Revista escolar Juan XXIII-Zaidín Granada - Centro Juan XXIII
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Revista escolar Juan XXIII-Zaidín Granada - Centro Juan XXIII
ARGOS Revistaescolar JuanXXIII‐Zaidín Granada AÑO XVIII• NÚMERO 38• MAYO 2015 REVISTA ESCOLAR ARGOS (C.D.P. JUAN XXIII‐ZAIDÍN.) Página 1 - Nace en Íllora (Granada), el 6 de marzo de 1921. Estudió bachillerato en el Instituto Padre Suárez. En 1947 recibe la Ordenación Sacerdotal en Roma. Impartió clase como maestro del Ave María y como profesor en el Seminario Mayor de la Diócesis de Granada y en la Escuela Normal de Magisterio. Fue Vice-rector y Vice-prefecto de Estudios en el Seminario Mayor de la Diócesis de Granada. Rector del Seminario de Maestros del Ave María. Vicario de Enseñanza de la Diócesis de Granada. Presidente de Educación y Gestión. Subdirector General de Escolarización del Ministerio de Educación y Ciencia del Gobierno de España. Párroco de San Andrés. Vicario de Economía de la Diócesis de Granada. Patrón fundador de la Institución Juan XXIII. Fallece en Granada el 22 de junio de 2009 REVISTA ESCOLAR ARGOS (C.D.P. JUAN XXIII‐ZAIDÍN.) Página 3 FLORECILLAS No sé lo que me ocurre en algunas ocasiones. Pero tengo pensado hacer algo y de una manera concreta, y ¡nada!, que al final la realizo de forma distinta a lo que había pensado o me sale otra cosa diferente. Me ocurre mucho con las homilías; rezo la Palabra, consulto algún comentario... Luego oigo las experiencias de los hermanos o me ocurre algo durante el día ... sea como sea me sale de otra manera. Os lo cuento porque me ocurre ahora con esto que escribo. Pensaba hacerlo sobre otro tema, en el que la "casi" protagonista iba a ser la Seña Paqui Rojas, pero ¡zas!, llegó la celebración del cincuentenario de este nuestro Centro y el artículo se va por otros derroteros. Seña Paqui, no se preocupe que en la próxima cae Usted (el "usted" lo he puesto con mayúsculas, ¿eh? ... en compensación). Pues, como sabéis, el pasado viernes 6 de Marzo, celebramos que hace cincuenta años comenzó a "funcionar" este Centro Juan XXIII del Zaidín. Cincuenta años es medio siglo; más de dos o tres vidas de muchos de nuestros alumnos. Cincuenta años dan para mucho; que me lo digan a mí, que tengo dos más y a veces me parece que crecí con mi abuela. El día que yo ponga por escrito todas mis experiencias y recuerdos, aunque solo sea de mi actividad pastoral, os aseguro que termino con Tele 5; lo juro. El Viernes que comento vivimos una celebración o celebraciones que realmente fueron formidables. Formidable la organización, formidable la cooperación de todo el personal del Centro; formidable la remo delación del Salón de Actos, ahora "Auditorio Rogelio Macías", que era casi una pieza arqueológica; formidables las distintas intervenciones: el grupo de ballet de Conchi Cabrera, el busto de Ramiro Megías, los ponentes y sus ponencias, nuestro coro, el grupo preparado por la Seño Fetin y los pequeños cantores del Himno de la Institución. Somos humanos, tenemos limitaciones y, a veces, hasta poca gracia, pero no podemos negar que para ese día y en ese día fuisteis FORMIDABLES. ¿Y mis alumnos? Ese grupo de voluntarios, todos uniformados, con esa disponibilidad. Mira que estaban guapos mis alumnos. En realidad a mis alumnos los veo casi siempre "guapos"; no me refiero al aspecto físico, cosa que dejo a sus madres (por cierto, ¿os acordáis del niño de ojos saltones y orejas desabrochadas?; que el cariño de una madre no siempre es objetivo). Pero el talante con el que estaban, su cooperación... Estaban GUAPOS. Y como yo, al igual que muchos otros profesores, los aprecio, pues disfruté de ellos un montón. Y me emocioné un poco cuando "musculitos gym" me dijo "Padre vamos a hacemos una foto juntos". Claro, me aprendí el camino y estuvimos haciéndonos fotos los alumnos, profesores y otros todo el rato; espero que sean gratis, porque si no voy a necesitar la paga extraordinaria. Pero también las puedo guardar para el setenta y cinco aniversario, o el centenario ... ¡Qué guapos mis alumnos!. Que conste que ese día disfruté mucho, mucho. Después los recuerdos de todas las ponencias, que han sido parte de mi vida; en los que yo no solo me encontraba reflejado sino casi protagonista. ¡Que soy cincuentón!. Por detrás de mí se oían los "gipios" de la Seño Trini, que también ha vivido en este barrio y este Centro, las aventuras descritas por algunos ponentes; no quiero decir con esto que seamos de la misma edad, no; es por lo menos veinte años menor que yo … REVISTA ESCOLAR ARGOS (C.D.P. JUAN XXIII‐ZAIDÍN.) Página 5 La noche del viernes, cuando llegué a casa, después de cenar (porque con tanto ir y venir no probé más un canapé que me ofreció una de mis alumnas voluntarias -guapa ella- por el patio) y rezar, antes de acostarme, terminé con la oración de siempre, pero aplicada a la jornada vivida y a lo que representaba: por todo lo que ha sido, gracias; a todo lo que ha de ser, sí. Pero que mi artículo no va de esto. Perdonad pero es solo una introducción. El presente escrito lo he titulado "Florecillas". Los compañeros del Grupo de "Sanfran" saben a que me refiero. Las Florecillas eran los primeros escritos que se recogieron sobre la vida de San Francisco de Asís y sus primeros compañeros. Como pinceladas de una vida toda llena de Jesucristo; "flases" que quedaron impresos en la memoria y el corazón de aquellos primeros franciscanos. Luego vendrían las biografías de Celano, San Buenaventura y otro muchos; "El Hermano de Asís" de Ignacio Larrañaga es buenísima. Pero las Florecillas tienen un regusto evangélico difícil de superar. En los actos del Viernes 6 de Marzo sobresalió un nombre: Rogelio Macías Molina, sacerdote fundador de la Institución Juan XXIII de Granada. Se habló de su persona, de su labor docente, de su intuición al crear los centros educativos, su abnegada labor por mantenerlos y mejorarlos. Pero yo quisiera hablar del D. Rogelio Sacerdote. No una biografía exhaustiva, sino de alguna "florecilla". Las sé por los curas antiguos (¡huy!, perdón, que yo estoy ya también "catalogado" por mi edad), por los curas más mayores que yo. Aquí va la primera. Don Rogelio es un sacerdote de mediana edad, entre los 35-40 y pocos. Está al frente del Seminario Mayor con el nombramiento de Vicerector y Ecónomo. El rector era un sacerdote venerable, ya mayor, de larga trayectoria en la Diócesis, que después de ser vicario general, para dignificarlo, se le hizo Rector del Seminario Mayor, entonces lleno hasta la bandera. Era D. Paulino Covos. En realidad la responsabilidad y el peso de gobierno lo llevaba D. Rogelio. Pero con tanta discreción, con tanto cariño a ese compañero ya anciano y con tantos detalles de humanidad, que cuando D. Paulio se marchaba del Seminario para morir al poco tiempo, se despidió de D. Rogelio diciendo: "gracias Rogelio por tu respeto, por tu cariño y por haberme tratado como a un padre". Vamos a la segunda. D. Rogelio, como ya he dicho, se encontraba al frente del seminario. Eran los terribles años cuarenta y cincuenta del S, XX. La escasez de alimentos, generalizada. Los seminaristas, por supuesto la padecían también. Nada de calefacción ni otras "comodidades". Cuando el gobernador militar de la época se enteró del frío que pasaban los seminaristas, donó mantas del ejército para que pudiesen calentarse de alguna forma. El que suscribe las conoció ya almacenadas en mi época de seminarista. De vez en cuando surgía una no poco justificada protesta: el frío, el hambre ... Un seminarista alpujarreño (hoy es profesor jubilado) llama al despacho de D. Rogelio; va dispuesto a quejarse con todas sus fuerzas: tenemos frío, hay poca comida. Abre la puerta de despacho y se encuentra a D. Rogelio sin tener siquiera la manta con la que todos los seminaristas se cubrían. Me contó; "ante esa imagen y ese ejemplo, cualquiera se quejaba". REVISTA ESCOLAR ARGOS (C.D.P. JUAN XXIII‐ZAIDÍN.) Página 7 Vamos a la última. Bueno, la última que yo cuento, porque si no la Seño Paqui tendría que hacer un número monográfico de la Revista. Yo acabo de llegar de profesor-sacerdote al Centro. Casi cinco años esperó la Institución para que pudiese venir. Después de mi incorporación y un fraternal "examen" de D. Ángel Peinado, un día, de casualidad, me topo con D. Rogelio por el pasillo. Ya nos conocíamos por pertenecer al presbiterío de la Diócesis; pero solo habíamos cambiado algún saludo. Al ser antiguo alumno lo había visto muchas veces en el Centro. Pero nada más. Cuando nos vimos me preguntó: -"¿puedo pasar a tu despacho?" -" D. Rogelio, por favor, el despacho es suyo. Adelante" Y entre que es suyo o tuyo o no sé de quien comenzó a darme consejos. Primero en la Capilla: " Lo primero que hago siempre es entrar cuando vengo aquí. La tienes que cuidar mucho. El Sagrario se abre con una sola vuelta de llave ... " Pasamos al despacho: " Que atiendas a los alumnos y los quieras mucho. Son buenos chicos, pero la edad es malilla. Que les hables de Jesús y de la Institución. Hay que quererlos mucho ... ". Parecían los consejos de San Pablo a Tito. Yo no quiero canonizar a nadie. Para eso la Iglesia tiene doctores. Pero sí quiero constatar que Dios elige a personas de carne y hueso, como tú o yo, que respiran, tosen y sudan (Jesucristo también lo hacía) para llevar a cabo su obra. Y creo que nadie podrá negar que aquí, en la Institución Juan XXIII, y especialmente en el Centro del Zaidín, el primero de la Institución, acontece en parte la obra de Dios. Y mira tú por dónde esa obra se manifiesta en ti, y en mis alumnos, y en mí. "Muy a gusto presumo de mis debilidades, porque en ellas reside la fuerza de Cristo" (II Co 12, 8). También nosotros, los actuales componentes y "habitantes" de este Centro, con nuestras debilidades y virtudes, podemos continuar esta obra de Dios. Basta que seamos, y así lo queramos, instrumentos de Dios en sus manos. Merece la pena, SEGURO, que continuemos esta intuición recibida por D. Rogelio. Pero con su talante, su ilusión, su entrega y su amor a Jesucristo. Por todo lo que ha sido, gracias. A todo lo que ha de ser, sí. Vuestro afectísimo, P. Jesús. REVISTA ESCOLAR