ELEA-13 - Real Acadèmia de Cultura Valenciana
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ELEA-13 - Real Acadèmia de Cultura Valenciana
REAL ACADÈMIA DE CULTURA VALENCIANA SECCIÓN DE ESTUDIOS IBÉRICOS “D. Fletcher Valls” ESTUDIOS DE LENGUAS Y EPIGRAFÍA ANTIGUAS - E.L.E.A. Número 13 XXVIII SEMINARIO DE LENGUAS Y EPIGRAFÍA ANTIGUAS VV.AA UNIVERSIDAD CATÓLICA DE VALENCIA “SAN VICENTE MÁRTIR” VALENCIA 2013 Ilustración de la cubierta: Miembros del Seminario en la Benimaquia (Denia) © Los autores © De esta edición: UNIVERSIDAD CATÓLICA DE VALENCIA ISSN: 84-96068-50-1 Depósito legal: V-2203-1995 Impresión: Gràfiques MARAL® - Tel. 96 224 01 45 - 46650 CANALS (Valencia) ESTUDIOS DE LENGUAS Y EPIGRAFÍA ANTIGUAS - ELEA Número 13 REAL ACADÈMIA DE CULTURA VALENCIANA SECCIÓN DE ESTUDIOS IBÉRICOS “D. FLETCHER VALLS” Director: J. Aparicio Pérez ESTUDIOS DE LENGUAS Y EPIGRAFÍA ANTIGUAS ELEA Director Honorario: J. Siles Ruiz Director: J. Aparicio Pérez Secretario: L. Silgo Gauche Consejo de Redacción: F. J. Fernández Nieto; J.A. Correa Rodríguez; A. Marques de Faria; J. Gorrochategui Churruca; R. Ramos Fernández; J. Velaza Frías; L. Pérez Vilatela; Xaverio Ballester. Consejo Asesor: J. Mª Blázquez; M. Beltrán Lloris. ELEA se intercambia con publicaciones similares Pedidos e intercambios: Real Acadèmia de Cultura Valenciana Apdo. Correos 2260 46080 - Valencia [email protected] www.racv.es REAL ACADÈMIA DE CULTURA VALENCIANA SECCIÓN DE ESTUDIOS IBÉRICOS “D. FLETCHER VALLS” ESTUDIOS DE LENGUAS Y EPIGRAFÍA ANTIGUAS - ELEA Número 13 PONENCIAS DEL XXVIII SEMINARIO DE LENGUAS Y EPIGRAFÍA ANTIGUAS Editores: J. Aparicio Pérez y L. Silgo Gauche Valencia 2013 La Dirección de Elea dedica el número 13 de la Serie a los Drs. Fletcher y Unterman, al primero por haberse cumplido 100 años de su nacimiento y al segundo por su fallecimiento este mismo año. La amistad y el intercambio de conocimientos entre ambos investigadores ha sido de gran importancia para progresar en el conocimiento de la Lengua Ibérica, precedente de la Lengua Valenciana. Ponencias del XXVIII Seminario de Lenguas y Epigrafías Antiguas X. BALLESTER (U.V.E.G.) & M. TURIEL CAPRICORNI, CELTIBER, MARTIALIS Y OTROS TEXTUELOS HISPANORROMANOS Resumen: En el presente trabajo damos a conocer diversas piezas antiguas o a menudo fragmentos de piezas con inscripción que fueron localizadas en el llamado mercado de antigüedades por Max TURIEL. La mayoría de estas piezas fueron adquiridas por el propio TURIEL y a continuación donadas a la Real Academia de la Historia, en Madrid. Palabras–clave: Epigrafía, Arqueología. Abstract: In this paper we present a series of ancient pieces or often fragments of pieces with Latin inscriptions from Roman Spain. All the texts were discovered by Max Turiel in the so–called antiquities market and most of them were subsequently donated by Turiel himself to the Royal Academy of History (Real Academia de la Historia) in Madrid. Key–Words: Epigraphy. Archaeology. En el presente trabajo damos a conocer diversas piezas antiguas o a menudo fragmentos de piezas con inscripción que fueron localizadas en el llamado mercado de antigüedades por Don Max TURIEL. La mayoría de estas piezas fueron adquiridas por el propio TURIEL y a continuación mediando expediente de donación depositadas en la Real Academia de la Historia, en Madrid, donde se hayan custodiadas a la espera de su definitiva catalogación. Debe constar nuestro agradecimiento a Don Max TURIEL por estar siempre presto al rescate del expolio de coleccionistas y a la recuperación, para el patrimonio arqueológico y lingüístico hispánico, de tantas piezas que otramente se perderían en colecciones particulares. Algunas de las piezas, sin embargo, no pudieron ser adquiridas o 11 BALLESTER - TURIEL porque ya se habían vendido o comprometido su venta o por no poder alcanzarse el precio solicitado. De alguna de estas, sin embargo, pudieron conseguirse algunas fotografías que aquí, dado su interés, reproducimos. Finalmente incluimos también el caso de una pieza, con práctica seguridad, falsa y que lógicamente no fue adquirida. Ello no obsta para que se decidiera primero obtener imágenes de dicha pieza y después darlas, con el pertinente caueat, a conocer en el presente trabajo. La proliferación de falsificaciones en los últimos tiempos invita ahora a publicarlas como posible medida disuasoria tanto para sus hacedores como sobre todo para sus posibles compradores. Por otra parte, el conocer la tipología de este tipo de piezas falsarias puede ayudar en la detección de la genuinidad o falsedad de otras en casos menos evidentes. La mayoría de las imágenes aquí presentadas fueron realizadas en el Laboratorio del Departamento de Arqueología y Prehistoria de la Universidad de Valencia. Conste nuestro agradecimiento a la citada institución por permitirnos la realización de dichas fotografías y muy especialmente al autor de las mismas, Don Lluís MOLINA, cuyo profesional quehacer facilitó mucho la lectura de buen número de epígrafes, mayormente apenas legibles en razón de su reducido tamaño y deteriorado aspecto. Dada la cantidad de piezas que en esta ocasión presentamos, se nos permitirá un muy sumario comentario de cada una de ellas para no hacer especialmente prolija la exposición. De las piezas más significativas y que serán posteriormente señaladas, está en curso un estudio más pormenorizado conjunto con el Dr. Josep MONTESINOS I MARTÍNEZ para otra publicación. 12 I La primera pieza que comentaremos es un anillo que presentaba evidencias de comportar signos gráficos, pese a que simple vista no resultaran legibles. La fotografía desveló la existencia de probablemente tres signos, resultando el primero de ellos totalmente ilegible, a causa del deterioro de su superficie, quedando así la lectura: _JM Aunque dicha lectura no puede darse como totalmente segura, en principio la presencia de <J> aleja el documento de fechas antiguas, no siendo, por tanto, objeto del contenido del seminario que conforma la base de la presente publicación. 13 II Fíbula —de unos cuatro centímetros y medio como extensión máxima y unos 3 centímetros de altura— de las denominadas de legionario, en general bien conservada y llamativamente apenas deformada. Nuevamente las excelentes fotografías de Lluís MOLINA han permitido reconocer entre unos trazos apenas legibles una secuencia: _VCISS_ Dicha secuencia permite con razonable seguridad proponer una lectura: [A]VCISS[A] Como de algunos será sabido, Aucissa es una de las marcas relativamente comunes para esta clase de fíbulas (véase verbigracia Erice 1995 y 2009). 14 III Pieza de similares medidas de la anterior —de unos cuatro centímetros y medio como extensión máxima y unos dos y medio centímetros de altura— asimismo bien conservada e igualmente perteneciente a la serie de fíbulas conocidas como de legionario conteniendo restos de escritura en la cartela. De nuevo gracias a la buena fotografía de Lluís MOLINA pudo cómodamente leerse: __CISSA Notemos la particularidad de que la <A> está trazada mediante dos marcas diagonales que distan más de lo habitual en llegar a intersectar, es decir, aproximadamente / \. Nuevamente la reconstrucción del texto perdido es sencilla, pues corresponde a la misma marca que vimos en el parágrafo anterior: [AV]CISSA 15 IV El objeto, de casi 8 centímetros de largo y que ahora sucintamente describiremos, podría adscribirse al instrumental médico o bien tratarse de una simple aguja para redes. La pieza presentaba unos signos en forma de muescas, pero casi inapreciables a simple vista, lo que permitía dudar de si podría tratarse de letras grabadas, dado su minúsculo tamaño, con especial pericia. La fotografía realizada en el laboratorio del Departamento de Prehistoria y Arqueología de la Universidad de Valencia confirmó la impresión inicial de que se trataba de muescas, aunque no al azar ni producto del deterioro temporal, sino de carácter funcional–decorativo registrándose concretamente una secuencia|| O || O ||. 16 V Fragmento de terra sigillata hispánica tardía, para cuya cronología — del siglo IV d.C. probablemente— remitimos al trabajo por publicar del Dr. MONTESINOS. La pieza presenta forma triangular alcanzando unos cuatro centímetros y medio como máxima anchura —siguiendo el orden de lectura del texto— y aproximadamente lo mismo en altura. Antes de su limpieza la pieza apenas dejaba leer una secuencia: ]___R:CORN__C[ Una vez limpiada la pared externa, pudo leerse sin dificultad: CAPRICORNI·AQ[ Lo que de modo no arriesgado permitiría incluso reconstruir al menos una secuencia: CAPRICORNI·AQ[VARI Las inscripciones con lemas zodiacales en utensilios cerámicos son relativamente frecuentes, aunque no siempre sigan, como sí aquí, el orden establecido (véase verbigracia VELAZA 2009). 17 VI Nuevo fragmento de terra sigillata hispánica de unos seis centímetros y medio de longitud y para cuyo más pormenorizado estudio volvemos a remitir a la futura publicación con el especialista Josep MONTESINOS, quien nos anticipa que estaríamos ante un producto hispánico probablemente tritiense y de cronología flavia, es decir, dentro del marco de las memorizables fechas del 69 al 96 d.C. En la parte exterior de la pared grafito inciso que se deja leer sin dificultad: CELTIBER Es de notar la realización de las <E> mediante dos paralelas verticales: ||, alógrafo muy frecuente sobre superficies especialmente duras. Es muy llamativo el hecho de que precisamente se haya conservado el fragmento que contiene un nombre íntegro. Si no se trata de una falsificación —cosa que no podemos excluir taxativamente— la explicación más natural sería suponer que por alguna razón el nombre se habría escrito una vez ya constituido el fragmento. No obstante, ha de notarse que una pequeña parte de la <R> ha quedado fuera de la fractura. La forma CELTIBER puede estar aquí en su acepción primera de origen geográfico–tribal o gentilicio, es decir, como un etnónimo o bien funcionando ya como un cognomen, es decir, como un antropónimo, tal como está documentado en varias epígrafes del imperio. 18 VII Fragmento irregular de prácticamente seis centímetros de anchura —id est, siguiendo el orden de lectura— y prácticamente cuatro de altura en su parte más larga también inscrito de terra sigillata, probablemente —de nuevo y como anticipo de la futura publicación nos aclara amablemente el colega MONTESINOS— un producto tardío, del siglo III d.C. La pieza presenta un grafito externo fácilmente legible: MARTIALIS En lo puramente grafemático es de notar la ligadura para <MA> cuyo trazo se une además al de la <R> subsecuente. El antropónimo, bien documentado en la Península Ibérica, podría estar tanto en genitivo como en nominativo. 19 VIII Fragmento de vaso de terra sigillata hispánica de pasta rosácea. En la futura publicación específica el Dr. MONTESINOS expone los argumentos que le llevan a fechar la pieza a finales del siglo I o principios del II d.C. En la parte externa se halla, evidentemente incompleta, una secuencia de dos o al máximo tres grafemas. Por desgracia, ni el ductus ni la secuencia permiten distinguir con seguridad o siquiera con claridad la orientación del texto, que resulta ambiguo. En efecto, si leído, como en principio parece más natural, con pie en la base, se leería: _M En tal caso, habría que señalar la singular configuración de la <M> mediante dos secuencias gráficas independientes, es decir, aproximadamente </\ /\>, fenómeno raro aunque no excepcional. Con esta misma orientación sería también posible la lectura: ]_AA Ahora bien, ello supondría admitir casi necesariamente la aparición aquí de abreviaturas, dada la excepcionalidad de una secuencia <AA> y máxime para épocas que no sean mucho más antiguas. Además las <A> se habrían trazado sin marca interna horizontal. 20 CAPRICORNI ... Si leída, en cambio, con orientación inversa, el resultado sería: VVL[ Presentándose en esta ocasión una mucho más banal secuencia, ya que uu– o tambiénuul– constituyen secuencias iniciales harto comunes en latín (verbigracia Vulcanus, uulgus, uulnus, uulpes, uulsus, uult, uultur, Vulturcius, uultus, uulua…). De modo que, si obligatoriamente tuviéramos que elegir entre una de las tres básicas posibles lecturas, nos quedaríamos con esta última. 21 IX Fragmento cerámico de unos ocho centímetros de ancho por 6 de largo. Aunque la pieza conserva la marca de producción, estampillada antes de la cocción, su desgaste no permite identificar con certeza ninguno de los al menos 5 signos que comporta, ya que en uno de sus extremos —presumiblemente en su parte final— la incripción presenta una importante muesca. De modo casi más cercano a la grafomancia que a la paleografía leeríamos: EC____N[ 22 X La siguiente pieza que presentamos, es en toda evidencia un sello de oculista; tiene forma de estuche o plaqueta, es decir, forma cuadrangular con la peculiaridad de ser trapezoidal por dos de sus caras laterales. En su conjunto la pieza es pequeña, de unos tres centímetros de largo. Como bien sintetizan BELTRÁN y ORTIZ (2002: 298), el propósito de las plaquetas de oculista «era servir de base para la elaboración de colorios mediante la adición sobre ellas de líquido a un preparado en polvo que se conservaba en pastillas, sobre las que se imprimían los textos grabados en negativo que figuran en las caras laterales de las plaquetas […] pueden sistematizarse las inscripciones de las que son portadores en las siguientes categorías: nombre del médico, nombre del colirio, enfermedad que alivia, nombre del líquido para disolver las pastillas y, en todo caso, número de dosis». La pieza aquí objeto de nuestra consideración fue localizada por Max TURIEL en el mercado de antigüedades; con apoyo de la Real Academia de la Historia se hicieron diversas gestiones a fin de poder recuperar la pieza, que finalmente pasó a manos posiblemente de un coleccionista. No obstante, al menos fue factible obtener tanto unas fotografías de la pieza cuanto una reproducción en molde de la impresión en cera de sus cuatro caras inscritas, impresión que se halla depositada en la Real Academia de Historia. El sello, en efecto, presenta dibujos o marcas en dos de sus caras y caracteres gráficos en las otras dos, mientras las opuestas caras mayores quedan anepígrafas. La cara que vamos a denominar A presenta unos caracteres de cuya impresión resultaría una figura en forma de <S> con un circulito tocando su parte superior; podría tratarse, pues, de un monograma, ya griego o latino y de significación desconocida para nosotros. 23 BALLESTER - TURIEL La cara que denominaremos B, contiene una figura en forma de raspa de pescado que más bien podría representar algún tipo de planta, como alguna vez acaece en este tipo de objetos. La cara que aquí consideraremos C, contiene la secuencia en negativo: DEAGLAVCAEV Finalmente la cara D contiene, también en negativo, la forma: DIASMYRNE 24 CAPRICORNI ... Desde el punto de vista grafemático es muy llamativo en esta última secuencia el registro del ípsilon helénico mediante < >, es decir, invirtiendo la dirección de las hastas laterales, anomalía que posiblemente no se deba atribuir sin más a la escripción en negativo del texto, pues de hecho en este término, frecuentísimo en los sellos de oculista, el ípsilon viene muchas veces especialmente realzado con un módulo mayor, como puede, por ejemplo, conservarse en varias de las piezas recogidas por el venerable catálogo de ESPÉRANDIEU (1904), así en las catalogadas bajo los números 50 —donde también se realza la i griega de LIBYCI— 83, 102 o 158. La secuencia íntegra DIASMYRNES también a veces notada como DIAZMYRNES es a menudo registrada con diversas abreviaturas y, como anticipábamos, es una de las más frecuentes en los sellos de oculista, registrándose en el índice de la loada publicación de ESPÉRANDIEU (1904: 156) en sus diversas variantes o abreviaciones (DIASM, DIASMYRN, DIASMYRNE, DIAZMYR…) una cincuentena de ejemplos. Mucho menos común es la otra receta recogida en este sello y de la que en el incompleto pero significativo citado repertorio de ESPÉRAN- 25 BALLESTER - TURIEL (1904) se recogen seis variantes: DIAGLA (210) donde concurre también un DIAZMYR, DIAGLAVC (186), DIAGLAVCAEVM (218), DIAGLAVCEN (24), DIAGLAVCEV (81) y DIAGLAVCIV (118). DIEU Así pues, en lo lingüístico es asimimo muy llamativo en nuestro textuelo la inscripción DEA en vez de DIA como correctamente se hace en la cara D y también GLAVCAEV en vez de GLAVCIV o de la secuencia también común GLAVCEV. No hablamos aquí de la posible pérdida de –m final (GLAVCEVM o bien GLAVCIVM) —porque fonéticamente posible, en efecto— ya que podría deberse simplemente a la falta de espacio y además, por otra parte, parece que efectivamente la forma usual, de composición harto peculiar, no comportaba –m, correspondiendo en realidad a un genitivo —régimen normal para la preposición helénica dià ( ) ‘por – mediante’— en –u como adaptación del griego en –ou ( ; cf. el genitivo –SMYRNES). Pues bien, hipótesis atractiva y, desde luego, económica consiste en relacionar ambas faltas del siguiente modo: DEA y GLAVCAEV constituyen ultracorrecciones frente a dia y glauciu por la vacilación fonética para el hablante causada por el cierre de /e/ átona, antevocálica y ya sin duda, monoptongada. Esta vacilación especialmente acuciante en el caso de la forma menos frecuente GLAVCIV ha debido de arrastrar a la /i/ de la mucho más frecuente preposición griega dia —incorporada como tecnicismo médico— generándose a su vez una ultracorreción de DIA en la inesperada e insólita forma DEA. En todo caso, ello supone la escripción por manos —y personas distintas— de las dos caras escritas, algo que podría quedar refrendado por el ligeramente diverso tipo de <E> en ambas caras inscritas y sobre todo por la curiosa peculiaridad de escribirse en una de ellas con módulo mayor los dos componentes del sintagma: DIASMYRNE. En todo caso, el colirio conocido probablemente bajo el curioso sintagma de dia glauciu debía de resultar bastante popular, pues aparece ya en las Compositiones medicæ de ESCRIBONIO Largo (22 Helmreich: etiam quidem dia glauciu dicitur), autor de la primera mitad del s. I d.C. Tampoco, por supuesto, aquella pócima era desconocida para el curiosón PLINIO (nat. 27, 59, 83: Glaucion in Syria et Parthia nascitur, humilis herba […] hinc temperatur collyrium, quod medici dia glauciu uocant), quien en su línea habitual da diversos detalles sobre tipos y procedencia. Finalmente —por señalar sólo tres hitos significativos— se encuentra también referencia al colirio en una obra que debe mucho a los “Compuestos Médicos” de ESCRIBONIO: el Liber de Medicamentis de MARCELO llamado “el Empírico”, autor que probablemente vivió a caballo entre los siglos IV y V y que, como puede verse en la canónica 26 CAPRICORNI ... edición de HELMREICH (1889), recoge tanto los colirios dia glauceum (8,3) cuanto dia smyrnon (8,117) o dia smyrnes (8,211) en genitivo. Esperamos que nuestra cursoria y somera descripción de tan interesante objeto motive lo suficiente a historiadores o especialistas en estos temas como para profundizar en la investigación más pormenorizada que probablemente la pieza merezca. 27 XI Inscripción supuestamente celtibérica sobre supuesto mango de puñal o similar hecho de hueso. El mango presenta por su parte más irregular una singular decoración: una docena de puntos realizados por incisión enmarcados dentro una especie de conjunto, lo que denominaremos su cara A. En el lado opuesto, que convencionalmente llamaremos cara B, se lee en escritura ibérica y más precisamente quizá celtibérica: ZERToIO Aunque el primer signo ha sido alcanzado por una fractura de la pieza, el citado grafema <Z> está casi conservado en su totalidad, por lo que resulta fácilmente reconocible, sea en su común variedad celtibérica <z> sea en la más común para la lengua ibérica <Z> (= SERToIO en tal caso). 28 CAPRICORNI ... Finalmente la base de la empuñadura, que vamos estipulativamente a denominar cara C, exhibe un dibujo grabado de un delfín y debajo de este una secuencia de dos letras: <ze>, que desde la escritura celtibérica se transliterarían como: ZE Estas dos letras parecen, pues, ser la abreviatura del íntegro ZERTOIO de la cara B y confirmarían esta última lectura lectura. Resultando suspecta tanto la pieza como los diversos grabados o caracteres en ella inscritos, Max TURIEL se limitó a proceder a realizar unas fotografías de la pieza in situ, no pudiendo, por lo demás, obtenerse información precisa alguna sobre su procedencia. En muchos aspectos la pieza ofrece en lo cualitativo y cuantitativo demasiados aspectos singulares, aspectos contradictorios que resultan obvios para el especialista y en los que, dicta la sensatez, no sería prudente entrar en el marco de un comentario público. En el momento actual de nuestros conocimientos el supuesto texto no cuadra con lo que podemos considerar bien o suficientemente establecido para las lenguas celtibérica e ibérica. No es, en fin, descartable que el autor de la pieza pretendiera reproducir el nombre de Sertorio, el conocido caudillo romano tan vinculado a las tierras hispánicas. Damos, pues, a falta de paralelos y otros indicios o pruebas en contra, la pieza como falsa. 29 XII REFERENCIAS BELTRÁN Francisco & ORTIZ Esperanza, «Burdo Medugeno munus dedit. Sobre una coticula inscrita del Museo de Zaragoza», Palæohispanica 2 (2002) 295–325. ERICE LACABE Romana, Las fíbulas del nordeste de la Península Ibérica: siglos I a.e. al IV d.e., Institución Fernando el Católico, Zaragoza 1995. ERICE LACABE Romana, «Una fíbula tipo Aucissa con sello procedente de Pompelo– Pamplona», Limes XX. XX Congreso Internacional de Estudios sobre la Frontera Romana, Ediciones Polifemo, Madrid 2009, 457–464. ESPÉRANDIEU Æmilius, 1904, Signacula medicorum ocularium, E. Leroux, París 1904. HELMREICH Georgius ed., Secribonii Largi Conpositiones, Teubner, Leipzig 1887. HELMREICH Georgius ed., Marcelli de Medicamentis liber, Teubner, Leipzig 1889. VELAZA Javier, «El “vaso del zodíaco” de Gayo Valerio Verdulo: problemas de reconstrucción y de interpretación», Espacios, usos y formas de la epigrafía Hispana en épocas Antigua y Tardoantigua: homenaje al Dr. Armin U. Stylow [= Anejos de Archivo Español de Arqueología XLVIII], C.S.I.C. – Instituto de Arqueología de Mérida, Mérida 2009, 363–373. 30 M. UNZU & J. VELAZA* UNA INSCRIPCIÓN EN SIGNARIO PALEOHISPÁNICO DE OLITE (NAVARRA) Resumen: En este trabajo editamos una inscripción paleohispánica encontrada en Olite (Navarra). Abstract: In this paper we edit a palaeohispanic inscription found in Olite (Navarra). Palabras clave: Inscripción paleohispánica. Vascones. Olite, Navarra. Protovasco. Keywords: Palaeohispanic inscription. Vascones. Olite, Navarra. Proto-Basque. En estas líneas se dará a conocer una inscripción paleohispánica encontrada en Olite (Navarra) y se examinará la problemática que plantea, en especial en lo tocante al signario que emplea y a la lengua en la que está escrita1. 31 I CIRCUNSTANCIAS DEL HALLAZGO Con motivo de las obras de rehabilitación y restauración llevadas a cabo en el Palacio Real de Olite durante el año 2008, fue necesario realizar labores de seguimiento y posterior excavación arqueológica en el área situada entre la fachada norte de la iglesia de Santa María y la fachada sur del antiguo Palacio Real, actual Parador. En este lugar se encuentran ubicadas las ruinas de la capilla de San Jorge, cuya construcción, iniciada en 1399, fue promovida por la esposa de Carlos III, doña Leonor. Durante la excavación del espacio comprendido entre la capilla y la fachada norte de la Iglesia de Santa María se hallaron setenta y nueve sepulturas correspondientes a una necrópolis de inhumación medieval. Las tumbas estaban colocadas en orientación este-oeste, característica del ritual cristiano, con la cabecera al oeste y los pies al este. Predominan las de planta rectangular con delimitación de losas, con algunos ejemplos de planta trapezoidal. El interior de la cámara funeraria, una vez depositado el cadáver, se sellaba utilizando como cubierta losas de piedra. Sobre la cubierta se formaba un túmulo de tierra de espesor considerable y, por último, se colocaban elementos de señalización. En esta necrópolis se emplearon tanto hitos como estelas discoideas, en la cabecera y/o en los pies del enterramiento. Por lo que respecta a los hitos, se documentaron veintiséis. Principalmente aparecen colocados en las cabeceras de las tumbas, aunque en algunos casos (sepulturas 26 y 45) fueron situados tanto en la cabecera como en los pies. En la mayoría de las ocasiones se emplearon fragmentos de lajas o de losas de roca arenisca de tendencia rectangular, con trabajos de desbaste y acondicionamiento. Sus dimensiones oscilan entre los 0,30/0,50 m de longitud y los 0,20/0,40 m de anchura. En algunos casos, se han encontrado hitos con el extremo superior redondeado, imitando toscamente la forma de las estelas discoideas (sepulturas 26 y 80). Atendiendo a estas premisas y a la tipología de las sepulturas excavadas, el momento de máxima utilización de este espacio con fines funerarios debemos situarlo entre finales del siglo XI y mediados del siglo XIII. Los datos derivados del proceso de intervención arqueológica han permitido obtener una información que complementa la aportada por las fuentes documentales sobre la evolución del solar desde los siglos centrales de la Edad Media y su abandono en el siglo XIX. 32 II EDICIÓN Vinculado a la sepultura 86, se localizó un hito que había sido conseguido por reempleo de una pieza antigua con inscripción paleohispánica. En su estado actual, la pieza es un fragmento de piedra arenisca que con seguridad está mutilada por la derecha y por la izquierda (fig. 1). En la parte inferior presenta una forma rebajada desde la cara anterior a la posterior que podría obedecer a una morfología original destinada a hincar la piedra en el suelo, pero tampoco puede descartarse que haya sido practicada en época posterior. Tampoco sabemos si la parte superior es la original, porque la cara anterior ha sufrido en ese lugar la pérdida de parte de su grosor, lo que por lo demás afecta a la parte superior de los signos. Las medidas actuales de la pieza son (43) x (37,5) x 9/12. En su cara anterior, que presenta el epígrafe, la superficie ha sufrido arriba una pérdida notable que afecta a los signos en su parte superior. Lo que se conserva de la inscripción son solamente tres signos y una interpunción. Todos han sido grabados con buena técnica y muestran una incisión profunda de surco triangular. Aunque ninguno de ellos preserva su altura original, puede calcularse que ésta alcanzaba aproximadamente los 15 cm. La interpunción consiste en dos puntos verticales de forma redonda separados entre sí unos 11 cm. Se percibe una inclinación ascendente de los signos con respecto a los bordes actuales, pero es imposible saber si tal inclinación es original o se debe a la forma de la fractura de la pieza. En todo caso, es evidente que al menos el segundo signo no respetaba la caja de los otro dos. Los signos han sido escritos de derecha a izquierda –escritura sinistrorsa o levógira–. El primero –comenzando por la derecha– es una e de tres barras transversales que se inclinan hacia abajo, pero no puede descartarse que hubiese un cuarto trazo transversal en la parte perdida. El segundo es n de forma canónica. El tercero ha sido mutilado en su parte superior por el desconchado que afecta a la pieza en esa parte, pero verosímilmente es una s construida con cinco trazos en zigzag. En consecuencia, la lectura que ha de proponerse para el texto es la siguiente: —-]en : s[—- 33 III CUESTIONES EPIGRÁFICAS Y PALEOGRÁFICAS Conviene señalar que, tanto desde el punto de vista epigráfico como desde el paleográfico, la inscripción reúne una serie notable de singularidades y de problemas. En primer lugar, por más que la escritura sinistrorsa es bien conocida en el ámbito meridional de la Hispania antigua, las inscripciones ibéricas o celtibéricas escritas en tal modo son extraordinariamente excepcionales. En epigrafía ibérica, en concreto, tenemos la fusayola del Gebut (D.11.3), una inscripción pintada de Torrelló del Boverot (Almazora, Castellón)2, un ostrakon d’Enserune (B.1.51) y otro probable de Olèrdola3; en epigrafía celtibérica, la tessera de Palenzuela (K.25.1), dos téseras más de procedencia desconocida (K.0.9 y K.0.13) y un esgrafiado sobre cerámica de Numancia (K.9.10). Como puede verse, muy pocos ejemplares en proporción al corpus epigráfico en ambas lenguas. La singularidad, además, se acentúa si tenemos en cuenta que la datación habitualmente aceptada para las inscripciones sobre soporte pétreo es posterior a la que se atribuye a las mencionadas piezas con epígrafe levógiro. La segunda cuestión se refiere a la forma de los signos y a la identificación del signario al que verosímilmente pertenecen: si dejamos de un lado el signo n, de forma muy general y no discriminante, es cierto que las variantes de e y de s empleadas aparecen tanto en inscripciones ibéricas como celtibéricas. Pero, hasta donde la historia paleográfica paleohispánica nos es conocida, se diría que en el signario ibérico tales variantes son de datación algo anterior a la que se supone para un epígrafe sobre piedra, mientras que ambas permanecen en algunos epígrafes celtibéricos posteriores a 150 dE. En este sentido, y con toda la prudencia necesaria, no sería imposible que el signario en el que el epígrafe ha sido escrito sea el celtibérico. Finalmente, no debe pasarse por alto el considerable módulo que presentan los signos. Si hemos de suponer que los 37,5 cm de longitud conservados sólo suponen una parte relativamente pequeña del texto completo, habrá que aceptar que éste requeriría de una anchura muy notable o de un número de líneas alto –o de ambas cosas– para completar cualquier formulario, por escueto que éste fuera. 34 IV CUESTIONES LINGÜÍSTICAS Otra cuestión no de menor calado es la de determinar en qué lengua está realmente escrito el texto. En principio, si nos atenemos al lugar en el que ha sido encontrada, conviene recordar que se trata de una zona de trifinium cultural y lingüístico y que, en consecuencia, podría tratarse tanto de un epígrafe ibérico como de uno celtibérico o paleovasco. Lo que ha quedado del texto sólo nos permite, a nuestro juicio, descartar una de estas tres hipótesis, la de la lengua celtibérica, en virtud de dos argumentos bien conocidos: de un lado, el de que no existen en celtibérico palabras que comiencen por s–, como es el caso de la segunda de nuestro texto; por otro lado, el de que el final en –en que muestra la primera palabra conservada es también prácticamente imposible celtibérico, donde tenemos muy pocos finales en –n y ninguno en –en4. Sin embargo, como es bien sabido, un final en –(e)n es habitual en ibérico y también lo sería, hasta donde sabemos, en paleovasco (como sufijo de genitivo conservado en vasco moderno). Ambas hipótesis, pues, quedarían en principio en pie de igualdad. Un elemento discriminante, sin embargo, residiría en el aspecto ya mencionado del signario: si, como hemos propuesto, éste fuera el celtibérico, parecería menos aceptable que la lengua fuese ibérica, por cuanto no hay casos de inscripciones ibéricas escritas en signario celtibérico y la misma hipótesis de su existencia es, a juzgar por lo que sabemos de la literacy paleohispánica, muy problemática. En este sentido, la balanza se decantaría a favor de una interpretación del texto como paleovasco, en un fenómeno muy similar al que hemos postulado para el mosaico de Andelo, en el que el signario es también celtibérico5. En cualquier caso, conviene insistir en la cautela con la que ha de tomarse toda hipótesis sobre un epígrafe tan fragmentario. 35 V BIBLIOGRAFÍA Y NOTAS RODRÍGUEZ RAMOS 2009 = J. Rodríguez Ramos, “Comentaris epigràfics a les inscripcions d’Olèrdola”, en N. Molist, ed., La intervenció al sector 01 del conjunt históric d’Olèrdola. De la Prehistòria a l’etapa romana (Campanyes 1995-2006), Barcelona 2009, pp. 581-585. RODRÍGUEZ RAMOS 2001 = J. Rodríguez Ramos, “Sobre los signos de lectura problemática en la escritura ibérica levantina y una inscripción revisada”, AespA 74 (2001), pp. 281-290. VELAZA 2002 = J. Velaza, “Chronica epigraphica Iberica IV (2001)”, Palaeohispanica 2 (2002), pp. 411-414. VELAZA 2009 = J. Velaza, “Epigrafía y literacy paleohispánica en territorio vascón: notas para un balance provisional”, en Acta Palaeohispanica IX. Actas del Coloquio sobre lenguas y culturas paleohispánicas, Zaragoza 2009, pp. 611-622. VELAZA 2011 = J. Velaza, “Chronica epigraphica Iberica IX (2007-09)”, Palaeohispanica 11 (2011), pp. 197-202. * Este trabajo se inscribe en el FFI2011-25113 y en el Grup de Recerca Consolidat LITTERA (2009SGR1254). 1 Esta es la primera edición epigráfica de la pieza, por más que hayamos hecho referencia a ella en VELAZA 2009, p. 617. 2 RODRÍGUEZ RAMOS 2001, pp. 281-290; VELAZA 2002, p. 413. 3 RODRÍGUEZ RAMOS 2009, pp. 584-585, n. 1C; VELAZA 2011, p. 201. 4 El final en –en es prácticamente descartable en celtibérico por razones de historia lingüística, en esencia por el hecho de que i.e. *-m se haya mantenido, mientras que *-n en los temas en nasal haya desaparecido. 5 VELAZA 2009, pp. 616-617. 36 SIGNARIO DE OLITE Fig. 1.- Estela de Olite (Navarra) 37 M. FERNÁNDEZ – E. R. LUJÁN1 CODIRECTORA DE LA EXCAVACIÓN DE ALARCOS – UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID GRAFITOS IBÉRICOS Y LATINOS DEL YACIMIENTO DE ALARCOS (CIUDAD REAL) I SITUACIÓN GEOGRÁFICA DE ALARCOS E HISTORIA DE LA INVESTIGACIÓN El yacimiento de Alarcos se encuentra situado sobre el cerro del mismo nombre, que se eleva unos 100 m sobre la margen izquierda del rio Guadiana, a 8 km de la capital de Ciudad Real. El cerro tiene forma alargada y desde él se controla el único vado del río que existe por esta zona, donde se encuentra el actual Puente de Alarcos, por el que transcurre la carretera N-430 (Fig. 1). Se trata de un asentamiento de grandes dimensiones, pues de las 33 ha que mide el cerro la mayoría han sido ocupadas por el hombre desde la Prehistoria Reciente. El sitio era conocido y visitado por los vecinos de Ciudad Real, Poblete y Valverde gracias a la ermita de la “virgen de Alarcos” situada en la parte oriental del cerro. Pero también lo era por la comunidad científica a través de la publicación de dos artículos que daban a conocer una inscripción romana (Blázquez, 1914) y varias esculturas zoomorfas en piedra (Prada, 1977) halladas en sus proximidades. Sin embargo, no será objeto de intervención arqueológica hasta 1984, cuando la Consejería de Cultura de Castilla-La Mancha comienza un ambicioso plan de excavaciones en la Comunidad, a través 39 FERNÁNDEZ - LUJAN de diferentes planes de empleo con el SEPECAN y en ocasiones también con el ayuntamiento de Ciudad Real, a quien pertenecen los terrenos. La dirección de los trabajos, inicialmente a cargo de Alfonso Caballero Klink, entonces director del Museo Provincial de Ciudad Real, corre a cargo desde 1986 de Antonio de Juan García y Macarena Fernández Rodríguez, especialistas en Historia Medieval y Prehistoria, respectivamente. Desde 1990 y paralelamente a la excavación arqueológica varias escuelas taller se han ocupado de la consolidación y restauración del yacimiento (Fig. 2), al tiempo que construían una serie de dependencias para el “Parque Arqueológico”, que ha estado funcionando entre los años 2003 y 2012, durante los cuales el yacimiento ha recibido la afluencia de cuantiosos visitantes. El planteamiento metodológico de la excavación estuvo condicionado por la titularidad de los terrenos. Cuando en 1984 se inician las excavaciones sólo una parte del cerro era de propiedad municipal y ambas estaban separadas por una valla de dirección norte-sur. Entonces se decidió utilizar dicha valla como uno de los dos ejes principales que dividiría el cerro, siendo el otro perpendicular a él, es decir, este-oeste. A cada uno de los cuatro sectores resultantes se les dio una numeración romana (sectores I a IV). Más tarde, con la adquisición de los terrenos por parte del ayuntamiento de Ciudad Real se añadieron nuevos sectores (IV-E, Alcazaba y V) (Fig.1). Cada uno de ellos se divide en cuadrículas, que siguen una numeración arábiga. La primera campaña de excavación se realizó en los sectores II, III y IV, centrándose más tarde los trabajos en los sectores IV, IV-E y Alcazaba, siendo el resto objeto de intervenciones menores o puntuales. Los resultados de estos trabajos se han ido dando a conocer en congresos, reuniones científicas y a través de publicaciones (Fernández, 1987, 2000, 2001, 2008, 2009, 2012a y 2012b; Mena y Caballero, 1987; Mena y Ruiz, 1987; De Juan, Fernández, y Caballero, 1994, 2004; De Juan, Caballero y Fernández, 1995a y 1995b; Cabrera y Sánchez, 1994; Fernández, Caballero y De Juan, 1995; Fernández, De Juan y Caballero, 1995; Fernández Y García, 1998; Arévalo y Fernández, 1998; García y Fernández, 2004; De Juan y Fernández, 2007…). 