Presentación de PowerPoint - Fundación Foro San Benito de Europa
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“La influencia de la doctrina en la formación de Europa” Prof. Dr. D. Antonio Alonso Benedicto XVI Encuentro con el mundo de la cultura en el Collège des Bernardins. Viernes, 12 de septiembre de 2008. Lo que es la base de la cultura de Europa, la búsqueda de Dios y la disponibilidad para escucharle, sigue siendo aún hoy el fundamento de toda verdadera cultura. La influencia de la DSI en la formación de Europa ¿Por qué Europa? La Doctrina Social de la Iglesia (DSI) sobre la construcción política. La DSI específica sobre Europa. La Democracia Cristiana Europea. Hilo conductor El hilo conductor o leitmotiv de todos esos documentos es un conjunto de ideas: Europa es una idea cristiana y, por lo tanto, Europa no puede rechazar esta herencia cristiana; sería como negarse a sí misma. Los Papas señalan el peligro del laicismo y del integrismo religioso. Dad al César… Se reclama el derecho de los cristianos a ayudar a construir Europa. Otros mensajes: solidaridad, participación, subsidiariedad, idea de hombre, justicia social. La Doctrina impulsa a la unidad. Pero, ¿por qué entre europeos y no entre los habitantes del Mediterráneo? Christianitas Concepto resultado de la fusión de la civilización greco- latina, la religión cristiana y la cultura de los pueblos germánicos. Sus elementos unificadores fueron: el Imperio como institución política, el Derecho Romano como Ley Común («ius»), el latino como lingua franca y culta y, naturalmente, el cristianismo (latino/católico) como religión. Fuera de esto, queda la barbarie. Caída de Constantinopla, descubrimiento de América, Moscú-la Tercera Roma. El territorio donde esto se da durante siglos es lo que hoy conocemos como Europa. Historia término "Europa” Con el imperio de Otón III (980-1002), nacen la Christianitas, la tregua Dei (1027), la realidad de las peregrinaciones, entre las que destacan las de Santiago, la de Roma y, después, la gran peregrinación de las Cruzadas. Nace una nueva conciencia de pertenencia y de unidad que es la base de la construcción de Europa. El adjetivo europaeus se forja en 1458 por Aeneas Silvio Piccolomini, que fue el Papa Pío II de 1458 a 1464, que ya había escrito, en 1434, un tratado titulado De Europa. Ratzinger-Pera (2004): Sin raíces. Europa, relativismo, cristianismo, Islam. Madrid, Península. ¿De dónde provienen los frutos que disfrutamos hoy en Europa? Según la Constitución Europea, la tradición clásica (Grecia-Roma) y la Ilustración. ¿Y en medio? ¿Y el Cristianismo?. Roma, Atenas y Jerusalén constituirían los orígenes culturales de ese continente llamado Europa. Sin reconocimiento de la savia de las raíces, no hay frutos. La DSI sobre la construcción política. Principios de la DSI De primer orden De segundo orden Teológico Solidaridad. Cristológico Convergencia en el bien Antropológico Iusnaturalista común. Subsidiariedad. Participación activa del gobernado. Concepción orgánica de la vida social. Justicia social. Principio de solidaridad Solidaridad por semejanza Impulsa a agruparse con aquellos que son más parecidos. Esta solidaridad a simili crea tipos de sociedad de firme coherencia y fundada permanencia. Solidaridad por diferencia Nos impulsa a asociarnos con aquellos que son diferentes de nosotros para complementarnos. Hay un interés común. Da origen a formaciones sociales de carácter pragmático, más transitorias, menos estables. Pío XI, Divini illius Magistri, 36 (31 diciembre 1929) Ahora bien, este fin, es decir, el bien común de orden temporal, consiste en una paz y seguridad de las cuales las familias y cada uno de los individuos puedan disfrutar en el ejercicio de sus derechos, y al mismo tiempo en la mayor abundancia de bienes espirituales y temporales que sea posible en esta vida mortal mediante la concorde colaboración activa de todos los ciudadanos. Doble es, por consiguiente, la función de la autoridad política del Estado: garantizar y promover; pero no es en modo alguno función del poder político absorber a la familia y al individuo o subrogarse en su lugar. Pío XII, Radiomensaje