ARGOS (C.D.P. JUAN XXIII‐ZAIDÍN.) Página 9 REVISTA ESCOLAR ARGOS (C.D.P. JUAN XXIII‐ZAIDÍN.) Página 11 El motivo de mi interés por la vida y obra de D. Rogelio Macías Molina es consecuencia de cómo mi familia llegó al barrio del Zaidín en Granada en el año 1970, procedentes de Padul, donde mi padre había estado destinado en el cuartel de la Guardia Civil. Mi hermano fue matriculado inicialmente en las escuelas de la Iglesia del Corpus Cristhi, mi hermana en el colegio Reyes Católicos y yo en el Colegio El Doncel. Posteriormente al terminar 5º de EGB, mi padre pudo matricular a mi hermano en el Centro Juan XXIII del Zaidín, en 6º de EGB, no sin muchas dificultades, pues había mucha demanda de puestos escolares. Fue un amigo de mi padre, Luis Garzón, miembro de la Junta Directiva de la APA, quien hizo lo posible, para que mi hermano fuera admitido en el Colegio. Invitaron a mi padre a participar en la Asociación de Padres de Alumnos, así es como en la familia conocimos la labor de la Institución Juan XXIII, de la que mi padre hablaba con tanto cariño y en especial de D. Rogelio. Cuando llegué al centro, para iniciar mis estudios de bachillerato lo primero que me impresionó fue lo grande que era, y la luminosidad de su entrada. Tampoco había visto nunca una capilla dentro de un colegio. En él crecí como persona hasta terminar COU, al igual que mis hermanos. Tuvimos la suerte de tener los mejores profesores, mis hermanos y yo. Gracias a esto, mi hermano hizo la carrera de Medicina. Hoy es médico de familia, en tierras manchegas. Mi hermana, maestra de Primaria en un pueblo de la provincia de Granada. Las reuniones del APA, a las que con frecuencia asistía, D. Rogelio, permitió a mi padre conocerlo y transmitirnos la bondad y grandeza del personaje. Nosotros que éramos pequeños, percibíamos la profunda admiración que nuestro padre sentía por D. Rogelio cuando nos hablaba de él. Siempre decía en casa, a mi madre y a nosotros: “hemos tenido mucha suerte, y tenemos que estar agradecidos a Dios por haber puesto en nuestro camino este gran colegio para nuestros hijos”. Todo esto, hizo que en mí, en aquella etapa de adolescente, se fuera fraguando la idea de conocer como se creó mi centro de enseñanza. De esta época, mi familia y yo hemos guardado una profunda admiración por D. Juan Rodríguez Segura, D. Jesús Peinado, Dª Josefina García y Dª Francisca Gallegos, que fueron directores y directoras de Bachillerato, así como de D. José Prieto Serrano y Dª Luisa Gámiz que lo fueron respectivamente de EGB de niños y niñas. Sería interminable la lista de todos estos profesores, Dª Pilar Guervós, como D. Antonio Casares Sánchez, Dª María Mazuecos, Dª Esther Vázquez Barros. Por eso, señalo aquí tan solo a los que tuvieron en su momento alguna responsabilidad directiva y por supuesto al personal de administración y servicios como Matilde Carretero Santa Marina, Rosarito, Emilia, Antonio, y todas las personas que en aquella época sirvieron de referente para conformar en mí la grandeza de esta gran familia de REVISTA ESCOLAR ARGOS (C.D.P. JUAN XXIII‐ZAIDÍN.) Página 13 Juan XXIII en el barrio del Zaidín, que yo he transmitido a mis hijos y que de la misma forma, se formó en los centros hermanos de la Chana y Cartuja. Terminados mis estudios de Magisterio, entré a formar parte del mi colegio como profesor de EGB, e inevitablemente este interés se acrecentó. Tuve la suerte de poder canalizarlo y plasmarlo en una tesis doctoral sobre el proyecto educativo de la Institución Juan XXIII de Granada. Todo esto me ha permitido, conocer mejor los centros de la Institución y su idiosincrasia. Agradezco desde estas líneas, a mis directores de la tesis, el catedrático Dr. D. Manuel Lorenzo Delgado, ya fallecido, y al catedrático Dr. D. Tomás Sola Martínez el haber aceptado su dirección y todo lo que me han enseñado. Tengo un profundo agradecimiento por D. Ángel Peinado porque la misma sensibilidad que mostró para la música fue la que me trasladó a mí por la obra de D. Rogelio desde facetas que solo él conocía. De D. Rogelio Macías Molina, tuve el privilegio de tener en su persona a mi mejor consejero y maestro a la hora de realizar la tesis doctoral. Recuerdo las tardes que pasábamos en el campo, contándome todas aquellas cosas y circunstancias que acontecieron en la creación de los centros Juan XXIII y cómo me animaba en el proyecto. Era raro el día que no nos poníamos en contacto telefónico, o la semana que no salíamos al campo, visitábamos los pueblos de la sierra, como Quéntar o Dílar. En estos recorridos, además de hablar entre nosotros, siempre encontrábamos momentos para mezclarnos entre los habitantes de estos pueblos u otros de la Vega como Churriana, en los que me acompañaba a mi terreno de labor y departíamos con los agricultores vecinos que se encontraban en ese momento en el campo, sin saber estos quién era, conversando con la sencillez que caracteriza a estas gentes, cuestión esta que hacían todavía más sorprendentes REVISTA ESCOLAR ARGOS (C.D.P. JUAN XXIII‐ZAIDÍN.) Página 15 y emotivas estas situaciones. Así