40 II SECUENCIA CULTURAL La secuencia cultural de Alarcos es muy extensa, ya que comprende desde la Edad del Bronce hasta nuestros días, con un importante hiatus en las Épocas Romana y Altomedieval, que abarca desde el cambio de era hasta aproximadamente los ss. IX-X d.C. A partir de estos momentos, el cerro recobrará importancia gracias a la construcción de un castillo medieval y a la celebración de la “Batalla de Alarcos” en 1195. Tras la derrota cristiana en dicha contienda, el destino de Alarcos estará ligado al de la ermita. A partir de 1984 las excavaciones arqueológicas, la constitución de una escuela taller y la declaración de Parque Arqueológico, promueven la creación de infraestructuras, y la construcción de diferentes edificios, necesarios para atender a las necesidades de trabajadores y visitantes. A. BRONCE PLENO En este periodo se produce la primera ocupación humana del cerro, cuyos restos se localizan en el farallón cuarcítico situado en la parte occidental, próxima al río Guadiana, donde se ubica un pequeño poblado de altura típico del Bronce Manchego, conocido únicamente por prospecciones. El paso del Bronce Pleno al Final es un periodo poco conocido, que plantea muchos interrogantes, especialmente en esta parte de la Meseta meridional (Fernández, 2012a: 42-53). Está caracterizado por un cambio en el modelo de poblamiento, que en Alarcos se traduce en el desplazamiento de la población hacia la parte superior y la ladera meridional del cerro. B. BRONCE FINAL-HIERRO I ORIENTALIZANTE A finales de la Edad del Bronce y comienzos del Hierro I está documentada la presencia de gentes en estas zonas del yacimiento y, aunque carecemos de datos para saber si se trata del mismo grupo humano de la fase anterior, todo parece indicar que entre ambos existe un hiato durante el cual el cerro está deshabitado. De cualquier forma, será a partir de estos momentos –fines s. IX-VIII a.C. – cuando la población se asiente definitivamente en Alarcos para continuar habitando el 41 FERNÁNDEZ - LUJAN lugar hasta Época Ibérica. Poco a poco la población irá colonizando el cerro, ocupando la ladera meridional (Fernández, 2012a: fig. 2). Este momento de transición es conocido básicamente a través de las cerámicas, que salvo excepciones aparecen fuera de contexto, por lo que poco sabemos sobre su hábitat. Sin embargo, sí disponemos de información referente al mundo funerario, gracias a la excavación de una necrópolis de Época Orientalizante excavada en el extremo oriental del cerro (Fernández, 2001). Ya desde el Bronce Final los habitantes de Alarcos aprovechan su privilegiada situación geográfica para establecer relaciones comerciales y culturales con otras áreas peninsulares, utilizando los pasos naturales y las vías de comunicación que en dirección norte-sur/este-oeste, les ponen en contacto con la Meseta Central y Andalucía y el Levante Mediterráneo y la Región Extremeña, respectivamente. Testimonio de ello es el amplio repertorio cerámico, que incluye los arquetipos más característicos del momento: cerámicas tipo Carambolo, de retícula bruñida, boquique, tipo almagra, pintada monócroma en rojo y bícroma en rojo y amarillo, grafitada, incisa, impresa, escobillada, con incrustaciones de bronce y sin decoración (Fernández, 2012a:44). La mayoría de estas cerámicas pertenecen a los momentos iniciales del Hierro I-Orientalizante –ss. VIII-primera mitad s. VI a.C.– con fuerte influencia del mundo mediterráneo, aunque todavía perviven en ellas muchos de los elementos del Bronce Final del SO y SE (Fernández, 2012a:60). Los factores que contribuyen a explicar el indudable protagonismo que adquiere el asentamiento desde momentos tan tempranos son diversos: la existencia de recursos naturales (tierras fértiles, agua, bosques, pastos para el ganado…) y sobre todo su estratégica situación geográfica en la meseta meridional y más concretamente en el valle del Guadiana, que le permitiría cierto control sobre los pasos naturales y las rutas mineras y comerciales. Muy probablemente este control sería ejercido por un grupo social cada vez más poderoso que, directamente beneficiado por los intercambios, utilizaría los objetos importados como símbolo de prestigio (Fernández, 2008:63). C. ALARCOS IBÉRICO: LA CIUDAD ORETANA La génesis del mundo ibérico oretano en Alarcos se produce sin solución de continuidad respecto a los periodos anteriores, y aunque el 42 ALARCOS esplendor urbanístico y la máxima expansión de la ciudad tienen lugar entre fines del s. V y el s. III a.C. (Fernández, 2008:64), ésta no será abandonada por completo hasta principios del s. I d.C. En Época Ibérica Alarcos se convierte en un gran asentamiento2, que cuenta con un complejo y extenso entramado urbanístico, un santuario y, varias necrópolis. A las ya conocidas necrópolis orientalizante del sector IV-E y la ubicada en la zona SW del cerro (Fernández, 2001), donde aparecieron varias esculturas zoomorfas en piedra (Prada,1977) y un casco de bronce celtoitálico (Mena y Ruiz, 1987), se añade ahora una nueva hallada de forma fortuita en la parte norte del cerro, junto al río Guadiana3. Nos encontramos, pues, con uno de los oppidum4 más grandes e importantes del Alto Guadiana y de la Oretania septentrional, que a lo largo de su existencia mantiene intensos contactos comerciales con distintas áreas de la Península, especialmente con la Alta Andalucía y el SE. Desde sus inicios, a mediados del s. VI a.C. hasta su abandono, a principios del s. I d.C., podemos distinguir varias etapas en la ciudad ibérica: Ibérico Antiguo, Pleno y Tardío. 1. Ibérico Antiguo ( m. s. VI-pp. V a.C.) Esta fase constituye la etapa de formación de la Cultura Ibérica. En estos momentos la población, que ha aumentado de tamaño respecto a la fase anterior, se extiende por la parte superior y la ladera sureste del cerro, a lo largo de unas 12 ha, aunque sigue presentando un poblamiento algo diseminado. Los primeros elementos a torno aparecen a comienzos del s. VI a.C., tanto en contexto funerario como habitacional, conviviendo con cerámicas a mano. Se trata de cerámica ibérica fina o tosca, gris y de barniz rojo fenicio, documentada en la necrópolis del sector IV-E y en los niveles inferiores del corte estratigráfico C-23 del sector IV (García y Fernández, 2004). Hacia mediados del s. VI a.C. la necrópolis se amortiza y en su lugar se edifican viviendas con muros macizos de barro, bancos adosados y pavimentos de tierra apisonada pintados de rojo y encalados. Junto a ellos aparecen también muros de mampostería de piedra en relación con un pequeño taller metalúrgico de cobre (Fernández, 2008:66-67). 43 FERNÁNDEZ - LUJAN La cerámica a mano pierde importancia en favor de la hecha a torno y queda prácticamente relegada a las producciones de cocina. 2. Ibérico Pleno (V-III a.C.) Es la etapa de máximo esplendor, cuando Alarcos se convierte en una auténtica ciudad, con un urbanismo muy desarrollado, que denota cierta planificación urbanística. Estos edificios presentan un cambio de orientación y de factura respecto a las estructuras de la fase anterior, generalizándose ahora los muros con mampostería de piedra y alzado de adobe. Se amplía el área construida, disponiéndose los edificios, públicos y privados en torno a calles bien pavimentadas de diferentes tamaños. En este contexto destacan especialmente dos conjuntos de funciones diferentes, el santuario y el edificio tripartito, separados por unos 200 m. El primero continuará en activo en los siglos posteriores, mientras que la vida del segundo será breve, al ser destruido por un incendio. El santuario se ubica en el sector IV, en una zona de fuerte pendiente, alterada de forma significativa en Época Medieval (Fernández, 2008:69), lo que ha afectado a la mayoría de las estructuras, que están seccionadas por alguno de sus lados. Consta de varios edificios dispuestos en torno a una calle de piedra caliza5, primero con dirección norte-sur y después oeste-este, que se prolonga hacia el sector IV-E. Esta zona ha sido objeto de excavación durante varias campañas, pero debido a su dimensión y complejidad los trabajos todavía no han concluido por completo (Fig. 4). En la parte occidental del conjunto se dispone una estructura rectangular maciza, a modo de gran torre, a cuya parte superior se accedía directamente desde la calle a través de una escalera. Asociados a ella aparecen en torno a medio centenar de exvotos de bronce hechos con la técnica de la cera perdida, con unas características muy peculiares, que parecen indicar la existencia de un taller propio (Mena y Caballero, 1987: 621). Al este del anterior, y en la parte opuesta de la calzada, se ubica un gran edificio conformado por al menos seis recintos rectangulares de similares dimensiones, a los que se accedía desde un corredor común desde el lado sur. Separadas por la calle se disponen otra serie de es- 44 ALARCOS tructuras de igual forma y difícil interpretación por haber sido seccionadas por una enorme fosa medieval. La calzada se prolonga en dirección este hacia el sector IV-E, donde la presencia de otra calle de características similares podría indicar que se trata de la misma vía. El sector IV-E se vertebra, a semejanza del IV, en torno a esta gran arteria, a la que acceden una serie de calles menores, organizando las viviendas en varias manzanas, lo que muestra un gran desarrollo del urbanismo (Fig. 3). Se utiliza un sistema de terrazas artificiales para salvar la pendiente existente y se recurre a diferentes sistemas para aliviar el problema de las aguas de escorrentía, tales como el relleno de piedra de la parte inferior de algunos edificios o la construcción de albañales en las calles. Desde los ss. V al III-II a.C. esta parte del asentamiento experimenta diversas transformaciones hasta su abandonado definitivo, que se produce de forma pacífica. Las edificaciones más antiguas únicamente se conservan en la parte inferior de la ladera, donde el terreno marca un escalón pronunciado, bajo el que se localiza la construcción conocida como “edificio tripartito”, llamado así por estar formado por tres habitaciones rectangulares de similares dimensiones. Este edificio, que ha sido ampliamente estudiado (Fernández, 2008:69 y ss.; 2009), destaca del conjunto por ser el único que se han conservado completo e intacto, gracias a su destrucción violenta por un incendio. Ello ha permitido documentar un amplio elenco de materiales (Fig. 5) y llevar a cabo análisis de flotación de semillas, gracias a los cuales podemos conocer algunas de las plantas cultivadas a principios del s. IV a.C.: cereales (trigo, cebada y escaña), leguminosas (lenteja y yero) y frutos (vid) (Fernández, 2009:231). Sobre los escombros de este edificio se construyen otros nuevos en un momento en que el poblado adquiere su máxima expansión. Casas pequeñas de una o dos estancias, hechas de adobe y piedra, con pavimentos de tierra apisonada y encachados de piedra. Frente a la riqueza material del edificio tripartito, las nuevas viviendas aparecen prácticamente vacías, lo que denota un abandono paulatino de la zona. Por lo que respecta a su riqueza material de esta fase, ya desde fines del s. VI a.C. se produce la llegada de las primeras cerámicas griegas de época arcaica, que evidencian los primeros signos de la actividad 45 FERNÁNDEZ - LUJAN comercial focea en la Meseta Sur. La afluencia de estas cerámicas irá aumentando en las centurias siguientes, siendo especialmente significativo el conjunto de piezas del s. V a.C. perteneciente al “horizonte ampuritano” tanto por el número de ejemplares como por la variedad de los mismos (Cabrera y Sánchez, 1994). Alarcos es el único yacimiento meseteño donde están presentes todos los tipos: copas y escifos de lechuza, vasos de Saint Valentin, copas de la Clase Delicada, copas del Círculo de Marlay, escifos de guirnaldas y copas Cástulo (Fernández, 2008:68). Durante el s. IV a.C. las producciones áticas continuarán llegando a Alarcos, donde ya se han contabilizado más de 200 piezas. Con todo, las cerámicas más abundantes serán, sin embargo las de fabricación local: de cocina, gris, oxidante pintada o sin pintar y de barniz rojo (Parras, Fernández y Sánchez, 1997; Fernández, 2012b: 289 y ss). La decoración más frecuente es la pintada en rojo vinoso sobre engobe anaranjado, con motivos geométricos dispuestos en franjas horizontales en las que alternan los círculos, semicírculos o segmentos de círculos concéntricos y ondas verticales con líneas, franjas o bandas, y en ocasiones también con distintos tipos de estampillados (geométricos, florales, zoomorfos...) (Figs. 6, 7, 8). La importancia de la ciudad durante esta época queda plasmada, además, en la existencia de tumbas monumentales con escultura zoomorfas en piedra (Prada, 1977), que nos muestran la existencia de un selecto grupo social con acceso a bienes de prestigio. 3. Ibérico Tardío (IIa.C.-pp. I d.C.) A partir del s. II a.C. el esplendor de la ciudad parece decaer, iniciándose el abandono de algunas zonas. Primero se vaciarán las viviendas del sector IV-E y no será hasta principios del s. I d.C. cuando se desmantele definitivamente la zona del santuario, tal como atestigua la presencia de una moneda romana del año 14 d.C. (Arévalo y Fernández, 1998). La abundancia de cerámicas campanienses y de algunos exvotos con características romanas pone de manifiesto el contacto entre ambas culturas, bien a través de la visita directa por parte de algunos romanos, que presumiblemente visitarían el santuario para realizar sus ofrendas, o bien a través de la adquisición de bienes romanos con este fin. A estos elementos de filiación romana se le añade un casco de bronce de tipo Monterfortino A fechado en el s. II a.C. (Mena y Ruiz, 1987: 639). 46 ALARCOS D. EDAD MEDIA Desde su abandono a finales de Época Ibérica, Alarcos no volverá a ser ocupado hasta aproximadamente los siglos IX-X d.C. Sin embargo, la época de mayor esplendor será a fines del s. XII d.C., cuando el rey Alfonso VIII inicia la construcción de una gran ciudad amurallada. Sus planes se verán truncados por la amenaza musulmana, que le lleva a enfrentarse en 1195 en una batalla con fatal desenlace para los cristianos (De Juan, Caballero y Fernández, 1995a). Los 17 años siguientes serán de ocupación almohade, hasta que en 1212 se vuelve a reconquistar tras la victoria en las Navas de Tolosa (De Juan, Caballero y Fernández, 1995b). No obstante, el recuerdo de la derrota y de los caídos en la contienda, entre otras cosas, harán de Alarcos un lugar poco atractivo para vivir y en 1275 el rey Alfonso X funda Villa Real a tan sólo 8 km de aquí. En el siglo XIII d.C. se lleva a cabo la construcción de la ermita de estilo gótico en el extremo NE del cerro (Lillo, 1987; Cantero, 2003), junto a la que se edificarán una serie de viviendas en los siglos siguientes, aunque la población se va desplazando hacia la nueva ciudad (Fig. 10). E. EDAD MODERNA Y CONTEMPORÁNEA Poco sabemos sobre el devenir de Alarcos a lo largo de estos años, salvo que la ermita continúa siendo visitada por los habitantes de las localidades vecinas. En el s. XX se levanta una casa adosada a ella para residencia del guarda, que será sustituida a finales de los años ochenta de ese siglo por una nueva edificación, esta vez situada fuera de los límites del yacimiento. Otra serie de obras de acondicionamiento (luz, agua, romería…) dejarán su impronta en el cerro. A partir de 1990 y con motivo de la puesta en marcha, primero de una Escuela Taller y más tarde del Parque Arqueológico, se construirán nuevos edificios en la parte sureste, junto a la carretera de acceso (Fig. 10). Actualidad En la actualidad el Cerro de Alarcos se encuentra en una situación incierta. Las excavaciones arqueológicas se interrumpieron en el 2011 y el Parque Arqueológico fue clausurado en octubre de 2012 y no se 47 FERNÁNDEZ - LUJAN tiene certeza de que vuelvan a retomarse o reabrirse ninguno de los dos en los próximos años. No obstante, la escuela taller seguirá trabajando hasta octubre de 2013 y también continúa abierta la ermita, cuya gestión corre a cargo del Ayuntamiento de Ciudad Real, propietario de los terrenos. 48 III LOS GRAFITOS Hemos considerado como tal cualquier signo de carácter no decorativo, ya sean marcas, letras o numerales. La relación completa de las piezas, cuya distribución en el yacimiento queda reflejada en la tabla siguiente, asciende a 336. Sector N.º de piezas % II 1 3,03 III 8 24,24 IV 12 36,36 Alcazaba 10 30,30 Superficie General 1 3,03 IV-E 1 3,03 Total 33 100 Fig. 9. Distribución de las inscripciones por sectores. Como se aprecia en la tabla (Fig. 9), las inscripciones aparecen en todos los sectores excavados, con una mayor concentración en el sector IV, en la denominada “área del santuario”, seguida por los sectores Alcazaba y III, siendo puramente testimonial su presencia en los sectores II y IV-E. Los grafitos se realizaron en todos los casos sobre recipientes cerámicos. A continuación haremos un breve resumen de las características generales de cada uno de los sectores en los que se halló, seguido de la descripción de la cerámica propiamente dicha y el análisis de las inscripciones7, para concluir con el estudio de su contexto arqueológico. Sector II Se sitúa en la parte superior del extremo oriental del cerro (Fig. 10), donde se erige la ermita de la Virgen de Alarcos y la muralla medieval describe un fuerte ángulo. Fue objeto de excavación en la campaña de 1984, cuando se abrieron 16 cortes. El resultado de estos trabajos demostró que la zona había sido alterada por la construcción de las estructuras anteriormente mencionadas, de manera que los sedimentos se hallaban revueltos y sólo se conservaba relativamente intacto el 49 FERNÁNDEZ - LUJAN nivel inferior, asociado a materiales del Bronce Final-Hierro I (Fernández, 1987: 31 y 42). En esta zona sólo aparece una pieza con grafito, que fue dada a conocer en uno de los primeros trabajos publicados sobre el yacimiento (Fernández, 1987:77, fig. 46 n.º 102). 1. A-84-II-11-10098 (Fig. 11) (Fernández, 2012b: 269, fig. 115). Fragmento de galbo exvasado ligeramente convexo y base con anillo pertenecientes a un cuenco de barniz rojo. Cocción oxidante, pasta amarilla blanquecina y desgrasantes finos de tipo calizo. D= 55mm, h= 20mm, a= 95mm, g= 8mm9. Presenta un grafito en la parte exterior del fondo. Se trata de un único signo que presenta la forma de una o de tres trazos horizontales en la escritura meridional ibérica. Sector III Es el más extenso y se extiende por gran parte de la ladera sur del cerro, entre los sectores IV y Alcazaba (Fig. 3). Apenas ha sido excavado, pues sólo se realizaron tres cortes en la parte interna de la muralla medieval durante la primera campaña de excavación, donde se localizaron dos cerámicas con grafitos, pero en esta zona el material está muy mezclado. En el resto del sector las limpiezas superficiales de las que ha sido objeto han proporcionado abundantes materiales, entre los que destacan otras cinco inscripciones, todas ellas descontextualizadas. 2. A-02-III-Área 1-S (Fig. 12). Fragmento de galbo entrante rectilíneo; cocción mixta, pasta anaranjada-rojiza, desgrasantes finos y medios de caliza, mica y otros. H= 34mm, a=46mm, g= 7mm. En el interior presenta un grafito poscocción con tres signos conservados poco profundos, que destacan sobre el color de la pátina. La lectura del grafito es: ]+ta‡[. Desde el punto de vista epigráfico, a pesar de su brevedad, resulta muy interesante que, al igual que en nuestra inscripción n.º 19, se documente en él en escritura meridional el signo en forma de espiga (que aquí hemos representado convencionalmente mediante el signo ‡), que hasta ahora se conocía en las inscripciones sudoccidentales y en la escritura levantina. 50 ALARCOS Procede de un nivel de tierra superficial con material revuelto. 3. A-84-III-5-403-5 (Fig. 11). (Fernández, 1987: 77 n.º 157; Fernández, 2012b: 269, fig. 115). Fragmento de borde exvasado de labio redondeado perteneciente a un plato de barniz rojo. Cocción oxidante, pasta amarilla blanquecina y desgrasantes finos de tipo caliza, mica y vegetal. D= ?10, mm h= 18mm a=88mm g= 6mm. Presenta un grafito poscocción en la parte interna del borde, que ha eliminado el barniz y deja al descubierto la pasta. Se trata del signo ta o simplemente una marca en forma de aspa. Se documentó en el nivel III del corte 5, situado a intramuros de la muralla medieval, próximo al área del santuario, en un nivel con material de Época Ibérica y Medieval. 4. A-87-III-11-1003 (Fig. 13). Fragmento de galbo rectilíneo de pasta anaranjada, cocción oxidante y desgrasantes finos y alguno grueso. H= 25 mm, a= 41 mm, g= 8 mm. Presenta un grafito al exterior con el signo ta (o marca en forma de aspa). 5. A-03-III-114-S-11301 (Fig. 14). Fragmento de borde exvasado, proyectado al exterior horizontalmente, con labio vuelto y semiplano. Pasta anaranjada, cocción oxidante, desgrasantes finos de caliza y otros. Conserva restos de engobe anaranjado en la parte interna del borde, pero no en el labio. D= 230 mm, h= 22mm, a= 100mm, g= 7/12mm. Presenta inscripción ante cocción con tres caracteres, dos de los cuales están “corregidos”, con sendos trazos. La lectura, de tratarse de una inscripción en escritura meridional sería: ]+taS43[, con el S43 = ba, aunque este es uno de los signos problemáticos de esta escritura (v. De Hoz, 2010: 410-411). No obstante, parece más probable que se trate de marcas o, en todo caso, de numerales romanos, como sucede con otros de los grafitos, con lo que tendríamos: ]+XI. 51 FERNÁNDEZ - LUJAN Se halló en un nivel de tierra superficial con piedras y abundante material arqueológico, tanto ibérico como medieval. Una inscripción semejante la encontramos sobre un plato de barniz rojo del Cerro de Las Cabezas (Fernández, 2012b: 260, Fig. 115). 6. A-03-III-118-II-1170 (Fig. 15). Fragmento de borde exvasado de labio redondeado; pasta anaranjada, cocción oxidante, desgrasantes finos y medios de caliza y otros. Tiene restos de pintura negra en la parte interior y una pequeña línea incisa junto al labio. Está muy rodado y erosionado. D= 26mm, h= 23 mm, a= 92 mm, g= 10 mm. Inscripción, posiblemente ante cocción con dos caracteres iguales, poco profundos. Se trataría de dos signos ta o aspas. Procede de una limpieza superficial. 7. A-01-III-119-1812-1 (Fig. 16). Fragmento de borde vuelto con labio semiplano; pasta anaranjada, cocción oxidante, desgrasantes finos y medios de caliza y otros. Presenta pintura roja al interior y en el labio. D= ? mm, h= 24 mm, a= 73mm, g= 10/150 mm. En la zona de apoyo del borde tiene una inscripción poscocción, que ha eliminado parte de la pintura, dejando al descubierto la pasta. El grafito es de interpretación difícil, pues, tal y como se presenta, no corresponde a signos reconocibles en los signarios paleohispánicos; sin embargo, hay que descartar que pueda tratarse de decoración, pues carecemos para ello totalmente de paralelos en otras piezas del yacimiento. A la vista de cómo se superponen los trazos que constituyen el grafito puede especularse con la posibilidad de que se haya realizado un trazo en zigzag que se haya superpuesto a lo que podría ser originalmente una secuencia tíbí (con los alógrafos tí3 y bí1 de la clasificación de De Hoz, 2011: 741). Corresponde a la fosa de construcción de la esquina de la muralla medieval, rellena de tierra, piedra, cal y puzolana y con escasa cerámica, muy fragmentada, de Época ibérica y Medieval, junto a, flechas, clavos, etc. 52 ALARCOS 8. A-01-III-119-Fosa I-1812-2 (Fig. 17). Fragmento de borde de dolia; pasta anaranjada, cocción mixta, desgrasantes finos, medios y gruesos de caliza y otros. Presenta engobe anaranjado y una línea de pintura rojo-vinosa en el arranque del galbo. D= 320 mm, h= 14 mm, a= 123 mm, g= 27 mm. Tiene una Inscripción poco profunda en la parte superior, posiblemente ante cocción. Se trata nuevamente de un signo ta o aspa. Al igual que la pieza anterior, apareció en el nivel de obra11 de construcción de la muralla medieval, mezclado con materiales de todo tipo. 9. A-01-III-120-I-11902 (Fig. 18). Fragmento de borde exvasado de labio semiplano proyectado al exterior; pasta anaranjada, cocción oxidante, desgrasantes finos y medios de caliza y otros. Presenta pintura rojo-vinosa en el labio y engobe anaranjado en el interior. D= 205mm, h= 35mm, a= 84mm, g= 9mm. Conserva una inscripción incompleta, ante cocción, en la parte de apoyo del borde, próxima al labio. Se trata de un signo N[ seguido de rotura, realizado con un trazo amplio y bien marcado, que parece más una letra latina que un signo paleohispánico. Se halló en un estrato de tierra anaranjada con abundantes piedras y esquirlas de cuarcita cerca de la muralla medieval, junto a abundante cerámica del bronce, ibérica y medieval. Sector IV Está situado entre los sectores IV-E y AL, ocupando una zona relativamente pequeña de la ladera sur/sureste del cerro, donde la pendiente es bastante pronunciada (Fig. 3). Es uno de los sectores más excavados y el que mayor potencia estratigráfica presenta, ya que en algunos puntos llega a alcanzar casi 9 m. Se encuentra dividido en dos por la muralla medieval, para cuya construcción se abrió una enorme fosa que seccionó las estructuras anteriores y alteró profundamente los estratos (De Juan et alii, 1995b) (Fig. 19). No obstante, en la zona intacta se ha documentado una vasta secuencia estratigráfica que se inicia en el Bronce Final-Hierro I (Fernández, 2012a). 53 FERNÁNDEZ - LUJAN Esta zona es conocida como “área del santuario”, debido a la existencia de un santuario ibérico, en torno al cual aparece una ingente cantidad de material arqueológico, entre los que destacan más de medio centenar de exvotos de bronce, cerámicas áticas, campanienses, orfebrería de oro y plata, objetos de hueso, material metálico… Las inscripciones proceden de los cortes 18, 19, 20, 23 y 24, situados a extramuros de la muralla. C-18 De esta cuadrícula proceden tres cerámicas con inscripciones: n.º 10, 11 y 12. 10. A-02-IV-18-II-1708 (Fig. 20). Fragmento de galbo vertical y ligeramente convexo de aspecto tosco; pasta rojiza, cocción oxidante, desgrasantes finos, medios y gruesos. Conserva una banda de pintura roja al exterior, en la parte inferior H= 58 mm, a= 60 mm, g= 12 mm. Presenta un grafito ante cocción, con un primer signo muy fino y poco profundo y otro (o quizá otros dos) más dudoso y mucho más tenue al exterior, parte sobre la pintura y parte sobre la zona no pintada. El primer signo sería una l y el segundo S43 (ba) o quizá, simplemente, una raya. Esta pieza apareció en el nivel II de tierra roja con adobes y carbones, situado junto a la muralla medieval, bajo del “nivel de obra” correspondiente a la Batalla de Alarcos (1195). En este estrato aparecen tanto materiales ibéricos como medievales y corresponde al nivel de abandono y amortización de los edificios situados en esta parte del yacimiento. 11. A-86-IV-18-III-1712 (Fig. 21). Fragmento de borde engrosado de labio plano perteneciente a un ánfora; pasta anaranjada-rojiza, cocción oxidante en el galbo y mixta en la parte engrosada del borde. Desgrasantes finos. D= 200 mm, h= 12 mm, a= 35 mm, g= 8 mm. Presenta inscripción poscocción con un solo carácter en el labio. Se trata de un aspa o signo ta, al que acompañan en la parte externa del 54 ALARCOS labio, entre los dos trazos del signo, un pequeño trazo adicional y en la parte interna del labio, otros dos pequeños trazos a modo de comillas, cuya función o valor no resulta posible determinar. Fue publicado anteriormente por Carrasco y Velaza, 2011: 228 ( n.º 4). Apareció en un estrato de tierra gris junto a la muralla medieval, bajo el nivel II (1708). Está asociado a materiales ibéricos, cerámicas campanienses, griegas, a mano, y medievales. Corresponde al primer nivel de ocupación medieval años después del abandono del santuario. 12. A-99-IV-18-VIII-1722 (Fig. 22). Fragmento de borde exvasado, proyectado al exterior horizontalmente, con labio redondeado; pasta anaranjada, cocción oxidante, desgrasantes finos y medios de caliza y otros. Está decorado al interior con una franja de engobe anaranjado franqueado por dos líneas de pintura rojo vinosa; también presenta restos de engobe y pintura al exterior en el arranque del galbo. D= 164 mm, h= 35mm, a= 90mm, g= 7/10mm. Se trata de un grafito con un único signo en forma de N, de factura muy similar al del n.º 9. Aparece en el nivel VIII, constituido por tierra roja con adobe y carbón, que se sitúa sobre el afloramiento rocoso sobre el que se asienta la muralla. Está asociado a tres cerámicas griegas de figuras rojas, una fíbula de pivote, varias fusayolas, una cuenta de vidrio, un anillo de hierro… Podría corresponderse con la última fase del santuario o con el derrumbe de alguno de sus edificios. C-19 Es la cuadrícula aparece la estructura de rectangular maciza, a la que se accede por una escalera desde una calle pavimentada con lajas de piedra caliza. Aquí se hallaron las inscripciones n.º 14 y 15. 13. A-86-IV-19-S-1801-9 (Fig. 11). Fragmento de galbo exvasado cóncavo perteneciente a un plato de barniz rojo (Fernández, 2012b: 268, fig. 114); cocción oxidante, pasta anaranjada, desgrasantes de tamaño medio de tipo caliza, vegetal y otros. H= 23 mm, a= 58mm, g= 7mm. Presenta dos grafitos poscocción, uno en cada una de las caras, que 55 FERNÁNDEZ - LUJAN responden, respectivamente a las formas de los signos ko y ta, si bien debe tratarse de simples marcas. Apareció en el nivel superficial. 14. A-87-IV-19-VIII-1812 (Fig. 23). Fragmento de borde exvasado de labio redondeado con pequeña acanaladura, con sección zoomorfa; cocción mixta, desgrasantes finos y alguno grueso de tipo calizo, pizarra y otros. Presenta engobe marrón rojizo en la parte interior y una línea de pintura rojo vinosa en la acanaladura. D= 180 mm, h= 17 mm, a= 34 mm, g= 7mm. Tiene una inscripción poscocción incompleta, que ha eliminado el engobe. Podría tratarse del signo e en escritura meridional, pero es dudoso, y quizá sea simplemente una marca. Se halló en el estrato VI, correspondiente al pavimento 3, que se dispone delante de la estructura rectangular del santuario ibérico, constituido por grava, cerámica triturada, trozos de metal y tierra roja apisonada con carboncillos. En él aparecen también un anillo de bronce, cerámica de cocina, barniz rojo, gris, mano y 1 fragmento de copa ática de barniz negro de f. s. V-pp. IVa.C. Este estrato podría fecharse entre fines del s. V a.C. y el s.lIIa.C. (Fernández, 2012b: 196). 15. A-99-IV-19-XIII-1869 (Fig. 24). Fragmento de borde exvasado, proyectado al exterior horizontalmente, de labio redondeado. Pasta anaranjada, Cocción mixta; desgrasantes finos y gruesos de caliza y otros. Presenta engobe jaspeado –rojo-negro- en la parte interior del borde, incluido el labio. D= 151 mm, h=26 mm, a= 112mm, g= 4/11mm. Presenta inscripción con tres caracteres de gran tamaño, hechos ante cocción, con trazos limpios y profundos, si bien en el signo central en forma de X el autor rectificó parte del trazo. La inscripción podría estar completa por la izquierda, dado el gran espacio que queda en blanco tras el último signo conservado. Tampoco se observan restos de algún otro signo a la derecha del primer signo conservado, aunque aquí la proximidad de la rotura al primer signo hace verosímil pensar que hubiera algún signo más en la parte perdida de la pieza. La forma del primer signo de la derecha apunta a que se trata de una inscripción en escritura meridional. No hay indicios en el ductus de los signos que 56 ALARCOS permitan decidir con seguridad si debe hacerse una lectura dextrorsa o sinostrorsa. La lectura, en dirección dextrorsa, sería: S61taS56[. El primer signo tiene la forma del dudoso y hasta ahora atestiguado en una única inscripción signo que coincide con el to del signario levantino (v. De Hoz, 2010: 417). De todas formas, desde el punto de vista lingüístico y epigráfico resulta muy interesante constatar que, si la lectura dextrorsa es la correcta, tendríamos aquí un ejemplo más de la que resulta ser la posición más frecuente del signo S56(W), la posición final, especialmente tras vocal a, como es aquí también el caso. De Hoz, 2010: 405-407 ha vuelto a revisar recientemente los argumentos para determinar el valor de este signo en la escritura meridional, rebatiendo las ideas de otros autores, como Untermann (MLH III.1, 142-143), que le atribuye el valor ŕ, o Rodríguez Ramos, 2004: 75 y Ferrer, 2010, para quienes se trata de la otra vibrante (r). Para De Hoz es llamativo el hecho de que en las inscripciones en escritura meridional no aparezca el morfema ibérico -mi y, en cambio, en la posición en que tal morfema es esperable encontremos el signo S56 en las inscripciones meridionales. El morfema -mi es frecuente en textos que expresan propiedad, por lo que, si la identificación entre uno y otro es correcta, el contenido sería el esperado para un grafito como el que estamos analizando. Se trataría así de una secuencia totaS56, para la que tenemos un buen paralelo en el grafito aibonS56 que se documenta en el plato de plata de Santiago de la Espada, Jaén (MLH III, H.2.1). Este fragmento se localizó en un basurero ibérico, formado por una bolsada de ceniza con mucho material cerámico y óseo quemado, que se delante de la torre del santuario y junto a un muro de mampostería seccionado por la fosa de la muralla medieval, a 658,24 m. C-20 Situado en la zona del santuario, este corte comprende parte de la estructura rectangular y la calle de caliza. Aquí aparecieron las inscripciones n.º 16 y 17. 16. A-84-IV-1917-5 (Fig. 11) (Fernández, 1987:77 n.º 491; Fernández 2012b: 268, fig. 114). Fragmento de base con anillo. Cocción oxidante, pasta anaranjada, desgrasantes finos de tipo calizo, arena y vegetal. Presenta barniz rojo al exterior. D= 47mm h= 18 mm a= 89 mm g= 7mm. Signo ta o aspa. 57 FERNÁNDEZ - LUJAN Apareció en el sedimento de tierra roja sobre la calzada que está junto a la estructura rectangular del santuario donde se halló, además, abundante cerámica ibérica y 1 asa ática. 17. A-88-IV-20, testigo-1936 (Fig. 25). Fragmento de borde exvasado de sección zoomorfa y labio semiplano. Pasta anaranjada, cocción oxidante, desgrasantes finos de caliza y otros. Presenta una línea pintada en el labio de color rojo vinoso. D= 200 mm, h= 12 mm, a= 35 mm, g= 8 mm. Tiene un grafito poscocción en la parte superior del borde, poco profundo. La lectura del signo, en dirección sinistrorsa, como lo indica la forma del único signo conservado completo, es: ]+i. El grafito ya fue publicado por Carrasco y Velaza, 2011: 227 (n.º 2)12 y, como ellos señalan, por la forma de la parte conservada, el signo roto debe ser r, más probablemente que e. Se halló en el nivel de derrumbe de la estructura maciza del santuario, junto a la que se encuentra. C-23 Esta cuadrícula, situada en la parte baja del santuario, se vio afectada por la excavación de una enorme fosa medieval que la atraviesa por completo, por lo que sólo queda una zona intacta. 18. A-98-IV-23-III-2253 (Fig. 26)13. Fragmento de borde exvasado, proyectado al exterior horizontalmente y con labio vuelto semiplano. Pasta anaranjada, cocción oxidante, desgrasantes finos y gruesos de caliza y otros. Conserva restos de engobe anaranjado en la parte interior, pero la pieza está muy rodada y erosionada. D= 188mm, h= 45mm, a= 85 mm, g= 7/14mm. Tiene una inscripción ante cocción con tres caracteres conservados y en medio de la cual son visibles dos orificios de sendos desgrasantes. La forma de los caracteres claramente deja ver que la lectura es sinistrorsa, por lo que quizá hubiera algún signo a la derecha del primero de ellos. La lectura es: ]S56kan. Para el valor del signo S56 en la escritura meridional véase supra, n.º 15. El signo n consta de dos trazos separados, uno vertical y otro en forma de v, que no llegan a unirse. 58 ALARCOS La cerámica apareció en posición secundaria, en un nivel de tierra superficial que cubre un muro medieval. C-24 En este corte aparecieron las inscripciones n.º 19 y 20. 19. A-00-IV-24-III-2319-12 (Fig. 27). Fragmento de galbo ligeramente entrante de forma rectilínea, correspondiente a la parte estrecha del cuello. Tiene los extremos laterales cortados con el barro aún fresco, por lo que se trata de algún tipo de recipiente calado, quizás una lámpara; pasta anaranjada, cocción oxidante, desgrasantes finos y medios de caliza y otros. Al exterior está bruñido y en la parte inferior de la pieza presenta restos de engobe naranja sobre el que se dispone una línea muy fina de pintura roja. H= 53 mm, a= 45mm, g= 12mm. Inscripción con siete caracteres de distintos tamaños, hechos ante cocción, pero después de haber sido bruñida la pieza. Incisiones limpias, finas y profundas. Presenta un excelente estado de conservación y parece como si no hubiera sido usado, ya que conserva la rebaba de la inscripción. La lectura de la inscripción, cuya dirección es sinistrorsa según deja ver la forma de los signos es: ]biltítako‡r. Como hemos comentado más arriba (n.º 2), el signo en forma de espiga (que aquí hemos representado convencionalmente como ‡) no estaba documentado hasta ahora en las inscripciones meridionales, aunque sí una vez en las inscripciones sudoccidentales (J.12.4), además de en signario ibérico levantino, por lo que ignoramos su valor fonético. El signo ko presenta una forma peculiar, con los trazos verticales muy alargados. Están documentadas en ibérico las secuencias bilti- y -tako, pero carecemos de razones para estar seguros de que haya que segmentar de esa manera en este caso. La pieza se halló en el interior de una fosa medieval que atraviesa el corte de suroeste a noreste, en la que aparecen mezclados los materiales ibéricos y medievales. 20. 03-IV-24-II-2337-1 (Fig. 28). Fragmento de tinajilla de borde exvasado proyectado al exterior horizontalmente y labio redondeado; cuello cóncavo y galbo entrante convexo. Pasta anaranjada, cocción oxidante, desgrasantes finos y medios de caliza y otros. Está decorado con engobe jaspeado de color naranja-rojizo-marrón en la parte interior del borde y en el galbo, dejando en reserva el cuello. 