A cuarenta años de la Humanae Vitae (Cuaderno Humanitas)
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A cuarenta años de la Humanae Vitae (Cuaderno Humanitas)
Índice cua der no hum a nita s n o 19 LA ACTUALIDAD DE HUMANAE VITAE Benedicto XVI 5 LA VERDAD DE LA DE HUMANAE VITAE Cardenal Karol Wojtyla 8 HUMANAE VITAE CUARENTA AÑOS DESPUÉS Cardenal Carlo Caffara 19 EL ‘PRINCIPIO DE RESPONSABILIDAD’ EN LA HUMANAE VITAE Cardenal Antonio María Rouco-Varela 25 HUMANAE VITAE: PROFECÍA DEL MISTERIO NUPCIAL Cardenal Angelo Scola Monseñor Livio Medina 31 LA HUMANAE VITAE: UN MAGISTERIO PARA NUESTRO TIEMPO Monseñor Fernando Chomali 40 EL DON DEL AMOR Y DE LA NUEVA VIDA. UNA REFLEXIÓN FILOSÓFICA Y UNA DEFENSA DE HUMANAE VITAE Josef Seifert 49 H 2 PRESENTACIÓN Como un justo y debido homenaje en estos 40 años de la publicación de la carta encíclica Humanae vitae (Pablo VI, 1968), se presenta este Cuaderno especial de Revista Humanitas. Un aporte significativo para un acercamiento renovado al tema de la transmisión original de la vida humana, uno de los aspectos «esenciales de la vocación matrimonial y del camino específico de santidad que se sigue de ella», como lo ha recalcado recientemente el Santo Padre al inaugurar un seminario de estudios en Roma. El Magisterio de la Iglesia, en sus diversos y variados pronunciamientos, no termina con la reflexión de los creyentes, sino que más bien la estimula y fortalece. Pues el dogma «libera el futuro del Evangelio». Walter Kasper ha estudiado hace años el tema en un ensayo que titula Dogma y Palabra de Dios1. Allí se pretende entender el dogma en su sentido auténtico y no esclerotizado. El autor afirma que las verdades de la fe declaradas formalmente por la Iglesia, el dogma, se puede entender como «suceso y la apertura de un encuentro de la Iglesia con el evangelio», como «posibilitación del amor eclesial». Y más adelante afirma que «el dogma es el testimonio del evangelio y no se conoce el evangelio pasando de largo por el dogma... El evangelio, como el poder vivo de Cristo en y sobre su Iglesia a través de su palabra viva, es siempre más rico y abarca más que el dogma. Por eso el dogma tiene que mostrarse testigo del evangelio precisamente en cuanto se muestra capaz de integrar nuevos aspectos del evangelio que no tenían que ser necesariamente deducibles de las premisas del dogma actual»2. Creo que esto se aprecia en los presentes comentarios que ayudan a comprender la vocación al amor que tiene todo ser humano. En el número 8 de la Constitución Dei Verbum se mencionan los factores del desarrollo dogmático: el Espíritu Santo, la contemplación, el estudio, el sentido de la fe, el magisterio eclesiástico y la inculturación del evangelio. Así ha sucedido en estos años con Humanae vitae. En los últimos decenios este pronunciamiento ha seguido estimulando la reflexión, pues la formulación de las verdades de la fe ayuda a establecer las coordenadas de una razón liberada de sus propios prejuicios. Se presentan en este Cuaderno especial de Humanitas, autorizados comentarios a la verdad y actualidad de este profético pronunciamiento eclesial. Acercamientos que no separan ni dividen oponiendo la responsabilidad y la libertad, lo personal y lo social. Entre los aportes que permiten hoy un renovado acercamiento hay que destacar la antropología cristiana y la teología del cuerpo que el Siervo de Dios Juan Pablo II ha regalado a nuestro tiempo. Que la Santísima Virgen María, madre del amor hermoso nos ayude a acoger, reflexionar y vivir esta enseñanza de la Iglesia. +ANDRÉS ARTEAGA MANIEU Obispo Auxiliar de Santiago Vice Gran Canciller de la Pontificia Universidad Católica de Chile 1 Cf. Walter Kasper, Dogma y Palabra de Dios, Razón y Fe, 1968 (el original alemán, Dogma unter dem Wort Gottes, Mainz, 1965). 2 Ibídem, 156. H 3 «Deseo verdaderamente que se preste una atención muy particular sobre todo a los jóvenes, para que aprendan el auténtico sentido del amor y se preparen para él con una adecuada educación en lo que atañe a la sexualidad, sin dejarse engañar por mensajes efímeros que impiden llegar a la esencia de la verdad que está en juego». H 4 La actualidad de Humanae vitae Discurso de Benedicto XVI a los participantes en el Congreso Internacional sobre Humanae vitae, 10 mayo de 2008. E l concilio Vaticano II, en la constitución Gaudium et spes, ya se dirigía a los hombres de ciencia invitándolos a aunar sus esfuerzos para alcanzar la unidad del saber y una certeza consolidada acerca de las condiciones que pueden favorecer «una honesta ordenación de la procreación humana» (n. 52). Mi predecesor, de venerada memoria, el siervo de Dios Pablo VI, el 25 de julio de 1968, publicó la carta encíclica Humanae vitae. Ese documento se convirtió muy pronto en signo de contradicción. Elaborado a la luz de una decisión sufrida, constituye un significativo gesto de valentía al reafirmar la continuidad de la doctrina y de la tradición de la Iglesia. Ese texto, a menudo mal entendido y tergiversado, suscitó un gran debate, entre otras razones, porque se situó en los inicios de una profunda contestación que marcó la vida de generaciones enteras. Cuarenta años después de su publicación, esa doctrina no sólo sigue manifestando su verdad; también revela la clarividencia con la que se afrontó el problema. De hecho, el amor conyugal se describe dentro de un proceso global que no se detiene en la división entre alma y cuerpo ni depende sólo del sentimiento, a menudo fugaz y precario, sino que implica la unidad de la persona y la total participación de los esposos que, en la acogida recíproca, se entregan a sí mismos en una promesa de amor fiel y exclusivo que brota de una genuina opción de libertad. ¿Cómo podría ese amor permanecer cerrado al don de la vida? La vida es siempre un don inestimable; cada vez que surge, percibimos la potencia de la acción creadora de Dios, que se fía del hombre y, de este modo, lo llama a construir el futuro con la fuerza de la esperanza. El Magisterio de la Iglesia no puede menos de reflexionar siempre profundamente sobre los principios fundamentales que conciernen al matrimonio y a la procreación. Lo que era verdad ayer, sigue siéndolo también hoy. La verdad expresada en la Humanae vitae no cambia; más aún, precisamente a la luz de los nuevos descubrimientos científicos, su doctrina se hace más actual e impulsa a reflexionar sobre el valor intrínseco que posee. La palabra clave para entrar con coherencia en sus contenidos sigue ELABORADO A LA LUZ DE UNA DECISIÓN SUFRIDA, CONSTITUYE UN SIGNIFICATIVO GESTO DE VALENTÍA AL REAFIRMAR LA CONTINUIDAD DE LA DOCTRINA Y DE LA TRADICIÓN DE LA IGLESIA. ESE TEXTO, A MENUDO MAL ENTENDIDO Y TERGIVERSADO, SUSCITÓ UN GRAN DEBATE, ENTRE OTRAS RAZONES, PORQUE SE SITUÓ EN LOS INICIOS DE UNA PROFUNDA CONTESTACIÓN QUE MARCÓ LA VIDA DE GENERACIONES ENTERAS. H 5 ¿QUÉ SIGNIFICA ESE «ALGO GRANDE» QUE SE PUEDE CONSEGUIR? ES EL SURGIR DE LA RESPONSABILIDAD ANTE LA VIDA, QUE HACE FECUNDO EL DON QUE CADA UNO HACE DE SÍ AL OTRO. ES FRUTO DE UN AMOR QUE SABE PENSAR Y ESCOGER CON PLENA LIBERTAD, SIN DEJARSE CONDICIONAR EXCESIVAMENTE POR EL POSIBLE SACRIFICIO QUE REQUIERE. DE AQUÍ BROTA EL MILAGRO DE LA VIDA QUE LOS PADRES EXPERIMENTAN EN SÍ MISMOS, VERIFICANDO QUE LO QUE SE REALIZA EN ELLOS Y A TRAVÉS DE ELLOS ES ALGO EXTRAORDINARIO. H 6 siendo el amor. Como escribí en mi primera encíclica, Deus caritas est: «El hombre es realmente él mismo cuando cuerpo y alma forman una unidad íntima; (...) ni el cuerpo ni el espíritu aman por sí solos: es el hombre, la persona, la que ama como criatura unitaria, de la cual forman parte el cuerpo y el alma» (n. 5). Si se elimina esta unidad, se pierde el valor de la persona y se cae en el grave peligro de considerar el cuerpo como un objeto que se puede comprar o vender (cf. ib.). En una cultura marcada por el predominio del tener sobre el ser, la vida humana corre el peligro de perder su valor. Si el ejercicio de la sexualidad se transforma en una droga que quiere someter al otro a los propios deseos e intereses, sin respetar los tiempos de la persona amada, entonces lo que se debe defender ya no es sólo el verdadero concepto del amor, sino en primer lugar la dignidad de la persona misma. Como creyentes, no podríamos permitir nunca que el dominio de la técnica infecte la calidad del amor y el carácter sagrado de la vida. No por casualidad Jesús, hablando del amor humano, se remite a lo que realizó Dios al inicio de la creación (cf. Mt 19, 4-6). Su enseñanza se refiere a un acto gratuito con el cual el Creador no sólo quiso expresar la riqueza de su amor, que se abre entregándose a todos, sino