Número 3 - Club Leteo
Transcripción
Número 3 - Club Leteo
The Children’s Book of American Birds Más de cinco años acercando la ornitología al público infantil The Children’s Book of American Birds Número 3 - Diciembre de 2006 Equipo editor: Nacho Abad, Javier Arce, José Manuel Donís, Yago Ferreiro, Sandra Muñiz Justel, Miguel Paz Cabanas, Sergio Santa Cruz Santamarta, Rafael Saravia González y Alberto R. Torices. Portada, diseño interior y texto página 5: Javier Arce Coordinación y maqueta: Alberto R. Torices Edita: Club Cultural Leteo Gumersindo Azcárate, 11 - 2º · 24008 · León [email protected] www.clubleteo.com Depósito Legal: LE-1731/2005 ISSN: 1886-2586 Impreso en Gráficas Alse, León [email protected] Gracias: Pablo Andrés Escapa · David Campos · Louis Ferdinand Céline · Mar Martín · José Antonio Rojo · Uma Thurman · Juan Carlos de la Vega · Vinalia Trippers Este número ha contado con la ayuda del Ayuntamiento de León y de la Junta de Castilla y León Si caminas durante dos días en dirección a la puesta de sol, encontrarás un río de aguas tranquilas donde nadan peces de colores. Si sigues el curso de ese río, dejando atrás las montañas azules, al poco tiempo hallarás un bosquecillo de abetos que se extiende sobre una verde colina. Casi en el centro del bosquecillo se encuentra oculta una solitaria cabaña. En el interior de la cabaña, en la planta baja, frente a la chimenea, reposa una gran alfombra. Allí están bordadas, con hilos de diferentes colores, las siguientes palabras: "Si caminas durante dos días..." El Hombre Que Comía Diccionarios “Réquiem” (detalle), escultura en mármol de Amancio González 6 · González Del arte y del hombre Kepa Murua DEL INTERÉS DEL ARTE POR EL ARTISTA El miedo del artista ante la muerte no es una novedad en el mundo del arte. Al arte no le interesa el artista. El artista no le supone nada al arte, ni es medio ni fin, ni es cómplice ni es secreto. Donde el arte descubre al hombre, el artista huye despavorido. Donde el arte llama al público, el artista se siente traicionado en su posición privilegiada y aislada ante el mundo. El artista ha perdido su identidad en el mundo del arte. El arte lo corrompe todo, lo traga todo, lo mueve todo, lo deja exhausto, lo exprime y luego lo abandona frente a la insignificancia de un trabajo como otro cual- quiera. La paradoja de ser alguien en el mundo del arte nombra al objeto. El arte llama al artista para que camufle su mediocridad en un viaje inacabable que nombra luego al hombre que mira el objeto reproducido como se pesa una mercancía en el umbral de una vida. ¿Qué es arte y qué necesidad tiene el artista para firmar con su nombre la miseria del hombre? El miedo del artista ante la muerte es el miedo del hombre ante lo que no entiende como artista. El miedo ante el arte por lo que no entiende como hombre. Al arte no le interesa el hombre. Al artista le exige su muerte. Kepa Murua Ammodramus savannarum Murua · 7 DEL INTERÉS DEL ARTE POR LA IDIOTEZ El arte muestra con sus obras el estado de ánimo del hombre. Un arte serio no está reñido con un arte idiota. Artistas profundos en sus convicciones adoptan posturas relajadas en algún momento de su creación. ¿Es arte lo que acontece en el interior como una metáfora de esas puertas que impiden ver los objetos dentro? ¿Es el humor una decoración arriesgada de un conocimiento serio? Toda construcción definida adquiere relevancia en numerosos lenguajes dependiendo del estado de ánimo de su creador. La ironía, la paradoja, la caricatura son elementos del arte y la comunicación, pero ¿quién es más idiota, el artista o el espectador que contempla maravillado ese doble juego? La intención del artista que juega con las apariencias y las necesidades del que escucha es una perspectiva arriesgada para el arte que lo engulle todo. El espectador, inasequible al desaliento, es capaz de quedar en evidencia en el escenario con tal de que continúe la fiesta. ¿Quién se hace, el artista o el arte? El arte como el espectador que necesita reír, es capaz de comprenderlo todo, mientras que el artista sólo puede transmitir emociones que provienen del hombre. La idiotez finalmente se apropia de su decoración porque también la exageración sin fundamento necesita tener algo propio. Una vez que se empieza es difícil saber cómo acaba todo. Del libro inédito DEL INTERÉS DEL ARTE POR OTRAS COSAS. 8 · Murua EL SONIDO DE LOS PASOS Habrá una lámpara sobre la mesa para el hombre que camina hacia la casa en una hora a oscuras. En el centro de la sala una lámpara para el hombre que se cansa de abrir sus sentimientos. Una lámpara para escribir un nombre que se sabe de memoria. Con el sonido perdido de tus pasos en la escalera una lámpara rota si desapareces. Murua · 9 10 · González COMO UN HOMBRE Los restos del naufragio sobre la mesa. Como el cielo se abre se cierra el infierno. Como el corazón intranquilo y la costumbre del pasado. Como la madera en el tejado. Como sentarte a mi lado sin que lo note. Como comer sin manos. Perdido como un hombre esquivo. Del libro inédito NO ES NADA. Kepa Murua (Zarautz, 1962). Autor de los poemarios CAVANDO LA TIERRA CON TUS SUEÑOS (2000) y CARDIOLEMAS (2002), entre otros, y de libros de ensayo como LA POESÍA Y TÚ (2003) y LA POESÍA SI ES QUE EXISTE (2005). Dirige la editorial Bassarai y la revista virtual “Luke” (espacioluke.com). Amancio González (Villahibiera de Rueda -León-, 1965). Autor de la pieza en bronce que constituye el Premio Leteo. “Réquiem” es su última obra pública y puede verse en Gümüslük (Turquía). 11 Concierto para arpón Nacho Abad ¿Qué ha pasado? No entiendo nada. ¿Se ha caído o se ha tirado? No lo sé. Nacho Abad Campephilus imperialis 12 · Abad El cielo tiene una nave de papel charol acostumbrada al negro del océano y al pulso de las tormentas. Cayó como una gota de lluvia. No con un plof, sino con un plas-plás. Pero no llovía. Ni siquiera había nubes. Igual que aquel día en que salí a dar un paseo, fumar un cigarro, tomar el aire, despejar la cabeza. Tampoco había nadie por la calle. Era domingo, o lunes, no lo recuerdo. Llegué al parque. En el césped, clavado como una premonición, había un arpón. Estaba lejos, pero me atrajo enseguida, me embrujó con la quimérica tentación de un descubrimiento y fui a por él, conteniendo un caudal de preguntas al Este de mi ima- ginación. ¿Un arpón en una ciudad donde no hay mar, ni ballenas blancas, ni arrecifes de coral, ni playas, ni náufragos? Me acerqué lentamente, con el sigilo de un cazador que teme ahuyentar a su presa y mide el crujir de la hojarasca, el peso de sus pasos, el silbido de su respiración. Ya casi lo había alcanzado, casi lo tocaba con la punta de los dedos cuando, ¡zas!, tropecé súbitamente con algo. No vi nada en un primer momento. Me sentí confuso y lancé una mirada al suelo, hasta que me topé de bruces con unos ojos que nadaban en el desconcierto. ¿No me vas a ayudar? Me he hecho daño. Creo que tienes la cabeza más dura con la que me he tropezado. Era como un dibujo animado. Se había caído de culo tras la colisión y estaba sentada en el suelo. Se frotaba con la mano izquierda un chichón incipiente que le latía en la cima de la cabeza. Por su puesto, le tendí la mano. (Lo mismo no ocurrió así, lo mismo esto nunca sucedió como pasa con todo lo que se cuenta.) Luego fuimos a tomar un café y yo bebí dos cervezas de más y a ella le brillaban los ojos. Mientras me hablaba de su novio, sólo pensaba en follármela, en que amaneciera con el estigma de la violación en la espalda: deseaba desobedecerla y que me desobedeciera en un ataque de celo, como una puta de lujo pero con pasión. V. ¿V? Por Dios, qué nombre. ¿No te podías haber liado con un P, un C o algo más normal? No estamos liados. Es mi novio. Imaginé que me desabrochaba la camisa y yo le arrancaba las bragas, y ella tiraba el colgante que su novio le había regalado por el retrete, y durante hora y media, de dentro a fuera. Delirios de mi imaginación. ¿Y luego qué? Luego te leería un cuento, que es mejor que fumar. Yo prefiero un cigarro. La verdad es que no está mal, lo malo es que mata. Sí, mata el olorcillo a bestias. Pero debiera volver a empezar. Antes de todo esto hay un principio, que, como siempre, viene después. La historia comienza cuando un día, movido quizá por los celos, quizá por la curiosidad, decido preguntar por un tal V. Se entenderá que al tratarse de una ciudad pequeña, como es ésta, y de un nombre tan poco habitual, como se ha referido, no fue difícil dar con algo, una pista, el hilo de Ariadna que guía por el laberinto. Pero no hay laberinto, ni hilo, ni nada. Sólo un bar, un lugar frío y feo que parece estar al otro lado del espejo. Allí encuentro a V sentado, bebiendo, mirando de reojo a las rompecorazones quinceañeras que dedican mucho tiempo a escoger poca ropa. Me acerqué a él, qué locura, quién me lo iba a decir, y je-je, ji-ji, ja-ja, entre trago y trago, hasta las tres de la mañana. Abad · 13 De allí nos fuimos a otro sitio. Tocados por la mentira cómplice de la borrachera, nos abrazamos... Pero no adelantemos acontecimientos. Para que la historia se dibuje en el papel, cada elemento tiene que ocupar su lugar, y ahora hay que seguir avanzando, esto es, volver atrás. 14 · Abad Es una habitación de hotel. No se trata de nada lujoso, pero al ser nuevo, da aspecto de limpio. La colcha de la cama, por ejemplo, no está pasada de moda. Las cortinas, echadas de par en par, no son excesivamente horteras. El sitio es modesto y acogedor. No hay nadie alrededor, ni camareros despeinados, ni parejas entrometidas, ni vendedoras orientales de rosas. Estamos solos por primera vez, y se hace sentir en el silencio el zumbido de un moscardón. Noto que ella se fija en los detalles que hay en el cuarto de baño, en la pastilla de jabón, en el peine, en el frasquito de colonia. Los mira durante un instante y luego se aleja, movida por un impulso. Me parece que ha decidido no tocarlos para darme buena imagen. Eso me exci- ta. Se me pone dura al ver que está un poco tensa. La abrazo y noto su temblor de gorrioncito dormido en las manos. Nos desnudamos. Los temas que suenan en el hilo musical son patéticos, como el resto de la escena. Sin embargo, nos ayudan a entrar en calor. Bebemos, entre besos, un par de copas de vino. Y todo empieza a funcionar. Parece que las cosas encajan perfectamente. Métemela hasta adentro. Hasta el corazón. No. Hasta el corazón no, que no es tuyo. Ella guarda, bajo la llave del silencio, el baúl de sus sentimientos. Tal vez por eso se entrega a los placeres sin rubor alguno. Nos besamos, nos mordemos, me masturba y la masturbo, con ritmo de soul al principio, pa-pa-pa-pa-patá. Luego un poco de jazz, patá-patá-patápa-tapatá. Después me la chupa y se lo chupo. Nada más lamer su coño, noto que no tiene sabor. La excitación se disuelve tenuemente. Soy consciente en ese momento de cada uno de mis designios a través de un miedo que se presenta sin excusa alguna. Me baja la erec- “Le sale de dentro”, dibujo de Mikaela Secada Secada · 15 16 · Abad ción. Pero alzo la vista y veo sus pechos de Venus, sus pezones de fresas agraces y cómo se muerde el labio, y otra vez arriba la polla. Me araña ligeramente la espalda. No creo que sea para tanto. Si he de ser sincero, me cuesta mucho adaptarme a una vagina desconocida. Pero ella quiere complacerme. Intenta que yo me sienta seguro a toda costa. Seguimos en el acto. Ahora el ritmo es más marcado. Popón-popón-popón. Llevo la cadera adelante y atrás con movimientos