de Navidad, 1942 Toda actividad del Estado, política y económica, está sometida a la realización permanente del bien común; es decir de aquellas condiciones externas que son necesarias al conjunto de los ciudadanos para el desarrollo de sus cualidades y de sus oficios, de su vida material, intelectual y religiosa. Juan XXIII, Mater et Magistra, 65 (15 mayo 1961) […] un sano concepto del bien común. Este concepto abarca todo un conjunto de condiciones sociales que permitan a los ciudadanos el desarrollo expedito y pleno de su propia perfección. Deus caritas est, 28 a) Justicia social Esto significa que la construcción de un orden social y estatal justo, mediante el cual se da a cada uno lo que le corresponde, es una tarea fundamental que debe afrontar de nuevo cada generación. Tratándose de un quehacer político, esto no puede ser un cometido inmediato de la Iglesia. Pero, como al mismo tiempo es una tarea humana primaria, la Iglesia tiene el deber de ofrecer, mediante la purificación de la razón y la formación ética, su contribución específica, para que las exigencias de la justicia sean comprensibles y políticamente realizables. La Iglesia no puede ni debe emprender por cuenta propia la empresa política de realizar la sociedad más justa posible. No puede ni debe sustituir al Estado. Pero tampoco puede ni debe quedarse al margen en la lucha por la justicia. Debe insertarse en ella a través de la argumentación racional y debe despertar las fuerzas espirituales, sin las cuales la justicia, que siempre exige también renuncias, no puede afirmarse ni prosperar. La sociedad justa no puede ser obra de la Iglesia, sino de la política. No obstante, le interesa sobremanera trabajar por la justicia esforzándose por abrir la inteligencia y la voluntad a las exigencias del bien. Documentos más específicos Documentos esenciales de la DSI Juan Pablo II, Estrasburgo, 1988. Juan Pablo II, Santiago de Compostela, 1982 y 89. Sínodos sobre Europa: 1991 y 1999. Ecclesia in Europa, exhortación apostólica postsinodal, 28 de junio de 2003. Ratzinger-Pera, Sin raíces, 2004. Ratzinger, "Europa en la crisis de las culturas", 2005. Benedicto XVI, Discurso a los miembros del Partido Popular Europeo, 2006. Francisco, Estrasburgo, 2014. Juan Pablo II, Santiago de Compostela, 1982 Y todavía en nuestros días, el alma de Europa permanece unida porque, además de su origen común, tiene idénticos valores cristianos y humanos, como son los de la dignidad de la persona humana, del profundo sentimiento de justicia y libertad, de laboriosidad, de espíritu de iniciativa, de amor a la familia, de respeto a la vida, de tolerancia y de deseo de cooperación y de paz, que son notas que la caracterizan. Acto Europeo en Santiago de Compostela, nº 2 Dirijo mí mirada a Europa como al continente que más ha contribuido al desarrollo del mundo, tanto en el terreno de las ideas como en el del trabajo, en el de las ciencias y las artes. Y mientras bendigo al Señor por haberlo iluminado con su luz evangélica desde los orígenes de la predicación apostólica, no puedo silenciar el estado de crisis en el que se encuentra, al asomarse al tercer milenio de la era cristiana. Acto Europeo en Santiago de Compostela, nº 3 Por esto, yo, Juan Pablo, hijo de la nación polaca que se ha considerado siempre europea, por sus orígenes, tradiciones, cultura y relaciones vitales; eslava entre los latinos y latina entre los eslavos; Yo, Sucesor de Pedro en la Sede de Roma, una Sede que Cristo quiso colocar en Europa y que ama por su esfuerzo en la difusión del cristianismo en todo el mundo. Yo, Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia universal, desde Santiago, te lanzo, vieja Europa, un grito lleno de amor: Vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces. Revive aquellos valores auténticos que hicieron gloriosa tu historia y benéfica tu presencia en los demás continentes. Reconstruye tu unidad espiritual, en un clima de pleno respeto a las otras religiones y a las genuinas libertades. Acto Europeo en Santiago de Compostela, nº 4 Si Europa es una, y puede serlo con el debido respeto a todas sus diferencias, incluidas las de los diversos