también del <<deontológico» ) del espectro objetivista, según el cual el valor estético es a priori una propiedad absoluta. Incluso esta orientación especulativa tiene derecho a una <<esencia de racionalidad», rescatada de la metafísica por los enfoques etnocéntricos y relacionista. 3. La experiencia, con su acceso empírico a los datos, parece otorgar la máxima credibilidad a dos orientaciones de esta tipología: el psicologismo y el relativismo sociológico. La <<esencia de racionalidad» del psicologismo estriba en que es siempre el individuo el receptor de los valores; sin embargo, convertir esta verdad empírica en alfa y omega de nuestra axiología, equivaldría . a meternos en un callejón sin salida. Otro tanto podría decirse del relativismo sociológico, sólo que con una base más amplia. Con la utilización de datos empíricos se demuestra la mutabilidad histórica de los valores; cuando este empleo de los datos se extiende a los problemas de los objetos estéticos, surge el instrumentalismo, y la posibilidad del relacionismo aparece en el horizonte. 4. De los paradigmas axiológicos aquí identificados, el r elacionismo es el que ofrece un campo m ás amplio para el análisi s sustancial del valor estético (sin tener que sucumbir ante ningún 72 Escila o Caribdis); pero el relacionismo todavía no ha alcanzado el máximo desarrollo de sus fundamentos empíricos. También necesita que se contemple su «esencia de racionalidad», en este caso mediante el análisis de las consideraciones históricas que afectan la relación entre sujeto y objeto. 5. Pensándolo bien, esta tipología nos aconseja orientar nuestra investigación objetiva e históricamente (basándonos en el paradigma relacionista, como ya he observado). Dicho de otro modo, ésta debiera ser nuestra deducción al percatarnos de que las principales concepciones del valor -psicologismo, objetivismo absoluto, sociologismo- optan por el silencio tras declarar algunos hechos muy elementales. Lo que yo propongo debe, por el contrario, servir para profundizar el análisis de la valuación y la evaluación. Un relacionismo inspirado en la objetividad y el historicismo puede elucidar el valor, lo mismo cuando éste sufre mutaciones que cuando sus rasgos se r eproducen en épocas y lugares diversos. 6. ¿De dónde surgió esta tipología? Dos de sus orientaciones principales (podría decirse que sus «piedras angulares») se remontan a los comienzos del pensamiento estético, pues el objetivismo fue la meta de los pitagóricos y el subjetivismo la profesión de fe de los sofistas. El relacionismo apareció con Basilio «el Magno» y los escolásticos, formando un extremo del puente rematado por la obra de santo Tomás de Aquino. El enfoque universalista de la experiencia estética puede detectarse en Flomeno, mucho antes de Hume y Kant. El relativismo psicológico ya está presente en Vitelio, filósofo polaco del siglo XIII, pero también puede atribuirse a las observaciones de Sócrates sobre el valor funcional. El relativismo sociológico se encuentra en las ideas de Giordano Bruno, y especialmente en el arquitecto Claude Perrault. El historicismo, aunque parezca irónico, fue de estas orientaciones la última aparecida en épocas históricas. Sus fundadores serían Vico y Herder." 7. Resultará más fácil elucidar esta tipología si demuestro 50. Véase el estudio de Wla dyslaw TATARKIEWICZ, Objetividad y subjetividad el! la historia d e la estética, «Philosophy and phenomenological Research» (diciembre, 1963). Taarkiewicz prescinde para su explicación del enfoque historicista . Por otra parte , t eniendo en cuenta los argumentos aq uí expuestos, su terminología parece vul nerable. Así , no dis tingue el relativismo del objetivi smo , e ignora los puntos de conver gencia del subjetivismo con el relativismo . También valdrá la pena ailadir a mi s ucinta explicación anterior, que no sólo surgió el r elac ioni smo de un contexto de la estética medieval orientada hacia el objetivismo, sino que también nació de la tende ncia subj e tivista evidente en el siglo