también presentar un modelo según el cual debe actuar la humanidad. Con la fecundidad del amor conyugal el hombre y la mujer participan en el acto creador del Padre y ponen de manifiesto que en el origen de su vida matrimonial hay un «sí» genuino que se pronuncia y se vive realmente en la reciprocidad, permaneciendo siempre abierto a la vida. Esta palabra del Señor sigue conservando siempre su profunda verdad y no puede ser eliminada por las diversas teorías que a lo largo de los años se han sucedido, a veces incluso contradiciéndose entre sí. La ley natural, que está en la base del reconocimiento de la verdadera igualdad entre personas y pueblos, debe reconocerse como la fuente en la que se ha de inspirar también la relación entre los esposos en su responsabilidad al engendrar nuevos hijos. La transmisión de la vida está inscrita en la naturaleza, y sus leyes siguen siendo norma no escrita a la que todos deben remitirse. Cualquier intento de apartar la mirada de este principio queda estéril y no produce fruto. Es urgente redescubrir una alianza que siempre ha sido fecunda, cuando se la ha respetado. En esa alianza ocupan el primer plano la razón y el amor. Un maestro tan agudo como Guillermo de Saint Thierry escribió palabras que siguen siendo profundamente válidas también para nuestro tiempo: «Si la razón instruye al amor, y el amor ilumina la razón; si la razón se convierte en amor y el amor se mantiene dentro de los confines de la razón, entonces ambos pueden hacer algo grande» (Naturaleza y grandeza del amor, 21, 8). ¿Qué significa ese «algo grande» que se puede conseguir? Es el surgir de la responsabilidad ante la vida, que hace fecundo el don que cada uno hace de sí al otro. Es fruto de un amor que sabe pensar y escoger con plena libertad, sin dejarse condicionar excesivamente por el posible sacrificio que requiere. De aquí brota el milagro de la vida que los padres experimentan en sí mismos, verificando que lo que se realiza en ellos y a través de ellos es algo extraordinario. Ninguna técnica mecánica puede sustituir el acto de amor que dos esposos se intercambian como signo de un misterio más grande, en el que son protagonistas y partícipes de la creación. Por desgracia, se asiste cada vez con mayor frecuencia a sucesos tristes que implican a los adolescentes, cuyas reacciones manifiestan un conocimiento incorrecto del misterio de la vida y de las peligrosas implicaciones de sus actos. La urgencia formativa, a la que a menudo me refiero, concierne de manera muy especial al tema de la vida. Deseo verdaderamente que se preste una atención muy particular sobre todo a los jóvenes, para que aprendan el auténtico sentido del amor y se preparen para él con una adecuada educación en lo que atañe a la sexualidad, sin dejarse engañar por mensajes efímeros que impiden llegar a la esencia de la verdad que está en juego. Proporcionar ilusiones falsas en el ámbito del amor o engañar sobre las genuinas responsabilidades que se deben asumir con el ejercicio de la propia sexualidad no hace honor a una sociedad que declara atenerse a los principios de libertad y democracia. La libertad debe conjugarse con la verdad, y la responsabilidad con la fuerza de la entrega al otro, incluso cuando implica sacrificio; sin estos componentes no crece la comunidad de los hombres y siempre está al acecho el peligro de encerrarse en un círculo de egoísmo asfixiante. La doctrina contenida en la encíclica Humanae vitae no es fácil. Sin embargo, es conforme a la estructura fundamental mediante la cual la vida siempre ha sido transmitida desde la creación del mundo, respetando la naturaleza y de acuerdo con sus exigencias. El respeto por la vida humana y la salvaguarda de la dignidad de la persona nos exigen hacer lo posible para que llegue a todos la verdad genuina del amor conyugal responsable en la plena adhesión a la ley inscrita en el corazón de cada persona. EL RESPETO POR LA VIDA HUMANA Y LA SALVAGUARDA DE LA DIGNIDAD DE LA PERSONA NOS EXIGEN HACER LO POSIBLE PARA QUE LLEGUE A TODOS LA VERDAD GENUINA DEL AMOR CONYUGAL RESPONSABLE EN LA PLENA ADHESIÓN A LA LEY INSCRITA EN EL CORAZÓN DE CADA PERSONA. Con estos sentimientos, os imparto a todos la bendición apostólica. BENEDICTO XVI H 7 La verdad de la Humanae vitae POR KAROL CARDENAL WOJTYLA (en L’Osservatore Romano, 5 de enero 1969) LA ENCÍCLICA DE PABLO VI PRESENTA, EN CUANTO DOCUMENTO DEL MAGISTERIO SUPREMO DE LA IGLESIA, UNA ENSEÑANZA DE LA MORAL HUMANA Y A LA VEZ CRISTIANA EN UNO DE SUS PUNTOS CLAVE. LA VERDAD DE LA HUMANAE VITAE CONSTITUYE POR TANTO UNA VERDAD NORMATIVA. NOS RECUERDA LOS PRINCIPIOS DE LA MORAL, QUE CONSTITUYEN LA NORMA OBJETIVA. ESTA NORMA ESTÁ TAMBIÉN INSCRITA EN EL CORAZÓN DEL HOMBRE. Gandhi y el significado de la sexualidad Parecerá extraño que comencemos nuestras reflexiones sobre la encíclica Humanae vitae tomando como punto de partida la autobiografía de M. Gandhi. «A mi parecer –escribe este gran hombre indio… afirmar que el acto sexual es una acción espontánea, análoga al sueño o a la nutrición, es signo de crasa ignorancia. La existencia del mundo depende del acto del multiplicarse –de la procreación, diríamos nosotros– y puesto que el mundo es dominio de Dios y reflejo de su poder, el acto de multiplicarse –de la procreación, diríamos nosotros– debe quedar sometido a la norma establecida con miras a salvaguardar el desarrollo de la vida sobre la tierra. El hombre que tiene presente todo esto, aspirará a toda costa a lograr el dominio de sus sentidos y se pertrechará de aquella ciencia necesaria para promover el crecimiento físico y espiritual de su prole. Él comunicará después los frutos de esta ciencia a las generaciones sucesivas, además de usarlos siempre en beneficio de las mismas». En otro pasaje de su autobiografía, Gandhi declara que ha padecido dos veces en su vida el influjo de la propaganda que recomendaba los medios artificiales para excluir la concepción en la convivencia conyugal. Sin embargo, él llegó a la convicción «de que se debe más bien actuar a través la fuerza interior, en el señorío de sí mismo, es decir, mediante el autocontrol». La ley escrita en el corazón de todo hombre * Artículo publicado en el diario Vaticano por el entonces Cardenal Arzobispo de Cracovia, Karol Wojtyla, a seis meses de que Pablo VI firmara la encíclica Humanae vitae. H 8 Por lo que respecta a la encíclica Humanae vitae, estos pasajes de la autobiografía de Gandhi adquieren el significado de un testimonio particular. Nos recuerdan las palabras de san Pablo en la carta a los Romanos, relativas a la sustancia de la Ley esculpida en el corazón del hombre y de la cual da testimonio el dictamen de la recta conciencia (Rm 2, 15). También en tiempos de san Pablo esa voz de la recta conciencia constituía un reproche para aquellos Karol Wojtyla recibe el birrete cardenalicio de manos del Papa Pablo VI. que, a pesar de ser los «poseedores de la Ley», no la observaban. Quizá nos conviene también a nosotros tener ante los ojos el testimonio de este hombre no cristiano. Es oportuno tener presente «la sustancia de la Ley» escrita en el corazón del hombre y de la cual da testimonio la conciencia, para conseguir penetrar en la profunda verdad de la doctrina de la Iglesia contenida en la encíclica Humane vitae de Pablo VI. Por esta razón, al inicio de nuestras reflexiones que intentan aclarar la verdad ética y el fundamento objetivo de la enseñanza de la Humane vitae hemos recurrido a semejante testimonio. El hecho de que sea históricamente antecedente a la encíclica, por lo menos en varias décadas, no disminuye en nada su significado: «la esencia del problema en efecto sigue siendo la misma en ambos casos, más aún las circunstancias son muy parecidas». El amor conyugal es inescindible de la paternidad responsable Con objeto de responder a las preguntas formuladas al principio de la encíclica (HV 3), Pablo VI realiza un análisis de dos grandes y fundamentales «realidades de la vida matrimonial»: el amor conyugal y la paternidad responsable (n. 7) en su mutua relación. El análisis de la paternidad responsable constituye EL PAPA SE PERCATA TANTO DE LAS DIFICULTADES COMO DE LAS DEBILIDADES A LAS CUALES ESTÁ SUJETO EL HOMBRE CONTEMPORÁNEO. CON TODO, EL CAMINO PARA LA SOLUCIÓN DE LAS DIFICULTADES Y PROBLEMAS SÓLO PUEDE PASAR POR LA VERDAD DEL EVANGELIO: «NO MENOSCABAR EN NADA LA SALUDABLE DOCTRINA DE CRISTO ES UNA FORMA DE CARIDAD EMINENTE HACIA LAS ALMAS» (N. 29). (…) H 9 el tema principal de la encíclica, puesto que las preguntas con que se inicia plantean precisamente este problema: «¿no se podría admitir que la intención de una fecundidad menos