bruscos. Noto que el orgasmo empieza a segregar sus sustancias ácidas en todas las esquinas de mi cuerpo. Sudamos, nos reímos, chillamos, nos corremos, nos abrazamos. Es tarde. Tengo que irme. ¿No puedes quedarte un poco más? Si quieres podemos dormir juntos, la habitación está pagada... No. Me esperan. Mierda, no tenía que haber dicho eso. Qué importancia tenía que la habitación estuviera pagada. Tenía que haberla tratado con cariño, tenía que haber puesto mi mueca de seductor, mi carita de niño tonto, mi puchero. Aunque no vale de nada arrepentirse. Ya no hay remedio. Me quedo solo, me siento ridículo, me hago un paja. Mastico el cordón de mi bota izquierda, lamo un poco las sábanas. Y me pierdo en pensamientos que me golpean con fuerza, me niegan, me destruyen. ¿Por dónde íbamos? Ah, sí. Estábamos en que nos abrazamos. V y yo, quiero decir. Beodos como los mendigos que duermen en los parques. Me produjo cierta ternura cuando me habló de ella por primera vez. Por lo visto, cada uno creíamos quererla más que el otro. Él ignoraba el amor que la profesaba, y yo, por mi parte, tenía la impresión de que los sentimientos de V no estaban demasiado evolucionados: debían de asemejarse a los de un perro que espera en el umbral a que llegue su amo. Conmovedor. Por eso me producía cierta ternura, por la impresión de estar ante un ser primitivo. En mi corazón hacían su marcha militar las cosquillas de un apego sincero. Pero como un asesino que se enamora de su víctima, tenía un plan y lo iba a llevar a cabo. No me podía dejar impresionar por la magia del momento. Así que le invité a un par de rayas. A todas las tormentas del mundo las anuncia una nave de papel charol acostumbrada al pulso del cielo y al negro de los océanos. Sin embargo, el día que ella se precipitó al vacío desde la ventana de mi apartamento, no llovía. Cuando llegó, tenía la cara descompuesta. Se deshizo en lágrimas con la velocidad de un hielo que se derrite en una mano. Intenté tranquilizarla. Descorché una botella de vino, puse música suave, bajé la luz, y si hubiera sido un prestidigitador, si hubiera podido meterme la mano en el pecho y sacar la paloma blanca del consuelo, lo habría hecho sin dudarlo. A ella le crecía el llanto más y más, hasta hacerse una bestia acuática que le cortaba las palabras en la garganta, con el tajo de un suspiro hondo. La besé y me besó en un instante de tregua. Le acaricié la cara con mis dedos que olían a tabaco. Y de nuevo, dos gotas diáfanas le hincharon los párpados. ¿Qué te pasa? Ella no contestaba. Noté en su mirada un angustia terrible. Una sombra veló sus pupilas, les restó luz, bailó con pasos tétricos por el negro radiante de sus ojos. V y yo seguíamos bebiendo después del abrazo. El polvito blanco que dignifica los baños públicos hacía brillar nuestras palabras. Entonces V me habló de ella de nuevo, y ahora, la conversación me dolía entre el cinturón y el ombligo. Pensé pedirle que se callara, que cerrara la puta boca, pero hubiera sido un grave error: téngase en cuenta que no éramos dos borrachos que la noche había juntado, sino una víctima y un depredador, y se acercaba el momento de ejecutar el plan. El otro día me estaba follando a mi novia y tardé más de una hora y media en correrme. ¡Una hora y media! Imaginar a V tocándola me resultaba nocivo, igual que ver a una niñita con las nalgas tiznadas de hollín, o un pájaro chapoteando en un charco de petróleo, o el fino humo que sale cada cuarenta años de la biblioteca de Alejandría. Abad · 17 Sus jadeos se entremezclaban en mi cavidad craneal con el sonido de una moneda deslizándose por un tubo de cobre, con el estrepitoso graznido de un cuervo atropellado por una bicicleta. ¿Quieres que vayamos de putas? Por fin me atrevía. Creía que era el momento de soltarlo y lo hice con mucha naturalidad. Aquello me estaba llevando más tiempo y esfuerzo del que habría deseado, pero no me quería acobardar. 18 · Abad Ahora la memoria late con el pulso de mi testimonio. Allí tengo grabado con la consistencia de un tatuaje aquel día en que salí a dar un paseo, despejar la cabeza, tomar un poco de aire, y en el parque, clavado en el césped, encontré un arpón. Al ir a verlo de cerca, movido por la curiosidad, me di de bruces con ella. Fue como una visión divina, como pronunciar una palabra cifrada en el lenguaje de los sueños. Tenía la belleza de los objetos extraviados en el fondo de una piscina. Creo que esto hay que celebrarlo. No todos los días puedo presumir de haber encontrado un arpón en un parque. ¿Quién ha dicho que lo encontraste tú y no yo? Así que fuimos a tomar un café y otro, y luego una cerveza y otra más. Y cuando ya estábamos un poco sueltos, cuando nos mirábamos más de la cuenta y hablábamos con demasiada familiaridad, ella me confesó que tenía novio. Pum. Disparo a bocajarro. Seguro que por mucho que os queráis hay algo que no le perdonarías. Por ejemplo que te sea infiel. Qué tontería. Sí que le perdonaría que me fuera infiel. ¿Quién está libre de pecado? Es un ejemplo. Da igual. Lo mismo es otra cosa. Tiene que haber algo. Al fin y al cabo, una relación es un contrato, y explícita o implícitamente tiene cláusulas por las que una de las partes puede rescindirlo. Sí. Ya sé. Nunca le perdonaría que fuera de putas. Así que nos fuimos de putas. Rogaría que no se me juzgara con dureza por esto. Después de todo, lo hice por amor. Fuimos a un club frío y hermoso. Bebimos champán con varias chicas. V encontró una que le gustaba lo suficiente. Antes de irse con ella, me pidió que le invitara a una raya más. En el baño, mientras dibujaba la línea de polvo, me confesó que era la primera vez que venía a un sitio así, a un club. En ese momento me sentí tremendamente aliviado. En los seis meses que duró nuestra relación, ella sólo me hizo un regalo, un libro de poesía. Una noche, después de hacer el amor, leímos el último poema, que terminaba preguntando quién no lleva en la punta de su arpón una ballena blanca. La coincidencia nos sorprendió. Un arpón en el parque, en el verso, una ballena blanca, una pregunta. En ese momento, a los dos nos hubiera gustado creer en una mística que explicara las casualidades, en una presencia numinosa situada más allá del azar que anudara con hilos invisibles cada una de las coincidencias de nuestras vidas. Pero por desgracia, ambos éramos personas de poca fe. Meses después, un amigo común me contó que el día en que se quitó la vida, ella venía del médico. Se quejaba de un dolor extraño en el bajo vientre, de un resquemor metálico en la boca del útero, de un picor caliente que le incendiaba el pis. También de una intensa cefalea, de una presión en el pecho semejante a una gripe, de un cansancio que le espesaba los músculos. El médico, tras interpretar el análisis, le diagnosticó que el VIH había entrado en su organismo. Por el recorrido anaranjado de sus venas, se hacía fuerte a gran velocidad. En esos momentos, mientras ella lloraba y bebía y me besaba, en la sangre que circulaba por su cuello fino, por las minúsculas costuras de sus ojos, en el mapamundi de sus nalgas, el virus se multiplicaba y mutaba sin obedecer a nada, ni a la sístole ni a la diástole, ni a la inspiración ni a la espiración, ni al amor ni al odio: recorría esa delgada línea que no sabe ni del bien ni del mal, que es la biología. La música tenue, a lo lejos, nos amansaba. Ella lloraba y yo no sabía por Abad · 19 qué. No dijo ni una palabra mientras la intentaba consolar, y guardó el mismo silencio cuando la agasajé con mis caricias, cuando la mimé con palmas ardientes debajo de la ropa. Permaneció envuelta en el mismo mutismo en el momento en que la desnudaba, cuando besé con suavidad sus pezones, cuando deslicé mis manos entre sus nalgas, cuando, con una ligera presión, le metí el dedo corazón en el ano. Pero justo antes de penetrarla, dijo: No olvides el condón. El condón. Recordé aquella noche cuando, al salir del club, ebrio y radiante, disfrutando de mi plan maquiavélico y triunfal, escuché cómo V comentaba: 20 Menuda coca. Es la hostia. Casi ni me corro. Mira que puse empeño, hasta rompimos el condón. El cielo tiene una nave de papel charol que trae la lluvia. Y el día que ella se arrojó desde mi ventana no llovía, ni había nubes, ni nada, pero sobre los tejados y las azoteas, al asomarme y comprender lo que había ocurrido, vi la nave, o la intuí, o la imaginé. Esa noche, a escondidas, me quité el condón. Ella estaba borracha y no se dio cuenta. Eyacular fue como si de un collar, rota la tanza, se hubieran desprendido los abalorios sobre su pecho. Nacho Abad (León, 1980). Narrador, poeta y vídeo creador. Autor de los poemarios DE LAS PALABRAS PALOMAS (2001) y COMUNICADO (2006). Su último cortometraje se titula “Tripulantes” y se incluye en la antología de relatos del mismo nombre (Eclipsados, 2006). Mikaela Secada Martínez (Santander, 1977). Formada en Grabado y Técnicas de Estampación, y en Artes aplicadas a la Escultura. Ha trabajado así mismo en forja, cerámica y restauración. Actualmente imparte clases de dibujo y pintura en León. Noticias del infierno Antonio Orihuela El señor presidente que fumó marihuana pero no se tragó el humo. Ven al sabor, disfruta de la libertad sin límites de El secretario de defensa que confiesa gastarse un billón de dólares al año en armas y 50.000 millones en desarrollo esperando que este argumento traiga la paz y la estabilidad al mundo. Antonio Orihuela Camarhynchus psittacula Afortunadamente, hay cosas que nunca fallan, como El Musarraf que era un dictador cargaito de armas de destrucción masiva hasta que los Estados Unidos lo necesitaron para invadir Afganistán y se convirtió, de la noche a la mañana, en un demócrata de toda la vida. Orihuela · 21 La vida es móvil, móvil es La señora ministra de la vivienda que no va a frenar la especulación, la construcción sin límites los precios abusivos y las hipotecas pero que sabe decir keli y chachipiruli. Profesionales que responden, te lo garantiza El ministro de trabajo que nos llama compañeros con los dientes sucios de bolitas de caviar. Te lo has ganado, como La ministra de medio ambiente que habla de desarrollo sostenible mientras se salta el protocolo de Kyoto a la piola y el uso de recursos naturales supera en un 20% la capacidad regenerativa del planeta. Empieza a trabajar en tu futuro, mira a 22 · Orihuela El portavoz del gobierno hablando de pluralidad informativa cuando el 90% de las imágenes que circulan por el mundo son suministradas por la CNN, VISNEWS y WTN. 75.000 canciones para 75.000 estados de ánimo. Es un consejo de El presentador de televisión para el que no es tragedia ni noticia la cotidiana muerte de 15.000 personas por el sida, la tuberculosis o la malaria, y otras 50.000 que se mueren, sencillamente, de hambre. En Mayo, 2x1. El que condena la violencia desde la presidencia de un banco. El futuro elige VISA. Los secretarios generales de los sindicatos mayoritarios conferenciando sobre el Estatut, la tregua de ETA y la receta del pollo al chilindrón en el mitin del primero de mayo. Porque el tiempo nos da la razón. El que se crucifica con cemento y ladrillos y pone él los clavos. ¿Tienes problemas para llegar a fin de mes? Agrupamos todos tus préstamos en uno. Orihuela · 23 El que sale de casa con el intermitente puesto exigiendo como propio el carril de adelantamiento. ¿Te gusta conducir? El que vive dentro de una serie, de un telediario o peor aún pensando que no hay vida más allá de verse retratado y entrevistado diariamente en el periódico de su pueblo pagado por su propio partido. Ha llegado la revolución ¿Te vas a quedar fuera? El que se queja del precio de la consola Nintendo y su móvil de última generación y quiere que le descuenten los tres millones de muertos que han provocado las multinacionales en el Congo compitiendo por la extracción de los componentes minerales con los que se construyen nuestras chucherías. Elígenos y no te preocupes de nada. 24 · Orihuela El que elimina el costo de las interacciones de la vida diaria, el manipulado que objetiviza sus opiniones y las imágenes correspondientes. Acrílico de Elia Torrecilla Patiño Elia · 25 Buscamos personas como tú. El que cede sus órganos en el chat oniric love on line los fines de semana y en el de la Congregación Virtual de la Amistad Galáctica sólo los jueves. Buscamos personas como tú. Lo que se achata, se serializa, se vuelve repetitivo y reiterativo y es vendido cada vez como la última novedad del mercado. Pronto todo el mundo lo tendrá. La locomotora que valía, en 1980, 12.910 sacos de café y que vale hoy 137.400, siendo la locomotora y el saco de café los mismos. ¿Necesitas dinero? Reventamos los precios. Tú eliges. 