xvrn; Hutcheson, Burke y Ka mes , por ejemplo , explicaron la correspondencia de los componentes s ubjetivos y objetivos, a tribuyéndola a la intervención di vina. Una atenta exégesis del •pa t r ón del gusto» de Hume , y de la Kritik de1· U1·tei/s kraft de Ka nt, locali za rá una ramal relacioni sta en las argumentaciones . La tercera fase de este en· foq ue -bajo la forma de in strumentalismo (es decir, la correspondencia de un determ inado con junto de valores, con determinadas opin iones estéticas colectivas , en un contexto Íitnitado preci so)- apareció con el análisis sociológico practi cado desde Mme . de Stael hasta H yppolyte Taine, pa sando por los doctrinaires . 73 de qué manera se interrelacionan sus principales concepciones, en términos de la dinámica y las contradicciones de la actividad valuativa, en particular desde el punto de vista del objeto analizado (véase la figura 1). Como es lógico, opto por el campo vaFigura 1: MODOS PRINCIPALES DE LOS CA MPOS VALUATIVOS ONTOLOGISMO (objeto como tal . ind ependiente del suj eto) PSICOLOGISMO (sujeto ind ivid ual) ¡ -------t "sur~ ;:"::::,:,:b~:~~~" T'o eaAC,ON"MO - - - - - - - - REL AT IVISM O SOCIO LóGICO (sujetos colectivos) RELACION ISMO HISTORICISTA (correlaciones bas adas en datos intermitentes de la evolución cultural) OBJETIVI SM O PANES Tn iCO (acumul ac ión de objetos aprec \adoor colect iva mente) Figura 2 -----------objetos luativo del relacionismo historicista. A tal efecto, confío en que la figura 2 aclarará su enfoque del objeto valuado. Ahora bien, todas estas concepciones principales pretenden constituirse en fundamento de la valuación del arte. Cada una de ellas desea informar nuestros criterios, pero en cambio no se esfuerzan por igual en aportar justificaciones que nos permitan 74 aceptar sus pretensiones. ¿Cómo explican la orientación X o la orientación Y aquellos criterios que definen como artísticamente valioso un objeto determinado? Veamos el caso del subjetivismo, que sobre todo en su versión extremada, se niega a presentar justificaciones. Aunque se explica -diciendo más o menos que el valor estético es «una aprobación que dura un momento determinado>>-, en cambio ignora nuestros deseos de verificación, limitándose a obsequiamos con una afirmación. Parece extraño, pero la axiología objetivista, en su versión metafísica (ontológica), también omite toda referencia a cualquier dato objetivo comprobable. El objetivismo m etafísico sólo ofrece la intuición como prueba de autenticidad: la única razón expuesta es la declaración del valuador, en el sentido de que él disfruta de acceso confidencial o divino a la facuitad de percibir los valores estéticos en su metacontexto. Los obietivistas extremados se muestran dispuestos a dividir al público del arte en dos clases, los ciegos y los favorecidos con la visión; algo parecido a la idea agustiniana de la civitas diaboli y la vicitas Dei. No importa que las posiciones más extremas del subjetivismo y el objetivismo ignoren a quienes piden razones. Tampoco importa que no podamos «refutar>> las metadeclaraciones ofrecidas por sus exponentes. Siempre nos queda el recurso de disputar los criterios insinuados por estas posiciones. ¿A qué llamamos criterios ? ¿Cómo saber cuáles son Jos adecuados? Lo normal es indicar unos patrones, esto es, algún tipo de justificación con la cual confiamos alcanzar la verosimilitud, y no simplemente dar la sensación de que nuestras razones son irrefutables. Si se nos solicitan criterios y nos ceñimos a este patrón de conducta, debiéramos ser capaces (caso óptimo) de indicar propiedades o rasgos (es decir, características) de un objeto en apoyo de nuestra declaración u opinión valuativa. Lo discutible es precisamente si las pruebas que aportemos deberán ser constantes o contextuales (o incluso indiciarias). La misma etimología del vocablo «criterio >> nos aconseja distinguir la verdad de la m entira, el valor del no valor. En esta búsqueda de la certeza, nuestras justificaciones se centrarán de manera primordial en