es cómo fui conociendo poco a poco el lado más humano y cercano de D. Rogelio. Sentados en ocasiones, en un parque con gente que ni conocíamos ni habíamos visto nunca. Recuerdo que en una ocasión en el parque de la ermita de Dílar, una persona de edad parecida a la de D. Rogelio, después de llevar bastante tiempo hablando de su estancia como emigrante en Alemania, D. Rogelio le decía que también él había estado en la ciudad de la que hablaba, pero en un colegio religioso y que también sabía algo de alemán. Este vecino del pueblo, le preguntó que si yo era su sobrino. D. Rogelio le dijo que no, que era un buen amigo suyo. Ciertamente, así fue como me consideró en la última etapa de su vida y tengo que añadir que fue algo recíproco por mi parte. Yo, ese niño que en su adolescencia añoraba conocer a la persona que había creado los centros Juan XXIII y que mi padre con tanto entusiasmo hablaba de él, participaba de ese sentimiento de amistad que había ido creciendo conforme pasaba el tiempo y compartíamos confidencias en las que me transmitía su propia historia personal y profesional, dejando una huella imborrable en mi vida. Joaquín J. Portero Fernández REVISTA ESCOLAR ARGOS (C.D.P. JUAN XXIII‐ZAIDÍN.) Página 17 Señor presidente, señores patronos, queridos profesores, alumnos, señoras y señores. Nos reunimos hoy para celebrar el 50 aniversario de la inauguración del Instituto Juan XXIII del Zaidín. El primero, de los tres centros con los que cuenta la institución, que abrió sus aulas. Un evento que merece sin duda ser conmemorado, tanto por lo que significó en su momento, como por lo que sigue representando en la actualidad: la firme convicción de que la educación es un derecho irrenunciable del que deben disfrutar todos los niños, “todos”, y la inquebrantable defensa de la misma como la mejor vía para alcanzar la plenitud del ser humano. Y porque comparto y asumo como propio este ideal, agradezco a sus patronos la oportunidad que me brindan de dirigirles unas palabras. Palabras que quiero articular no como un discurso al uso,sino como un visionado –que será rápido, no teman- de mis 49 años de vinculación a la institución Juan XXIII, primero como alumno y más tarde como profesor. Una evocación que espero y deseo nos una a todos en recuerdos comunes, en experiencias compartidas y, sobre todo, en el sentimiento de haber formado parte de un hermoso proyecto que ha demostrado la viabilidad de los ideales, cuando de verdad se cree en ellos como creyó don Rogelio Macías. Un año después de su inauguración, en el curso académico 1965-1966, mi hermana y yo nos incorporamos a este Juan XXIII. Aún eran tiempos difíciles para la mayoría de los españoles, y en un barrio obrero tan populoso como el del Zaidín, la escolarización seguía siendo una asignatura pendiente. Piensen ustedes que hasta la apertura de este instituto, el analfabetismo en nuestro barrio se combatía con unas cuantas academias particulares, al alcance de unos pocos, y con un único colegio: Las Damas Apostólicas. Centros cuyo modelo educativo era más que cuestionable. Imagínense clases hacinadas, donde niños de distintas edades y niveles de conocimiento dispares compartían espacio y maestro, voluntarioso éste, sí, pero siempre desbordado. Visualicen pizarras conteniendo interminables cuentas de multiplicar y manidas muestras caligráficas que copiábamos, más aburridos que entusiasmados. No, no se equivocan, se nos estaba condenando a ser casi analfabetos funcionales, se nos estaba negando cualquier aspiración a prosperar. REVISTA ESCOLAR ARGOS (C.D.P. JUAN XXIII‐ZAIDÍN.) Página 19 En este contexto, para alivio de muchos padres, un sacerdote imbatible al desaliento fundó, en 1964, la Institución Juan XXIII. El colegio se construyó en plena vega, en unos terrenos cercanos a la antigua fábrica de azúcar de Santa Juliana. Con un diseño arquitectónico vanguardista, los alumnos nos encontramos con un edificio luminoso, limpio y acogedor, en el que cada nivel educativo contaba con su propia aula y profesor ¡todo un lujo para niños de un barrio pobre! Pero además, las distintas materias se impartían ya de forma monográfica, con modernas técnicas de enseñanza que apostaban por la atención personalizada, el fomento del hábito de trabajo y la formación integral del alumno en conocimientos y valores. Todo había cambiado: nuestros baberos, amplios y ramplones, fueron sustituidos por elegantes uniformes; nuestros maltrechos pizarrines fueron arrumbados en pro de lápices, bolígrafos y rotuladores, objetos que ya guardábamos en plumieres y no en lapiceros de madera de dos pisos. A estas vivencias compartidas se suman otras, más difíciles aún de olvidar: aquellas de tipo personal que, sin duda, han marcado mi vida. Recuerdo como gracias al tesón de maestros como don Manuel, don Miguel Vilches o don Antonio Molina, ese niño que apenas sabía leer, que garabateaba con dificultad cuatro letras, fue capaz en tres cursos de prepararse la prueba de ingreso a bachillerato. Y recuerdo, con la misma ilusión que lo viví en su momento, esa mano fuerte de don Antonio