sistemas políticos; si Europa vuelve a pensar en la vida social, con el vigor que tienen algunas afirmaciones de principio como las contenidas en la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, en la Declaración europea de los Derechos del Hombre, en el Acta final de la CSCE; si Europa vuelve a actuar, en la vida específicamente religiosa, con el debido conocimiento y respeto a Dios, en el que se basa todo el derecho y toda la justicia; si Europa abre nuevamente las puertas a Cristo y no tiene miedo de abrir a su poder salvífico los confines de los estados, los sistemas económicos y políticos, los vastos campos de la cultura, de la civilización y del desarrollo, su futuro no estará dominado por la incertidumbre y el temor, antes bien se abrirá a un nuevo período de vida, tanto interior como exterior, benéfico y determinante para el mundo, amenazado constantemente por las nubes de la guerra y por un posible ciclón de holocausto atómico. Acto Europeo en Santiago de Compostela, nº 5 Juan Pablo II, Estrasburgo, 1988 Desde el final de la última guerra mundial, la Santa Sede no ha cesado de animar la construcción de Europa. Ciertamente, la Iglesia tiene por misión dar a conocer a todos los hombres su salvación en Jesucristo, sean las que sean las condiciones de su historia presente, puesto que nada puede anteponerse a esta tarea. También, sin salirse de su competencia, considera deber suyo iluminar y acompañar las iniciativas desarrolladas por los pueblos que se encaminan en el sentido de los valores y de los principios que ella ha de proclamar, atenta a los signos de los tiempos que invitan a traducir, en las realidades cambiantes de la existencia, las permanentes exigencias del Evangelio. ¿Cómo podría la Iglesia desinteresarse de la construcción de Europa, ella que está implantada desde hace siglos en los pueblos que la componen y los ha llevado un día a las fuentes bautismales, pueblos para los cuales la fe cristiana es y continua siendo uno de los elementos de su identidad cultural? A los miembros del Parlamento Europeo, nº 2 Señor Presidente: El mensaje de la Iglesia se refiere a Dios y al destino último del hombre, cuestiones que al más alto nivel han impregnado la cultura europea. En verdad, ¿cómo podríamos concebir Europa privada de esta dimensión trascendente? Desde que, sobre el suelo europeo, se han desarrollado en la época moderna, las corrientes de pensamiento que poco a poco han apartado a Dios de la comprensión del mundo y del hombre, dos visiones opuestas alimentan una constante tensión entre el punto de vista de los creyentes y el de los que mantienen un humanismo agnóstico y a veces incluso "ateo". A los miembros del Parlamento Europeo, nº 7 Estrasburgo, 1988 I pastori della Chiesa in Europa - e non soltanto in Europa - pongono esplicitamente il problema della “nuova evangelizzazione” della nostra società, dei diversi luoghi, insomma, dell’evangelizzazione dell’uomo. Santa Messa nello Stadio Meinau, nº 10 Estrasburgo, 1988 Es cierto que los hombres y mujeres de este viejo continente, con una historia tan atormentada, necesitan tomar nuevamente conciencia de lo que funda su común identidad, de lo que permanece como su vasta memoria compartida. Ciertamente, la identidad europea no es una realidad fácil de delinear. Las lejanas fuentes de esta civilización son múltiples, provenientes de Grecia y Roma, de los fondos celtas, germánicos y eslavos, del cristianismo que profundamente la amasó. Sabemos qué diversidad de lenguas, de culturas, de tradiciones jurídicas, marca las naciones, las regiones y también las instituciones. Pero, a la vista de los otros continentes, Europa se presenta como una única unidad, incluso si su cohesión es percibida con menos claridad por aquellos que la constituyen. Esta mirada puede ayudarla a reencontrarse mejor a sí misma. A la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa, nº 3 Santiago de Compostela, 1989 Santiago de Compostela es un lugar que ha tenido un papel de gran importancia en la historia del cristianismo; por esto, por sí solo, ya transmite a todos un mensaje espiritual muy elocuente. Durante siglos fue «punto de