59 FERNÁNDEZ - LUJAN D= 153mm, h= 51mm, a= 114 mm, g= 6/8mm. En la parte superior del borde presenta inscripción, posiblemente ante cocción, con cinco caracteres, uno de los cuales apenas se ha conservado, ya que la pieza está rota por este extremo. La lectura de la inscripción, de dirección sinistrorsa, es la siguiente: ekie++[ El segundo signo por la derecha es S45, al que se suele atribuir el valor ki por su parecido con el signo correspondiente de la escritura ibérica levantina, si bien, como ha indicado De Hoz, 2010: 413, no tenemos datos para estar seguros de ese valor, de forma que otras posibilidades, como ku, defendida por Rodríguez Ramos, 2002: 236-239, no pueden descartarse del todo1. Del cuarto signo se conserva un trazo vertical que resulta compatible con varios signos de escritura, entre ellos n, i, u o ś. Desde el punto de vista lingüístico no podemos dejar de mencionar la posibilidad de que la secuencia ekie- pueda ponerse en relación con las formas del “paradigma” de ibérico ekiar y ekien, que, independientemente de su interpretación morfológica precisa (véanse, entre otros, Orduña, 2010 y De Hoz, 2011: 296-313), deben equivaler de alguna manera al latín fecit y, por tanto, aparecer en inscripciones en las que se expresa quién hizo o mandó hacer el objeto sobre el que aparecen. El nivel en el que se halló corresponde al derrumbe de un muro de una habitación situada en la parte meridional del santuario, junto al camino de acceso al mismo. En una de sus esquinas y sobre un banco adosado se documentó un depósito de cerámicas que fueron introducidas en el interior de dos grandes ánforas (Fig. 6); frente a ellas, en el ángulo opuesto aparecieron más de 30 pesas de telar sin cocer. Aunque se trata de un nivel intacto, no hay elementos de datación absoluta. Sin embargo, en la habitación adyacente se documentó un fragmento de cerámica campaniense. C-37 Este corte está situado a la derecha del C.18, junto a la muralla medieval y está afectado por la fosa medieval, antes mencionada. 21. A-10-IV-37-fosa V-3608 (Fig. 29). Fragmento de borde exvasado de labio semiplano. Pasta anaranjada, cocción oxidante, desgrasantes finos y medios de caliza y otros. La parte del labio presenta engobe anaranjado. Conservación: muy mala. D= 360 mm, h= 36 mm, a= 96 mm, g= 9 mm. 60 ALARCOS Presenta grafito ante cocción en el borde, junto al labio, bastante profundo y de ejecución clara y limpia. Parece que se trata simplemente una serie de marcas en forma de IXI o bien los numerales latinos correspondientes. La pieza se halló en un nivel de tierra gris parda con piedras, en la base de la fosa medieval que rompe parte de las estructuras rectangulares situadas a la derecha de la calle, a las que pertenecería. Entre los materiales documentados en este estrato aparecen cerámica ibérica, huesos, hierro y un afilador de piedra. Sector Alcazaba Está ubicado en un lugar estratégico sobre el valle del Guadiana, que controla y domina todo el entorno del yacimiento (Fig. 30). Está constituido por una pequeña elevación artificial situada en la parte superior del cerro. Recibe su nombre de la fortaleza medieval que le da forma y que se levanta sobre los restos de muros más antiguos, que indican la existencia de estructuras monumentales. En este sector la cerámica ibérica es muy abundante, y aparece entre los derrumbes de los muros de tapial, que se construyeron utilizando las tierras del lugar, y en ocasiones también en los estratos que subyacen al castillo. La calidad de algunas de ellas y la existencia de elementos de orfebrería de oro parece indicar que se trata de un lugar relevante del poblado ibérico. No obstante, la presencia de un exvoto de bronce, similar a los hallados en el sector IV nos lleva a pensar que parte de la tierra utilizada para la construcción de los tapiales procedía de allí. Las nueve cerámicas con grafitos halladas en esta zona se distribuyen por las diferentes partes del castillo y en todos los casos, como se ha señalado, aparecen entre los derrumbes de tapial y por tanto fuera de contexto. 22. A-01-AL-6-IV-506 (Fig. 31). Fragmento de borde vuelto de labio semiplano. Pasta anaranjada, cocción oxidante, desgrasantes finos y alguno grueso de caliza y otros. Conserva restos de engobe anaranjado en la parte interna del borde y pintura de color rojo vinoso en el labio. D= 167 mm, h= 28mm, a= 65mm, g= 9/12 mm. Presenta inscripción ante cocción en la parte superior visible del borde con tres caracteres y parte de otro que está incompleto: ]+XII. Los tres caracteres conservados presentan la forma de XII, por lo que 61 FERNÁNDEZ - LUJAN al igual que hemos comentado para la inscripción n.º 21, podría tratarse de marcas o, incluso, de numerales latinos. El signo en forma de X presenta rectificaciones de su trazo. En cuanto al signo parcialmente conservado a la izquierda, por su arranque bien podría ser también otra X. 23. A-86-AL-8-7-704 (Fig. 32). Fragmento de galbo ligeramente convexo; cocción oxidante, pasta amarillenta. H= 33 mm, a= 42 mm, g= 7 mm. Presenta marcas incisas en la parte externa, no muy claras y poco profundas hechas poscocción. En un caso se trata probablemente de un signo con la forma de la o en escritura meridional. 24. A-01-Al-23-IV-2220 (Fig. 33). Fragmento de galbo exvasado, ligeramente convexo. Pasta naranja, cocción oxidante, desgrasantes finos y medios de caliza y otros. Al exterior está decorado con una banda de engobe marrón delimitada por dos líneas de pintura negra. H= 67 mm, a= 90mm, g= 6/10 mm. Sobre el engobe marrón aparece una inscripción poco profunda con cuatro caracteres y restos de un quinto, hecha poscocción. La inscripción parece latina y su lectura sería: ]+alus. Podría tratarse de una palabra latina o, más bien, del final de algún antropónimo tipo Camalus o similar. 25. A-00-Al-18-12-1117 (Fig. 34). Fragmento de borde exvasado, de labio semiplano con ligera acanaladura. Pasta rojiza, cocción oxidante y desgrasantes finos, medios y gruesos de caliza, vegetal y otros. Está muy rodado y erosionado, pero conserva restos de pintura roja en el labio. D= 287 mm, g= 8 mm. Tiene inscripción ante cocción con tres caracteres completos, en la parte interna del borde y restos de un cuarto más a la derecha. La lectura de la inscripción, de lectura sinistrorsa, es: ]+ nrbe. La secuencia -nrbe es muy extraña fonéticamente, por lo que el tercer signo, que hemos transcrito como r, quizá deba interpretarse como a, lo que nos 62 ALARCOS dejaría con una secuencia nabe, mucho más verosímil fonéticamente. En cuanto al últmo signo por la izquierda, se trata de una de las variantes del signo S41, que por su parecido formal con la e del signario ibérico levantino, se ha tendido a interpretar tradicionalmente como e también en meridional, si bien Untermann (MLH III.1 § 423) ha defendido que su valor es be. De Hoz, 2010: 413-415 no ve razones para decantarse totalmente a favor de ninguna de las dos posibilidades, 26. A-97-Al-24-III-2313 (Fig. 35). Fragmento de tinajilla con borde exvasado y proyectado al exterior con labio semiplano; cuello cóncavo y galbo entrante. Pasta anaranjada, cocción oxidante, desgrasantes finos y medios. Presenta decoración pintada en el borde y el galbo, donde combina una banda de engobe anaranjado con una línea de pintura rojo-vinosa. Diámetro= 181mm, h= 61mm a= 113mm, g= 6/11mm. El grafito aparece en la parte engobada del galbo. Está rota por la izquierda, pero la interpunción que aparece indicada mediante dos pequeñas rayas permite asegurar al menos que la palabra está completa por la izquierda. Su transcripción, con lectura sinistrorsa, según pone de manifiesto la forma de los signos, es: ]nen : Desde el punto de vista lingüístico, a pesar de su brevedad, el grafito resulta muy interesante, pues apunta a que la lengua utilizada era la ibérica, ya que el final en -en se explica bien como el morfema de “genitivo” identificado en ibérico. Desde el punto de vista de la tipología de las inscripciones esto cuadra muy bien, pues podríamos encontrarnos ante la parte final de un nombre personal ibérico acabado en -n (tipo atin, betin o similar) seguido del morfema -en, que expresa la posesión, un tipo de grafito frecuente sobre cerámica. En escritura meridional tenemos un buen paralelo en el biuniusen de Giribaile, provincia de Jaén (H.11.1). 27. A-85-AL-32-3101 (Fig. 36). Fragmento de galbo rectilíneo de terra sigillata. Pasta amarillenta con desgrasantes muy finos e inapreciables. H= 37 mm, a= 36 mm, g= 5/8 mm. En la parte exterior presenta restos de inscripción pero sólo la huella, porque ha perdido el barniz. Aunque la lectura es difícil por el estado de conservación, parece más bien una inscripción latina con la 63 FERNÁNDEZ - LUJAN siguiente lectura: Naso. Se trataría, por tanto, del bien conocido cognomen latino. Conocemos otra inscripción sobre la parte externa del fondo de un plato de terra sigillata (forma Drag. 17b, fechada hacia el cambio de era) utilizado como tapadera de una urna ibérica en la necrópolis de Alhambra. Se trata de un grafito poscocción con el numeral XIV (Madrigal y Fernández, 2001: 239, fig. 4-3). 28. A-85-AL-36-3501 (Fig. 37)15. Fragmento de galbo perteneciente a una vasija de cocina. Podría tratarse de parte de una tapadera o de un fondo. Pasta marrón-parda al exterior y negra al interior; cocción reductora; desgrasantes finos y medios de caliza y otros. H= 18 mm, a= 45 mm, g= 9 mm. Presenta inscripción posiblemente poscocción, de lectura difícil, pero probablemente latina más que ibérica: ]aniidio. 29. A-85-AL-47-V-4614 (Fig. 38). Fragmento de galbo vertical rectilíneo de cocción mixta. Pasta anaranjada, desgrasantes finos y medios de caliza y otros. Presenta engobe amarillento al interior y un grafito muy fino y poco profundo poscocción. H= 62 mm, a= 56 mm, g= 9 mm. Parece una marca, más que una l en escritura meridional. 30. A-98-AL-60-III-5904 (Fig. 39)16. Fragmento de una variante de kálathos de forma troncocónica con borde recto de labio vuelto redondeado y galgo vertical rectilíneo. Pasta anaranjada, cocción oxidante, desgrasantes finos y medios de caliza y otros. Al exterior y en el labio presenta decoración pintada en rojo vinoso a base de líneas horizontales paralelas. D= 162mm h= 69mm a= 55mm g= 6/mm. Tiene inscripción ante cocción en el borde, estando incompletos los dos de los extremos. La inscripción parece latina, más ibérica, con la siguiente lectura: ]nouel+[. El kálathos es una forma poco frecuente en Alarcos. Este tiene perfil y decoración semejante a los de la necrópolis iberorromana de Alham- 64 ALARCOS bra, fechados entre la segunda mitad del s. II a.C. y principios de la Época Julio-Claudia (Madrigal y Fernández, 2001, fig. 3 n.º 2). En esta necrópolis encontramos, además, otro recipiente ibérico con grafitos incisos poscocción en lengua latina con la inscripción “Fortunata” y un posible numeral –LXVIII– en la base, fechado en época Augusto-Tiberio/Claudio (Madrigal y Fernández, 2001:237, fig. 6-3). 31. Borde sin sigla (Fig. 40). Fragmento de borde exvasado, proyectado al exterior horizontalmente, de labio semiplano. Pasta anaranjada, cocción mista, desgrasantes finos de tipo calizo y otros. D= 200 mm, h= 14 mm, a= 52 mm, g= 8 mm. Presenta inscripción posiblemente ante cocción, que ya fue publicada por Carrasco y Velaza, 2011: 227, n.1 con la lectura ]ŕaoube[. En nuestra opinión, la lectura debe ser más bien ]ranuben[, pues en la parte izquierda del fragmento se aprecian restos del trazo en forma de v que integra el signo para n y que presenta una forma semejante a la del tercer signo conservado. Se trataría seguramente, al igual que ya vimos para el grafito n.º 26, de un final de nombre personal seguido del morfema ibérico de “genitivo” -en. 32. A-85-AL-36- S-3501-3 (Fig. 41) (Fernández, 2012b: 269, fig. 115). Cuenco de borde exvasado, labio redondeado, galbo exvasado convexo y base con anillo. Cocción oxidante, pasta rosada, desgrasantes medios de caliza y otros. Presenta barniz de color rojo al interior y al exterior dejando en ambos casos la zona del fondo en reserva. D= 128mm, h=26 mm, a= 209mm, g= 7mm. Se trata de un aspa o signo ta. Sector IV-E Está situado en la parte más oriental del yacimiento, junto a la carretera de acceso al mismo, e ahí su nombre (IV-Entrada) (Fig. 1). Debido a estas circunstancias se ha visto muy alterado y su potencia estratigráfica es escasa, a pesar de lo cual se distinguen cuatro fases de ocupación distintas, la más antigua de las cuales corresponde a un contexto funerario –necrópolis orientalizante–. Una vez amortizada la necrópolis, la zona es ocupada por viviendas, que se agrupan en manzanas separadas por calles (Fernández y García, 1988) (Fig. 3). 65 FERNÁNDEZ - LUJAN 33. A-87-IV-E-18-S-1701-2 (Fig. 42). Fragmento de urna con borde exvasado proyectado al exterior horizontalmente con labio semiplano. Cocción oxidante, pasta anaranjada. D= 125mm, h=39mm, g= 8mm. Presenta grafitos en la parte superior visible del borde: una secuencia de varias aspas o signos ta y algunas rayas. Apareció en el nivel superficial, por lo que pertenece a la última fase de ocupación. 66 IV CONCLUSIONES En el yacimiento arqueológico de Alarcos se ha documentado la presencia de 33 grafitos y marcas, muchos de ellas prerromanas. Este elevado número le convierte en el asentamiento con mayor número de grafitos del interior peninsular conocido hasta el momento. La distribución por los diferentes sectores del yacimiento parece indicar que este tipo de representaciones estaba bastante generalizado, por lo que es presumible que en futuras excavaciones su número se incremente. Los grafitos aparecen siempre sobre cerámica, siendo mayoritaria la cerámica fina (engobada, pintada, con barniz rojo o sin decoración), sobre la grosera, de la que únicamente hay un fragmento de cocina. Sólo en un caso se utilizó una pieza romana de terra sigillata como soporte. Respecto a la parte del recipiente en la que se encuentran, los bordes representan la mayoría (59,3%), frente a galbos (31,5%) y fondos (6,2%); conservándose una única pieza con forma completa (3,3%). Cuando aparecen sobre bordes, los grafitos se sitúan sobre la zona del punto de apoyo del mismo, es decir, en la parte más visible. En los fragmentos de galbos se elige casi siempre la pared externa, salvo en una pieza, donde los grafitos se localizan en el interior (n.º 2, Fig. 12) y otra con grafitos en ambas superficies (n.º 13, Fig. 11). Dado el grado de fragmentación de las cerámicas es difícil llevar a cabo un análisis tipológico de las mismas. No obstante, atendiendo a la orientación y forma de los bordes podemos afirmar que predominan las vasijas de almacenamiento de mediano tamaño conocidas como urnas o tinajas y tinajillas, según la tipología de Mata y Bonet (1992: 147 y 150) (piezas n.º 5, 6, 7, 9, 12, 15, 17, 18, 20, 21, 22, 25, 26 y 31), frente a las ánforas de gran tamaño (n.º 8 y 11), o los recipientes pequeños como cuencos y platos, correspondientes a vajilla de mesa, todos ellos de barniz rojo (n.º 1,3, 16 y 32). Además, junto a los anteriores encontramos una vasija de cocina (n.º 28), una variante de kálathos (n.º 30) y un recipiente de difícil catalogación, perteneciente quizás a algún tipo de botella con el cuello perforado (n.º 19). Desde el punto de vista de su factura los grafitos son de dos tipos, los realizados antes y después de la cocción, siendo mayoritarios los primeros. En los grafitos ante cocción, que son los mejor conservados, 67 FERNÁNDEZ - LUJAN la incisión se practicaba después de torneada y decorada la pieza, previa a su introducción en el horno. Los primeros debieron ser necesariamente obra de los alfareros que realizaron las piezas, tal vez con la finalidad de identificar su obra, hipótesis que nos parece poco probable, dada la escasez de las marcas, o quizás, al menos en algunos casos, con el objetivo de señalar el nombre del destinatario, probablemente a petición de éste. En cualquier caso, esta práctica denota un cierto dominio de la escritura. Por otra lado, las inscripciones poscocción bien pudieron ser obra de comerciantes o propietarios. Para su ejecución se utilizaron, al menos, dos tipos de utensilios diferentes, uno de punta fina, cuyo resultado es una línea regular y uniforme; y otro provisto de un filo capaz de generar un trazo profundo, más ancho en el centro que en los extremos, de características similares a la decoración excisa. En varios casos, el autor rectifica o retoca la incisión practicada con un nuevo trazo, sin que sea posible eliminar el primero (piezas n.º 5 y 21). En cuanto a la interpretación de estas inscripciones, nos encontramos con varios casos diferentes: algunos grafitos son simples marcas, otros parecen numerales romanos, hay inscripciones ibéricas (unas veces sobre cerámica oretana y en una ocasión sobre vajilla romana) y también inscripciones latinas sobre cerámica ibérica y en algunas ocasiones podría tratarse incluso de algún tipo de decoración. Si consideramos el número de signos representados, existen claras diferencias entre las cerámicas con un único signo, que suponen 1/3 del total y aquellas en las que se trata de verdaderas inscripciones, como la n.º 19, que llega hasta los siete signos conservados. En el primer caso el signo más repetido es la ta o aspa, que aparece en nueve ocasiones. No obstante, dada la simplicidad de la forma podría tratarse tanto de una letra del signario como, más bien, de algún tipo de marca, quizás de propiedad o de alfarero, sin que podamos descartar otros significados. Este tipo de signo es el más repetido en la cerámica de barniz rojo de la Meseta Sur, donde lo encontramos tanto junto al borde, como en medio de la pared o en la parte exterior del fondo, de forma similar al hallado en cerámicas de barniz rojo del Cerro de las Cabezas, en Valdepeñas, Ciudad Real (Fernández, 2012b:269, fig. 115) o del Cerrón de Illescas, Toledo (Balmaceda y Valiente, 1979: fig. 14 n.º 3 y 4). También lo encontramos sobre cerámica pintada en Alhambra (Madrigal y Fernández, 2001: 240, fig. 7-3) Mayor interés tienen los grafitos más largos, que, aunque fragmen- 68 ALARCOS tarios en todos los casos, aportan información muy interesante desde el punto vista lingüístico y epigráfico. Desde el punto de vista lingüístico, el final en -en de la inscripción n.º 26 (y quizá también de la n.º 31) apunta a un “genitivo” en lengua ibérica. Igualmente, la secuencia ekie- de la inscripción n.º 20 (si es que el valor asignado a los signos se revela finalmente adecuado) apuntaría al paradigma del verbo “hacer” en ibérico. Las tres inscripciones proceden del área del santuario, lo que podría indicar que se trata de ofrendas en las que se refleja quién es el oferente. Igualmente, la inscripción más larga, la n.º 19, aunque no permite una identificación morfológica precisa de sus componentes, no deja de presentar secuencias bien conocidas en ibérico como -ilti-. Así pues, parece que tenemos indicios como para pensar que en Alarcos se conocía y se utilizaba la lengua ibérica, lo cual es muy interesante, pues nos permite documentar de forma directa la presencia de esta lengua en esta zona de la Meseta Sur, al norte de Sierra Morena. Desde el punto de vista epigráfico y paleográfico, las inscripciones de Alarcos también resultan muy importantes, puesto que se trata del mayor conjunto de grafitos sobre cerámica en escritura meridional conocidos hasta el momento. Hasta el momento contábamos tan solo con algunos ejemplares aislados (por ejemplo, los de Toya [MLH III, H.4.1], Córdoba [H.8.1] o el más largo y completo de Giribaile [H.11.1], de modo que los grafitos de Alarcos nos permiten ampliar nuestro conocimiento sobre la forma de los signos de la escritura ibérica meridional sobre cerámica y, además, aportan alguna novedad interesante como la aparición del signo en forma de espiga en dos de ellos (n.º 2 y 19), cuyo valor fonético habrá que plantearse. La falta de contexto arqueológico de la mayoría de las cerámicas y el grado de fragmentación de las mismas hace difícil su datación. Las escasas piezas documentadas en posición primaria se hallaron en el área del santuario del sector IV, donde el carácter sagrado de la zona explica la larga perduración de objetos desde fines del s. VI a.C. hasta principios del s. I d.C., muchos de los cuales pudieron ser utilizados como ofrendas, lo que no nos permite hacer mayores precisiones cronológicas. Sólo el kálathos (n.º 30) podría datarse por paralelos en torno a los ss. II a.C-I d.C. Estas cronologías cuadran con lo que sabemos de la escritura meridional en general, Desde el punto de vista de la cronología de la escritura meridional, las fechas encajan bien, pues los testimonios que tenemos de este sistema de escritura van desde principios del siglo IV a.C. hasta época romana republicana17. Por otra parte, la aparición de grafitos de escritura ibérica sobre cerámica romana y de letras latinas sobre cerámica ibérica muestran la 69 FERNÁNDEZ - LUJAN unión de elementos culturales pertenecientes a dos mundos diferentes –el ibérico y el romano– en los últimos momentos de ocupación de Alarcos, marcando ya el inicio de la romanización de la zona. Otros elementos que muestran este proceso son la presencia de cerámicas campanienses en el yacimiento, de las que se han documentado más de un centenar, monedas ibéricas de época romana, monedas romanas republicanas y algún exvoto de inspiración romana. Aunque resulta imposible precisar la cronología de las cerámicas con inscripciones latinas más allá de lo ya expuesto, hay que insistir sobre la importancia de estos hallazgos también desde el punto de la epigrafía latina. En efecto, es probable que al menos algunos de ellos deban datarse en época republicana, con lo cual vendrían a aumentar el escaso corpus de grafitos latinos de época republicana de la península Ibérica, recientemente recopilado por Díaz Ariño, 2007: 75. Por último, resulta interesante encuadrar estas inscripciones en un contexto epigráfico más amplio en la medida en que en los últimos años estamos asistiendo a un importante cambio por lo que respecta a la escritura en los grandes oppida oretanos de la Meseta Sur. Hasta los últimos tiempos la epigrafía oretana estaba limitada a los oretanos del Sur de Sierra Morena, pero el panorama está cambiando. Así, además de las inscripciones que ahora publicamos, se conoce también una inscripción del Cerro de las Cabezas (Valdepeñas), datable en el siglo III a.C. De esta inscripción apareció una fotografía en un trabajo del año 1999, pero no había sido objeto de una adecuada publicación y estudio hasta el reciente trabajo de Blanco García, Hervás y Retuerce, 2012: 136-139, donde se propone la lectura: llll bílS47tabe o bílS47obe. Parece que también existen algunos grafitos de Sisapo, aunque no han sido objeto de una adecuada publicación, y los dibujos disponibles en la monografía de Fernández Ochoa, Zarzalejos Prieto, Hevia Gómez y Esteban Borrajo, 1994, no permiten precisar mucho más. Igualmente, en Lezuza parece que hay un interesante conjunto epigráfico, del que hasta el momento sólo tenemos un conocimiento muy parcial. En el trabajo de Uroz et al., 2007: 147 y figura 11 en pág. 159, se recoge un sello ibérico sobre ánfora cuya lectura, según los editores, sería ul[bo]ate:l a partir de otro ejemplar idéntico en el departamento 79 de la misma barriada. En el mismo trabajo también se publica otro posible grafito, pero la fotografía y el dibujo que se ofrecen no permiten apreciarlo bien. En este caso los materiales apuntan a una cronología básicamente de mediados del siglo II a.C., aunque hay también materiales del siglo V a.C. y otros del primer cuarto del siglo I a.C. Igualmente, en la reciente monografía de Uroz Rodríguez, 2012, también se recoge alguna jarra con inscripción ibérica. 70 V BIBLIOGRAFÍA ARÉVALO y FERNÁNDEZ (1998): “La moneda antigua en Alarcos (Ciudad Real”. Numisma XLVIII, 242: 7-25. BALMACEDA MUNCHARAZ, L. J. y VALIENTE CÁNOVAS, S. (1979): “Excavaciones en El Cerrón de Illescas (Illescas, Toledo)”. N.A.H. n.º 7. Ministerio de Cultura. Madrid, pp. 153-212. 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(2012): Prácticas rituales, iconografía vascular y cultura material en Libisosa (Lezuza, Albacete), Alicante, Universidad de Alicante. 73 VI NOTAS 1 Queremos dejar constancia de nuestro agradecimiento a David Oliver por la ayuda prestada en el dibujo de algunas cerámicas y en el montaje de las láminas, así como a Esther Arias, por facilitarnos la búsqueda de las piezas en el Museo Provincial. La investigación de E. R. Luján se ha llevado a cabo dentro del proyecto de investigación FFI-2009-13292-C03-02, financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación, y se inscribe dentro del Grupo Consolidado de la Universidad Complutense de Madrid “Textos epigráficos antiguos de la península Ibérica”. 2 El cerro mide 33 ha y basándonos en la prospección superficial creemos que todo él o la mayor parte, estuvieron habitadas durante este periodo. 3 Esta necrópolis ha sido descubierta por A. Gómez Laguna mientras realizaba el seguimiento arqueológico en la construcción de una tubería de desagüe para la localidad de Poblete. 4 La muralla ibérica de Alarcos sólo ha sido documentada en una cuadrícula del sector III, donde fue desmantelada para levantar la muralla medieval, por lo que es presumible que ambos trazados coincidieran. 5 Consideramos que se trata de una sola calle debido a sus características técnicas y a su tamaño, si bien el cambio de dirección podía interpretarse como que nos encontramos antes dos calles diferentes, una con dirección norte-sur y otra oeste-este. 6 Los fragmentos publicados por Carrasco y Velaza, 2011: 228, n.º 3 (A-85-AL-1201), deben descartarse del corpus de inscripciones antiguas de Alarcos, puesto que se trata de cerámica medieval y, al unir los fragmentos entre sí, se obtienen dos signos en forma de A (Fig. 43). También es ese el caso de su inscripción n.º 5 (A-86-IV-21513), que corresponde a otro fragmento de cerámica medieval (Fig. 44). 7 Para los signos de valor discutido en la escritura meridional y cuya transcripción fonética es dudosa seguimos en nuestras lecturas la numeración convencional de De Hoz, 2010: 403-418 y 621 (cuadro 2.1b). 8 Estos datos corresponden a la sigla de la cerámica. La primera letra (A) representa el nombre del yacimiento (Alarcos); a continuación aparece el año de la campaña de excavación, el sector (en números romanos), la cuadrícula o el área, el nivel (S) y el número de inventario, si lo tiene. 9 D= diámetro del borde, h= altura conservada, a= anchura, g= grosor mínimo/máximo. 10 “?” Significa que el diámetro es desconocido, pues no se ha podido calcular debido al reducido tamaño del borde. 11 Se denomina “nivel de obra” a una costra dura de color blanquecino correspondiente a la argamasa de la muralla en el momento de su construcción. Sobre ella aparecen los restos de la batalla de Alarcos. 12 El número de inventario que allí se proporcionaba (A-86-IV S-1801) no es correcto. 13 En el dibujo y la fotografía el objeto está orientado según la disposición arqueológica de la pieza; desde el punto de vista de la lectura de la inscripción está, por tanto, invertida. 74 ALARCOS 14 La variante paleográfica que se documenta en nuestro caso es la que presenta un pequeño trazo central, que Ferrer, 2010: 96, interpreta como significativa en su propuesta de interpretación “dual”, esto es, con oposición de sonoridad para las oclusivas del signario meridional. 15 En el dibujo y la fotografía el objeto está orientada según la disposición arqueológica de la pieza; desde el punto de vista de la lectura de la inscripción está, por tanto, invertida. 16 La imagen y el dibujo aparecen orientados de acuerdo a la forma de la cerámica. La inscripción está, por tanto, invertida respecto de cómo debe leerse. 17 Para una revisión de conjunto reciente de este sistema de escritura véase De Hoz, 2010: 403-423. 75 VII FIGURAS Fig. 1. Vista General de Alarcos con los diferentes sectores de excavación. Fig.2. Proceso de restauración de las estructuras ibéricas por parte de la Escuela Taller Alarcos. 77 FERNÁNDEZ - LUJAN Fig. 3. Vista aérea del sector IV-E, Fig. 4.”Área del santuario” en proceso de excavación. 78 ALARCOS Fig. 5. Recinto 3 del “edificio tripartito” del sector IV-E con reconstrucción de las cerámicas que aparecieron en su interior. Fig. 6. Cerámica ibérica oretana procedente del “área del santuario” (sector IV). 79 FERNÁNDEZ - LUJAN Fig. 7. Urnas ibéricas fundacionales, procedentes de los sectores IV y IV-E. Fig. 8. Cerámicas ibéricas oretanas procedentes de depósito del “área del santuario” (sector IV). 80 ALARCOS Fig. 10. Vista aérea de la parte oriental del cerro donde se aprecian los sectores IV, IV-E y las instalaciones del Parque Arqueológico. Fig. 11. Grafitos sobre cerámica de barniz rojo. De arriba abajo piezas nº 3, 1, 16 y 32. 81 FERNÁNDEZ - LUJAN Fig. 12. Grafito nº 2. Fig. 13. Grafito nº 4. Fig. 14. Grafito nº 5. 82 ALARCOS Fig. 15. Grafito nº 6. Fig. 16. Grafito nº 7. Fig. 17. Grafito nº 8. 83 FERNÁNDEZ - LUJAN Fig. 18. Grafito nº 9. Fig. 19. Vista aérea del sector IV dividido por la muralla medieval. 84 ALARCOS Fig. 20. Grafito nº 10. Fig. 21. Grafito nº 11. 85 FERNÁNDEZ - LUJAN Fig. 22. Grafito nº 12.. Fig. 23. Grafito nº 14. 86 ALARCOS Fig. 24. Grafito nº 15. Fig. 25. Grafito nº 17. 87 FERNÁNDEZ - LUJAN Fig. 26. Grafito nº 18. Fig. 27. Grafito nº 19. 88 ALARCOS Fig. 28. Grafito nº 20. Fig. 29. Grafito nº 21. 89 FERNÁNDEZ - LUJAN Fig. 30. Vista aérea de la Alcazaba con el Guadiana al fondo. Fig. 31. Grafito nº 22. 90 ALARCOS Fig. 32. Grafito nº 23. Fig. 33. Grafito nº 24. Fig. 34. Grafito nº 25. 91 FERNÁNDEZ - LUJAN Fig. 35. Grafito nº 26. Fig. 36. Grafito nº 27. Fig. 37. Grafito nº 28. 92 ALARCOS Fig. 38. Grafito nº 29. Fig. 39. Grafito nº 30. 93 FERNÁNDEZ - LUJAN Fig. 40. Grafito nº 31. Fig. 41. Cerámicas de barniz rojo con inscripciones. De arriba abajo y de derecha a izquierda: plato de la colección E. Tello, cuenco de Alarcos, 1 cuenco y 2 platos del Cerrón de Illescas y plato de Valdepeñas (Fernández, 2012b: fig.115). 94 ALARCOS Fig. 42. Grafito nº 33. Fig. 43. Cerámica medieval. 95 FERNÁNDEZ - LUJAN Fig. 44. Cerámica medieval. 96 E. BLASCO FERRER UNIV. CAGLIARI (I) PALEOSARDO E IBÉRICO. CUESTIONES DE MÉTODO I OBJETIVOS El objetivo que me propongo en esta breve intervención es examinar los presupuestos metodológicos que permiten emparejar estructuras lingüísticas pertenecientes a sistemas de substrato en el Mediterráneo antiguo. El interés fundamental de mi contribución radica en la necesidad absoluta de valerse de un método muy calibrado que nos permita excluir el azar. Los postulados teóricos y aplicativos que discutiré descansan en la objetiva condición que solamente estructuras morfológicas deducidas de un corpus limitado de datos mediante un método riguroso pueden ser consideradas equivalentes. Se trata pues de poner en valor el método de deducción de tales estructuras, lo que en realidad no es tarea tan difícil, pues ya son varias las lenguas de substrato que han quedado sometidas a una aplicación minuciosa de esquemas modernos de análisis estructural. En fin, el primer punto que introducirá el tema concierne a la secuencia lógica que úne estrechamente los nombres apelativos con los topónimos y éstos a su vez con los antropónimos. Este primer punto se revela imprescindible al tratar de conectar dos lenguas que se conocen por corpora muy distintos y además nos permitirá reflexionar sobre la posible semántica subyacente a los elementos onomásticos comunes. 97 II EPIGRAFÍA Y TOPONOMÁSTICA Entre las lenguas de substrato del Mediterráneo antiguo hay algunas que se conocen prevalentemente por los restos epigráficos que las han restituido. El ibérico es, bien sabido, una de éstas, como lo es también el estrusco. Hay otras lenguas antiguas menos afortunadas, como es el caso del paleosardo, cuyos únicos testimonios lingüísticos se encuentran en la toponomástica, y en parte en la onomástica personal reflejada en algunos apellidos comunes. El punto común que precisamente une estas dos lenguas se encuentra en la presencia, en el corpus ibérico, de onomástica que se puede reflejar igualmente en la toponomástica ibérica o extrapeninsular, dado que el nomen appellativum se convierte en nomen loci y éste a su vez puede dar lugar a un nomen proprium. Quien se llama Xavier y vive en un pueblecito que se llama Xavier comparte en el nombre personal y en el nombre de lugar el mismo origen remoto, es decir vasco etxe berri ‘casa nueva’. Y lo mismo sucede con topónimos que se repiten en antropónimos, cuales a saber: esp. Montenegro, Peñarroja, Riotinto; it. Fiumefreddo, Ripamonte, Pietranera, Cimarossa, Roccabianca, Vallebona; ingl. Blackwell ‘pozo negro’; cat. Queralt; fr. Vaubrun y Mareches (< mare) = v. Arambelza y Loidi = it. Vallombrosa = al. Schwarzatal y esp. Barros; ár. Wadi Asmad ‘río negro’ etc. De esta manera podemos establecer una primera correlación de tipo causal-genético, una vez determinados los principios estructurales que muestran perfecta correspondencia entre elementos pertenecientes a dos lenguas diferentes: % lengua A: datos epigráficos - lengua B: datos toponomásticos > raíces onomásticas = raíces toponomásticas Así pues, si halláramos un nombre de persona que se llama Queralb y supiéramos que hay lugares que se llaman Queralb en los Pirineos, y conociéramos además el significado del catalán antiguo quer ‘peña, roca’ y alb ‘blanca’, no habrá la menor duda de que el nombre de persona y el de lugar coinciden plenamente en su valor semántico y reflejan solamente una antiquísima consuetudo de los primeros pobladores de una región, los cuales intentaban motivar con nomina appellativa los lugares más destacables de su alrededor con el propósito de poder orientarse. En este caso partimos de la suposición de que quer y Queralb pertenecen al mismo diasistema lingüístico (catalán pirenaico), pero como veremos más adelante hay motivos suficientes para considerar que en un pasado lejano una base /ker(e)/ sirvió para formar topónimos y antropónimos en lenguas que hoy son de substrato, pero que 98 PALEOSARDO E IBÉRICO muestran la mismísima correlación funcional.1 Con estas premisas me dirijo al punto fundamental de mi relación, es decir, cómo podemos alcanzar una seguridad mínima que nos permita establecer correlaciones entre estructuras morfológicas pertenecientes a dos lenguas muy distintas y lejanas entre ellas. 99 III MÉTODO ESTRUCTURAL. ITEM AND ARRANGEMENT El método de deducción de estructuras constituyentes de una lengua que presento rápidamente, es harto conocido y fue introducido por Charles Hockett en 1954 bajo el nombre de Item and Arrangement (variaciones mínimas en Item and Process). Naturalmente la Morfología moderna, en todas sus variantes, ha perfeccionado la plataforma hockettiana, aunque sin provocar alteraciones notables. A la base del método está la distribución y la frecuencia de unidades mínimas llamadas morfemas. Una rápida ojeada al ibérico y al vasco nos permitirá ahorrar mucho tiempo y esfuerzo y sintetizará a la perfección lo que quiero subrayar. Ibérico2 biuŕ- iltir iltir-baś baś -tartin tartin-iskeŕ iskeŕ-atin atin-bels bels-sosin sosin-biuŕ Por consiguiente: biuŕ, iltir, bás, tartin, iskeŕ, atin, bels, sosin, biuŕ. Vasco3 arrain < hidoi < hibai < hibar < *e-da-ra-don-i ‘pez’ *hur-don-i ‘charco, estanque’ *hur-ban-i ‘río’ *hur-bar ‘valle atravesado por río’; del mismo modo: ze-zen ‘toro’ gi-zen ‘grasa de la carne’ gi-bel ‘hígado’ sa-bel ‘estómago’ 100 PALEOSARDO E IBÉRICO Como se puede observar fácilmente, la descripción morfológica de las dos lenguas se desprende automáticamente de la segmentación de estructuras complejas a través de una minuciosa selección de unidades mínimas altamente frecuentes. Pues bien, la aplicación de tal método ha puesto en evidencia una clara tipología estructural del paleosardo y ha permitido obtener un elevado número de morfemas constituyentes. He aquí una mínima ilustración. Paleosardo4 otz-is-ai is-ai lok-otz-ai otz-ei is-or-oi or-ene lok-ol-ai lok-ele or-os-ei os-ala ov-ol-ai ovi-ai org-ós-olo org-ai ov-ost-ol-ai ost-ele org-ór-isti isti-ai, istil-ai org-ost-orr-o, orr-ol-otz-o orri-ai bid-istil-e/i bid-ui Siguiendo esta misma pauta he logrado aislar los siguientes morfemas que se repiten, con extraordinaria frecuencia, en el corpus ibérico y que con la salvedad de algunas particularidades fonéticas que se pueden explicar fácilmente dentro de ambos sistemas lingüísticos representan a mi parecer elementos ibéricos en el substrato paleosardo: arki-, ars-, bar-, ili, kere, laku, ortu. La comparación que sigue quiere mostrar las concordancias estructurales existentes y proponer una semántica válida para las estructuras ibéricas fundada en los datos toponomásticos, o sea en la detallada descripción de los referentes que han dado lugar a las denominaciones, naturalmente sin llegar a conclusiones apodícticas. 101 IV PALEOSARDO E IBÉRICO En los siguientes puntos de este párrafo daré a conocer, en primer lugar, las correspondencias formales entre las dos lenguas de substrato, apoyadas en algún caso por reglas fonéticas particulares, y en segundo lugar el posible significado, central o marginal, que se puede asignar a los morfemas ibéricos en base a los denotata toponomásticos paleosardos. El esquema deductivo es, sintéticamente, el siguiente: FORMA SIGNIFICADO Ibérico vs. Paleosardo Ibérico = Paleosardo Paleosardo Ibérico Reconstrucción > Comparación > Deducción 1. aŕki Se trata de un morfema bien identificaeo en el corpus iberico, con las variantes arke- y arkis-5 (aŕkeboŕ, aŕkiśabar etc.). En Cerdeña, la forma usual en el Centro de la isla, donde se conserva más límpidamente el substrato, es arki-, en el sur con la típica palatalización, arci, así p. ej. en las minas de obsidiana del Monte Arci, que han servido durante el Neolítico para abastecer a la costa provenzal y catalana con el precioso mineral negro (ark-énn-ere, ark-énn-ui, ark-il-ai, arci, arceli, arc-eri). En este caso, es menester confesarlo, no tenemos nada más que un indicio, o sea la indicación de lugares que muestran explotación de minerales preciosos para la organización social de aquel periodo prehistórico. Mi propuesta es que aŕki designe algo así como ‘mineral precioso’, o una metonimia relacionada con ese valor inicial. 