patrones o indicaciones empíricas, como medio de conseguir argumentos . Por lo menos, esta estrategia ha dado buenos resultados en la comprobación de declaraciones cognoscitivas. Ahora bien, ¿nos ayudará a verificar los problemas del valor? Creo que el recurso a los indicios empíricos es menos eficaz para los problemas valuativos, aunque desde luego y en Jo tocante a la epistemología, los resultados no son tan concluyentes como suele creerse. Tal vez conozca el lector la Critériologie générale ou la théorie générale de la certitude, de Désiré Mercier, donde se demuestra la p létora de criterios epistemológicos dispares en que se apoyan Jos filó sofos. Ha~ta el momento no se ha coincidido en unas reglas de la certidumbre, 75 finales y concluyentes, por lo que h ace a los indicios, ni siquiera en el medio de distinguir entre un conocimiento «<;uficiente» y un error manifiesto. ¿Qué aconsejan los dicciona rios filosóficos? P ues, que un criterio supone veracidad. Bien está. Sólo que es aq uí precisamente donde empiezan los problemas filosóficos y las di· versas orientaciones pierden su capacidad de mutua persuasión. Wittgenstein, célebre paladín epistemológico de la filosofía reciente, combatió el error y la inexactitud en el campo de los criterios. ¿Qué pensaba él de estas dificultades? En primer lugar, que si bien debemos buscar las «mejores pruebas posibles», tenemos que conformarnos con lo que haya. Ahora b ien, unos datos simplemente sugerentes o sintomáticos no pueden considerarse indicios, puesto que se carece de base fidedigna para deducir de tales fenómenos de la experiencia una declaración o un indicio acerca de los mismos. En segundo lugar, y esto es lo peor, a Wittgenstein no le parecía que el problema estribase en la selección de indicios verificables, sino más bien en la cuestión de si los criterios pueden expresarse como definiciones, o si convenía poner énfasis en lo relativo al adiestramiento que capacita a la persona para comprender los criterios. Wittgenstein se sentía molesto con muchas variedades del uso criteriológico. Así, le parecía necia la opinión de que una señal transmitida sensorialmente halla su criterio cuando se establece su correlación con la cosa significada. Otra muestra de la angustia reinante es un libro de texto muy popular, Significado y conocimiento: Lecciones sistemáticas de epistemología, edición a cargo de Ernest Nagel y R. B. Brandt (Nueva York, 1965). Los autores incluidos en esta antología sólo están de acuerdo en un tema: la condición, puramente formal, de que debe distinguirse siempre entre el criterio y la operación definitoria. La falta de acuerdo en todas las facetas, salvo en las m ás elementales, es cosa corriente en la epistemología. Los cri· terios invocados para separar la verdad del error son tan numerosos y dispares , que casi llegan al puro ridículo. Por lo tanto, lo más urgente es resolver este problema de los criterios para nuestra investigación. Los criterios valuativos podrían corresponder a: un universo especial de datos no accesibles a todos; la experiencia lógica de · cualquier persona; el rigor lógico de la argumentación; los resultados pragmáticos que ésta puede producir; la intuición, p osiblemente mística; las pautas impartidas por alguna autoridad reconocida ; lo que consideramos y proclamamos como evidente. En nuestro esfuerzo por comparar y seleccionar los criterios con lucidez, m e p arece oportuno considerar una propuesta de C. G. Hempel.5' Sos tiene este autor que los criterios son verdade51. Véase C. G. H EMPCL, Problemas y cambios en el criterio empirista del significado, en NACE!. y BRA NDT, Meaning and Know/edge, pp. 17-27. 