atracción y convergencia para Europa y para toda la cristiandad... Europa entera se reunió alrededor de la memoria de Santiago, en esos mismos siglos en que se construía como continente homogéneo y unido espiritualmente» (cfr. «Acto europeo» en Santiago de Compostela, 9 de noviembre de 1982). Mensaje de Su Santidad Juan Pablo II para la IV Jornada Mundial de la Juventud, 1989, nº 3. Homilía en la Basílica de Covadonga, nº 6 (21 de agosto de 1989) Covadonga es además una de las primeras piedras de la Europa cuyas raíces cristianas ahondan en su historia y en su cultura. El reino cristiano nacido en estas montañas, puso en movimiento una manera de vivir y de expresar la existencia bajo la inspiración del Evangelio. Por ello, en el contexto de mi peregrinación jacobea a las raíces de la Europa cristiana, pongo confiadamente a los pies de la Santina de Covadonga el proyecto de una Europa sin fronteras, que no renuncie a las raíces cristianas que la hicieron surgir. ¡Que no renuncie al auténtico humanismo del Evangelio de Cristo! I Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos Europa, hoy, no debe apelar simplemente a su herencia cristiana anterior; hay que alcanzar de nuevo la capacidad de decidir sobre el futuro de Europa en un encuentro con la persona y el mensaje de Jesucristo. Declaración final (13 diciembre 1991), 2. Ecclesia in Europa, nº 9 La cultura europea da la impresión de ser una apostasía silenciosa por parte del hombre autosuficiente que vive como si Dios no existiera. En esta perspectiva surgen los intentos, repetidos también últimamente, de presentar la cultura europea prescindiendo de la aportación del cristianismo, que ha marcado su desarrollo histórico y su difusión universal. Asistimos al nacimiento de una nueva cultura, influenciada en gran parte por los medios de comunicación social, con características y contenidos que a menudo contrastan con el Evangelio y con la dignidad de la persona humana. Ecclesia in Europa, nº 11 Ningún ser humano puede vivir sin perspectivas de futuro. Mucho menos la Iglesia, que vive de la esperanza del Reino que viene y que ya está presente en este mundo. Sería injusto no reconocer los signos de la influencia del Evangelio de Cristo en la vida de la sociedad. Los Padres sinodales los han especificado y subrayado. Entre estos signos se ha de mencionar la recuperación de la libertad de la Iglesia en Europa del Este, con las nuevas posibilidades de actividad pastoral que se han abierto para ella; el que la Iglesia se concentre en su misión espiritual y en su compromiso de vivir la primacía de la evangelización incluso en sus relaciones con la realidad social y política; la creciente toma de conciencia de la misión propia de todos los bautizados, con la variedad y complementariedad de sus dones y tareas; la mayor presencia de la mujer en las estructuras y en los diversos ámbitos de la comunidad cristiana. Ecclesia in Europa, nº 18 En la Asamblea sinodal se ha consolidado la certeza, clara y apasionada, de que la Iglesia ha de ofrecer a Europa el bien más precioso y que nadie más puede darle: la fe en Jesucristo, fuente de la esperanza que no defrauda, don que está en el origen de la unidad espiritual y cultural de los pueblos europeos, y que todavía hoy y en el futuro puede ser una aportación esencial a su desarrollo e integración. Ecclesia in Europa, nº 118 No se puede dudar de que la fe cristiana es parte, de manera radical y determinante, de los fundamentos de la cultura europea. En efecto, el cristianismo ha dado forma a Europa, acuñando en ella algunos valores fundamentales. La modernidad europea misma, que ha dado al mundo el ideal democrático y los derechos humanos, toma los propios valores de su herencia cristiana. […] La Europa de hoy, en cambio, en el momento mismo en que refuerza y amplía su propia unión económica y política, parece sufrir una profunda crisis de valores. Aunque dispone de mayores medios, da la impresión de carecer de impulso para construir un proyecto común y dar nuevamente razones de esperanza a sus ciudadanos. Europa en la crisis de las culturas Si el cristianismo, por un lado, ha encontrado su forma más eficaz