Ay ay ay de mí. Nuestro propio grito trágico en

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Ay ay ay de mí. Nuestro propio grito trágico en
Cátedra de Artes N° 12 (2012): 169-172 • ISSN 0718-2759
© Facultad de Artes • Pontificia Universidad Católica de Chile
Teatro Imagen
Hamlet
“Ay ay ay de mí. Nuestro propio grito trágico en escena.
Reflexiones de un proceso creativo montando Hamlet”
Por Nono Hidalgo Antonelli
[email protected]
Imagen 1. Ensayo de Hamlet. Fotografía de
Nono Hidalgo Antonelli.
Con la traducción del texto original de Hamlet hecha por el Premio Nacional
de Literatura, el poeta Raúl Zurita, y el montaje adaptado y dirigido por el Premio Nacional de Artes de la Representación, el director y dramaturgo Gustavo
Meza, esta reseña reflexiona sobre los puntos de unión entre las intrigas de un
reino en decadencia como plantea el argumento de Shakespeare, con nuestra
realidad chilena y latinoamericana, donde el foco de la puesta en escena se sitúa
en relación a la corrupción política y la traición, junto a las posibles estrategias
para ejercer la justicia en contra de un tirano, rindiéndole homenaje a nuestras
propias manifestaciones de la tragedia.
“La gente no sabe nunca lo que mañana le espera, lo que mañana le espera
la gente no sabe nunca”, dice Ofelia, la enamorada del príncipe Hamlet en la
última versión chilena de este clásico de William Shakespeare, haciendo una
cita al inicio de la canción El Amor de Violeta Parra. Este signo musical no
pasa inadvertido a la hora de construir un sentido local para este montaje que
se presenta como la mayor apuesta teatral del Centro Cultural Gabriela Mistral
durante 2012.
La vigencia de los temas y conflictos abordados en esta tragedia, donde las
imprecaciones shakesperianas se mezclan con la figura del padre, la traición y
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la locura, resulta muy atractiva a la hora de potenciar su puesta en escena en
nuestras latitudes y en tiempos muy distintos a los de aquel aproblemado reino
de Dinamarca donde el autor instaló la historia de su versión original. Porque si
nos remitimos al argumento de esta tragedia, Shakespeare nos cuenta la historia
de un golpe de Estado en el reino de Dinamarca, donde el fantasma de un Rey
asesinado por su hermano se le aparece al príncipe Hamlet y le pide que devele
la traición y el complot urdido para llevar a cabo la usurpación del poder y que,
de esta manera, pueda vengar su supuesta muerte por accidente.
Desde ese momento comienza el viaje trágico de un Hamlet que, debido
a las innumerables representaciones que ha tenido, estamos acostumbrados a
asociar con la melancolía y la locura de una manera muy etérea o filosófica, y
que, sin embargo, en la puesta en escena que estamos ensayando, se configura
en un personaje muy activo que, más que quedarse pensando o dudando sobre
qué hacer para lograr el objetivo que le encomendó el fantasma de su padre,
realiza innumerables acciones para desenmascarar al tirano, que además se casó
con la reina, su madre, quien, ignorante del asesinato de su marido, no tuvo más
opción que proteger su reino con estas nuevas nupcias.
Imagen 2. Ensayo de Hamlet. Fotografía de Nono Hidalgo Antonelli.
Se hace muy difícil entonces plantear una relación en abstracto de esta tragedia con el Chile del siglo XXI, y lo que conviene buscar para esta reflexión son
los puntos de unión entre las intrigas de un reino en decadencia, como plantea
el argumento de Shakespeare, con nuestra realidad chilena y latinoamericana,
donde el foco de la puesta en escena se sitúa en relación a la corrupción política
y la traición, junto a las posibles estrategias para ejercer la justicia en contra de
un tirano.
En torno a la puesta en escena, la versión de Hamlet de Gustavo Meza está
concentrada en el ritmo y la acción, sin intentar ayudar a Shakespeare como
muchos lo han intentado infructuosamente agregándole ingredientes o nuevas
lecturas a la tragedia, sino que centrando el trabajo en la actuación y las imágenes que evocan las palabras, presentando a este joven héroe maldito intentando
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hacer justicia a través del teatro, representando un asesinato muy similar al de
su padre para ver la reacción del asesino, estrategia que refuerza el ideal artístico
de nuestro oficio en torno a los efectos que produce en la gente.