2. aŕs El morfema aŕs6 está bien establecido en el corpus ibérico, y ha recibido también un significado bastante aceptable7, de ‘peña, roca, recinto amurallado’. Pues bien, en la Cerdeña prehistórica habría varios compuestos con ars, que se han perdido con el tiempo o que han cambiado su estructura a causa de desarrollos fonéticos particulares. El más interesante parece ser arse-kene, con -kene < *kere por simple cambio de consonantes homorgánicas (Gúspiri – Gúspini, Ússara – Ússara, Golo-anitzo – Golaritzé), que hoy es Arzachena, pero que durante todo el periodo neolítico y calcolítico ha representado la típica cultura de ‘círculos megalíticos’, o sea de bloques de piedra en círculos y es- 102 PALEOSARDO E IBÉRICO tructuras similares.8 También aŕsé-mini, con un sufijo que en realidad podría esconder una base paleovasca (*bini > mini), hoy Assémini, nos restituye una ‘mitad’ (bini!) de territorio rellena de chozas primitivas en roca y estructura de futuro oppidum. En fin, el pueblo medieval de Arsu-neli, en la provincia del Oristanese9, se revela particularmente interesante porque muestra el segmento nele, neli < mele < *bel ‘negro’ y el morfema de unión (linking-interfix) -u- de turru-nele ‘fuente negra’ (v. iturri) o de isti-u-nele ‘pozo negro’ (v. isti-l). Se trataba seguramente, como en el híbrido semítico maqu-mele (maqom ‘asentamiento, centro primitivo’), de un terreno de lava volcánica, y por eso de suelo basáltico, oscuro, con los bloques en piedra del mismo color. La hibridación con el elemento paleovasco confirma la llegada tardía y la mezcla de pobladores ibéricos en la Cerdeña calcolítica y de la Edad de Bronce. 3. baŕ Sobre la base baŕ10 ya expuse mis ideas en la reunión de Gandía del año pasado, y además presenté en el Congreso Internacional ICOS de Barcelona (septiembre 2011) la hipótesis sobre bar-kino > Barkino, así que remito a los dos trabajos para una descripción pormenorizada de los datos y de los resultados reunidos. Resumiendo, diremos que baren Cerdeña denota “regularmente” un ‘valle’, una ‘depresión’ en la que pasa un ‘torrente’ o ‘se deposita agua de montaña’. Bar-aci (-aci es quizás la marca de plural -ak) es una confluencia entre varios montes que crea un valle múltiplo y profundo en Nurri. Bár-kuri (< *kor-i, v. gorri) es una depresión en Loceri, formada por una estratigrafía de peñas rojas en las que transcurren varios cursos de agua. Según mi hipótesis, Bar-kino presenta pues la base bar ‘depresión’ y el morfema -kino, que bien podría reflejar – como en tantísimas construcciones paralelas – una preposición que indicara la posición del asentamiento primitivo respecto del valle: algo así como ‘entre, al lado de’ etc. (y los restos de material neolítico descubiertos en la pendiente de Montjuic parecen dar una confirmación a esta hipótesis). 4. keŕe La base keŕe11 es seguramente una de las más seguras en la reconstrucción de equivalencias prehistóricas y semánticas. En este caso afortunado que ya he anticipado, tenemos la correspondencia múltiple siguiente: dato epigráfico keŕe = dato toponomástico ibérico kere = dato toponomástico paleosardo kere. La toponimia pirenaica, como ya he dicho, perpetúa un lexema que lleva el significado de ‘roca, peña’, y que puede favorecernos la decodificación de los topónimos de alta montaña 103 E. BLASCO catalana del tipo Quer-foradat, Quer-alb, Quer-alt, algunos convertidos en antropónimos. Y no iríamos muy lejos si consideráramos los Cer(e)etani de la Cerdanya, o sea de la región que más topónimos con Quermuestra, como ‘los habitantes de las peñas’. Naturalmente, si esta decodificación, como yo creo, fuera satisfactoria, el antropónimos aquitano Cere-cotes reflejaría nada más ni nada menos un nombre tautológico, ib. keŕe + lat. cotes. Pues bien, los topónimos paleosardos con kere muestran unánimemente el significado de ‘roca, bloque de montaña granítica o basáltica, peña’. El caso más precioso es keré-mule (< -mele por disimilación), o sea ‘montaña negra (*bel)’, lo que resulta vistosamente a quienquiera visitar la enorme montaña volcánica negra del lugar. El erriu ker-á de Tonara es precisamente un ‘torrente de montaña que atraviesa un recorrido rocoso’. También nini-keri de Fonni es un costado de montaña elevado, que queda nevado varios meses al año (y por ello la base *ninin > v. ihintz ‘hielo, escarcha’). Para mí no hay alguna duda que keŕe representa la variante ibérica del mediterráneo *karra ( para algunos céltico) y del vasco *karr-i > harri. 5. kelti [keli] Otra base que a mi parecer puede derivar sin grandes inconvenientes del aporte ibérico a la cultura y a la lengua paleosarda en el último periodo de existencia – digamos durante el primer milenio a.C. – es kili, que procederá de un [keli] < <kelti>.12 Antes de intentar su desciframiento, es oportuno eliminar la reserva gráfica, que como en el caso de <ilti> reflejará un grupo <lt> pronunciado en época tardía como [l]. La semántica de kili se puede obtener razonablemente del análisis de varios compuestos toponímicos en los que tenemos otras raíces ya descifradas. Así pues, kili-melis en Nuoro, con mel(is) < *bel ‘negro’, un profundo declive entre Nuoro y Lollove, protegido del sol hasta muy tarde, por donde pasa un torrente. Más trasparente aún kili-kere, un costado de roca granítica (kere!) en Orune atravesado por el rivus Dukori que lleva a Larana-Marreri. Kili-vani (< -*fani) es una localidad (y un pueblo) atravesada por el río Mannu, que por su caudal es el segundo más grande de Cerdeña. Dos torrentes de Tonara llevan igualmente la raíz kili: kil-itz-ó (con itz ‘escarcha, hielo, lugar helado’) y kil-is-ari (con *is, como is-ari, is-ale, is-ai, base hidronímica). A mi parecer es perfectamente probable que kili sea el heterosinónimo de lat. rivus, y que kili-melis corresponda al rivu nigheddu ‘rivus nigellus’ y al híbrido ri(s)u-mele que se hallan en las cercanías del primero. Sería, en fin, extraordinario, pero razonable pensar que el kelti-beleśibérico correspondiera al kili-melis paleosardo, ambos designando un antropónimo basado en un compuesto toponímico, Río Negro, o mejor aún 104 PALEOSARDO E IBÉRICO Riotinto, que es como saben también un apellido. La metafonía de kel(t)-i ha provocado el cierre de la e tónica, así como sucede en algunos casos con ker-i > kiri (kiri-n-deu, de nuevo una ‘roca gigante’ cerca de Loceri). Como ven, semántica cognitiva y lingüística histórica producen resultados aceptables en el desciframiento de restos paleohistóricos. 6. ili La base ili es, quizás, una de las más notables y llamativas por lo que se refiere a la presencia de iberos en Cerdeña durante el Calcolítico y la Edad de Bronce. También me he referido a esta base en un trabajo reciente, así que me limitaré a pocos detalles.13 Pomponio Mela (II, 7, 123) nos recuerda que: in ea insula [Sardinia] populorum antiquissimi Ilienses, dándonos a entender que las tribus que se rebelaban a los Romanos en las montañas inaccesibles del Gennargentu se hallaban en la isla ab illo tempore. La misma raíz ili se encuentra además en varios topónimos (Ili-ai, Ili-é etc.), mostrando cuánto era de productiva. El problema principal que afecta a esta correspondencia, concierne a la equivalencia gráfico-fonética entre el grupo <lt> del ibérico y la pronunciación [l] del paleosardo y, como saben, también de las correspondencias latinas del ibérico (iltiŕ ta = ilerda etc.). De Hoz, en varios trabajos14, piensa que se trate de una grafía compleja («un grupo formado por la única lateral que poseería esa lengua seguida de oclusiva»), pero no hay que descartar la posibilidad de que el grupo <lt> reflejara una grafía etimológica, ya no más funcional en tiempos de documentación más avanzada, o incluso un cluster simbólico para una líquida que no era apico-dental. En este sentido haré mención también de la sorprendente equivalencia existente entre el ibérico Bilbilis y el pueblo paleosardo Ibilis, que aparece en la documentación antigua como un núcleo de población septentrional, y eso a pesar de las diferencias de detalle ([b]-inicial puede haberse caído; curioso que vasc. bipil < *bil-bil, signifique ‘pelado’, o sea ‘terreno sin árboles y árido’, lo que va bien para ambos referentes). 7. laku Otro morfema muy productivo en paleosardo es laku(n), correspondiente a ib. lakun, lako, laku15. La zona en la que aparece este morfema en la toponimia se halla regularmente en alturas, donde suele representar secciones de montaña, en las cumbres o en las partes altas de colinas y denotata similares: Láconi < lakon, lakon-ei (Tonara), lakonitz-i (con itz). En resumen, el valor concreto del morfema no está claro, 105 E. BLASCO pero creo que la convergencia de datos resulta significativa y permite apuntar a un valor oronímico lato sensu. 8. oŕtin Una base que ya he tratado en esta reunión y en varias ocasiones es ib. oŕti(n) y variantes.16 En Cerdeña, la base ortu- (con una -u- que podría ser secundaria, como en turr-u-nele < turri-nele o gutur-u-nele < lat. guttur), designa regularmente lugares y localidades situadas en el fondo de profundos valles o en cuencas: así, Ortu-eri o Ortulé (Urzulei). De nuevo parece que la toponimia y la dialectología pirenaica nos ayudan: en un trabajo poco conocido17 varios estudiosos catalanes han observado que en los valles de Pallars, Conflent y Cerdanya varios ‘barrancos’ y ‘desfiladeros’, así como ‘valles profundos’, llevan el morfema ort-: Ortó, Ortoves, Ortós. No creo pues que sea muy atrevido defender la opinión de que ort- en ibérico y paleosardo pueda corresponder a un significado similar, y que de nuevo un antropónimo ibérico, Ordumeles < oŕtin-beles muestre plena correspondencia con los numerosos topónimos del tipo ortu-mele (y con m-protética < lat. mons: m-ortu-mele) que se hallan en Cerdeña, tal como los nombres vasc. Arambelz, fr. Vaubrun o al. Schwarzatal significan igualmente ‘valle negro (oscuro) 106 V CONCLUSIONES Las conclusiones de esta breve contribución se sacan muy rápidamente. La comparación entre lenguas de substrato, o sea mal conocidas en su forma y en la semántica subyacente, entraña siempre el peligro de valerse de meras homonimias. He querido insistir desde el primer punto en que la reconstrucción del paleosardo se ha logrado a través de un método moderno de análisis estructural, lo que ha permitido descubrir su carácter aglutinante. La comparación con el ibérico se ha basado pues en dos principios: equivalencia formal, con explicación de posibles alomorfismos, y acercamiento al posible significado, central o marginal, de los morfemas confrontados mediante la inspección meticulosa de los denotata paleosardos. En algunos pocos casos ha sido posible hallar confirmación a los supuestos valores arrojados por los referentes paleosardos en idénticas bases pirenaicas – o sea en territorio ibérico hasta prueba contraria – que muestran significados mantenidos en el léxico común o recuperables igualmente mediante los denotata. El ibérico que se descubre así en compuestos paleosardos representa una incrustación tardía en la estructura principal del substrato, que – a mi parecer, y no sólo mío – es paleovasca o paleoeusquérica. De este modo logramos aislar varias composiciones híbridas, con nuevos elementos que se unen a elementos autóctonos de origen remota, dando como resultado final esquemas inéditos en una isla que atrajo durante siglos flujos de colonización. 107 VI BIBLIOGRAFIA BLASCO FERRER, E. (2010): Paleosardo. Le radici linguistiche della Sardegna neolitica, Berlin/New York, de Gruyter. BLASCO FERRER, E. (2011a): A new Approach to the Mediterranean Substratum with an Appendix of Palaeosardinian Toponyms, Romance Philology 56: 459-484. BLASCO FERRER, E. (2011b): Ili/Nur y Cerecotes. Dos notas críticas sobre Onomástica y Reconstrucción de Prelenguas, Revista de Filología Asturiana 9-10: 11-43. DE HOZ, J. (2010): Historia lingüística de la Península Ibérica, vol. I, Madrid, CSIC. LAKARRA, J. (2011): Erro monosilabikoaren teoria eta aitzineuskararen berreraiketa: zenbait alderdi eta ondorio, Fontes Linguae Vasconum 113: 5-115. LILLIU, GIOVANNI (19883): La civiltà dei Sardi. Dal Paleolitico all’Età dei Nuraghi, Torino, Nuova Eri. MONCUNILL MARTÍ, N. (2011): Els noms personals ibèrics en l’epigrafia antiga de Catalunya, Barcelona, IEC. PLANAS BATLLE, X. / PONSA VIDALES, A. / BELMONTE RIBAS, Á. (2008): El substrat preromà en la toponímia relacionada amb instabilitats de vessant en l’àmbit geogràfic nord-oriental de la Península Ibèrica, Fontes Linguae Vasconum 40 (109), 481-511. RODRÍGUEZ RAMOS, J. (2002): The lexeme ars in the Iberian onomastic system and language, Beiträge zur Namenforschung 37/3: 245-257. UNTERMANN, JÜRGEN (1990), Monumenta Linguarum Hispanicarum III. Die iberischen Inschriften aus Spanien, vol. I, Wiesbaden, L. Reichert. VIRDIS, MAURIZIO (a c. di, 2002): Il Condaghe di Santa Maria di Bonarcado, Cagliari, Cuec/Centro di Studi Filologici Sardi. 108 VII NOTAS 1 Blasco Ferrer (2010) para estas premisas. 2 Untermann (1990, I) para las bases 3 Véase el último trabajo de Lakarra (2011) para estos morfemas. 4 Blasco Ferrer (2011a) para más ejemplos comentados. 5 Untermann (1990, I: 211, § 7.14); Moncunill (2011: 48). 6 Untermann (1990, I: 211, § 7.15). 7 Rodríguez Ramos (2002). 8 Lilliu (1988). 9 Mencionado en el Condaghe di Santa Maria di Bonarcado (ed. Virdis, 2002, c. 108). 10 Untermann (1990, I: § 7.137). 11 Untermann (1990, I: 226). 12 Untermann (1990, I: 260). 13 Blasco Ferrer (2011b) 14 De Hoz (resumen actualizado en 2010 I: 466-7). 15 Untermann (1990, I: 228), Moncunill (2011: 96). 16 Untermann (1990, I: 129); Moncunill (2011: 105). 17 Planas Batlle (2008). 109 XAVERIO BALLESTER UNIVERSIDAD DE VALENCIA GRAFITO IBÉRICO SOBRE CERÁMICA DE VARA DE REY (CUENCA) Resumen: Presentamos aquí un nuevo texto escrito en hemialfabeto ibérico sobre soporte cerámico encontrado en Vara de Rey (Cuenca). La inscripción cuenta sólo dos caracteres. Palabras clave: Epigrafía, lengua ibérica, arqueología. Abstract: In this paper we present a new text written in the Iberian hemialphabet on a ceramic fragment that was found in Vara del Rey (Cuenca). The inscription has only two letters. Key–Words: Epigraphy, Iberian language, Archaeology. Por generosa gentileza del Excm. Sr. Anticuario de la Real Academia de la Historia, el Prof. Dr. Martín ALMAGRO–GORBEA, a quien agradecemos su deferencia, tuvimos conocimiento y acceso al fragmento cerámico inscrito que aquí someramente presentamos. La pieza, básicamente cuadrangular y que ocupa una superficie de unos 40 o 50 centímetros con 10 centímetros de altura máxima y unos 10,5 centímetros por su parte más ancha, fue encontrada, según informaciones suficientemente fidedignas, en Vara de Rey, al sur de la provincia de Cuenca. El objeto presenta restos de huellas en la cara interior. En la parte externa aparecen dos signos inscritos en hemialfabeto ibérico, signos de gran módulo y sin daños superficiales que afecten severamemte a su trazo, de suerte que aquellos resultan perfectamente legibles, aunque, como veremos, no tan inequívocamente interpretables. El primero de ellos se halla cerca de la fractura de la pieza por lo que no puede taxativamente excluirse que fuera precedido por otros ni tampoco lo contrario: que no lo fuera y, por tanto, la inscripción contara 111 VARA DEL REY únicamente con los dos signos conservados, en cuyo caso, esta apenas podría contener cosa que una abreviatura o una marca, dado el genérico carácter aglutinante de la lengua ibérica y, por tanto, su natural tendencia al polisilabismo. La orientación de la lectura de la pieza se deja identificar con certeza gracias sobre todo al primer signo, el regular grafema ibérico <i> para /i/, de dirección claramente dextrorsa. Esta orientación nos lleva ría de modo natural a la modalidad levantina o nordoriental de la escritura ibérica, en cuyo marco el siguiente signo difícilmente podría re- 112 X. BALLESTER presentar otra cosa que una rara variante de la nasal <N> o <M>, de problemático valor y de variada transliteración según los autores y que nosotros habitualmente transliteramos como <Ñ>. En tal caso, la lectura resultante sería ]IÑ. El problema estriba, pues, en saber si se trata o no de una singular variante gráfica o alógrafo del grafema mucho más frecuentemente registrado como <N> o <M>. En una fusayola (C.4.2; referencias según Untermann 1990) de Palamós (Gerona) aparece este mismo grafo al menos una vez: en la conocida secuencia ARÑI. También un plomo (F.17.2) de Los Villares en Caudete de las Fuentes (Valencia) presenta una forma bien parecida en INEÑUCi: hasta recta y otro trazo emergiendo de la mitad de dicha hasta y hacia la derecha pero esta vez en línea recta: <–>. Grafía prácticamente idéntica a esta última encontraríamos asimismo en el extraño SENÑRUM de un plomo (F.7.1) de El Solaig, en Bechí (Castellón). Ahora bien, nisi fallimur, una secuencia —siempre, insistamos, que se entienda que había más letras antes de la fractura de la pieza— como –IÑ, no resulta por cuanto sabemos, reconocible como sufijo o final en los textos ibéricos. En cambio, una secuencia final en –IU es más común en ibérico. Así ORDUÑA (2005: 83) recoge –IU junto con –U como sufijo nominal ibérico aduciendo, entre otros, testimonios cuales ATiLEBeIU (F.9.5), ATuNIU, ECaRIU, GoSŠOIU y TaRBeRONIU (los cuatro en F.6.1) y un grecoibérico OIKIDIU (G.1.8). La grafía en cuestión está bien testimoniada como grafema representativo de /u/ o fona muy similar en la escritura ibérica meridional o sudoriental, si bien habría que considerarla más bien un alógrafo redondeado <¬>, aunque relativamente común, de la variante rectangular <U>, que es mucho más frecuente. De modo que el único inconveniente de la propuesta radicaría en la necesidad de aceptar que estamos ante una orientación dextrorsa de la escritura meridional, algo que para nada podemos considerar excepcional y máxime en un territorio tan septentrional para la zona de escritura ibérica meridional como el de procedencia de esta pieza, pues en contigüidad inmediata con la regular escripción dextrorsa practicada en las escrituras ibérica levantina y celtibérica. Recuerda, de hecho, FERRER (2010: 71 n4) que «Més d’una tercera part dels textos sud–orientals están escrits d’esquerra a dreta». Así las cosas, optamos provisionalmente por proponer una lectura: ]IU en escritura dextrorsa meridional. 113 BIBLIOGRAFÍA FERRER I JANÉ J., «El sistema dual de l’escriptura ibérica sud–oriental», Veleia 27 (2010) 69–113. ORDUÑA AZNAR E., Segmentación de textos ibéricos y distribución de los segmentos, U.N.E.D., Madrid 2005. UNTERMANN J., Monumenta Linguarum Hispanicarum. Band III. Die iberische Inschriften aus Spanien. 2. Die Inschriften, Dr. Ludwig Reichert Verlag, Wiesbaden 1990. 114 J. FERRER I JANÉ LOS PROBLEMAS DE LA HIPÓTESIS DE LA LENGUA IBÉRICA COMO LENGUA VEHICULAR I INTRODUCCIÓN La iniciativa de realizar este trabajo surge tras la lectura de un artículo de Joseba Lakarra (2010) dedicado a rebatir la hipótesis que relaciona el posible sistema de numerales ibérico con el sistema de numerales vasco (Orduña 2005; Ferrer i Jané 2009). Lakarra no entra en valorar los argumentos procedentes del análisis interno de los textos ibéricos y argumenta sus objeciones únicamente en el campo de la lingüística histórica vasca. No obstante, Lakarra usa la hipótesis de Javier de Hoz sobre la consideración del ibérico como lengua vernácula sólo de la Contestania y territorios vecinos, y por lo tanto como lengua vehicular en el territorio ibérico del noroeste peninsular (NE) (de Hoz 1993a, 648-651), para argumentar que vasco e ibérico no deberían haber sido lenguas con frontera compartida, lo que dificultaría las relaciones entre ellas, especialmente, según su criterio, los préstamos. Es este uso, que plantea la hipótesis de de Hoz como si fuera un hecho demostrado o aceptado unánimemente, lo que me motiva a escribir un artículo que consolide todas las críticas realizadas a esta hipótesis, contraste las críticas contra los datos y mida de alguna forma su grado de aceptación. 115 II LOS NUMERALES IBÉRICOS Antes, recordar que la hipótesis que identifica como numerales un conjunto de elementos ibéricos y los relaciona con los numerales vascos la propuso Eduardo Orduña (2005) en el coloquio de Barcelona y está basada tanto en argumentos contextuales y combinatorios internos a la lengua ibérica, como en la semejanza formal entre los supuestos numerales ibéricos con los numerales vascos. En este trabajo Orduña atribuye las semejanzas detectadas al préstamo del ibérico al vasco. En el coloquio de Lisboa (Ferrer i Jané 2009) dediqué mi ponencia a defender la plausibilidad de la consideración como numerales de los elementos identificados por Orduña desde el punto de vista del análisis interno de los textos ibéricos, aunque maticé algunos aspectos de la hipótesis original y añadí nuevos argumentos contextuales y combinatorios, siendo especialmente relevantes los argumentos procedentes de las marcas de valor léxicas de las monedas ibéricas (Ferrer i JanéGiral 2007; Ferrer i Jané 2007; 2010). Sin entrar a fondo en la cuestión del origen de las semejanzas, expresé mis preferencias hacia el parentesco, por considerar el préstamo de todo el sistema de numerales un hecho poco frecuente. El propio Javier de Hoz (2011a, 196) considera plausibles los argumentos internos, a los que incluso añade algún dato adicional favorable, y da por demostradas las equivalencias deducibles a partir de las marcas de valor de las monedas ibéricas de ban para el concepto de unidad y de erder para el concepto de mitad. No obstante, rechaza la relación entre los numerales ibéricos y los vascos puesto que considera de ser cierta, comportaría aceptar un parentesco próximo entre vasco ibérico, circunstancia que de ser cierta debería permitir hallar otros subsistemas igualmente claros, pero que nadie ha hallado. La réplica a Lakarra desde el punto de vista lingüístico ya la ha realizado Orduña (2011) que argumenta que las formas documentadas en ibérico son compatibles con la reconstrucción del vasco que hace Michelena, de cronología compatible con la de las inscripciones ibéricas, mientras que la reconstrucción de Lakarra tiene una cronología vaga anterior y un menor grado de seguridad que la reconstrucción de Michelena y que por tanto las incompatibilidades detectadas no las considera significativas. En este trabajo Orduña atribuye las semejanzas detectadas al parentesco. Aunque Orduña (2011, 126) rechaza explícitamente el uso que hace Lakarra de la hipótesis de de Hoz sobre 116 LENGUA VEHICULAR el ibérico como lengua vehicular, no entra a valorarla en detalle. Sirva pues este trabajo como mi parte de réplica a Lakarra complementando a la ya realizada por Orduña. 117 III FORMULACIÓN DE LA HIPÓTESIS El origen de la hipótesis de la lengua ibérica como lengua vehicular se encuentra en la necesidad de explicar la aparente incoherencia que se plantea cuando en una zona extensa y con un sustrato arqueológico heterogéneo, como es el área donde se desarrolla la cultura ibérica, sólo se documenta en época ibérica una sola lengua (de Hoz 1993a, 648651; 2009, 2011a, 336; 2011b). Para resolver la aparente incoherencia, de Hoz plantea la hipótesis de que en realidad en este territorio convivirían varias lenguas, pero sólo la lengua ibérica se habría representado por escrito por el prestigio obtenido al ser la lengua de las relaciones comerciales y de las relaciones interétnicas. El argumento principal que le permite plantear la diversidad lingüística en el territorio ibérico es la identificación de gran cantidad de antropónimos no ibéricos en textos ibéricos de las zonas donde el ibérico no sería la lengua vernácula, antropónimos que estarían identificando a los indígenas no ibéricos de estas zonas (de Hoz 1993, 544 y 655; 2011b, 47; 2011a, 171 y ss, 336 y ss., 721, Mapa 1.8). Fig. 1.- Distribución de las inscripciones ibéricas. 118 LENGUA VEHICULAR Para determinar la zona donde el ibérico sería lengua vernácula, de Hoz se basa en las zonas donde él considera que se habrían originado las diferentes escrituras ibéricas, considerando que el hecho de crear una escritura para representar la lengua ibérica es un indicio significativo que en la zona la lengua ibérica era lengua vernácula. Así pues, sitúa la frontera en el río Mijares y considera que la lengua ibérica sólo sería lengua vernácula de los contestanos y probablemente de los edetanos, bastetanos y oretanos, dado que el alfabeto grecoibérico es exclusivo de la Contestania, que considera probable que la escritura ibérica suroriental fuera creada en la Alta Andalucía y que la escritura ibérica nororiental probablemente fuera creada en la propia Contestania o bien a la Edetania. 119 IV ARGUMENTOS EN CONTRA Desde que fue formulada, esta hipótesis es mencionada muy frecuentemente como alternativa a la hipótesis tradicional, pero sin casi ninguna aceptación explícita, aparte de la de reciente de Lakarra (2010, 193) ya mencionada. En cambio, los especialistas en las materias más directamente relacionadas con la hipótesis han realizado una gran cantidad de críticas que he estructurado en siete grandes grupos. A. No se justifica de forma suficiente la existencia de las lenguas que sustituirían al ibérico como lengua vernácula de Cataluña y Aragón (Núñez 2002, 113; Velaza 2006, 279). Los antropónimos supuestamente no ibéricos de Cataluña y Aragón en su mayor parte podrían ser ibéricos (Faria 1993, 155; Ferrer 2005, 970, nota 67; Velaza 2006, 279; Moncunill 2007, 38, e.p.) y en cualquier caso su número no es estadísticamente significativo (Ferrer 2005, 970, nota 67; Velaza 2006, 279; Moncunill 2007, 38). B. El área donde supuestamente el ibérico sólo sería lengua vehicular, se documenta antroponimia ibérica en mucha abundancia (Villar 2005, 514; Untermann 2003, 15; Vidal 2009, 722; Moncunill e.p.) C. El área donde supuestamente el ibérico sólo sería lengua vehicular, se documenta toponimia ibérica en mucha abundancia (Rodríguez Ramos 2001, 28; Untermann 2003, 15; Vidal 2009, 714). D. El uso de la lengua ibérica en el ámbito privado está muy bien documentado en el NE, donde supuestamente sólo, o principalmente, sería una lengua vinculada a las actividades comerciales (Velaza 2006, 279; Ruiz 2006, 172; Moncunill e.p.). E. La identificación del sistema dual de forma coherente en las inscripciones más antiguas del NE avala que el origen de la escritura ibérica nororiental fuera el NE (Ferrer 2005, 970, nota 67; Velaza 2006, 279; Moncunill 2007,38; 2004, 29; Jordán e.p) y que por tanto la lengua ibérica fuera allí vernácula. F. La premisa sobre la que se fundamenta la teoría del ibérico como lengua vehicular es errónea. Para muchos investigadores, la cultura material y la lengua no tienen porqué estar necesariamente correlacionadas (Sanmartí 2009, 16). 120 LENGUA VEHICULAR G. F. Identificar sólo como verdaderos íberos a los contestanos o de pensar que los iberos hablaban lenguas diversas no tiene ningún tipo de apoyo en las fuentes antiguas (Gómez Fraile 1999, 173). Otros autores con posturas críticas o alternativas: Gorrochategui (1995, 191) señala la dificultad de probar la hipótesis de forma fehaciente para todos los territorios, en particular para Catalunya, y el problema que representan las inscripciones rupestres de la Cerdanya que no encajan como textos comerciales. Panosa (1999, 98; 30) destaca la contradicción del supuesto origen contestano de la escritura nororiental con la realidad epigráfica, puesto que los testimonios más antiguos proceden de Catalunya ya en el s. V aC. Beltrán (2011, 25 nota 29) no considera que el ibérico se usase como a lengua de comunicación general fuera de su área cultural. Sanmartí (2004, 28; 2009, 16) no ve históricamente coherente el rol comercial de los iberos del sur y su supuesta alianza comercial con los griegos. Aranegui (2012, 426) considera que el alfabeto grecoibérico fue un fenómeno que tuvo poca trascendencia en el tiempo y en el espacio ibéricos como para ser considerado el motor de su alfabetización. Respecto de los principales argumentos, en algunos casos me limitaré a repetir básicamente los argumentos ya expresados por otros investigadores (argumentos F y G) y sólo entraré a fondo en las que pueden ser contrastadas contra el corpus ibérico (argumentos A-E), especialmente a la abundancia de supuestos antropónimos no ibéricos (argumento A) en las zonas C y D, actual Cataluña. 121 V LOS ANTROPÓNIMOS NO IBÉRICOS (A) De Hoz pretende justificar la existencia de lenguas no ibéricas en las zonas donde el ibérico sería lengua vehicular, identificando en esta zona antropónimos que a su juicio no muestran ningún indicio de ibericidad. El problema radica en que no se establece ningún criterio objetivo positivo que permita evaluar la ibericidad de estos antropónimos, como por ejemplo sería una relación de formantes antroponímicos noibéricos de la nueva capa antroponímica. La propuesta de esta hipótesis para identificar a los antropónimos no ibéricos es completamente negativa, en la práctica, cualquier texto susceptible de ser interpretado como antropónimo, casi siempre en esgrafiados breves sobre cerámica, y que no sea con toda seguridad un antropónimo ibérico pasa a formar parte de la nueva capa antroponímica. Aunque de Hoz no ha publicado una relación completa y estructurada de este corpus, las relaciones parciales (de Hoz 19931, 544 y 655 [11 ej.]; 20052, 79 [24 ej.]; 2011b3, 37 y 47 [45 ej.]; 2011a4, 171-173, 336337 y 721 [36 ej.]) permiten construir esta lista. Si sumamos todos los antropónimos que en alguno de estos trabajos ha sido considerado como no ibérico en las zonas C y D resulta en la identificación de 74 antropónimos: 32 inscripciones de Ullastret y 42 de otros yacimientos catalanes. Ullastret: altigem (C.2.9), baŕtoin (C.2.12), keltaio (C.2.13), koś i (C.2.14), otami (C.2.15), osato (C.2.16), ]tataŕba (C.2.18), taŕtolo (C.2.19), tibaŕśar (C.2.21), beteśkongilika[ (C.2.22), bikibelseśko[ (C.2.23), gelbada (C.2.24), laisbe (C.2.25), laka+[ (C.2.26), dales / a+to / ta (C.2.28), ]aetaŕ (C.2.30), ]+aoiśu (C.2.31), ]+baŕkaauŕ+i[ (C.2.32), ]beteikon[ (C.2.33), ]+boŕui (C.2.35), ]lauŕta+[ (C.2.36), ]ŕ babia++[ / ti (C.2.39), ]ŕ dobeś (C.2.40), ]+tidor[ (C.2.41), ]duin[ (C.2.42), taba (C.2.43), biu (C.2.44), bes (C.2.46), ko / i (C.2.50), angidiŕ eś ko+[ (C.2.53), ]obaś (C.2.54), ba / ka (C.2.55). En la mayor parte de este grupo de Hoz (2011b, 47) no indica explícitamente el antropónimo, sino sólo la referencia MLH, aunque se trata de textos breves, por lo que reproduzco la lectura MLH, corrigiendo sólo las lecturas bo por ta. Por lo que respecta al resto de yacimientos de las zonas C y D, además de los indicados explícitamente en sus distintos trabajos, también aparecen señalados en los mapas (de Hoz 2011b, 37; 2011a, 721) los yacimientos C11 (Can Fatjó, Rubí), C31 (Sant Boi de Llobregat), D2 122 LENGUA VEHICULAR (La Roca, Sant Hipòlit de Voltregà) y D11 (El Gebut, Soses), que deberían representar a los antropónimos de las inscripciones C.11.2, C.11.5, C.11.11, C.31.1, C.31.6, C.31.7, D.2.1 y D.11.1 que he añadido a la relación anterior, aunque en C.11.11, C.31.7, D.2.1 y D.11.1, inscripciones que por su longitud superan a la habitual de un antropónimo, no queda claro cuál sería el antropónimo. Si no se trata de una errata, C.11.11 aparece también entre los antropónimos ibéricos (de Hoz 2011b, 49). Resto: kans+ (C.1.25), biŕkuti (C.1.29), kiba o baki (C.6.10), ki+ŕ tun (C.7.4), lise+kaeś e (C.7.7), balan (C.7.12*)?, luŕ tia (C.7.13*), bantoŕ (C.7.16*), tikaio+ (C.8.1), karankato (C.8.8*), uatim a (C.9.3*), lakene (C.11.2), kai (C.11.5), ]kebaketakebaŕ (C.11.11) eukin (C.14.1*), koti/bair (C.18.1)?, tosoe+ŕki+teiar (C.18.2)?, kaŕ ain (C.18.3)?, enubili (C.18.8)?, letaon (C.18.9), sass/eŕ abar (C.18.13*), artokoto[ (C.19.3), taltiu (C.20.1), kiba (C.26.3), ]lkoti (C.29.2*), katon (C.30.1*), iko (C.31.1*), laku (C.31.6*), skeŕ lakonaŕ ankokolo[ (C.31.7*), alauke (C.34.5*), luŕ tia (C.51.2*), kato (C.53.1*), soŕ ike/tikobe/ke+n/n++ku (D.2.1), ]anako (D.4.2), luka o lua (D.5.2), ]ś ake (D.5.4), ]+baka (D.5.5), sbaś a (D.5.11*)?, Bltilbalalkanketia (D.9.2), neitinke (D.15.1*), subake (D.15.1*), kiekiutaśkabeŕ· (D.11.3). Aunque debe tenerse en cuenta que en el último trabajo publicado sobre el tema en la Casa de Velázquez (de Hoz 2011b, 47) sólo figuran claramente 45 (nota 6), puesto que 7 de los previamente identificados (C.1.29*, C.6.10; C.11.2, C.11.5; D.4.2, D.5.4 y D.5.5) se indica que son dudosos o inutilizables y no se mencionan otros 15, dos de los procedentes de Burriach (C.7.13*, C.7.16*) y el resto (C.9.3, C.14.1, C.19.3, C.20.1, C.26.3, C.29.1, C.30.1, C.34.5, C.51.2, C.53.1 y D.9.2) probablemente por no proceder de los yacimientos a los que circunscribe el análisis en este trabajo en el que se concentra en yacimientos con 10 o más inscripciones. A continuación revisaré de forma crítica una gran parte de los antropónimos supuestamente no ibéricos que de Hoz considera haber identificado, especialmente en las zonas C y D. El análisis crítico de la relación se centrará en dos aspectos, por una parte en la relación se identifican como no ibéricos muchos antropónimos que contradiciendo al propio planteamiento inicial presentan indicios de ibericidad. Y por otra parte, en la relación se aprecia una alta frecuencia de inscripciones conflictivas, ya sea por su brevedad, pobre documentación, mala conservación, dificultad de lectura, fragmentación o por su dudosa autenticidad. 123 VI LOS ANTROPÓNIMOS NO IBÉRICOS CON INDICIOS DE IBERICIDAD (A) En primer lugar hay que tener presente que la consideración de un determinado elemento de una inscripción como antropónimo varía considerablemente entre investigadores y que por lo tanto no es posible hacer una relación de antropónimos o formantes antroponímicos ibéricos cerrada. Las dos listas que más se le aproximan son la relación de Untermann en MLH III (1990) que contiene unos 475 antropónimos, estructurados en 136 formantes y la de Rodríguez Ramos (2002) que contiene unos 600 antropónimos estructurados en 160 formantes. Las diferencias en los números se explican tanto por los 12 años transcurridos entre ambos índices, como por las diferencias de criterio entre investigadores. Otro investigador que ha dedicado gran parte de su obra al estudio de la antroponimia ibérica es Faria (2011), aunque no ha publicado un índice estructurado. También en un ámbito geográficamente más limitado, Moncunill (2010) ha publicado una recopilación de nombres personales ibéricos de Cataluña con unas 350 entradas. Salvo error u omisión, 41 de los 74 supuestos antropónimos no ibéricos de la relación de de Hoz son considerados ibéricos por al menos uno de ellos: biuŕti (C.1.29*), agitigem (C.2.9), bardoin (C.2.12), keltaio (C.2.13), ]tataŕ ba (C.2.18), taŕ tolo (C.2.19), tibasbiŕ (C.2.21), beteśkon (C.2.22), bikibels (C.2.23), laisbe[ (C.2.25), laka+[ (C.2.26), ]letaŕ (C.2.30), baŕkabiuŕ (C.2.32), beteikon (C.2.33), ]taŕ (C.2.35), lauŕta+[ (C.2.36),]obeś(C.2.54), ]ŕdobeś(C.2.40), ]duin[ (C.2.42), biu (C.2.44), angidir (C.2.53), seŕ tun (C.7.4), balan (C.7.12*), biuŕ tir (C.7.13*), bantoŕ (C.7.16), akanos (C.8.1), karkankato (C.8.8*), laken (C.11.2), eukin (C.14.1*), artokoto[ (C.19.3), ]lkoti (C.29.2*), katon (C.30.1*), iko (C.31.1*), laku (C.31.6*), aŕ anko(kolo[) (C.31.7*), kato (C.53.1*), soŕike (D.2.1), ]anako (D.4.2), ]śake (D.5.4), neitinke y ś ubake (D.15.1*). Untermann, 12 casos (C.2.9, C.2.19, C.2.21, C.2.22, C.2.23, C.2.35, C.2.36, C.2.40, C.2.44, C.2.53, C.11.2, D.2.1), Rodríguez Ramos, 19 casos (C.2.9, C.2.19, C.2.22, C.2.23, C.2.25, C.2.30, C.2.35, C.2.36, C.7.4, C.7.12*?, C.7.13*, C.7.16*, C.8.8*, C.11.2, C.30.1*, C.31.6*, C.53.1*, D.2.1, D.15.1*), Faria, 13 casos (C.2.12, C.2.18, C.2.21, C.2.22, C.2.23, C.2.30, C.2.36, C.2.40, C.2.53, C.2.54, C.14.1*, C.31.7*(1), D.2.1), Moncunill, 36 casos (C.1.29*, C.2.9, C.2.12, C.2.13, C.2.19, C.2.21, C.2.22, C.2.23, C.2.25, C.2.26, C.2.30, C.2.32, C.2.33, C.2.35, C.2.36, C.2.40, C.2.42, C.2.44, C.2.53, C.2.54, C.7.4, C.7.16*, C.8.1, C.8.8*, C.11.2, C.19.3, C.29.2*, C.30.1*, C.31.1*, C.31.6*, C.53.1*, D.2.1, D.4.2, D.5.4, D.15.1(2)). 124 LENGUA VEHICULAR En este grupo, la ibericidad puede considerarse probable en aquellos antropónimos donde aparecen uno o varios de los formantes ibéricos mejor conocidos (23 casos) y se analizan con más detalle a continuación. En los otros casos la fragmentación, las dudas de lectura o de segmentación, así como la presencia de formantes menos conocidos, aconseja calificar la ibericidad meramente como posible (18 casos). Fig. 2.- Algunos antropónimos supuestamente no ibéricos con indicios de ibericidad. De izquierda a derecha y de arriba a abajo: C.2.23, C.2.9, C.2.19, C.7.16*, C.2.44, C.2.32, C. 2.36, C.2.30, C.2.35, C.2.33, C.2.22, C.2.53, C.53.1* y C.7.13*. 