exuberante, pero más racional, transformase la intervención materialmente esterilizadora en un control lícito y prudente de los nacimientos? Es decir, ¿no se podría admitir que la finalidad procreadora pertenezca al conjunto de la vida conyugal más bien que a cada uno de los actos? Se pregunta también si, dado el creciente sentido de responsabilidad del hombre moderno, no haya llegado el momento de someter a su razón y a su voluntad, más que a los ritmos biológicos de su organismo, la tarea de regular la natalidad» (n. 3). Para dar una respuesta a estas preguntas, el Papa no recurre a la tradicional jerarquía de los fines del matrimonio, entre los cuales destaca en primer lugar la procreación, sino que, como ya se ha dicho, realiza el análisis de la mutua relación entre el amor conyugal y la paternidad responsable. Se trata del mismo planteamiento del problema que realizó la Constitución pastoral Gaudium et spes. (…) EL MOTIVO DE LA CARIDAD HACIA LAS ALMAS, Y NINGÚN OTRO MOTIVO, MUEVE A LA IGLESIA, QUE «NO DEJA (…) DE PROCLAMAR CON HUMILDE FIRMEZA TODA LA LEY MORAL, TANTO NATURAL COMO EVANGÉLICA» (N. 29). H 10 El matrimonio como amor total que compromete a todo el hombre Un análisis correcto y penetrante del amor conyugal presupone una idea exacta del matrimonio mismo. Éste no es «producido por la evolución de fuerzas naturales inconscientes», sino «comunión de personas» (n. 8) basada en su recíproca donación. Y por eso un juicio recto acerca de la concepción de la paternidad responsable presupone «una visión integral del hombre y de su vocación» (n. 7). Para conseguir formular semejante juicio no son suficientes «las perspectivas parciales, provenientes de los órdenes biológico o psicológico, demográfico o sociológico» (n. 7). Ninguna de estas perspectivas puede servir de base para una adecuada y justa respuesta a las preguntas arriba formuladas. Toda respuesta que se dé desde perspectivas parciales deberá ser también por fuerza parcial. Para encontrar una respuesta adecuada es necesario tener presente una correcta visión del hombre como persona, puesto que el matrimonio establece una comunión de personas, que nace y se realiza a través de su mutua donación. El amor conyugal se caracteriza con las notas que resultan de tal comunión de personas y que corresponden a la personal dignidad del hombre y de la mujer, del marido y de la esposa. Se trata del amor total, es decir, del amor que compromete a todo el hombre, su sensibilidad y su afectividad así como también su espiritualidad y que además debe ser fiel y exclusivo. Este amor «no se agota en la comunión entre los cónyuges, sino que está destinado a perpetuarse suscitando nuevas vidas» (n. 9); y por eso es amor fecundo. Una tal comunión amorosa de los cónyuges, en virtud de la cual ellos constituyen «un solo cuerpo», según las palabras de Gn 2, 24, es como la condición de la fecundidad, la condición de la procreación. Esta comunión, en cuanto es una particular actuación de la comunión conyugal entre personas, dado su carácter corporal y sexual, en sentido estricto, debe realizarse en el nivel de la persona y respetando de la dignidad de la misma. La paternidad, propia del amor de personas, es paternidad responsable Con este fundamento se debe formular un juicio exacto de la paternidad responsable. Este juicio respecta antes que nada a la esencia misma de la paternidad y, bajo este aspecto, es un juicio positivo: «el amor conyugal exige que los esposos conozcan convenientemente su misión de «paternidad responsable»» (n. 10). La encíclica, valorada en conjunto formula este juicio y lo propone como respuesta fundamental a las preguntas previamente planteadas: el amor conyugal debe ser amor fecundo, es decir, «orientado a la paternidad». La paternidad propia del amor de personas es paternidad responsable. Se puede decir que en la encíclica Humanae vitae la paternidad responsable se convierte en el nombre propio de la procreación humana. Este juicio, fundamentalmente positivo sobre la paternidad responsable exige sin embargo establecer algunas matizaciones. Sólo gracias a ellas encontramos una respuesta universal a las preguntas con que comienza la encíclica. Pablo VI nos las ofrece. Según la encíclica, la paternidad responsable significa «tanto (…) la deliberación ponderada y generosa de hacer crecer una familia numerosa, como (…) la de evitar temporalmente o también a tiempo indeterminado un nuevo nacimiento» (n. 10). Si el amor conyugal es amor fecundo, es decir, orientado a la paternidad, es difícil pensar que el significado de la paternidad responsable, deducido de sus propiedades esenciales, pueda identificarse solamente con la limitación de los nacimientos. La paternidad responsable puede decirse realizada tanto por parte de los cónyuges que, después de una ponderada y generosa deliberación, deciden procrear una prole numerosa, como también de quienes llegan a la determinación de limitarla, «por graves motivos y en el respeto de la ley moral» (n. 10). LA VERDAD NORMATIVA DE LA ENCÍCLICA HUMANAE VITAE ESTÁ VINCULADA DIRECTAMENTE CON LOS VALORES EXPRESADOS EN EL ORDEN MORAL OBJETIVO SEGÚN SU PROPIA JERARQUÍA. ÉSTOS SON LOS AUTÉNTICOS VALORES HUMANOS VINCULADOS CON LA VIDA CONYUGAL Y FAMILIAR. Procesos biológicos y respeto de la dignidad de la persona Según la doctrina de la Iglesia, la paternidad responsable no es ni puede ser sólo el efecto de una cierta «técnica» de la colaboración H 11 conyugal, sino que tiene antes que nada y «per se» un valor ético. Existe un verdadero y fundamental peligro – al cual la encíclica quiere servir de remedio providencial – que consiste en la tentación de considerar este problema fuera de la órbita de la ética, de esforzarse por arrebatarle al hombre la responsabilidad de las propias acciones que están profundamente enraizadas en toda su estructura personal. La paternidad responsable –escribe el Pontífice – «significa el necesario dominio que la razón y la voluntad deben ejercitar sobre las tendencias del instinto y de las pasiones» (n. 10). Este dominio presupone por eso «conocimiento y respeto de los procesos biológicos» (n. 10), y por eso coloca dichos procesos no sólo en su dinamismo biológico sino también en la integración personal, es decir, en el nivel de la persona, puesto que «la inteligencia descubre en el poder de dar la vida, leyes biológicas que afectan a la persona humana» (n. 10). LAS CUESTIONES QUE AGITAN A LOS HOMBRES CONTEMPORÁNEOS «EXIGÍAN DEL MAGISTERIO DE LA IGLESIA UNA NUEVA Y PROFUNDA REFLEXIÓN ACERCA DE LOS PRINCIPIOS DE LA DOCTRINA MORAL DEL MATRIMONIO, DOCTRINA FUNDADA SOBRE LA LEY NATURAL, ILUMINADA Y ENRIQUECIDA POR LA REVELACIÓN DIVINA» (N. 4). (…) La inseparabilidad de los significados del acto conyugal El amor es comunión de personas. Si a ella corresponde la paternidad -y paternidad responsable- el modo de actuar que lleva a una tal paternidad no puede resultar moralmente indiferente. Más aún, es ese modo de actuar el que determina si la actuación sexual de la comunión de personas es o no un amor auténtico, «salvaguardando ambos aspectos esenciales, el unitivo y el procreativo, el acto conyugal conserva íntegramente el sentido del mutuo y verdadero amor» (n. 12) El hombre «no puede romper por propia iniciativa la conexión inescindible entre ambos significados del acto conyugal: el significado unitivo y el significado procreador» (n . 