UNITAT 4: Expansió del cristianisme per l`imperi
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UNITAT 4: Expansió del cristianisme per l`imperi
UNITAT 4: Expansió del cristianisme per l’imperi romà Activitat 4.2 A partir dels textos que tens a continuació explica quines van ser les causes i les conseqüències de les persecussions cristianses LAS CAUSAS DE LAS PERSECUCIONES[128] La oposición frontal entre el imperio y el cristianismo no radicaba en el campo de los hechos concretos, sino en el de los principios. Hay que ver que el imperio estaba instituido en una religión colectiva y nacional que unía el reconocimiento de la religión oficial a la legalidad ciudadana. Sin embargo, los cristianos partían de la idea de una religión personal que sólo tributaba culto al Dios de sus conciencias. La causa fundamental por la que el imperio romano se enfrentó al cristianismo, fue la falta de libertad religiosa o la confesionalidad del Estado, por eso, hasta que el imperio no renunciase a esta confesionalidad, la confrontación con los cristianos perduraría; pero, cuando en el año 313 Constantino proclamó que todos los ciudadanos del imperio, "incluidos los cristianos", podían y debían adorar al dios que se hubiese apoderado de su conciencia, el imperio romano, basado en el culto oficial pagano, se autodestruyó porque renegó de si mismo. Además existen algunos hechos que se suelen considerar como causas de las persecuciones, tales como la hostilidad de los judíos, que no podían ver con buenos ojos que el cristianismo se expandiera a su sombra, como se evidenció en el caso del martirio de San Policarpo de Esmirna; la animosidad de las masas, que incitaron a la persecución en busca de un chivo expiatorio por la presencia de una peste, de una hambruna o de una guerra, no debe ser considerada propiamente como causa, sino mas bien como ocasiones o pretextos para acabar con una gente a la que se odiaba o se rechazaba, como se evidencio, según Tácito, en el caso de la persecución de Nerón. Paul Allard habla de tres causas principales: 1) el prejuicio popular 2) los prejuicios de los estadistas 3) las mezquinas pasiones de los emperadores. Las causas de las persecuciones se deben a varios factores. Ante todo, que los cristianos se negaban a adorar a los dioses oficiales y a reconocer el carácter divino de los emperadores, esto provocaba dentro del Imperio un gran peligro en cuanto a la legitimidad política del poder. Por otro lado, la persecución a los cristianos, se convirtió en un modo de contentar a los sectores de la religión oficial y por último, la nueva religión de los seguidores de Cristo, atacaba fuertemente los órdenes establecidos por el Estado, por su gran dogma del ejercicio del amor fraterno entre todos los hombres. Causas. La p. constituye un elemento constante e ineludible de la historia de la Iglesia. Ésta, Esposa de sangre de Jesucristo (v.), perseguido y muerto en la cruz, debe reproducir en sí la imagen de su Fundador, que anunció: «Seréis perseguidos de ciudad en ciudad, seréis odiados y vilipendiados por mi nombre, seréis llevados a los tribunales y condenados a los mayores padecimientos» (Le 21,12 y 19); «Si el mundo os aborrece sabed que primero me aborreció a mí» (lo 15,18). La Iglesia, «instituida por el mismo Cristo para propagar en el mundo el reino de Dios y, con la luz de la ley evangélica, guiar a la decaída humanidad hacia un destino sobrenatural... chocó necesariamente con las pasiones que pulularon al pie de la antigua decadencia y corrupción, es decir, con el orgullo, la codicia y el amor desenfrenado de los goces terrenos, y con los vicios y los desórdenes que de éstos proceden, y que en la Iglesia encontraron siempre el más poderoso freno» (León XIII, Enc. Annum ingressi, 19 mar. 1902: Acta Leonis XIII 22,55). Esta puede ser, a modo de síntesis, la causa principal de las persecuciones. Aunque cada una se desencadene por motivos diversos (choque con el paganismo, fanatismo religioso, razones político-religiosas, cte.), en último extremo la p. es debida al enfrentamiento del pensamiento cristiano con una forma de vida o de pensar distinta que verá en aquél un enemigo, y, por tanto, lo hará objeto de persecución. Consecuencias. Las p. constituyen un bien para la Iglesia, y de ellas ha salido siempre purificada. Aunque, ante la dificultad, inicialmente se puede producir alguna defección la sangre de los mártires ha sido siempre semilla de nuevos cristianos. Son clásicas las palabras de Tertuliano: «Crecemos en número cuantas veces nos segáis; es semilla la sangre de los cristianos» (Apologeticum 50,13; PL 1,534). LES TRES GRANS PERSECUCIONS 1. La persecución de Nerón Las circunstancias que rodearon a la primera persecución —la neroniana— fueron pródigas en consecuencias, pese a que esa persecución no parece haberse extendido más allá de la Urbe romana. La acusación oficial hecha a los cristianos de ser los autores de un crimen horrendo —el incendio de Roma— contribuyó de modo decisivo a la creación de un estado generalizado de opinión pública profundamente hostil para con ellos. El Cristianismo era considerado por el historiador Tácito «superstición detestable»; «nueva y peligrosa», según Suetonio; «perversa y extravagante», para Plinio el Joven. El mismo Tácito calificaba a los cristianos de «enemigos del género humano», y no puede, por tanto, sorprender que el vulgo atribuyese a los discípulos de Cristo los más monstruosos desórdenes: infanticidios, antropofagia y toda suerte de nefandas maldades. «'¡Los cristianos a las fieras!' —dirá Tertuliano— se convirtió en el grito obligado en toda suerte de motines y algaradas populares». 2. La persecución de Decio La primera de estas grandes persecuciones siguió a un edicto dado por Decio (a. 250), ordenando a todos los habitantes del Imperio que participaran personalmente en un sacrificio general, en honor de los dioses patrios. El edicto de Decio sorprendió a una masa cristiana, bastante numerosa ya, y cuyo temple se había reblandecido, tras una larga época de paz. El resultado fue que, aun cuando los mártires fueron numerosos, hubo también muchos cristianos claudicantes que sacrificaron públicamente o al menos recibieron el «libelo» de haber sacrificado, y cuya reintegración a la comunión cristiana suscitó luego controversias en el seno de la Iglesia. La experiencia sufrida sirvió en todo caso para templar los espíritus y cuando, pocos años después, el emperador Valeriano (253-260) promovió una nueva persecución, la resistencia cristiana fue mucho más firme: los mártires fueron muchos, y los cristianos infieles —los lapsi—, muy pocos. 3. La persecución de Diocleciano La mayor persecución fue sin duda la última, que tuvo lugar a comienzos del siglo IV, dentro del marco de la gran reforma de las estructuras de Roma realizada por el emperador Diocleciano. El nuevo régimen instituido por el fundador del Bajo Imperio fue la «Tetrarquía», es decir, el gobierno por un «colegio imperial» de cuatro miembros, que se distribuían la administración de los inmensos territorios romanos. El régimen tetrárquico atribuía a la religión tradicional un destacado papel en la regeneración del Imperio, pese a lo cual Diocleciano no persiguió a los cristianos durante los primeros dieciocho años de su reinado. Diversos factores —entre ellos sin duda la influencia del césar Galerio— fueron determinantes del comienzo de esta tardía pero durísima persecución. Cuatro edictos contra los cristianos fueron promulgados entre febrero del año 303 y marzo del 304, con el designio de terminar de una vez para siempre con el Cristianismo y la Iglesia. La persecución fue muy violenta e hizo muchos mártires en la mayoría de las provincias del Imperio. Tan sólo las Galias y Britania —gobernadas por el cesar Constancio Cloro, simpatizante con el Cristianismo y padre del futuro emperador Constantino— quedaron prácticamente inmunes de los rigores persecutorios. El balance final de esta última y gran persecución constituyó un absoluto fracaso. Diocleciano, tras renunciar al trono imperial, vivió todavía lo suficiente en su Dalmacia natal para presenciar, desde su retiro de Spalato, el epílogo de la era de las persecuciones y los comienzos de una época de libertad para la Iglesia y los cristianos. Causas de las persecuciones. Número de los mártires Quedaría incompleto el cuadro de las persecuciones si no analizáramos sus causas: el prejuicio popular, el prejuicio de los políticos y la pasiones personales de los soberanos. El prejuicio popular Al principio, se confundía en el Imperio a los cristianos con los judíos, y compartían aquéllos la impopularidad de éstos. El pueblo romano acusaba a los judíos de «ateísmo», porque su culto no admitía imágenes; de exclusivismo, por su aversión a cualquier culto que no fuera el suyo; de odio al género humano, porque por sus costumbres se separaban del común de la gente. Distribuidos, en efecto, por todo el Imperio, formaban siempre en él un pueblo aparte, y las leyes romanas les concedían una amplia autonomía. Mucho tiempo los paganos pensaron que el cristianismo era una variante del judaísmo. Pero a medida que iba difundiéndose el Evangelio en toda la sociedad romana, se hizo patente que judíos y cristianos eran bien distintos, aunque los segundos procedieran de los primeros. Y una vez diferenciados los cristianos como tales, también ellos, y aún más, fueron acusados de ateísmo y de odio al género humano. El hecho queda ampliamente documentado en los apologistas cristianos y en los autores paganos (San Justino, 1 Apol. 6; 2 Apol. 3; Atenágoras, Legat. pro christ. 