76 ramente útiles -esto es, aclaratorios y explicativos-, cuando proporcionan un marco conceptual general en el cual nos es posible exponer de nuevo un determinado explicandum, asi como sistematizar su contenido teóricamente. Si se acepta esta exposición, como' yo lo hago, entonces deberemos declarar que los supuestos rasgos indiciarios -características justificativas, según algunos autores- no demuestran de manera fehaciente el stalus de lo que creemos conocer. Ahora bien, una vez hecha esta suposición, podría lanzarnos a la deriva por el océano de indicios que ahora consideraríamos semiopacos, con el agravante de que no se vis· lumbran balsas salvadoras o estructuras conceptuales fidedignas. Dicho de otro modo, a todos nos interesaría basar nuestras declaraciones acerca de los indicios sobre fundamentos firmes y seguros. ¿Cómo dar con ellos? ¿No estamos atrapados en un círculo vicioso, donde quien más quien menos procura justificar sus declaraciones con llamamientos en pro de indicios sensoriales, percepciones, etcétera, recurriendo a unos criterios en los que no podremos confiar hasta que se demuestre su consistencia? Vamos a suponer que deseamos seriamente un conocimiento sólido, y no tan sólo meras declaraciones protocolarias. En tal caso, nuestro procedimiento epistémico debe sustentarse en premisas ccgnosci· tivas cuyo alcance y carácter ha de ser más amplio que episte· mológico. ¿Qué concepción podrá abarcar esas premisas ·? A mi juicio, sólo una concepción filosófica del hamo sapiens, de la historia y de la naturaleza. Al indicar la necesidad de un fundamento conceptual, me he visto obligado a ser muy breve; pero como ya dije al comienzo del capítulo, es casi imposible perfilar los elementos básicos de mi hiosofía en un libro esencialmente dedicado a cuestiones estéticas. Presentar mi carte du jour filosófica de manera apresurada, como en un restaurante rápido, sería perjudicial para el menú y para la digestión del lector. Empero, confío sinceramente en haber indicado la incertidumbre que rodea al principio de la certidumbre, situación que por desgracia es el sino de la criteriología en nuestros tiempos. En mi campo concreto de la estética, las cosas están todavía peor. Una serie de criterios epistemológi· cos acabará por inducir al valuador a que formule supuestos axiológicos (filosóficos). Seguramente el lector meneará la cabeza y se preguntará cómo es posible entendérselas con los criterios fundamentales del valor estético, cuando la misma epistemología está tan repleta d e problemas criteriológicos. Una solución podría ser aclarar la tipología de las principales soluciones de la valuación estética, como hice yo, y acto seguido olvidarse de los problemas sin tratar de determinar los criterios axiológicos funda· mentales, mediante un debate que posiblemente r esultaría inútil. Ahora bien, este obstáculo de tener que abrirse paso entre los criterios complementarios y conflictivos de la tipología, no me parece que pueda durar mucho. 77 Esta dificultad no es excepcional en su persistencia; ciertamente, en todas partes los hechos y los valores dan la sensación de hallarse en tensión perenne. La intersubjetividad de los criterios valuativos, por lo tanto, debe entenderse a la luz de la intersubjetividad de las inves tigaciones científicas, prestando la debida consideración a las familias de valores y sus posibles jerarquías. No siempre es posible zafarse del dilema axiológico, hasta el punto de que a menudo se convierte en el «eslabón perdido>> de una argumentación interesante. Por ejemplo, en La ciencia y la teoría del valor (1967), Peter Caws observa el problema de los hechos que no se ajustan a los valores, y de los valor<!s que rebasan los límites de cualquier conjunto de hechos; pero no resuelve la cuestión. O consideremos ¿Qué es el valor? (1971 ), de Risier i Frondizi: el autor se lamenta de la distancia que puede haber entre los valores y la terra firme de los hechos; aprecia toda una gama, desde los valores socialmente variables, dependientes del sujeto -clase atribuida por él a los fenómenos gastronómicos, políticos y jurídicos-, hasta tma versión universalmente humana de la moralidad; por lo cual se comprende su perplejidad ante la función de los valores, pues no se percata de la necesidad ele una axiología conceptual básica. La axiología aplicada ele un campo como la estética, puede determinarse