Molina apretando la mía mientras me acompañaba, fuera de horario escolar- es decir en su tiempo libre-a la Escuela de Artes y Oficios. Estaba convencido el buen maestro, el buen hombre, que la pasión de su alumno por el dibujo era eso, verdadera pasión, y no mera distracción infantil. Su intento de canalizar mis condiciones para las artes plásticas quedó frustrado por mi corta edad, 10 años, pero su gesto, su apuesta por el artista que intuyó en mí, fue definitiva para que yo despejara cualquier duda sobre mi verdadera vocación. No olvido tampoco otras figuras ajenas al cuadro docente. Entre ellas destaca una: mí querida Mati. Ahora amiga pero, en mi lejana infancia, mujer idolatrada, siempre exquisita, en sus gestos y en su trato, siempre eficiente, en su trabajo y en sus decisiones. La veo ahora, te veo Mati, y el tiempo parece no haber pasado. Actúas con la misma determinación. Continuas resolviendo cualquier problema como si éste no fuera tal, te mantienes como entonces te captó mi retina infantil. Otros nombres flotan en estos primeros recuerdos, los de los conserjes don Eugenio, don Juan, don Antonio o la estricta doña Rosarito, personaje singular que ponía coto a nuestros desmanes infantiles con mano de hierro, con métodos tan disuasorios como aquella multa de 5 pesetas que imponía a quienes osaban pisotear los sembrados que rodeaban el patio de recreo, por aquellos tiempos sin tapia, abierto a la Vega. Pero también mis recuerdos se alimentan de situaciones. Quizás la más recurrente, por lo que tiene de símbolo de una época gris, llena de carencias materiales, sea la de ese botellín de leche Puleva que, en un primer momento, la adquiríamos por un módico precio y que, pasado un tiempo, empezó a repartirse gratis. Medida adoptada tras constatar don Rogelio que era la única posibilidad que tenían muchos pequeños del barrio de desayunar algo. No sé cómo lo consiguió, pero me lo imagino llamando a muchas puertas, entrando y saliendo de muchos despachos, infatigable en su lucha por la justicia social. Mientras yo, ajeno al drama que encerraban esos botellines, cifraba mi mayor preocupación en diluir en la leche la mezcla de Cola Cao y azúcar que mi madre, primorosamente, me había preparado en un cartuchito de estraza. Les confieso, ahora que ella no me oye, que más de una vez, para compensar mi olvido de la cucharilla, resolví el problema de los grumos con la regla del plumier. REVISTA ESCOLAR ARGOS (C.D.P. JUAN XXIII‐ZAIDÍN.) Página 21 Pasaron los años y accedí al bachillerato. La plantilla la conformaban profesores seleccionados por el propio don Rogelio que compartían un mismo rasgo: su excelente preparación y su capacidad pedagógica para transmitirla al alumnado. Don Ramón Román, don Emilio Atienza, doña Conchita, don Ramón Villanueva, don Domingo, don Jesús Peinado, don Salvador Camacho… son algunos de los nombres que hicieron de Juan XXIII del Zaidín uno de los más prestigiosos institutos de la ciudad. Gracias a su trabajo y a su compromiso, los jóvenes sin recursos tenían la posibilidad real de acceder a una enseñanza de calidad, tal y como lo hacían los de clases más pudientes. A ello contribuyó el esfuerzo hecho por don Rogelio de dotar al instituto de un equipado laboratorio, un taller de manualidades, un gimnasio y diversas pistas deportivas. Sin olvidar la implantación de actividades extraescolares gratis que se impartían los sábados por la mañana: talleres de pintura, teatro, aeromodelismo y música.4 No todo era idílico, claro está. Aún seguíamos siendo niños de barrio obrero cuyos padres no podían permitirse invertir ni una sola peseta en algo que no fuera una libreta o un lápiz. Eso suponía, por ejemplo, acceder en los duros inviernos granadinos a las pistas deportivas provistos, únicamente, de un pantalón corto y de una camiseta de tirantes. El chándal era un lujo inalcanzable para nosotros. Sin embargo, créanme, ahora, con la perspectiva que da el paso del tiempo, estoy seguro de que esa combinación de recursos, por un lado –me refiero a la excelente plantilla de REVISTA ESCOLAR ARGOS (C.D.P. JUAN XXIII‐ZAIDÍN.) Página 23 profesores y a las instalaciones- y, por otro, la falta de medios económicos de las familias, inculcó en nosotros el valor del esfuerzo y del trabajo diario, nos hizo interiorizar que se “recoge lo que se siembra”, que cuando se lucha, se consigue evocar el frío del pasado sin ya sentirlo. De esta etapa de bachillerato he dejado para el final la alusión a dos figuras claves en mi vida, mis profesores de dibujo, don Jesús García Ligero y don Miguel Lozano. Amigo del alma el primero, artista indiscutible del que aprendí tantas cosas, ingenioso y buen conversador, nunca he podido llenar el vacío que me dejó la muerte de García Ligero. A don Miguel Lozano, mi maestro antes y ahora, mi referente siempre, me sigue uniendo el mismo sentimiento de respeto y profundo cariño que experimenté a mis 11 años. Lo visito en su casa y sigo viendo en él a ese impoluto profesor, de bigote Velazqueño, que nos daba clases magistrales de dibujo en la pizarra, asombrándonos