12). Es precisamente por esta razón que la encíclica continua sosteniendo la posición del precedente magisterio y mantiene la diferencia entre la llamada regulación natural de la natalidad, que comporta una continencia periódica, y la anticoncepción, que se obtiene mediante el recurso a medios artificiales. Decimos «mantiene», porque ambos supuestos difieren completamente entre sí» (n. 16). Existe una gran diferencia entre ambos por lo que respecta a su calificación ética. Una norma inscrita en el corazón humano. La encíclica de Pablo VI presenta, en cuanto documento del Magisterio supremo de la Iglesia, una enseñanza de la moral humana y a la vez cristiana en uno de sus puntos clave. La verdad de la Humanae vitae constituye por tanto una verdad normativa. Nos recuerda los principios de la moral, que constituyen la norma objetiva. Esta H 12 norma está también inscrita en el corazón del hombre, como vimos en testimonio dado por Gandhi. Sin embargo, este principio objetivo de la moral sufre con facilidad tanto deformaciones subjetivas como también un oscurecimiento colectivo. Por otra parte, ésta es la suerte de muchos otros principios morales como, por ejemplo los que han sido recordados en la encíclica Populorum progressio. En la encíclica Humanae vitae, el santo Padre expresa antes que nada su plena comprensión de todas estas circunstancias que parecen contradecir el principio de la moral conyugal, enseñada por la Iglesia. El Papa se percata tanto de las dificultades como de las debilidades a las cuales está sujeto el hombre contemporáneo. Con todo, el camino para la solución de las dificultades y problemas sólo puede pasar por la verdad del Evangelio: «No menoscabar en nada la saludable doctrina de Cristo es una forma de caridad eminente hacia las almas» (n. 29). El motivo de la caridad hacia las almas, y ningún otro motivo, mueve a la Iglesia, que «no deja (…) de proclamar con humilde firmeza toda la ley moral, tanto natural como evangélica» (n. 29). El valor de la vida humana La verdad normativa de la encíclica Humanae vitae está vinculada directamente con los valores expresados en el orden moral objetivo según su propia jerarquía. Éstos son los auténticos valores humanos vinculados con la vida conyugal y familiar. La Iglesia se siente guardiana y garante de estos valores, como leemos en la encíclica. Ante la amenaza de un peligro para los mismos, la Iglesia se siente obligada a defenderlos. Los valores auténticamente humanos constituyen la base y al mismo tiempo la motivación de los principios de la moral conyugal recordados en la encíclica. Conviene destacarlos, si bien esto ya se ha hecho en las argumentaciones precedentes, y la cosa está bien clara por cuanto el verdadero significado de la paternidad responsable ya se ha expresado en la encíclica en relación con el amor conyugal. El valor que se encuentra en la base de esta demostración es el valor de la vida humana, es decir, de la vida ya concebida y también al surgir ésta en la convivencia de los cónyuges. De este valor habla la responsabilidad misma de la paternidad, a la cual está dedicada principalmente la totalidad de la encíclica. (…) LA REVELACIÓN COMO EXPRESIÓN DEL ETERNO PENSAMIENTO DE DIOS NOS PERMITE Y AL MISMO TIEMPO NOS ORDENA CONSIDERAR EL MATRIMONIO COMO LA INSTITUCIÓN PARA TRANSMITIR LA VIDA HUMANA EN LA CUAL LOS CÓNYUGES SON «COLABORADORES LIBRES Y RESPONSABLES DE DIOS CREADOR» (N. 1). La concepción de la persona a través de las personas El hecho de que este valor de la vida ya concebida o al surgir no se examine en la encíclica sobre el fondo de la procreación misma como fin del matrimonio, sino en la perspectiva del amor y la H 13 NOS PARECE PROPIO DE ESTE TESTIMONIO EL HECHO DE QUE EL HOMBRE HAGA CIERTO SACRIFICIO EN ARAS DE LOS VALORES AUTÉNTICOS. EL EVANGELIO CONFIRMA CONSTANTEMENTE LA NECESIDAD DE SEMEJANTE SACRIFICIO, ASÍ COMO LA OBRA MISMA DE LA REDENCIÓN, QUE SE EXPRESA TOTALMENTE EN EL MISTERIO PASCUAL. (…) H 14 responsabilidad de los cónyuges, sitúa el valor mismo de la vida humana en una nueva luz. En su convivencia matrimonial, que es convivencia de personas, el hombre y la mujer deben dar origen a una nueva persona humana. La concepción de la persona a través de las personas es precisamente la justa medida de los valores que debe aplicarse aquí, y es al mismo tiempo la justa medida de la responsabilidad que debe guiar la paternidad humana. La encíclica reconoce este valor. Si bien no parece hablar mucho del mismo, no deja de destacarlo indirectamente aún más al ponerlo claramente en el contexto de otros valores. Éstos son valores fundamentales para la vida humana y además los valores específicos para el matrimonio y la familia. Son específicos ya que únicamente el matrimonio y la familia –y ningún otro ambiente humano-constituyen el campo específico donde se manifiestan estos valores, prácticamente un suelo fértil en el cual crecen. Uno de éstos es el valor del amor conyugal y familiar; el otro es el valor de la persona, es decir, su dignidad, que se manifiesta en los contactos humanos más íntimos. Estos dos valores se penetran tan profundamente entre sí que en cierto modo constituyen un solo bien. El logro de la plena madurez espiritual Éste es precisamente el bien espiritual del matrimonio, la mayor riqueza de las nuevas generaciones humanas: «los cónyuges desarrollan integralmente su personalidad, enriqueciéndose de valores espirituales: ella (la disciplina) aporta a la vida familiar frutos de serenidad y de paz (…); favorece la atención hacia el otro cónyuge, ayuda a los esposos a superar el egoísmo, enemigo del verdadero amor, y enraíza más su sentido de responsabilidad en el cumplimiento de sus obligaciones. Los padres adquieren así la capacidad de un influjo más profundo y eficaz para educar a los hijos; los niños y los jóvenes crecen en la justa apreciación de los valores humanos y en el desarrollo sereno y armonioso de sus facultades espirituales y sensibles» (n. 21). He aquí el contexto pleno y al mismo tiempo la perspectiva universal de los valores en los cuales se basa la doctrina de la paternidad responsable. La actitud de responsabilidad se extiende en toda la vida conyugal y en todo el proceso de educación. Únicamente los hombres que han alcanzado la plena madurez de la persona mediante una educación completa logran educar a los nuevos seres humanos. La paternidad responsable y la castidad de las relaciones mutuas entre los cónyuges propia de aquélla son prueba de su madurez espiritual. Por consiguiente, ellos proyectan su luz en todo el proceso de educación que se lleva a cabo en la familia. El amor conyugal: auténtica donación de una persona a otra Además de contener normas claras y explícitas sobre la vida matrimonial, la paternidad consciente y el justo control de la natalidad, la encíclica Humanae vitae señala los valores a través de dichas normas, confirma su recto sentido y nos pone en guardia contra el falso sentido, expresando asimismo el profundo interés por proteger al hombre del peligro de alterar los valores más fundamentales. Uno de los valores más fundamentales es el del amor humano. El amor encuentra su fuente en Dios, que «es Amor». Pablo VI plantea esta verdad revelada al comienzo de su penetrante análisis del amor conyugal ya que éste expresa el valor más grande que debe reconocerse en el amor humano. El amor humano es rico en experiencias que lo constituyen, pero su riqueza esencial consiste en ser una comunión de personas, es decir, de un hombre y una mujer en su mutua donación. El amor conyugal se enriquece con la auténtica donación de una persona a otra persona. Precisamente esta mutua donación de la persona misma no debe alterarse. Si en el matrimonio debe realizarse el amor auténtico de las personas a través de la donación de los cuerpos, es decir, a través de «la unión en el cuerpo» del hombre y la mujer, precisamente por consideración al valor mismo del amor no se puede alterar esta mutua donación en aspecto alguno del acto conyugal interpersonal. Cardenal Karol Wojtyla, luego Papa Juan Pablo II. La castidad matrimonial es salvaguardia del amor El valor mismo del amor humano y su autenticidad exigen la castidad del acto conyugal en la forma en que lo pide la Iglesia y se alude en la encíclica misma. En diversos campos, el hombre domina la naturaleza y la subordina a sí mismo mediante medios artificiales. El conjunto de estos medios equivale en cierto modo al progreso y la civilización. Sin embargo, en este campo en el cual es preciso actuar a través del acto conyugal, el amor entre persona y persona, y donde la persona debe darse auténticamente a sí misma (y «dar» quiere decir también «recibir» recíprocamente), el uso de los medios artificiales equivale a una alteración del acto de amor. El autor de la encíclica Humanae vitae tiene presente el valor auténtico del amor humano que tiene a Dios como fuente y viene confirmado por la recta conciencia y el sano «sentido moral». Y precisamente en nombre de este valor el Papa enseña los principios de la responsabilidad ética. Ésta es también la responsabilidad que protege la calidad del amor humano en el matrimonio. Este amor se expresa también en la continencia –incluso cuando es periódica- por cuanto el amor es capaz de renunciar al acto conyugal, pero no puede renunciar al H 15 auténtico don de la persona. La renuncia al acto conyugal pude ser en ciertas circunstancias un auténtico don personal. Pablo VI escribe al respecto: «Esta disciplina, propia de la pureza de los esposos, lejos de perjudicar el amor conyugal, le confiere un valor humano más sublime» (n. 21). La donación presupone autodominio (…) LA CRUZ DE CRISTO SE HA CONVERTIDO EN EL PRECIO DE LA REDENCIÓN HUMANA. TODO HOMBRE QUE TRANSITA POR EL CAMINO DE LOS VERDADEROS VALORES DEBE ASUMIR ALGO DE ESTA CRUZ COMO PRECIO QUE ÉL MISMO DEBE PAGAR POR LOS VALORES AUTÉNTICOS. (…) Expresando