El dragón de los ojos verdes: envidia, justicia y psicoanálisis The

Transcripción

El dragón de los ojos verdes: envidia, justicia y psicoanálisis The
Nueva Etapa. Año XXIII. Nº 46-47
Caracas, 2014, pp. 91-114
Revista de Educación y Ciencias Sociales
Universidad Simón Rodríguez
Depósito Legal: pp.199102Dc4209 ISSN: 1315-2149
El dragón de los ojos verdes:
envidia, justicia y psicoanálisis
The green-eyed monster:
envy, justice and psychoanalysis
Juan José Abud Jaso*
[email protected]
Resumen
En el trabajo trataré de ubicar cuál es el lugar de un sentimiento como la envidia
en nuestra concepción política de la justicia y cómo es que esta pasión puede
influir en nuestra concepción del mundo social y nuestras relaciones con los
demás. Analizaré respectivamente las posturas de Rawls y Freud en relación a la
envidia, trataré de hacer una que espero sea justa caracterización de este sentimiento y, así, pasar finalmente a explicar la relación de la envidia y la justicia
para deslindar a ambas. Espero mostrar que el verdadero sentido de justicia solo
puede surgir de la razón, pero acompañado de pasiones sanas.
Palabras clave: justicia, envidia, Rawls, psicoanálisis.
Abstract
In this work I will try to locate the place of a feeling such as envy in our political
conception of justice and how this passion can influence our conception of the
*
Profesor del Colegio de Filosofía de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Recibido: 22-02-14 • Aceptado: 22-03-14
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social world and our relationships with others. I will analyse, respectively, the
positions of Rawls and Freud in relation to envy, and I will try to make one,
hoping to be, a fair characterisation of this feeling, to finally explain the relation
between envy and justice to delimit both. I hope to show that the true meaning
of justice can only come from reason, but accompanied by healthy passions.
key words: justice, envy, Rawls, psychoanalysis.
Oh, Señor, guardaos de los celos; son el
dragón de los ojos verdes que aborrece el
alimento que lo nutre…
WILLIAM SHAKESPEARE, Otelo
Introducción
Es algo usual, entre los detractores de aquellos que buscan la igualdad y
la justicia, decir que este tipo de anhelos solo tienen lugar debido a que son
expresión de envidia y resentimiento. Según esta postura, las personas que
luchan y desean un estado de cosas más justo y más igualitario no serían sino
individuos llenos de rencor y de impotencia ante aquellos más privilegiados y
poderosos. El anhelo de algunos dentro de la sociedad, de regirse de acuerdo
con principios de justicia que regulen la distribución de bienes entre los
miembros de la sociedad sería solamente reflejo del resentimiento e impotencia de los menos aventajados que, envidiando a los más afortunados, desean
arrebatarles sus privilegios.
Sigmund Freud, en su ensayo Psicología de las masas, de 1921, lleva esta
postura más lejos. El psicólogo vienés defiende la tesis de que la búsqueda de la
igualdad y el sentido de justicia surgen en la primera infancia. Es debido a que
el niño pequeño tiene envidia del cariño de sus padres a sus hermanitos y, posteriormente, en la guardería, ante la atención que le prestan a los otros niños,
que se prefiere encontrar principios de justicia e igualdad, puesto que sería im92
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posible anularse unos a otros ante las serias consecuencias que esto traería de
parte de los adultos. El anhelo de justicia no es sino la envidia transformada.
Casi ningún teórico social tomó en cuenta esta afirmación del fundador
del psicoanálisis hasta que en 1971 John Rawls, en su importante libro Teoría
de la Justicia intenta refutar y señalar lo equivocadas que estaban las tesis de
Freud. Para el pensador de Harvard, los representantes que negocian y formulan los principios de justicia deben actuar libres de envidia.
Creo que en esta polémica se juegan aspectos muy importantes de la concepción de la justicia como imparcialidad. Esta teoría busca encontrar
principios que rijan la estructura básica de la sociedad por medio de la razón
y, de este modo, diseñar lo que sería una sociedad bien ordenada, es decir,
guiada por principios. Sin embargo, estos principios deben ser de tal modo,
que aunque sean razonables, engendren en los individuos el deseo de actuar
justamente. De esta manera, los principios de justicia deben tomar en cuenta
los sentimientos morales de los individuos.
Es así que en el trabajo trataré de ubicar cuál es el lugar de un sentimiento
como la envidia en nuestra concepción política de la justicia y cómo es que
esta pasión puede influir en nuestra concepción del mundo social y nuestras
relaciones con los demás. Abordando también algunas otras cuestiones, como
la influencia del psicoanálisis en la política, así como la relación que existe
entre un modelo de racionalidad judicial y las pasiones.
De este modo, lo que pretendo en este ensayo es abordar la polémica
Rawls-Freud y si, de acuerdo con otras concepciones psicoanalíticas posteriores, como las de Melanie Klein y Jacques Lacan, sigue siendo válida la
afirmación freudiana al compararse con la teoría de la justicia como equidad
rawlsiana. Es así que me permitiré situarme como un miembro de la hipotética posición original que imagina Rawls para, con los que espero sean
conocimientos de psicología correctos, deslindar, de una vez por todas, el sentimiento de la envidia de lo que sería el legítimo y verdadero sentido de
justicia. Para esto analizaré respectivamente las posturas de Rawls y Freud en
relación a la envidia, trataré de hacer una que espero sea justa caracterización
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de este sentimiento y, así, pasar finalmente a explicar la relación de la envidia
y la justicia para deslindar a ambas.
Espero mostrar que el verdadero sentido de justicia solo puede surgir de la
razón acompañado de pasiones sanas. Que la envidia enferma todo y que las
acciones que genera solamente pueden ser una caricatura de la verdadera justicia. La verdadera justicia debe basarse en principios que solamente propicien
los sentimientos sanos y que deje de lado, en la medida de lo posible, las
pasiones enfermas y destructivas.