a todos por su maestría y rigor académico, pero también, por esa milagrosa capacidad que tenía para mantener impoluto su traje azul, sin una sola mota de tiza. No quiero cansarles…por ello, para terminar, permítanme dos pinceladas sobre mi etapa como profesor. Con ilusión, y bastante orgullo, por qué ocultarlo, volví años después a mi querido Juan XXIII. Esta vez me situé al otro lado de la tarima, frente a los pupitres que un día ocupé. Fueron años de esfuerzo por transmitir lo que había aprendido en esas mismas aulas, en Artes y Oficios, y en la facultad de Bellas Artes de Sevilla. También fueron años de estrecha y franca relación de compañerismo con los integrantes del claustro: Elisa, Jorge, Isa, Juan, José Ignacio, María Francisca, José Luis, Josefina, Francés, Mª Angustias, Pilar, don Manuel y tantos otros…Con todos vosotros compartí ganas de trabajar por los alumnos, frustraciones por los que se quedaban por el camino y alegría por los que continuaban. Y compartí, os acordáis, coche y paciencia en la salida del Instituto. Éramos un equipo bien avenido, así lo viví y así lo evoco. Fueron, finalmente, años en los que tuve el privilegio de conocer a fondo a una persona excepcional: don Rogelio Macías, fundador y alma de esta Institución. Refiriéndome a él quiero cerrar mi intervención y, créanme, no es fácil. Podría serlo si me bastara con ir concatenando adjetivos calificativos a su persona: inteligente, generoso, luchador, justo, acogedor, incansable trabajador…Pero todo eso ustedes ya lo saben. REVISTA ESCOLAR ARGOS (C.D.P. JUAN XXIII‐ZAIDÍN.) Página 25 Permítanme por tanto que no sabiendo cómo hacerlo, agradezca a don Rogelio su apuesta por nosotros, niños del Zaidín, tallando imaginariamente ante ustedes la que me gustaría fuese mi particular placa conmemorativa de esta celebración. En ella rezaría que, este Instituto, Juan XXIII, es la obra de un hombre digno que supo ser lo que Lord Byron escribió en un hermoso epitafio “valiente sin ferocidad”. Gracias. Juan Pedraza Estimados profesores, alumnos y antiguos alumnos, compañeros, autoridades, señores, señoras, amigos todos. Celebramos hoy, cuando él hubiera cumplido 94, que hace 50 años don Rogelio Macías fundó el colegio Juan XXIII del Zaidín. Sin duda alguna, la creación de un colegio es en sí misma un motivo de alegría, uno de los mejores que las personas podemos aprovechar para festejar la vida. Pero es que, además, en este caso –y créanme que no es mi intención desgranar tópicos– se dan unas circunstancias muy especiales. Unas circunstancias “especiales” sin grandilocuencia, de la vida cotidiana, de eso que Unamuno denominaba la intrahistoria, y que vale la pena recordar porque quizás ni el propio don Rogelio llegó a saberlas en todo su enorme alcance para la vida de los miles de niños y niñas que hemos pasado por estas aulas y estos patios en este medio siglo. REVISTA ESCOLAR ARGOS (C.D.P. JUAN XXIII‐ZAIDÍN.) Página 27 Yo soy una de ellas, una más de esas muchas. Cursé aquí el BUP y el COU entre los años 76 y 80. El colegió arrancó en el 64. De una y otra cosa ha pasado tanto tiempo que esos años son ya objeto de estudio, y hasta de ambientación “histórica” de series de televisión. Don Rogelio venía por el colegio con cierta frecuencia. Lo recuerdo muy alto, imponente, al menos para nosotros que lo mirábamos con una mezcla de miedo y respeto, como una figura de autoridad y, en cuanto tal, algo lejana. No me había planteado nunca qué clase de persona sería porque no tengo otra visión que la de aquella época de mi niñez, pero pensándolo ahora creo que, pese a no haberlo tratado, hay al menos una cosa que puedo afirmar sobre él sin temor a equivocarme: era un ser positivo y un humanista en el mejor y más clásico sentido de la palabra porque, como dice Fernando Savater, la creencia en la educación es propia de personas optimistas, de personas que creen en la perfectibilidad humana, en la capacidad innata de aprender y en el deseo de saber que la anima, en que hay cosas que deben ser sabidas y que merecen serlo, en que los seres humanos podemos mejorarnos unos a otros por medio del conocimiento. Don Rogelio Macías era de los que no se rendían. Empleó mucha energía, mucho trabajo y sobre todo mucha ilusión en hacer realidad una meta que él veía con claridad meridiana: crear escuelas para los niños de los barrios de Granada. Eso solo se puede hacer desde cimientos sólidos, desde la certeza de que la educación nos hace mejores y de que el saber es –debería ser– un derecho y no un privilegio. Cuando venía al Juan XXIII del Zaidín los alumnos no sabíamos todavía, como dice el poeta, que la vida iba en serio, y por eso no éramos conscientes de lo que estaba haciendo por nosotros, por cada uno de nosotros individualmente. Hoy sí lo somos –es una de las pocas ventajas de la edad–, y nunca es tarde para expresarlo y compartirlo. Por eso he aceptado estar aquí hoy, para tener la ocasión de agradecer lo que me llevé de aquí. REVISTA ESCOLAR ARGOS (C.D.P. JUAN XXIII‐ZAIDÍN.) Página 29 La creación de este centro (como los de La Chana y