26 · Orihuela La Organización Mundial de la Salud que se plantea apoyar el derecho de los países pobres al uso de genéricos mientras los Estados Unidos lo bloquea y amenaza con recortar sus aportaciones a esta organización. Donde no llegan las medicinas llega Coca-Cola, bébete la chispa de sus vidas y eructa. Antonio Orihuela (Moguer, 1965). Doctor en Historia. Poeta, ensayista y narrador. Sus últimas publicaciones son LA CIUDAD DE LAS CROQUETAS CONGELADAS (Baile del Sol, 2006) y TÚ QUIÉN ERES TÚ (Ediciones Idea, 2006). Cultiva también la poesía visual y coordina los Encuentros de Poetas “Voces del Extremo”, de la Fundación Juan Ramón Jiménez. Elia Torrecilla Patiño (Vigo, 1984). Estudia Ilustración en la Escuela de Arte de Segovia. Ha obtenido el Primer Premio en el Certamen Nacional de Artes Plásticas de Pola de Laviana. Participó en la exposición colectiva itinerante “José Lapayese Bruna” (Teruel). 27 Un horizonte más Macarena Trigo a F. P. Macarena Trigo Catamenia inornata Anoche mal dormía y te soñaba. Estábamos en casa y no llovía. Yo dejaba los grifos abiertos como venas y el agua te inundaba y tú dormías y no te dabas cuenta de mojado. Y entonces me asustaba y te llamaba pero no respondías esta vez. Encontré tu cabeza entre las aguas. Seguías muy dormido como si... Creo que yo grité que despertaras y entonces sí, lo hiciste. Sacaste la cabeza como un pez volador y me miraste. Entendiste el desastre y lo arreglaste pronto y secaste mi llanto por debajo del agua, pese al susto tan grande de verte así... dormido. * Y si duermo y te sueño como acaso los peces que no descansan nunca, que no recuerdan nada y no saben de trenes o ganas de perderse en el fondo de un cuento que no sea tan propio, entre líneas de Oriente, con letras dibujadas como si fueran cuadros que guardaran secretos de tiempos milenarios donde el amor llegaba como hasta aquí la lluvia, de golpe, sin aviso, enrareciendo todo sólo para aclararlo, para salvar al mundo de tanta geometría, tanto perfil exacto, tanto tictac al fin. 28 · Trigo Y si despierto y pienso en ti por accidente como acaso los gatos que miran distraídos, aunque muy fijamente, a esas almas en pena que sólo ellos aciertan a oler entre las sombras de antiguas medianoches que nunca terminaron y que siguen acá, recordando quién sabe qué besos nunca dados, qué promesa incumplida, qué pena de vivir entre tanta tristeza, viendo pasar las fiestas donde nadie recuerda el color de sus ojos. Y si tú te enfadaras o te asustaras mucho y pensaras que no, que es del todo imposible, del todo innecesario, muy desaconsejable, tenerme así de cerca, a toda hora del día, ignorando delirios que cruzan por mi frente cada vez que apareces como si fueras alguien del todo inolvidable con quien soñar despierta. Y si tú me dijeras que hasta aquí hemos llegado, que nada de esto existe, que no eres el que pinto con mis torpes palabras y que no he retratado ni un pedazo de ti en toda esta montaña de papel deslucido, emborronado ahora con este desatino que trata de enredarte como si fueras pez, acaso azul y frío, ignorando el anzuelo que tan pacientemente... Y si tú me miraras como sueles hacerlo, así, sin darte cuenta, a corazón abierto, encontrando respuestas que acaso sólo tú, y entendieras que estoy estando en todo sólo porque estás cerca, como si mereciera tu presencia en mis días, tus ojos sobre mí, tu voz cansada. Nada sucederá. Por eso escribo. No importa no entender. No importo yo. * Entonces poco más. Un corazón de charcos, con mis dudas, unas manos atentas, un mar vulgar de llanto, una ceguera antigua y este miedo de no poder besar el horizonte y dejar de dormir. Soñar, mejor, soñar, y ser siempre feliz o estar tranquilo con hormigas debajo de los pies y algún torpe reloj que nos atrase las ganas de partirle la boca a tanta gente. Trigo · 29 Ilustración de Dalmiro Zantleifer 30 · Zantleifer Macarena Trigo (Madrid, 1979). Autora de LOS POEMAS PERDIDOS DE ELEONORA QUE MARIANA ENCONTRÓ NO SABE DÓNDE (Amarú, 2006), Premio Internacional de Poesía Iberoamericana Víctor Jara. Dalmiro Zantleifer Ojeda (Buenos Aires). Realizó estudios de Diseño Gráfico y Dibujo Humorístico. Actualmente estudia Ilustración con Daniel Roldán. Su web es www.dalmiro.com. El silencio que pasa Adolfo Alonso Ares I Me gusta ese silencio que conjuga La nada con el signo de mi tierra La eclosión que se nutre a cada paso Navegando sin rumbo. Me detengo En las horas que nombro, en el constante Latir, en el verdugo que me espera Donde la noche rompe su espejismo. Adolfo Alonso Ares Passerina amoena Febril misterio, desdén que me cobija Alud de la agonía y el recuerdo Explicación veraz, mancha que rompe Un sueño en la palabra, piel desnuda. Rival en ese ruido que se vierte donde el hombre no existe. Ares · 31 Dibujo de Adolfo Alonso Ares 32 · Ares RETOMARÉ EL OTOÑO Como renglón que agota tu presente. Raíz que se ha servido de la escarcha Para acotar el cielo. Templo donde la piedra se hace lajas Plegaria que se nutre de emociones Lumbre de las hogueras apagadas Pudor que fue conciencia. Viviré en el jardín, donde la lluvia Es vieja y el tiempo no transcurre. Adolfo Alonso Ares (Astorga, 1956). Autor de los poemarios UN RENGLÓN INFINITO (1998), EL VÉRTIGO SAGRADO (1998), ALACENAS BLANCAS (1999), EL LIQUEN DE LOS ROBLES (2000), DEL ROJO AL NEGRO (2000) y PLEGARIA DEL METAL (XIII Premio Gil de Biedma, 2003). Coordina los encuentros poéticos anuales “Poemas en el claustro”, que se celebran en la Catedral de León. 33 El desahucio Roxana Popelka Roxana Popelka Certhidea olivacea Pasar aquí el resto de tu vida. ¿Piensas pasar aquí el resto de tu vida? 34 · Popelka ¿En este lugar? ¿Con el olor? Es por el olor. ¿Qué es exactamente lo que hace a los hogares de hoy tan diferentes, tan atractivos? A veces el olor llegaba a marearme. Por el olor, era por el olor. Popelka · 35 Las paredes desconchadas y los azulejos grasientamente siniestros. Me oían. Apuesto a que los azulejos escuchaban lo que decía. 36 · Popelka Y las moscas, miles de moscas, moscas posadas sobre las mondas de patatas, jugando con las mondas de patatas, cagando sobre las mondas de patatas. ¿Qué es exactamente lo que hace a los hogares de hoy tan diferentes, tan atractivos? Y un solo aviso para el desahucio. ¿Quieres que te cuente cómo se movían las paredes? Se movían las paredes. Popelka · 37 ¿Cuánto tiempo llevas ahí sentada? ¿Una hora o más? ¿Llevas una hora o más con la mente perdida, flotando? A lo lejos las fábricas, las lúgubres acerías. 38 · Popelka ¿Qué es exactamente lo que hace a los hogares de hoy tan diferentes, tan atractivos? Las cosas no van a ser diferentes el año que viene, tampoco el otro. La memoria cada vez más frágil. El deterioro final. Es la demolición. Es mi casa deshabitada. Popelka · 39 ¿Qué es exactamente lo que hace a los hogares de hoy tan diferentes, tan atractivos? 40 Roxana Popelka (Gijón, 1966). Licenciada en Ciencias Políticas y Sociología, y Doctora en Filosofía. Ha publicado los poemarios CIUDAD DEL NORTE (1989) y SIMPLEMENTE NADA COMÚN (1991). Dirige la revista literaria “Lúnula”, del Ateneo Obrero de Gijón. Es codirectora y guionista de cortometrajes como “La vida en corto” o “El aparcamiento” (premiado en el Festival de Cine de Gijón). Preludio nº2 Jesús Díez Fernández Estaba acostado en la cama, con los ojos abiertos. Sonó el timbre del portal de la calle. No hizo caso, pensó en los carteros comerciales. Giró levemente la cabeza y sintió el roce suave de la almohada en su mejilla. Dejó que se hundiera su rostro y el resto del cuerpo desnudo, en las señales de bruma perfumada que aún tenía la tibieza del recuerdo y que le había dejado entre las sábanas una mujer, antes de irse para siempre. Pensó en el asedio diario de los carteros comerciales y siguió escuchando en su equipo de música a Chik Corea, en el tema The Loop. Volvieron a insistir en la llamada, pulsando el timbre del portero automático. El hombre miró hacia la mesilla de noche. Con los rayos de luz solar, que a esas horas del día entraban a través de las lamas de la persiana no bajada al completo, pudo ver el resto de la bebida alcohólica que aún quedaba diluida con el hielo, en el fondo del vaso. Bebió sin ningún temblor aquel último trago, como un sediento que a través de un espejismo llega a un oasis y no repara en si el agua está turbia. Cerró los ojos y siguió escuchando el siguiente tema del álbum… I hear a Rahpsody. Sólo sintió unos segundos el dolor. Fingió que se levantaba, que salía a la calle, que caminaba sin rumbo, en medio de la gente que iba y venía inundando las aceras de la ciudad. Se paraban frente a los escaparates, sin saber el porqué y para qué. Fingían ser felices mirando a las grandes pantallas de los televisores, que anunciaban más pantallas de otros televisores. Así hasta el infinito. Sus ojos se llenaron de espejos inútiles en los que poder reflejarse. Siguió Jesús Díez Fernández Molothrus badius Díez · 41 Óleo de Rosa Puertas 42 · Puertas caminando. Abatido, dejó caer la cabeza sobre el hombro y el pecho de una mujer, que fingió al cruzarse con él, mirarle intensamente y comprenderle. Estaba acostado en la cama, con los ojos muy abiertos y fijos en el trenzado que había tejido una araña, entre la lámpara que seguía encendida y el techo de la habitación; en los últimos minutos de su vida, mientras él ya via- jaba a través de la noche de verano, que latía en el corazón de un piano… Summer Night. Volvieron a insistir en la llamada los carteros comerciales y también un agente bancario, para ofrecerle un seguro de vida o un plan de pensiones. Él fingió que cerraba los ojos Night And Day para siempre, escuchando el Prelude nº 2 de Scriabin. Mock up. Jesús Díez (Sopeña de Curueño, León). Autor de los poemarios LA NIEVE ¿QUÉ SILENCIO? (Huerga y Fierro, 2005), CLEPSIDRA DE OTOÑO (Ed. Libertarias, 1995) o NOGAL DE PERGAMINO (Andrómeda, 1991), así como de los libros de relatos EQUIPAJE DEL OLVIDO (Huerga y Fierro, 2006) y EL NIÑO DEL TREN HULLERO (Alfasur, 2004), entre otros títulos. Rosa Puertas. Ha expuesto en el Certamen Anual de Artistas en la Estación de Atocha, en el Aeropuerto de Barajas, en el Botánico, Estudios Solana de Madrid, etc. Forma parte del grupo Estudio Arte Cras. Ha ilustrado varios libros de Jesús Díez. 43 Candidata a la presidencia del