La posición original de Rawls
La teoría política de John Rawls es una concepción filosófica que lleva a
un grado máximo de abstracción la clásica idea del contrato social. Es por
medio de un contrato o acuerdo hipotético o ficticio que los individuos llegan a formular principios de justicia que regirán la estructura básica de la
sociedad y, por ende, la conducta de todos. Por estructura básica, Rawls entiende el modo en que las grandes instituciones sociales distribuyen los
derechos y deberes fundamentales y determinan la división de las ventajas
provenientes de la cooperación social. El filósofo de Estados Unidos ubica
bajo el rubro de instituciones a la constitución política y a las principales
disposiciones económicas y sociales.
Describir la idea de posición original que Rawls crea y maneja no es algo
muy difícil; se trata de imaginar un grupo de hombres y mujeres que juntos
se ponen de acuerdo sobre qué principios regirán la estructura básica de la
sociedad. Estos hombres y mujeres son bastante «comunes y corrientes», con
gustos, talentos y ambiciones ordinarias pero, y en esto se diferencia Rawls
de las teorías contractuales clásicas, cada individuo está sujeto, a la hora de
negociar, a lo que el filósofo de Harvard llama «el velo de ignorancia». Que
consiste en que los individuos deciden como si fueran ciudadanos homogéneos, ya que son temporalmente ignorantes de las características de su
personalidad y de su eventual posición de cooperación dentro de la sociedad.
Estas mismas personas deben acordar el contrato antes de serles retirado el
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velo de ignorancia ya que, de este modo, decidirán los principios que son justos para toda la sociedad y no intentarán regatear ventajas de acuerdo a su
condición y posición en ella.
Rawls supone y trata de mostrar que estos hombres y mujeres son racionales y actúan solamente a favor del interés propio y, por ello mismo,
escogerían regirse por los dos principios de justicia que él propone.
La idea directriz es que los principios de justicia para la estructura básica de la
sociedad son el objeto del acuerdo original. Son los principios que personas libres y racionales interesadas en promover sus propios intereses aceptarían en
una posición inicial de igualdad como definitorios de los términos fundamentales de la asociación1.
Los principios que se supone derivan de la ficción del contrato original en
la posición original acordada por ciudadanos homogéneos y racionales son:
que cada persona debe tener la máxima libertad política compatible con la libertad de los demás; y que todas las desigualdades en poder, bienestar, ingreso
y otros recursos no deben existir mientras no redunden en el beneficio de los
miembros más desaventajados de la sociedad.
Como vimos, los miembros integrantes de la posición original están situados detrás de un «velo de ignorancia» y por ello tienen un desconocimiento de
sus características individuales. Pero, entonces, ¿qué es lo que conocen para
poder tomar esa decisión tan importante como es la de decidir acerca de los
principios que habrán de regir a la sociedad? Según Rawls,
…los únicos hechos que conocen las partes son que su sociedad está sujeta a
las circunstancias de la justicia, con todo lo que esto implica. […] Entienden
las cuestiones políticas y los principios de la teoría económica, conocen las
bases de la organización social y las leyes de la psicología humana 2.
1
2
Rawls, John. Teoría de la justicia (traducción de María Dolores González). México, FCE,
2006, p. 24.
Ibid, p. 136. El subrayado es mío.
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Podemos decir que las partes de la posición original conocen de ciencia
política, de economía política, de sociología, pero también de psicología y
psicoanálisis. Además, son racionales y buscan que la estructura básica de su
sociedad sea justa y así cada quien pueda alcanzar y cumplir su plan racional
de vida.
Rawls utiliza el concepto de racionalidad, entre las personas de la posición original, como autodeterminación racional capaz de buscar medios
adecuados para sus fines. Por tanto, estas personas tratan de reconocer principios que se adecuen a su sistema de fines. Las partes de la posición original
intentan ganar la más grande cantidad posible de bienes primarios y así promover su concepción del bien, cualquiera que esta sea. El bien está determinado
en una persona por lo que es su plan racional de vida a largo plazo y en circunstancias favorables. Pero es en este punto donde Rawls hace una suposición
particular y problemática:
El concepto de racionalidad invocado aquí es, con excepción de una característica esencial, el que se usa comúnmente en la teoría social. Así, es usual
pensar que una persona racional tenga un conjunto coherente de preferencias
entre las alternativas que se le ofrecen. Esta persona jerarquiza estas opciones
de acuerdo con el grado con que promuevan sus propósitos, llevará a cabo el
plan que satisfaga el mayor número de sus deseos, no el que satisfaga menos y,
al mismo tiempo, el que tenga más probabilidades de ejecutar con éxito. La
suposición especial que hago es la de que al individuo racional no le asalta la envidia. No es de los que están dispuestos a aceptar una pérdida para sí, sólo en el
caso de que los demás la tengan también. No le resulta insoportable el saber
que otros tienen una cantidad mayor de bienes sociales primarios. Esto es verdad, al menos las diferencias entre él y los demás no excedan de ciertos límites,
y mientras él no crea que las desigualdades existentes se basan en la injusticia
o son el resultado de una mera casualidad que no sirven para ningún propósito social compensatorio3.
Las partes de la posición original parten de concepciones particulares del
bien que sólo les atañen a ellos como individuos. Solo les interesa obtener los
bienes primarios que les permitan cumplir su proyecto personal de vida sin fi3
96
Ibid, p. 141. El subrayado es mío.
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jarse mucho en el de los demás. Las partes no pretenden conferirse beneficios
unos a otros, pero tampoco dañarse, por eso se supone que no son envidiosos.