3; Eusebio, Hist. Eccl. IV, 15,18; Luciano, Alex. 25,38; Minucio Félix, Octavius 8-10; Tertuliano, Apolog. 35,37; Tácito, Annal. 15,44). Los cristianos parecían, incluso, a los paganos más ateos que los judíos, pues éstos tenían sacrificios cruentos, y aquéllos no. Fuera de los romanos, pues, había tres clases de hombres: griegos o gentiles, judíos en segundo lugar, y cristianos, el tertium genus (Tertuliano, Ad nat. I, 8,20; Scorpiac. 10). Toda clase de crímenes abominables se atribuyen a esta tercera casta, que parece ser inferior a la misma raza humana, hasta el punto de que Tertuliano cree necesario en su Apologéticus confirmar que los cristianos tienen la misma naturaleza que los otros hombres (Apol. 16). Como puede comprobarse en los autores antes citados, los cristianos eran acusados de incestos, asesinatos, antropofagia ritual. Corrían sobre ellos historietas espeluznantes, afirmando que en las tinieblas encubrían misterios indecibles de crueldad y depravación. Por otra parte, eran considerados como gente inepta, incapaz para los negocios públicos, postrados en una inercia morbosa (Tácito, Annal. XIII, 30; Hist. III,75; Suetonio, Domit. 15). Durante el siglo II, no sólo el pueblo ignorante y crédulo, también no pocos autores latinos, como los citados, y hombres cultos, creen en esta caricatura de los cristianos, estimando que todos esos crímenes eran inherentes a la profesión cristiana. Y de esta opinión general se sirvió Nerón para atribuirles el incendio de Roma. Los emperadores ilustrados del siglo II, Trajano, Adriano, Marco Aurelio, Antonino, estimaron también a los cristianos tan peligrosos para el orden público que con diversos rescriptos trataron de canalizar, de alguna manera, el odio popular contra los cristianos, encauzándolo por el procedimiento judicial. Denuncias generalizadas contra los cristianos se producen en Bitinia; tumultos en Asia y Grecia; ultrajes, violaciones de sepulcros, en Cartago; en Lión, atroces calumnias sobre crímenes contra natura; en Roma y Alejandría, terrores supersticiosos hacen culpar a los cristianos de toda catástrofe; en Esmirna, como en Cartago, se levanta a veces en la multitud del circo el grito: «¡Abajo los ateos! ¡Los cristianos a los leones!» Esta aversión popular supersticiosa, iniciada pronto, y en la que se apoyó Nerón para lanzar la primera persecución, fue creciendo en el siglo II. Los emperadores de ese siglo, antes aludidos, son cultos y honrados; no tienen a los cristianos por peligrosos ni criminales, pues prohiben a los magistrados buscarles y perseguirles de oficio. No creen, por lo que se ve, reales las acusaciones de que generalizadamente eran objeto. Por eso les otorgan una semiprotección jurídica, procurando defender el orden público. Pero, sin embargo, ordenan condenar a aquellos cristianos que, acusados ante los tribunales, no abjuren de su fe. Consideran, por tanto, la perseverancia en el cristianismo como un hecho punible, pues era clara desobediencia a la antigua ley, nunca abrogada, que prohibía la existencia de los cristianos. Plinio, siguiendo las instrucciones de Trajano, castiga en los fieles de Bitinia «la testarudez y la inflexible obstinación» -pertinaciam certe e inflexibilem obstinationem (Epist. X,96)-. Marco Aurelio, de modo semejante, reprocha a los cristianos su «terquedad» y el «fasto trágico» con que van a la muerte (Pensamientos XI,3). El prejuicio de los políticos El prejuicio político contra los cristianos se inicia ante todo con Septimio Severo, que considera excesivo el número de conversiones al cristianismo. Ve en ello un peligro. Pero cuando ese temor se hace más grave es a mediados del siglo III, en tiempos de Decio y luego de Valeriano. Si Decio, a quien la historia no acusa de crueldad, pone a los cristianos en el trance de volver al paganismo o morir; si Valeriano, tan favorable en un principio a los fieles que su palacio se asemejaba a una iglesia (San Dionisio de Alejandría, en Eusebio: Hist. eccl. VI,10,3), se vuelve de pronto contra los cristianos, sobre todo contra sus jefes, es porque consideran que la Iglesia se ha hecho ya incompatible con la seguridad y la vida misma del Imperio. No es fácil saber por qué razones se llegó a estimar esta incompatibilidad entre Iglesia e Imperio. Hacia el siglo III, concretamente, ya los antiguos prejuicios populares, al menos los más groseros, estaban ampliamente desmentidos por la realidad. Pero los políticos seguían viendo en los cristianos con gran reticencia: se les veía alejados de cargos públicos, apartados de las fiestas cívicas, reacios por completo al culto nacional y a la adoración idolátrica, más aún, empeñados en apartar a otros ciudadanos de una religión cuyos principales pontífices eran el Emperador y las altas autoridades políticas. Todo esto lo entendían como misantropía, como «odio al género humano». Ahora bien, los cristianos eran obedientes a las leyes, a los magistrados, al Emperador; pero se negaban a adorar a los falsos dioses del Estado, y por eso mismo se mantenían alejados en lo posible de las fiestas cívicas, en las que se les daba culto. Reprobaban también, en efecto, los espectáculos licenciosos, así como los juegos sangrientos. Y así es como los cristianos, en medio de la unanimidad social del Imperio, introducían un elemento nuevo que podía hacerla estallar. Se alzaban ante el Estado como una nueva libertad, que los políticos entendían incompatible con aquél. Se trataba de un delito de opinión, leve, al parecer, pues consistía más bien en una abstención; pero era castigado con terribles penas, porque los políticos del siglo III entendían esa abstención como una deserción cívica. En el fondo había un malentendido que el Estado romano tardará aún sesenta años en descubrir. Y cuando lo descubra, será ya demasiado tarde para su prosperidad y salud. A poco que se considere, se entenderá fácilmente que el prejuicio político contra el cristianismo carecía de base real. En el siglo III, concretamente, muchos eran los que se alejaban de cargos públicos o del servicio militar, que ya por entonces no era obligatorio. Los cristianos, por su parte, no tenían nada en contra del servicio público cívico o militar, y de hecho asumían tales cargos bajo emperadores tolerantes, como Alejandro Severo y Filipo, que en ellos no les exigían actos de culto inadmisibles para sus conciencias. Es cierto que hubo algunos autores cristianos especialmente intransigentes en estas cuestiones, como Tertuliano (De corona militis; De idolatría, 19; De pallio, 9; De resurrectione carnis 16), Orígenes (Contra Celsum VIII,71), Lactancio (Div. instit. VI,20); pero enseñaban en esto contra la doctrina de la Iglesia. Ésta nunca impuso a los fieles la obligación de separarse sistemáticamente de la vida pública. Como el mismo Tertuliano reconoce, los cristianos no eran brahamanes ni gymnosofistas de la India, sumidos en contemplación distante, sino buenos súbditos y aún buenos soldados del Imperio. El género de la vida cristiana en modo alguno implicaba amenaza contra la sociedad vigente. No adoraban a los emperadores, pero oraban por ellos. No soñaban siquiera con un régimen político nuevo, sino que solo pretendían mejorar el que ya existía. Por otra parte, mientras los políticos romanos perseguían al cristianismo, permitían en todo el Imperio la difusión de cultos orientales, que adoraban a Mithra, a Cibeles, y que no pocas veces unían a sus fieles en una especie de francmasonería extraña y misteriosa. No mostraban temor a que estos cultos nuevos acabaran con las antiguas divinidades del Imperio. No alcanzaron a entender que las antiguas costumbres severas de la cultura romana se veían amenazadas por esos cultos exóticos, mientras que podían fortalecerse y renovarse con la difusión del cristianismo, mucho más afín al genio latino. Quien más groseramente parece haberse equivocado en esto fue el perseguidor Aureliano. Cuando el Este y el Oeste habían logrado unirse en un Imperio, él quiso restablecer «la unidad moral», y para ello dictó un «sangriento» edicto (Lactancio, De morte persecut. 