CCL, reponiéndose The Children’s Book of American Birds el hambre Y después que hubimos gustado los alimentos y la bebida, envié algunos compañeros —dos varones a quienes escogí e hice acompañar por un tercero que fue un heraldo— para que averiguaran cuáles hombres comían el pan en aquella tierra. Fuéronse pronto y juntáronse con los lotófagos, que no tramaron ciertamente la perdición de nuestros amigos; pero les dieron a comer loto, y cuantos probaron este fruto, dulce como la miel, ya no querían llevar noticias ni volverse; antes deseaban permanecer con los lotófagos, comiendo loto, sin acordarse de volver a la patria. · Mas yo los llevé por fuerza a las cóncavas naves y, aunque lloraban, los arrastré e hice atar debajo de los bancos. Y mandé que los restantes fieles compañeros entrasen luego en las veloces embarcaciones: no fuera que alguno comiese loto y no pensara en la vuelta. Hiciéronlo en seguida y, sentándose por orden en los bancos, comenzaron a batir con los remos el espumoso mar. Homero, Odisea, Canto IX El hambre “Ambre”, fotografía de Eva Vaz 48 · Vaz Caín leyendo José Luis Piquero Mon semblable, mon frère Escucha tú, de quien sé bien el nombre pero has de ser un tipo poco recomendable —como todos nosotros—, que devuelve los golpes con precisión de fiera y sabe un par de cosas que todos sospechábamos. Dime que hasta la última palabra todo es verdad, verdad, o dame una señal para olvidarme el libro en el asiento. En esta negra tarde se busca una certeza y cruzo la ciudad como un feto motoro, respirando en el libro. No vayas a decirme que el mundo está ahí afuera. No es más real que este terrible soplo al corazón. José Luis Piquero Arremon abeillei El hambre En mi tarde más negra quiero tocar el cielo. Sentado en lo más hondo del autobús, y el libro entre las uñas, ¡adiós, vertiginosa jornada laboral; adiós, salario; adiós a mi Macintosh, que ronronea y piensa por su cuenta! Leo como leía cuando era adolescente: moriría de versos. Piquero · 49 ¿Nos hemos olvidado de escribir, idiotas instruidos mientras ella se va dando un portazo? Entonces hasta el más sórdido adolescente debería escupirnos su desprecio en la cara. Sea Dios el libro mientras nos susurra su espantosa verdad. Reseña: calla, no vales el talón que te ha pagado. Escucha bien: te doy mi libertad, eres la sombra que vigila la luz de mi ventana. Yo te he dado las llaves y ahora asústame. Eras el preferido de mi Padre, jamás te perdoné, el mejor de nosotros. Tú y yo somos iguales, sólo eso sé decir. El hambre Y que todo el dolor y la alegría y la furia son verdad, son verdad, porque si no soy yo quien está muerto y tú estás muerto y en esta gran mentira de los poemas arderemos todos hasta que cada libro no sea más que ceniza. 50 José Luis Piquero (Mieres, 1967). El conjunto de su poesía, reunida bajo el título AUTOPSIA (2004), le valió el Premio Ojo Crítico de RNE. Escribe crítica de libros y arte, y ha traducido al asturiano obras de Charles Dickens, Herman Melville o Arthur Miller. Eva Vaz (Huelva, 1972). Ha publicado, entre otros, los poemarios LA OTRA MUJER (2003), LEÑA (2004) y METÁSTASIS (2006). Se ha dedicado al campo de la escena, el periodismo y las artes plásticas. Dirige la empresa de gestión cultural Ex-Libris. Su web es www.evavaz.net. La gran dieta Alberto R. Torices Nuestro querido Micael C. Peace ya ha pasado a engrosar (con perdón) la nómina de los inmortales. Requiescat in pace. Escritor desmedido y amigo entrañable, prodigioso ser humano, fue también miembro del oscuro y ya casi olvidado Oblivion’s Club; atlante, titán, portento de la naturaleza, su silueta ensombreció la de todos sus colegas. Hoy, el honor de haberlo conocido y tratado me impone el deber de glosar, con la ignominia de la brevedad, la odisea emprendida por este hombre formidable. Pues bien, hela aquí: Recuerdo bien el día que Micael se presentó en las oficinas de Mnemosyne Publishers Ltd., por aquel entonces situadas en un sótano de All Saints Avenue. Pálido como un cadáver, escuálido y tambaleante como si acabara de escapar de un campo de concentración, portaba bajo el brazo una carpeta sencilla e insuficiente para dar cabida a los papeles que contenía. Tras presentarse, dijo: «Éste es el primer capítulo de una novela un poco larga. Si se deciden a publicarla les haré llegar los ciento ochenta y tres restantes por mensajería. Estoy un poco débil.» Alberto R. Torices Ictinia mississippiensis El hambre Antes de comenzar la redacción de El banquete, la novela por la que será recordado en los tiempos venideros, Micael C. Peace pesaba ciento setenta y dos kilos y era un hombre feliz. Durante los nueve años que tardó en escribirla, perdió ciento veinte kilos, buena parte del cabello y la totalidad de sus relaciones con el mundo. Opera prima y a la vez postrema, hercúlea, insuperable, el manuscrito de El banquete se componía de seis mil trescientos veintinueve folios numerados y homogéneos, escritos por ambas caras con una letra menuda pero legible, y con más agregados que tachaduras. Torices · 51 El hambre 52 · Kovacs disciplina a que se sometió durante la redacción de El banquete, la más grande novela de nuestros días y acaso... en fin. Se levantaba a las seis de la mañana. Sin lavarse ni quitarse el pijama, se sentaba a su mesa y comenzaba a escribir. A las ocho, su mujer, la adorable Rosario O’Babian, entraba sigilosa en el cuarto y dejaba sobre sus papeles una bandeja con café, leche, azúcar, zumo recién exprimido, tostadas y las píldoras para la vesícula. A las diez, la hoy viuda aparecía otra vez en la habitación donde trabajaba el genio, le reprochaba que sólo hubiera tomado el café, suplicaba que hiciera al menos el esfuerzo de tragar las píldoras y salía al fin murmurando: «Qué va a ser de este hombre, Dios mío...» Al mediodía, una nueva bandeja llena de comida aterrizaba sobre la mesa del escritor; a las catorce, era retirada fría e intacta. A las diecisiete y a las veintiuna horas, otro tanto ocurría con la merienda y con la cena. Por lo demás, cada tres horas Micael C. Peace se levantaba para estirar las piernas, vaciar la vejiga y el cenicero, y hacer más café. Y a las veintidós horas, se metía en la El hambre Si he de ser sincero —y pretendo serlo, acaso más de lo que me conviene—, bastó la primera página para convencerme de que aquella carpeta contenía la promesa del que había de ser mi mayor logro como editor. La primera edición de El banquete, que yo dirigí y hoy es fetiche de coleccionistas, constaba de seis volúmenes de unas mil quinientas páginas cada uno, impresos en papel biblia y a cuerpo nueve. Pues bien, por más que cueste creerlo, Micael C. Peace escribió esta inconcebible historia de un solo tirón, como quien dice. A lo largo de las entrevistas que mantuvimos durante el proceso de corrección de pruebas (en cada una de las cuales aparecía ante mí un Micael más recuperado y risueño, saludable y orondo), tuvo la generosidad de contarme el relato de los nueve largos años que le supuso el alumbramiento del prodigio. Así conocí el secreto literario y metabólico del más grande autor de nuestros días, y acaso de todos los tiempos: escribir le adelgazaba, engordaba si no lo hacía. Supe, también, cuál fue la Torices · 53 El hambre 54 · Torices cama y se entregaba a un sueño siempre insuficiente y agitado. Con el tiempo, y tras mucho rogar e insistir, Rosario consiguió que su marido tomase al menos zumos naturales y frutos secos sin sal. Pero no logró, durante los nueve años de su cruzada, que el infatigable autor descansase una sola tarde, ni que al menos los domingos sumara más de ocho horas de reposo. Micael C. Peace, sin embargo, nunca temió por su salud. Antes de abordar El banquete, me dijo, había llenado su cuerpo con reservas grasas suficientes para aquella larga hibernación. Y conforme a este carácter previsor, durante los catorce años que había permanecido como contable en la plantilla de una empresa dedicada a la importación de carnes, había ido ingresando dinero en una cuenta bancaria hasta alcanzar la cifra que le permitiría tan prolongado período de inactividad laboral. Así, cierto día, volvió de la oficina antes de la hora habitual y le dijo a la mujer que, a su modo, tanto amaba: «He dejado el trabajo. Voy a escribir una novela. Me llevará algún tiempo, pero aquí —y mostró la cartilla del banco— encontrarás dinero para ir tirando. Llama antes de entrar en mi cuarto, y sólo si es imprescindible. Gracias, cariño.» Dicho lo cual, besó a una Rosario estupefacta, y se encerró en su despacho. Como cabía esperar, a la sensata, enamorada y temperamental mujer, semejante discurso no le bastó, y Micael C. Peace tuvo que hacer el esfuerzo, paciente, amoroso, de explicárselo un par de veces más, tras lo cual se mostró inflexible, hermético, inexpugnable. No permitió más intrusiones que las preestablecidas, no toleró ruidos domésticos, no habló apenas. Comenzaron tiempos difíciles para el matrimonio, pero nada hay contra lo que no pueda la Costumbre, esa vieja tejedora. Rosario cambió el estridente aspirador por la sigilosa mopa, empezó a escuchar con auriculares su programa de radio favorito y hasta para sonarse la nariz buscaba el rincón más alejado de la habitación donde trabajaba el astro. Es verdad que al principio, cauta y cabal, Rosario había pensado que aquello sólo sería una extravagancia pasaje- masticaba trabajosamente mientras las lágrimas surcaban su rostro, ocho pitillos. A pesar de la repugnancia que, durante su encierro, Micael mostró hacia la comida, aquel delicado equilibrio mercantil logró mantener los mínimos dietéticos imprescindibles para un organismo humano e impidió que el escritor fuese víctima de un enfisema pulmonar. Hubo, claro es, muchos más dilemas, graves disputas familiares y numerosos problemas de todo tipo, dada la testarudez con la que Micael se negó a salir de su guarida e incluso a emitir sonidos. Su limitado interés con respecto al caso que nos ocupa, además de la deuda contraída con el insigne creador, nos impide, no obstante, que hagamos aquí tan enojosa enumeración. Por fortuna, y aunque ya en el límite de la capacidad menguante de su organismo, Micael C. Peace terminó la novela. El día que escribió la palabra “Fin” en el último folio, en una bella mañana de junio, salió de su cuarto silbando y dio la buena nueva a su esposa, que lloró durante mucho rato. Luego se El hambre ra; la crisis de los cuarenta, quizá, o algún sueño de juventud no del todo olvidado. Por eso hizo llamadas y, valiéndose de piadosas mentiras, obtuvo de la John & James Transoceanic Meat Corporation la promesa de que readmitirían en plantilla a su marido una vez se le pasara la tontería. Pasaron, en cambio, los días, las semanas y los meses, y Micael no se atuvo a razones. Al final, vista la inutilidad de sus amonestaciones, de sus reclamos y sus lágrimas, Rosario se limitó a lo único que, aun con esfuerzo, podía hacer: preservar mínimamente la salud de su marido. Y la principal herramienta de que dispuso para ello fue, de manera paradójica, el tabaco. Tras años de abstinencia, el mismo día que comenzó a escribir su novela, Micael volvió a fumar, y como se resistía a salir de casa siquiera para ir al estanco, su mujer le proveía de cigarrillos siguiendo una pauta innegociable: por un desayuno completo, tres cigarrillos; por medio desayuno, sólo uno. Por una ensalada bien surtida, cinco cigarrillos; por una chuleta con guarnición, que Micael Torices · 55 El hambre 56 · Torices duchó, se afeitó