Lo que las partes buscan es obtener el mayor número posible de bienes de
acuerdo con su propio sistema de fines. John Rawls, en su ficción de la posición originaria, supone a las partes como personas que no se fijan en lo que las
otras partes tienen o tendrán, ya que estarían muy ocupadas regateando el
mayor número de bienes primarios para ellos mismos. Es en este sentido que
las partes estarían movidas por la pasión del propio autointerés y no por la envidia. ¿Por qué el filósofo norteamericano es tan insistente en esto? Además,
¿el suponer a la envidia fuera significa realmente que esto no pasaría en la realidad? Si bien la idea de la posición original es hipotética y construida para
expresar un ideal regulativo, me parece que esta idea debe resultar plausible y
mostrar cómo es que actuaríamos realmente las personas en una situación así.
Asimismo, Rawls sabe que en la posición original los participantes tienen conocimiento de la psicología humana y que, por tanto, los principios que
emanen de ella deben ser acordes con este conocimiento.
De acuerdo con el filósofo de Harvard, suponemos que en la posición original los hombres no son envidiosos porque «la envidia hace peores a los
hombres»4. El sentimiento de la envidia no es conveniente para la sociedad.
Aunque Rawls no desarrolla el tema, podemos pensar que es así; la envidia es
un sentimiento que rebaja a los hombres. Pero, ¿es esta razón suficiente para
dejarla de lado? ¿Y si el sentimiento y el deseo de igualdad y justicia surgieran
de la emoción de la envidia y no de la razón, como han sostenido varios
autores, entre ellos Freud? Me parece que esta pregunta, de ser contestada afirmativamente minaría toda la fundamentación de la teoría rawlsiana y que las
personas de la hipotética posición original deberían de haberla respondido. No
basta con suponer que no son envidiosos, hay que decir por qué razones no podrían serlo. De hecho, deberían hacerlo, ya que el mismo Rawls supone que
estas personas poseen el conocimiento psicológico necesario para responder a
este tipo de preguntas. Rawls supone que en la posición original, las personas
que la integran están libres de envidia y que elegirán los principios de justicia
4
Ibid, p. 142.
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de acuerdo con un plan de vida propio. Según él, una vez obtenidos estos principios y puestos en práctica, conducirían a acuerdos sociales en los que la
envidia y otros sentimientos destructivos probablemente no serían tan fuertes.
Su concepción de justicia eliminaría las condiciones que dan lugar a la envidia.
La psicología es un punto muy importante en la teoría de la justicia como
equidad. Por eso dice Dworkin:
Rawls describe su teoría moral como un tipo de psicología. Él quiere caracterizar la estructura de nuestra (o de al menos una persona) capacidad para
hacer juicios morales de cierto tipo, esto es, juicios sobre la justicia. […] La
posición original es entonces una representación esquemática de un particular
proceso mental de al menos alguno, y quizá de la mayoría, de los seres humanos, justo como la gramática profunda, él sugiere es una representación
esquemática de una capacidad mental diferente»5.
De acuerdo con esto, lo que Rawls intenta mostrar es el aspecto racional
de nuestras ideas sobre la justicia y, con base en el argumento de la posición
original, mostrar los patrones de razonamiento con los que contamos los seres
humanos para resolver los problemas de moral como la justicia.
Es así que, para Rawls, los principios de justicia que regirían nuestros
principios de justicia deben de surgir de la razón, si tomamos como modelo
la idea de la posición original. Pero estos principios racionales deben estar de
acuerdo con la psicología moral de los hombres. Cuando Rawls supone que
las personas de la posición original no están regidas por la envidia, lo que tiene
en mente es la teoría freudiana de la justicia en la que la demanda de igualdad
y el sentido de justicia surgen de la envidia misma. Creo que Rawls debió de
5
98
Dworkin, Richard. «The original position» in Norman Daniels (comp.): Reading Rawls:
Critical Studies on Rawls’ «A Theory of Justice», Stanford, Stanford University Press, 1989.
(Traducción mía). Rawls describes his moral theory as a type of psychology. He wants to
characterize the structure of our (or, at least, one person’s) capacity to make moral judgments of a certain sort, that is, judgments about justice. […] The original position is
therefore a schematic representation of a particular mental process of at least some, and
perhaps most, human beings just as depth grammar, he suggest, is a schematic presentation of a different mental capacity.
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haber dejado la postura ante la teoría freudiana antes de discutir la negociación
de la posición original y no, como lo hace, hasta el final del libro, una vez que
supuso y dejó fuera de un plumazo el problema. No es suficiente «suponer» y
después decir que la estructura básica de una sociedad justa dejaría poco lugar
para sentimientos como la envidia. Aunque los principios de justicia sean
racionales, deben de ser acordes con la psicología moral de las personas para
que no pudiesen tener consecuencias inaceptables y evitar que sea imposible
adherirse a ellos o que solo pudiera hacerse con grandes dificultades.
2. La posición pulsional de Freud
Según el psicólogo vienés, fundador del psicoanálisis, los individuos no
somos gregarios por naturaleza, sino que es la sociedad misma la que por
medios violentos nos obliga a renunciar a la satisfacción inmediata de los
deseos, para poner nuestras energías al servicio de esa misma sociedad. Los
padres primero, y después todos los adultos, en especial los maestros, se
encargarán de introyectar en la personita del niño cualquier principio que
contribuya a la sociabilidad.
…el niño no muestra durante mucho tiempo signo ninguno de un instinto
gregario o de un sentimiento colectivo. Ambos comienzan a formarse poco a
poco en la nursery, como efectos de las relaciones entre los niños y sus padres
y precisamente a título de reacción a la envidia con la que el hijo mayor acoge
en un principio la intrusión de su nuevo hermanito. El primero suprimiría celosamente al segundo, alejándole de los padres y despojándole de todos sus
derechos; pero ante el hecho positivo de que también este hermanito –como
todos los posteriores– es igualmente amado por los padres, y a consecuencia
de la imposibilidad de mantener sin daño su propia actitud hostil, el pequeño
sujeto se ve obligado a identificarse con los demás niños, y en el grupo infantil
se forma entonces un sentimiento colectivo o de comunidad que luego experimenta en la escuela un desarrollo ulterior. La primera exigencia de esta
formación reaccional es la justicia y el trato igual para todos6.