6). Pero al mismo tiempo que persigue a la nueva religión, este hijo de una sacerdotisa de Mithra, junto al culto imperial, instituye un culto al Sol, «señor del Imperio romano», con un segundo colegio de pontífices. Nada prueba, en fin, que la libertad de conciencia proclamada por los cristianos amenazara la vida del Imperio, sino que muchos indicios demuestran lo contrario. Los muchos años en que durante el siglo III el Imperio dejó respirar a la Iglesia, sin padecer por eso daño alguno, prueban claramente que el Imperio hubiera podido convivir perfectamente con los cristianos. Las pasiones personales Las persecuciones contra la Iglesia procedieron, como hemos visto, de prejuicios que afectaban al pueblo, y más tarde especialmente a los políticos. Pero tuvieron también su origen en mezquinas pasiones personales. Nerón culpa a los cristianos del incendio de Roma, y da origen a una horrible legislación persecutoria. Maximino persigue a los cristianos por odio a su predecesor Alejandro Severo, que los había favorecido. Decio persigue a los cristianos dejándose llevar también de su aversión contra Filipo, cuyo puesto había usurpado, y que había sido tolerante. Valeriano, persigue a los jefes cristianos porque era ocultista, dado a las artes mágicas e sujeto al influjo de adivinos. Su persecución está causada también por la ambición de hacerse con los bienes de una Iglesia despojada. De modo semejante Diocleciano comienza la última persecución azuzado por arúspices y oráculos. Y sobre su ánimo pesaba también mucho el odio anticristiano de su colegia imperial Galerio, hijo de una aldeana que había sido sacerdotisa. Desde la segunda mitad del siglo I hasta el año 313 -y después en ciertas provincias- los cristianos en el Imperio Romano fueron perseguidos. En los primeros tiempos las autoridades cristianas no distinguían la doctrina cristiana de la judía. Así el historiador Tácito menciona las revueltas causadas en Roma en tiempo del emperador Claudio "por un tal Cresto", a quien cabe identificar con Cristo, como la causa de la expulsión de los judíos de la ciudad de Roma el año 44. Se suele afirmar que hubo diez persecuciones romanas contra el Cristianismo decretadas por diez emperadores: son las persecuciones de Nerón, Domiciano, Trajano, Marco Aurelio, Septimio Severo, Maximiano, Decio, Valeriano, Aureliano y Diocleciano. En realidad durante todo este periodo el cristianismo fue religión prohibida (religio illicita) y estuvo permanentemente bajo el riesgo de persecución dependiendo de la sensibilidad de los gobernadores provinciales del momento. Durante largas épocas había bastante tolerancia y la Iglesia tenía libertad de actuación, que era interrumpida por algunas detenciones y algunos martirios, lo que obligaba a los cristianos a pasar a la clandestinidad. Las diez persecuciones tradicionales son diez momentos en los que las autoridades centrales iniciaban épocas de persecuciones generalizadas. Con todo, nunca eran seguidas uniformemente por el Imperio: una vez más, el grado de cumplimiento de los decretos persecutorios del emperador dependía de cada gobernador. La intensidad de cada persecución también variaba de una a otra: la de Nerón probablemente causó unas decenas de muertos en Roma y no se sintió fuera de la ciudad, mientras que la de Diocleciano tuvo como finalidad exterminar el cristianismo y se empleó a fondo. Tanto fue el derramamiento de sangre que Diocleciano hizo acuñar una moneda con la inscripción «Diocleciano, emperador que destruyó el nombre cristiano». Es difícil dar un número de víctimas. El historiador inglés del siglo XVIII Edward Gibbon arroja un máximo de 2.000 víctimas cristianas durante la Gran Persecución (303-313) y supone un estimado total de 4.000. Hoy día los historiadores más solventes suponen unas cifras de algunos miles (seguramente menos de 10.000) en todo el periodo. Se conservan un buen número de actas de los juicios a los mártires (las Acta martyrum o actas de los martirios) que fueron -en la medida de lo posible- copiados cuidadosamente por los correligionarios de los mártires de los archivos oficiales y conservados en los archivos eclesiásticos. Sin embargo, la dispersión geográfica de las actas que nos han llegado es muy irregular porque en la persecución de Diocleciano se dio la orden de destruir estos registros. CONSEQÜÈNCIES 14. LOS TIPOS DE SUPLICIOS DE LOS MÁRTIRES[129] Los suplicios de los mártires marcan dos cumbres de la historia: la cumbre de la crueldad, de los instintos sanguinarios y ferales del hombre y la cumbre de la grandeza moral, del heroísmo sobrehumano de que es capaz el mismo hombre asistido por la ayuda de Dios y bajo los estímulos religiosos. a) El destierro La pena menos dura en que el cristiano podía incurrir, era la del destierro, pero aún así a veces tenía consecuencias trágicas. Era común, aunque no siempre se daba, tratándose de cristianos, la confiscación de los bienes y la muerte civil o pérdida de los derechos de los ciudadanos. Superior al destierro en la escala de las penas era la deportación. Se la consideraba como pena capital porque llevaba consigo la muerte civil. Así es que a los deportados se les trataba como a forzados, y se los internaba en las islas de peor y más áspero clima. En ocasiones, las privaciones y el látigo o el palo de los guardianes apresuraban un fin que les parecía tardaba demasiado en llegar. San Juan Evangelista fue relegado a la isla rocosa de Patmos: las mujeres romanas Flavia y Domitila, a las islas Pandataria y Poncia: San Clemente Papa al Ponto y a otros diversos sitios San Cornelio, Cipriano y Dionisio de Alejandría. b) Los trabajos forzados La condena a trabajos forzados, en especial a las canteras y minas, era ya antigua en el imperio romano y usada con frecuencia. Con ella quedaba beneficiado el Estado por el trabajo gratuito de aquellos centros de riqueza. Muchos cristianos sufrieron esta pena en tiempos de las persecuciones. En diversas épocas hallamos mención de cristianos condenados a las minas. Estos forzados cristianos, vivían en el interior de la mina, mal alimentados y apenas vestidos, y temblaban de frío debajo de sus harapos en el aire helado de los subterráneos. Sin cama se acostaban en el suelo. Les estaban prohibidos los baños, lo que no era la menor de sus privaciones. A los presbíteros se les prohibía celebrar misa. Pero, en los años 308 y 309, la crueldad subió a cuotas insospechadas, mutilándose a los detenidos, y arrancándoles el ojo derecho. A los jóvenes se les castraba. Muchos de estos cristianos, entre los cuales se hallaban mujeres y niños, morían agotados en el camino y eran pasto de los chacales. c) La decapitación La decapitación se realizaba en público, pero sin solemnidad. Se solía dar el golpe mortal, en cualquier postura, ya fuera de rodillas, o de pie junto a un poste. La ejecución se llevaba a cabo con una espada, pues por ley no podía ser sustituida ni por un hacha ni por otra arma cualquiera. En el siglo III, muchos cristianos sufrieron la decapitación, baste nombrar los siguientes: el soldado Besa, las mujeres Ammonaria, Mercuria, y Dionisia, en Alejandría; el Papa Sixto II y sus diáconos, en Roma; el obispo Cipriano, Montano, Lucio y Flaviano, en Cartago; Santiago, Mariano y sus innumerables compañeros, en Lambesa. d) La pena de la hoguera Hasta el siglo II, parece que fueron pocos los cristianos condenados al fuego. A excepción de Nerón, que hizo quemar a muchos cristianos a guisa de antorchas vivientes, en el Circo Máximo, fueron atados a postes vestidos con una túnica rociada de pez y de resina, para que sirvieran sus cuerpos en llamas de velas encendidas para iluminar la noche. De todas formas la hoguera fue un suplicio terrible y además frecuente. El escenario de la ejecución solía ser por lo general el estadio o el anfiteatro. El suplicio de fuego, como queda dicho, constituía, por lo común un espectáculo que se ofrecía al público. Pero los métodos del suplicio tuvieron variantes, según lo ordenase los magistrados. Así es como se inventó la caldera de aceite hirviendo, la caldera de betún encendido, la cal viva, la jaula o lecho de hierro candente. PERSECUCIONES ROMANAS CONTRA LOS CRISTIANOS Razones de las persecuciones La atribución a Jesús del título Kuryos, reservado al emperador, fue contemplado como un delito de lesa majestad y un atentado Políticas Cristo es Señor a la unidad del Imperio, en cuyo vértice se encontraba la figura imperial. Una sociedad dividida en estamentos sociales netamente diferenciados, veía la enseñanza cristiana sobre la igualdad esencial de todos los seres humanos como un ataque directo a su estructuración social y económica. Que un esclavo pudiera alcanzar en la iglesia los mismos puestos de responsabilidad y Igualitarios – gobierno que una persona libre, era más de lo que aquella Sociales Separatistas sociedad podía soportar. La asociación de ciertas costumbres con la idolatría y la crueldad (teatro, circo) motivaba a los cristianos a no participar en las mismas. Frente al sincretismo religioso dominante, el cristianismo Religiosas Exclusivistas proclamaba un solo Dios y un solo medio, Jesucristo, para acercarse a él. Muchos fueron los bulos que corrieron sobre los cristianos en aquellos siglos: practicaban el incesto, eran caníbales y culpables de los desastres naturales. La primera acusación