Cartuja) permitió que pudiésemos estudiar bachillerato muchos niños del Zaidín que quizás no lo habríamos hecho si hubiéramos tenido que acudir a alguno de los pocos institutos que había entonces en la ciudad, en aquellos autobuses pintados de azul y marfil que solo llegaban al centro y que no nos podíamos permitir coger a diario. El Zaidín era por entonces un barrio poblado sobre todo por gentes emigradas del campo en busca de las oportunidades del desarrollismo. Las familias eran bastante más numerosas que hoy. Todos teníamos muchos hermanos y por las tardes las calles estaban llenas de niños y niñas que jugábamos hasta el anochecer a la rayuela, a la lima, a policías y ladrones, a la comba, a los cromos, a “churro, pico o terna”… Nuestras madres nos mandaban a comprar el pan y la leche “de boca ancha” a las “pulevas”; nos llamaban desde las ventanas para que subiéramos a merendar y nos prohibían – inútilmente, todo hay que decirlo– cruzar el tubo sobre el río para ir al colegio. Vivíamos en pisos pequeños o en las casillas bajas. Nuestro mundo de niños tenía sus confines en el campo del Andrés, y en lo que hoy es la avenida de Cádiz; en el río Monachil y en la calle Fontiveros, a donde íbamos a buscar hojas de morera para los gusanos de seda como si de una expedición aventurera se tratase. En el Zaidín había entonces solares y descampados, acequias, cultivos y hasta vaquerías. Por la avenida de Dílar circulaban, junto con el 8 –Centro-Zaidín– y los Arana de los pueblos, los 600, los 850 y quizá algún que otro Citroen tiburón de algún emigrante retornado de Francia. Nos ponía las inyecciones “Rosarito la practicanta”, cada años nos comprábamos los zapatos Gorila al empezar el curso en “Calzados Marga” y veíamos las películas de moda en el Central y en el Apolo, nuestros cines de barrio. Para muchos la escuela primaria o la EGB eran el fin del periodo escolar y esperaban solo ponerse a trabajar cuando tuvieran la edad, 14 años. La caja de ahorros, Galerías Preciados o los Sánchez eran una aspiración de buena colocación, un ascenso social con respecto a nuestros padres. Sin embargo, el verdadero progreso era estudiar. Nuestros padres sabían que los estudios serían los que nos permitieran abrir horizontes y salir del barrio, tener una vida mejor que las suyas. Ellos, que apenas habían podido ir a la escuela, eran muy conscientes del valor de poseer una formación superior, y su insistencia y la ilusión que ponían en nosotros eran nuestro acicate. REVISTA ESCOLAR ARGOS (C.D.P. JUAN XXIII‐ZAIDÍN.) Página 31 ¡Hete aquí que nuestras madres y nuestros padres, las amas de casa y los trabajadores modestos del Zaidín, compartían objetivos con don Rogelio y todo pareció alinearse para que los consiguieran! Hemos estudiado, hemos aprendido, hemos viajado, conocido, sabido… pero todo empezó aquí, cuando comprábamos las cuñas a Rosarito, los mapas mudos y la tinta china en la papelería Mesa, que –afortunada y milagrosamente– sigue existiendo todavía. Cuando nos llevaban de excursión al río Dílar o vendíamos palomitas para el viaje de estudios. En estos pasillos donde sonaba música clásica para anunciar la proximidad del recreo y donde colgaban las imponentes fotos de Sierra Nevada que hacía don Jesús Peinado. Muchas generaciones de “zaidineros” hemos pasado por las aulas del Juan XXIII. Muchos han traído luego aquí a sus hijos y hasta a sus nietos. De esas promociones tan numerosas han salido policías, abogados, maestros, administrativos, músicos, profesores universitarios, médicos, artistas plásticos, enfermeros, aparejadores, comerciantes… Todos aportamos con responsabilidad desde lo que somos cada uno y, en esencia, lo que somos ante todo es buenas personas, personas educadas en ese sentido de la palabra que quizás se está transformando demasiado deprisa: personas orgullosas de nuestra formación, amantes de la cultura, personas con valores, capaces de reencontrarnos tantos años después con verdadera alegría en el corazón por lo mucho que nos importa todavía aquello que compartimos aquí. Para algunos no fue fácil porque la vida no era fácil entonces. Recuerdo la ropa REVISTA ESCOLAR ARGOS (C.D.P. JUAN XXIII‐ZAIDÍN.) Página 33 heredada de los hermanos mayores, los libros de segunda mano, la falda gris del uniforme cuidadosamente lavada y planchada cada fin de semana, a los compañeros que venían de Gójar y Dílar con sus fiambreras para comer aquí porque no les daban ni el tiempo ni quizás el dinero para volver por la tarde otra vez... En esa época todo estaba por hacer, no habíamos estrenado apenas la vida, el futuro estaba, casi intacto, era un arcano: no sabíamos lo que seríamos, pero sí lo que queríamos ser. Contamos para ello con buenos profesores y también, y sobre todo, con buenos maestros. Los buenos maestros son los que además de su asignatura, te enseñan a ser y a vivir. Cada uno tuvimos seguramente los nuestros y les debemos gratitud eterna y también hacerles saber cuánto influyeron en nuestra vida. Quizás no sea del todo correcto ni justo citar a ninguno, pero me van a permitir al menos dos excepciones porque este año del 50 aniversario del colegio coincide con un hecho importante para una de esas personas que ha sido, al menos para mí, una maestra: acaba de jubilarse hace apenas una semana M.