125 J. FERRER En algunos casos lo que sucede es que la lectura inicial de la inscripción puede ser corregida, de forma que un texto aparentemente opaco pasa a ser un claro antropónimo ibérico. El supuesto antropónimo luŕtia (Sanmartí 1978, p. 677, nº 23; Velaza 1991, nº 406; Panosa 1993, 6.1; 1999, 278, 18b.2; C.7.13*) se encuentra un plato entero de cerámica de barniz negro de Rosas procedente de Can Rodon (Cabrera de Mar), pero no de las excavaciones de Barberà (1969-1970) de la tumba IV (Panosa 1993, 6.1), sino de tierras removidas en 1975 (Viñals 1996, 204) que por error se ha duplicado en una inscripción fantasma idéntica supuestamente reportada en Roses (Panosa 1999, 263, 7.2), imagino que por confusión con el lugar de procedencia de la cerámica, error que ya reporta Rodríguez Ramos (2000, 55). No obstante, de Hoz (2005, 79; 2011a, 336) recoge la existencia de la inscripción fantasma y usa ambas inscripciones como paradigma de la antroponimia no ibérica catalana, probablemente confiado de su presencia en dos inscripciones de yacimientos alejados, remarcando que su aspecto es el de un antropónimo femenino indoeuropeo en -ia. Pero el error también afecta a la lectura, dado que el primer signo no es un l1 sino que es un signo bi. Cambio ya sugerido por Barberà a los localizadores de la pieza (Viñals 1996, 204) y que recupera Rodríguez Ramos (2000, 46; 2002, p. 260; 2004, 119; 2005, 118). Yo mismo he confirmado la lectura bi del primer signo a partir de fotografías recientes y he propuesto (Ferrer i Jané et al. 2011, 33) interpretar el último signo no como un a3 sino como r6. Con el cambio de lectura resta clara la ibericidad, no sólo del antropónimo sino probablemente de la lengua usada, dado que probablemente el antropónimo sea estrictamente biuŕ ti, formado por el conocido formante antroponímico biuŕ (Untermann 1990, p. 219 n º 43) y el elemento ti (Faria 2007b, p. 172), mientras que la r final podría ser el bien conocido morfo ibérico r que también aparece como (a)r (MLH III, p. 158). Curiosamente, otro de los supuestos antropónimos no ibéricos de la relación de de Hoz es otra cerámica de barniz negro procedente de de Sant Martí d’Empúries (Velaza 2004, p. 327 y fig. 5; C.53.1*) que lee biŕkuti, aunque ya Velaza en Palaeohispanica y Luján en Hispania Epigraphica 12 (p. 55) recogen la alternativa de lectura biuŕ ti, a mi parecer la correcta, y que coincidiría con el antropónimo de Can Rodon. Con el matiz de que si bien esta utiliza probablemente el sistema dual, por la presencia de la variante compleja de ti, la de Can Rodon, presenta aparentemente la variante simple. También se debe corregir la lectura de un esgrafiado sobre cerámica 126 LENGUA VEHICULAR de barniz negro (C.7.4) procedente de Burriach (Cabrera de Mar) de lectura MLH ki+ŕ tun, pero cuya lectura correcta es seŕ tun (Velaza 1991, 114) y que por tanto se puede relacionar con el texto sertunś orsear de la estela de Cagliari (X.0.1) que probablemente esconde un antropónimo sertunś orse o quizás sertunś or (Rodríguez Ramos 2002, 265; Moncunill 2010, 112). En otros casos la ibericidad parece obvia sin necesidad de corregir la lectura inicial, puesto que el antropónimo se puede estructurar como resultado de dos formantes previamente identificados como ibéricos. Sería el caso del antropónimo bikibels en una cerámica ática de Ullastret (C.2.23) formado por bigi y bels (Untermann 1990, 218/216, n º 38/32; Rodríguez Ramos 2002, 257/258; Moncunill 2010, 68). También sería el caso del antropónimo agitige(m) en otra cerámica ática de Ullastret (C.2.9) formado por agi y tige (Untermann 1990, 210/235, n º 7/125; Rodríguez Ramos 2002, 254/270; Moncunill 2010, 44), la nasal final podría formar parte del antropónimo o bien representar el morfo (e)n, habitual en las marcas de propiedad acompañando al antropónimo. También sería el caso de taŕtolo (C.2.19) en una copa de cerámica ática de Ullastret que estaría formado por formantes taŕ y tolo(r) (Untermann 1990, 220 boŕ y 236, n º 129/46; Rodríguez Ramos 2002, 260 boŕ y 271; Moncunill 2010, 120). Para Faria (2011, 175) taŕ toloike podría ser una iberización de un nombre celta, *Tartolo(u)icos, pero a mi parecer la lectura más plausible del texto ya no seria taŕ toloiketabam (Ferrer i Jané 2005, 967, nota 52), sino taŕ tolobaiketabam, con un signo ba en posición elevada. La segmentación sería taŕ tolo + baiketa + bam, siguiendo el esquema de ildirdasálirban y compartiendo quizás baiketa la misma raíz y ámbito semántico que baikar, relacionado con pequeños vasos como este (Ferrer i Jané 2011). Otro caso es el de bantoŕ en una cerámica ibérica del Turó dels dos Pins (C.7.16*) (Panosa 1993, 186), de texto segmentable en bantor + en + m i + baikar. Para Rodríguez Ramos (2002, 257) bantoŕ sería un formante antroponímico que también aparecería en MANDONIVS (Livio) y que podría estar formado por ban y toŕ (Moncunill 2006, 114; 2010, 57). También en este grupo puede clasificarse al antropónimo baŕ kabiuŕ (Ferrer i Jané 2005, 967, nota 52; Moncunill 2007, 51; Velaza 2011, 569) de una de las cerámicas áticas (C.2.32) de Ullastret, que es- 127 J. FERRER taría formado por baŕ ka (Moncunill 2007, 51) probable variante de baŕ ke, y quizás de balke (Untermann 1990, 214, nº 25; Rodríguez Ramos 2002, 260), y por biuŕ (Untermann 1990, n º 43; Rodríguez Ramos 2002, 259), siguiendo el ejemplo de balkebiuŕ (F.6.1). Otro caso similar es el del texto skeŕlakonaŕankokolo[ (C.31.7*) en un plato de cerámica gris procedente de Sant Boi de Llobregat. Aunque en este texto de cierta longitud de Hoz no precisa cual sería el antropónimo no ibérico. El texto empieza con un claro antropónimo skeŕ lakon (Velaza 1991, 115; Panosa 1993, 203; Rodríguez Ramos 2002, 262; Moncunill 2010, 114) compuesto por (i)skeŕ o (e)skeŕ (Untermann 1990, 224, n º 64; Rodríguez Ramos 2002, 262) y por lako(n) (Untermann 1990, 228, n º 83; Rodríguez Ramos 2002, 265). El texto sigue con una secuencia interpretable en términos de formantes antroponímicos ibéricos: aŕ an, ko i kolo[ El formante aŕ an (Faria 2002b, 237) se documenta entre otros en ARRANES (TS = CIL I2 709) y en aŕantaŕ (Campmajo / Ferrer i Jané 2010 261) en una inscripción rupestre de Bolvir (Panosa 2001, 515). Mientras que el formante ko(n) es uno de los más habituales en ibérico (Untermann 1990, 227, n º 77; Rodríguez Ramos 2002, 264). El formante golo(n) (Faria 1991, 74; Rodríguez Ramos 2002, 264) documentado al menos en uno de los magistrados de Obulco (A.100; CNH, 303, 10) y en uno de los antropónimos ibéricos del plomo griego de Pech Maho, golo[n]biur (Lejeune, Pouilloux, Solier, 1988, 53). Así pues, la secuencia permitiría identificar como antropónimos a aŕanko (Campmajo / Ferrer i Jané 2010, 261) y a kolo[. O quizás a uno sólo aŕanko(kolo) (Faria 2004, 302). No queda claro en la estela de La Roca (D.2.1; Les Masies de Voltregà) cual es el antropónimo al que de Hoz considera no ibérico. El texto está fragmentado y la parte final presenta dificultades de lectura. En todo caso, por lo que respecta al texto inicial soŕike parece plausible interpretarlo como ibérico formado por soŕ i ike (Untermann 1990, 231/223, nº108/59; Rodríguez Ramos 2002, 261/268; Moncunill 2010, 114). En algunos casos sólo se puede identificar un formante antroponímico ibérico, ya sea porque la inscripción es muy corta o bien porque la fragmentación o los problemas de lectura no permiten identificar nada más. Sería el caso de biu (Untermann 1990, 74; Moncunill 2010, 71) en una cerámica gris de Ullastret (C.2.44) que aparece en forma de kurtzname ya sea como simplificación de biuŕ o de la propia forma biu (Untermann 1990, n º 43; Rodríguez Ramos 2002a, 259). Casos similares son los de iko (C.31.1*), laku (C.31.6*) en cerá- 128 LENGUA VEHICULAR micas de barniz negro procedentes de Sant Boi de Llobregat (Panosa 1993, 14.1 y 15.3) que encajarían como kurtzname (Moncunill 2010, 80 y 94), puesto que tanto como iko, como variante de ikoŕ o ikon (Untermann 1990, 228, n º 60; Rodríguez Ramos 2002, 261) como laku (Untermann 1990, 228, n º 83; Rodríguez Ramos 2002, 265) son formantes ibéricos conocidos. También parece posible identificar el formante lauŕ en el posible antropónimo ]lauŕ ta+[, leído inicialmente ]lauŕ bo+[, (Untermann 1990, 228, n º 84; Faria, 2002a, 133; Rodríguez Ramos 2002, 265; Moncunill 2010, 133) en una cerámica ática de Ullastret (C. 2.36). También sería el caso del fragmento]letaŕ [ en otra cerámica ática de Ullastret (C.2.30) que ya en la lectura]aeboŕ [era interpretado como posible antropónimo con el formante boŕ y que con la nueva lectura se interpreta el formando taŕ (Rodríguez Ramos 2002, 260; Moncunill 2010, 135). Un caso similar sucede con otro fragmento de cerámica ática de Ullastret (C.2.35) ]taŕui[ que ya Untermann interpreta como un posible antropónimo con segundo formante taŕ (Untermann 1990, 220 n º 46; Rodríguez Ramos 2002, 260; Moncunill 2010, 135), más el morfo ui que podría ser una variante del morfo m i. En otro texto de Ullastret fragmentado laisbe[es posible identificar en lais una plausible variante del formante leis (Untermann 1990, 220 n º 85) y pensar en un segundo formante como bels por ejemplo (Rodríguez Ramos 2002, 265; Moncunill 2010, 95). También sería el del texto lakene (C.11.2) en una cerámica de barniz negro de Can Fatjó (Rubí) que para Untermann contendría estrictamente el antropónimo laken, que considera variante de lakeŕ (Untermann 1990, 227, n º 82; Rodríguez Ramos 2002, 264), acompañado del morfo e. Mientras que para Moncunill (2010, 93) podría estar formado por lake, que considera también variante de lakeŕ y por ene (Untermann 1990, 221, n º52; Rodríguez Ramos 2002, 264). Podría también ser el caso de otro de los esgrafiados sobre cerámica ática de Ullastret (C.2.21) leído tibaś bir por Untermann (1990, 234/219, nº 124/41) que lo segmenta en tibaś y bir y por Moncunill (2010, 123) que también admite tibeś bir como Faria (2008b, 153; 2000, 140). La lectura del segundo signo es problemática, podría ser una variante mal trazada de be, pero también un ba2, si el primer trazo de la izquierda fuera adventicio, aunque ni la autopsia, ni las fotografías han sido determinantes al respecto. Además, el penúltimo signo también admitiría la lectura a en lugar de bi. Así pues, podría leerse como tibaś ar, y estar formado por tibaś i por śar, o mejor, ser 129 J. FERRER un kurtzname formado únicamente por tibaś y seguido por el morfo ar, habitual en las marcas de propiedad, circunstancia que encajaría mejor con el comportamiento habitual de tibaś, que aparece siempre en segunda posición cuando combina con otros formantes. En cualquier caso, tanto la lectura tibeśbir (tibeś + bir) como tibeśar (tibeś + ś ar) como tibeś (tibeś + ar) no alterarían la ibericidad del antropónimo, considerando a tibeś una plausible variante de tibaś. La relación de formantes sigue aumentando a medida que aparecen nuevas inscripciones y un nuevo formante aparece combinado con otro ya conocido. Por lo tanto es metodológicamente erróneo considerar que un determinado formante no es ibérico, sólo por el hecho que no se haya documentado antes. Sería el caso de los antropónimos beteikon (C.2.33) (Moncunill 2010, 138) y beteś kon (C.2.22) (Untermann 1990, 220 n º 46; beteśkongili para Faria 2004, 296; Rodríguez Ramos 2002, 258; Moncunill 2010, 67) en dos cerámicas áticas de Ullastret, donde el formante ko(n) (Untermann 1990, 227, n º 77; Rodríguez Ramos 2002, 264) aparecería en posición final, mientras que en posición inicial aparecería el formante beteś en el segundo caso y betei en el primer caso, quizá variantes de un mismo formante bete. También podría ser el caso de angidireś go[ (Rodríguez Ramos 2003, 368) que aparece en una cerámica ática de Ullastret (C.2.53) y donde sería posible identificar como antropónimo a angidir, con an (Untermann 1990, 210, n º 10; Rodríguez Ramos 2002, 254) como primer formante y gidir como segundo formante (Untermann 1990, 78, C.2.53; Moncunill 2010, 46). Faria (2010, 91) lo considera también ibérico aunque prefiere la segmentación angi / tir(eś ). El final eśgo[, con aparente cambio de sonoridad de la velar, eśko[, se repite también detrás de bikibels (C.2.23) en otra cerámica de este yacimiento, circunstancia que permite aislarlo en ambos casos y distinguirlo del antropónimo inicial. Otro de los textos de la relación de de hoz es la estela de Guissona (D.15.1*) donde aparecen dos antropónimos neitinke y subake, aparentemente padre e hijo (Guitart et al. 1996). La identificación de neitinke como antropónimo ibérico es general (Untermann 2001, 620; Rodríguez Ramos 2002, 265; Moncunill 2010, 101) siendo neitin no sólo un elemento frecuente del léxico ibérico, sino también presente al menos en un antropónimo ibérico en una inscripción latina de Terrassa NEITINBELES (CIL II.6144) i por ello identificado como formante ibérico (Untermann 1990, 228, n º 89; Rodríguez Ramos 2002, 265). Para de Hoz (2005, 79, nota 55) sería una iberización de un nombre no ibérico, formado a partir de un radical ibérico. Para subake los paralelos ibéri- 130 LENGUA VEHICULAR cos son escasos, aunque por paralelismo con neitinke cabe suponer un primer formante suba (Luján Hep 13, 159; Moncunill 2010, 115). Para Untermann (2001, 620, nota 20) podría ser una versión iberizada de un nombre griego SYMMACHVS. Para Faria (2008a, 83) ambos nombres serían nombres celtas iberizados *NEITINCOS y *SUMAGOS. 131 VII LOS ANTROPÓNIMOS NO IBÉRICOS EN INSCRIPCIONES DUDOSAS (A) En la relación de supuestos antropónimos no ibéricos de de Hoz son muy frecuentes las inscripciones muy cortas, fragmentadas o de lectura muy dudosa, bien por estar mal conservadas o mal documentadas, muchas de ellas sólo se conocen a través de dibujos o fotografías de mala calidad y en su mayor parte no ha sido posible localizarlas, circunstancia que impide verificar la precisión de las lecturas publicadas y por lo tanto no deberían tenerse en cuenta en este estudio con tan poca base objetiva de tipo positivo y por tanto muy susceptible de contabilizar en su haber cualquier inscripción con problemas de lectura. Las 20 inscripciones de este grupo son: C.1.25, C.2.28, C.2.39, C.2.43, C.2.46, C.2.50, C.2.55, C.6.10, C.7.7, C.11.11, C.18.1?, C.18.2?, C.18.3?, C.18.8?, C.18.13*, C.20.1, C.26.3, D.5.5, D.5.11* y D.9.2. A ellas deben añadirse la inexistente C.51.2* y D.11.3 formada sólo por elementos del léxico común. Una de las pocas de este grupo de la que he podido realizar autopsia es una cerámica ática de Ullastret de lectura MLH ]ŕ babia++[ (C.2.39), aún así tras la autopsia se mantienen las dudas de lectura en casi todos los signos, circunstancia que unida al hecho de que esté fragmentada por ambos lados, recomienda excluirla de este estudio. De un esgrafiado sobre cerámica campaniense de Sorba de lectura MLH ]+baka (D.5.5) sólo se conoce una fotografía de mala calidad que no aclara las dudas de lectura que afectan a todos los signos, circunstancia que recomienda también excluirla de este estudio, tal como ya considera de Hoz (2011b, 47) en uno de los últimos trabajos. La mayoría de las inscripciones de este grupo son conocidas sólo por dibujos de escasa fiabilidad, por lo que también deberían ser excluidas. Una cerámica ática de Ullastret de lectura MLH tales para el texto principal (C.2.28a) que de forma inusual se lee de derecha a izquierda. Un esgrafiado sobre cerámica de Burriach (Cabrera de Mar) de lectura MLH lise+kaeś e (C.7.7) con la mayor parte de los signos de lectura dudosa. Un esgrafiado sobre cerámica campaniense de Sorba de lectura sbaś a (D.5.11*) (Panosa 2005) que presenta una combinación sb en inicio de palabra lo suficientemente sospechosa, además de un signo final dudoso. Un esgrafiado cerámico de Empúries presenta dudas de lectura en su parte final, kans+ (C.1.25*) (Panosa 1993, 3.2). Un esgrafiado sobre ánfora de Pacs (C.20.1) de lectura MLH taltiu con un segundo signo irregular además de la presencia 132 LENGUA VEHICULAR Fig. 3.- Algunos antropónimos supuestamente no ibéricos en inscripciones problemáticas. De izquierda a derecha y de arriba a abajo: C.7.7, C.20.1, D.5.5, D.5.11 *, C.1.25*, C.2.28, C.2.39, C.2.46, D.9.2, C.2.43, C.2.50, C.2.55, C.6.10, C.18.4, C.18.3, C.18.2, C.18.1 y C.26.2. 133 J. FERRER del signo espiga, o doble u, leído como u. También es el caso de los esgrafiados en las paredes de Torre Minerva en Tarragona, de lectura MLH koti / baiŕ (C.18.1), tosoe+ŕki+teiar (C.18.2) y kaŕain (C.18.3) que tampoco ofrecen muchas garantías. Finalmente, también es el caso de un esgrafiado sobre dolium procedente de Can Fatjó (Rubí) de lectura MLH ]kebaketakebaŕm i (C.11.11) con absolutamente todos los signos dudosos. Otras deberían excluirse por ser demasiado cortas. Sería el caso de varios esgrafiados sobre cerámicas áticas de Ullastret: taba o bata (C.2.43), bes (C.2.46), a) ko b) i (C.2.50) y baka (C.2.55), aunque esta última consiste en dos signos separados a) ba b) ka. También es el caso de una cerámica campaniense de la Torre dels Encantats (Arenys de Mar) (C.6.10) de lectura MLH lectura kiba, sba, bas o baki, pero que tras autopsia parecen más bien dos signos enfrentados a) s y b) u, to o ti que quizás podrían leerse juntos como su, tis o tos. De hecho, de Hoz (2011b, 47) en uno de los últimos trabajos ya excluye esta inscripción por dudosa. También es el caso de una cerámica campaniense de San Miquel de Vinebre de lectura MLH kiba o baki (C.26.3). A mi parecer tampoco deberían tenerse en cuenta una fusayola procedente de Margalef (D.9.2) y un ara de piedra procedente de Tarragona (C.18.13*)(Massó-Velaza 1995). Curiosamente, ambas inscripciones están enteras y el estado de conservación es excelente, pero aún así la identificación de los signos como ibéricos presenta enormes dudas. En el caso de la fusayola procedente de Margalef, perdida pero de la que se disponen buenas fotos, las discrepancias entre las lecturas propuestas son considerables (Ferrer i Jané 2008, 256). En el caso del ara de Tarragona conservada en el museo de Tarragona en mi opinión su falsedad es clara (en el mismo sentido P. Beltrán 1972, 222; Simón Cornago 2009, 54; en contra Panosa 1999; Massó-Velaza 1995, con dudas Moncunill 2010, 110). También sospechosa es una inscripción desaparecida sobre mármol (C.18.8) procedente de Tarragona (Almagro 2003, 321-322; Simón 2009), pero considerada auténtica en MLH. Otro caso de lectura problemática se encuentra en el texto de la fusayola del Gebut (Soses), que no figura explícitamente en las relaciones de de Hoz, pero sí como punto en el mapa. Su lectura era, entre otras kiekiutaśkabeŕ · (D.11.3), pero tras la corrección de lectura a kaśtaunbankuŕs queda estrictamente formada por elementos del léxico común ibérico, kaśtaun, ban y kuŕs (Ferrer i Jané 2005; Ferrer i Jané 2008). Este caso ejemplificaría que es metodológicamente incor- 134 LENGUA VEHICULAR recto suponer que siempre un texto corto ibérico sobre cerámica debe contener un antropónimo, como también sucede con baikar (Ferrer i Jané 2011) y con los paralelos en otras epigrafías coetáneas. Finalmente, otros deberían excluirse por contener quizás versiones iberizadas de antropónimos latinos: luki / LVCIVS (D.5.2; Rodríguez Ramos 2005, 38), kai / GAIVS (C.11.5) y quizás uatina (C.9.3*) podría estar relacionado con VATINIVS (Moncunill 2007, 321). O galos alauke (C.34.5*) / ALAVCVS. Y por lo tanto no pertenecerían a la nueva capa antroponímica. 135 VIII LOS ANTROPÓNIMOS NO IBÉRICOS: CONCLUSIONES (A) Así pues, la relación de posibles NP no Ibéricos en las zonas C y D quedaría desvirtuada, de los 74 supuestos antropónimos iniciales, al menos 23 serían ibéricos con cierta probabilidad y otros 18 presentarían indicios de ibericidad al menos tan sólidos como los de su no ibericidad, mientras que 22 no deberían usarse por diversos problemas y 4 podrían ser latinos o galos. Probables NP’s Ibéricos Posibles NP’s Ibéricos No usables Posibles NP’s Latinos o Galos Otros Total 23 18 22 4 7 74 Para los 7 ejemplos restantes, cabe pensar que también podrían ser elementos léxicos ibéricos no antroponímicos o NP’s ibéricos poco habituales: kosi (C.2.14), otami (C.2.15), osato (C.2.16), gelbada (C.2.24), ]aoiśu (C.2.31), tidor[ (C.2.41), letaon (C.18.9). Pero, incluso pasando por alto todas las anteriores prevenciones que reducirían a la mínima expresión la relación de supuestos antropónimos no ibéricos, si aceptásemos que los 74 supuestos antropónimos efectivamente son antropónimos y no son ibéricos, su presencia en el territorio donde supuestamente el ibérico sería lengua vehicular sería muy minoritaria. La presencia de antropónimos ibéricos en las zonas C y D es muy numerosa. Así, 105 son identificados por Untermann en 1990, 165 por Rodríguez Ramos en 2002 y unos 275 actualmente de acuerdo a estimaciones propias. Con criterios algo más flexibles, la cifra podría subir hasta los 350 que es el número de entradas en la recopilación de antropónimos ibéricos de Cataluña de Noemí Moncunill (2010). Además, el planteamiento de de Hoz no tiene en cuenta que el 85% de las inscripciones ibéricas están localizadas en la zona donde supuestamente el ibérico sería lengua vehicular (ZV), mientras que sólo el 15% han aparecido en la zona donde el ibérico sería supuestamente lengua vernácula. (ZN) Si nos fijamos en los esgrafiados sobre cerámica, que es el tipo de inscripción principal donde de Hoz busca los antropónimos, las cifras aún son más contundentes, el 95% de los 136 LENGUA VEHICULAR esgrafiados cerámicos pertenecen a la zona vehicular y sólo el 5% a la zona supuestamente vernácula. Consecuentemente, cualquier irregularidad, sea del tipo que sea, será más frecuente en números absolutos en la ZV que en la ZN. Finalmente, de Hoz también pasa por alto el comportamiento diferenciado por tipo de soporte, puesto que sólo en el 15% de los esgrafiados cerámicos es posible identificar un claro NP ibérico, la mayoría son muy breves, fragmentados o presentan serias dificultades de lectura, mientras que en placas de piedra o estelas sube al 55%, puesto que suelen contener textos más largos y mejor conservados. Este porcentaje llega al 70% en plomos que son los textos más largos. Estos porcentajes son similares tanto en la zona supuestamente vehicular, como en la supuestamente nuclear. Cuando compara las inscripciones de Ullastret y de Sagunto, no tiene en cuenta que las primeras son básicamente esgrafiados cerámicos, mientras que las segundas son básicamente inscripciones sobre piedra. Las diferencias que encuentra no son debidas a la localización, sino al tipo de soporte. 137 IX LOS ANTROPÓNIMOS IBÉRICOS (B) El segundo problema que se plantea a la hipótesis de de Hoz, es que el área donde supuestamente el ibérico sólo sería lengua vehicular, se documenta antroponimia ibérica en mucha abundancia, circunstancia que no encaja con el comportamiento esperado de una lengua vehicular (Villar 2005, 514; Untermann 2003, 15; Vidal 2009, 722). El análisis de la distribución de los antropónimos del índice de Untermann indica que aproximadamente un 60% de los antropónimos ibéricos se identifican en la zona donde supuestamente el ibérico era lengua vehicular, mientras que en el índice de Rodríguez Ramos el porcentaje ya se acerca al 65%. Los cálculos realizados teniendo en cuenta estimaciones propias con las inscripciones más recientes dan resultados aún más favorables a la zona supuestamente vehicular, con un porcentaje que se acercaría ya al 70%. Autor Zona Nuclear % Zona Vehicular % TOTAL Untermann (1990) 180 40% 274 60% 463 Rodríguez Ramos (2002) 213 36% 374 64% 587 Estimación actual (2012) 291 32% 623 68% 914 Cabe señalar que la mayor documentación de antropónimos ibéricos en la ZV es debida en gran parte a que el 85% de las inscripciones ibéricas se localizan en esta zona. No obstante, la distorsión se produce por la abundancia de grafitos cerámicos en la ZV, que representan el 95% del total de grafitos ibéricos, puesto que la cerámica es un soporte con una menor probabilidad de encontrar antropónimos, claramente identificables como tales, que estelas y plomos por ejemplo, soportes con una distribución más equilibrada entre ambas zonas. Así pues, en este caso también se verifica que la crítica está fundamentada, los antropónimos plausiblemente ibéricos de la zona supuestamente vehicular no sólo son muy abundantes, sino que parece que son algo más frecuentes en la zona supuestamente vehicular que en la zona supuestamente nuclear. Paradójicamente el impacto de la lengua ibérica sobre la antroponimia parece más profundo donde solo seria supuestamente una lengua vehicular. 138 X LOS TOPÓNIMOS IBÉRICOS (C) El tercer problema que se plantea a la hipótesis de de Hoz, es que el área donde supuestamente el ibérico sólo sería lengua vehicular, se documenta toponimia ibérica en mucha abundancia, circunstancia que no encaja con el comportamiento esperado de una lengua vehicular (Rodríguez Ramos 2001, 28; Untermann 2003, 15; Vidal 2009, 714). La toponimia del territorio ibérico es conocida fundamentalmente por las fuentes clásicas griegas y romanas, pero también mediante inscripciones y leyendas monetales, aunque no siempre es claro en leyendas monetales ibéricas si la leyenda corresponde a un topónimo o a un antropónimo. La relación básica está recopilada en los diferentes Tabula Imperii Romani (TIR). Fundamentalmente la hoja K/J-31 y la parte oriental de K-30 para la zona supuestamente vehicular (ZV) y la mitad oriental de la hoja J-30 para la zona supuestamente nuclear (ZN). El criterio habitualmente usado para identificar entre los topónimos identificados en territorio ibérico cuáles de ellos pertenecen efectivamente a la lengua ibérica es tomar como referencia la relación de formantes antroponímicos ibéricos (Untermann 1990; Rodríguez Ramos 2002) y considerar ibéricos aquellos en los que se consigue identificar algún formante antroponímico (Luján 2005, 472). Es el caso de las relaciones de Untermann (1998, 79-82), explícitamente no exhaustiva, y de Rodríguez Ramos (2005, 60) que se reproducen a continuación. La relación de Rodríguez Ramos (2005, 60-61) es la siguiente: abaŕ ildur (abaŕ + ildur), aŕ ketuŕ ki (arke + tuŕ ki), arse (arse + e), ATANAGRUM (atan + akir), BAETULO / baitolo (tolo), BARCINO / barkeno (balke + no), BASTETANI (bastes), belse (bels + e), CERETANI (keŕe), DERTOSA (torton), EDETA (ede + ta), EGARA (EGAR + a), GERUNDA (keŕ e + undi), IDUBEDA, ILERDA / ildiŕ da (ildiŕ + da), ILERGETES (ildiŕ), ILURO / ilduro (ildur + o), ILERCAVONES (ildiŕ), ILLIBERRIS (ildiŕ + beŕi), ILICI (ildiŕ + ki), ILITURGI (ildiŕ + tuŕki), ILLUERSENSES (ildur), ILORCI (ildur + uŕ ke o ildur + ki), ILUGO (ildu + kon), ILURCO (ildur + kon), INTIBILI (indi + beles), LACETANI (lakeŕ), lauro (laur + o), OLOSSITANI (olor), OLORBEDA, oŕose (olor), OSSICERDA / usekerde (kelti), SALDUBA (saldu), SALLUITANA (saldu), SEDETANI / sedeisken (sede), SOSINESTANI (sosin), SOSINTIGI (sosin + tigirs), TOLOBIS (tolo), INDICETES / undikesken (indi), URCI (uŕ ke), uŕkesken (uŕke). 139 J. FERRER La relación de Untermann (1998) es la siguiente: abaŕildur (abaŕ + ildur), aŕ ketuŕ ki (arke + tuŕ ki), BAETULO / baitolo (bait), BAETIS (bait), BAETERRAE (bait), BISCARGIS (biscar), CELSA / kelse (kelse), CERETANI (keŕ e), ILITURGI (ildiŕ + tuŕ ki), ILLIBERRIS (ildiŕ ), ILIBERRI (ildiŕ ), ILERGETES (ildiŕ ), ildiŕ kesken (ildiŕ ), ILERCAVONES (ildiŕ ), ILERDA / ildiŕ da (ildiŕ ), ILORCI (ildur), ilduko (ildu), ILUGO (ildu), ILURO / ilduro (ildur), ildurir (ildur), ILICI (ildiŕ ), ildigiŕ a (ildiŕ ), LACETANI (lakeŕ ), LACILBULA (lakeŕ ), LACIPPO (lakeŕ ), LACIMURGA (lakeŕ ), lakine (lakeŕ ), LACURIS (lakeŕ ), ORCELIS (uŕ ke), SALLUITANA / salduie (saldu), SALTIGI (saldu), SUESSETANI (suise), URCI (uŕke), uŕkesken (uŕke). También en muchos de los trabajos de Faria sobre antroponimia ibérica se identifican topónimos o étnicos compuestos por formantes antroponímicos. Además de la mayoría de los indicados en las dos relaciones anteriores se podrían añadir al menos los siguientes topónimos : AIUNGI (aiun + gi) (Faria 2000, 125), ARSI (ars + i) (Faria 2007a, 221), ARTIGI (ar + tigi) (Faria 2007a, 217), auntigi (aun + tigi) (Faria 2000, 123), AURGI (auŕ + gi) (Faria 2000, 125), CANTIGI (tigi) (Faria 2003a, 211), ILUBARIENSA (ildu) (Faria 2006, 120), ILUCRO (ildu) (Faria 2003b, 324), ISTURGI (is + tuŕ gi) (Faria 2008a, 75), LABITOLOSA (tolo) (Faria 2000, 128), ONINGI / *ONICI (uni(n) + gi) (Faria 2002, 123), otobesken (oto) (Faria 2002b, 234), OSSIGI (use / OSI + gi) (Faria 2003a, 212), SEGIA / segia (segi + a) (Faria 2003a, 226), sesars (ses + ar + s) (Faria 2003b, 321). Un muy reciente trabajo de Silgo (2013) analiza de forma exhaustiva los posibles antropónimos ibéricos con resultados similares a los de los trabajos ya citados, aunque su publicación coincide con el cierre de este trabajo, lo que ha impedido integrarlo con el mismo nivel de detalle que los anteriores. A partir de las relaciones ya citadas y aplicando criterios similares sobre la relación de topónimos documentados en los Tabula Imperii Romani (TIR) he seleccionado aquellos que a mi parecer podrían contener al menos un elemento asimilable a algún formante antroponímico ibérico. No obstante, cabe recordar que la subjetividad del proceso es doble, primero en considerar un elemento como formante antroponímico propio de la lengua ibérica y después creer identificarlo en un topónimo. No obstante, esta subjetividad puede considerarse inherente al análisis de topónimos, siempre amenazado por los falsos positivos causados por coincidencias formales. Sería el caso a mi pare- 140 LENGUA VEHICULAR cer de la relación de Villar (2000, 423-430) que analiza como indoeuropeos una parte significativa de los topónimos considerados en este trabajo como ibéricos. La relación siguiente no agota todas las posibilidades, ni tan siquiera recoge todas las equivalencias sugeridas en la bibliografía indicada, pero probablemente tampoco esté libre de falsos positivos, aunque para el objetivo de este trabajo no sería un problema, siempre que se distribuyan homogéneamente por ambas zonas. ZV: • abaŕ (MLH III, nº 1): abaŕildur (A.27; K/J-31, 31). • aŕa(n) (MLH III, nº 12): ARRAGO (K/J-31, 37). • aŕke(r) (MLH III, nº 14): aŕketuŕki (A.28 ; K/J-31, 37). • ars / aŕs (MLH III, nº 15): sesars (A.44; K/J-31, 146), ARSI (K/J31, 37). • ata(n) (MLH III, nº 18): ATANAGRUM (K/J-31, 38). • auŕ (MLH III, nº 21): auŕki (A.6.4). • balke / baŕ ke (MLH III, nº 25): baŕ keno / BARCINO (K/J-31, 44). • bas(i) / baś (MLH III, nº 27): BASSI (K/J-31, 47). • bels (MLH III, nº 32): belse (CNH.IV.41A). • beŕi (MLH III, nº 34): ILLIBERRIS (Ptol. II.10.6; Plin. NH.3.32), CAUCHOLIBERI (Ravn. 4.28). • bigi (MLH III, nº 38) / bege (Campmajo, Ferrer 2010, 257): BEGENSIS (K/J-31, 47). • bil(oś) (MLH III, nº 39): INTIBILI (K/J-31, 94). • ena / enne (MLH III, nº 52): ENNEGENSES (K/J-31, 75). • ildi(ŕ ) (MLH III, nº 61): ildiŕ da (A.19) / ILERDA (K/J-31, 91) ildiŕge (A.19) / ILERGETES (K/J-31, 92), ILERCAVONES (K/J31, 90), ILLIBERRIS (Ptol. II.10.6; Plin. NH.3.32), ILITURGI (K/J-31, 92). • ildu(r) (MLH III, nº 62): ilduro (A.11) / ILURO (K/J-31, 92), ilduko (A.20, K/J-31, 131), ILLUERSENSIS (K-30, 132), abaŕ ildur (A.27; K/J-31, 31), ILDUM (K/J-31, 90). • indi / undi (MLH III, nº 63): undikesken (A.6) / INDIGETES (K/J-31, 93), INTIBILI (K/J-31, 94). 141 J. FERRER • iskeŕ / eskeŕ (MLH III, nº 64): ASCERRIS (K/J-31, 38). • keŕe (MLH III, nº 72): CERETANI (K/J-31, 361), CERESUS (K/J31, 361), AUSOCERETES (K/J-31, 39). • ko (Rodríguez Ramos 2002, 2674: ARRAGO (K/J-31, 37), ilduko (A.20, K/J-31, 131). • kertar / kerdu (MLH III, nº 73): usekerde (A.26) / OSICERDA (K-30, 168). • lake(r) (MLH III, nº 82): LACETANI (K/J-31, 96), lakine (A.22; K/J-31, 137) • lauŕ (MLH III, nº 84): lauro (A.14) / LAURONENSIA (K/J-31, 97). • oloŕ / olos (Rodríguez Ramos 2002, 266): OLOSSITANI (K/J-31, 114). • saldu (MLH III, nº 98): salduie (A.24) / SALLUITANA (K-30, 173). • sede / seti (Rodríguez Ramos 2002, 267): sedeisken (A.25) / SEDETANI (K/J-31, 143). • segi (Faria 2003, 226): segia (A.43) / SEGIA (K-30, 207). • sosin (MLH III, nº 109): SOSINESTANI (BB.II). • suise (MLH III, nº 110): SUESSETANI (K-30, 215). • tige(r) (MLH III, nº 125): omtiges (A.42; K/J-31, 114), TICER / TICIS (K/J-31, 157). • tigi(s) (MLH III, nº 127): TICER / TICIS (K/J-31, 157), auntigi (A.4). • tolo (MLH III, nº 129): baitolo (A.8) / BAETULO (K/J-31, 40), TOLOBI (K/J-31, 157), TOLOUS (K/J-31, 157), LABITOLOSANI (K/J-31, 37). • tuŕkir (MLH III, nº 133): aŕketuŕki (A.28; K/J-31, 37). • uŕke (MLH III, nº 140): ORGIA (K/J-31, 115). ZN: • aiun (MLH III, nº 6): AIUNGITANUS (CIL II2, 5, J-30, 80). • aŕker (MLH III, nº 14): ARCILACIS (J-30, 87). 142 LENGUA VEHICULAR • ars / aŕs (MLH III, nº 15): ars(e) (A.33; J-30, 89). • auŕ (MLH III, nº 21): AURGI (J-30, 94). • bas (MLH III, nº 27): BASTI (J-30, 106). • beŕi (MLH III, nº 34): ILLIBERRI (J-30, 199). • bigi (MLH III, nº 38) / bege (Campmajo, Ferrer 2010, 257): BIGERRA (J-30, 47), BEGASTRI (J-30, 108 y 143). • ede (MLH III, nº 54): EDETA (J-30, 170) • ildi(ŕ) (MLH III, nº 61): ILLIBERRI (J-30, 199), ILITURGI (J-30, 202), ILICI (J-30, 200), ILITURGICOLA (J-30, 203), ildigiŕ a (A.98; (J-30, 204). • ildu(r) (MLH III, nº 62): ILURO (J-30, 205), ILURCO (J-30, 205), ILUCRO[ (CIL XV, 7916), ILORCI (J-30, 203), ILUGO (J-30, 204 y 289), INLUCIA / ILUCIA (J-30, 206, 225 y 289), ILUNON (J-30, 204), ILUBARIENSIA (CIL II2/5, 11). • ko (Rodríguez Ramos 2002, 2674): ILURCO (J-30, 205), ILUGO (J-30, 204 y 289). • lauŕ (MLH III, nº 84): LAURO (J-30, 217). • sosin (MLH III, nº 109): SOSONTIGI / SOSINTIGI (J-30, 306). • tigi (MLH III, nº 127): SOSONTIGI / SOSINTIGI (J-30, 306), SALTIGI (J-30, 288), CANTIGI (J-30, 122), ARTIGIS (J-30, 89). • tuŕkir (MLH III, nº 133): ILITURGI (J-30, 202), ISTURGI (J-30, 208). • uŕke (MLH III, nº 140): URCI (J-30, 248), uŕkesken (A.96; J-30, 248), ORCELIS (J-30, 256). A efectos contables, sólo contabilizaré topónimos indígenas distintos y no variantes formales de un mismo topónimo. Pero hay que tener en cuenta que no siempre es claro si topónimos ligeramente distintos registrados por fuentes diversas en localizaciones compatibles corresponden a un mismo topónimo o no. A la inversa, en algunos casos tampoco es claro si un topónimo formalmente idéntico registrado por fuentes diversas en localizaciones distintas, corresponde a un mismo topónimo o no. Otro problema surge del hecho que no siempre las fuentes antiguas indican con precisión la localización de un topónimo, ni tampoco siempre es posible localizar una ceca monetal con una localización concreta, circunstancia que en algún caso podría determinar su exclusión de alguno de los dos grupos considerados o incluso cambiar de 143 grupo. Finalmente, tampoco la delimitación del territorio que caracteriza a ambos grupos se conoce con precisión. En cualquier caso, el objetivo de la relación no es tanto realizar una lista exhaustiva, sino disponer de un marco cuantificable que permita dilucidar el fundamento de la crítica que se está evaluando. En la tabla siguiente se resumen los resultados. Topónimos / Étnicos indígenas Zona Nuclear % Zona Vehicular % TOTAL Estimación personal 31 40% 46 60% 77 Analizados 145 46% 169 54% 314 % 21% 26% 24% Así pues, el 60% de los topónimos del territorio ibérico susceptibles de contener algún formante documentado también en la antroponimia ibérica se encuentran en la zona supuestamente vehicular (ZV), aunque la relación de topónimos indígenas de esta zona también es algo mayor que la zona supuestamente nuclear (ZN), por lo que en porcentaje sobre el total de topónimos, las cifras se acercan. En la ZV, el 26% de topónimos indígenas contiene algún posible formante antroponímico ibérico, mientras que en la ZN el porcentaje se reduciría al 21%. Aún con relaciones más reducidas y realizadas con criterios ligeramente distintos, como las de Untermann o Rodríguez Ramos, los resultados son de magnitud similar, con una diferencia más amplia en el segundo caso y más ajustada en el primero. Estas relaciones son parcialmente recogidas por de Hoz (2011, 338-344) que reconoce el problema de que se distribuyan tanto donde supone que el ibérico sería lengua vehicular, como en la zona supuestamente nuclear (de Hoz 2011, 342), pero resuelve la contradicción, a mi parecer en falso, considerando que las primeras son coincidencias casuales (de Hoz 2011, 340 y 343). Topónimos / Étnicos indígenas Zona Nuclear % Zona Vehicular % TOTAL Untermann 1998 16 48% 17 52% 33 Rodríguez Ramos 2005 16 36% 28 64% 44 144 LENGUA VEHICULAR Así pues, en este caso también se verifica que la crítica está fundamentada, los topónimos plausiblemente ibéricos de la zona supuestamente vehicular no sólo son muy abundantes, sino que tal como ocurría con los antropónimos, también parece que son algo más frecuentes en la zona supuestamente vehicular que en la zona supuestamente nuclear. De nuevo paradójicamente el impacto de la lengua ibérica sobre la toponimia parece más profundo donde solo seria supuestamente una lengua vehicular. De hecho, aun cuando los porcentajes fuesen los inversos entre las dos zonas, la escasa diferencia entre ellas sería incompatible con un uso meramente vehicular del ibérico en una de ellas. 