y vino a verme. Ese mismo día, también, dejó de fumar y recuperó su fabuloso apetito. Lo celebraron en un restaurante francés, y comenzó para el matrimonio un nuevo período de dicha... que no había de durar demasiado, por desgracia. Micael C. Peace pudo haberse conformado con recuperar el peso previo a El banquete y con la gloria que le proporcionó la publicación de esta ingente novela, grande entre las más grandes. No lo hizo. En realidad, ya nunca dejó de engordar. En menos de un año había ganado los ciento veinte kilos perdidos. Y cuando se cumplió el primer aniversario de su gesta, ya superaba los doscientos. No salía de casa, esta vez no por propia voluntad, sino porque hubiera hecho falta tirar varios tabiques. Micael, sin embargo, era feliz, no se quejaba, no pedía nada... excepto tener siempre a mano un plato de comida. Supe todo esto porque recibí un día la llamada de Rosario. Estaba desesperada, no sabía qué hacer. Llegó a decirme que se volvería loca si Micael no reventaba antes. Había tenido que poner un candado en la despensa, mantenía el frigorífico bajo mínimos para evitar los ataques nocturnos y temía que la economía familiar, pese a los notables dividendos obtenidos por las ventas de El banquete, no pudiera resistir el desaforado apetito de su marido. Hice lo posible por consolarla y prometí que hablaría con Micael. Le llamé, traté de hacer que entrara en razón. Nunca olvidaré sus palabras: «No sé de qué te quejas, Thomas. Sabes mejor que nadie que yo no engordo, yo acumulo ideas. Escucha, creo que en dos años más, si Rosario no me mata de hambre, habré conseguido el peso que necesito para acometer mi nuevo proyecto. Lo titularé La orgía, y puedes creerme: ésta sí que será una gran novela. Calculo que andará por las cincuenta mil páginas, quizá más.» Micael siguió hablando largo rato de la nueva novela que pretendía escribir. Estaba entusiasmado, febril. Yo tardé algunos minutos en articular palabras. Nada deseaba más que leer nuevas páginas del maestro, pero la perspectiva de una edición semejante me resultó terrorífica. una vez que empieza ha de limitar su ingesta al puro numen divino. Cualquier otro alimento estorbará en su intestino sobrecargado. A excepción del café y los cigarrillos, por supuesto.» Y añadía: «No sabes, amigo mío, cuántas veces trabajé inútilmente durante horas, las mismas que tardaba en digerir un simple huevo frito. Pero eso, claro, la pobre Rosario no lo entendía.» La pobre Rosario, como él dijo, me llamó de nuevo pocos días después de mi última conversación telefónica con el escritor. Su voz fue, en esta ocasión, gélida e inapelable. Me dijo: «Micael ha muerto», y añadió el lugar y la hora en que tendría lugar el entierro. No me dio detalles sobre el modo en que ocurrió el deceso, ni yo se los pedí. Para qué. Afirmé que el mundo perdía un gran hombre, y el silencio de Rosario me hizo sentirme idiota, tal vez justamente insultado. No le dije —tuve esa mínima lucidez— que se había perdido también una gran novela, que además hubiera sido la novela más grande jamás escrita. El 6 de abril de 1989, festividad de San Samuel, profeta, Micael C. Peace El hambre Mientras él hablaba, hice el cálculo del número de mecanógrafos, correctores y maquetistas que necesitaría para editar aquella monstruosidad en un plazo razonable. Colgué el aparato recorrido por fuertes temblores. Le llamé más veces. En cada ocasión, Micael comenzaba por ponerme al tanto de los kilos que había ganado. Siempre creía, sin embargo, que sus ideas aún no tenían suficiente “peso”. De nada sirvieron mis consejos, mis llamadas a la prudencia. Micael hablaba siempre con la boca llena y, a la vez que masticaba y deglutía, me aseguraba que esta vez sí, lo presentía, iba a escribir la más grandísima novela de toda la historia de la humanidad, la obra definitiva, insuperable, aplastante. Yo le repetía que aquella obsesión acabaría arruinando su salud, que debía cuidarse, comer menos, empezar a escribir poco a poco y sin hacer locuras. «La obesidad —me dijo una vez— es incompatible con la escritura, pero al mismo tiempo es su condición fundamental. El escritor tiene que aprovisionarse primero del material que se propone evacuar, y Torices · 57 El hambre 58 · Torices fue enterrado en su tierra natal: en una parcela del sector dedicado a Grandes Personalidades del cementerio de Monticello, en el condado de Jefferson, Florida. Durante el sepelio, diez hombres cargaron con un féretro que, por sus dimensiones, parecía más bien una cama de matrimonio. El foso, recién excavado, me hizo pensar en los cimientos de una casa. Al triste evento acudieron autoridades y hombres de letras, lectores devotos, endocrinólogos, célebres maîtres. Lamentablemente, también hicieron acto de presencia los miembros vivos del ya citado Oblivion’s Club, amigos de juventud de Micael C. Peace. Cabe informar a los lectores que lo ignoren, que el Oblivion’s Club fue una especie de capillita literaria integrada por una media docena de escribidores sin talento ni suerte, pseudointelectuales iluminados, hombres de poco edificante carácter, bebedores, prostibularios... Es cierto que podría juzgarse la pertenencia de Micael C. Peace a dicho círculo como un desliz, un tanteo, un insignificante pecado de juventud. Pero tampoco podemos eludir la importancia que semejante experiencia llegaría a tener en su condición de escritor, como sin duda había comprendido la afligida Rosario O’Babian. Ésta, cuando vio aparecer a semejante panda, comenzó a dar gritos, se abrió paso hacia ellos acumulando furia y los abofeteó, escupió e insultó. —¡Vosotros —gritaba—, vosotros aquí! ¡¿Es que no respetáis nada?! No desprovista por completo de razón, la desdichada mujer les hacía responsables del infortunio al que se vio abocado su marido, por haberle contagiado el delirio de la grandeza literaria: —Si no os hubiera conocido nunca, “Mikki” y yo estaríamos ahora paseando por Blossom’s Boulevard. —Pero señora —alegó uno de ellos, el flaco Henry Pathè—, si él ya escribía cuando le conocimos... —¡Cuentos, maldita sea, relatos cortos! Mientras la sujetaban, la viuda, casi delirando, dijo que al principio Micael El hambre Kovacs · 59 solo escribía por placer y en ratos perdidos, y que nunca hasta que empezó El banquete le había negado una tarde de paseo, de compras, de chocolate con churros. Y amenazando con el puño a los del Oblivion’s Club, prudentemente retirados, añadió: —¡Al menos sé que la novela de “Mikki” eclipsará todos vuestros ridículos opúsculos! ¡Vuestras obritas! ¡Vuestras cagaditas de literatos estreñidos! —y Rosario lloraba y reía, se arañaba el rostro y lamentaba su triste suerte. Ciertamente, El banquete eclipsará muchas cosas, y no sólo por el espacio que ocupa. En cuanto a La orgía, no me atrevo a imaginar lo que habría sucedido, Micael, si hubieras logrado tus propósitos. Probablemente, una densa oscuridad se hubiera cernido sobre todo el planeta durante años. Y sin embargo, te imagino y sólo puedo pensar con tristeza en esa obra monumental de la que ahora mismo —paciente, trabajosa, inevitablemente— ya están dando cuenta los gusanos. Sit tibi terra levis. El hambre Relato perteneciente a la serie “Memorias del Oblivion’s Club” 60 Alberto R. Torices (Guernica -Vizcaya-, 1972). Se ha ido a vivir a un pueblo muy pequeño. Lazslo Kovacs (Lensk -Siberia-, ¿1946?). Personaje de tupé ensortijado que camina siempre en diagonal porque necesita pensarse dos veces las cosas. Es omnívoro y zurdo para todo menos para escribir y para los deportes que no practica. Fumador pasivo empedernido, nunca se acuesta sin hacer sus ejercicios de glúteos para mantener el culo inquieto. Alimento para un sueño Rafael Saravia González I Tú que acumulas tanto y tan bueno, nunca tendrás suficiente. Harás de tu primera montaña cordillera, de tu primer logro, un múltiple canal de prosperidad; de tu mayor victoria, tu punto de partida en las sucesivas conquistas. Rafael Saravia González Paromachrus mocino El hambre Pero el hambre siempre será hambre, cielo sin reposo para un sueño que nunca se antoja eterno. Despliega, a través de la renuncia, tus anhelos atrapados en la infancia. En tu intento de gloria, pájaros de colores se aferrarán a tu cebo y el aire te colmará de nuevo. Saravia · 61 El hambre Fotografía de Sandra Muñiz 62 · Muñiz II Rafael Saravia González (Málaga, 1978). Poeta, editor y fotógrafo; fundador y miembro del Club Leteo y Ediciones Leteo. Formó parte de las antologías poéticas Novilunio (1998) y Petit Comité (2003), y en 2001 publicó la plaquette de poesía Pequeñas conversaciones de rojo, títulos todos ellos de Ediciones Leteo. Sandra Muñiz Justel (León, 1983). Licenciada en Publicidad por la Universidad Complutense de Madrid. Ha realizado diversas campañas publicitarias, así como el diseño de varias publicaciones del Club Leteo. El hambre Fuiste tenue, de arroz. Caminabas por medio de un río de migas gustando el zumbido de avispas a un lado, al otro un hilo de hambruna callado. Después te fuiste de amor. Más tarde, si cabe. 63 El hambre Ilustración de Javier Arce 64 · Arce Brion LeBunny Vladimir Laxa A Vito Gallo El ajenjo (jilguero de rubí) adulteraba tanto la percepción del que lo consumía, brillaban tanto sus pupilas que parecían sumideros ebrios sobre las cuencas de los ojos... Adulteraba tanto la percepción —ya digo— que nohabíamanerahumanadiablosdeescribirunalíneasinfaldasdeortografia. Aprendieron los jóvenes maléficos a administrárselo a nuestro Brion Lebunny sin que lo supiese. Cuando lo hacían, veía cosas horribles. Buen ejemplo de ello eran los cráneos de generales franceses con murciélagos bicéfalos enroscados en jazmines por sombrero, o los dientes de gato, distribuidos en platos como comida para aves vigías del parnaso... Además, molestos ancianos vestidos tan sólo con chanclas se amontonaban sobre un televisor de ébano y bebían distraídos zarzaparilla. Cosas terribles, el pobre... Surgían de los haces de luz, divinas orgías de mujeres cuyos pechos estaban cubiertos de muérdago y los clítoris fumeteaban palabrotas tales como hijodegrandísimafulana, intentaban alzar el vuelo dedos que habían afanado diamantes marfileños de los cajones y (en ocasiones) el mismisisisimo Barrabás, enfundado en un traje espacial color miel de la Alcarria, le daba de lo lindo al grog codo con codo con el cónsul irlandés de Valparaíso bajo el volcán. Vladimir Laxa Larus pipixcan El hambre Aprendieron los jóvenes maléficos a cultivar ajenjo (furioso golem de verdes ojos) en la azotea y huía espantado Brion Lebunny cada vez que se convocaba una nueva fiesta en el piso. Laxa · 65 Y se cagaba en diosyensumadre mientras pensaba para él: “Lo han vuelto a hacer”, y es que se veía nuestro heroico protagonista conducido del brazo del opiáceo (kaleidoscopio de caléndula) hasta la nevera en plena madrugada sin saber bien por qué ¡diablos! y sentía tanta hambruna que se proclamaba Oliver Twist por el pasillo mientras gritaba ¡¡¡¡ostiaputaaa!!!! El hambre Aunque volviese saciado a la cama no tardaba en verse fotografiado en cada vidrio, criaturita, con la cara tan desencajada como un peso pesado después de haber perdido el título mundial (no precisamente a los puntos) contra uno de esos negratas del Bronx con nombre de trapero. 