era una Culpables de distorsión de la enseñanza cristiana sobre el amor (ágape) entre Populares catástrofes hermanos; la segunda sobre la participación en la mesa del Señor; la tercera les achacaba la responsabilidad de los males que aquejaban al Imperio desde que el cristianismo había hecho su aparición. Consecuencias de las persecuciones El arrojo y entereza de los mártires y de los confesores ante la tortura y la muerte supuso un Ejemplo de los mártires ejemplo para los cristianos mismos y también una prueba de la integridad cristiana para los paganos. El sufrimiento fue uno de los filtros que separó la Purificación de la iglesia paja del trigo en aquella época. Positivas Si alguien está dispuesto a morir antes que ceder, es Apología de la fe que el cristianismo es algo más que la superstición que muchos imaginaban. La célebre frase de Tertuliano: 'La sangre de los mártires Crecimiento numérico es semilla de nuevos cristianos', halla en esa época toda su razón de ser. La figura del mártir comienza a tomar una dimensión Sobreestimación de los gigantesca en la mente de muchos. Sus reliquias mártires comenzarán a ser veneradas hasta puntos que Negativas comenzarán a rayar con la idolatría. Se comienza a invocar a los mártires, ante la creencia Invocación de que tras su muerte han ido directamente al cielo. Obras supererogatorias División en la iglesia Implícitamente se introduce la creencia de que el resto de los cristianos al morir no van directamente al cielo. En cierta manera aparece la noción de obra supererogatoria, es decir, la obra que tiene más méritos que la obra normal, convirtiéndose esta idea en el principio del tesoro de méritos de los santos, que tanta prominencia alcanzará después. Con las persecuciones se darán casos de heroísmo y de cobardía en el seno de la comunidad cristiana, lo cual provocará agrios enfrentamientos entre el sector partidario de no admitir a la comunión a los que apostataron, con el consiguiente tropiezo que han ocasionado a otros, y aquellos que desean darles una nueva oportunidad. Activitat 4.3: L’Edicte de Milà. Després de llegir els textos referits a l’Edicte de Milà, respon: 1. Qui el va promoure l’Edicte de Milà? Per què? 2. Què és l’Edicte de Milà? 3. Què va significar per l’Imperi Romà? 4. Quines conseqüències va tenir pel cristianisme? 5. Com valores aquest fet? Raona la teva resposta. Text de l’edicte Edicte de Milà "Cuando yo, Constantino Augusto y yo, Licinio Augusto, afortunadamente nos reunimos cerca de Mediolanum (hoy Milán en Italia), y estuvimos considerando todo lo pertinente al bienestar y la seguridad pública, pensamos, entre otras cosas que estimamos serían para el bienestar de muchos. Las regulaciones pertinentes a la reverencia a la divinidad deben ciertamente hacerse primero. Por lo que debemos conceder a los cristianos y a los demás, total autoridad para observar la religión que cada uno prefiera. Para que cualquier divinidad que sea que se siente en los cielos sea propicia y benévola con nosotros y con todos los que están bajo nuestro reino. Y así, por medio de este sano consejo y honesta provisión pensamos hacer los arreglos para que nadie sea de manera alguna negado de la oportunidad de dar su corazón a la observancia de la religión cristiana, a la religión que él piense que es la mejor para sí mismo, para que la suprema deidad, a quien libremente adoramos e inclinamos nuestro corazón, muestre en todas las cosas su usual favor y benevolencia. Por tanto, deben saber que nos ha placido remover todas las condiciones impuestas anteriormente respecto a los cristianos y ahora, cualquiera que desee observar la religión cristiana puede hacerlo libre y abiertamente sin ser molestado. Pensamos conveniente encomendar completamente a ustedes para que sepan que le hemos dado a los cristianos irrestricta libertad para ejercer su adoración religiosa. Cuando ven que esto ha sido concedido a ellos por parte de nosotros, también le hemos concedido a otras religiones el derecho de llevar libre y abierta observancia de su adoración con el propósito de mantener la paz en nuestros tiempos, que cada uno pueda tener libertad de culto según quiera. Esta regulación se ha hecho para que no parezca que hemos querido actuar en detrimento de ningún dignatario o de ninguna religión. Sin embargo, en el caso de los cristianos, estimamos que es mejor ordenar que si acaso alguien ha comprado de nuestro tesoro o de alguien quienquiera que sea, esos lugares donde ellos acostumbraban a congregarse previamente, sobre lo cual, un decreto ha sido hecho y una carta les ha sido enviada oficialmente para que esa propiedad les sea restaurada a los cristianos sin que tenga que mediar pago o recompensa alguna y sin ninguna clase de fraude o engaño. Los que hayan recibido una de esas propiedades como obsequio, deben retornarla inmediatamente a los cristianos. Además, tanto aquellos que las han comprado como los que las han recibido como regalo deben apelar al vicario y de esa forma buscar un resarcimiento económico proveniente de nuestras arcas, para que reciban por medio de nuestra clemencia. Todas estas propiedades deben ser entregadas inmediatamente por medio de sus buenos oficios y sin tardanza alguna. Y ya que es sabido que estos cristianos han poseido no solamente los lugares donde se reunen, sino también otras propiedades, como sus iglesias, las cuales le pertenecen no a individuos sino a las cogregaciones, hemos incluido las tales en la ley antes citada. Ustedes ordenarán que les sean restituidas a los cristianos sin ninguna duda ni controversia. Comprendiendo por supuesto, que los arreglos anteriores sean conducidos sin exigir pago alguno y quienes entreguen las propiedades sean indemnizados con dinero de nuestras arcas. En todas estas cosas deben dar su más eficaz intervención hacia la comunidad de los cristianos para que nuestro mandato sea llevado a cabo tan pronto como sea posible. Por tanto, por nuestra clemencia, el orden público debe ser asegurado. Que esto sea hecho para que, como dijimos arriba, el favor divino hacia nosotros, que bajo las más importantes circunstancias hemos ya experimentado, sea por todo el tiempo preservado y prospere nuestro éxito junto al bienestar del estado. Sin embargo, para que este decreto de nuestra buena voluntad sea conocido por todos, esta copia, publicada por decreto suyo, debe ser anunciada en todas partes y llevada al conocimiento de todos, para que el decreto de nuestra benevolencia no pueda ser escondido. ¿Qué fue el Edicto de Milán? A comienzos del siglo IV, los cristianos fueron otra vez terriblemente perseguidos. El emperador Diocleciano, junto con Galerio, desató en el año 303 lo que se conoce como la “gran persecución”, en un intento de restaurar la unidad estatal, amenazada a su entender por el incesante crecimiento del cristianismo. Entre otras cosas ordenó demoler las iglesias de los cristianos, quemar las copias de la Biblia, entregar a muerte a las autoridades eclesiásticas, privar a todos los cristianos de cargos públicos y derechos civiles, hacer sacrificios a los dioses so pena de muerte, etc. Ante la ineficacia que tuvieron estas medidas para acabar con el cristianismo, Galerio, por motivos de clemencia y de oportunidad política, promulgó el 30 de abril del 311 el decreto de indulgencia, por el que cesaban las persecuciones anticristianas. Se reconoce a los cristianos existencia legal, y libertad para celebrar reuniones y construirse templos. Mientras tanto, Constantino había sido elegido emperador en occidente. Después de que derrotara a Majencio en el 312, en el mes de febrero del año siguiente se reunió en Milán con el emperador de oriente, Licinio. Entre otras cosas trataron de los cristianos y acordaron publicar nuevas disposiciones en su favor. El resultado de este encuentro es lo que se conoce como “Edicto de Milán”, aunque probablemente no existió un edicto promulgado en Milán por los dos emperadores. Lo acordado allí lo conocemos por el edicto publicado por Licinio para la parte oriental del Imperio. El texto nos ha llegado por una carta escrita en el 313 a los gobernadores provinciales, que recogen Eusebio de Cesarea (Historia eclesiástica 10,5) y Lactancio (De mortibus persecutorum 48). En la primera parte se establece el principio de libertad de religión para todos los ciudadanos y, como consecuencia, se reconoce explícitamente a los cristianos el derecho a gozar de esa libertad. El edicto permitía practicar la propia religión no sólo a los cristianos, sino a todos, cualquiera que fuera su culto. En la segunda se decreta restituir a los cristianos sus antiguos lugares de reunión y culto, así como otras propiedades, que habían sido confiscados por las autoridades romanas y vendidas a particulares en la pasada persecución. Lejos de atribuir al cristianismo un lugar prominente, el edicto parece más bien querer conseguir la benevolencia de la divinidad en todas las formas que se presentara, en consonancia con el sincretismo que entonces practicaba