sin necesidad de tomar ese tipo de decisiones fundamentales. Partiendo de un análisis tipológico de los criterios aplicados existentes, tenemos como mínimo una idea compacta y amplia sobre los recursos de la criteriología estética; pero un teórico que comience disponiendo solamente de sus percepciones y formulaciones, trabajaría con un modelo de posibilidades valuativas muy pobre. Empero, ya que hemos empezado, no podemos eludir la insistencia de Frank Sibley, en su ensayo mencionado más arriba (Los conceptos estéticos), según el cual resultará imposible formular criterios estéticos definidos y constantes -condicionados y regidos por reglas-, que permitan enfocar el estudio de cualquier conjunto de propiedades. Expongamos de nuevo el argumento de Sibley. Vamos a suponer que intentamos tener en cuenta todas las p r opiedades, diversas y distintas, de la totalidad de objetos considerados como arte; basándonos en esta acumulacióh, ¿podríamos definir los criterios del valor estético (artístico)? Es evidente que el enfoque enumerativo de Sibley, con sus supuestos instrumentalistas, no nos conduciría a ningún patrón definido o constante. Ahora bien, a mi juicio Sibley expresa mal el problema. Me parece que los datos empíricos son los únicos indicios pertinentes cuando nos interesa conocer dos cosas: a) el medio (el material) de un objeto de arte; b) la habilidad técnica del artista (cómo cincela, cómo modela la tonalidad, cómo aplica la pintura, cómo controla sus movimientos, etc.). No es que estos aspectos carezcon de importancia para el proceso creativo o para la conse- 78 cuc1on del objeto de arte; ni los separa una muralla china de los aspectos valiosos de los objetos de arte en cuestión. Sin embamo insisto en que tanto la cuestión del medio como Ja de la técnfc~ (únicas esclarecidas estrictamente por los hechos empíricos), se refieren a los valores preartísticos (o paraartísticos). Cuando intentamos valuar arte, nos interesan más las totalidades que los elementos componentes de éstas; y aunque una sola cualidad constituyera el todo del valor (reconozco que no es imposible), tampoco podría verificarse éste basándonos en los rasgos captados perceptivamente, pues entonces nos habríamos metido en el círculo vicioso en el cual se considera Yalor artístico a una sola cualidad (la X) y los indicios confirmatOrios (el criterio del valor) no son sino precisamente esta cualidad sometida a investigación. Citando un modelo atípico y de un solo elemento, ¿pensará el lector que he hecho trampa al tratar el problema de los indicios empíricos en tanto que único criterio posible? Veamos un caso más complicado y representativo: un todo compuesto por elementos A, B, e, etc. Aquí no podemos limitarnos a reducir el todo a una suma de los elementos A, B, :e, etc., captados perceptivamente, pero sí que percibimos un modelo de la totalidad, y sería lícito preguntarse por qué no buscar los indicios exiológicos confirmatorios en esta configuración de A, B, e, etc. Es decir, nada debería impedirnos una comprobación de los criterios artísticos, mediante referencia a los elementos dé! consonancia, variación temática y dominio del motivo, presentes en un modelo determinado; o tal vez, si se presentara el caso, por referencia a los elementos de disonancia, repetición monótona o riqueza calidoscópica. De todas maneras, no proced~mos así porque entonces habríarr,os regresado al círculo vicioso. Como quiera que son precisamente los elementos de la composición los que se declaran como valor, no podemos utilizarlos en función de criterios axiológicos. Es algo parecido a aquel personaje de Moliere, que decía que la droga droga. En otras palabras (y volviendo a Sibley): ¿No sería mejor buscar las r egularidades axiológicas, origen de los criterios y también de nuestra oriEntación axiológica-estética, en vez de fijarnos únicamente en las pr9piedades, que vienen regidas o condicionadas por las regularidades? Adem á s -dando por supuesto que mi tipología tiene relación con la pregunta-, las