El padre ausente Por Hank Moody Era una tarde de verano
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El padre ausente Por Hank Moody Era una tarde de verano
El padre ausente Por Hank Moody Era una tarde de verano luminosa y clara. Los últimos días de un agosto que desde entonces no saldría de su memoria. Eran tan felices. El joven Michi esperaba con ansia la vuelta de su padre para contarle lo que le había pasado con una avispa traicionera, uno de esos sucesos triviales que acontecen en el fulgor de la infancia. Pero Don Leopoldo no tenía el cuerpo para historias. Volvía a Villa Odila en su flamante coche haciendo eses, nervioso, sudoroso, con un dolor en el pecho y el recuerdo de una frugal comida que golpeaba cual hierro candente sobre yunque. Era lógico por tanto que sin siquiera saludar apartara de un manotazo al pequeño, que se quedó entre las encinas maldiciendo al progenitor por su falta de tacto. La siguiente noticia fue que la sonrisa del conejito blanco había desaparecido para siempre. Así de repente. Y entre otras cosas se llevó algo que nunca ya recuperaría: la inocencia. Quizás fue la primera de las hostias que le dio la vida.
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