Constantino, quien, a pesar de favorecer a la Iglesia, continuó por un tiempo dando culto al Sol Invicto. En cualquier caso, el paganismo dejó de ser la religión oficial del Imperio y el edicto permitió que los cristianos gozaran de los mismos derechos que los otros ciudadanos. Desde ese momento, la Iglesia pasó a ser una religión lícita y a recibir reconocimiento jurídico por parte del Imperio, lo que permitió un rápido florecimiento. http://www.churchforum.net/que-fue-edicto-milan.htm El Edicto de Milán fue proclamado en el 313 por Constantino y Licinio, ambos reunidos en la ciudad que lleva su nombre. Dicho edicto estaba destinado a terminar con las cacerías y luchas en contra de los cristianos. Si bien la religión cristiana será distinguida de las creencias arrianas a partir del Concilio de Nicea en el 325, y oficializada por Teodosio I a través del Edicto de Tesalónica (380), el fin del acosamiento perseguía la reunificación y fortalecimiento del poder, amenazado por el constante crecimiento del cristianismo. Galerio terminó con las persecuciones infligidas a los cristianos a través del “Edicto de Tolerancia Nicomedia”. Aún así, existía un constante enfrentamiento entre los dos emperadores cuyo objetivo era unificar el poder del Imperio en una sola persona. Es así como Licinio había permitido a su milicia la persecución decristianos, desobedeciendo el edicto promulgado por Galerio. La finalidad de Licinio era la de ganar el favor de su ejército. La consecuencia directa fue la conversión de algunos soldados y la pérdida de la vida de muchoscristianos. Cuando se establece el edicto, el Imperio contaba con, aproximadamente, siete millones de habitantes (sobre cuarenta y cinco, aproximadamente) que profesaban el cristianismo, sumando a ello, mas de mil sedes religiosas. Lo acordado en Milán llega al presente en virtud de las cartas enviadas a los gobernadores provinciales por Licinio en Oriente. En la primera parte se establece la libertad dereligión, y por ende, el derecho de los cristianos a ejercer esa libertad. Cabe aclarar que el edicto no es privativo para los cristianos, sino que autoriza a la libertad de religión dentro del Imperio. En segundo lugar, se les devuelve a los cristianos sus lugares de reunión y culto, como así también los edificios confiscados. Desde el punto de vista del cristianismo, la legalización de su credo proveyó a las iglesias de las mismas ventajas económicas que otras religiones. De esta manera, el paganismo deja de ser la religión oficial de estado, contribuyendo a un paulatino fortalecimiento de la Iglesia que comenzó a expandirse, logrando su máximo poderío a lo largo de toda la Edad Media. Activitat 4.4: Elabora en el teu quadern, una taula resum dels concilis d’Efes i Caledonia Concili Qui el va convocar Lloc i any de celebració Objectius Decisions Participants detacats Concilio de Efeso (431) Lo realmente interesante del concilio efesíaco es la disputa teológica y de poder en el seno de la Iglesia que determinaría la condena del nestorianismo como movimiento herético. Vamos a ver si soy capaz de explicarlo de forma breve y clara, cosa que dudo: A principios del siglo V, Nestorio, un monje antioquiano, fue elegido patriarca de Constantinopla. De él se dice que tenía una gran elocuencia y un enorme poder de persuasión de las masas. Fue por ello por lo que el influjo de su predicación tuvo gran relevancia y caló en una significativa parte de la población constantinopolitana. Nestorio sostenía en sus sermones que la Virgen María era solamente madre de Cristo (Christotokos) y no madre de Dios (Theotokos. El término Theotokos pasó de la Iglesia ortodoxa griega a la eslava bajo la forma Bogoroditsa). Y bien, ¿es que este matiz acaso es importante? Pues sí, era fundamental por distintas razones: En primer lugar, porque estamos hablando del siglo V, cuando los dogmas y los fundamentos teóricos de la Iglesia Cristiana estaban formándose, y el canon se estaba elaborando a partir de discusiones de esta naturaleza. En segundo lugar, porque Nestorio estaba defendiendo, la existencia de dos naturalezas en Cristo, una especie de unión imperfecta y extrínseca entre la naturaleza humana y la divina en Jesucristo. El problema consistía en que si sólo había sido la persona humana la que sufrió la Pasión, la obra de la Redención no pudo tener valor infinito y, por tanto, habría sido insuficiente. Si ésto fuese así, no sólo se había fastidiado el papel redentor de su martirio, sino que su muerte no habría expiado los pecados de la Humanidad. Obviamente, tanto el papa Celestino I como Cirilo, el patriarca de Alejandría, condenaron la teoría nestoriana como herética. El emperador Teodosio II intentó calmar la situación convocando un concilio en Éfeso en el año 431. Pues bien, en ese concilio, se declaró que el nestorianismo era una herejía, y que la Virgen María era la madre de Dios, y no la madre de Cristo, haciéndose especial hincapié en la naturaleza divina de Cristo. Nestorio fue depuesto de su cargo y condenado al destierro, pasando los últimos años de su vida en Egipto. Sus partidarios se dirigieron hacia Persia, donde se establecieron y organizaron una estructura eclesiástica independiente que, de manera marginal y en escaso número, ha subsistido hasta la actualidad. http://tudmir.over-blog.com/article-205512.html CONCILIO DE ÉFESO Concilio di Efeso, Concílio de Éfeso (Turquía) Convocado por Teodosio II (408-450)[1] para Oriente y por Valentiniano III (425-455)[2], para Occidente. El papa Celestino I[3] estuvo representado en este concilio. Objeto: contrarrestar al obispo Nestorio de Constantinopla que afirmaba que la virgen María no podía ser considerada como madre de Dios (“Theotokos”), sino solamente como Madre de Cristo (“Khristotokos”)[4].Resultado: 6 cánones. Un concilio muy agitado. Por último, Cirilo de Alejandría, que era el representante del papa, hizo condenar a Nestorio y proclamar solemnemente la maternidad divina de la virgen.[5] [1] Se caracterizó por ser de los primeros emperadores que hizo una purga de libros en interés de la iglesia católica. Su fanatismo llegó al punto de recibir en el ejército solo a cristianos; ya había expulsado a los no conversos de todos los cargos públicos. Prohibió a los judíos celebrar el Purim; no podían construir más sinagogas, tampoco podían tener esclavos cristianos sino debieron transferirlos a la iglesia. En el 429 abolió el patriarcado judío: “En virtud de esto, los superiores de las dos sinagogas de Palestina, o los de cualquier otra provincia, deben «restituir todo lo que recibieron tras la separación de los patriarcas bajo el título de contribuciones». Cada vez se van arruinando más campesinos judíos de Palestina, y se les expulsa, se destruyen más sinagogas, se expropia a más propietarios, se dejan sin castigar mayor número de asesinatos contra judíos. ¡Y todo esto, beneficios y homicidios, suele basarse en razones teológicas!”. Deschner Karlheinz. Historia criminal del cristianismo (Kriminalgeschichte des Christentums). La época patrística y la consolidación del primado de Roma. Colección Enigmas del Cristianismo Ediciones Martínez Roca, S. A, Barcelona 1991. [2] Se casó con una hija de Teodosio II, Eudoxia. [3] Hijo de Prisco y natural de Campania. Al parecer tenía parentesco con la familia de Valentiniano III. Introdujo la salmodio oficial y regular en los oficios religiosos. SABA AGUSTIN. HISTORIA DE LOS PAPAS. Tomo primero Desde San Pedro a Celestino V, Editorial Labor, S.A., Barcelona 1951 [4] “Y ¿cómo podría Dios -pregunta Nestorio, que advierte en ello, según escribe al obispo de Roma Celestino I (422-432), «una corrupción nada leve de la verdadera fe»- tener una madre? Nadie puede dar a luz a alguien más viejo que él mismo. Pero Dios es más viejo que María… Pero si Dios tiene una madre, concluye Nestorio, «entonces el pagano no merece realmente reproche alguno cuando habla de las madres de los dioses. Y Pablo sería un embustero cuando determina que la divinidad de Cristo «carece de padre y de madre» y de genealogía. Querido amigo, María no ha alumbrado a la divinidad [... el ente creado no es madre del increado [...]. La criatura no ha alumbrado al creador, sino al hombre, que fue instrumento de la divinidad [...]»