regularidades («reglas») no son infinitas; ciertamente, las «reglas» pueden agruparse dentro de algunos procedimientos fundamentales. Añadiré que mi propuesta es aplicable a cualquiera de las cinco orientaciones principales del valor -al psicologismo tanto como al objetivismo ontológico, relacionismo, relativismo sociológico o historicismo-, porque cada uno de estos puntos de vista distingue entre los elatos considerados y los criterios, y porque cada paradigma axiológico opera mediante la 79 subordinación de las razones citadas específicamente a los principios axiológico-estéticos por él aplicados. Así, pues, todo juicio de valor o declaración queda condicionado por una tesis axiológica que se apoya en un marco filos ófico de declaraciones o juicios. He aquí los contextos en que operan los criterios fundamentales de la valuación estética: l. 2. 3. 4. tencia Características de la experiencia estética. Características del objeto estético. Aspectos interrelacionales del sujeto y el objeto estéticos. Características del escenario socio-estético, cuya intermise haya observado históricamente. No cabe duda de que esta perspectiva difiere de la basada en pruebas de valor empíricas del objeto valuado, a la manera tautológica, manera que, como observamos en Sibley, elude las necesarias explicaciones axiológicas. Al proponer esta tabla criteriológica, he dejado aparte las características efectivas, empíricas, observadas (o insinuadas) de los objetos a valuar estéticamente. La especificación de estas características compete a la criteriología aplicada (previa la lógica utilización de los datos para establecer ·~l marco axiológico y filosófico fundamental). En este sentido, «cometemos un error>> consciente al persistir en el comentario de cojetos y experiencias, como si fueran evidente o fundamentalmente «estét icos ». Ningún conjunto de cualidades tiene a priori semejante exis tencia absoluta. Para atribuir tales características es necesario poseer antes una orientación axiológica como la que aquí perfilamos. La búsqueda valuativa de <<reglas» exige y precisa la explícita existencia de esta clase de criterios; en tanto que los criterios formulados confieren claridad y un procedimiento definido al empeño del valuador. Por diferenciados y variados que sean, los valores estéticos y las cualidades valuativas deben considerarse como condicionados por el criterio; detrás de los criterios estéticos, como es natural, se encuentran las orientaciones axiológicofilosóficas fundamentales. Por lo tanto, cuando Sibley habla de concepciones reglamentadas (término con el cual se refiere a cualidades valuativas como la armonía, la disonancia, el encanto, la melancolía, la figuración o la determinación, descritas por el valuador en la obra de arte considerada), la mejor interpretación que podemos hacer de ellas es viéndolas como razones específicas ofrecidas para justificar y particularizar una orientación axiológica ya adoptada, bien deliberadamente o sin saberlo. Estas razones pueden ser a veces algo fortuitas, aunque casi siempre particularizan y muestran una u otra orientación fundamental. Naturalmente, aquí los criterios básicos quedan más o menos ocultos por los subcriterios (las cualidades valuativas específicas que se citan), pero sin embargo 80 pueden y deben describirse el contexto axiológico y las variables condicionantes, tanto las individua les como las socio-históricas. Es casi habitual entre críticos de un campo artístico concreto, utilizar los subcri terios más a m ano, en vez de aplicar los cr iterios para cualquier valor estético. Por o tr a parte, con mucha fr ecuencia se toman por f undamentos estéticos los que en realidad sólo son subcriterios de ese campo concreto. También pueden perderse de vista Jos criterios básicos cuando se acepta la función de un objeto de arte (su recepción, en lamayoría de casos) en tanto que (sub) criterio acaparador del interés del observador en cuestión. A menudo se aplican subcriterios funcionales de carácter político, moral o religioso, que