6
Freud, Sigmund. Psicología de las masas (traducción de Luis López-Ballesteros y de Torres).
Madrid, Alianza, 2005, pp. 58 y 59. El subrayado es mío.
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Al comienzo de la vida, los seres humanos experimentan, en las personas
de sus hermanos y compañeros de escuela, una aversión hacia sus semejantes,
a los que consideran rivales y competidores por el cariño de sus padres. El
pequeño niño vive esta situación como envidia, pues no soporta ver que sus
padres, o sus maestros, dediquen a otros la atención que él quisiera para sí. A
este sentimiento Freud lo llama «envidia primitiva», y de este sentimiento
surge, ante la imposibilidad de eliminar a sus contrincantes, pues esto resultaría en un daño a uno mismo de parte de los mayores, un deseo de «hacer
justicia» y de establecer la igualdad para todos ellos.
Todas aquellas manifestaciones de este orden que luego encontraremos en
la sociedad –así el compañerismo, el espíritu de su cuerpo, etc.– se derivan incontestablemente de la envidia primitiva. Nadie debe de querer sobresalir;
todos deben ser y obtener lo mismo. La justicia social significa que nos rehusamos a nosotros mismos muchas cosas para que los demás tengan que renunciar
a ellas o, lo que es lo mismo, no puedan reclamarlas. Esta reivindicación de
igualdad es la raíz de la conciencia social y del sentimiento del deber7.
Lo que Freud quiere decir es que el sentimiento de igualdad y justicia es
el mismo que el de la envidia primitiva solo que transformado; es la misma
pulsión que ha sufrido una metamorfosis. «El sentimiento social reposa en
la transformación de un sentimiento primitivamente hostil en un enlace
positivo de la naturaleza de una identificación»8. Mientras Rawls, en la
posición original, deja fuera a la envidia por suponerla «un sentimiento que
hace peores a los hombres», es decir, un sentimiento desfavorable a la sociedad, Freud intenta demostrar que es ese sentimiento transmutado el que
subsiste en la demanda y búsqueda de principios de justicia. Por ello, admite el mismo Rawls:
Freud quiere afirmar algo más que una perogrullada cuando asegura que la
envidia, muchas veces, se enmascara como resentimiento. Quiere decir que
7
8
Ibid, pp. 59 y 60.
Ibid, p. 60.
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la energía que motiva el sentido de la justicia procede de la envidia y el recelo,
y que, sin esa energía no habría deseo alguno de hacer justicia (o habría un
deseo mucho menor)9.
Para el padre del psicoanálisis, no es que la envidia haga peores a los seres
humanos y que sea dañina para la sociedad; es el sentimiento mismo de la envidia lo que hace posible dicha sociedad sin ese sentimiento, el sentido de
comunidad no existiría. La envidia primitiva, para Freud, funciona entonces
como principio para la organización de la sociedad, y sería de este modo el
verdadero fundamento de la estructura básica de la sociedad. Las leyes son
entonces «un pacto de paz» entre los diferentes individuos, ya que no quieren,
y además no les conviene, eliminarse entre sí. Respecto a esto dice John
Forrester, comentando estos pasajes de Freud:
En el núcleo de este análisis está la demostración de que la demanda de justicia e igualdad se basa en la transformación de la envidia. Uno de los ejemplos
de la transformación podría ser el surgimiento de la institución del matrimonio exclusivo monógamo, a partir de la envidia del hijo (o el varón excluido)
ante la abundancia de mujeres de que dispone el padre. Dicho en términos generales: de no existir la envidia, no solo no habría necesidad de un aparato
judicial, tampoco habría deseo de justicia10.
De acuerdo con Freud, y su intérprete Forrester, cualquier intento de distribución de bienes tendría lugar, antes que por la acción de principios
racionales, en la envidia primitiva, que se ha transformado en un deseo de
igualar a todos los miembros de la comunidad. De este modo, Forrester continúa, apoyando al psicólogo vienés y criticando al filósofo de Harvard:
A Freud le interesa sobre todo mostrar cómo el sentimiento social deriva
de la identificación de los niños entre sí, identificación cuyos motivos derivan
9
10
Rawls, John. Op. cit., p. 488.
Forrester, J. «Justicia, envidia y psicoanálisis», en Sigmund Freud, partes de guerra; El psicoanálisis y sus pasiones (traducción de Mireya Reully de Fayard). Barcelona, Gedisa, 2001,
p. 30.
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a su vez de la hostilidad y la envidia originales. Por tanto, cuando Freud señala
que «la primera demanda de esta formación reactiva es en pro de la justicia, de
igual trato para todos», observa algo más que una simple demanda de igualdad.
Freud está explicando que los principios que, según sostiene explícitamente
Rawls, nada tienen que ver con la envidia: las limitaciones formales al concepto de Derecho, entre las que se cuentan dos básicas: que los principios han
de ser generales y que han de tener una aplicación universal. […] Así Rawls
pasa por alto el cuestionamiento específico de Freud a su supuesto básico de
que las limitaciones formales al concepto de derecho se establecen sin referencia a la envidia. Freud argumentaría que asistir a principio universalizables y
generalizables de cualquier índole es ya una formación reactiva a la pasión de
la envidia, aunque sea formal11.
Para Freud y para Forrester, los conceptos mismos de universalidad y generalidad en los principios derivan de la secuencia de defensas contra la
envidia y hostilidad originales. El instinto gregario es en sí universalidad. No
es válido el recurso de Rawls de «suponer» la envidia fuera de la posición original puesto que, como señala Freud y subraya Forrester, cualquier intento de
justicia, por formal que sea, surge del sentimiento de la envidia primitiva. Este
sentimiento no se anula o deja de lado «suponiendo» que no interviene. Es
por esto que en los apartados siguientes nos situaremos en el punto de vista de
la posición original, en la que el velo de ignorancia no empaña los conocimientos psicológicos para averiguar si Freud y Forrester tienen razón, o si
puede existir impulso alguno de justicia que no provenga de la envidia.