Porque más allá de la aparición del fantasma del Rey muerto en busca
de venganza, o de las peleas con espadas como típico y trágico final de esta
especie de teleseries de la época isabelina que escribía Shakespeare, llenas de
malentendidos, intrigas y espías escuchando detrás de la puerta, en Chile y
Latinoamérica sabemos muy bien lo que significa la toma del poder por la
fuerza. Y en esta puesta en escena, el tirano asesino resulta una figura central
a la hora de construir sentido como espectadores/as, manteniendo el estilo y
la forma del original, es decir, sin dar respuestas a los conflictos que inspiran
la tragedia, sino dejando a la gente que asista a ver el espectáculo con muchas
preguntas por contestar.
Imagen 3. Ensayo de Hamlet. Fotografía de Nono Hidalgo Antonelli.
De hecho, la adaptación teatral de Gustavo Meza deja fuera el contexto
político y bélico del texto original, prescindiendo del personaje de Fortimbrás
quien representa los conflictos de armas que Dinamarca tiene con otros reinos, concentrando el argumento en las intrigas de un reino pobre, pequeño y
decadente, donde las cosas se arreglan entre cuatro paredes, y poniendo énfasis
en el cuestionamiento sobre la lealtad, encarnado en un príncipe que no puede
confiar en nadie a la hora de desenmascarar el asesinato de su padre. Y lo más
sorprendente, subrayando el momento de arrepentimiento que tiene el dictador,
un rasgo humano que a la realidad chilena y latinoamericana no le ha tocado
vivir, pero que Shakespeare incluye y Meza no descarta.
Ay ay ay de mí
Como dice la Reina Gertrudis en el Acto IV, “una desgracia viene siempre
pisando el manto de la otra”, y es así como Shakespeare instala la reflexión sobre
cómo la maldad y la corrupción hacen sufrir a unos por las injusticias de otros.
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Este es el caso del personaje de Ofelia, quien además de sufrir la renuncia del
amor por parte de Hamlet en favor de su objetivo, debe enfrentar que este mismo
asesine a su padre por error, quedándose sola en medio de terribles sucesos que
no tenía por qué vivir ni comprender a su corta edad.
Que Gustavo Meza nos instale a Ofelia en el escenario cantando la reconocible Run run se fue pa´l norte en medio de las miradas perplejas del Rey
tirano y la Reina, nos hace conectar estas historias universales con una de las
grandes representantes de nuestra tragedia contemporánea como es Violeta
Parra, transformando esos dolorosos y conocidos “ay ay ay de mí” del coro en
la máxima expresión chilena de la estructura de pensamiento trágico utilizada
por Shakespeare, lo que llena de sentido local el escenario, e instala la mirada
en relación a cómo el dolor de un amor imposible, o la injusticia de las muertes
impresentables, pueden desencadenar la locura como única salida de este mundo
cruel, y no como una estrategia, como es el caso de Hamlet.
Es así como este montaje, más allá de volver a recordarnos una historia mil
veces contada, propone valorar nuestros propios referentes latinoamericanos a
la hora de interpretar un clásico, como el tango que Ofelia y Hamlet bailan en
una especie de premonición de la tragedia que tendrán que vivir. Por otro lado,
las canciones de Violeta Parra mencionadas, o la ranchera que canta el personaje
del Sepulturero, rindiéndole honor a la muerte en la cultura mexicana, están en
este montaje a la misma altura de los grandes referentes clásicos universales,
confirmando que la humanidad repite y repite sus errores y sus ritos a lo largo
de los siglos, expresándolos en estructuras similares, las que en esta ocasión
Gustavo Meza nos hace evidentes mediante una puesta en escena que reivindica
nuestros propias manifestaciones de la tragedia, dándole un merecido espacio
a esos dolorosos “ay ay ay de mí” de Violeta Parra, en un homenaje teatral que
funde a un gran autor universal con nuestra identidad latinoamericana.