pueden y suelen admitirse como sustitutos en la valuación estética (para una ampliación de estos temas, véase el capítulo 111, <<Los criterios de la evaluación estética>>). Agregaré que es imposible hacer frente a estos criterios sustitutivos, si nos limitamos a oponerlos a otros subcriterios (estéticos) . Lo que se necesita es una aclaración bá sica de la cuestión valuativa, mediante una confrontación con principios fundamentales. Y puesto que los criterios básicos quedan ocultos tras los subcriterios, deben revelarse mediante un análisis. En nuestro intento de exponer las propiedades (reglamentadas) necesarias y suficientes, capaces de justificarnos cuando calificamos de obra de arte el objeto X y de experiencia estética el estado anímico de Y, nos acercamos cada vez m ás a criterios fundamentales, hasta llegar finalmente a una posición axiológica-estética irreducible y orientada por premisas filosóficas definidas, implícitas o manifiestas. La tipologfa de tales posiciones resulta de utilidad , pues nos capacita para elegir entre las cinco orientaciones principales, conociendo la experiencia anterior y las alternativas ofrecidas por los estéticos (con lo cual, así lo espero, habremos eliminado confusiones y peligros innecesarios). Partiendo de esta base, a mi juicio la orientación historicista proporciona la solución axiológico-estética más sólida, y por ende el mejor meaio de verificar Jos valores estéticos. Antes he tratado de demostrar la superioridad de esta orientación; ahora quisiera pasar a describir y articular sus premisas. Comencem os por recordar brevemente una observación m ás ·acerca de Wittgens tein, al afirmar la utilidad de su distinción ent re la motivación y el nexo causal. ¿En qué estriba su utilidad? Cuando reacciono ante un objeto de arte, mi respuesta está claramente motivada por él, pero la causalidad de la respuesta no queda n ecesariamente comprendida en mi manera de reaccionar. Aunque pueda razonar la respuesta, la explicación debiera considerarse como algo aparte. Puedo aportar indicios confir matorios con respecto a ciertas propiedades - de mi estado anímico, de un objeto, o de ambos- , sin por ello referirme a causas o efectos. Ahora bien, el problema de la causalidad debiera encararse directamen- 81 HCS 141. 6 te cuando nos remontamos en nuestros análisis hasta los criterios estéticos básicos. Por ejemplo, si un subjetivista nos dice que para él X es valioso, y como razón nos da la que le gusta, debiéramos estar en condiciones de seguir presionándole. 1:'or ej emplo, desearemos que añada que no ve causas dignas de mendón, Y que sólo está dispuesto a admitir como moüvación la preferen· cia (el agraCio) por ese valor. Del mismo modo, también desearemos que el relacionista intente explicarnos por que se produce una correlación entre el objeto y el sujeto (según el relacionista, este campo motivacional es de decisiva importancia para su or ientación); y al r elativista sociológico le preguntaremos el porqué de sus razones justificativas. A este respecto, C. G. Hempel ha dado a conocer r ecientemente un aleccionador análisis demostrando la posibilidad de pasar desde la comprensión (empatía) hasta la explicación de las propensiones de un individuo determinado." Por cuanto hace a mi argumentación, es precisamente la orientación historicista la que parece capaz de explicar con máxima amplitud sus razones específicas discernidas (motivaciones ). Es decir, el historicista puede facili tar, de todas las disponibles, las más sólidas razones de sus razones; expondré u na posición relacionista, ampliada y modificada por la comprensión histórica, dando así una explicación causal pratunaizaaa m erced a la investigación de la génesis del valor artístico y de la experiencia estética. (Para la aplicación básica de la explicación relacionista e historicista del valor estético, véase el capítulo II, «¿Qué es una obra de arte?»; en la sección siguiente consideraré los problemas y usos de las investigaciones genéticas.) Brevemente, la posición