…Tanta lógica, sin embargo, irritó a la grey, a la «miserable pandilla» como decía el mismo patriarca, contra la que desplegó la policía y a la que hizo azotar y encarcelar. Pues muchos seglares y monjes habían comenzado ya a venerar a María como Madre de Dios y de un modo exaltado por demás, pese a que el Nuevo Testamento la menciona escasísimas veces y sin especial estima, o incluso la ignora, como es el caso de Pablo y de otros escritos. Y eso aunque el Nuevo Testamento hable inequívocamente de los hermanos de Jesús como si fuesen hijos de María, como lo sigue haciendo, por ejemplo. Tertuliano en época muy posterior. ¡Pero la gran masa quería ser redimida! ¡Quería un Dios pleno!, por consiguiente también su madre debía ser «Madre de Dios», tanto más cuanto que el paganismo conocía ya tales madres de dioses: en Egipto, en Babilonia, en Persia o en Grecia, donde la madre de Alejandro, por ejemplo, era «madre del dios»… El título de Deípara podría, incluso, tener consecuencias muy arriesgadas. Pues, ¿acaso la figura de María no adquiría con ello rasgos muy similares a las diosas y madres de dioses paganas? Una mujer que alumbra a un dios, ¿no debía ser ella misma una diosa? No sólo los creyentes más sencillos propendían a esa creencia; también los más cultos eran proclives a ella. Realmente había ya sectas marianas y una secta de los montañistas llamaba «diosa» a María. Y había grupos cristianos que veían en Cristo y María dos deidades anexas a Dios. Ya en Nicea afirma el patriarca alejandrino Eutiquio- participaron patriarcas y obispos que creían que «Cristo y su madre eran dos dioses junto a Dios. Eran bárbaros a quienes se designó como marianitas».” Deschner Karlheinz. Historia criminal del cristianismo (Kriminalgeschichte des Christentums). Desde la querella de Oriente hasta el final del periodo Justiniano. Colección Enigmas del Cristianismo Ediciones Martínez Roca, S. A, Barcelona 1992. [5] Gran Larousse Universal. Editorial Plaza & Janés, Barcelona 1998 http://cunday.blogspot.com/2008/05/concilio-de-feso-council-of-ephesus.html Concilio de Calcedonia Año 451 Un solo y mismo Hijo y Señor nuestro Jesucristo: perfecto en la divinidad, y perfecto en la humanidad; verdaderamente Dios y verdaderamente hombre compuesto de alma racional y cuerpo; consustancial con el Padre según la divinidad, y consustancial con nosotros según la humanidad, `en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado' (Hb 4, 15); nacido del Padre antes de todos los siglos según la divinidad; y por nosotros y por nuestra salvación, nacido en los últimos tiempos de la Virgen María, la Madre de Dios, según la humanidad. Se ha de reconocer a un solo y mismo Cristo Señor, Hijo único en dos naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación. La diferencia de naturalezas de ningún modo queda suprimida por su unión, sino que quedan a salvo las propiedades de cada una de las naturalezas y confluyen en un solo sujeto y en una sola persona. Este concilio condenó a Eutiques. Concilio de Calcedonia Concilio de Calcedonia, cuarto concilio ecuménico de la Iglesia cristiana. Fue convocado en el año 451 por el emperador romano de Oriente, Marciano, a instancias del papa León I, para refutar las doctrinas adoptadas en el Conciliábulo de Éfeso (449, en ocasiones llamado „Latrocinio de Éfeso‟). En sus 17 sesiones (celebradas en Calcedonia entre el 8 de octubre y el 1 de noviembre del 451) participaron aproximadamente 600 obispos. El Concilio condenó el eutiquianismo (forma radical del monofisismo), doctrina defendida por el monje bizantino Eutiques que afirmaba que Jesucristo posee una sola naturaleza (la divina) y carece de naturaleza humana. Las afirmaciones teológicas de Eutiques (condenadas por Flaviano, patriarca constantinopolitano, en el Sínodo de Constantinopla, 448) habían sido rehabilitadas, así como su figura, en el Conciliábulo de Éfeso (gracias a Dióscoro, patriarca de Alejandría, que no aceptó la destitución de Eutiques y llegó a excomulgar a Flaviano y a León I). La llegada al trono imperial de Marciano (partidario de la doctrina de las dos naturalezas), así como la firme oposición al monofisismo de León I (que ya en el 449 había manifestado a Flaviano su agrado por la condena de Eutiques en una epístola dogmática, Tome), fueron determinantes para la convocatoria del Concilio de Calcedonia. Basándose en el citado Tome (Tomo) a Flaviano de León I, y en las anteriores cartas sinodales de san Cirilo de Alejandría a los nestorianos, el Concilio de Calcedonia afirmó que Cristo posee tanto naturaleza divina como humana (y que ambas coexisten inseparablemente en su persona) y, de esta forma, estableció uno de los dogmas cristológicos fundamentales. Las actas aprobadas en el 449 por el Conciliábulo de Éfeso fueron invalidadas y Dióscoro fue depuesto (más tarde fue desterrado por Marciano). No obstante, el Concilio de Calcedonia supuso la primera división importante en el seno de la Iglesia, en tanto que algunas comunidades cristianas orientales rechazaron las declaraciones de fe conciliares, entre ellas la Iglesia armenia, la Iglesia copta y la Iglesia jacobita. Además, el Concilio condenó como herético el docetismo y prohibió la ordenación sacerdotal a cambio de dinero. En total, en Calcedonia fueron promulgados 27 cánones, referentes a la disciplina y conducta debidas de los miembros de la Iglesia, así como a la jerarquía de ésta. Todos ellos fueron aceptados por la Iglesia occidental. Un vigésimo octavo canon, no reconocido por León I, hubiera otorgado al patriarca de Constantinopla una posición preeminente entre los patriarcas orientales, en una situación jerárquica similar a la del papa romano en Occidente. Activitat 4.5: A través dels següents textos, respon en el teu quadern a: 1. Què és una heretgia? 2. Per què sorgeix una heretgia 3. Completa la taula següent Nom heretgia Segle Impulsor Què deia Per què es condemna ¿Qué es una herejía? Jesucristo funda la Iglesia sobre la roca que es Pedro y les confía a éste y a sus sucesores el ser guardianes y garantes de la comunión en una misma fe, confirmando en ella a sus hermanos. Esta comunión que conforma la unidad de la Iglesia se da sólo en la verdad de una única fe sostenida y comunicada por el testimonio de los Apóstoles y sus sucesores en todo lugar y por los siglos de los siglos. El término "herejía" viene del griego heresis (=elección) que en la Sagrada Escritura aparece con el sentido de grupo o facción, o también de división. En este sentido adquirió ya un carácter negtivo y condenatorio en los primeros tiempos de la Iglesia. El Código de Derecho Canónico, que norma la vida de la comunidad católica, señala que «se llama herejía la negación pertinaz, después de recibido el bautismo, de una verdad que ha de creerse con fe divina y católica, o la duda pertinaz sobre la misma» (Código de Derecho Canónico - CIC can. 751). La herejía, por tanto, es la oposición voluntaria a la autoridad de Dios depositada en Pedro, los Apóstoles y sus sucesores y lleva a la excomunión inmediata o latae sententiae (Ver CIC can. 1364), es decir, a la separación de los sacramentos de la Iglesia. En la historia, ya desde el tiempo de los Apóstoles aparecieron las herejías como heridas a la unidad de la Iglesia, polarizando elementos de la doctrina cristiana y negando otros o sosteniendo visiones que pretendían unir sincréticamente la doctrina cristiana con otras religiones. El Concilio Vaticano II no dice que «en esta una y única Iglesia de Dios, aparecieron ya desde los primeros tiempos algunas escisiones que el apóstol reprueba severamente como condenables; y en siglos posteriores surgieron disensiones más amplias y comunidades no pequeñas se separaron de la comunión plena con la Iglesia católica y, a veces, no sin culpa de los hombres de ambas partes» (UR 3) En el tiempo de las persecuciones y de los mártires surgieron también -tanto al interior de la Iglesia como provenientes de afuera- diversas herejías, y frente a ellas no faltaron tampoco los auténticos defensores de la ortodoxia de la fe y de la recta interpretación de las Sagradas Escrituras. Esta situación se repitió también después de que en el año 313 el Edicto de Milán, promulgado por Constantino el Grande y Licinio Liciniano, diera fin a las persecuciones oficiales contra la Iglesia, y pudo ésta gozar de relativa libertad. En esta época aparecieron las "grandes herejías", llamadas así porque se extendieron a lo largo y ancho del imperio romano, que paulatinamente iba cristianizándose, y también por el número de los seguidores que se enrolaban en sus filas, sin excluir sacerdotes y obispos. ¿Por qué surge una herejía? La herejía surge de un juicio erróneo de la inteligencia. Si el juicio erróneo no se refiere a verdades de fe definidas como tales, sino a elementos de la misma sobre los que no hay reglamentación o pronunciación oficial, el error no se convierte en herejía. No hay que confundir la herejía que ya definimos antes como «negación pertinaz, después de recibido el bautismo, de una verdad que ha de creerse con fe divina y católica, o la duda pertinaz sobre la misma» (CIC 751) con la apostasía que es «el rechazo total de la fe cristiana» (CIC 751), o con el cisma que es «el rechazo de la sujeción al Sumo Pontífice o de la comunión con los miembros de la Iglesia a él sometidos» (CIC 751). Ya en la Segunda Carta de Pedro se profetizaba con gran acierto acerca de la naturaleza y efectos de las herejías: «Habrá entre vosotros falsos maestros que introducirán herejías perniciosas y que, negando al Dueño que los adquirió, atraerán sobre sí una rápida destrucción» (2Pe 2,1). Las principales herejías Gnosticismo El gnosticismo ha sido siempre una grave amenaza para la Iglesia. Se impuso especialmente