en Europa, es necesario, por otro lado, decir que en Europa se ha desarrollado una cultura que constituye la contradicción absoluta más radical no sólo del cristianismo, sino también de las tradiciones religiosas y morales de la humanidad. Por eso se comprende que Europa está experimentando una auténtica "prueba de tensión"; por eso se entiende también la radicalidad de las tensiones que nuestro continente debe afrontar. Pero de aquí emerge también, y sobre todo, la responsabilidad que nosotros los europeos debemos asumir en este momento histórico: en el debate acerca de la definición de Europa, acerca de su forma política, no se está jugando una batalla nostálgica de retaguardia de la historia, sino más bien una gran responsabilidad para la humanidad de hoy. Benedicto XVI, Discurso a los miembros del PPE, 30 de marzo de 2006. Valorando sus raíces cristianas, Europa podrá dar una dirección segura a las opciones de sus ciudadanos y de sus pueblos, fortalecerá su conciencia de pertenecer a una civilización común y alimentará el compromiso de todos de afrontar los desafíos del presente con vistas a un futuro mejor. Por lo que atañe a la Iglesia Católica, lo que pretende principalmente con sus intervenciones en el ámbito público es la defensa y promoción de la dignidad de la persona; por eso, presta conscientemente una atención particular a principios que no son negociables. Entre estos, hoy pueden destacarse los siguientes: protección de la vida en todas sus etapas, desde el momento de la concepción hasta la muerte natural; reconocimiento y promoción de la estructura natural de la familia, como unión entre un hombre y una mujer basada en el matrimonio, y su defensa contra los intentos de equipararla jurídicamente a formas radicalmente diferentes de unión que, en realidad, la dañan y contribuyen a su desestabilización, oscureciendo su carácter particular y su irreemplazable papel social; protección del derecho de los padres a educar a sus hijos. Estos principios no son verdades de fe, aunque reciban de la fe una nueva luz y confirmación. Están inscritos en la misma naturaleza humana y, por tanto, son comunes a toda la humanidad. La acción de la Iglesia en su promoción no es, pues, de carácter confesional, sino que se dirige a todas las personas, prescindiendo de su afiliación religiosa. Discurso al Parlamento Europeo, 25 de noviembre de 2014. ¿Autoría? Considero por esto que es vital profundizar hoy en una cultura de los derechos humanos que pueda unir sabiamente la dimensión individual, o mejor, personal, con la del bien común, con ese «todos nosotros» formado por individuos, familias y grupos intermedios que se unen en comunidad social. En efecto, si el derecho de cada uno no está armónicamente ordenado al bien más grande, termina por concebirse sin limitaciones y, consecuentemente, se transforma en fuente de conflictos y de violencias. Efectivamente, ¿qué dignidad existe cuando falta la posibilidad de expresar libremente el propio pensamiento o de profesar sin constricción la propia fe religiosa? ¿Qué dignidad es posible sin un marco jurídico claro, que limite el dominio de la fuerza y haga prevalecer la ley sobre la tiranía del poder? ¿Qué dignidad puede tener un hombre o una mujer cuando es objeto de todo tipo de discriminación? ¿Qué dignidad podrá encontrar una persona que no tiene qué comer o el mínimo necesario para vivir o, todavía peor, que no tiene el trabajo que le otorga dignidad? Promover la dignidad de la persona significa reconocer que posee derechos inalienables, de los cuales no puede ser privada arbitrariamente por nadie y, menos aún, en beneficio de intereses económicos. A eso se asocian algunos estilos de vida un tanto egoístas, caracterizados por una opulencia insostenible y a menudo indiferente respecto al mundo circunstante, y sobre todo a los más pobres. Se constata amargamente el predominio de las cuestiones técnicas y económicas en el centro del debate político, en detrimento de una orientación antropológica auténtica. El ser humano corre el riesgo de ser reducido a un mero engranaje de un mecanismo que lo trata como un simple bien de consumo para ser utilizado, de