145 XI EL ÁMBITO PRIVADO DE LA ESCRITURA (D) Otra de las críticas, incide en que el uso de la lengua ibérica en el ámbito privado está muy bien documentado en las zonas donde supuestamente sólo sería una lengua vehicular vinculada a las actividades comerciales (Velaza 2006, 279). Para simplificar el cálculo atribuiré la totalidad de los textos sobre láminas de plomo al ámbito de las relaciones comerciales, así como los sellos sobre cerámica u otros soportes y los grafitos sobre elementos de transporte o almacenaje como ánforas o dolias. En cambio, atribuiré al ámbito privado las inscripciones sobre soporte pétreo, estelas y placas fundamentalmente, los grafitos sobre instrumentos domésticos, vajilla y fusayolas principalmente, las cerámicas pintadas y las inscripciones rupestres. El resultado es que la zona supuestamente vehicular (ZV) supera a la zona supuestamente nuclear (ZN) en la mayor parte de los ámbitos privados, especialmente en grafitos sobre instrumentos domésticos e inscripciones rupestres y por escaso margen también en el uso del soporte pétreo. Sólo en el ámbito de las cerámicas pintadas la ZN gana por amplio margen a la ZV. También en los ámbitos relacionados con las actividades económicas y comerciales la ZV supera a la ZN, ampliamente en el uso de la técnica del estampillado o en los esgrafiados sobre dolia y ánfora, mientras que solo en el uso de las láminas de plomo la ZN gana a la ZV, aunque por escaso margen. Como en los casos anteriores se confirma que la crítica también está 146 LENGUA VEHICULAR fundamentada, puesto que se detecta que la zona supuestamente vehicular hace un amplio uso de los usos privados de la lengua ibérica. También como en los casos anteriores, no sólo se confirma la crítica, sino que se puede afirmar que los usos privados de la escritura se documentan en la zona supuestamente vehicular con más frecuencia que en la zona supuestamente nuclear. 147 XII EL SIGNARIO DUAL (E) Tampoco es favorable a esta hipótesis la identificación en las inscripciones ibéricas del NE, del uso coherente del signario dual que permite distinguir las oclusivas sordas de las sonoras (Ferrer i Jané 2005), mientras que en el sur del ámbito ibérico son frecuentes las incoherencias, circunstancia que podría estar indicando que este sistema se habría gestado en este territorio y que a lo largo de su difusión hacia el sur, su uso se habría ido desvirtuando o adaptándose a realidades locales especificas. También cabe indicar que las inscripciones más antiguas sobre cerámicas áticas de los ss. V y IV aC se concentran claramente en el NE (Fig. 3), mientras que las cerámicas de barniz negro de siglos posteriores muestran una distribución más equilibrada. Fig. 5.- Distribución de las cerámicas áticas (A) de los ss. V-IV aC i de barniz negro (B) de los ss. III-I aC con inscripciones ibéricas. Ambos Hechos avalan para Algunos investigadores (Ferrer 2005, 970, nota 67; Velaza 2006, 279; Moncunill 2007, 38; Jordán e.p) que la creación del signario dual y de la escritura ibérica nororiental se hubiera realizado en esta zona, circunstancia que implicaría que el ibérico, de acuerdo con los supuestos habituales, sería allí lengua vernácula. 148 XIII LENGUA VS. CULTURA MATERIAL (F) Desde el campo de la arqueología se critica que la premisa sobre la que se fundamenta la teoría del ibérico como lengua vehicular es errónea. Para muchos investigadores, la identificación de diferentes culturas materiales en una determinada zona y período, no significa necesariamente que a cada cultura material le corresponda una lengua diferente (Sanmartí 2009, 16). Hay que recordar que De Hoz plantea esta teoría para encajar los datos procedentes de la epigrafía ibérica con las de la arqueología del bronce final en la Península ibérica. El territorio donde el ibérico sería una lengua vehicular se hace coincidir con el territorio ibérico que en el bronce final habría estado bajo el influjo de la cultura de los campos de urnas y que por tanto, de acuerdo con estos supuestos debería tener probablemente una lengua indoeuropea como lengua vernácula. Este investigador considera que en su mayor parte el periodo del Bronce Final en la península ibérica (aprox. 1250 aC - 750 aC) se caracterizaría por fenómenos de continuidad de la etapa anterior. La excepción sería precisamente el noreste de la península, donde en el bronce final se desarrolla la cultura de los campos de urnas. Para de Hoz esta cultura, definida fundamentalmente por la costumbre de incinerar a los muertos y enterrar las cenizas en urnas funerarias habría sido introducida en la península ibérica por un volumen de gente suficiente como para haber causado un cambio lingüístico. Este punto de vista no encaja con otras teorías que dan más importancia al sustrato indígena y a la culturización. Es el caso de Almagro (2001, 354) por ejemplo que considera que la lengua ibérica procedería de un sustrato generalizado en todas las regiones mediterráneas de la península ibérica y que tanto en la costa valenciana como en el noreste, remontaría al menos a la Edad del Bronce anterior a los campos de urnas. Considera también que la cultura de los Campos de urnas habría implicado una mera culturización sin invasión. Otra hipótesis contraria a los supuestos de de Hoz, es la de Ballester, que considera que la lengua ibérica formaría parte de un grupo lingüístico pirenaico junto con la lengua aquitana que se habría formado en tiempos remotos y que se habría expandido de norte a sur (Ballester 2001, 33). Otros investigadores sí que aceptan algún tipo de invasión reciente 149 J. FERRER que pueda haber causado un cambio lingüístico, pero en términos opuestos a los de de Hoz. Es el caso de Rodríguez Ramos (2001, 28) que considera que las lenguas ibérica y aquitana habrían penetrado en la península ibérica precisamente con la cultura de los campos de urnas y se habrían expandido de norte a sur. Finalmente, también es el caso de Velaza (2006, 279), que considera que la lengua ibérica que detectamos en el s. IV aC es una lengua demasiado unitaria como para pensar que la presencia en el territorio ibérico es demasiado anterior al primer horizonte epigráfico, de forma aproximada considera que la expansión hacia el sur de los hablantes de ibérico se podría haber producido hacia el s. VI aC. Para Untermann (2003, 15; 2010, 14) tampoco el ibérico seria una lengua vehicular, puesto que considera que la lengua ibérica sería en realidad un conjunto de dialectos, pero la lengua que encontramos por escrito sí que sería una especie de koiné. 150 XIV LAS FUENTES ANTIGUAS (G) Finalmente, otra de las críticas que ha recibido la hipótesis de de Hoz, tiene como origen la interpretación que hace de una cita de Estrabón, donde supuestamente afirmaría que los iberos usaban diferentes escrituras y lenguas. Este investigador considera que esta cita apoya su idea de la diversidad lingüística de los íberos de las fuentes antiguas (de Hoz 1993, 650; 2011a, 440). Gómez Fraile (1999, 173, nota 14) en un trabajo donde analiza en detalle el concepto de Iberia en la Geografía de Estrabón contabiliza que de las 120 menciones a Iberia, Íberos o ibéricos en la Geografía de Estrabón, 95 hacen referencia claramente al conjunto de la Península ibérica y sólo 25 parece que se refieren al territorio ibérico estricto. Para Gómez Fraile no hay ninguna duda de que cuando Estrabón hace referencia a la diversidad de lenguas y escrituras no está usando el sentido de la iberia estricta, sino el global que hace referencia a los pueblos de toda la Península Ibérica. 151 XV CONCLUSIONES En este trabajo he revisado desde un punto de vista crítico la hipótesis de Javier de Hoz sobre el ibérico como lengua vehicular, recogiendo los problemas ya identificados por otros investigadores y verificando sobre los datos disponibles la corrección de las críticas realizadas. El principal problema de esta hipótesis es la escasa justificación de la existencia de la lengua o lenguas que sustituirían al ibérico como lengua vernácula de los íberos en el noroeste de la península ibérica, especialmente en las zonas C y D, actual Catalunya. Para verificar la crítica he revisado todos los supuestos antropónimos sin indicios de ibericidad que se aducen en estas zonas como justificación, concluyendo que por una parte se identifican como no ibéricos muchos antropónimos que contradiciendo al propio planteamiento inicial presentan indicios de ibericidad. Por otra parte, he constatado que en la relación se aprecia también una alta frecuencia de inscripciones conflictivas, ya sea por su brevedad, pobre documentación, mala conservación, dificultad de lectura, fragmentación o por su dudosa autenticidad y que por lo tanto no deberían tenerse en cuenta en un estudio con tan poca base objetiva de tipo positivo y por tanto muy susceptible de contabilizar en su haber cualquier inscripción con problemas de lectura. Del resto de problemas, cabe destacar los que indican que en la zona donde el ibérico supuestamente sólo sería una lengua vehicular, se documentan una gran cantidad de topónimos y antropónimos ibéricos, así como una gran densidad de inscripciones pertenecientes al ámbito privado, circunstancias todas ellas más propicias a considerar al ibérico como lengua vernácula que como lengua vehicular en esta zona. Para verificar estas críticas he contabilizado, topónimos, antropónimos e inscripciones privadas en ambas zonas verificando no sólo la amplia presencia de estos elementos en la zona supuestamente vehicular, sino que ésta supera a la zona supuestamente nuclear en todos los conceptos cuantificados. Para terminar, también es necesario recordar que muchos otros investigadores como Untermann, Velaza, Ballester, Almagro o Rodríguez Ramos plantean escenarios alternativos al que plantea de Hoz, diferentes también entre sí, pero que coinciden en considerar la lengua ibérica como lengua vernácula en el territorio que las fuentes antiguas identifican como ibero. Hipótesis que a mi parecer es la más económica y la más respetuosa con los datos conocidos hoy en día. 152 XVI BIBLIOGRAFÍA ARANEGUI, C. (2012): “De nuevo Estrabón III, 4, 6-8”, CuPAUAM 37-38, 2011-12, 419-429. ALMAGRO, M. (2001): “Segunda Edad del Hierro”, en: M. Almagro-Gorbea, O. ARTEAGA, M. BLECH, D. RUIZ MATA y H. 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F. BLANCO GARCÍA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE MADRID EL LENGUAJE SIMBÓLICO DE LAS IMÁGENES: PECES Y AVES EN LA ICONOGRAFÍA VACCEA Abstract: Vaccaean iconography is very rich in animal images. Horses, wolves, snakes, boars or bulls were frequently painted or modelled on clay, but is exceptionally prolific in fishes and birds. Many animals of that were sacred, and specifically in the case of fishes and birds is possibly that its sacred condition were the affinity that they have with water. In the Celtic world, and we can not forget that the vaccaean peoples are celts, water is the natural element in which lived many spirits and deities, and by this reason the aquatic animals have a symbolic character. Key–Words: Iconography, Iron Age, Vaccaean culture, Pre-Roman Spain, Fishes,Birds. Resumen: Dentro de la rica iconografía generada por los vacceos, en este trabajo se estudian las imágenes de peces y aves. Excepto algunas aves, como el gallo, la golondrina/vencejo o una zancuda, el hilo conductor del discurso es la vinculación de estas especies con el mundo acuático y la simbología que en torno al mismo desarrolló la mentalidad vaccea. Entre los pueblos de filiación celta, como es el vacceo, el agua y todo aquello que se encuentra con él relacionado tuvo una importante proyección en su ideología. Palabras clave: Iconografía, Edad del Hierro, Vacceos, España Prerromana, Peces, Aves. 159 I INTRODUCCIÓN No es esta la primera vez que en este foro de discusión sobre lenguas paleohispánicas se da acogida a un trabajo dedicado a un tipo de lenguaje especial como es el de las imágenes que los propios pueblos prerromanos generaron. Ya en 1995 Ricardo Olmos se internó en un complicado estudio comparativo entre la imagen y la palabra en el mundo ibérico que, con su habitual maestría, supo hacer que pareciera fácil el establecimiento de los muchos espacios de convergencia que existen entre ambos códigos de comunicación (Olmos, 1996). Nosotros vamos a aplicar, en parte, su fecunda metodología al estudio de un conjunto iconográfico que si bien no es tan variado y complejo como el ibérico, tiene sus peculiaridades: el vacceo. Pero al ser éste hoy día bastante extenso, no es nuestra pretensión abarcarlo en su totalidad, sino que nos centraremos únicamente en los peces y las aves porque puede que los primeros y determinadas especies de las segundas presenten un denominador común relacionado con posibles cultos solares vinculados a las aguas, de raigambre indoeuropea. Toda cultura construye su universo iconográfico según su ideología o, lo que es lo mismo, la ideología que gobierna la vida de los miembros que comparten una misma cultura es la que genera y da contenido a las imágenes de las que se rodea. Tan cierto es esto como que, al mismo tiempo, se trata de un proceso que se retroalimenta, de manera que las propias imágenes contribuyen, a su vez, a propagar y reforzar la ideología de un pueblo y a facilitar su transmisión de unas generaciones a otras, si bien en este proceso siempre se producen transformaciones. Nunca lo que se transmite de una generación a otra es exactamente lo mismo. A través de las imágenes, la realidad, o una parte de la misma, es conceptualizada e interpretada en clave simbólica, y de esta manera el simbolismo visual se convierte en un lenguaje, en una forma de comunicación destinada a transmitir ideas, a reforzar creencias, valores, costumbres y actitudes para aumentar la cohesión social y modelar en sus mismas bases culturales a las nuevas generaciones. En este sentido es en el que encuentran muchas similitudes el lenguaje iconográfico y el escrito. Si, como algunos investigadores proponen, el documento iconográfico funciona de manera parecida a como lo hace un texto (Tilley, 1991; Lewis-Williams, 1995), pues se integra dentro de un sistema de signos estructurados que es comprensible para quienes lo han generado, nuestro reto es descifrar dicho sistema, aunque las herramientas de las que disponemos son menos normativas que las que tienen los filólogos para hacer lo propio con el lenguaje es- 160 LENGUAJE SIMBÓLICO crito. Nuestras herramientas, y las lecturas que podemos realizar con ellas, son, si cabe, más conjeturales que las de aquéllos en sus textos, y esto puede, no sin razón, dar pie a pensar que son menos objetivas, menos científicas. Del mismo modo que quienes se dedican al estudio de las iconografías esto siempre lo han admitido, nunca han dudado del interés y de los logros que se han alcanzado con esta metodología. Las lecturas iconográficas, sobre todo las referidas a la prehistoria y al mundo antiguo, toleran cierta ambigüedad porque en la mayor parte de los casos las imágenes nacen con un carácter polivalente, pero es que esto mismo ocurre con muchos de los textos escritos, que pueden tener más de un sentido, y esto es lo que hace que continuamente tengan que ser reinterpretados. La capacidad de simbolización del ser humano es infinita, pero si a lo largo de la historia ha habido ideas que se han materializado a través del símbolo, esas son las relacionadas con las virtudes del ser humano y las constantes básicas de la existencia, organizadas la mayor parte de las veces en oposiciones binarias: el bien y el mal, el ser y el no ser, esto es, la vida y la muerte, la riqueza y la pobreza, el honor y el deshonor, la capacidad de perpetuarse, es decir, la fecundidad, la fuerza, el valor y la cobardía, etc. Constantes que para la mentalidad de casi los pueblos de la prehistoria reciente y la Antigüedad no se encuentran flotando en inmateriales mundos etéreos, sino ubicadas en medios y espacios también opuestos, pero concretos, como son la bóveda celeste y la tierra, el mundo aéreo y el subterráneo, el agua y el fuego, el día y la noche gobernados respectivamente por el sol y la luna, etc. Esta realidad tangible es la que sirve de puente de unión entre la materialidad del objeto convertido en símbolo y la idea que este representa, bien por si solo, bien en conjunción con otros. No se conoce ni una sola cultura, ni una sola religión, que no haya hecho uso del lenguaje simbólico para transmitir mensajes codificados, empleando tanto imágenes abstractas como figurativas. Penetrar en la mentalidad simbólica de los vacceos, a buen seguro muy relacionada con la de otros pueblos prerromanos meseteños, especialmente con la de los celtíberos, es una tarea complicada pero fecunda si se toman las debidas precauciones y se lleva a cabo con un poco de sentido común y moderación, pues hemos de ser conscientes en todo momento de que carecemos de fuentes escritas imprescindibles para entender plenamente los mensajes. Una vía de conocimiento irrenunciable por muy plagada de peligros que se encuentre, pues a pesar de que se presta más que ninguna otra al exceso, nos permite hacernos una idea de cómo se veían a si mismos y cómo veían el mundo que les 161 J. F. BLANCO rodeaba. Este es el objetivo fundamental que nos hemos marcado en este trabajo, para cuya consecución únicamente disponemos de las propias imágenes que han generado quienes hicieron uso de ellas y del análisis que de las mismas podemos hacer hoy día aplicando el método comparativo, pues lamentablemente esa falta de textos a la que nos referíamos nos impide acceder a los contenidos simbólicos depositados en cada una de ellas. Si consideramos que la iconografía vaccea posee muchos elementos en común con la celtibérica y, por esto mismo, hemos de suponer que el universo simbólico de vacceos y celtíberos están muy estrechamente vinculados; que gran parte de la iconografía celtibérica hunde sus raíces en la ibérica y, de manera más amplia, en la mediterránea, pero que aquélla no deja de ser una singular reinterpretación y adaptación de estos elementos a su mentalidad céltica; y, por último, que en la Céltica continental e insular los conocimientos referidos al mundo de las imágenes y sus significados se encuentran desde hace décadas muy desarrollados y en buena medida consolidados, porque además se dispone de una rica literatura de época medieval en el caso concreto de las Islas Británicas, la aproximación que podamos hacer al trasfondo mental existente en el imaginario vacceo tiene ciertas garantías de encontrarse próximo a la realidad. En la investigación arqueológica la comparación es una práctica tan antigua como la misma disciplina, y a pesar de que ha pasado por épocas doradas y otras en las que el descrédito parecía cebarse en ella, es indudable que siempre ha sido fecunda y el origen de muchos logros que hoy nadie discute. Una parte importante de ese imaginario vacceo está formado por representaciones abstractas, muchas de las cuales son puramente decorativas: bandas horizontales, frisos de semicírculos concéntricos, de rombos encadenados, de triángulos rellenos de líneas, de zigzags, de entramados que recuerdan urdimbres textiles, metopados, etc. Otras abstracciones, por el contrario, son altamente significativas, como por ejemplo la esvástica, símbolo solar asociado habitualmente a caballos y peces, o las ondas, series de “eses” y líneas sinuosas, estas tres últimas generalmente en estrecha convivencia tanto con peces como con aves acuáticas y, por tanto, interpretables como representaciones esquemáticas del medio natural en el que se desenvuelven dichas especies. Sin embargo, las representaciones más interesantes son sin duda las figurativas. Éstas constituyen una fuente de información de primera magnitud para aproximarnos a la mentalidad mágico-religiosa, funeraria, social y económica de los vacceos, si bien hemos de tener siempre presente que muchos de los mensajes que nos transmiten 162 LENGUAJE SIMBÓLICO puede que sean más complejos de lo que a primera vista parece, pues la enorme distancia cultural existente entre el investigador y las gentes vacceas que produjeron las imágenes y símbolos que tratamos de comprender nos impide tener la seguridad de que las estamos interpretando correctamente y, por tanto, de que estamos conociendo un poco mejor su modo de pensar y sentir. A pesar de que algunos investigadores niegan toda posibilidad de acceder a los mensajes expresados en el lenguaje iconográfico por considerar que quienes los generaron y nosotros utilizamos categorías lógicas y semánticas diferentes, que nuestras estructuras mentales en poco se parecen a las de los pueblos prerromanos, estamos convencidos de que existen posibilidades de comprenderlos, pues de otro modo no tendrían ningún sentido el presente trabajo y tampoco la ingente literatura iconográfica generada en los últimos cien años sobre las culturas de la prehistoria reciente. No obstante esto, creer que se ha desentrañado el trasfondo semántico de una imagen, de un símbolo o de una escena, por muy bien que parezcan encajar las pruebas demostrativas y los argumentos tengan solidez, siempre hay que pensar que puede tratarse de un espejismo y que pueden existir otros significados que nos están resultando elusivos. El uso polivalente que se hizo de las imágenes por parte de los pueblos prerromanos de la península Ibérica y, en general, de toda la Céltica europea, nos hace extremar las precauciones para tratar de evitar las interpretaciones rígidas y unidireccionales. Quizá una de las mejores fórmulas para acceder a la sociedad vaccea que generó las imágenes y los símbolos que aquí nos interesan sea aquella en la que se analizan como un todo indisoluble la imagen en cuestión, la funcionalidad del objeto en el que aquélla aparece, el contexto arqueológico en el que ha sido recuperado dicho objeto, si resulta posible, y las peculiaridades sociales y culturales del momento en el cual se fecha dicho contexto. A lo que hay que añadir las posibilidades que nos ofrece el método comparativo en cada caso, como se ha señalado más arriba. Un procedimiento, en definitiva, clásico en la investigación arqueológica pero que no siempre se lleva a efecto y no siempre da los resultados que se persiguen. Conectando con una idea avanzada en el párrafo anterior, se podría pensar, y con mucha razón, que la enorme distancia –temporal, cultural, psicológica, etc.– que separa al investigador actual de los pueblos de la prehistoria, de su final en el caso concreto de los vacceos, cercena cualquier intento de penetrar en su mentalidad, máxime cuando, como ocurre en la presente ocasión, se intenta a través de las representaciones “artísticas” que ha generado, interpretadas éstas en clave simbólica, y con el agravante de que se trata de un pueblo ágrafo que no ha 163 J. F. BLANCO dejado constancia escrita de su ideario. Sin embargo, si tenemos en cuenta que la investigación científica es, por definición, la actividad encaminada a buscar la solución a un problema científico y que está orientada hacia el descubrimiento de algo que hasta el momento se desconoce a partir de lo conocido, esto nos obliga a no renunciar a nuestro empeño, porque de hacerlo caeríamos en una inoperancia aún más perniciosa. Aunque en este trabajo nos vamos a centrar exclusivamente en las representaciones ictiomorfas y ornitomorfas, el catálogo de animales que comparecen en materiales vacceos es muy amplio, pues incluye, además, caballos, lobos, bóvidos, cérvidos, suidos, ovicaprinos, serpientes, liebres o conejos, perros y hasta una leona (Blanco García, 2012; Id., 2013). No obstante, comparando los restos faunísticos obtenidos en las excavaciones con los animales que aparecen en su iconografía, no todas las especies fueron objeto de atención por parte de los artesanos vacceosi. Esto significa que se ha producido un proceso de selección marcado más por criterios conceptuales, ideológicos, que por motivaciones artísticas o decorativistas. Los zoomorfos que aparecen representados en la cerámica o en los utensilios metálicos y las armas constituyen sólo una parte seleccionada y conceptualizada del mundo animal vacceo, pues sólo determinadas especies se pusieron al servicio de conceptos que trascendían lo puramente cotidiano, fueron dotadas de una significación apoyada bien en algunas de sus características físicas, bien en peculiaridades comportamentales en las que los propios vacceos, o mejor dicho, ciertos grupos sociales, creían reconocerse o simplemente admiraban. La iconografía zoomorfa cumple la función de trascender la inmediatez de lo cotidiano, convirtiéndose en símbolo portador de un mensaje de inestimable valor para el conocimiento de la mentalidad de quien hace uso de él, de sus anhelos y miedos, pero tan cierto es esto como que, al mismo tiempo, cumple unas innegables funciones ornamentales. El objeto cerámico o el útil metálico están “decorados” con imágenes que encierran un significado y al mismo tiempo le dotan de una singularidad exclusiva que en muchas ocasiones posiblemente está vinculada a las personalidad de su propietario. Símbolo y decoración son dos caras de una misma moneda, pero el reto está en desentrañar la idea o las ideas que hay detrás de, si no todas las imágenes, sí de la mayor parte de ellas, y no quedarse en el puro análisis de las formas, del perfil artístico de las realizaciones. Las primeras representaciones zoomorfas realizadas por los vacceos, que son los ánades impresos en cerámica elaborada a mano habitualmente conocidos como patos de tipo Simancas, se remontan al 164 LENGUAJE SIMBÓLICO siglo IV a. C., y en el apartado correspondiente las trataremos, pero más difícil es establecer un límite para el final del ciclo artístico vacceo. La mayor parte de sus imágenes figurativas son del siglo I a. C. y comienzos de la siguiente centuria, ya dentro del Imperio. Hasta estos finales llegaremos en el presente trabajo, pero las imágenes que van a quedar fuera del mismo serán las que comparecen en la cerámica de tipo Clunia (Abascal, 1986 y 2008), pues a pesar de que el peso de la tradición indígena en ellas es muy fuerte, al ser ya de la segunda mitad del siglo I d. C. y la tipología de los recipientes no tener ya nada que ver con la propiamente vaccea, entendemos que es un tipo de producción romana. 165 II LOS PECES Los peces son, desde un punto de vista cuantitativo, los animales más representados en la iconografía vaccea, lo cual no tiene nada de extraño si consideramos que la misma circunstancia se produce en la celtibérica, principal fuente en la que aquélla se inspiró, como bien ilustra la colección numantina (Romero Carnicero, 1976: 149 y 153). A diferencia de estos dos ámbitos culturales, en la céltica europea, tanto en la insular como en la continental, las imágenes de peces son bastante infrecuentes (MacKillop, 1998: 208), lo que nos invita a pensar que, en general, en las regiones meridionales, orientales y centrales de la península Ibérica tuvieron un origen mediterráneo, tímidamente en el mundo orientalizante, pero sobre todo en el helenístico y púnico de los siglos IV y III a. C., aunque este segundo ciclo se desarrolló con el filtro ibérico de por medio (Aranegui, 1996; Olmos, 2007-08), que es el que aquí más nos interesa. Los referentes naturales utilizados por los vacceos debieron de ser lucios, tencas, barbos, carpas, bogas, truchas y demás especies que habitualmente pescaban en sus ríos y en sus lagunas. Ahora bien, identificar en cada caso concreto de qué especie se trata es una tarea complicada, si bien algún intento reciente sí que se ha llevado a cabo, con mucho mérito, por cierto (Delgado Lozano, 2008). Y no es fácil lograr este objetivo por el gran esquematismo con el que se han pintado o grabado la mayor parte de los peces por parte de los artesanos vacceos, lo cual no impide, sin embargo, que podamos extraer algunas ideas claras, como por ejemplo que hasta ahora no se han documentado representaciones de peces marítimos. Cierto es que una de las téseras halladas en “La Ciudad” de Paredes de Nava (la de ARCAILICA CAR) tiene forma de delfín, pero no podemos considerarla producción vaccea porque lo más probable es que se fabricara no en el referido núcleo palentino, sino en la ciudad celtibérica de Uxama Argaela (Osma, Soria) (Blanco García, 2011: 166-167, fig. 3 B, con la bibliografía anterior). En la iconografía celtibérica, la fauna marítima, aun siendo escasa, no es tan rara. El delfín, concretamente, está muy presente sobre todo en los territorios celtibéricos del valle del Ebro –en las acuñaciones de algunas cecas, por ejemplo (Abascal, 2002: 19-22)– porque fueron los más expuestos, y desde antiguo, tanto a las influencias romanas como a las del mundo ibérico. En ellos hallamos delfines en unas ocasiones pintados en cerámica (Melchor, Benedito y Gusi, 2000: 189-190, fig. 1 y lám. I, 2) y en otras como tipos monetarios secundarios, tal como se ve en algunas emisiones de Arse-Saguntum, por ejemplo. 166 LENGUAJE SIMBÓLICO Que los vacceos consumieron habitualmente las ictiofaunas fluviales arriba referidas –aunque es de suponer que con un carácter marginal en su dieta–, lo deducimos de varios hechos. En primer lugar, y paradójicamente, de la propia iconografía. En segundo lugar, de la certeza de saber que en la Edad del Hierro los ríos meseteños eran de aguas más frías y caudalosas que en la actualidad y, por tanto, más ricos en este tipo de recursos. En tercer lugar, la recuperación de restos de algunos de estos peces en varios poblados de la etapa anterior, la soteña (Morales y Liesau, 1995: 498-499, figs. 10-11 y tabla 37), nos hace suponer que en los del Segundo Hierro los recursos pesqueros serían muy similares, aunque no existan claras evidencias por ahora, lo cual no deja de ser un poco extraño, pues en esta fase estamos hablando ya de ciudades populosas que explotarían más intensivamente sus ríos y esto generaría más restos arqueológicos recuperables en las excavaciones. Hubiera sido muy interesante haber podido identificar salmones entre las representaciones de peces vacceas –como parecen existir en Numancia (Delgado Lozano, 2008: 27, fig. 14 B)–, para de este modo entrar en valoraciones en clave mítico-religiosas habida cuenta que en el mundo celta continental e insular se les consideraba depositarios de ciencia sagrada, pero el esquematismo de las mismas nos impide llegar un poco más allá. El soporte, por ahora exclusivo, entre los vacceos para la representación de peces es el recipiente cerámico fabricado a torno, de cocción oxidante, donde los encontramos siempre pintados en ocre o negro, bien con la coloración de la propia pasta cerámica anaranjada como fondo, bien sobre pintura blanca. A pesar de que en el sur vacceo la cerámica a mano con decoración “a peine”, la hasta no hace mucho denominada genéricamente de tipo Cogotas II, adquirió una considerable importancia desde el siglo VI a. C. hasta avanzado el II a. C., en ella no comparecen peces incisos como sí lo hicieron en el vecino territorio vettón, concretamente en el poblado de Las Cogotas (Cabré, 1930: 51, láms. XXXVII, 2 y XL-1; Maluquer de Motes, 1954: figs. 70 y 71; Blanco González, 2010: 129, fig. 7) y en la necrópolis de El Raso de Candeleda (Fernández Gómez, 1986: 543 y 840-841, fig. 293, F-1 y fig. 457, 65F1). Tampoco hasta ahora en el mundo vacceo conocemos representaciones de peces en soporte metálico. Su catálogo, en lo que se refiere a cómo se los presenta el alfarero a su clientela, es bastante variado: en unos casos aparecen aislados; en otros, formando grupo; a veces, unidos en línea como si de eslabones de una cadena se tratara (Figura 4, 2); bajo un sol radiante, en un caso concreto (Figura 7, 1 y Figura 8, 1); en otro, cuatro individuos hacen girar una esvástica en sentido dextrógiro (Figura 4, 2); o en relación 167 J. F. BLANCO con un animal de distinta especie, como vemos en el detallado ejemplar que ha sido pintado junto a un lobo en perspectiva cenital en un cuenco de La Cuesta del Mercado (Figura 5). Un último ejemplo nos muestra un gran pez en cuyo interior tiene otro más pequeño, como si acabara de engullirlo (Figura 1, 4). Para una comprensión de lo que es y representa el pez en la iconografía y en la mentalidad vacceas, este repertorio de maneras en las que aparecen tiene un grave inconveniente: hasta ahora sólo los vemos en fragmentos cerámicos de pequeño o mediano tamaño, lo cual se traduce en que pocas veces disponemos de imágenes completas y, lo que es aún peor, en ningún caso del friso íntegro del vaso. Aunque la mayor parte de ellos parecen haber ocupado metopas más o menos grandes (Figura 9, por ejemplo), en varios casos formaron parte de un friso continuo en convivencia con otros ejemplares e incluso con animales de otras especies quizá formando una escena simbólica y esto es lo que se nos está escapando: el conjunto, y con él, el mensaje completo que ha tratado de transmitir el alfarero o quien le ha encargado la pieza. En las representaciones de peces celtibéricas e ibéricas es muy habitual hallar alrededor alusiones gráficas al medio acuático natural en el que se desenvuelven en forma de “eses”, espirales sencillas o dobles contrapuestas, ondas, etc. En las vacceas son una excepción, pues sólo en una ocasión ese entorno acuático aparece representado de manera muy esquemática mediante ondas de amplio radio (Figura 2, 4 y Figura 3, 4) y en otra mediante sencillas “eses” (Figura 9). En lo que el pintor alfarero vacceo no ha mostrado el menor interés ha sido en complementar el ambiente fluvial o lacustre con plantas acuáticas o de humedal, tal como hiciera en algunos vasos el artista ibérico. Y es que, en general, los artesanos vacceos que realizan representaciones zoomorfas nunca tuvieron intención de situarlas dentro de su escenario natural, fuese vegetal, hídrico o geológico, y esto redunda en esa idea ya señalada de que por delante del realismo de la imagen pusieron su fuerza conceptual para convertida en símbolo. Puesto que esto era lo prioritario, es posible que consideraran superfluo y carente de interés para ellos referenciar el ambiente natural de los animales representados. No todos los yacimientos vacceos que han sido objeto de excavación, o se han prospectado intensivamente, han rendido imágenes de peces. Hasta ahora sólo se tienen constatadas en los núcleos de Rauda, Pintia, Septimanca, Tariego de Cerrato, Cauca y el castro, también caucense, de Cuesta del Mercado (Tabla I). A pesar de que recientemente se han publicado sendos inventarios de imágenes ictiomorfas vacceas (Delgado Lozano, 2008: 20; Alfayé Villa, 2010: tabla IV, 29-35), teniendo en cuenta que en el presente trabajo vamos a aportar trece imá- 168 LENGUAJE SIMBÓLICO genes inéditas, nos ha parecido oportuno poner al día el catálogo documental, ya que no sólo se duplica prácticamente, sino también hace que se desmarquen considerablemente Cauca y su barrio de la Cuesta del Mercado como núcleos en los que éstas adquirieron una gran relevancia, lo cual constituye un localismo que al mismo tiempo es una llamada de atención para el investigador del mundo vacceo. Con mucha frecuencia enfocamos la cultura material vaccea como una realidad homogénea en su espacio geográfico, con escasos signos de evolución interna y bastante monolítica. Sin embargo, cuanto más profundizamos en el conocimiento de ciudades concretas, más se advierten diferencias. No hay más que comparar, por ejemplo, el catálogo y proporcionalidad de las diferentes producciones cerámicas de Pintia y Cauca para comprobarlo. Señalados sobre un mapa los yacimientos en los que se tienen constatadas las imágenes de peces (Figura 25), vemos que se circunscriben básicamente a la orla oriental y, sobre todo, meridional del territorio vacceo, lo que es bastante indicativo, una vez más, de la influencia que ejerció en la iconografía vaccea la celtibérica. Recordemos de nuevo, a este respecto, cómo sólo en Numancia se conocen más de sesenta recipientes con peces pintados. Esto es, el doble que en todo el mundo vacceo con sus varias decenas de populosas ciudades y destacadas instalaciones alfareras. Tanto en el ámbito vacceo como en el celtibérico, además, los recipientes en los que han sido pintados peces proceden mayoritariamente de contextos domésticos, no funerarios, lo que significa que son pinturas destinadas sobre todo a los vivos, no a formar parte del equipo del difunto. En el caso del ámbito vacceo, de casi treinta recipientes con peces pintados que contabilizamos, sólo dos proceden de necrópolis, de Las Ruedas concretamente (nn. 24 y 25). Esta circunstancia, sin embargo, no significa que para vacceos y celtíberos el pez tuviera una carga simbólica menor que otras imágenes más directamente vinculadas al mundo funerario. Si tenemos en cuenta que, en un caso, cuatro peces están impulsando una esvástica en sentido dextrógiro (Figura 1, 2), y tanto la dextrosidad como la esvástica son elementos muy característicos de los pueblos de filiación celta, y en otro caso el pez nada bajo un sol radiante (Figura 7, 1 y Figura 8, 1), no parece descabellado pensar que muy posiblemente el pez fuera un símbolo solar asociado con ideas referentes al Más Allá, perfil que no excluye otros posibles significados, como ocurre con tantos otros animales cuya funcionalidad polivalente en la mentalidad céltica es evidente. La utilización del pez como símbolo de carácter escatológico parece estar fuera de duda (Salinas de Frías, 1994: 513), pero ir un poco más allá de estas ideas básicas, no sólo es complicado, sino también arriesgado sin otras apoyaturas. 