el interés urgente por el auténtico valor del amor humano, la encíclica Humanae vitae se dirige al hombre y alude al sentido de la dignidad de la persona. De hecho, de acuerdo con su auténtico valor, el amor debe ser realizado por el hombre y la mujer en el matrimonio. La capacidad para semejante amor y la capacidad para el auténtico don de la persona exigen de ambos el sentido de la dignidad personal. La experiencia del valor sexual debe estar impregnada de una conciencia viva del valor de la persona. Este valor explica precisamente la necesidad del dominio de sí mismo que es propia de la persona: la personalidad de hecho se expresa en el autocontrol y el autodominio, sin los cuales el hombre no sería capaz ni de darse a sí mismo ni de recibir. La encíclica Humanae vitae formula esta jerarquía de valores, que resulta ser esencial y decisiva para todo el problema de la paternidad responsable. No es posible invertir esta jerarquía ni alterar el justo orden de los valores. Correríamos el riesgo de semejante inversión y mutación de los valores si para resolver el problema partiésemos de aspectos parciales en vez de hacerlo «a partir de la visión integral del hombre y su vocación». Otros aspectos del problema Cada uno de estos aspectos parciales es sumamente importante en sí mismo, y Pablo VI ciertamente no reduce la importancia tanto del aspecto demográfico-sociológico como biopsicológico. Por el contrario, el Pontífice los considera atentamente. Él sólo quiere impedir que cualquiera de los aspectos parciales en particular, independientemente de su grado de importancia, pueda destruir la recta jerarquía de los valores y despojar de su verdadero significado al amor como comunión de personas y al hombre mismo como persona capaz de una auténtica donación en la cual no puede ser sustituido por la «técnica». En todo esto, sin embargo, el Papa no omite aspecto parcial alguno del problema, enfrentando en cambio cada uno de ellos y estableciendo su contenido fundamental, y en conexión con lo mismo la recta jerarquía de valores. Y precisamente en este camino existe la posibilidad de un control de los nacimientos H 16 y por consiguiente también la posibilidad de resolver las dificultades sociodemográficas. Y es por eso que Pablo VI pudo escribir con plena seguridad que «los poderes públicos pueden y deben contribuir a la solución del problema demográfico» (n. 23). Cuando se trata del aspecto biológico y también del aspecto psicológico –como de hecho enseña la encíclica-, el camino de la realización de los respectivos valores pasa por la valorización del amor mismo y de la persona. He aquí las palabras del eminente biólogo, el profesor P. P. Grasset de la Academia de Ciencias: «La encíclica está de acuerdo con los datos de la biología, recuerda a los médicos sus obligaciones y marca al hombre el camino en el cual su dignidad, tanto física como moral, no estará sometida a ofensa alguna» (Le Figaro, 8 de octubre de 1968). Se puede decir que la encíclica penetra en el núcleo de esta problemática universal adoptada por el Concilio Vaticano II. El problema del desarrollo «del mundo», tanto en sus instancias modernas como en sus perspectivas más lejanas, suscita una serie de interrogantes que el hombre se plantea sobre sí mismo. Algunas de éstas se expresan en la Constitución pastoral Gaudium et spes. No es posible una justa respuesta a estas interrogantes sin percatarse del significado de los valores que deciden sobre el hombre y la vida verdaderamente humana. En la encíclica Humanae vitae Pablo VI se ocupa de examinar estos valores en su punto neurálgico. El testimonio cristiano El examen de los valores y a través de éste la norma misma de la paternidad responsable formulada en la encíclica Humanae vitae son portadores de manera especial de la huella del Evangelio. Es conveniente destacarlo nuevamente al final de estas consideraciones, si bien desde el comienzo ninguna otra idea ha sido su hilo conductor. Las cuestiones que agitan a los hombres contemporáneos «exigían del Magisterio de la Iglesia una nueva y profunda reflexión acerca de los principios de la doctrina moral del matrimonio, doctrina fundada sobre la ley natural, iluminada y enriquecida por la Revelación divina» (n. 4). La Revelación como expresión del eterno pensamiento de Dios nos permite y al mismo tiempo nos ordena considerar el matrimonio como la institución para transmitir la vida humana en la cual los cónyuges son «colaboradores libres y responsables de Dios Creador» (n. 1). Cristo mismo confirmó esta dignidad perenne de ellos e incluyó el conjunto de la vida matrimonial en la obra de la Redención, insertándola en el orden sacramental. Con el sacramento del matrimonio, «los cónyuges son corroborados y como consagrados para cumplir fielmente los propios deberes, para realizar su vocación hasta la (…) ESTE PRECIO CONSISTE EN UN ESFUERZO ESPECIAL. ESCRIBE EL PAPA: «LA LEY DIVINA EXIGE UN SERIO COMPROMISO Y MUCHOS ESFUERZOS». Y ENSEGUIDA AGREGA QUE «TALES ESFUERZOS ENNOBLECEN AL HOMBRE Y BENEFICIAN LA COMUNIDAD HUMANA» (N. 20). H 17 A TRAVÉS DE TODAS LAS ARGUMENTACIONES Y LLAMADOS DE LA ENCÍCLICA, LLENOS POR LO DEMÁS DE DRAMÁTICA TENSIÓN, NOS LLEGAN LAS PALABRAS DEL MAESTRO: «CON VUESTRA PERSEVERANCIA SALVARÉIS VUESTRAS ALMAS» (LUCAS 21, 19). PORQUE EN DEFINITIVA SE TRATA PRECISAMENTE DE ESTO. H 18 perfección y para dar un testimonio propio de ellos delante del mundo» (n. 25). Habiéndose expuesto en la encíclica la doctrina de la moral cristiana, la doctrina de la paternidad responsable, entendida como recta expresión del amor conyugal y la dignidad de la persona humana, constituye un componente importante del testimonio cristiano. Y nos parece propio de este testimonio el hecho de que el hombre haga cierto sacrificio en aras de los valores auténticos. El Evangelio confirma constantemente la necesidad de semejante sacrificio, así como la obra misma de la Redención, que se expresa totalmente en el Misterio Pascual. La cruz de Cristo se ha convertido en el precio de la redención humana. Todo hombre que transita por el camino de los verdaderos valores debe asumir algo de esta cruz como precio que él mismo debe pagar por los valores auténticos. Este precio consiste en un esfuerzo especial. Escribe el Papa: «La ley divina exige un serio compromiso y muchos esfuerzos». Y enseguida agrega que «tales esfuerzos ennoblecen al hombre y benefician la comunidad humana» (n. 20). El esfuerzo necesario para obtener el valor del amor La última parte de la encíclica es un llamado a este compromiso serio y estos esfuerzos, dirigido tanto a las comunidades, para que «creen un clima favorable para la educación de la castidad» (n. 22), como a los poderes públicos y a los hombres de ciencia, con el fin de que logren «dar una base suficientemente segura para una regulación de los nacimientos fundada en la observancia de los ritmos naturales de fecundidad» (n. 24). La encíclica por último se dirige a los cónyuges mismos, al apostolado de las familias por la familia, a los médicos, a los sacerdotes y a los obispos como pastores de almas. A los hombres contemporáneos, inquietos e impacientes, y amenazados al mismo tiempo en el ámbito de los valores y principios más fundamentales, el Vicario de Cristo recuerda las leyes que rigen a este sector. Y como éstos no tienen paciencia y buscan simplificaciones y aparentes facilitaciones, él les recuerda el precio de los verdaderos valores y en qué medida se requiere paciencia y esfuerzo para obtener estos valores. Al parecer, a través de todas las argumentaciones y llamados de la encíclica, llenos por lo demás de dramática tensión, nos llegan las palabras del Maestro: «Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas» (Lucas 21, 19). Porque en definitiva se trata precisamente de esto. Humanae vitae, cuarenta años después POR CARLO CARDENAL CAFFARRA R eflexionar en la actualidad sobre la encíclica Humanae vitae pareciera haber llegado a ser «pasado de moda». Por lo que a mí me consta, al cabo de años de encendido debate dentro y fuera de la Iglesia, hoy parece haberse producido un gran silencio. ¿Cómo interpretar este hecho? ¿Tiene sentido aprovechar el actual aniversario para reabrir una reflexión rigurosa sobre la doctrina de la encíclica? ¿En qué términos y en qué contextos? Obviamente, no quiero responder a todas estas preguntas; pero desearía, por así decir, abordarlas «por detrás». Planteamiento del problema Limito mi reflexión a la condición de Occidente, y comienzo a hacerla preguntándome cuál es la actitud cultural hacia la Humanae vitae. En los primeros veinte años después de la publicación, la reflexión y/o