entre los siglos I y III, llegando a su máxima expansión en el siglo II. El nombre, que viene del griego gnosis (conocimiento), se debe a que los miembros de este movimiento afirmaban la existencia de un tipo de conocimiento especial, superior al de los creyentes ordinarios y, en cierto sentido, superior a la misma fe. Este conocimiento supuestamente conducía por sí mismo a la salvación. El gnosticismo cree en la posibilidad de ascender a una esfera oculta por medio de los conocimientos de verdades filosóficas o religiosas a las que sólo una minoría selecta puede acceder. Se trata de una mística secreta acerca de la salvación. Los gnósticos erigieron sistemas de pensamiento en los que unían doctrinas judías o paganas con la revelación y los dogmas cristianos. Profesaban un dualismo en el que identificaban el mal con la materia, la carne o las pasiones, y el bien con una sustancia pneumática o espíritu. Docetismo Las primeras herejías negaron sobre todo la humanidad verdadera del Verbo encarnado. Desde la época apostólica la fe cristiana insistió en la verdadera encarnación del Hijo de Dios, «venido en la carne» (Ver: 1Jn 4, 2-3; 2Jn 7) El docetismo del griego dokein (= parecer) reducía la encarnación del Verbo a una mera apariencia, un mero parecer humano de Cristo. Su cuerpo no sería un cuerpo real sino una apariencia de cuerpo. Ésta visión brota de una concepción pesimista de la carne y de todo el mundo material propia del gnosticismo, del cual proviene esta herejía. En efecto, los gnósticos oponían el espíritu, al que consideraban como un principio bueno y puro, a la materia, a la que consideraban como su opuesto; en esta lógica, el proceso de redención del hombre consistía en una progresiva purificación de todo lo que fuera materia para hacerse espíritu puro. Así, el Verbo no se podía manchar para nada haciéndose carne o teniendo materia en su ser. En el Evangelio del Apóstol San Juan aparece claramente la verdad de la encarnación negada por los docetas gnósticos: «Y la Palabra se hizo carne, y puso su morada entre nosotros» (1Jn 1,13-14). De igual manera en las cartas de San Juan se denuncian y censuran con claridad estos errores: «Podréis conocer en esto el Espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa a Jesucristo, venido en carne, es de Dios; y todo espíritu que no confiesa a Jesús, no es de Dios; ese es el del Anticristo. El cual habéis oído que iba a venir; pues bien, ya está en el mundo»(1Jn 4,2-3), «Muchos seductores han salido al mundo, que no confiesan que Jesucristo ha venido en carne. Ese es el Seductor y el Anticristo» (2Jn 7). Maniqueísmo Secta religiosa fundada por un Persa llamado Mani (o Manes) (c. 215-276) en el siglo tercero y que se extendió a través del oriente llegando incluso al Imperio Romano. La expansión del maniqueísmo en el oriente del Imperio Romano fue tan rápida y creciente, que Diocleciano condenó la creencia en el año 297. Los maniqueos -a semejanza de los gnósticos y los mandeos- eran dualistas y creían que había una eterna lucha entre dos principios opuestos e irreductibles, el bien y el mal, que eran asociados a la luz (Ormuz) y a las tinieblas (Ahrimán) y posteriormente al Dios del Antiguo Testamento (mal) y del Nuevo Testamento (bien). En los hombres, el Espíritu o luz estaría situado en el cerebro, pero cautivo por causa de la materia corporal; por lo tanto, era necesario practicar un estricto ascetismo para iniciar el proceso de liberación de la luz atrapada. Aquellos que se convertían "oyentes" aspiraban a reencarnarse como "elegidos", los cuales ya no necesitarían reencarnarse más. Para ellos Jesús era el Hijo de Dios, pero que había venido a la tierra a salvar su propia alma. Jesús, Buda y otras muchas figuras religiosas habían sido enviadas a la humanidad para ayudarla en su liberación espiritual. Monarquianismo (modalismo - adopcionismo) A finales del siglo II, la herejía conocida propiamente como monarquianismo -nombre puesto por Tertuliano-, enseñó que en Dios no hay más que una persona. Según la forma de explicar la persona de Jesucristo, se dividieron en dos grupos o tendencias: monarquianismo modalista (Modalismo) y monarquianismo dinamista o adopcionista (adopcionistas). El monarquianismo dinamista o adopcionista (adopcionistas). Sostiene que Cristo es tan sólo un hombre aunque nacido sobrenaturalmente de la Virgen María por obra del Espíritu Santo. Este hombre habría recibido en el bautismo un particular poder divino y la adopción como hijo de parte de Dios. Los principales defensores de esta herejía fueron Teódoto el Curtidor, de Bizancio, que la transplantó a Roma hacia el año 190 y fue excomulgado por el Papa Víctor I (189-198); Pablo de Samosata, obispo de Antioquía, a quien un Sínodo en Antioquía destituyó como hereje el año 268, y el obispo Fotino de Sirmio, depuesto el año 351 por el Sínodo de Sirmio. Las ideas de esta herejía alcanzaron una mayor definición hacía el siglo VIII cuando fue condenada por el segundo Concilio de Nicea (787) y por el Concilio de Francfort (794). El monarquianismo modalista (modalismo) afirma también una única Persona divina, pero que actúa según diferentes funciones o modos. Aplicado al principio a Jesucristo, sostuvo que el mismo y único Dios que era el Padre había sufrido la pasión y la cruz por nosotros, y recibió el nombre de patripasianismo. Más tarde se extendió también al Espíritu Santo, desarrollándose así la doctrina completa, que sostenía que las tres personas de la Trinidad no eran más que tres modos, máscaras o funciones por medio de las cuales actuaba la única Persona divina. El patripasianismo fue defendido principalmente por Noeto de Esmirna, contra el cual escribió Hipólito; Práxeas, de Asia Menor, a quien combatió Tertuliano. Sabelio fue quien más tarde aplicó la misma doctrina errónea al Espíritu Santo, sosteniendo que en la creación el Dios unipersonal se revela como Padre, en la redención como Hijo, y en la obra de la santificación como Espíritu Santo. El Papa San Calixto (217-222) excomulgó a Sabelio. La herejía fue condenada de manera definitiva por el Papa San Dionisio (259-268). Arrianismo y semiarrianismo El arrianismo tomó su nombre de Arrio (260-336) sacerdote y después obispo libio, quien propagó la idea de que Jesucristo no era Dios, sino que había sido creado por éste como punto de apoyo para su Plan. Si el Padre ha creado al Hijo, el ser del Hijo tiene un principio; ha habido, por lo tanto, un tiempo en que él no existía. Al sostener esta teoría, negaba la eternidad del Verbo, lo cual equivale a negar su divinidad. Admitía la existencia de Dios que era único, eterno e incomunicable; el Verbo, Cristo, no es Dios, es pura creatura, aunque más excelsa que todas las otras. Aunque Arrio centró toda su enseñanza en despojar de la divinidad a Jesucristo, incluyó también al Espíritu Santo, que igualmente era una creatura, e incluso inferior al Verbo. Arrio, tras formarse en Antioquía, aparece difundiendo sus ideas en Alejandría, dónde en el 320, Alejandro, obispo de Alejandría, convoca un sínodo que reúne más de cien obispos de Egipto y Libia, y en el se excomulga a Arrio y a sus partidarios, ya numerosos. No obstante, la herejía continúa expandiéndose, llegando a desarrollarse una crisis de tan grandes proporciones, que el Emperador Constantino el Grande se vio forzado a intervenir para encontrar una solución y convocó el Concilio de Nicea el 20 de mayo del 325 D.C., donde el partido anti-arriano bajo la guía de Atanasio, diácono de Alejandría, logró una definición ortodoxa de la fe y el uso del término homoousios (consustancial, de la misma naturaleza) para describir la naturaleza de Cristo: «Creemos en un solo Dios Padre omnipotente... y en un solo Señor Jesucristo Hijo de Dios, nacido unigénito del Padre, es decir, de la sustancia del Padre, Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no hecho, consustancial al Padre...» (Manual de Doctrina Católica Denzinger - Dz 54). Fueron condenados los escritos de Arrio y tanto él como sus seguidores desterrados, entre ellos Eusebio de Nicomedia. Aunque no era arriano, Constantino gradualmente relajó su posición anti-arriana bajo la influencia de su hermana, quien tenía simpatías arrianas. A Eusebio y a otros se les permitió regresar y pronto comenzaron a trabajar para destruir lo hecho en el Concilio de Nicea. Por los manejos de Eusebio de Nicomedia, Constantino intento traer a Arrio de regreso a Constantinopla (334-335) y rehabilitarlo, pero murió antes de que llegara. Aprovechando la nueva situación, el partido arriano fue ganando terreno y logró el exilio de Atanasio, quien ya era obispo de Alejandría, y de Eustaquio de Antioquía. Avanzaron aún más durante el reinado del sucesor de Constantino en Oriente, Constancio II (337-361), quien dio un apoyo abierto al arrianismo. En el año 341 se convocó un Concilio en Antioquía con mayoría de obispos orientales, encabezados por Eusebio de Nicomedia. Este Concilio aceptó varias afirmaciones heréticas sobre la