3. La envidia o la mirada amarga
Lo que moldea nuestros deseos son los sentidos, que se manifiestan en los
órganos digestivos, en los genitales y en la vista. Es a partir de la modulación
de la libido, de controlar la digestión y de la represión de la sexualidad, que
empezamos a sentir emociones y a desenvolvernos en nuestras vidas. Aprendemos a desear a través de la visión, de acuerdo a como vemos a los demás
11
Ibid, p. 41.
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descargar sus necesidades alimenticias y sexuales, y nosotros buscamos satisfacerlas de la misma manera a partir de la identificación y la emulación. Este
período de aprendizaje del deseo comienza al nacer, e incluso antes, en la
relación que tiene el feto con la madre.
El primer ser humano que nos enseña a desear y, por medio del cual obtenemos nuestras primeras satisfacciones, es nuestra propia madre. Es a la
madre, y más concretamente al seno materno, a quien debe atribuirse el origen de los sentimientos, ya sea que éstos vayan a ser positivos o negativos. El
pecho materno es el prototipo de la bondad, de la paciencia y de la generosidad, el fundamento de la esperanza, la confianza y la creencia en la bondad.
Por esto, al estudiar una personalidad ya desarrollada, lo que hacemos es
comprender su desarrollo otorgándole más importancia a la génesis de esa
personalidad, cuyos secretos se encuentran resguardados en la mente del bebé
y de ahí proseguimos a conocer el resto del proceso de desarrollo.
La envidia ataca a la relación más temprana de todas, la relación con la
madre y socava así, desde la raíz, los sentimientos de amor y gratitud simbolizados en el pecho materno. La envidia es expresión oral-sádica y anal-sádica
de impulsos destructivos y opera desde el comienzo de la vida, teniendo una
base constitucional de la personalidad.
De acuerdo con Melanie Klein: «La envidia es el sentimiento enojoso
contra otra persona que posee o goza de algo deseable, siendo el impulso envidioso el de quitárselo o dañarlo»12. La primera característica de la envidia
es la destructividad. Este deseo de destrucción surge de la incapacidad de
satisfacción debido a las dificultades del bebé por estructurar un objeto
bueno, ya que siente que éste ha sido privado de la gratificación que esperaba
ya que fue retenida en el pecho que lo frustró. El origen de la envidia es,
pues, la falta de placer, la incapacidad de sentir goce, debido a que nunca
logró el sujeto constituir la estructura de satisfacción en la psiqué que el
pecho materno debió haber creado.
12
Klein, Melanie. Envidia y gratitud (traducción de V.S. de Campo). Buenos Aires, Paidós,
1987, p. 186.
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Es por esto que el envidioso «ve mal» a aquellas otras personas que por
alguna razón o motivo sí están satisfechas. La palabra envidia proviene etimológicamente del latín invidia o invideo, que significa mirar con recelo, mirar
maliciosa o rencorosamente dentro de algo o dirigir una mirada maliciosa o
maligna sobre algo o alguien. Según el diccionario English Synonims de Crac
«la envidia se duele al ver que otro tiene aquello que se quiere para uno mismo
[…] el hombre envidioso se molesta ante la satisfacción ajena. Solamente se
siente tranquilo al contemplar la miseria de otros. Por lo tanto es estéril todo
empeño en satisfacer a un hombre envidioso»13.
La persona envidiosa es insaciable. Jamás podrá quedar satisfecha, aunque
despoje del objeto de satisfacción a todas las personas que envidia, porque esa
envidia procede de su interior y por ello siempre encontrará un objeto en
quien envestirse. Cualquier intento de satisfacer a un hombre envidioso es infructuoso debido a que lo que el sujeto quiere y percibe como goce en el otro
no es, en absoluto, la misma cosa. Y puesto que el envidioso no quiere para sí
lo que tiene el otro, la obtención de ese otro placer completamente ajeno,
jamás apaciguara ese deseo.
En el curso de su desarrollo, la relación con la madre, con el pecho materno, se convierte en el fundamento de la devoción hacia las personas, valores
y causas. Así es como asimilamos algo del amor que originalmente experimentamos en el objeto primario que es el pecho materno. Lo que sucede con el
envidioso es que nunca aprendió a satisfacerse y a satisfacer. Nunca aprendió
a amar debido a que experimentó el pecho materno como algo que se da de
mal grado, como un pecho mezquino: la envidia impide formar en la personalidad del sujeto un objeto bueno. El primer objeto envidiado es el pecho
nutricio, la envidia se dirige primariamente hacia él. Esto lo ilustra una anécdota en las Confesiones de San Agustín y que recuerda Jacques Lacan:
Yo he visto y conocido a un niño que aún no sabía hablar. Tan celoso y envidioso estaba que miraba a un hermano suyo de leche lívido y con cara amarga.
13
Citado en Ibid, p. 187.
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[…] ciertamente no puede llamarse inocencia –cuando la leche mana abundante desde su fuente– oponerse al que está desesperadamente necesitado del
mismo socorro y cuya vida depende del mismo alimento14.
La envidia es una «mirada amarga» de descontento ante la satisfacción del
otro. El mismo Rawls define a la envidia a partir de la mirada: «podemos considerar la envidia como la propensión a mirar con hostilidad el mayor bien de
los demás, aun cuando el hecho de que ellos sean más afortunados que nosotros no mengua nuestras ventajas»15.