el debate tenían relación con la posibilidad de poner en práctica la norma moral enseñada por Humanae vitae y el carácter autorizado de la enseñanza. En dicho contexto se elaboró la teoría de la gradualidad de la ley, progresivamente apoyada por las teorías éticas del consecuencialismo y el teleologismo. Históricamente, el debate sobre Humanae vitae fue adquiriendo progresiva y lógicamente cada vez mayor profundidad, llegándose a la elaboración de teorías éticas de las cuales surgía una interpretación del texto que negaba el carácter incondicional de la norma enseñada en el mismo. La gran encíclica Veritatis splendor de Juan Pablo II nació de este contexto. El otro aspecto del debate que caracterizó los primeros veinte años era de carácter eclesiológico: precisamente, la competencia del Magisterio para enseñar con autoridad normas morales que el mismo dice ser propias de la ley natural, y el grado autoridad con que el magisterio enseña lo que expresa en Humanae vitae . Este enfoque de Humanae vitae consideraba indiscutible o en todo caso no cuestionable la verdad de lo que prescribía la encíclica, o mejor dicho, el bien defendido por la norma se consideraba bien verdadero. EN LOS PRIMEROS VEINTE AÑOS DESPUÉS DE LA PUBLICACIÓN, LA REFLEXIÓN Y/O EL DEBATE TENÍAN RELACIÓN CON LA POSIBILIDAD DE PONER EN PRÁCTICA LA NORMA MORAL ENSEÑADA POR HUMANAE VITAE Y EL CARÁCTER AUTORIZADO DE LA ENSEÑANZA. H 19 LA MATERIA DEL DEBATE ESTÁ CONSTITUIDA POR LA PREGUNTA SOBRE LA VERDAD DEL BIEN QUE HUMANAE VITAE SE PROPONE DEFENDER, ES DECIR, ¿ES VERDAD O NO QUE LA CONEXIÓN ENTRE CAPACIDAD UNITIVA Y CAPACIDAD PROCREATIVA, UNIDAS EN LA SEXUALIDAD, CONSTITUYE UN BIEN PROPIAMENTE MORAL?(...) H 20 Precisamente en este nivel se produjo la «crisis de la Humanae vitae» en los veinte años siguientes. Me explico. La materia del debate ya no es la posibilidad de poner en práctica la norma enseñada y la obligatoriedad del asentimiento del creyente ante la misma en razón del sujeto docente. La materia del debate está constituida por la pregunta sobre la verdad del bien que Humanae vitae se propone defender, es decir, ¿es verdad o no que la conexión entre capacidad unitiva y capacidad procreativa, unidas en la sexualidad, constituye un bien propiamente moral? Se pasa de pensar: «lo que la Iglesia enseña no se puede poner en práctica o en todo caso no obliga semper et pro semper», a pensar: «lo que la Iglesia enseña es falso». La pregunta sobre la verdad es el aspecto problemático central en la actualidad. ¿Cómo se llegó a esta radicalización de la confrontación? ¿Cómo puede ubicarse hoy la Iglesia dentro de este contexto? Procuraré responder estas dos preguntas en los próximos dos puntos de mis reflexiones. El itinerario hacia la radicalización La radicalización de la confrontación con Humanae vitae es uno de los numerosos aspectos de la confrontación que vive en la actualidad la propuesta evangélica con la postmodernidad occidental. Ésta ya no se produce, al menos de manera principal, en el plano de la práctica: ¿es razonable o posible seguir lo que exige o prohíbe la propuesta cristiana? ¿Se observa de hecho en la práctica la propuesta cristiana? El choque tiene lugar en el plano de la verdad. El cristianismo supuestamente no dice la verdad sobre el bien el hombre. Se encuentra en el mismo plano de todas las demás propuestas religiosas; forma parte con el mismo derecho del «supermercado de las religiones»; cada uno toma el producto de acuerdo con sus preferencias, sin posibilidad de una argumentación razonable susceptible de ser compartida. La propuesta cristiana no tendría, porque no puede tener, posibilidad de estrechar lazos de amistad con la razón. La pregunta «¿Es el cristianismo una religión verdadera?» se considera dotada de tanto sentido como la pregunta «¿De que color es una sinfonía de Mozart?». Verdad y cristianismo serían dos categorías de un género esencialmente distinto. No quiero, en todo caso, entrar ahora en una reflexión de carácter general, sino más bien desearía verificar de qué manera todos los presupuestos de carácter antropológico vinculados con la verdad que están en la base de Humanae vitae se han corroído progresivamente. Esta erosión no ha hecho impracticable, sino impensable Humanae vitae , es decir, ha demostrado la (¡supuesta!) falsedad de la misma. Cardenal Caffarra, Arzobispo de Bolonia (Italia). «No puedo pensar que la Iglesia siga enseñando la Humanae vitae», me decía una persona. Subrayo «no puedo pensar». Sustancialmente, la afirmación central de Humanae vitae se basa en la (percepción de la) presencia de un bien moral en el hecho de ser el acto sexual conyugal fértil al mismo tiempo unitivo y procreativo. La presencia de ambas condiciones no es un mero dato de hecho, sino que en ella hay una preciosidad de carácter ético que exige ser respetada. Este acto de inteligencia se basa en algunos presupuestos antropológicos que debo citar en forma puramente telegráfica. El primero. La persona humana es sustancialmente una en su composición de materia y espíritu («corpore et anima unus», dice el Concilio Vaticano II hablando del hombre). Por lo tanto la relación ente el yopersona y el cuerpo no es puramente de uso. El segundo. La dimensión biológica de la sexualidad humana es lenguaje de la persona, dotado de su propio significado, de su gramática. Si el beso de Judas nos perturba tan profundamente es porque el gesto de besar tiene su propio significado y llevarlo a cabo dándole otro sentido se advierte como algo inmoral y reprobable. El tercero. La gramática que rige el lenguaje de la persona que es la sexualidad es la gramática del don de sí mismo. De ahí se desprende (...) SE PASA DE PENSAR: «LO QUE LA IGLESIA ENSEÑA NO SE PUEDE PONER EN PRÁCTICA O EN TODO CASO NO OBLIGA SEMPER ET PRO SEMPER», A PENSAR: «LO QUE LA IGLESIA ENSEÑA ES FALSO». LA PREGUNTA SOBRE LA VERDAD ES EL ASPECTO PROBLEMÁTICO CENTRAL EN LA ACTUALIDAD. H 21 LA CONDICIÓN EN LA CUAL SE ABORDA HOY LA ENSEÑANZA DE HUMANAE VITAE ES SEÑAL DE UN DESAFÍO MUY FUERTE LANZADO POR LA POSTMODERNIDAD OCCIDENTAL A LA IGLESIA. ESTE DESAFÍO PLANTEA QUE EL HOMBRE PUEDE VIVIR BIEN, Y DE HECHO MEJOR SI VIVE «COMO SI DIOS NO ESTUVIERA PRESENTE». ES EL DESAFÍO DE QUIENES RECHAZAN LA PROPUESTA CRISTIANA DE SALVACIÓN POR CONSIDERARLA FALSA O INNECESARIA O SUJETA A OPINIONES BASADAS EN LOS GUSTOS DE CADA UNO. H 22 que el respeto de esta gramática exige una profunda e íntima integración entre el eros y el ágape, entre pathos, eros y logos. Ahora bien, mi convicción es que estos tres presupuestos se han corroído totalmente en la actual la postmodernidad occidental. El primero se ha demolido en una doble dirección: o una naturaleza sin libertad o una libertad sin una naturaleza. Ha sido un proceso sumamente complejo en el cual ha habido tanto una progresiva reducción de la libertad y la espontaneidad como una visión de la persona de tendencia materialista. El segundo se ha demolido en la victoria de la ética utilitarista, que niega la existencia de motivos incondicional y universalmente capaces de justificar una elección libre y reprobar la opción contraria. Todo llega a ser justificable en el ámbito del ejercicio de la sexualidad siempre que sea libremente deseado. El tercer presupuesto resulta ampliamente demolido en la vivencia actual en la cual pathos, logos y ethos se encuentran totalmente separados. Éste es el nudo que la ética contemporánea demuestra ser cada vez más incapaz de desatar. Termino este segundo punto. En el mismo se ha sostenido la siguiente tesis: Humanae vitae ha llegado a ser incomprensible en la postmodernidad por haber llegado a ser totalmente impensable. La misión de la Iglesia hoy La condición en la cual se aborda hoy la enseñanza de Humanae vitae es señal de un desafío muy fuerte lanzado por la postmodernidad occidental a la Iglesia. Este desafío plantea que el hombre puede vivir bien, y de hecho mejor si vive «como si Dios no estuviera presente». Es el desafío de quienes rechazan la propuesta cristiana de salvación por considerarla falsa o innecesaria o sujeta a opiniones basadas en los gustos de cada uno. El «tratamiento» que está experimentando el matrimonio en la sociedad occidental es al respecto característico. En este sentido hablaba de la condición de Humanae vitae como un test sumamente significativo. Pienso que la misión de la Iglesia debe ejercerse en dos planos. El primero está constituido por la atención pastoral a los cónyuges que viven el Evangelio del matrimonio. En esta tarea es preciso preocuparse sobre todo de educar a los cónyuges cristianos en el juicio de la fe. Por juicio de la fe entiendo el