naturaleza de Cristo. La oposición fue tal en Occidente, que Constancio II, emperador de Oriente, y Constante, de Occidente, convinieron en convocar un Concilio en Sárdica en el 343, donde se logró el regreso de Atanasio y su restauración como obispo de Alejandría, así como la deposición de sus sedes de muchos obispos arrianos. Tras la muerte de Constante y el advenimiento de Constancio como único emperador en el año 350, los arrianos recuperaron mucho de su poder, generándose persecuciones anticatólicas en el Imperio. Durante este período se dio el momento de mayor poder y expansión de la herejía arriana con la unificación de los diversos partidos al interior del arrianismo en el año 359 y su máximo triunfo doctrinal en los concilios de Seleucia y Arimino. Finalmente, de ahí en adelante, las cosas se volvieron en contra del arrianismo. Constancio murió en el año 361, dejando al arrianismo sin su gran protector. Más adelante los semiarrianos, escandalizados por la doctrina de sus copartidarios más radicales, empezaron a considerar la posibilidad de un compromiso. Bajo el gobierno del emperador Valentiniano (364-375), el cristianismo ortodoxo fue restablecido en Oriente y Occidente, y la ejemplar acción de los Padres Capadocios (San Basilio, San Gregorio de Nisa y San Gregorio Nacianceno) condujo a la derrota final del arrianismo en el Concilio de Constantinopla en el año 381. La herejía no moriría en siglos y crecería en algunas tribus germánicas que habían sido evangelizadas por predicadores arrianos, las cuales la traerían de nuevo al Imperio en el siglo V con la invasión de Occidente. Aunque todavía se encuentran grupos de cristianos-arrianos en el Oriente Medio y el Norte de África, el arrianismo en sentido práctico desapareció hacia el siglo VI. Los semiarrianos, también llamados homousianos, ocupan un lugar intermedio entre los arrianos radicales o anomeos que predicaban una clara diferenciación entre el Padre y el Hijo, y la fe ortodoxa del Concilio de Nicea. Asumen el término homoiousios, pero en el sentido de similitud y no de consustancialidad. Resaltan, pues, simultáneamente similitudes y diferencias entre el Padre y el Logos. Herejías que atentan contra la unión Dios-hombre en Jesucristo Nestorianismo Herejía que en el siglo V enseñaba la existencia de dos personas separadas en Cristo encarnado: una divina, el Hijo de Dios; y otra humana, el hijo de María, unidas con una voluntad común. Toma su nombre de Nestorio, patriarca de Constantinopla, quien fue el primero en difundir la doctrina. Los errores del nestorianismo se pueden sintetizar así: El hijo de la Virgen María es distinto del Hijo de Dios. Así como de manera análoga hay dos naturalezas en Cristo, es necesario admitir también que existen en Él dos sujetos o personas distintas. Estas dos personas se hallan ligadas entre sí por una simple unidad accidental o moral. El hombre Cristo no es Dios, sino portador de Dios. Por la encarnación el Logos-Dios no se ha hecho hombre en sentido propio, sino que ha pasado a habitar en el hombre Jesucristo, de manera parecida a como Dios habita en los justos. Las propiedades humanas (nacimiento, pasión, muerte) tan sólo se pueden predicar del hombre Cristo; las propiedades divinas (creación, omnipotencia, eternidad) únicamente se pueden enunciar del Logos-Dios; se niega, por lo tanto, la comunicación entre ambas naturalezas. En consecuencia, no es posible dar a María el título de Theotokos (=Madre de Dios), que se le venía concediendo habitualmente desde Orígenes. Ella no es más que "Madre del Hombre" o "Madre de Cristo". Se opusieron al nestorianismo importantes prelados, encabezados por San Cirilo de Alejandría. La herejía fue condenada y la doctrina aclarada en el Concilio de Éfeso en el año 431: «...habiendo unido consigo el Verbo, según hipóstasis o persona, la carne animada de alma racional, se hizo hombre de modo inefable e incomprensible y fue llamado hijo del hombre, no por sola voluntad o complacencia, pero tampoco por la asunción de la persona sola, y que las naturalezas que se juntan en verdadera unidad son distintas, pero que de ambas resulta un solo Cristo e Hijo; no como si la diferencia de las naturalezas se destruyera por la unión, sino porque la divinidad y la humanidad constituyen más bien para nosotros un solo Señor y Cristo e Hijo por la concurrencia inefable y misteriosa en la unidad... Porque no nació primeramente un hombre vulgar, de la santa Virgen, y luego descendió sobre Él el Verbo; sino que, unido desde el seno materno, se dice que se sometió a nacimiento carnal... De esta manera [los Santos Padres] no tuvieron inconveniente en llamar madre de Dios a la santa Virgen» (Dz 111), y en el Concilio de Calcedonia en el año 451: «ha de confesarse a uno solo y el mismo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, el mismo perfecto en la divinidad y el mismo perfecto en la humanidad, Dios verdaderamente, y el mismo verdaderamente hombre de alma racional y de cuerpo, consustancial con el Padre en cuanto a la divinidad, y el mismo consustancial con nosotros en cuanto a la humanidad, semejante en todo a nosotros, menos en el pecado (Hebr. 4, 15); engendrado del Padre antes de los siglos en cuanto a la divinidad, y el mismo, en los últimos días, por nosotros y por nuestra salvación, engendrado de María Virgen, madre de Dios, en cuanto a la humanidad; que se ha de reconocer a uno solo y el mismo Cristo Hijo Señor unigénito en dos naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación, en modo alguno borrada la diferencia de naturalezas por causa de la unión, sino conservando, más bien, cada naturaleza su propiedad y concurriendo en una sola persona y en una sola hipóstasis, no partido o dividido en dos personas, sino uno solo y el mismo Hijo unigénito, Dios Verbo Señor Jesucristo...» (Dz 148). Nestorio contó con el apoyo de varios obispos orientales que no aceptaron las condenaciones y rompieron con la Iglesia formando una secta independiente; pero finalmente fue desterrado en el año 436 al Alto Egipto. Monofisismo Herejía de los siglos V y VI que enseño que solo había una naturaleza en la persona de Cristo, la divina. Se oponía a la doctrina del Concilio de Calcedonia (451) sobre las dos naturalezas de Cristo. Surgido en parte como una reacción contra el nestorianismo, fue desarrollado por el monje Eutiques (m. 454), quien fue condenado por un Sínodo en Constantinopla. A pesar de haber sido condenados en el segundo Concilio de Constantinopla (553), el Monofisismo encontró apoyo en Siria, Armenia y especialmente entre los cristianos coptos en Egipto en dónde todavía existe incluso con una estructura ordenada en las Iglesias Armenia y Copta entre otras. Monotelismo Herejía del siglo VII que sostenía que Cristo poseía dos naturalezas; pero afirmaba que tenía una sola voluntad. La herejía se originó de un intento de reconciliar las ideas de la herejía monofisita con la ortodoxia cristiana. El emperador Heraclio (610-641), en un encuentro con los monofisitas, formuló que Cristo tenía dos naturalezas pero una sola voluntad. Esta idea recibió apoyo del patriarca de Constantinopla, Sergio. Este punto de vista fue condenado posteriormente por la Iglesia de Occidente, lo cual generó un resquebrajamiento con la Iglesia de Oriente. San Máximo el Confesor escribió una refutación teológica del monotelismo, en la cual sostuvo que la voluntad era una función de la naturaleza y no de la persona. El Monotelismo fue condenado definitivamente por el tercer Concilio de Constantinopla (680), en el cual se afirmó «dos voluntades naturales o quereres y dos operaciones naturales, sin división, sin conmutación, sin separación, sin confusión» (Dz 291). Montanismo Herejía de tendencias apocalípticas y semi-místicas, que fue iniciada en la última mitad del siglo II en la región de Frigia (Asia Menor) por un profeta llamado Montano. Creía que la santa Jerusalén iba a descender pronto sobre la villa de Pepuza y, con la ayuda de dos discípulas, Prisca y Maximila, predicó una ascética intensa, ayuno, pureza personal y deseo ardiente de sufrir el martirio. Los montanistas adoptaron la idea de que tal estilo de vida era esencial en vistas al inminente regreso de Cristo y debido a que después del nacimiento no podía haber perdón. No obstante la oposición de muchos obispos en Asia Menor, el montanismo se expandió a través de la región y ya para el siglo II se había convertido en una iglesia organizada. Su mayor éxito fue la conversión de Tertuliano para su causa en el año 207. Sus lideres fueron excomulgados y el movimiento murió en casi todo el Imperio Romano, durando sólo algunos siglos más en Frigia hasta desaparecer definitivamente. Activitat 4.6 Vocabulari de la unitat: Posa els següents termes al WIKI de l’assignatura: heretgia, concili, edicte de Milà, pelagianisme, docetisme WIKI de Religió de Quart: http://religiodosrius4t.wikispaces.com ACTIVITATS CONCLUSIVES: A realitzar al WIKI de l’assignatura: http://religiodosrius4t.wikispaces.com