El autor del liberalismo político se equivoca al decir que la envidia mira al
bien del otro: la envidia mira con recelo la satisfacción del otro, no importa el objeto. La envidia es una mirada que pretende dañar al otro, enfermarlo, acabar
con él o con el objeto que lo satisface. El envidioso quiere enfermar al envidiado pues no se siente bien ante el espectáculo de la satisfacción ajena. Como
afirma Joan Copjec:
Prácticamente todas las lenguas, «antiguas y modernas», poseen un término
para el «mal de ojo» que acompaña a la envidia. Lo que justifica que esta mirada reciba una designación distintiva es su evidente intención de envenenar o
contaminar. Mientras todas las otras «miradas viles y hambrientas» –de ira, codicia o celos– se concentran en el daño, en robarle a otro un objeto codiciado,
solamente el ojo malvado de la envidia busca robar el goce mismo. En su intento de despojar al otro de aquello que le produce placer, esas otras miradas
maliciosas dejarían intacta sin embargo la capacidad de placer del otro. Pero la
envidia no, porque lo que más quiere es echar a perder la capacidad de goce16.
La envidia no tiene nada que ver con el objeto de placer en el sujeto envidiado. El envidioso no lo quiere, ya que tiene afectada la capacidad de goce.
14
15
16
San Agustín. Confesiones (traducción de Pedro Rodríguez de Santidrían). Madrid,
Alianza, 1999, I, 7, pp. 34 y 35.
Rawls, John. Op. cit., p. 480. El subrayado es mío.
Copjec, Joan. Imaginemos que la mujer no existe: Ética y sublimación (traducción de Teresa
Arijón). Buenos Aires, FCE, 2006, p. 223.
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EL DRAGÓN DE LOS OJOS VERDES: ENVIDIA, JUSTICIA Y PSICOANÁLISIS
Lo que realmente quiere el envidioso es que el otro sujeto deje de querer, que
sea miserable tanto como el envidioso lo es. Por eso su mirada amarga busca
envenenar a la persona satisfecha, como el niño de que nos habla San Agustín contempla a su hermano con una sonrisita y satisfecho por la leche del
pecho nutricio.
Debemos comprender la envidia en función de una contemplación. El
niño de San Agustín, o cualquiera, no envidia forzosamente aquello de lo que
tiene ganas, como algunos dicen impropiamente. ¿El niño que contempla a su
hermanito tiene aún necesidad de mamar? Todos sabemos bien que la envidia
es comúnmente provocada por la posesión de bienes que no sería para el envidioso de ninguna utilidad. Como muy bien observa Lacan en el Seminario XI:
Esta es la verdadera envidia. ¿Delante de qué hace palidecer al sujeto? Ante la
imagen de una completud que se encierra, de ahí que objeto pequeño a, el a
separado de aquello a lo que se suspende, quizá sea para otro la posesión
donde se satisfaga, la Befriedigung [la satisfacción]17.
La envidia sólo busca destruir, ver a los demás sufrir, se deleita en la miseria de los otros. No puede construir nada. Si es que busca igualar algo, es a
través de la miseria. La pregunta del envidioso es ¿por qué él y yo no? Cree que
él también merece, pero no hace nada por merecer, sino por destruir la satisfacción del prójimo. Su razonamiento es «si yo no puedo gozar más valdría
que nadie pudiera hacerlo». El envidioso preferiría que el mundo se destruyera antes que el ser humano gozase. ¿En verdad el sentido de justicia e
igualdad puede surgir de un sentimiento así?
17
Lacan, Jacques. Les quatre concepts fondamentaux de la psychanalyse (Le séminaire XI Texte
établi par Jacques-Alain Miller). Paris, Éditions du Seuil, 2006. Traducción mía. Telle est
la véritable envie. Elle fait pâlir le sujet devant quoi? Devant l’image d’une complétude
qui se referme, et de ceci que le petit a, le a sépare à quoi il se suspend, peut-être pour un
autre la possession dont il se satisfait, la Befriedigung.
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4. Justicia y envidia
Para ilustrar la relación que existe entre la envidia y la justicia, Freud y Forrester (entre muchos otros) recurren al caso bíblico, muy famoso, referente al
rey Salomón, en el cual dos prostitutas se presentan ante éste para solicitar su
fallo. Ambas viven en la misma casa y poco tiempo atrás han dado a luz a sus
correspondientes hijos. Al dormir, una de las mujeres aplastó sin quererlo a su
hijo y después cambió en secreto al niño muerto por el de su colega que seguía
aún vivo. Cuando despertó, la otra mujer se dio cuenta de que el niño muerto
que yacía a su lado no era el suyo y trató de quitar el niño vivo a la otra mujer.
Así, cada una discutía su versión de los hechos ante el rey.
De esta manera, el rey tomó la palabra para por fin resolver la disputa y
dijo: «Traedme una espada […] Partid por el medio al niño vivo y dad la
mitad de él a una y la otra mitad a la otra». La Biblia, en su versión de NacarColunga, continúa:
Entonces la mujer cuyo era el niño vivo dijo al rey, pues se le conmovían todas
las entrañas por su hijo: «¡Oh, señor rey!, dale a ésa el niño, pero vivo; que no
le maten». Entonces dijo el rey: «Dad a la primera el niño vivo, sin matarle;
ella es su madre». Todo Israel supo la sentencia que el rey había pronunciado
y todos temieron al rey, viendo que había en él una sabiduría divina para hacer
justicia18.
De acuerdo con la interpretación freudiana del mito bíblico, la mujer que
por accidente mata al niño, reclama justicia solamente movida por la envidia;
como ha perdido a su hijo, desea que la otra también pierda al suyo para
poder igualarse en circunstancias del mismo modo desdichadas. El rey reconoce el deseo envidioso de la mujer y por esa razón descubre que es la otra la
17
18
Lacan, Jacques. Les quatre concepts fondamentaux de la psychanalyse (Le séminaire XI Texte
établi par Jacques-Alain Miller). Paris, Éditions du Seuil, 2006. Traducción mía. Telle est
la véritable envie. Elle fait pâlir le sujet devant quoi? Devant l’image d’une complétude
qui se referme, et de ceci que le petit a, le a sépare à quoi il se suspend, peut-être pour un
autre la possession dont il se satisfait, la Befriedigung.