acto de la razón iluminada por la fe mediante el cual comprendo en profundidad y evalúo lo que está ocurriendo hoy. Es precisamente lo que escribe el Apóstol: «No os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto» (Rm 12, 2). El Apóstol vincula la capacidad de discernimiento –lo he llamado el «juicio de la fe»- a un enfrentamiento crítico entre la mente, el modo de razonar del creyente y el modo de razonar de este siglo. Estoy cada vez más convencido de que una de las debilidades o enfermedades más graves que padece el cristiano que vive en la postmodernidad occidental es la debilidad de juicio. Suelo escuchar con cierta frecuencia decir a cristianos: «Yo no procedo de ese modo, ¿pero por qué impedir a otro hacerlo?». El segundo plano en el cual pienso que es preciso ejercer la misión de la Iglesia es precisamente en el pensamiento, en la reconstrucción de una verdadera antropología como base razonable de una doctrina matrimonial. Los debates que están produciéndose hoy en nuestras sociedades occidentales sobre una redefinición de la institución matrimonial demuestran de qué manera la confrontación se da sobre todo en el plano del pensamiento. Permítaseme entonces hacer algunas proposiciones concretas. - Que el Pontificio Consejo Para la Familia, de acuerdo y en cooperación con la Congregación para la Educación Católica, programe un encuentro al cual se invite a los Presidentes de las Facultades de Teología, Filosofía, y Ciencias Sociales con el fin de elaborar una verdadera programación cultural en torno a los temas anteriormente esbozados. - Que el Pontificio Consejo para la Familia solicite a la Congregación para la Educación Católica verificar en qué condiciones se aborda hoy la enseñanza de la doctrina del matrimonio, no sólo la doctrina teológica. - Que se introduzca como hábito un seminario anual de estudio, rigurosamente reservado a varios expertos, y distinto del Plenario, en el cual se aborde un tema considerado de urgencia e importancia capital. El seminario puede ser administrado directamente por el Pontificio Consejo o puesto en manos de Institutos de investigación existentes en algunas diócesis, pero siempre bajo la responsabilidad del Pontificio Consejo. El gran desafío que el magisterio de Benedicto XVI está lanzando -reconstruir el pacto de amistad entre la fe y la razón- constituye el aspecto central y crucial de la evangelización actual. La condición abordada por Humanae vitae también demuestra esto ampliamente. EL SEGUNDO PLANO EN EL CUAL PIENSO QUE ES PRECISO EJERCER LA MISIÓN DE LA IGLESIA ES PRECISAMENTE EN EL PENSAMIENTO, EN LA RECONSTRUCCIÓN DE UNA VERDADERA ANTROPOLOGÍA COMO BASE RAZONABLE DE UNA DOCTRINA MATRIMONIAL. LOS DEBATES QUE ESTÁN PRODUCIÉNDOSE HOY EN NUESTRAS SOCIEDADES OCCIDENTALES SOBRE UNA REDEFINICIÓN DE LA INSTITUCIÓN MATRIMONIAL DEMUESTRAN DE QUÉ MANERA LA CONFRONTACIÓN SE DA SOBRE TODO EN EL PLANO DEL PENSAMIENTO. H 23 «Se trató de un sufrido documento de nuestro pontificado —dijo Pablo VI en 1978 al colegio cardenalicio— no sólo por el grave y delicado argumento tratado, sino también, y tal vez más, por un cierto clima de expectativa según el cual, entre los católicos y en el círculo más amplio de la opinión pública, se había generado la idea de presuntas concesiones, o facilidades, o liberalizaciones de la doctrina moral y matrimonial de la Iglesia». H 24 A 40 AÑOS DE UNA ENCICLICA PROFÉTICA El «principio de responsabilidad» en la Humanae vitae POR ANTONIO MARÍA CARDENAL ROUCO VARELA «Raramente un texto de la historia reciente del Magisterio se ha convertido tanto en signo de contradicción como esta Encíclica que Pablo VI escribió a partir de una decisión profundamente sufrida». CARDENAL JOSEPH RATZINGER A l cumplirse un nuevo aniversario de la publicación de la encíclica Humanae vitae (25 de julio de 1968) por Pablo VI, puede parecer superfluo, para unos, y paradójico, para otros, referirse al «principio de responsabilidad» como criterio hermenéutico y motivación «inédita» de una norma que no deja de suscitar «reticencias, reacciones críticas y hasta abierta oposición» en muchos ambientes, incluso eclesiales; y más aún si tenemos en cuenta que es precisamente la apelación a la responsabilidad de los cónyuges –ejercida en el juicio moral del acto conyugal, en la ponderación racional de sus circunstancias y consecuencias previsibles y en el discernimiento y elección de los métodos de regulación de la fecundidad– la que ha servido (y sirve aún) para legitimar teóricamente una praxis moral contraria a la norma enunciada por el Papa. Parece, sin embargo, que esta paradoja responde más a una comprensión deficiente del principio de responsabilidad que a una auténtica inadecuación del mismo para justificar y motivar cumplidamente la doctrina pontificia1. De hecho, Humanae vitae No10 da la razón a quienes insisten en la misión de «paternidad responsable» que compete a los cónyuges, pero, al mismo tiempo, sabiendo que «en el intento de justificar los métodos artificiales… muchos han apelado a las exigencias del amor conyugal y de la «paternidad responsable», intenta «precisar bien el verdadero concepto de estas dos grandes realidades de la vida matrimonial» y «comprender exactamente» su sentido, afirmando: «En la misión de transmitir la vida, los esposos no quedan libres para proceder arbitrariamente, como si ellos pudiesen determinar de manera completamente autónoma los caminos lícitos a seguir, sino que deben conformar su conducta a la intención creadora de Dios, manifestada en la misma HUMANAE VITAE DA LA RAZÓN A QUIENES INSISTEN EN LA MISIÓN DE «PATERNIDAD RESPONSABLE» QUE COMPETE A LOS CÓNYUGES, PERO, AL MISMO TIEMPO, SABIENDO QUE «EN EL INTENTO DE JUSTIFICAR LOS MÉTODOS ARTIFICIALES… MUCHOS HAN APELADO A LAS EXIGENCIAS DEL AMOR CONYUGAL Y DE LA «PATERNIDAD RESPONSABLE», INTENTA «PRECISAR BIEN EL VERDADERO CONCEPTO DE ESTAS DOS GRANDES REALIDADES DE LA VIDA MATRIMONIAL» Y «COMPRENDER EXACTAMENTE» SU SENTIDO. H 25 SE TRATA, PUES, DE SUPERAR UNA COMPRENSIÓN DEFICIENTE DE LA RESPONSABILIDAD QUE HUNDE SUS RAÍCES EN UNA CONCEPCIÓN ERRÓNEA DE LA LIBERTAD Y LA AUTONOMÍA HUMANAS, ES DECIR, EN UN ERROR ANTROPOLÓGICO: «EN ÚLTIMO TÉRMINO, EN LA RAÍZ DE TODOS ESTOS FENÓMENOS ESTÁ LATENTE UNA CONCEPCIÓN DEL HOMBRE QUE CONSIDERA A ÉSTE DUEÑO SIN CONDICIONES DE SU PROPIO CUERPO Y DE LA REALIDAD QUE LE RODEA (…) H 26 naturaleza del matrimonio y de sus actos y constantemente enseñada por la Iglesia»2. De esta forma, Pablo VI nos introduce pedagógicamente en la «exacta comprensión» de la responsabilidad exigida por una paternidad plenamente humana y cristiana oponiéndola a la arbitrariedad, que entiende como la pretensión por parte de los cónyuges de «determinar de manera completamente autónoma los caminos lícitos a seguir», desconociendo que están llamados a ser «cooperadores» e «intérpretes» del amor de Dios (GS 50) con su propio amor conyugal y paterno y que, para poder serlo, «deben conformar su conducta a la intención creadora de Dios» (HV 10), enjuiciando desde ella sus propias intenciones, sus motivos y las circunstancias concretas en las que se sitúa su elección. Se trata, pues, de superar una comprensión deficiente de la responsabilidad que hunde sus raíces en una concepción errónea de la libertad y la autonomía humanas, es decir, en un error antropológico: «En último término, en la raíz de todos estos fenómenos está latente una concepción del hombre que considera a éste dueño sin condiciones de su propio cuerpo y de la realidad que le rodea… Es patente que esta concepción antropológica es radicalmente diferente a la que presenta la fe cristiana, para la que las relaciones del hombre respecto a sí mismo y a la creación están regidas por la sumisión de toda su persona y actividades al Creador, a su mandato y a sus designios» (Una Encíclica Profética (=EnP), documento de los obispos españoles, 1992; cf. HV 13). En efecto, para muchos de nuestros contemporáneos, la libertad –entendida como poder decidir y hacer lo que uno autónomamente quiera– aparece como el valor incuestionable y supremo, al que todo lo demás debe subordinarse, incluso la verdad, cuya pretensión de objetividad y universalidad se ve con escepticismo y sospecha3. Desde esta concepción de la libertad, la responsabilidad o no tiene cabida o se reduce a la mera imputabilidad de ciertos actos –y de sus consecuencias– que el sujeto reconoce, en cierta medida al menos, como obra suya4. Por el contrario, desde un punto de vista cristiano, la libertad se entiende de manera correcta cuando se une estrechamente a la responsabilidad, que consiste en «responder a la verdad del ser del hombre», o