66 · Laxa Aunque hubiese devorado delicioso emparedado de atún en escabeche y mayonesa con aceitunas verdes rellenas de anchoas y aceitunas negras con hueso, el ajenjo le hacía cosquillitas en la planta de los pies y se sentaba a la altura de su caja torácica susurrando: “Eres tú, esta bola de cheedar eres tú, chiquitín, este trozo de carne a la brasa que pronto vomitaré, eres tú, pequeñajo, cachorro de marsupial” y negaba tan fuerte con la cabeza que siempre acababa dándose contra alguna pared. Oía carcajadas, nuestro Brion Lebunny, mientras depositaba sin elegancia alguna alimentos en la taza de váter. Risas desbocadas que se abrían camino sobre su nuca, mientras —ya digo— echaba a perder un embutido de primera... Después, otra vez el hambre, atrapado como un pájaro en la barriga de un adolescente somalí, arañaba las entrañas del tierno Brion Lebunny que suplicaba un trozo más de pan, un poco más de comida “por favor” —clamaba— y las risas cesaban ya por un nanosegundo para volver con más alegría a sobrevolar aquel piso de estudiantes... Y Brion Lebunny, que cursaba primero de ciencias exactas en la Autónoma, que calzaba un cuarenta y dos, que se leía el prospecto de los profilác- Brion Lebunny, que hablaba con la boca llena, que se afeitaba con una navaja herrumbrosa, que arrastraba los pies y tarareaba ese estúpidoestúpido tema de Neil Diamond mientras preparaba té, que se rascaba los huevos prácticamente la mayor parte del día y fumaba esa mierda de tabaco de liar llenando la moqueta de hebras, que apestaba a neo burgués y que se comportaba como un bañista vacacional. Brion Lebunny, al que Jules y Jim aburrió mortalmente (sic) dejándola sin rebobinar, que encontraba todo tan barato, todo tan bonito y que / nunca, jamás, nunca / había oído hablar de Viaje al final de la noche, se agarraba las saciadas tripas y gimoteaba. Salió esta mañana cargado con sus cosas, como alma que lleva el diablo, cargado con sus maletas camino de la hermosísima Buffalo que le vio nacer. No hemos tardado mucho en poner un anuncio en la prensa, calculamos que esta misma tarde vendrán los primeros jovenzuelos rosados a visitar nuestra bella habitación en alquiler*. El hambre ticos porque era alérgico a noséqué, cuyo estómago era lo suficientemente duro como para echarle un centenar de polvos a su rolliza y fea novia. *Hemospensadoaumentaren30$elpreciodelosgastosestadulceflor(musgoenlaaxiladeldemiurgo)no sestádejandocasisinBlanca. Vladimir Laxa (Nizhni Nóvgorod, 1956). Cursa actualmente segundo de bachillerato en el Instituto de las Artes “Anna Nietochka Nezvanova”, Moscú. Compagina sus estudios con un trabajo a media jornada en la mayor fábrica exportadora de estramonio de Rusia. Su madre aún espera la conclusión de su primera novela (UN ARTIFICIO EPISTOLAR SOBRE LA GUERRA DEL PELOPONESO). Javier Arce (León, 1981). Programador informático, diseñador y fotógrafo. Responsable de algunos diseños del Club Leteo. Edita el weblog elhombrequecomiadiccionarios.com. 67 La boca del estómago David González que no que ya está bien de tanta coña que ya os vale, joder, que no que no subimos al chabolo para la hora de la siesta, ¿vale? El hambre David González Camarhynchus heliobates Vinieron más boqueras. que no que esto no hay quien lo coma que esto ni es comida ni es nada que no que pasamos de subir al chabolo para la hora de la siesta, ¿vale? Llegó el Jefe de Servicios. 68 · González ¿cómo que qué pasa aquí? ¿a usted qué le parece? se supone que esto son lentejas, ¿no?, pues mire, ¿lo ve?, aquí no hay más que agua, ¿lo ve?, y hasta que no nos traigan una jala como dios manda de aquí no nos movemos no subimos a la celda para la hora de la siesta, ¿queda claro? Tuvieron que avisar al Doble1. y y voy a ir pasando lista de uno en uno al que no deponga su actitud siga negándose a subir a su celda se le castigará con un fin de semana de aislamiento en las celdas de castigo. ¿He hablado con la suficiente claridad? El hambre con tanta claridad que perdimos el culo escaleras arriba a ver cuál de nosotros cogía primero el sueño. Después, por la noche, para cenar, las mismas putas lentejas. 1 El director. González · 69 JUGO DE NARANJA El hambre y Apenas te sostienes de pie. Son cinco días ya sin probar ni bocado. Los dos últimos, además, sin beber nada. Una huelga de hambre en plan salvaje. Piensas constantemente en comida. En la comida de la cárcel. En el agua tibia con cuatro lentejas. En los garibolos, que podrían servir muy bien para jugar a las canicas. En el arroz viscoso: prueba a tirarlo contra la pared verás como se queda allí pegado. En las patatas fritas, frías y revenidas. En los huevos fritos, sin yema, cachos de cáscara rasgando la clara. El Mellado entra en la celda. Lleva una naranja en la mano. La naranja más grande que has visto en tu vida. Se la pasa de una mano a la otra. La lanza al aire, la recoge. Te mira, se cachondea. 70 · González y y y y Se apalanca en la cama, a tu lado, se pone a pelar la naranja. La pela despacio, sin ninguna prisa, cuidadosamente. Las mondas las arroja al suelo. No consigues apartar la mirada de sus uñas llenas de roña. El jugo de la naranja le resbala por los dedos sucios deja por un momento de pelar se los chupa, haciendo todo el ruido de que es capaz, haciéndolo adrede, por supuesto. Se pasa la lengua por los labios. Relamiéndose. Como lo perra que es. Algunas gotas han caído sobre la almohada, muy cerca de tu cara, de tus labios, demasiado cerca diría yo. Termina, por fin, de mondar la naranja, la acerca a los labios, abre la boca, cuando va a pegarle el primer mordisco, parece arrepentirse, entonces te mira, sonríe. El hambre ¿Qué, pringao? ¿Cómo lo llevas? ¿Todavía no te has muerto? González · 71 ¿Quieres que te dé un gajo? y El hambre y No. Uno no. Uno es poco. Todos. Los quieres todos. Le arrancas la naranja de las manos te la llevas entera a la boca. No entra. Te muerdes la lengua. También un trozo de labio. Entonces arrancas los gajos de tres en tres, los llevas a la boca para que entren del todo los empujas con la yema de los dedos. Tienes tanta gusa que los pasas enteros. Sin masticar. Lo que masticas son tus propios dedos, tus propias uñas. Te atragantas con las pepitas. Te empapizas. Toses. Te dan arcadas. Te entran ganas de vomitar. Pero sigues devorando epilépticamente la naranja. Después te tiras de cabeza al suelo. Todavía tienes que comer las mondaduras. David González (San Andrés de los Tacones,-Gijón-, 1964). Entre sus poemarios, figuran: REZA LO 72 QUE SEPAS (2006), EL AMOR YA NO ES CONTEMPORÁNEO (2005) o SPARRINGS (2000). Dirige la colec- ción de poesía “Zigurat”, del Ateneo Obrero de Gijón. Su web es www.davidgonzalezpoeta.com. El hambre Acrílico de Elia Torrecilla Elia · 73 El devorador de luciérnagas Miguel Paz Cabanas El hambre Miguel Paz Cabanas Tachycineta thalassina 74 · Cabanas Están locos si piensan que saldré sin rechistar, si aceptan que cederé mi lecho, mis muebles, la silla en que me balanceo al atardecer… Mientras conserve un gramo de ira (un soplo minúsculo de fuerza), no consentiré que me expulsen de aquí. Viene a mi memoria, con fiel exactitud, el engañoso comienzo: cuando todo era alborozo y creíamos, unidos por la aventura, que lo pasaríamos en grande. Íbamos en capilla, confiados, anhelosos por llegar a él. Nos sorprendió la tormenta en el Valle, su estrépito bronco y bárbaro. Los relámpagos (culebras de oro) y los truenos (negros timbales) nos llenaron de pavor. Alguien señaló la casa entre las peñas y rompimos a correr. Siendo innumerables, sólo yo vi el peligro: el puente angosto, las tablas frágiles, nuestro grupo bisoño y civil. Me giré para dar la alarma, pero era demasiado tarde: entre un mar de astillas, como piezas de ajedrez, ellos —todos ellos— se fueron al fondo. Los primeros días en el refugio fueron hostiles. Pensé que el hambre, sobre todo el hambre, me haría enloquecer. Exploré los rincones con celo, pero sólo hallé despojos: carne dura, pan rancio, un puñado de nueces amargas. Algo de lo que comí me causó fiebre y estuve cerca de morir. Me soñé girando en una esfera, como un gusano en una bola de cristal. Poco a poco, de modo insensible, conseguí hacerme a él. Pasaba el tiempo esperando y meciéndome sin cesar. Vivía casi del aire que impregnaba sus cuatro paredes; y de las luciérnagas, siempre brillantes, carnales al venir la noche. Fue una noche, precisamente, cuando los oí por primera vez: no susurros ni pasos torpes, sino algo de sé que mi suerte será esquiva. Hace tiempo que oigo sus pasos y sé que nada los detendrá. Son numerosos y fuertes, actúan sin escrúpulos. Pero están locos si piensan que saldré de aquí. Por puñales que esgriman, por gritos que den, les plantaré cara sin miedo. Gastaré mi último hálito y me aferraré a este sangriento cordón… Incluso ahora, cuando, en el paroxismo de mi humillación (mientras me flagelan las nalgas), les oigo decir: —¿Qué es, doctora? —Un varón. —¡Un niño! —Sí. Y, por todos los santos... ¡El muy capullo se negaba a nacer! El hambre mayor magnitud. Sonidos tensos y oscuros que me infligían un leve pavor. Aquellos ruidos, crecientes, se intensificaron días después. Eran rítmicos y velados, siempre al morir el día. Volví a evocar los muertos y su lúgubre destino: el río, furioso, los habría llevado al mar... y sólo los buitres, de alas inmensas, podrían llegar hasta ellos. Una de esas noches, la más larga, oí un golpe en el exterior. Supe entonces, con una certeza sombría, que había llegado mi hora. Por primera vez sentí miedo e imploré a Dios su ayuda. Fue complaciente, diré magnánimo, y reparó en mi torpe oración. No los escuché por un tiempo y simularon dejarme tranquilo. Pero yo sabía, finalmente, que no se olvidarían de mí. Ahora (mientras lucho con encono, mientras bloqueo la puerta maltrecha) Incluso ahora, mientras me arrojan, en esta noche virgen y helada, en los brazos de mi mamá. Miguel Paz Cabanas (Sestao, 1963). Narrador y ensayista, su publicación más reciente es CUENTOS CRUELES PARA LEER TUMBADO EN LA CAMA (Ediciones Leteo, 2004). Escribe relatos cortos en la web clubleteo.com, dentro de la sección “Libro de necrológicas”. Cabanas · 75 Poesía urgente Uberto Stabile PHOTO PRESS El hambre Uberto Stabile Anas sibilatrix 76 · Stabile Te conozco bien, tu eres la fotografía de un niño hambriento, la última morada de la conciencia junto al anuncio del nuevo software. Tú eres la conversación que no se sostiene el reducto de mi rabia y la paciencia desbordada. En tu ignorancia vivimos todos en tus ojos saltones —tripón y canijo— en tus envejecidos rasgos que anuncian la inminente muerte y el debate en televisión. Te conozco tanto que ya no te temo ni me quitas el sueño que no tengo ni podrás nunca competir con la imagen que te robó el alma. Campo de refugiados donde gravitan los corazones donde los cuerpos tendidos como ropa se sostienen al filo de la media vida. Desconfía entonces de quienes fotografían sin pudor tu suerte, vuestra muerte está sobrevalorada. El hambre Fotografía de Rafael Saravia Saravia · 77 JACK KEROUAC, POCAHONTAS Y YO Íbamos Jack Kerouac, Pocahontas y yo camino del sur en mi vieja furgoneta escuchando John Lee Hooker en la radio Despeñaperros pa’bajo y algo más en el cuerpo cuando recogimos al estudiante colombiano haciendo autostop en la gasolinera de Bailén con un maestría en geología y dos piedras de hachís en el bolsillo, contando historias de Manu Chao y las FARC y el estadio de sitio y una muchacha de Cáceres que le prometió el amor y se quedó con sus travelcheques como recuerdo. El hambre Íbamos, digo, camino del sur desentonando a coro al Camarón palmeando sobre el salpicadero de la Nissan creyéndonos libres y soberanos en un país que no reconocemos ni quiere reconocernos, cuando vimos la luna sobre la ciudad de Córdoba y suspiramos como si fuéramos niños de plata en un jardín prohibido, y nos cogimos de la mano porque en un momento todos fuimos indios como Pocahontas, Moctezuma y nuestro amigo colombiano, indios en una reserva de vino, ceniza y hechizos, y conjuramos al futuro para que nos fuera propicio y el futuro se nos hizo de pronto irreversible, irreverente, irrevocable. 