modo que – lamentablemente lo percibimos a menudo –, cuando la vida ya no sirve a dicho mecanismo se la descarta sin tantos reparos, como en el caso de los enfermos, los enfermos terminales, de los ancianos abandonados y sin atenciones, o de los niños asesinados antes de nacer. El futuro de Europa depende del redescubrimiento del nexo vital e inseparable entre estos dos elementos. Una Europa que no es capaz de abrirse a la dimensión trascendente de la vida es una Europa que corre el riesgo de perder lentamente la propia alma y también aquel «espíritu humanista» que, sin embargo, ama y defiende. Europa será capaz de hacer frente a las problemáticas asociadas a la inmigración si es capaz de proponer con claridad su propia identidad cultural y poner en práctica legislaciones adecuadas que sean capaces de tutelar los derechos de los ciudadanos europeos y de garantizar al mismo tiempo la acogida a los inmigrantes; si es capaz de adoptar políticas correctas, valientes y concretas que ayuden a los países de origen en su desarrollo sociopolítico y a la superación de sus conflictos internos – causa principal de este fenómeno –, en lugar de políticas de interés, que aumentan y alimentan estos conflictos. Es necesario actuar sobre las causas y no solamente sobre los efectos. Queridos Eurodiputados, ha llegado la hora de construir juntos la Europa que no gire en torno a la economía, sino a la sacralidad de la persona humana, de los valores inalienables; la Europa que abrace con valentía su pasado, y mire con confianza su futuro para vivir plenamente y con esperanza su presente. Ha llegado el momento de abandonar la idea de una Europa atemorizada y replegada sobre sí misma, para suscitar y promover una Europa protagonista, transmisora de ciencia, arte, música, valores humanos y también de fe. La Europa que contempla el cielo y persigue ideales; la Europa que mira y defiende y tutela al hombre; la Europa que camina sobre la tierra segura y firme, precioso punto de referencia para toda la humanidad. Discurso al Consejo de Europa, 25 de noviembre de 2014. Entonces, ¿cómo lograr el objetivo ambicioso de la paz? El camino elegido por el Consejo de Europa es ante todo el de la promoción de los derechos humanos, que enlaza con el desarrollo de la democracia y el estado de derecho. Es una tarea particularmente valiosa, con significativas implicaciones éticas y sociales, puesto que de una correcta comprensión de estos términos y una reflexión constante sobre ellos, depende el desarrollo de nuestras sociedades, su convivencia pacífica y su futuro. Este estudio es una de las grandes aportaciones que Europa ha ofrecido y sigue ofreciendo al mundo entero. Así pues, en esta sede siento el deber de señalar la importancia de la contribución y la responsabilidad europea en el desarrollo cultural de la humanidad. Quisiera hacerlo a partir de una imagen tomada de un poeta italiano del siglo XX, Clemente Rebora, que, en uno de sus poemas, describe un álamo, con sus ramas tendidas al cielo y movidas por el viento, su tronco sólido y firme, y sus raíces profundamente ancladas en la tierra. En cierto sentido, podemos pensar en Europa a la luz de esta imagen. A lo largo de su historia, siempre ha tendido hacia lo alto, hacia nuevas y ambiciosas metas, impulsada por un deseo insaciable de conocimientos, desarrollo, progreso, paz y unidad. Pero el crecimiento del pensamiento, la cultura, los descubrimientos científicos son posibles por la solidez del tronco y la profundidad de las raíces que lo alimentan. Si pierde las raíces, el tronco se vacía lentamente y muere, y las ramas – antes exuberantes y rectas – se pliegan hacia la tierra y caen. Aquí está tal vez una de las paradojas más incomprensibles para una mentalidad científica aislada: para caminar hacia el futuro hace falta el pasado, se necesitan raíces profundas, y también se requiere el valor de no esconderse ante el presente y sus desafíos. Hace falta memoria, valor y una sana y humana utopía. Por otro lado – observa Rebora – «el tronco se ahonda donde es más verdadero». Las raíces se nutren de la verdad, que es el alimento, la linfa vital de toda sociedad que