169 J. F. BLANCO No obstante esto, el pez como símbolo asociado a la mentalidad de la nueva vida que se abre tras la muerte es sólo una versión del mismo, quizá la más importante pero no la única, pues hemos de insistir en que la mayor parte de las representaciones de peces tanto en el mundo vacceo como en el celtibérico proceden de contextos domésticos, es decir, del mundo de los vivos. Están relacionados con su vida cotidiana, lo que significa que ese carácter solar que tiene el pez no está exclusivamente vinculado con el mundo de la muerte y el Más Allá, sino también con la vida diaria, como, por otro lado, es muy lógico. Las imágenes tienen una vida social en el mundo de los vivos y son utilizadas generalmente para cohesionar con más fuerza a la comunidad que hace uso de ellas. Ya para finalizar, lo que sí podemos decir con seguridad es que de todos los animales que pintaron los vacceos en sus recipientes cerámicos, los peces son los que con más sentido decorativo se utilizaron, lo cual nos invita a pensar que en más de una ocasión el alfarero los pudo haber pintado totalmente desprovistos de connotaciones ideológicas, algo que ya ha sido señalado por más de un investigador para los casos celtibérico e ibérico y que en el nuestro es igualmente válido. La evocación del placer estético es innegable en estas realizaciones y en nuestro empeño por reconocer un trasfondo ideológico en todo tipo de manifestación artística nos hace que a veces lo olvidemos. TABLA I. Catálogo de representaciones de peces en cerámica vaccea. 170 LENGUAJE SIMBÓLICO 171 III LAS AVES Sin ser tan frecuentes como los peces, hasta el momento tenemos registrados unas dos docenas de documentos iconográficos vacceos en los que aparecen aves, pero a diferencia de aquéllos, que, como hemos visto, sólo aparecen pintados en recipientes, éstas comparecen tanto pintadas como modeladas en arcilla así como grabadas y fundidas en metal. Pertenecen a no más de seis especies, la mayor parte de ellas salvajes, y únicamente algunas parecen tener como referente aves de corral. Tal como hemos señalado al hablar de los peces, en algunos casos no resulta fácil identificar la especie concreta a la que pertenece el animal representado por los artesanos vacceos, en unas ocasiones porque la imagen es fragmentaria, en otras por la falta de rasgos definitorios y a veces debido al acusado esquematismo al que nos tienen acostumbrados dichos artesanos. Un esquematismo que, dicho sea de paso, y estamos convencidos de ello, no creemos que se deba a una falta de habilidad en la ejecución de la imagen, sino más bien a una intención clara de dar prioridad al significado sobre la forma, al contenido conceptual del símbolo sobre el realismo de la imagen. Como en una ocasión anterior tratamos de poner de manifiesto, estamos convencidos de que lo importante para ellos era transmitir una idea (o varias) a través de la imagen, y con ser ésta reconocible por parte de quien la ve, aunque se reduzca a sus rasgos más básicos, es suficiente para considerar que el mensaje ha sido transmitido correctamente y con éxito. Este mecanismo funciona, evidentemente, entre emisores y receptores que comparten los mismos códigos, y éstos son diferentes de unas culturas a otras –si bien hay que admitir que entre culturas vecinas siempre hay elementos compartidos–, por lo que se puede decir que los signos y los símbolos utilizados por una cultura constituyen parte de sus señas de identidad étnica, tanto en su vertiente grupal como individual (Wells, 1998). Ahora bien, desde un punto de vista práctico ¿cuánto de identidad vaccea pudo existir en la imaginería que este pueblo generó, a sabiendas de que ésta parece seguir los mismos parámetros formales que la de sus vecinos los celtíberos y, además, carecemos por completo de referencias escritas que nos hablen de la carga conceptual vertida en cada representación? Mucho nos tememos que aún estamos bastante lejos de solucionar esta cuestión y, como hemos señalado, los únicos métodos que tenemos a nuestro alcance son, por un lado, el análisis del contexto en el que ha sido hallado cada documento, si lo tuviere, y por otro, la vía comparativa. Ánades, un ave acuática de pico largo y curvado similar al ibis ere- 172 LENGUAJE SIMBÓLICO mita, buitres, posibles perdices o faisanes, una golondrina o vencejo, una zancuda que podría ser cigüeña o garza, lo que parece ser una paloma, y sendos gallos constituyen todo el catálogo aviar documentado hasta ahora en el mundo vacceo (Tabla II), y al margen de aves que resultan inidentificables (p. ej., Abásolo y Ruiz, 1976-77: 274, fig. 5, 5; Mañanes, 1983: 160-161, fig. 44, 8; Sanz Mínguez, 1997: 67 F, fig. 69 F, 161, 273, fig. 157, 273; Figura 18) o que se documentan en objetos que muy posiblemente no sean vacceos, sino de importación, como ocurre con la tessera en forma de paloma hallada en Palenzuela (Balbín Chamorro, 2006: 152-153, con la bibliografía anterior). Entre las inidentificables, es particularmente significativa la indefinición que presentan aquellas que han sido pintadas en una jarra polícroma de la necrópolis de Las Ruedas, hallada en un contexto ya romano pero cuya iconografía nos remite a la mentalidad cosmológica vaccea (Figura 15; Sanz Mínguez et alii, 2003: fig. 11, 1 y 2; Centeno et alii, 2003: fig. 16, 2). Mientras para algunos investigadores estas aves son gallináceas, sin más, otros ven en ellas aves de presa, buitres concretamente (Marco Simón, 2005: 329; Id., 2008: 62, fig. 15), pero en este segundo caso no porque se puedan reconocer rasgos anatómicos propios de los vultúridos, sino por el contexto del que forman parte: soles, una posible palmera o árbol de la vida cuyas ramas terminan en cabeza de serpiente, según unos, o de caballo, según otros. Este criterio parece insuficiente y, cuando menos, arriesgado. Sin ninguna duda se puede decir que los ánades son las más antiguas aves salvajes que aparecen en la iconografía figurativa vaccea, pues ejemplares estampados los empezamos a ver en el siglo IV a. C. y puede que perduraran hasta entrado ya el II. Son los comúnmente denominados patos de Simancas, por lo general representados formando un friso sobre motivos geométricos alusivos al agua y al sol: ondas, círculos concéntricos, triángulos con el interior rayado, aspas, etc. Salvo alguna excepción, comparecen en vasos de cerámica elaborados a mano y conviviendo con decoraciones realizadas con peine inciso, tanto en contextos funerarios como domésticos, aunque más en estos últimos. Hasta ahora se tienen constatados, además de en el poblado de Simancas (Rivera Manescau, 1948-49; Wattenberg Sanpere, 1959: tabla XII, 7, tabla XVII, 1-3, 5, 6 y 8; Id., 1978: 146, 79 y 80, 163, 98)iii, en el del Soto de Medinilla (Serrano y Barrientos, 1933-34: 226, fig. 6, 5-8 y lám. V, 5-8; Wattenberg Sanpere, 1959: tabla XII, 7), en Cauca (Figuras 11 y 12; Romero Carnicero, Romero Carnicero y Marcos Contreras, 1993: 238, fig. 6, A-1009; Blanco García, 2003: 91, fig. 14, 7; Id., 2010a: 263, fig. 7), en la necrópolis de Las Ruedas (Sanz Mínguez, 1997: 144 y 260-262, fig. 146, 70-71) y en el poblado de Sieteigle- 173 J. F. BLANCO sias (Bellido Blanco y Cruz Sánchez, 1993: 269, fig. 4, 8). Es decir, en el sector centro-meridional del territorio vacceo, aquel en el que la cerámica a mano con decoración “a peine” adquirió un gran desarrollo. A pesar de que las decoraciones “peinadas” hacen su aparición en esta zona hacia comienzos del siglo VI a. C., en plena etapa de madurez de la cultura del Soto de Medinilla, los ánades impresos no se incorporan al catálogo de motivos decorativos hasta dos siglos más tarde, seguramente como consecuencia de influencias recibidas del exterior más que por generación interna. Pero ¿de dónde y de quiénes los adoptarían? Aunque en la historiografía se pueden encontrar propuestas de lo más diversas –cerámica del Hierro I del valle del Ebro, mundo orientalizante, cerámica castreña del noroeste, etc.–, ninguna de ellas se perfila como concluyente, ya que analizada una por una, todas tienen importantes inconvenientes. Por ejemplo, si el origen está en la cerámica pintada e impresa del valle del Ebro, por qué razón no hay testimonios en todo el norte y noreste vacceo y en los territorios limítrofes. Respecto al noroeste peninsular, los fragmentos con representaciones de “patos” hallados en Fuentes de Ropel (Martín Valls y Delibes de Castro, 1978: 329, fig. 4, 2), Regueras de Arriba y Adrados (Esparza Arroyo, 1983: 92, fig. 4, 2-4), más que fuente de inspiración de las estampaciones vacceas lo más probable es que fueran derivación de estas últimas, a pesar de la coetaneidad que se estiman para la mayor parte de ellas, pues, de otro modo, hacerlas derivar de las existentes en el área de las Rías Baixas, como las que vemos, por ejemplo, en el castro de Montealegre (González Ruibal, 2007: 283, fig. 69), y que están fechadas entre los siglos IV y II a. C. también, nos parece más improbable que pensar en un origen meseteño para ellas. En este mismo sentido es como se vienen interpretando los testimonios del valle del Duero en la zona portuguesa ya. Los ánades impresos que se han documentado en los yacimientos del Alto Côa, por ejemplo, coexisten con cerámicas “a peine” de influencia netamente vettona (Osório, 2009: 100, fig. 10), y si esto es así, lógico es pensar en el centro del Duero como origen de las estampaciones ornitomorfas de esta zona de Portugal. Otra cosa es creer que en el Duero medio se encuentra el origen de los ornitomorfos y soles impresos que aparecen en cerámicas de la zona de las Rías Baixas, hipótesis a la que se opone frontalmente González Ruibal (20062007: 487). En fin, sea como fuere este es un tema en el que aquí no procede ahondar pero que está necesitado de un estudio detallado que aclare todas estas cuestiones de una vez. En cerámica pintada ya no aparecen imágenes de este tipo, aunque hemos de decir que en ocasiones se han querido reconocer como posibles representaciones de ánades, a pesar del considerable grado de abs- 174 LENGUAJE SIMBÓLICO tracción que presentan, las series de “eses” dispuestas en frisos que decoran muchos recipientes cerámicos, habida cuenta que en ocasiones debajo de ellas de nuevo se encuentran motivos presumiblemente acuáticos (Figura 13; Blanco García, 2003: fig. 19, 2 y fig. 22, 12). Donde sí encontramos de nuevo la imagen del ánade es en una de las numerosas cajitas excisas, aún inédita, halladas en la necrópolis de Las Ruedas. En concreto, se trata de una cabeza que ha sido aplicada en la zona central de uno de los lados cortos de la cajita para ejercer la función de asa de la misma. Hasta el momento conocíamos asas de cajitas con forma de cabeza de carnero, de caballo y de toro, pero con forma de ave esta es la primera que aparece en el mundo vacceo. Puesto que no sabemos para qué funciones se utilizaron estas cajitas –y se han propuesto las de salero, joyero, quemaperfumes en los casos en los que tienen las paredes internas quemadas, etc. –, desconocemos si existe algún tipo de relación entre la especie animal representada en el asa y el destino concreto para el que cada una de ellas fue usada. Al ser la referida una pieza que se halló en posición secundaria, más se complica aún su interpretación funcional. Finalmente, también debieron de estar presentes las imágenes de ánades en esas conteras, no conservadas, de espadas de tipo Miraveche recuperadas en Palenzuela y Las Ruedas a las que más arriba nos hemos referido. Parece evidente, por tanto, que tras la imagen de los ánades se esconde todo un universo de ideas vinculadas a la guerra y la ética agonística del guerrero, al acceso al Más Allá con las aguas como elemento natural vehicular. Unas aguas que, según Dumézil, en la mitología indoeuropea nunca son marítimas u oceánicas, sino fluviales o lacustres (cit. en García Quintela, 1999, 176). Se puede decir que los ánades comparten con los peces su carácter acuático y solar, por lo que muy probablemente fueron considerados animales divinos o, por lo menos, asociados a alguna divinidad vinculada a las aguas. El mejor ejemplo en el ámbito celta lo tenemos en Sequana, diosa acuática del Sena, a cuya imagen casi siempre se encuentran asociadas ánades. Pues algo parecido debió de existir entre los vacceos. Los cultos solares siempre han estado estrechamente relacionados con el agua y, en última instancia, con todo aquello que represente vida, renacimiento, regeneración tras la muerteiv. Pocos documentos europeos parecen tan a las claras demostrar esta idea como una serie de torques de bronce de los siglos V y IV a. C. en los que el motivo central de la decoración son ánades, en unos casos afrontados a ruedas solares (Marne y Pogny), en otros alternando con círculos concéntricos alusivos al sol también (Rossin), y en otros a triples anillos que al 175 J. F. BLANCO mismo tiempo se interpretan como árboles de la vida (Attancourt, Breuvery) (Waddell, 2009: 342, fig. 2; Roualet, 1991: 150). El propio hecho de que estas imágenes comparezcan en torques redunda en la misma idea, pues indica que tienen un carácter apotropaico, protector de la vida. Y es este mismo carácter el que, a nuestro parecer, hemos de ver en el excepcional collar de la necrópolis celtibérica de Navafría (Barril, 2005: 373, fig. 2) en el que el ánade posa sobre una rueda solar y tiene en el punto diametralmente opuesto otra ave en pleno vuelo que quizá no sea otra cosa que el mismo ánade surcando los cielos, con lo que tendríamos, en un solo documento, los dos aspectos más característicos del ánade como animal simbólico: la capacidad que tiene para poner en contacto el mundo acuático con el aéreo, en el que ejerce su imperio el sol. Esta misma idea es la que podría subyacer tanto en el ídolo antropomorfo de Quilly como en una compleja terracota que se conserva en el Museo de Rouen (resp., Blanchet, 1901: 247-249, fig. 32 y Blanchet, 1890: 171-175, fig. 3, lám. I), ya de tiempos galorromanos, pues en ambos casos comparten campo decorativo aves acuáticas y discos solares. Y ya que mencionamos la Europa continental y atlántica, las representaciones simbólicas de aves acuáticas adquirieron en todo este amplio territorio una destacada importancia durante el Bronce Medio y Final. Están presentes sobre todo en objetos excepcionales tales como los carros solares de carácter votivo o ceremonial de Eiche, Acholshausen, Skallerup o Dupljaja (Müller-Karpe, 1968: fig. 77), numerosos adornos personales o una diversidad de remates decorativos (Eluère, 1987: 54; Harding, 1998; Id., 1999: 134, fig. 2; Gleischer, 2004: fig. 1 y nº 4.42; Krausse y Beilharz, 2009: 157, III, 10; Schmid-Sikimic, 2009: 118, fig. 2, 2), hecho al que quizá no debió de ser ajeno el mundo mediterráneo, y toda esta tradición después es reconocible y sigue estando muy presente en la céltica (Kristiansen, 2001; Adam et alii, 1995), donde los ánades aparecen representados tanto en objetos de carácter mágico o religioso como en forma de figuras aisladas (Roulière y Vuillemey, 1991: 51, figs. 57 y 59; Megaw y Megaw, 1996: 76, fig. 88; Green, 1992a: 88-89; Ead., 1992b: fig. 6.15; Ead., 1996: fig. 25.13). Su consideración como animal sagrado es indiscutible dada la destacada posición que ocupa en la simbología y en la iconografía de las poblaciones celtas y mediterráneas, en las que se le consideró como el símbolo ascensional por excelencia. En el sur orientalizante e ibérico los ánades aparecen representados generalmente en objetos de prestigio vinculados a las élites sociales y como símbolos de algunas de las divinidades por ellas veneradas, como se puede comprobar, por citar sólo unos ejemplos bien conocidos, en la diadema de oro del Tesoro de Peña 176 LENGUAJE SIMBÓLICO Negra de Crevillente (González Prats, 1976-78: 349, fig. 5; Perea, 1991: 184-185; Ead, 1992: 252, fig. 3), en el “Bronce Carriazo” (Olmos, Tortosa e Iguácel, 1992: 69, 2; Jiménez Ávila, 2000: 411, 125, lám. XLV, 125) o en el denominado “Bronce Gómez Moreno” (Olmos, 2000-01). Como hemos apuntado más arriba, muy probablemente este carácter sacro puede que, en gran parte, derivara de la habilidad que tienen para nadar y volar, para conectar el mundo acuático con el aéreo, lo cual, y para el caso de la Europa continental y atlántica, nos conduce directamente a pensar en cultos y rituales vinculados a las aguas que surgen en la Edad del Bronce pero que siguen estando vigentes en la del Hierro. La deposición del cadáver, o de sus cenizas, en lagos y ríos, una práctica muy del Bronce Atlántico, es un claro ejemplo de que el agua es considerada como medio natural sagrado y, por tanto, los animales que habitan en ella, también. Más aún los ánades, que seguramente eran vistos como vehículo que traslada el alma del muerto, a través de las aguas, del espacio de los vivos al de los muertos, a los cielos. Hemos de recordar, a propósito de esto último, cómo en la Europa atlántica no son raras las representaciones de barcas cuyas proas tienen forma de prótomo de ánade, razón por la que son consideradas como barcas solares. Al igual que en el mundo mediterráneo, todo este simbolismo en torno a los ánades –y la carga ideología que hay detrás–, por lo general aparece estrechamente vinculado a las élites sociales, a las clases dirigentes, desde tiempos antiguos. No hay más que pensar, como ejemplo, en el torques áureo de Vilas Boas (Silva, 1986: 237 y 249-250, lám. CXI). Con todo lo dicho hasta ahora, parece justificado pensar que ese mismo carácter sagrado es el que debe de existir en una cabecita de ánade hallada en las excavaciones de Cuéllar que recientemente ha sido dada a conocer (Barrio Martín 2012: 50) y en la que merece la pena que nos detengamos un momento (Figura 14). Recortada en hueso plano, sus bordes han sido retocados y redondeados por abrasión seguramente para eliminar zonas cortantes o esquirladas. Hubiera sido muy interesante saber a qué especie pertenece el soporte óseo, pues puede que exista una correspondencia entre ella y la imagen representada, pero hechas las debidas consultas a los arqueofaunistas, coinciden en que los fragmentos pequeños de hueso plano, como es este, resultan extremadamente difíciles de asignar a una especie concreta. Sus dimensiones son: 39 mm de altura máxima, 37 mm de anchura máxima a la altura del pico, y un grosor que varía de los 4 mm en la zona inferior a los 6,5 mm en la superior. En ambas caras pueden verse 177 J. F. BLANCO unas incisiones anchas y profundas difíciles de interpretar pero de indudable ejecución humana y que son fácilmente aislables de aquellas otras naturales, o producidas por la abrasión ejercida para preparar el soporte, que enmarañan las artificiales. A primera vista no resultan de fácil identificación las incisiones que aparecen en la cabeza, pero sí las podemos clasificar en tres grupos. Por un lado, están aquellas que han sido realizadas para dar mayor realismo al animal, que son las que en ambas caras marcan el ojo –en una de ellas circunscrito por un triángulo inciso–, y las que en la cara izquierda marcan cuidadosamente los pliegues de la piel que hay bajo el cuello. Por otro, están las incisiones se parece querer indicar que se trata no de una cabeza de ánade en estado natural, sino engalanada: en la cara derecha, una ancha incisión rodea el cuello a modo de collarín, del cual pende un esquematismo angulosos difícil de identificar pero que nada tiene que ver con la anatomía del animal. Finalmente, las incisiones cuadrangulares que aparecen en el centro de la cara izquierda ni pertenecen ser un elemento decorativo ni, mucho menos aún, un elemento de la anatomía del animal, por lo que lo más probable es que se trate de una singular marca identificativa de algo. Y es en este último punto donde entra la cuestión de la funcionalidad de esta pieza, pues no se puede decir que sea un elemento de adorno personal, un colgante, porque carece de agujero para la suspensión; tampoco estuvo aplicada a un soporte de mayor tamaño porque hubieran quedado huellas de la zona de contacto entre ambas piezas; y menos aún parece haber sido un manguito de un útil de pequeño tamaño porque el borde de la base ha sido tan pulimentada como el resto de su perímetro. Por todo ello, lo más probable es que se trate de una pieza simbólica, valiosa para su poseedor o para el conjunto de la comunidad, muy posiblemente una tessera de hospitalidad anepígrafa en la que el elemento más exclusivo que la identifica como tal, además de su forma, sea ese dibujo esquemático que aparece inciso en su cara izquierda, el cual, dicho sea de paso, no se corresponde con ninguna grafía (o grupo de grafías anexadas) en signario ibérico, aunque cierto parecido tiene con alguna. No sería éste el único caso vacceo de tessera anepígrafa, pues del castro Cuesta del Mercado, distante unos treinta kilómetros de Cuéllar, procede una pieza metálica que también podría ser un ejemplar de estas características (Blanco García, 2011: 205-207, fig. 33). Ya para finalizar estos párrafos dedicados a los ánades, un último apunte. Sorprende la importancia simbólica que les concedieron los vacceos, sobre todo aquellos que vivieron en los territorios meridionales, cuajados de multitud de pequeñas lagunas y charcas que se forman en los fondos de las cuencas endorreicas, y, sin embargo, sus restos 178 LENGUAJE SIMBÓLICO óseos no aparecen entre la fauna por ellos consumida (Morales y Liesau, 1995: 495-497). Este mismo hecho ha sido observado también en la Gallia (Desbat, Forest y Batigne-Vallet, 2006: 8), por lo que tras ello es posible que exista una explicación de tipo cultual. Puede que por ese mismo supuesto carácter sagrado que tenían, se les respetasen y no fueran cazados ni consumidos. Recordemos cómo el mismo César (Bel. Gal., V, 12) refiere que los britones consideraban sagrado al ganso o la oca y tenían absolutamente prohibido cazarlo y comerlo. Son muchos los paralelismos antropológicos de comportamientos similares que se podrían aducir a este respecto, pero muchos también aquellos otros en los que determinada especie considerada sagrada única y exclusivamente es consumida en actos rituales extraordinarios. Mientras no generemos nueva documentación, no podremos ver a qué realidad respondería el caso vacceo. Acuática parece también la figura de ave fundida en bronce que hace unos años se halló en la tantas veces citada necrópolis de Las Ruedas, aunque en posición secundaria. Se trata de un pequeño remate decorativo que hubo de estar aplicado a una pieza igualmente broncínea pero de mayor tamaño, fuera un recipiente o algún otro tipo de objeto, pues aún conserva en su base una serie de pequeños pivotes que se insertarían en el objeto que decoraba. La pieza en cuestión, inédita por ahora pero que en su día nos mostró el Dr. Sanz Mínguez, a quien estamos muy agradecidos, consta de tres partes: una pequeña lámina ovalada y plana que sirve al mismo tiempo de cuerpo del ave y superficie de contacto con el objeto que decoraba, un esbelto prótomo de ave de largo y curvado pico que se yergue en uno de los extremos del óvalo, y una cola también erguida que termina en forma de triángulo dispuesto horizontalmente, en el extremo opuesto. El tipo de cabeza con pico largo y curvo es muy semejante a la que vemos en una excelente fíbula con el puente ornitomorfo hallada en la sepultura 443 de la Zona III de la necrópolis vettona de La Osera (Barril, 2007: 146147) y que tradicionalmente se ha identificado con una paloma. Puede que lo sea, y la pieza pintiana también, pero es precisamente ese tipo de pico el que nos hace sospechar que quizá se trate de otra ave distinta, pues parece estar adaptado para la búsqueda de alimento removiendo los fondos de zonas fangosas, y esto nos induce a pensar que quizá pudiera tratarse de un ibis eremita, una especie habitual en las zonas costeras y en extensos humedales de interior que en época protohistórica está documentada tanto en el sur peninsular como en Marruecos, todo el Mediterráneo y los territorios surcados por el Danubio (Sánchez Marco, 2002), pero aún no en la submeseta norte, razón por la cual entra dentro de lo posible que para los vacceos esta fuera un 179 J. F. BLANCO ave exótica, foránea, pero que tuviera un valor simbólico como lo tuvo el león, igualmente presente en su iconografía. Centrándonos ahora en el buitre, para los vacceos este animal debió de tener un carácter divino o semidivino, si reparamos en la conocida referencia de Claudio Eliano (De Nat. An., X, 22) en la que se dice que este pueblo hacía uso del ritual de la exposición de los cadáveres de los guerreros muertos en combate a los buitres, del mismo modo que lo practicaban los celtíberos, según, en este segundo caso, menciona Silio Itálico (Pún., III, 340-343; XIII, 466-487) y parecen corroborar arqueológicamente dos escenas pintadas en sendos fragmentos de cerámica numantina (Wattenberg, 1963, 210, tabla XLIII, 1122-1235, lám. IX, 2-1235; Arlegui, 1992: fig. 14; Jimeno Martínez et alii, 2002: 67, fig. 69; Sopeña, 2005, 236, fig. 1; Jimeno Martínez, 2005: nº 295), quizá la recogida en otro fragmento de Tiermes (Argente y Díaz, 1996: 72, fig. 112; García Quintela, 1997) y algunas estelas y monumentos funerarios bien conocidos (El Palao, Zurita, Lara de los Infantes o Binéfar). Estudiada con detalle esta singular práctica funeraria por parte de Gabriel Sopeña (1987, 75-114; Id., 1995, 184-224; Id., 2002; Id., 2010)5, no se conoce por ahora en territorio vacceo ninguna imagen alusiva a la misma que nos permita contrastar arqueológicamente la información de Eliano tal como ha ocurrido en el ámbito celtibérico. Esto no quita para que ya tengamos constancia de la presencia del buitre en la imaginería vaccea: en la necrópolis pintiana de Las Ruedas recientemente ha aparecido en superficie una pequeña cabeza de buitre recortada en lámina de bronce (Figura 16; Romero Carnicero, Sanz Mínguez y Álvarez-Sanchís, 2008: 688; Sanz Mínguez et alii, 2009: 60; Sanz Mínguez, 2010: 346, fig. 16; Blanco García, 2012: 57). Este documento tiene un indudable interés, pero en absoluto nos autoriza a ponerlo en relación con el referido ritual, a pesar de haber sido recuperada en un espacio funerario, pues hay que pensar que la imagen del buitre pudo haber servido para atender necesidades simbólicas diferentes, si consideramos la habitual multifuncionalidad con la que manejan los símbolos por parte de las culturas prerromanas. Un segundo documento gráfico, aunque, eso sí, sujeto a discusión en cuanto a su identificación como perteneciente a un posible buitre, debido a la pequeñez de la parte que se ha conservado, vendría a incidir en la importancia que a esta rapaz, en caso de serlo, concedían los vacceos. Se trata en esta ocasión de la cola de un ave -más que de un pez6- y el inicio de la parte inferior del cuerpo que ha sido pintada en la metopa de un fragmento cerámico hallado en Cauca y que aquí damos a conocer gráficamente (Figura 20), pues recientemente a él 180 LENGUAJE SIMBÓLICO hemos hecho alusión en otro lugar (Blanco García y Barrio Martín, 2009: 39). Comparando las diferentes formas de representar las colas de las aves por parte de las poblaciones celtibéricas en sus pinturas cerámicas y en la metalistería, las de los buitres son las que mejor responden al tipo pintado en el fragmento caucense: triangular y con las plumas desplegadas en forma de flecos sueltos al viento en el lado distal. A pesar de ello, cuando ni siquiera es seguro que estemos ante la imagen de un buitre, está fuera de lugar ponerla en relación con el ritual descarnatorio. Sepúlveda ha proporcionado un fragmento de cerámica que hace unos años dimos a conocer, y que ha pasado bastante desapercibido para la investigación, en el que se ha pintado lo que a nosotros nos sigue pareciendo la mitad trasera de un ave rapaz, quizá un buitre, que también conviene tener aquí presente (Blanco García, 1998a: 155, fig. 12, 25), pero que de nuevo resulta muy arriesgado pensar que perteneciera a una escena expositoria. Salvo alguna opinión divergente, Sepúlveda es un enclave que generalmente se atribuye a los arévacos (p. ej., Sacristán de Lama, 1986: 105, fig. 7; Barrio Martín, 1999: 252; Lorrio, 2000: 143; Blanco García, 2006: 65-67; López Ambite, 2008), y lo más probable es que así fuera, pero está situado en una zona de frontera con el mundo vacceo, de ahí que, como todas las poblaciones fronterizas, sea arqueológicamente muy peculiar, pues mientras las armas que en ella han sido recuperadas –concretamente en la necrópolis de La Picota– son sin ninguna duda celtibéricas, sus cerámicas y sus figurillas de barro basculan más hacia las alfarerías vacceas, tanto desde el punto de vista técnico como ornamental. Son muy similares a las del sureste vacceo. En este aspecto Sepúlveda se asemeja mucho a Segovia capital, un enclave citado como arévaco por Plinio y Ptolomeo, no por Livio, y admitido como tal por la mayor parte de los investigadores actuales (p. ej., Burillo, 1998: 315; Lorrio, 2000: 143; Blanco García, 2000-01: 174-175; Id., 2006: 48; Gómez Fraile, 2001: 92), pero cuyas cerámicas y coroplastia apenas se diferencian de las de Cauca, tanto en aspectos técnicos como artísticos. En resumen, es evidente que no podemos poner en relación las imágenes vacceas que hemos referido con el ritual expositorio, pues puede que se trate simplemente de buitres aislados, o incluso que ni siquiera sean buitres los ejemplos caucense y sepulvedano. Lo que no nos parece en absoluto aventurado es pensar, por una parte, que en los cielos de las ciudades y los campos vacceos debieron de ser habituales buitres y águilas, aves majestuosas en el vuelo y carniceras en sus costumbres alimentarias que, en definitiva, serían los rasgos que les convertirían 181 J. F. BLANCO en animales simbólicos, y por otra, que muy posiblemente las élites urbanas vacceas fueran tan aficionadas a la cetrería como lo eran las celtibéricas –tal como reflejan, por ejemplo, los ases de Sekaisa y Titiakos– y las ibéricas (Marín Ceballos, 1994), y de ello también aquí haya constatación iconográfica. Cambiando de especie, no sabemos bien si se trata de una golondrina, un vencejo u otra especie, el ave que ha sido pintada en un fragmento de vaso policromo de Cauca, de época postsertoriana (Figura 21; Blanco García, 1995: 219, fig. 3, 4; Id., 2012: 58), en cuya sintaxis decorativa ya están presentes algunos de los rasgos que luego van a ser habituales en las producciones de tipo Clunia. Pintada como si estuviera en pleno vuelo ascendente, es una figura muy esquemática pero también muy aerodinámica, con la cabeza, la cola y las alas muy puntiagudas, y que en conjunto dan una sensación de movimiento. Resulta difícil saber si estamos ante una imagen puramente decorativa o bien estas aves tuvieron algún significado en el universo simbólico de los vacceos. Desde luego, ni en la iconografía de la céltica europea ni en la del mundo celtibérico las golondrinas o los vencejos son aves que se encuentren presentes. Sí lo están los córvidos, generalmente vinculados al mundo de la guerra, a los campos de batalla y a la muerte, como ampliamente se constata en la literatura vernácula céltico-irlandesa (Alberro, 2003-04: 208-217), pero el ejemplo caucense no es identificable con ellos. Tampoco permite muchas precisiones, en términos de identificación biológica, la posible ave zancuda que aparece pintada en tonos ocres claros en la pared externa de un cuenco globular hallado hace unas décadas en el cerro Cuesta del Mercado, de Coca (Figura 22; Blanco García, 1995: 219, fig. 3, 3). La pintura se encuentra bastante perdida y la cabeza prácticamente ha desaparecido ya, por lo que desconocemos cómo era su pico, un detalle importante para saber de qué especie pudiera tratarse. Como en su día propusimos, su estilizado cuello nos inclina a pensar que se trata de una cigüeña más que una garza o una grulla damisela, ave esta última hoy inexistente en la península Ibérica pero cuya presencia está documentada en la Edad del Hierro, concretamente en el cerro de La Mota (Morales y Liesau, 1995: 496, fig. 8 y tabla 36). Lo único que en nuestra imagen no es propio de las zancudas es el tipo de patas que tiene, que son demasiado cortas, y el que se la presenta en plena carrera, algo que es característico no de aves de humedal, sino corredoras. El relleno del cuerpo mediante moteado seguramente es una referencia al plumaje, como se puede apreciar en algunas que otras aves pintadas ibéricas, como la que aparece, por 182 LENGUAJE SIMBÓLICO ejemplo, en una botella del siglo II a. C. hallada en la ciudad de Valencia (Melchor, Benedito y Gusi, 2000: 189-190, fig. 1, lám. I, 2). El fragmento cerámico representa aproximadamente la sexta parte del perímetro del vaso, razón por la que desconocemos si se trataba de una figura aislada, algo que es poco probable, o formaba parte de un conjunto, bien con más aves de su misma especie, bien con otras especies animales. Sea como fuere, se trata de un friso corrido, no metopado como es habitual en las figuraciones pictóricas vacceas. Podría ser una paloma el ave de referencia que el alfarero vacceo ha modelado y que, en posición secundaria, fue recuperada en la necrópolis de Las Ruedas hace unos años. Aunque no podemos ofrecer su imagen por encontrarse inédita, pero sí agradecer de nuevo a C. Sanz su amabilidad al habérnosla dado a conocer, con cierta seguridad podemos decir que se trata del asidero de una tapadera, como invita a pensar el vástago de sección circular que desde el centro de la zona inferior del cuerpo del ave se prolonga hacia abajo y que terminaría en la tapadera propiamente dicha. No conserva la cabeza, pero la forma de la cola, triangular y desplegada en horizontal, nos remite a un ave silvestre más que de corral, que suelen tenerla dispuesta en vertical. Si a esto unimos el hecho de que sobre todo la paloma es el ave tradicionalmente modelada en los asideros de las tapaderas ibéricas, referencia indiscutible a Astarté o Tanit (Prados Torreira, 2004: 100), parece que las posibilidades de la identificación que proponemos son muchas. Otra cosa es si los vacceos de Pintia entendieron y participaron del trasfondo ideológico existente tras esta imagen y si, como sabemos para el mundo ibérico, el recipiente que se cubrió con esta tapadera revestida de simbolismo contuvo algún tipo de perfume o de sustancia relacionada con prácticas cultuales vinculadas a los muertos, pues no olvidemos que se halló en contexto funerario. Para terminar, nos centraremos ahora en aquellas imágenes que a nosotros nos parecen aves de corral. Constituyen una minoría en el repertorio aviar vacceo, si bien con algunas concretas existen serios problemas en cuanto a su identificación. Este sería el caso del primer documento al que nos queremos referir aquí, procedente de Rauda, en concreto de las Eras de San Blas. Se trata de un fragmento de cerámica perteneciente al hombro de una urna que estuvo decorado con un friso metopado en pintura en el que se conserva la parte trasera de lo que se ha propuesto identificar con un galliforme (Figura 23; Sacristán de Lama, 1986: 192 y 193, lám. LIX, 1). Considerando que en la imaginería zoomorfa vaccea no faltan las referencias a la caza, sobre todo en 183 J. F. BLANCO momentos avanzados, parece poco probable que para el pintor ceramista raudense el ave de referencia haya sido una gallinácea doméstica, la cual, por otra parte, poco tendría de singular para él, por lo que lo más seguro es que fuera una perdiz o un faisán. Tampoco resulta nada fácil de identificar el ave que aparece grabado en el reverso del pomo del puñal de la tumba 32 de la necrópolis de Las Ruedas, en Pintia (Sanz Mínguez, 1997: 87, fig. 77 E; Sanz Mínguez et alii, 2003: 186, fig. 6), justo delante de un suido (Figura 17). De cuerpo rechoncho y cola desplegada, más que una sencilla gallinácea podría ser una rapaz, máxime cuando el contexto de zoomorfos en el que se encuentra inmersa es de alta intensidad simbólica. Además, hemos de recordar cómo las representaciones de buitres suelen tener la cola en forma de triángulo, y la de esta imagen pintiana es así. Algo más fáciles de identificar son las aves que aparecen pintadas en un cuenco del Soto de Medinilla (Figura 24), pues seguramente se trata de esbeltos gallos, como atinadamente, a nuestro parecer, propuso F. Wattenberg Sanpere (1959: 190, tabla IV, 5; Wattenberg García, 1978: 32-33, 45-46 y 58, XVI A-2). La presencia de gallináceas en la iconografía del Soto de Medinilla vacceo casa muy bien con el hecho de que constituyen el único taxón doméstico presente en el yacimiento (Morales y Liesau, 1995: 497, tabla 36). En este contexto, no nos extrañaría que el recipiente que muestra estas pinturas hubiera estado destinado a contener algún guiso realizado con gallina o gallo, y todo ello tuviera un sentido ritual, pues, como se recordará, bajo el suelo de la Casa de los Plintos de Uxama, construida a mediados del siglo I d. C. pero en la que los restos muebles recuperados tienen aún un fuerte poso indígena, se halló un recipiente tapado con una piedra que también se decoró con gallináceas pintadas y en cuyo interior apareció el esqueleto de un pollo (García Merino y Sánchez Simón, 1996: 209). Como perteneciente a un ave de similares características que éstas del Soto de Medinilla se ha interpretado una imagen parcial que aparece en un fragmento cerámico recuperado junto al Horno 2 del barrio alfarero pintiano de Carralaceña (Escudero Navarro y Sanz Mínguez, 1993: 489, fig. 7, 1), y aunque sí parece una cola de ave levantada, quizá sea demasiado arriesgado pensar que pudiera tratarse de un gallo. De cualquier manera, en la iconografía vaccea la presencia del gallo no tiene nada de extraña porque de nuevo se encuentra muy presente en la celtibérica, donde no sólo lo hallamos pintado en recipientes cerámicos –en Arcóbriga o Numancia, por ejemplo–, sino también en al- 184 LENGUAJE SIMBÓLICO gunas acuñaciones –semises de Arekorata–, e incluso modelado en barro, como se puede comprobar en un original silbato hallado en Sepúlveda (Blanco García, 1998a: 158, fig. 16, 2 y lám. I, 3)7. Esta pieza segoviana constituye un magnífico ejemplo de la asociación existente entre forma y función, pues qué mejor animal se puede elegir para fabricar un objeto destinado a emitir un sonido intenso y potente que “despierte” los sentidos y atraiga la atención de cuantos lo oyen que el gallo. Y en esto último puede ser que resida el contenido simbólico depositado en él por parte de vacceos y celtíberos: su canto matinal, que es su cualidad más característica, anuncia la llegada de un nuevo día, y del mismo modo que se convierte en su heraldo, también lo pudo ser de alguna divinidad vinculada al renacer, a la renovación, a la recuperación de una vitalidad aplazada por la llegada de la noche y el sueño. Tras la noche, poblada de criaturas relacionadas con la muerte, llega el nuevo día, la luz, el sol, todo ello anunciado por el canto del gallo, por lo que es posible que de nuevo estemos ante un símbolo de carácter solar como tantos otros. Puede que también sean gallos los animales que comparecen en el último documento iconográfico al que nos vamos a referir. Procede de la sepultura 29 de la necrópolis de Las Ruedas (Sanz Mínguez, 1997: 77, fig. 69, F), y se trata de un vaso caliciforme decorado con un friso metopado en el que aparecen pintados lo que podrían ser prótomos de tales aves, de estilizado cuello, cabeza con forma de espiral, cresta y pico (Figura 19), junto a otros quizá más esquemáticos aún. En la cerámica ibérica levantina vemos con mucha frecuencia representaciones similares a estas, aunque sin esa especie de cresta, que sin lugar a dudas son plantas, como puede comprobarse, por ejemplo, en El Tossal de Sant Miquel de Llíria (Bonet, 1995: 104, fig. 39, 0680-D.14; 225, fig. 111, 251-D. 95; 232, fig. 113, 255-D. 100), y que aparecen dispuestas tanto en vertical como en horizontal. Sin embargo, si consideramos que junto a este vaso pintiano se habían depositado ofrendas faunísticas de gallus gallus (Sanz Mínguez, 1997: 77; Sanz Mínguez, Romero Carnicero y Górriz Gañán, 2010: 606), lo más probable es que las aves pintadas pertenezcan a la misma especie. Es posible incluso que el origen del motivo decorativo fuesen esas imágenes vegetales ibéricas a las que hemos aludido, que tras pasar por el filtro celtibérico (Wattenberg Sanpere, 1963: 207, tabla XLI, 1095-1213) los vacceos las hubieran reinterpretado como aves, como gallos concretamente. En la iconografía celtibérica no hay representaciones idénticas a estas de Las Ruedas, aunque sí tallos y arborescencias espiraliformes que recuerdan sobremanera las ibéricas. Donde sí hallamos un excelente paralelo, que perfectamente podría ser el referente de estas representaciones vacceas, 185 J. F. BLANCO es en el ámbito ibérico turolense. En efecto, en San Antonio de Calaceite Juan Cabré halló a principios del siglo pasado un fragmento de cerámica en el que había sido pintado en sentido horizontal un prótomo de ave, quizá un gallo, con largo pico y cresta (Cabré Aguiló, 1909-1910: lám. 66, fig. 87, 5; vid. en Burillo, 1983-84: fig. 13, 5). En resumen, con ser en el mundo vacceo, e incluso en el celtibérico, el catálogo de aves más restringido que en los territorios ibéricos, y los contextos en los que éstas se documentan menos significativos, se pueden adivinar unos usos simbólicos de sus imágenes también muy diversos y variados, aunque ni mucho menos tan extensos como en estos últimos (Olmos y Tortosa, 2010). En la Céltica Antigua y en la literatura medieval de las Islas Británicas las aves eran entendidas como intérpretes de los signos divinos, como mensajeras privilegiadas de los dioses (Ross, 1967: 320; Boekhoorn, 2008: 201)8, y quizá algo de esto hubiera también en el mundo vacceo, si no con todas, al menos con determinadas especies. TABLA II. Catálogo de representaciones de aves en materiales vacceos9. 