Reyes 1, 3:16-28.
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verdadera madre del niño. Freud compara esta situación de la madre envidiosa con la «angustia de infección» de los sifilíticos, y que en nuestros días
tiene paralelo con algunos afectados del síndrome del SIDA, los cuales padecen un fuerte deseo inconsciente de contagiar a los demás de su enfermedad a
fin de no padecer ellos solos la terrible infección que les prohíbe gozar, mientras que otros se hallan sanos y participan de todos los placeres.
¿Es este sentimiento destructivo de la envidia el que da lugar al sentido
de justicia? Parece que tanto el ejemplo de la Biblia, como el caso de los
sifilíticos, caracterizan de manera correcta a la envidia. La incapacidad para
el goce hace que los individuos miren con recelo y maliciosamente a otros
que pueden sentir placer y se esfuerzan a toda costa por destruir el objeto de
su satisfacción. Me parece que Rawls logra ver claramente este punto de la
destructividad de la envidia:
Envidiamos a las personas cuya situación es superior a la nuestra […] y deseamos despojarlo de sus mayores beneficios, aunque también nosotros tengamos
que perder algo. […] Así comprendida, la envidia es colectivamente perjudicial: el individuo que envidia a otro está dispuesto a hacer cosas que empeoren
las situaciones de ambos, sólo para que la diferencia entre ellos se reduzca19.
La envidia no es solo destructiva: es también autodestructiva. Es una voluntad nihilista; sólo quiere la nada, la angustia, la miseria. Siente que nada
tiene y que los demás no deberían tener. Si un individuo A carece de x, y le
ofrecieren una porción de eso, con tal de que el individuo B recibiera el doble
de su porción, el individuo A, debido a su envidia, rechazaría la oferta y seguiría adelante con su carencia. Nietzsche ve este aspecto de la envidia con la
notable claridad e iluminación que le distingue:
Los destructores del mundo.- Fulano es incapaz de realizar tal o cual cosa, y
acaba por exclamar con ira: «¡Ojala se arruine el mundo hasta los cimientos!». Este sentimiento aborrecido es el colmo de la envidia, que siente así:
19
Rawls, John. Op. cit., p. 481.
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«Ya que no puedo conseguir tal cosa, que el mundo entero no posea nada,
que deje de existir»20.
La envidia es la pasión destructiva par excellance. Como vimos, la persona
envidiosa es aquella inhabilitada para sentir placer ya que nunca pudo aprender, de parte del pecho materno, la capacidad de amar. El envidioso no ama a
nada ni a nadie, ni siquiera a sí mismo. No sabe crear y por eso busca destruir
todo aquello que sea creatividad. El envidioso nunca puede ser satisfecho, por
eso carece de todos los bienes, incluyendo el más importante, que es el respeto
propio. Pero si la envidia consiste en la destructividad de todos los bienes,
¿cómo es que de este sentimiento podrían surgir los criterios y principios con
que se busca repartir y distribuir estos mismos bienes?
Es verdad que la envidia muchas veces, quizá la mayoría, disfraza sus verdaderas intenciones presentándolas como demandas de justicia. Pero eso no
quiere decir que sea siempre el impulso para las legítimas demandas de justicia. En realidad, podemos decir que la envidia es una parodia de la justicia, ya
que se viste con sus ropajes a fin de poder difamar y estropear. Los envidiosos
no pueden decidir sobre la justicia porque como diría Rawls, carecen del bien
primario más importante, el respeto propio:
incluye el sentimiento en una persona de su propio valor, su firme convicción
de que su concepción de su bien, su proyecto de vida, vale la pena ser llevado
a cabo. (…) el respeto propio implica una confianza en la propia capacidad,
en la medida en que ello depende del propio poder, de realizar las propias
intenciones21.
El sentido de justicia surge de personas con sabiduría, esto está claro en el
mito bíblico; Forrester olvida que el sentido de justicia en esa historia está
dado por el rey Salomón y no por la madre envidiosa. Los principios de justicia solo pueden surgir de individuos racionales que cuentan con respeto
20
21
Nietzsche, Friedrich. Aurora. México, Editores Mexicanos Unidos, 1994, p. 144. Aforismo 304.
Rawls, John. Op. cit., p. 398.
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propio. El respeto propio es para Rawls lo que en la jerga psicológica moderna se denomina «autoestima» y que consiste en ser consciente del valor de
uno mismo. Rawls, en vez de simplemente suponer a la envidia como un
sentimiento que no interviene, debió haber dicho que en la posición original
los individuos cuentan con el debido respeto propio, esto dejaría en claro que la
envidia está descartada, y aclararía más la situación. En realidad, Rawls dijo
esto de una manera implícita, pero su deficiente concepción de la envidia no
lo dejo ver, clara y explícitamente, que la envidia y el respeto propio son contradictorios, del mismo modo que la verdadera justicia es inconmensurable
con la envidia.
Del mismo modo, Freud, y por ello Forrester, aunque caracterizan bien a
la envidia, tienen una muy deficiente concepción de la justicia. Ellos no se dan
cuenta de que existe una falsa justicia que es verdaderamente envidia y una justicia legítima. Me parece que es diferente el enfermo impulso de una madre
que perdió a su hijo y que por ello desea que muera el de su compañera y el de
los sifilíticos que buscan infectar a la mayor cantidad de seres humanos que
puedan y así «igualarse» en su dolor, a la que puede ser una legítima demanda
como la de un hijo que quiere por igual ser querido por sus padres u obreros
que justamente buscan igualdad de oportunidades dentro de su sociedad.