78 · Stabile Uberto Stabile (Valencia 1959). Fundador de la Editorial Malvarrosa y Ediciones del 1900. Es responsable de los “Encuentros Internacionales de Editores Independientes y Ediciones Alternativas” (EDITA). Entre sus libros de poemas, figuran: LOS DÍAS CONTADOS (2000), PERVERSO (1997), LAS EDADES DEL ALCOHOL (1995) o RENDEZ VOUS (1991). Rafael Saravia (Málaga, 1978). Ha realizado las exposiciones individuales “Nos queda la memoria” (2004) y “Ramblas” (2005). Ha sido comisario de la Exposición Colectiva de Fotografía “Estupor y temblores” (2006), en torno a la figura y obra de Amélie Nothomb. El hambre Y tuvimos que enterrar en una sola noche a los amigos que habían muerto desbocados, de amor, de sobredosis, de locura, de la vida misma que ahora nosotros en el umbral del siglo reclamamos desde la memoria. Como pasajeros de un poema sin destino íbamos Jack Kerouac, Pocahontas y yo camino del sur encañonando con insolencia la sien plateada y sospechosa de una Europa limpia ordenada y preparada para repeler el hambre que nunca nos dejaron reclamar. 79 El hambre Fotografía de la serie “Niebla”, de Remedios Carrera 80 · Carrera Hambre de niebla Sergio Santa Cruz Santamarta puñalada drogadicta. El peligro que siempre entraña explorar, se hace próximo, más cercano, en las noches de niebla. De niño soñaba con piratas, aventureros perdidos en el corazón de una selva, guerreros a caballo y damas aladas que formulaban encantamientos contra las hordas enemigas. Hazañas cultivadas en el fondo de su almohada. Creció y comprobó que aquello nunca estaría a su alcance. Todo el imaginario que había nutrido durante tantos años su alma infantil, todas las imágenes de sí mismo salvando el mundo con las que se había alimentado, se derretían en la lumbre de una caldera de gas ciudad. Leyó páginas nuevas. Recientes autores que apelaban de nuevo al sabor de la aventura. No era lo mismo. Qué va. Las nuevas empresas le parecían aburridas, con todos aquellos datos técni- Sergio Santa Cruz Charistopiza eucosma El hambre Necesitaba aquella noche. Salir a pasear. Dejarse guiar por las sombras y deleitarse con las ondas que formaban sus zapatos al pisar los charcos. La niebla se espesaba dejando atrás la tarde lluviosa. Una tarde de olvido para caer en la melancolía, supongo. Como cualquier otra tarde de otoño. Es lo que tiene esta época del año. Ya lo sabemos. Él no buscaba sentirse desgraciado, o simplemente especial. Sin embargo, la atracción de la niebla era superior a cualquier tópico estacional y manido. Lo que más le gustaba era el proceso de formación. El paulatino desdibujo de la ciudad. Las sombras que pierden su poder ante el reflejo anaranjado de las farolas. La única verdad del charco que pisas porque medio metro por delante el mundo está por descubrir. Tal vez una hermosa muchacha, puede que un agrio encorvado o quizá una Santa Cruz · 81 El hambre 82 · Santa Cruz cos que distanciaban su atención de lo que realmente le importaba. Ahora sabía algunas cosas, no demasiadas, pero las suficientes como para que su mente no se dejara engañar. Cuestiones físicas y matemáticas que aseveraban que un hombre no podía volar por sí mismo. La química suficiente como para afirmar que ningún bebedizo puede hacerte invisible. La historia necesaria para creer que los caballeros más valerosos son leyendas y, claro, las leyendas no son reales. Pero eso era exactamente lo que necesitaba, rebelarse contra las normas del ser adulto. No quería seudoensayos envueltos en el celofán de una frágil intriga. Había madurado hasta ser racional. Y sentía que su cuerpo crecía hueco, sin sustancia. Experimentaba con las nuevas lecturas una pavorosa bulimia. Devoraba las páginas con ansiedad que poco después se transfiguraba en decepción hasta hacerle regurgitar todas y cada una de las palabras. Su cuerpo se hinchaba con la edad. Con calorías de más. Su alma por el contrario se apagaba como velas sustentadas en parafina, artificial y moderna, versátil y barata; productiva. Estaba harto del lado oscuro de la condición humana, de los deseos colectivos de triunfo sobre cualquier cosa, del sexo cuasireligioso, del amor desventurado y de los justificantes políticos de toda condición. Sentía náuseas en las carnicerías donde podía comprar cuarto y mitad de novela de ficción documentada y te regalo un ramillete de falsa poesía. Y llegado a este punto, está claro que no había otra salida. Tenía que autoalimentarse. Crearse a sí mismo, a diario, como un enfermo de muerte que precisara de un suero para no desfallecer. Tenía que inventar algo. Historias que pudiera creer con los anhelos del niño que había sido. Cuentos para engañar a su mente adulta y aleccionada. No necesitaba compartirlas, pero surgió la duda en él. ¿Habría más personas en una situación parecida? Descubrió que sí. Legiones enteras de hombres y mujeres hambrientas de imaginación. Regimientos de creadores que no buscan sino relle- El otoño, como dije antes, suele martirizarnos con la decadencia, la melancolía y todas esas vainas tan propicias a los versos, pero tiene algo realmente hermoso. La niebla. Esa niebla que le impedía ver más allá de las ondas que forman los pies en los charcos. El vértigo y la fascinación de la nada que nutre el alma de los soñadores como él, que nunca quiso ser gran cosa y sin embargo inventó un mundo para sí donde no tener que dar explicaciones y volar, si quería, para salvar al mundo de su inminente destrucción. Lentamente, después de diez minutos de espera en mitad de esa nada, cuando estuvo completamente seguro de estar sólo, comenzó el verdadero banquete. Cerró los ojos y aspiró la humedad. Recogió con las manos pequeños fragmentos de condensación, los llevó a la boca y masticó con deleite. Con cada ración que tragaba, sentía alojarse en su alacena una colección de fantasmas y héroes a los que haría bailar más adelante. Sobre el fondo blanco de su ordenador. En paraísos. Infiernos. Y también en extrañas tierras de compleja determinación. Sergio Santa Cruz Santamarta (Etterbeck -Bruselas-, 1974). En 2005 publicó la selección de relatos CÁRABO, EL TÉ DE LA VERDAD (Ediciones Leteo). Escribe regularmente en la web clubleteo.com, dentro de la sección “Trillando aldeas”. Remedios Carrera (Casayo -Orense-, 1972). Fotógrafa y pintora, ha participado en diversas ferias y exposiciones de arte en España y Portugal; entre las más recientes, la Bienal de Pintura de Zamora (2006). Dirige la Galería DOSMILVACAS.arte (Ponferrada). El hambre narse mutuamente el alma vacía. Participó en alguna pitanza con la sana intención de hacer acopio en la despensa, aunque no era su principal fuente de nutrientes. El sustento primordial nacía de la soledad, de la confusión y la paradoja, de qué coño quiero hablar y cómo empiezo. Y el momento propicio para lograr este objetivo era, precisamente, en esta época del año. 83 Hambre Vicente Muñoz Álvarez Vicente Muñoz Álvarez Arremon taciturnus Ya no tengo pellejos en los dedos que arrancar para sentir otro dolor distinto al tuyo estoy perdido y solo y tú no estás El hambre y aunque estuvieras seguiría estándolo yo creo. Necesitaría devorarte para llenar 84 · Muñoz tu vacío. El hambre “Gritos desde el interior”, grabado de Silvia Álvarez López-Dóriga Vicente Muñoz Álvarez (León, 1966). Editor del fanzine “Vinalia Trippers”. Entre sus títulos figuran el poemario PARNASO EN LLAMAS (2006) y el libro de relatos LOS QUE VIENEN DETRÁS (2002). Silvia Álvarez López-Dóriga (León, 1982). Pintora y escultora, cursa actualmente Bellas Artes en la Universidad Complutense de Madrid por las especialidades de Grabado y Restauración. Dóriga · 85 The Children’s Book of American Birds el hambre Hora del almuerzo del secretario del Club Confesiones Ignacio Escuín Borao LA NOCHE Ignacio Escuín Borao Xolmis pyrope 88 · Escuín La noche en la que mi padre sintió que le costaba respirar la pasé casi despierto hasta más allá de las seis y media de la mañana. Mucho más allá no, sólo un poco, quizá. Pasé las horas pensando en lo adorables que eran las vecinas del apartahotel en el que nos alojábamos. Pensaba en ellas y en lo divertidas que resultaban cuando jugaban a las palas en la playa, y a cada golpe recolocaban su biquini para no mostrar más de lo que deseaban. Pensaba también en sus padres, sobre todo en él, que miraba a cualquiera que se acercase como un perro de presa o un doberman o algo así. Veía, sin necesidad de cerrar los ojos para pensar mejor, sus biquinis relucientes y felices, recién comprados, adquiridos seguramente para estos días familiares en el mar. Veía sus biquinis tendidos y expuestos al sol y a ellas de cuerpos teñidos y pechos y nalgas blancas sin necesidad de hacer esfuerzo ni de usar en exceso la imaginación. Sé que concilié el sueño cuando pasadas ya las seis y media de la mañana mi padre venció a la ansiedad y los ronquidos anunciaron que estaba mejor. De tanto pensar en mis vecinitas el que casi no podía respirar a esas horas de la mañana era yo. LISBOA Si esto fuera Lisboa yo podría hacerte creer en algún café que soy heredero de Pessoa, o rodeados por las luces amarte y decirte que un collar de uvas blancas nos abraza. Adoro las luces de Lisboa, redondas y descomunales, sueño con ellas tantas noches que al despertar creo estar allí en ocasiones. Pero no, mire donde mire no encuentro Lisboa, y quizá tampoco encuentro lugares más cercanos y conocidos. Busca Lisboa en tu corazón y llena tus manos de su primavera, aquí y en mi pecho hace frío. Ignacio Escuín Borao (Teruel, 1981). Licenciado en Filología Hispánica. Es director de la Editorial Eclipsados y fue fundador y director de la Revista Literaria Eclipse. Ha publicado los poemarios PROFUNDIDADES (2005), EJERCICIOS ESPIRITUALES (2005) y POP (2006). Dirige el ciclo de encuentros poéticos “Este jueves, poesía” en la Universidad de Zaragoza. 