186 LENGUAJE SIMBÓLICO 187 IV CONCLUSIONES Como decíamos al principio de este trabajo, el hilo conductor de un estudio conjunto sobre los peces y las aves –principalmente las acuáticas– en la iconografía vaccea era tratar de encontrar en ellos algunas claves relativas a lo que para la mentalidad mágico-religiosa de esta etnia prerromana significaba el medio acuático, pues muchos pueblos del final de la Prehistoria y de la Antigüedad vieron en las aguas fecundas el origen de la vida, el habitáculo de parte de sus divinidades y el lugar al que debían ir a parar los difuntos para reencontrarse con sus antepasados, con sus dioses y con la madre naturaleza. No en vano, en el mundo ibérico muchos de los santuarios se encuentran ubicados junto a manantiales y fuentes de aguas curativas (Olmos, 1992: 110), y muchas de las necrópolis que conocemos en los territorios celtibérico y vacceo se encuentran en las proximidades de algún río o arroyo, incluso dentro de la zona que se inundaba durante las crecidas estacionales. El agua debió de jugar un papel importante en los rituales funerarios de los pueblos prerromanos. Sin embargo, la mayor parte de las imágenes de peces y aves halladas en territorio vacceo proceden de contexto habitacionales, no funerarios. Esto es más acusado para los primeros que para las segundas, pues nada menos que veintisiete de los veintinueve ictiomorfos han sido hallados en contexto doméstico, aunque desconocemos los detalles de cada uno de ellos. Respecto a los documentos ornitomorfos, están más equilibrados, pues diez proceden de ambientes habitacionales y trece de espacios funerarios. Lamentablemente, y como se ha podido comprobar, muchos de los documentos que manejamos son fragmentarios, carecen de contexto arqueológico preciso y las fuentes escritas, que podrían haber supuesto una buena ayuda para interpretarlos, son prácticamente inexistentes. Pero a pesar de todo, algunas conclusiones positivas sí que podemos extraer. Para empezar, hemos de decir que, al igual que sus vecinos celtíberos, y que los iberos también, el recipiente cerámico es el soporte preferido por los vacceos para plasmar esta iconografía, seguramente porque era un tipo de objeto de amplia difusión social y de más fácil y rápida fabricación para el alfarero que lo sería para el broncista o el orfebre decorar con grabados sus producciones, aun siendo de encargo como lo serían. No conocemos, por ahora, imágenes de peces en objetos metálicos de fabricación vaccea, y las de aves son escasísimas. Esto nos crea un problema, pues si, como nosotros creemos, muchas imágenes ictiomorfas y ornitomorfas son la manifestación de cultos solares que parecen haber estado bien arraigados y extendidos en el mundo 188 LENGUAJE SIMBÓLICO vacceo, por qué no las hallamos con más abundancia en soportes metálicos, óseos o pétreos, aunque bien es cierto que este rasgo se puede hacer extensible al resto de la imaginería vaccea, tanto zoomorfa como antropomorfa. Por otro lado, y aunque muchos de los documentos iconográficos entran en la categoría de hallazgos descontextualizados, la tipología de los soportes vasculares en los que aparecen pintados peces y aves son de cronología tardía dentro del ciclo artístico vacceo, ya que se fechan desde finales del siglo II a. C. hasta inicios del I d. C., es decir, una época en la que la zona ya se encuentra bajo dominación romana. Y ya que sacamos a colación la tipología vascular en la cual comparecen, podría parecer extraño que los peces vacceos, y salvo un caso concreto (Figura 1, 1), siempre aparezcan pintados en recipientes cerrados o semicerrados –tinajillas, caliciformes, morteros, cuencos de tipo “bol”, etc.–, y estén por completo ausentes, hasta ahora, los platos con peces, tan habituales en el mundo ibérico (Aranegui, 1996), y que no faltan en el celtibérico, aunque en versión fuente realzada sobre peana (Romero Carnicero, 1976: 79 y 83; Jimeno Martínez, 2005: nº 194), pero es que, en general, en la industria alfarera vaccea los platos y las fuentes planas son muy poco frecuentes (Sanz Mínguez y Garrido Blázquez, 2007: 96, abajo izq.; Blanco García, 1994: fig. 13, 10; Id., 2003: fig. 19, 1), si exceptuamos aquellos que pertenecen a las singulares producciones grises bruñidas de imitación argéntea (Blanco García, 2001: 3639, fig. 1, forma I). Teniendo en cuenta que entre los iberos la mayor parte de los platos pintados con peces se vinculan con usos rituales más que domésticos, y que en contextos funerarios son animales que se les interpreta como guías y protectores de los difuntos en su viaje al Más Allá a través de las aguas (Aranegui, 2012: 325), cabría esperar que en alguna necrópolis celtibérica o vaccea comparecieran peces pintados en platos porque en gran medida la industria alfarera de celtíberos y vacceos es deudora de la ibérica, tanto desde el punto de vista técnico como formal y en parte, sólo en parte, iconográfico, pero al no ser así eso significa, una vez más, que en la Meseta existen unos códigos mentales diferentes de los existentes en las regiones mediterráneas. Las pinturas cerámicas vacceas, aun siendo de raigambre celtibérica y, a su vez, ambas tener un fuerte componente formal ibérico, se diferencian de éstas en más de un rasgo. En primer lugar, las del centro del valle del Duero son muy pobres en representaciones escenográficas. Casi todas las imágenes zoomorfas que hallamos en los vasos –y no sólo las de peces y aves que son las que aquí nos interesan, sino 189 J. F. BLANCO todas en su conjunto–, son individuales, ocupan metopas o, a lo sumo, forman un friso continuo que es resultado de un proceso acumulativo de imágenes individuales. Y casi lo mismo se puede decir de los zoomorfos que comparecen en soporte metálico. El mejor ejemplo de esto último lo tenemos en el pomo de puñal de la sepultura 32 de la necrópolis pintiana de las Ruedas, donde se puede decir que únicamente forman escena los dos pares de guerreros enfrentados en combate singular, pues cada uno de los zoomorfos que les acompañan parecen aportar su propia carga simbólica por separado, sin formar una o varias escenas significativas. Da la impresión de que se ha tratado de intensificar uno o varios mensajes mediante la repetición de la imagen, algo, por otra parte, muy habitual en las iconografías de filiación céltica (Blanco García, 2011-12), y el resultado final ha sido una acumulación equilibradamente estructurada con aspecto escénico y narrativo pero difícil de reconocer como tal. Esta apreciación, por otro lado, es perfectamente compatible con la interpretación en clave cosmológica que se ha hecho del conjunto (Sanz Mínguez, 1997: 439-448). En segundo lugar, el vacceo no parece que fuera proclive a realizar experimentos de hibridismo en sus representaciones ictiomorfas y ornitomorfas. No parece que les interesara representar seres cuya anatomía es resultado de la unión de dos o más especies, tan corrientes en el repertorio iconográfico celtibérico y más aún en el ibérico. Recordemos del primero cómo algún caballo muestra cola de pez, de ave, o incluso tiene cabeza ornitomorfa (Wattenberg Sanpere, 1963: 213 y 220, lám. XVI, 1-1295; 215, lám. V, 3-1201). Bien es cierto que la colección de pinturas vasculares vaccea no es comparable, desde el punto de vista cuantitativo, con la celtibérica –ni siquiera con la de su ciudad más emblemática: Numancia–, y menos aún con la ibérica, pero de haber adoptado este tipo de imágenes algún indicio deberíamos tener en la actualidad, tras años de excavaciones en varias de sus más representativas ciudades como Pintia, Rauda o Cauca. Al hilo de esta falta de hibridismo animal en la iconografía vaccea, hay que decir que tampoco se tienen documentadas hasta ahora imágenes antropomorfas con rasgos ornitomorfos, como sí constan en la celtibérica, alguna de las cuales interpretada como posible sacerdote (Marco Simón, 2010: 18, fig. 6). Aunque ciertos documentos iconográficos vacceos, como la terracota “de un guerrero” hallada en la necrópolis de Palenzuela (Barril y Fernández, 1995), o el fragmento de figurilla de Las Ruedas al que más arriba nos hemos referido (Sanz Mínguez, 1997: 175 y 337, fig. 171, 543), por ejemplo, han sido interpretados como figuras humanas con rasgos ornitomorfos, nuevos estu- 190 LENGUAJE SIMBÓLICO dios y hallazgos han demostrado que en ninguno de los dos casos la identificación ha sido la correcta, con lo que, por el momento, la ausencia de tales mixturas en la iconografía vaccea se puede decir que sigue siendo una realidad. Y todo esto nos induce a pensar que quizá el vacceo se encontrara, desde el punto de vista del desarrollo de la mentalidad simbólica y del reflejo de la misma en las actividades de sus artesanos, un paso por detrás del celtíbero y varios del ibero, tan proclives estos últimos a las representaciones de seres irreales y fantásticos de inspiración mediterránea. Siendo la vaccea y la celtibérica dos culturas con tantos elementos en común, nos preguntamos si sabría un vacceo “ilustrado” descifrar el significado conceptual que en esos seres vería un celtíbero también “ilustrado”. ¿Sabría el vacceo “leer” en clave simbólica, por ejemplo, las parejas de animales fantásticos que aparecen en el numantino Vaso de los Guerreros? En caso de entender todo ese repertorio de seres imaginarios, y de compartir con el celtíbero toda o parte de la ideología que hay tras él ¿por qué entonces el vacceo no parece haber mostrado el más mínimo interés por este tipo de representaciones para fijar en soporte material esas creencias?. Puede que tengamos que incrementar la intensidad de los trabajos de campo con el fin de disponer de muestras documentales más voluminosas y representativas del arte alfarero vacceo pues, como se ha podido comprobar, la mayor parte de las imágenes de peces y aves procede sólo de dos de sus ciudades, aunque son las más investigadas: Pintia y Cauca, aquélla con su barrio alfarero de Carralaceña y ésta con su pedanía de Cuesta del Mercado. En tercer lugar, tampoco en la iconografía vaccea disponemos de un solo documento en el que comparezcan juntos peces y aves como sí los hay en la ibérica (p. ej., en la cerámica de Azaila, Alcorisa y el Alto Chacón; Cabré Aguiló, 1944: figs. 53, 54 y 56), en la celtibérica (p. ej., Jimeno Martínez et alii, 2002: 66, fig. 67) o en la del noroeste si, para esta última zona, nos fijamos en la diadema áurea de Moñes (Villamayor, Piloña, Asturias) en la que aparecen aves acuáticas engullendo peces y hasta las propias cabezas de algunos guerreros en ella representados tienen rasgos ornitomorfos (López Monteagudo, 1977; Perea y Sánchez-Palencia, 95: 45-51; Marco Simón, 1994: 339-340; Id., 2008: 55, fig. 5; Blázquez y García-Gelabert, 2001: 129-130). Este sería un excelente indicio de que peces y aves compartieron un fondo semántico común, que no sería otro que el del tránsito hacia el Más Allá a través del medio acuático, un mito pancéltico que hunde sus raíces en la Edad del Bronce y parece intuirse también en el mundo vacceo. 191 J. F. BLANCO Lo que sí comparten los repertorios iconográficos vacceo, celtibérico e ibérico, lamentablemente, es la inexistencia de textos que nos ayuden a comprender las creencias, los mitos y las leyendas que se esconden tras las imágenes zoomorfas. Las cualidades de los dioses que veneraban así como las virtudes, temores, anhelos y esperanzas que rodeaban sus vidas, tanto en el plano individual como colectivo, encontraron en las especies animales, cada una con sus peculiaridades físicas o comportamentales, el vehículo mediante el cual simbolizarlas, para de este modo tratar de acercarse a esas divinidades y al mismo tiempo hacer suyos los valores que en cada especie observa. 192 VI BIBLIOGRAFÍA ABASCAL, J. M., 1986: La cerámica pintada romana de tradición indígena en la Península Ibérica. Madrid. - 2002: “Téseras y monedas. Iconografía zoomorfa y formas jurídicas de la Celtiberia”, Palaeohispanica, 2, pp. 9-35. - 2008: “Las cerámicas ‘Tipo Clunia’ y otras producciones pintadas hispanorromanas”, en D. Bernal y A. Ribera (eds.) Cerámicas hispanorromanas. Un estado de la cuestión, pp. 429-443. Universidad de Cádiz. Cádiz. ABÁSOLO, J. A. y RUIZ, I., 1976-77: “El yacimiento arqueológico de Castrojeriz. 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Nuevas perspectivas de análisis (HAR2010-21745-C03-01) de la Dirección General de Investigación del Ministerio de Ciencia e Innovación. 1 En este sentido, los vacceos muestran un comportamiento muy similar al de los celtíberos, pues la proporcionalidad existente entre las especies representadas por sus artesanos no guarda relación con la importancia económica que cada una de ellas tuvo. 2 Tradicionalmente ha sido interpretado este tipo de representación como un motivo floral tetrapétalo dentro de una metopa porque se asemeja bastante en forma y disposición a otras que por su realismo resultan de fácil identificación, y que sobre todo se documentan en objetos cerámicos singulares, tanto vacceos como celtibéricos (por ejemplo, Sanz Mínguez, 1997: 172, XXXVIII; Blanco García, 2004: 134, fig. 1, D y E). Sin embargo, Delgado Lozano propone la identificación de esta representación raudense como “…dos peces afrontados en círculo central” (Delgado Lozano, 2008: 20, 80), lo cual a nosotros nos parece bastante acertado, por varias razones. En primer lugar, si tenemos en cuenta que en algunas cerámicas numantinas aparecen con toda claridad peces afrontados a un círculo o a un cuadrado centrales (Wattenberg Sanpere, 1963: 220, 1288, lám. XIV, 13-1288; Romero Carnicero, 1976: 28, n. 54, fig. 13, n. 54, también 34, n. 85, fig. 20, 85, y 65, n. 323, fig. 34, n. 323; Delgado Lozano, 2008: 17, fig. 2), no sería nada raro que el alfarero vacceo hubiese querido hacer lo mismo, habida cuenta, insistimos una vez más, el gran influjo que ejerció la imaginería celtibérica en la vaccea. En estos vasos numantinos los peces muestran detalles significativos, como las aletas o los ojos, que en los vacceos no aparecen, pero la explicación puede estar, de nuevo, en ese considerable esquematismo que presentan las imágenes vacceas. En segundo lugar, a diferencia de las indiscutibles representaciones tetrapétalas, que siempre suelen tener los extremos biapuntados, las de estos posibles peces tienen la zona en contacto con el círculo central más gruesa que la opuesta, como si se tratara de la cabeza y la cola del pez, respectivamente. Este es el indicio que, dicho sea de paso, nos permite adscribir la imagen nº 12 de nuestro catálogo a un pez, que formaría conjunto con otros tres y todos estarían afrontados a un punto central. No obstante todo esto, si al final convenimos en que, efectivamente, estas representaciones responden a esquemáticos peces, por un lado, deberíamos añadir a nuestro catálogo un puñado más de imágenes (como por ejemplo, Sanz Mínguez, 1997: 161, fig. 157, 272), cosa que no haremos por simple prudencia y únicamente consideraremos este ejemplo raudense y, por otro, la nómina de los que actualmente conocemos en el mundo vacceo aumentaría considerablemente, lo cual no haría sino reforzar una idea que ya hemos señalado: la destacada importancia que el alfarero vacceo concedió a estos animales. 3 Donde, por cierto, encontramos la mayor variedad de tipos de impresiones, pues sobrepasa la media docena, aunque en nuestro catálogo las hemos presentado como un único documento iconográfico. 201 J. F. BLANCO 4 Fue Federico Wattenberg el primero en intuir la posible existencia de cultos solares entre los vacceos, al estudiar tres piezas cerámicas barquiformes procedentes de Cuéllar, El Soto de Medinilla y Simancas, esta última decorada con series de círculos concéntricos (Wattenberg Sanpere, 1966). 5 Gómez Fraile (2001: 382-392) pone en duda la existencia real de este rito mortuorio como propiamente meseteño apoyándose, por una parte, en lo que él califica como referencias escritas ambiguas de los autores clásicos y, además, de dudosa credibilidad, y por otra, en que las imágenes que aparecen en las cerámicas y estelas supuestamente relacionadas con este rito constituyen un motivo iconográfico estandarizado, repetido en muchas regiones del mundo antiguo, y podría ser que no tuviera relación con el rito al que parece aludir. 6 Si bien algunos peces pintados en cerámica de Numancia, siempre pocos, también tienen la aleta caudal triangular o pseudotriangular terminada en varios apéndices a modo de flecos (vid., por ejemplo, Wattenberg, 1963: 218, 1261, lám. XII, 2-1261), este tipo de aleta es extremadamente raro en la iconografía meseteña y entre los numerosos ejemplares de peces constatados en cerámica pintada de Cauca hasta ahora no se conoce, por lo que lo más probable es que se trate de la cola de un ave. 7 Extrañamente interpretado por S. Alfayé como “vaso plástico” o askos (Alfayé Villa, 2007: 80; Ead., 2009: 368), cuando, por una parte, en su interior no tendrían cabida más de cinco o seis gotas de líquido, y por otra, los dos orificios que posee están en la base, no uno de ellos en la cabeza, como esta autora refiere. 8 Esta peculiaridad es la que algunos estudiosos han creído identificar en varios documentos iconográficos europeos, quizá el más representativo de los cuales sea una placa de cinturón hallada en la necrópolis montenegrina de Vele Ledine, situada cerca de Gostilj, que se ha fechado a finales del siglo III a. C. o inicios del siglo siguiente, y donde se puede ver una diosa transmitiendo un mensaje a un ave en un contexto iconográfico bélico (Kruta, 2000: 643, fig. 94; para el contexto, vid. Basler, 1972) 9 Como puede verse, presentamos un catálogo bastante más restringido que el recientemente elaborado por S. Alfayé Villa (2010: tabla III). Esto obedece a dos razones. En primer lugar, y como se ha anunciado al principio, hemos desestimado los ornitomorfos pintados en las cerámicas de tipo Clunia por considerarlas producciones romanas, no vacceas, además de que, de haberlo hecho, hubiera quedado falseado lo que es propiamente indígena. En segundo lugar, varias de las representaciones que esta investigadora identifica como posibles aves esquemáticas, en algún caso se ha comprobado fehacientemente que no lo es (p. ej., su número 26; vid., Blanco García, 2010b), y en otros a nosotros nos parece que quizá sean en exceso aventuradas. En esta última situación se encuentran tanto las simples líneas terminadas en varios apéndices como los habituales frisos de “eses” que, no decimos que no, podrían estar inspirados en los tradicionales patos impresos de Simancas, pero en el supuesto proceso de esquematización de los mismos aún nos siguen faltando imágenes intermedias claras que demuestren la evolución formal presuntamente acaecida. 10 Puede que a este mismo vaso pertenezca un fragmento de idéntica tipología y decoración que hace años publicó T. Mañanes (1983: 160, fig. 44, 8). 202 VIII IMÁGENES Figura 1. Cauca y Cuesta del Mercado (Coca). Diversos fragmentos cerámicos con peces pintados. 203 J. F. BLANCO Figura 2. Cauca. Diversos fragmentos cerámicos con peces pintados. 204 LENGUAJE SIMBÓLICO Figura 3. Cauca. Diversos fragmentos cerámicos con peces pintados. Figura 4. Cauca. Diversos fragmentos cerámicos con peces pintados. 205 J. F. BLANCO Figura 5. Cuesta del Mercado (Coca). Fragmentos de cuenco decorados con un pez y un lobo en perspectiva cenital. Figura 6. Cuesta del Mercado (Coca). Fragmento cerámico con un pez pintado. 206 LENGUAJE SIMBÓLICO Figura 7. Cuesta del Mercado (Coca). Diversos fragmentos cerámicos con peces pintados. Figura 8. Cuesta del Mercado (Coca). Diversos fragmentos cerámicos con peces pintados. 207 J. F. BLANCO Figura 9. Las Quintanas-Pintia. Peces pintados en un vaso cerámico (Delgado Lozano, 2008). Figura 10. Rauda. Pez pintado en un fragmento cerámico (Sacristán de Lama, 1986). 208 LENGUAJE SIMBÓLICO Figura 11. Cauca. Cuenco fabricado a mano, con decoración “a peine” y friso de ánades impresos de tipo Simancas, de mediados del siglo III a. C. Figura 12. Cauca. Detalle de los ánades impresos del cuenco de la figura anterior. 209 J. F. BLANCO Figura 13. Cauca. Fuente decorada con friso de “eses” encadenadas sobre otro de ondas, quizá referencias a ánades sobre el agua. Figura 14. Cuéllar. Cabeza de ánade recortada en hueso plano y decorada con gruesas incisiones. ¿Tessera de hospitalidad? 210 LENGUAJE SIMBÓLICO Figura 15. Necrópolis de Las Ruedas-Pintia. Aves pintadas en una jarra polícroma (Sanz Mínguez et alii, 2003). Figura 16. Necrópolis de Las Ruedas-Pintia. Cabeza de buitre recortada en placa de bronce (Sanz Mínguez, 2010). 211 J. F. BLANCO Figura 17. Necrópolis de Las Ruedas-Pintia. Pomo del puñal de la Sepultura 32 con gallinácea o rapaz entre diversos animales. Figura 18. Necrópolis de Las Ruedas-Pintia. Friso de posibles aves muy esquemáticas pintadas en un cuenco cerámico (Sanz Mínguez, 1997). 212 LENGUAJE SIMBÓLICO Figura 19. Necrópolis de Las Ruedas-Pintia. Posibles gallos pintados en una copa de cerámica (Sanz Mínguez, 1997). 213 J. F. BLANCO Figura 20. Cauca. Cola de ave, quizá un buitre, pintada en un fragmento de cerámica. 214 LENGUAJE SIMBÓLICO Figura 21. Cauca. Golondrina o vencejo pintado dentro de una metopa en un vaso cerámico bicromo. Figura 22. Cuesta del Mercado (Coca). Ave zancuda pintada en un vaso bicromo. 215 J. F. BLANCO Figura 23. Rauda (Eras de San Blas). Ave pintada en un vaso cerámico (Sacristán de Lama, 1986). Figura 24. El Soto de Medinilla. Friso de posibles gallos pintados en un cuenco de cerámica (Wattenberg Sanpere, 1959. 216 LENGUAJE SIMBÓLICO Figura 25. Distribución de los documentos iconográficos con imágenes de peces en el territorio vacceo. 1, Septimanca; 2, Tariego de Cerrato; 3, Rauda; 4, Pintia; 5, Cuesta del Mercado (Coca); 6, Cauca. 217 J. F. BLANCO Figura 26. Distribución de los documentos iconográficos con imágenes de aves en el territorio vacceo. 1, Septimanca; 2, Soto de Medinilla; 3, Pallantia; 4, Rauda; 5, Pintia; 6, Cuéllar; 7, Cuesta del Mercado (Coca); 8, Cauca; 9, Sieteiglesias. 218 ÍNDICE GENERAL PONENCIAS DEL XXVIII SEMINARIO DE LENGUAS Y EPIGRAFÍAS ANTIGUAS X. BALLESTER (U.V.E.G.) & M. TURIEL Capricorni, Celtiber, Martialis y otros textuelos hispanorromanos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11 M. UNZU & J. VELAZA* Una inscripción en signario paleohispánico de Olite (Navarra) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 31 M. FERNÁNDEZ – E. R. LUJÁN Grafitos Ibéricos y Latinos del yacimiento de Alarcos (Ciudad Real) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 39 E. BLASCO FERRER Paleosardo e Ibérico. Cuestiones de método ............................ 97 X. BALLESTER Grafito Ibérico sobre Cerámica de Vara de Rey (Cuenca) . . . . . . . . . . 111 J. FERRER I JANÉ Los problemas de la hipótesis de la Lengua Ibérica como Lengua Vehicular . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 115 J. F. BLANCO GARCÍA El lenguaje simbólico de las imágenes: peces y aves en la Iconografía Vaccea . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 159 SECCIÓN DE ESTUDIOS IBÉRICOS “D. FLETCHER VALLS” ESTUDIOS DE LENGUAS Y EPIGRAFÍA ANTIGUAS – ELEA NÚMEROS PUBLICADOS Núm.1 – L. Silgo Gauche: “Léxico ibérico”, 275 págs. Valencia, 1994 ...................................................... P.V.P. 9 € Núm. 2 - “Las lenguas Paleohispánicas en su entorno cultural”. Curso de la U.I.M.P.P. - Valencia, 4/9X-1993. Sumario.- Domingo Fletcher Valls (1912-1995). In memoriam. J. Aparicio Pérez: “Un investigador para un pueblo”. El teatro romano de Sagunto”. “La Escula Valenciana de Arqueología”. L. Silgo Gauche: “Don Domingo Fletcher Valls y la Lengua Ibérica”. L. Pérez Vilarela: “Mi maestro, Domingo Fletcher Valls”. J. Gorrochategui: “El celtibérico y las lenguas célticas”. L. Silgo Gauche: “Epigrafía ibérica y epigrafía clásica. Algunos aspectos de su relación”. J. Untermann: “Los plomos ibéricos: estado actual de su interpretación”. J. Untermann: “La onomástica celtibérica”. A. Beltrán: “Las inscripciones de las monedas íberas”. L. Pérez Vilatela: “Los celtíberos y su lengua entre los pueblos paleohispánicos”. R. Olmos: “Imagen y palabra en el mundo ibérico: símbolo, narrativa e individualidad”. J. A. Correa: “El pueblo de las estelas: un problema epigráfico-lingüístico”. J. Velaza Frías: “Epigrafía funeraria ibérica”. 288 págs. Valencia, 1996. ISSN: 1135-5026........ P.V.P. 9 € Núm. 3 – Estudios varios. Sumario.- D. Fletcher Valls: “Comentarios sobre los grafemas silábicos ibéricos”. A. Portuondo: “El epíteto homérico y el mundo femenino de la Ilíada”. L. Silgo Gauche: “De nuevo sobre el “genitivo” ibérico en EN”. M. A. Sanjosé Ribera: “Sobre una curiosa coincidencia entre un conjuro popular vasco y uno de los “muerserburguer zaubersprüche””. J. Untermann: “La terminación del genitivo singular de los temas en –o en el celtibérico: de 1965 a 1995”. A. Tolosa Leal: “Sobre formas verbales en –IN”. S. Aguilar Gutiérrez: “Naucratis como problema y un ejemplo: las inscripciones de la colección del museo Fitzwilliam, Cambridge”. L. Silgo Gauche: “La procedencia de la lápida ibérica supuesta de Liria (F.13.1)”. A. Tolosa Leal: “Scélea mucce meic datho”. Recensiones. 304 págs. 1 fig. Valencia, 2000. ISSN: 1135-5026............................. P.V.P. 9 € Núm. 4 – “De Iberica Lingua Opera Omnia”. De D. Fletcher Valls. En prensa. Núm. 5 – Estudios varios. Sumario.- J. Aparicio Pérez: “Presentación”. A. Beltrán Martínez: “El alfabeto ibérico: recuerdos personales”. X. Ballester: “La conexión tirrénica del hemialfabeto ibérico levantino”. F. Beltrán Lloris: “Las inscripciones ibéricas en el contexto de la epigrafía musulmana”. J. A. Correa: “Los semisilabarios ibéricos: algunas cuestiones”. F. J. Fernández Nieto y A. C. Ledo Caballero: “La etnia ibérica de las fuentes clásicas”. L. Pérez Vilatela: “Panorama de las lenguas hispánicas en época ibérica”. L. Silgo Gauche: “Investigación e investigadores sobre la Lengua Ibérica”. J. Velaza: “Eban, teban, diez años después”. 217 págs. Valencia, 2004. ISBN: 84-96068-50-1. ISSN: 1135-5026 .................................................. P.V.P. 9 € Núm. 6 – Estudios varios. Sumario.- J. Aparicio Pérez: “Presentación”. J. Aparicio; X. Ballester; L. Pérez Vilatela; L. Silgo y J. Siles: “ Lengua Ibérica: Una propuesta metodológica”. L. Silgo Gauche: “Nuevo estudio del plomo ibérico de El Solaig (Bechí, Castellón). L. Silgo Gauche: “Dos nuevos textos ibéricos valencianos”. L. Pérez Vilatela: “Los denarios hispano-romanos de Ikalkunsken y algunos de sus problemas”. J. Velaza: “Noticia preliminar sobre dos nuevos plomos ibéricos en una colección privada”. X. Ballester: “Hablas indoeuropeas y anindoeuropeas en la Hispania prerromana”. X. Ballester: “Las afluencias prelatinas en las hablas valencianas”. C. Jordán Cólera: “ Sobre la interpretacióin de los mensajes contenidos en as téseras de hospitalidad celtibéricas”. 201 págs. Valencia, 2004. ISSN: 1135-5026. ISBN: 84-96068-72-2.............. P.V.P. 6 € Núm. 7 – Estudios varios. Sumario.- J. Aparicio Pérez: “Presentación “. L. Silgo Gauche: “Villares V (F.17.1): Un texto económico ibérico”. J. A Correa Rodríguez: “La inscripción tartesioturdetana de Alcalá del Río”. C. Jordán Colera: “ [K. 3.3.] : Crónica de un teicidio”. X. Ballester: “BELESTAR o para una transliteración unificada de las escrituras arqueoibéricas”. L. Pérez Vilatela: “El río Perkes y la selva Hercynia”. J. Velaza: “Tras las huellas del femenino en ibérico: una hipótesis de trabajo”. J. Aparicio Pérez: “El Complejo Arqueológico de CARMOXENT”. J. Untermann: “Sobre la existencia de lenguas de substrato en la Península”. 216 págs. Valencia, 2005. ISSN: 84-9606850-1. ISBN: 84-96068-79-X.................................. P.V.P. 9 € Núm. 8 – Estudios varios. Sumario.- X. Ballester: “Tres posibles diaglosias arqueoibéricas”. X. Ballester y M. Turiel: “Posible inscripción hispanocéltica sobre fusayola”. X. Ballester y M. Turiel: “ Fíbulas con posible andrónimo céltico DVNACOS –DVRNACVS”. E. R. Luján: “Problemas de morfología nominal ibérica: Sufijos y pautas de composición asociados a topónimos”. S. Pérez Orozco: “Sobre la posible interpretación de algunos componentes de la onomástica ibérica”. L. Pérez Vilatela: “Peripecia y propuesta de lectura del plomo ibérico de “Mas de Is” (Penáguila-Alicante)”. L. Silgo Gauche: “Nuevo estudio sobre el plomo ibérico Ensérune B. 1.373”. A. 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Silgo Gauche: “ Nuevo estudio del plomo ibérico escrito de Ampurias I”. X. Ballester: “Deva y otros Devaneos arqueoibéricos”. L. Silgo Gauche: “Nuevo estudio de la inscripción ibérica sobre plomo Orleyl V (F.9.5). ¿Una defixio pública?”. X. Ballester y M. Turiel: “14 Nuevos Testículos Hispanorromanos”. S. Pérez Orozco: “Topónimos catalanes de origen griego”. J. Untermann: “Antiguo europeo en Hispania”. X. Ballester: “Dos inéditos términos ibéricos en decoradísimo kalathos”. A. Ledo: “El Santurario de Montaña Frontera y la producción de vino en el Sagunto Prerromano”. L. Pérez: La superstición según Plutarco: del Bárbaro o Santo Tomás”. W. Meyer: “ Sobre el conocimiento de los topónimos prerromanos de la Península Ibérica”. L. Pérez: “Sol interior y eternidad en los Moralia de Plutarco: una nota”. L. Silgo: “ Sobre el conocimiento de los topónimos prerromanos de la Península Ibérica”. S. Pérez: “Construcciones posesivas en Ibérico”. 588 págs. Valencia, 2009. ISSN: 8496068-50-1-09 ........................................................ P.V.P 9 € Núm.10 – Estudios varios. Sumario.- J. Aparicio Pérez: Prólogo. X. Ballester: “Del latín ibérico al romance valenciano-catalán”. X. Ballester: “Urbiaca. ¿Una ibérica confluencia?”. J. Ferrer i Jane: “Análisis interno de textos ibéricos: tras las huellas de los numerales”. A. Lorrio Alvarado: “Arcóbriga y la Colección Cerralbo: nuevas interpretaciones arqueológicas”. R. Ramos Fernández: “La Ilici Ibérica”. L. Silgo Gauche: “Semántica y gramática en el plomo Pico de los Ajos II B”. VV.AA: “Inscripción ibérica de Pozo Cañada (Albacete). J. Aparicio Pérez: “Presentación”. F. Cisneros Fraile: “Cabeza escultórica en Campillo del Negro (Pozo Cañada, Albacete)”. X. Ballester: “Nótula a la Epígrafe Ibérica de Pozo Cañada”. L. Silgo Gauche: “La inscripción de la foca”. M. Pérez Rojas: “Reflexiones sobre la inscripción”. L. Silgo Gauche: “Algunas reflexiones sobre el plomo ibérico de Ullastret MLH.C.2.3.”. 338 págs. Valencia, 2010. ISSN: 84-96068-50-1 ........ P.V.P. 9 € Núm.11 – Estudios varios. Sumario.- J. Aparicio Pérez: “Reflexiones sobre los mamíferos marinos (pinnípedos y cetáceos) de la iconografía ibérica. A propósito del sensacional hallazgo de Pozo Cañada (Albacete)”. E. Blasco Ferrer: “Ortunbelés y Neitin iunstir. Aportación del Paleosardo a la interpretación del Ibérico”. X. Ballester y M. Turiel: “[P]osteris y otros prepósteros minitextos hispanorromanos”. A.J. Lorrio: “La guerra en la cultura celtibérica: Aspectos tácticos, logísticos y rituales”. J. Velaza Frías: “Los sufijos ibéricos en notación grecoibérica”. J. Ferrer i Jané: “Sistemas metrológicos en textos ibéricos (1): del cuenco de la Granjuela al plomo de La Bastida”. E. Orduña: “Prefijos y clíticos en ibérico”. J. F. Blanco García: “Los inicios del uso de la escritura entre los Vacceos: Grafitos y texto en su contexto arqueológico”. S. Pérez Orozco: “Fonética Histórica Etrusca. Vocales y semiconsonantes”. S. Pérez Orozco: “El Consonantismo”. M. Almagro, X. Ballester, J. Maier; M. Turiel: “Estela Hispanorromana con nuevo Dulónimo”. L. Silgo Gauche: “Miscelánea Ibérica y Vasca”. J. C. Vidal: “Comparación estadística entre elementos onomásticos ibéricos y aquitanos”. L. Silgo Gauche: “Eduardo Blasco Ferrer: Paleosardo. Le radici linguistiche Della Sardegna neolítica. Walter de Gruyter, Berlín/New York, 2010”. 390 págs. Valencia, 2011. ISSN: 84-96068-50-1 ....... P.V.P. 9€ Núm.12 – Ponencias del XXVII Seminario de Lenguas y Epigrafía Antiguas. Sumario.- J. Aparicio Pérez: “Iconografía Ibérica”. X. Ballester; M. Turiel: “Otro nuevo Dvrnacos y nuevos otros minitextos Hispanorromanos y Celtibéricos”. E. Blasco Ferrer: “Vascuence *(h) úrbar, Vasco Ubar-, Uber-, Ibar-, Iber- y Paleosardo Úrbara, Úrbera. Íbera e Ibera. Nueva hipótesis sobre, H b rus e Iberia”. J. F. Blanco García; Hervás Herrera, M. A.; Retuerce Velasco, M: “Una primera aproximación arqueológica al oppidum oretano de Calatrava la Vieja (Carrión de Calatrava, Ciudad Real)”. J. Velaza Frías: “ Inscripciones paleohispánicas con signarios: formas y funciones”. L. Silgo Gauche: “ La pátera de Tivissa (MLH. C.21.1) y el problema del perfecto en Ibérico”. L. Silgo Gauche: “Ibérico bankuturiFadiar y otras inscripciones del “Vaso de los Letreros” de Líria (Valencia)”. N. Moncunill: “El orden de los Formantes Antroponímicos en la Lengua Ibérica”. A. J. Lorrio: “El Oppidum Ibérico de Meca y su territorio”. J. Ferrer I Jané: “Novedades de Epigrafía Ibérica: El Sistema Dual Suroriental”. X. Ballester; M. Turiel. “Problemático grafito ibérico sobre sigillata”. L. Silgo Gauche: “Inscripciones ibéricas rupestres del abrigo Tarragón (Villar del Arzobispo, Valencia)”. L. Silgo Gauche: “Un nuevo texto inédito para la Paleohispanística sobre iglesias de lengua indígena en el s.II” ........................ P.V.P. 9€ El número 13 de ELEA se publicó el mes de Julio del Año del Señor de 2013 en el que conocimos el fallecimiento del Dr. Jürgen Untermann, alemán, iberista que, junto al Dr. Fletcher Valls, valenciano, fueron referentes mundiales en la investigación de la primera lengua conocida del Pueblo Valenciano. la Lengua Ibérica. UNIVERSIDAD CATÓLICA DE VALENCIA “San Vicente Mártir” REAL ACADEMIA DE CULTURA VALENCIANA Fundación Pública de la Diputación de Valencia Miembro de la C.E.C.E.L. del Consejo Superior de Investigaciones Científicas