En la posición original, los individuos racionales y razonables buscan
establecer principios objetivos para poder llegar en igualdad de oportunidades a las que serían sus propias y particulares concepciones del bien. Por eso,
los principios de justicia buscan establecer instituciones que, en la medida de
lo posible, fomenten la eliminación de la envidia. Las reglas de justicia son
instrumentos intelectuales y prácticos para reducir la frustración de la confrontación envidiosa y canalizar sus energías en acciones socialmente
prescriptas, en lugar de un conflicto desordenado. Es cierto que los principios de justicia son universales y generales, pero esta universalidad y
generalidad no es, en la teoría rawlsiana, producto de la envidia y la destructividad, sino de la creatividad que busca construir una mejor sociedad. Los
principios de justicia son producto de Eros, no de Thánatos, surgen a partir
de la pulsión de amor, no de muerte.
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Los marcos de justicia son reglas a partir de las cuales se pueden comparar
los individuos en la sociedad y, una vez establecidas esas reglas, constituyen el
marco dentro del cual se realiza la comparación, la hace posible. Por tanto, es
precisamente en los términos de los principios de justicia como se define la
envidia, como la justicia y la injusticia. Es así que, por eso, los principios de
justicia buscan que las desigualdades no sean vividas como producto de la
injusticia. Dice Rawls:
Una concepción de la justicia es más estable que otra si el sentido de justicia
que tiende a generar es más fuerte y más capaz de vencer las inclinaciones destructivas, y si las instituciones que permite suscitan impulsos y tentaciones
más débiles para actuar injustamente22.
La estructura básica de la sociedad regida por los principios de justicia permite las desigualdades mientras mejoren la situación de todos, incluyendo a
los menos aventajados, con tal de que estas desigualdades vayan a la par con
una distribución equitativa de las oportunidades y una libertad igual para
todos. Los que ganan más lo tienen que hacer en términos justificables
respecto a aquellos que ganan menos. Por esto, los principios de justicia no
fomentan la envidia.
Los principios de justicia son principios fijos, claros y públicos, porque
dependen y surgen de un acuerdo racional. Si surgieran de la envidia serían
contingentes porque la envidia no tiene nada fijo más que su destructividad.
La envidia es la protesta de un engañador que sospecha que alguien hizo trampas cuando el juego va adelantado y observa que él será el perdedor. Entonces
quisiera instaurar un juego justo, pero no puede hacerlo, pues considera que
todos los demás también hacen trampas y no se fía de ellos como tampoco
confía en sí mismo.
La envidia es siempre particular, impulsa siempre a la disgregación social y
a la soledad del individuo. En ella se han roto todos los vínculos sociales, empezando por la ruptura violenta con el pecho materno de la primera infancia.
22
Ibid, p. 411.
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Por ello, la envidia considera todo de manera subjetiva y cambiante. En cambio, el sentido de justicia implica la adhesión sincera a un sistema de valores
objetivo, válido para todos, principios que erigimos en normas universales
(como los que buscan Kant o Rawls). En la envidia, por el contrario, condescendemos con nosotros mismos en vez de hacer hincapié en la objetividad. La
envidia funciona siempre a nuestro favor, en beneficio de lo que queremos
obtener, la justicia en beneficio de la sociedad.
Ni Freud ni Forrester toman en cuenta casos de envidia que van en contra
de medidas de igualación y justicia como es el caso del burgués que envidia a
sus obreros por contar con una seguridad social que, según su punto de vista,
no se han ganado. Claro ejemplo de que la envidia siempre trabaja al lado de
nuestros intereses, mientras que los principios de justicia lo hacen por el interés de todos, aunque, como observa Rawls, éste redunde en el bien particular
de cada ciudadano.
A manera de conclusión
Podemos decir que el sentido de la justicia no surge de la envidia ni de
ningún sentimiento destructivo. Surge del acuerdo racional entre personas
que se respetan entre sí y a sí mismos. Este acuerdo es hipotético y Rawls lo
llama «posición original».
En lo que se equivoca el filósofo de Harvard es en su concepción de la
envidia al no tomar en cuenta los estudios de Melanie Klein y Jacques Lacan
sobre el tema, y esto hace que sus argumentos contra las tesis freudianas sean
débiles. La envidia no es, como se creía tradicionalmente, Rawls entre ellos,
envidia de un objeto, es deseo del deseo que surge debido a la incapacidad de
satisfacción; no se envidia algo, sino que se envidia la satisfacción en alguien.
De la misma manera, espero haber probado que Freud y su seguidor Forrester tienen una concepción errónea de la justicia y no distinguen entre la
pseudojusticia envidiosa y la verdadera justicia racional y que debido a ello
«echan el niño con el agua de la bañera» y descartan cualquier tipo o demanda
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de justicia. Freud podrá ser un excelente psicólogo, y también Forrester, pero
muestran varias deficiencias cuando se erigen filósofos de la política puesto
que no logran conceptualizar bien la justicia. Rawls adolecería de lo mismo,
pero a la inversa: es un gran filósofo pero deficiente psicólogo. Por ello, creo
que las teorías de Klein y de Lacan llenaron ese vacío en la discusión.
Pero lo que más espero haber demostrado es que el sentido de justicia es
un sentimiento de amor y respeto que busca construir una sociedad mejor y
que la envidia es destructividad y negación de todos los bienes. Queda fuera
de los límites de este trabajo probarlo, pero me atrevería a decir que de la
envidia no solo no surge el sentido de justicia, sino que es causa de las desigualdades en la sociedad. Son los envidiosos los que buscan hacer daño y,
como no pueden alcanzar satisfacción, acumulan bienes en cantidad desmedida sin importar que esto vaya en perjuicio de los demás. En cambio, los
individuos con respeto propio y capacidad de amar tendrían más posibilidades de ponerse de acuerdo sobre principios justos. La justicia es Eros y la
envidia Thánatos. Sólo me resta anhelar, como lo hace Freud al final de El
malestar en la cultura, que la balanza pulsional de la civilización se equilibre
hacia Eros, de lo contrario dejaremos de discutir acerca de lo que es justo y
dominará la injusticia.
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