89 Fotografías de la serie “Autorretrato de Kahlo”, de Marta Castro 90 · Castro Tres poemas Luis Alberto de Cuenca PUERTA ABIERTA “¿Te gusta mi corpiño?” (Aquel corpiño y un antifaz de raso eran sus únicas concesiones al lobby de la tela.) “¿Te gusta mi perfume?” (Aquel perfume derretía el cerebro como el polvo blanco de la novela de Arthur Machen y no dejaba sana una neurona.) “¿Qué es lo que más te gusta de mi cuerpo?” (Díganme qué podría responder a una pregunta tan abstracta.) “Cómeme.” (Y me puse, sin más, a la tarea.) Luis Alberto de Cuenca Chondestes grammacus Madrid, 9 de marzo de 2006. De Cuenca · 91 92 · Castro PUERTA ENTREABIERTA Era el cuarto de baño de un hotel de contactos: jacuzzi circular y patitos de goma deslizándose por la bañera, grifos sicalípticos y espejos tapizando las paredes. Había una rendija de luz tibia por la que pude ver cómo llevabas a cabo turbadoras ceremonias, excitantes caricias digitales. Agrandé la rendija poco a poco, velado por la niebla del deseo. Barcelona, 2 de marzo de 2006. De Cuenca · 93 94 · Castro PUERTA CERRADA ¿Me abrirías la puerta? Era importante pensar qué llevarías puesto entonces. O qué no llevarías. O si aquello se quedaría en un paraklausíthyron. Pasé todo un verano imaginando cómo te dirigías a la puerta, cómo manipulabas los cerrojos, cómo, al fin, te mostrabas a mi vista y me decías: “Pasa, no te quedes ahí. La noche es larga, interminable. En esta casa no se duerme nunca.” Madrid, 9 de marzo de 2006. Luis Alberto de Cuenca (Madrid, 1950). Poeta, traductor y ensayista. Autor de poemarios como LA CAJA DE PLATA (Premio de la Crítica, 1985), EL HACHA Y LA ROSA (1993) o LA VIDA EN LLAMAS (Premio Ciudad de Melilla, 2005). Fue director de la Biblioteca Nacional. Marta Castro Suárez. (Sabadell -Barcelona-, 1982)Diseñadora, fotógrafa e ilustradora. Creó y dirige los blogs “Dadanoias” (dadanoias.blogspot.com) y “Ternura porno” (unavidarosa.blogspot.com). Su obra gráfica puede verse también en www.martacastro.com. 95 Cuatro puntos suspensivos Lucas Rodríguez Luis NO SÉ Lucas Rodríguez Troglodytes aedon 96 · Rodríguez Me he desprendido de casi todo aquello que de ti se me quedó atrapado dentro filtrándose como el gas sarín lento hasta que no hubo manera de expulsarlo. Y ya no me quedan las noches en tu sofá, tu sonrisa los orgasmos los paseos, las ciudades los momentos, las mañanas las camas aquel mundo por descubrirnos todo aquello que del mundo escondimos todo lo malo. —¿Por qué me quieres tanto? —No sé. —Entonces, ¿qué hacemos? —¿Ahora? —No, ahora no, a partir de ahora supongo. —Pues, no sé. Ya no me quedan fotos imágenes historias o recuerdos cicatrices, sueños húmedos pintadas en la calle papeles repletos de palabras nada, nada de todo eso pero joder cómo te echo de menos. Dibujo de Lucas Rodríguez Rodríguez · 97 CIUDADANO QUIÉN Tengo la iniciativa de un puñetazo encajado. El diálogo habitual de una acera tras el desfile. Soy así, frío como la nariz de un perro de presa jugueteando entre tus piernas. Eternamente mojado bajo esas nubes privadas que te persiguen con sus pequeños diluvios a domicilio. Con esta cara de mala hostia que dios me ha dado haciendo rebotar cualquier gesto de buena intención de los rostros que observo. Me gusta ser quien no soy aparentar lo que nunca quise llegar a parecer y es que me importa muy poco el resto de las cosas hoy soñé que tenía tatuada en la cabeza una diana. 98 · Rodríguez ESTRENO DE LA MAÑANA Se cae la mañana desde abajo arden los dos extremos de mi barrio su cielo se erige en colores soberano burlón todo cansa las paredes que soportan el peso la calzada su envoltura el constante murmullo de una sirena sobre el asfalto perdida, inmóvil, que anhela el mar y a Ulises y a toda su tripulación, cobrando 50 por un completo. Se cae y éste el afilado aguijón que despliega Babilonia lenta como el despertar de un titán quedamos ensartados tocados y hundidos. Rodríguez · 99 MALABARES Mira mamá, sin manos… Barájalos y contempla cómo caen de mano en mano como la auténtica moneda. Hasta que alguien se la guarda y hace suyos tus problemas por el sentir social o por solidaria conveniencia o por mera estupidez. O por lo que suceden al final la mayoría de las cosas más bellas y más sucias: 100 · Rodríguez Por un jugueteo de color evitando que se caigan al suelo tus sentimientos, un baile a ritmo de piel que resbala y contorsiones y espectáculo y al final gritos y aplausos y el truco final. Una locura de colores rítmica y equilibrada. Malabares son pero llámalo sexo. Lucas Rodríguez Luis (Logroño, 1978). Autor de los poemarios QUEDA LO COTIDIANO (www.paginadeausicaa.com, 2003), SAMSARA (Ediciones del 4 de Agosto, 2005) y NARCISO EN SODOMA (Eclipsados, 2006), entre otros. Dirige el proyecto editorial “Elkoalapuesto”, así como la serie de sueltos poéticos “Versus” y el fanzine “Minimal”. 101 Portada de Víctor Mardaras. Técnica digital. 102 · Mardaras Single nº5, “Fetish Control” David Murders & The Representatives Of Evil Cara A. GENTE DIVIRTIÉNDOSE En el cuarto, dos chicas se ponían rayas. El Coronel entró primero y nos presentó. Eran dos mujeres altas y corpulentas que llevaban los pezones anillados y el cuerpo salpicado de tatuajes. —Estas son Katia y Vera —dijo el Coronel. Las chicas me miraron y sonrieron. Una de ellas comenzó a esnifar. —Están colgadas —apostilló el Coronel. —Invítale a una raya —dijo la que se llamaba Vera. Katia vino hacia mí con una copa en la mano. Una magnífica melena pelirroja enmarcaba su rostro y lanzaba destellos dorados mientras cruzaba la estancia como una nube. Me cogió de la mano y me guió hacia el centro de la reunión. El Coronel se acomodó en una butaca y encendió un cigarrillo. Yo me senté en el sofá y nos pusimos todos a charlar. Había una bandeja con trufas sobre una mesa de cristal. Katia me dijo: —¿Quieres? —Sí —dije, y me incorporé hacia la mesa. Me acercó una trufa a la boca y me la introdujo en ella. Jugamos una partida de billar. El Coronel contó algunas de sus anécdotas. Katia y Vera reían y aportaban sus propias historias y contra-anécdotas entre susurros y exclamaciones como “oh, sí” y “toma ésa” cuando conseguían una buena carambola. Al acabar la partida comenzó la música y el baile. Katia puso Dancing Queen, Licence to Kill, Jesus to a Child y The Girls in the Beach; Vera, The Land of David Murders Torreornis inexpectata Murders · 103 Rape and Honey, Golden Dawn, South of Heaven y Reign in Blood. En cuanto al Coronel, resultó ser de gustos más clásicos. Puso temas de blues tipo Hoochie Coochie Man y Back Door Man. Pero para entonces todo estaba totalmente desmadrado. Recuerdo que, en algún momento, mientras la fiesta seguía su curso entre música, copas y besuqueos de toda clase, el Coronel, presa de un apasionado entusiasmo, se levantó, descolgó el teléfono y comenzó a perorar: Hemos vampirizado las artes como alimañas sarnosas acariciando el alma de un niñato repeinado que es el hijo del presidente de la nación. Estamos en su cerebro, atrayéndolo a conversar con el lado oscuro, la tentación vertiginosa de una cremallera loca, la auténtica diversión. Cara B. TAKE NO PRISONERS / POWERFUCK 104 · Murders —Quiero que todo se vaya a la mierda. Que los que tienen poder pero carecen de autoridad se pongan a temblar, quiero su destrucción a todas luces. ¿Comprenden ustedes o se lo tengo que explicar en chino? —Cálmese, señor Gutiérrez, seguro que hay alguna manera de solucionar su problema. —¿Mi problema? No es mi problema, no quiero solucionar mi problema, quiero solucionar un problema. —Ahora mismo es más tu problema que el de cualquier otro, socio. Al Coronel Gutiérrez no le vengas con sonrisas conciliadoras, acepta sus consejos y no le des tú ninguno o te puede partir la cara por listo. —Pero Guti, hombre —intervino el segundo funcionario— que yo te conozco desde que éramos críos. —¡Quiero ver a vuestro jefe ahora mismo! —¡Ar! ¡Firmes! ¡Ar! ... —¡Me cago en la hostia puta! —saltó el Coronel. Por fin había logrado acceder al pasillo posterior. Llegó a la puerta del fondo del pasillo y el gorila que le había estado acompañando se la abrió. Bajo las bragas de la señora ministra ardía un infierno hormigueante. La mueca aviesa e incontenible en el rostro, el brillo anormal de su cris- talino, la dilatación de la pupila, el vello erizado sobre la piel, los pálpitos y escalofríos que la turbaban desde la nuca hasta los pliegues del esfínter, podían no ser percibidos o interpretados a primera vista por cualquiera, pero el Coronel Gutiérrez Satisfaction sabía perfectamente lo que estaba sucediendo. David Murders & the Representatives of Evil son D. Mardaras y los Representantes del Mal. Sus singles han aparecido en espacioluke.com, clubleteo.com y bluesdeluzazul.blogspot.com. Forma parte de la antología “Tripulantes” (Eclipsados, 2006). Estos textos son extractos de su primer libr0, TERRORIZER. Víctor Mardaras (Bilbao, 1978) es diseñador, ilustrador y pintor, y se encarga habitualmente del diseño en los singles de David Murders & the RoE. 105 Tinta china sobre papel, obra de Luis Martínez de Merlo 106 · Merlo Siria Luis Luna Poemas para una exposición de Guadalupe Luceño ZOCO 1 Traza líneas en el aire. Estudia la arquitectura de su soledad. Luis Luna Amphispiza belli 2 El trazo curvilíneo de la bóveda acomete la esfera del membrillo se derrama en la duna bermellón de la especia en el oro esplendente del alfanje en el gajo encendido de una boca. Luna · 107 3 Siento cómo la especia nos otorga fragancias de un lugar recordado. Un espacio que algunos designan paraíso. 4 Contemplo dos muchachos que ríen bajo el sol. Ellos no saben de los símbolos de la divinidad del lenguaje que escribe el sudor en su cuerpo. 5 Me encuentras como una piedra en tu camino. No te inquieta mi calma te completa. 108 · Luna 6 El té oscuro que juntos disfrutamos habitará en nosotros forjando nuestra sangre. La sangre idéntica que nos recorre. 7 La palabra esperada derrota la experiencia perfila los matices delimita sus sombras. 8 El tiempo se acumula bajo las blancas esteras del olvido. Disemino semillas para que permanezca mi memoria. Luna · 109 PROFUNDIDAD DE CAMPO I Convoca breve luz e inevitable mente adquieren su relieve los rincones, las cajas donde guarda su memoria los pequeños objetos que va diseminando en este espacio inútil del poema. II A Armando Zanón “Soy el que se echa al suelo y me suplica.” J. Martínez Mesanza Se resiste a ser cómplice. En los márgenes traza un plano que le guíe a través del olvido. Esa forma final de la intemperie. 110 · Luna III Busca su nombre verdadero aquel por el que un día será convocado al último inventario de existencia al balance final de su anonimia. IV (Las razones de mi éxito) A Carlos de Gredos Adopta identidades que no le pertenecen se ampara bajo nombres casi siempre supuestos e inventa un pasado por él reconstruido. Usurpa una existencia. Pretende demostrar que es prescindible. V Y con qué claridad se hace carne el andamio configura un paisaje de escombros o de cuerpos que renuncian a alzarse en este ensayo previo de la luz y su angustia. A G. Escarpa Luna · 111 VI “Una surtida colección de máscaras y detrás, creo, un agujero negro.” J. Cortázar Enfermos sí. Convalecientes. Se ha extendido el tumor de la melancolía con su fuerza de lluvia y su insistencia en dar forma a un paisaje donde hasta nosotros somos solo figuras que no nos representan. VII Radical negación de la espesura callamiento y fulgor de lenguaje geografía suma de la boca testimonio de fiebre o hueco en un pasillo blanco como última forma de inocencia. 112 · Luna EPÍLOGO Negación del silencio (o estudio sobre composición de figuras) Un niño ofrece su comida a los pájaros: soborna su sonido. No quiere llorar solo. No quiere llorar solo. Luis Luna (Madrid, 1975). Ha participado en varias antologías, entre las que destaca TODO ES POESÍA MENOS LA POESÍA (Eneida, 2004). Es miembro del equipo de la revista “Silencios” y de la Red de Arte Joven de la CAM. Sus obras visuales han podido verse en la Galería Catarsis de Madrid o en ALBIAC, Bienal de Arte Contemporáneo Cabo de Gata-Níjar, Almería. Luis Martínez de Merlo (Madrid, 1955). Autor de los poemarios EL TRUENO, LA MENTE PERFECTA, FÁBULA DE FAETONTE (Hiperión, 1996 y 1982) y ORPHENICA LYRA (Premio de Poesía Ciudad de Alcalá, 1985), entre otros, así como de la novela UN HOMBRE ANTICUADO (A la luz del candil, 2005). Ha traducido al castellano a Dante, Leopardi, Baudelaire, Verlaine... 113 “Otro punto de vista”, dibujo de Mikaela Secada 114 · Secada Este número 3 de la revista The Children’s Book of American Birds, dedicado a “El hambre”, se acabó de imprimir el día 14 de diciembre de 2006 (vulg.) 14 Sable 135, E.P.: Don Quichotte, champion du monde.