quiera ser auténticamente libre, humana y solidaria. Además, la verdad hace un llamamiento a la conciencia, que es irreductible a los condicionamientos, y por tanto capaz de conocer su propia dignidad y estar abierta a lo absoluto, convirtiéndose en fuente de opciones fundamentales guiadas por la búsqueda del bien para los demás y para sí mismo, y la sede de una libertad responsable. También hay que tener en cuenta que, sin esta búsqueda de la verdad, cada uno se convierte en medida de sí mismo y de sus actos, abriendo el camino a una afirmación subjetiva de los derechos, por lo que el concepto de derecho humano, que tiene en sí mismo un valor universal, queda sustituido por la idea del derecho individualista. Esto lleva al sustancial descuido de los demás, y a fomentar esa globalización de la indiferencia que nace del egoísmo, fruto de una concepción del hombre incapaz de acoger la verdad y vivir una auténtica dimensión social. Podemos preguntar a Europa: ¿Dónde está tu vigor? ¿Dónde está esa tensión ideal que ha animado y hecho grande tu historia? ¿Dónde está tu espíritu de emprendedor curioso? ¿Dónde está tu sed de verdad, que hasta ahora has comunicado al mundo con pasión? De la respuesta a estas preguntas dependerá el futuro del Continente. Por otro lado – volviendo a la imagen de Rebora – un tronco sin raíces puede seguir teniendo una apariencia vital, pero por dentro se vacía y muere. Europa debe reflexionar sobre si su inmenso patrimonio humano, artístico, técnico, social, político, económico y religioso es un simple retazo del pasado para museo, o si todavía es capaz de inspirar la cultura y abrir sus tesoros a toda la humanidad. En la respuesta a este interrogante, el Consejo de Europa y sus instituciones tienen un papel de primera importancia. Otros documentos Juan XXIII Pablo VI Nos parece que existe una convergencia entre todos estos esfuerzos y lo que la Iglesia pretende hacer en conformidad con las líneas directrices del Evangelio. En efecto, estos esfuerzos no pueden menos de contribuir a la unión de pueblos tan ricos en ideales, en tradiciones y energías como son los pueblos de Europa, aunque sus divergencias y sus divisiones no les permitan, por desgracia, ejercer en el mundo la importante función, la alta responsabilidad que corresponde a Europa en virtud precisamente de esas particulares riquezas. Estos mismos esfuerzos, orientados en primer término a la construcción de una Europa unida, contribuyen igualmente, de manera indirecta pero eficaz, a lograr la reconciliación entre todos los hombres y entre todos los pueblos; la Iglesia, por su parte, invita a esta reconciliación especialmente en este Año Santo. Discurso a la Comisión de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa, 5 de mayo de 1975. Nuestros predecesores, y nosotros mismo, no hemos cesado de animar y estimular a todos los que se han dedicado a la construcción de una Europa unida. Acreditando representantes diplomáticos ante las instituciones europeas, la Santa Sede ha querido manifestar su voluntad de estar presente y de participar, según las modalidades propias de su misión específica, en el esfuerzo común; y ha querido manifestar también el deseo de conocer sus progresos pacientes y laboriosos, de escuchar y aprender, y de contribuir así, en un continuo diálogo, a afirmar los elementos humanos – morales y espirituales – de esta histórica tarea en curso. Mensaje del Santo Padre Pablo VI al Consejo de Europa, 26 de enero de 1977. La Santa Sede está situada en Europa y, desde sus orígenes, una parte notable de su actividad, sobre todo en el pasado, ha estado muy mezclada con la de los Estados europeos. Pero no es a ése título que participa en los trabajos del Consejo de Europa, ahora que el Estado de la Ciudad del Vaticano no es sino una garantía de la autonomía espiritual de esta Sede Apostólica. La Santa Sede desea ofrecer a todos los pueblos su aportación específica en favor de la paz y del desarrollo de los mismos. Pero cuando se crea una coordinación entre las naciones a amplio nivel regional, pone en ello un interés particular. Y si estas naciones están todas cimentadas en una civilización