ª Elisa Fernández Mendoza, tan menuda de cuerpo como grande en generosidad y entrega. Yo le debo mucho, tanto que hoy que se va y que se me da la palabra no sería justo que no le agradeciera en público su actitud siempre cargada de energía positiva, su compromiso con su trabajo, su ayuda, su amistad mantenida en el tiempo, sus clases preparadas con tanto rigor y detalle. Ella me abrió los ojos al arte y lo que todavía hoy sé, lo que me permite disfrutar de la belleza de un cuadro o de un edificio me lo proporcionó ella. Mi otra maestra es Antonia Soto, que me dio lengua y literatura y que, sobre todo, determinó la carrera que finalmente elegí. Quizá ella no sepa cuánto tuvo que ver en mi decisión el hecho de que durante años alimentara mi voracidad de lectora sin dinero para comprar libros con los volúmenes de su biblioteca personal, que me prestaba y sobre los que luego hablábamos largamente. REVISTA ESCOLAR ARGOS (C.D.P. JUAN XXIII‐ZAIDÍN.) Página 35 Eso es lo que nos dio y sigue dando Juan XXIII a sus alumnos, algo que va mucho más allá de lo material, de una manera de ganarnos la vida, nos da la luz del saber y la cultura, y los que la tenemos sabemos bien cuánto vale: no la cambiamos por nada, no tenemos posesión más preciada que nuestra educación. Verdaderamente emociona pasar la vista por esta sala y ver los hombres y mujeres en que nos hemos convertido aquellos niños y adolescentes, y emociona pensar que esa labor continúa como el propio fluir de la vida. Las promociones antiguas nos reunimos de vez en cuando, recordamos, nos reímos, nos hace cómplices tantos años después descubrir entre las primeras arrugas un gesto que no ha cambiado, una voz o una manera de hablar que perduran… Hicimos amistades y parejas que se mantienen. Nos miramos con ternura y reconocimiento. Comprobamos que, como dice Ana María Matute, es verdad que en realidad la infancia dura toda la vida .Que nunca acabamos de saber y que siempre somos aprendices de algo lo descubres cuando maduras. Pero es la curiosidad por saber la que nos permite renovar nuestro vestuario interior, afrontar el mundo y los días como retos en vez de como de problemas. Eso se sembró aquí, y los 50 años que han pasado nos han llevado a consolidar lo que sin duda estaba en la mente y el corazón de Rogelio Macías desde el principio. Para que no olvidemos nunca dedicar tiempo e ilusión a cultivarnos, a seguir aprendiendo, y también para apreciar el valor de lo que tenemos, para custodiar con mimo aquello que nos hace humanos, estamos aquí esta tarde celebrando, nada más y nada menos, que los 50 años de una escuela de barrio. Felicidades y, de todo corazón, gracias. Pilar Núñez Delgado REVISTA ESCOLAR ARGOS (C.D.P. JUAN XXIII‐ZAIDÍN.) Página 37 En el corazón Juan XXIII Érase una vez un espacio de revolución...un lugar dispuesto a revertir un orden al que parecía que el blanco y negro condenaba a perdurar durante muchos años. Un sitio alejado de un mundo de posguerra que miraba a su pasado cada vez con menos nostalgia y con más aprendizaje de los errores. Érase una vez un colegio al otro lado de un río. Después de 50 años, han cambiado las personas, han cambiado los lugares, han cambiado las imágenes pero la esencia es la misma: ser instrumento de formación integral, ofrecer a las personas el mejor regalo posible, que no es otro sino la educación. Ése fue el pensamiento de D. Rogelio durante toda su vida y ése sigue siendo el nuestro medio siglo después. REVISTA ESCOLAR ARGOS (C.D.P. JUAN XXIII‐ZAIDÍN.) Página 39 Han sido 50 años de vidas construidas sobre los pilares de la integración, la tolerancia, el respeto y la lucha por la justicia. Porque justo era que en el año 64 todos los niños del Zaidín estuviesen escolarizados, respetando esa dignidad de todo ser humano en la que creía D. Rogelio y tolerando todas las ideas que integraran la fe y la cultura para la construcción de una nueva sociedad. Cincuenta años adaptándose a los tiempos, con metodologías diferentes pero con objetivos similares: formar hombres y mujeres íntegros y buenos. Y no es fácil, como no es fácil ser fiel día a día a un ideario contra el que las distintas sociedades han luchado y al que las diferentes administraciones públicas no siempre han ayudado. Pero seguimos aquí, y decididos a quedarnos durante muchos años, en ese lado del rio donde un día no hubo nada más que desesperanza para seguir construyendo puentes donde el tiempo quiso poner muros. Y para seguir creyendo en el proyecto en el que un día D. Rogelio y unos cuantos locos como él creyeron; de esa locura nació un sueño, de ese sueño una realidad, y de esta realidad un futuro por escribir....como dijo alguien: ¿Lo escribimos juntos?. En el corazón, Juan XXIII podría ser su título ... Luis Miguel Vílchez Ledesma (Director) REVISTA ESCOLAR ARGOS (C.D.P. JUAN XXIII‐ZAIDÍN.) Página 41 ...hemos dejado huella...!!!