relacional-historicista estudia el conocimiento acumulado sobre las transacciones estéticas etnocéntricas (y también transculturales), desde sus orígenes hasta el presente, a fin de localizar en estos procesos el fundamento b ásico de la valuación estética. Permítaseme insistir en que la clase de historicismo que aquí presento no debe confundirse con el Historismus (de Meinecke y otros) popularizado tras la Primera Guerra Mundial, que lleva a un puro relativismo; ni tampoco con un tratamiento cuasiteológico (teleológico) del proceso histórico, que reviste la historia de soluciones perennes (esto es, le da un status axiológico inmutable). Yo sostengo la necesidad de buscar paradigmas estéticos temporales y también invariantes, recordando siempre que no puede calificarse de válida ninguna invariante, si para ello hemos de rebasar los datos históricos disponibles. Casi me parece innecesario añadir que el relacional-historicista no aplicará la totalidad de la explicación causal a la valuación específica de un X determinado. Ni tampoco se me ocurrirá esperar semejante tinglado teórico en un aficionado nor52. Véase C. G. HE AIPEL, Formen u11d Grenzen des wissenschaftlichen Vorstehens, «Conceptus., voL 6, núms. 1-3 (lnsbruck, 1972), pp. 5-18. 82 mal y corriente, ni en un crítico periodista. Ahora bien, quien desee poder explicar sus juicios, deberá cuidar de que las razones i~mediatas dadas para describir un objeto de arte, se consideren conscientemente como criterios encaminados hacia una opción axiológico-filosófica básica, opción que a su vez supone la u tilización de un procedimiento metodológico. No todas las orientaciones axiológicas principales nos estimulan a investigar las causas so bre las cuales se asientan los valores que motivan a las personas (valores que, por otra parte, se sitúan finalmente en la ·storia social yjo en la naturaleza); per o en mi opinión esto es precisamente lo que hacen los puntos de vista axiológicos m á s reeladores." LOS ORJGENES DEL VALOR ESTE.TICO (ARTJ STICO) Del anterior esbozo de un marco teórico para la actividad valuativa, se deduce la precisión de investigar los orígenes del va· lor estético (más exactamente, artístico), con ánimo de comprobar si los mejores estu diosos sobre la cuestión respaldan y amplían el enfoque historicista de la valuación. Sin embargo, es éste un tema complejo, por lo cual las páginas que siguen serán, como mucho, una introducción sugerente. Entre los comentarios marxistas más recientes sobre el tema de la génesis del valor a r tístico figuran los de Ernst Fischer y, especialmen te, los de Gyi..irgy Luckács." Quisiera distinguir sus enfoques del que yo aplico aquí. Fischer, aunque vale la pena leer sus comentarios al respecto, sin embargo no considera que el problema de la aparición del arte estribe en lo relativo a su diferenciación de ciertas condiciones previas (entre ellas el trabajo, el ritmo, la magia y los símbolos sexuales). Da como fecha de su aparición la época en que se introdujo la división del trabajo, pero no se ocupa de su p r oceso de formación. Es decir, se abstiene de localizar, entre las condiciones previas, aquellas cualidades protoartísticas embrionarias que acabar ían por transformarse en los rasgos principales del nuevo producto de la consciencia social que es el arte: Además, Fischer tampoco ofrece m1a definición provisional del arte en S '-l segundo capítulo, donde haría mucha falta para impulsar la discusión. Esta postura debe achacar se a u na indecisión metodológica, ante el dilema de tener que optar entre la dedicación absoluta al contexto externo del arte, o la búsqueda de un enfoque 53 . Quisiera expresar mi agradecimiento al profesor C. G. Hcmpel por su lectura crítica de es ta sección , y por animarse a persistir en mi postura. 54. E. F ISCI-I ER , T ite Nece.ssity of Art (Nueva York, 1964; trad. cast.: Penínsu la Barcelona). cap s. 2 y 4; G. LUKÁCS, Die E igenart d es Aaesch ctischen ( Ne u wi ~ d , 1963; trad . castellana: E stética, Grij a lbo, Barcelon a). 83