cristiana, se siente especialmente interesada. No para dominar el destino de estos pueblos, sino para ayudarles a realizarlo mejor, en conformidad con su profunda identidad y para el bien de todos. Mensaje del Santo Padre Pablo VI al Consejo de Europa, 26 de enero de 1977. Ahora bien, de hecho la tradición cristiana es parte integrante de Europa. Aun entre quienes no comparten nuestra fe, incluso allí donde, la fe está adormecida o extinguida, los frutos humanos del Evangelio siguen constituyendo, por lo demás, un patrimonio común que a nosotros toca desarrollar juntos para la promoción de los hombres. Mensaje del Santo Padre Pablo VI al Consejo de Europa, 26 de enero de 1977. Con esos llamamientos se invita a la conciencia de los hombres y de los pueblos europeos a reconocer en ellas como una "voz nueva", que les incita a crear instituciones capaces de permitir que Europa realice un servicio más eficaz a toda la familia humana. ¿Es mucho decir que Europa, dados los favores de los que la Providencia le ha hecho beneficiaria, tiene una responsabilidad particular de testimoniar, para el bien de todos, valores esenciales como la libertad, la justicia, la dignidad personal, la solidaridad, el amor universal? Mensaje del Santo Padre Pablo VI al Consejo de Europa, 26 de enero de 1977. La construcción de Europa con Dios, sin Dios, contra Dios. Los padres fundadores de las Comunidades Europeas Adenauer, De Gasperi, Monnet, Schumann. Alcide de Gasperi (Pdte. Gob. Italia, 1945-1953) El cristianismo tiene una activa y constante influencia social y moral, que viene expresada tanto en las leyes como en la acción social. Su respeto por el libre desarrollo de la persona humana y su amor por la tolerancia y la fraternidad están reflejados en los esfuerzos que se realizan a favor de la justicia social y la paz internacional. Por otro lado, en política debe regir el principio de laicidad: el creyente actúa como ciudadano en el espíritu y en la letra de la Constitución, y se compromete a sí mismo, a su categoría, a su clase y a su partido, pero no compromete a la Iglesia. Grupo del Partido Popular Europeo (Demócrata-Cristianos) Algunos políticos católicos Juan Pablo II Yo, Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia universal, desde Santiago, te lanzo, vieja Europa, un grito lleno de amor: Vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces. Revive aquellos valores auténticos que hicieron gloriosa tu historia y benéfica tu presencia en los demás continentes. Reconstruye tu unidad espiritual, en un clima de pleno respeto a las otras religiones y a las genuinas libertades. Acto Europeo en Santiago de Compostela Martes 9 de noviembre de 1982 Nuestra Sra. de Europa María, Madre de la esperanza, ¡camina con nosotros! Enséñanos a proclamar al Dios vivo; ayúdanos a dar testimonio de Jesús, el único Salvador; haznos serviciales con el prójimo, acogedores de los pobres, artífices de justicia, constructores apasionados de un mundo más justo; intercede por nosotros que actuamos en la historia convencidos de que el designio del Padre se cumplirá. Aurora de un mundo nuevo, ¡muéstrate Madre de la esperanza y vela por nosotros! Vela por la Iglesia en Europa: que sea trasparencia del Evangelio; que sea auténtico lugar de comunión; que viva su misión de anunciar, celebrar y servir el Evangelio de la esperanza para la paz y la alegría de todos. Reina de la Paz, ¡protege la humanidad del tercer milenio! Vela por todos los cristianos: que prosigan confiados por la vía de la unidad, como fermento para la concordia del Continente. Vela por los jóvenes, esperanza del mañana: que respondan generosamente a la llamada de Jesús; Vela por los responsables de las naciones: que se empeñen en construir una casa común, en la que se respeten la dignidad y los derechos de todos. María, ¡danos a Jesús! ¡Haz que lo sigamos y amemos! Él es la esperanza de la Iglesia, de Europa y de la humanidad. Él vive con nosotros, entre nosotros, en su Iglesia. Contigo decimos «Ven, Señor Jesús» (Ap 22,20): Que la esperanza de la gloria infundida por Él en nuestros corazones dé frutos de justicia y de paz. Preguntas [email protected]