sea, en «vivir el ser como respuesta, como respuesta a lo que en realidad somos»5. La responsabilidad nos revela, de esta forma, la dimensión no sólo lógica sino dialógica de la libertad humana, esencial y constitutivamente referida a una palabra originaria, a una llamada que la precede y la constituye, cualificando precisamente el ser del hombre como «responsorial» o «responsable», en el doble sentido de que puede y debe responder a esa interpelación (vocación) que Dios mismo le dirige, o, más precisamente, responder a ella de ella ante sí mismo, ante los otros y ante Dios6. Es esta perspectiva dialógica (moral) y simultáneamente teológica (vocacional) la que Pablo VI asume desde el inicio de la encíclica, cuando señala que en «el gravísimo deber de transmitir la vida humana» los esposos son «colaboradores libres y responsables de Dios Creador» (n.1) y, más concretamente, cuando afirma que «el problema de la natalidad, como cualquier otro referente a la vida humana, hay que considerarlo, por encima de perspectivas parciales de orden biológico o psicológico, demográfico o sociológico, a la luz de una visión integral del hombre y de su vocación, no sólo natural y terrena, sino también sobrenatural y eterna» (n.7)7. Únicamente al interior de este «diálogo vocacional» entre Dios y el hombre, que engloba toda la existencia y le otorga un carácter de promesa –de parte de Dios– y compromiso –de parte del hombre–, es decir, de Alianza, la libertad humana puede reconocer sin error los significados inscritos en el acto conyugal, apreciando su auténtico valor y asumiendo libremente sus no siempre fáciles exigencias8. Por contra, es el desconocimiento de esta dimensión vocacional (teologal) de la libertad humana, debida a la secularización y al predominio de la mentalidad científico-técnica, la que hace prácticamente irreconocibles el significado y la trascendencia de la sexualidad –y la fecundidad– humana, haciéndola, literalmente, insignificante e intranscendente, banal y, por eso mismo, precaria y provisional, capaz únicamente de suscitar «hipótesis de sentido» y «compromisos condicionados», que exigen ser continuamente verificados en un balance permanente de costes y beneficios9. Para Pablo VI, sin embargo, «el matrimonio no es efecto de la casualidad o producto de la evolución de fuerzas naturales inconscientes, (sino) una sabia institución del Creador para realizar en el humanidad su designio de amor» (HV 8). (…) ES PATENTE QUE ESTA CONCEPCIÓN ANTROPOLÓGICA ES RADICALMENTE DIFERENTE A LA QUE PRESENTA LA FE CRISTIANA, PARA LA QUE LAS RELACIONES DEL HOMBRE RESPECTO A SÍ MISMO Y A LA CREACIÓN ESTÁN REGIDAS POR LA SUMISIÓN DE TODA SU PERSONA Y ACTIVIDADES AL CREADOR, A SU MANDATO Y A SUS DESIGNIOS». La dimensión subjetiva de la responsabilidad: los interlocutores del diálogo moral Dios toma la iniciativa del diálogo, precede y suscita con su Palabra –creadora y redentora… toda palabra humana, la cual, en consecuencia, sólo será verdaderamente «responsable» –fiel a su verdad– en la medida que interprete y actualice correctamente los significados –unitivo y procreativo– inscritos originariamente por Dios en el acto conyugal, es decir, en el «lenguaje del cuerpo» (En P 29) o, dicho de otra forma, en la «naturaleza» del matrimonio, de la persona y de sus actos (cf. HVG 10; GS 51)10. Los cónyuges, por su parte, pueden comprender (subjetivamente) el significado (objetivo) de este lenguaje (ontológico) y responder a la llamada de Dios usando –y no abusando– de él, porque han sido H 27 «Desde un punto de vista cristiano, la libertad se entiende de manera correcta cuando se une estrechamente a la responsabilidad, que consiste en ‘responder a la verdad del ser del hombre’, o sea, en ‘vivir el ser como respuesta, como respuesta a lo que en realidad somos’». (Joseph Ratzinger en su libro «La fe como camino») PARA MUCHOS DE NUESTROS CONTEMPORÁNEOS, LA LIBERTAD –ENTENDIDA COMO PODER DECIDIR Y HACER LO QUE UNO AUTÓNOMAMENTE QUIERA– APARECE COMO EL VALOR INCUESTIONABLE Y SUPREMO, AL QUE TODO LO DEMÁS DEBE SUBORDINARSE, INCLUSO LA VERDAD, CUYA PRETENSIÓN DE OBJETIVIDAD Y UNIVERSALIDAD SE VE CON ESCEPTICISMO Y SOSPECHA. H 28 constituidos, por la razón, «intérpretes» del designio divino y, por la libertad, «colaboradores» del plan salvífico, es decir, partícipes de su Sabiduría y su Providencia11. El Magisterio eclesial, en este sentido, no suple la responsabilidad que, en cuanto interlocutores y colaboradores de Dios, corresponde específicamente a los cónyuges, sino que únicamente garantiza que el diálogo transcurra en la verdad, evitando que el lenguaje que le sirve de expresión pueda ser falseado o manipulado arbitrariamente por el hombre, en vista de lo cual asume su responsabilidad específica de custodiar íntegramente, interpretar fielmente y enseñar autorizadamente la Ley divina, expresión vinculante del designio de Dios12. El lenguaje del cuerpo posee, en cuanto «ley natural» una racionalidad y normatividad intrínsecas que el hombre puede, en cierta medida al menos, reconocer y realizar, pero tiene además, en cuanto «ley revelada», una plenitud de sentido que sólo puede reconocerse a la luz de la Escritura y de la Tradición, pues remite, en último término, al Misterio mismo de Dios13. Por otro lado, todo «texto» reclama, para ser correctamente interpretado, un «contexto» que garantice su continuidad con el pasado y su relevancia en el presente, mediante un proceso incesante de actualización que traduce su verdad en las circunstancias cambiantes de cada tiempo; dicho contexto está garantizado, para la conciencia católica, por la obediencia al Magisterio (cf. GS 50): «obsequio religioso de la voluntad y de la inteligencia» (LG 25) que engendra y conserva la comunión eclesial, logrando que «todos hablen del mismo modo» y tengan «un mismo pensar y sentir» (cf. HV 28; 1 Cor 1,10)14. La dimensión objetiva de la responsabilidad: los términos del diálogo moral Desde estos presupuestos, Pablo VI insiste en los «diversos aspectos legítimos y relacionados entre sí» (n.10) que deben tenerse en cuenta para un ejercicio «responsable» de la paternidad, es decir, para no desvirtuar la verdad contenida en el lenguaje del cuerpo: la verdad integral de la persona y de la «communio personarum» (Juan Pablo II). Estos «diversos aspectos» son en realidad los términos en los que se articula el diálogo, es decir, el lenguaje concreto con el que Dios revela al hombre su designio amoroso y le llama a responder con reverencia, docilidad y generosidad, «conformando la conducta a Su intención creadora» (HV 10). El cuerpo, con sus «procesos biológicos», constituye el primer término del diálogo moral y, en consecuencia, no es sólo materia bruta, desprovista de significados y valores, que el hombre pueda interpretar o manipular arbitrariamente, sino una palabra elocuente de Dios que reclama una respuesta adecuada –de «conocimiento y respeto» – por parte del hombre, pues «la inteligencia descubre, en el poder de dar vida, leyes biológicas que forman parte de la persona humana» (HV 10)15. No se trata, como algunos creen, de «dualismo antropológico» o de «fixismo biologicista», sino de una afirmación convencida de la unidad del hombre –«corpore et anima unus» (GS 14)–, que está llamado a integrar en este «diálogo moral» el dinamismo propio de la corporalidad16. Por eso, basándose en «la inseparable conexión que Dios ha querido, y el hombre no puede romper por propia iniciativa, entre los dos significados del acto conyugal; el significado unitivo y el significado procreador» (HV 12), Pablo VI afirma que «cualquier acto matrimonial debe quedar abierto a la transmisión de la vida» (n. 11) y, en consecuencia, que impedir su desarrollo natural «es contradecir la naturaleza del hombre y de la mujer y sus más íntimas relaciones, y por lo mismo es contradecir también el plan de Dios y su voluntad» (n. 13)17. La afectividad, con «las tendencias del instinto y de las pasiones», constituye el segundo término del diálogo moral y, por ello, debe someterse igualmente al «dominio» de la razón y de la voluntad para que se pueda asumir responsablemente el significado fascinante y UNICAMENTE AL INTERIOR DE ESTE «DIÁLOGO VOCACIONAL» ENTRE DIOS Y EL HOMBRE, QUE ENGLOBA TODA LA EXISTENCIA Y LE OTORGA UN CARÁCTER DE PROMESA –DE PARTE DE DIOS– Y COMPROMISO – DE PARTE DEL HOMBRE–, ES DECIR, DE ALIANZA, LA LIBERTAD HUMANA PUEDE RECONOCER SIN ERROR LOS SIGNIFICADOS INSCRITOS EN EL ACTO CONYUGAL, APRECIANDO SU AUTÉNTICO VALOR Y ASUMIENDO LIBREMENTE SUS, NO SIEMPRE FÁCILES EXIGENCIAS. H 29 VIVIDA DESDE LA RESPONSABILIDAD, LA PATERNIDAD APARECE COMO UNA VOCACIÓN, ES DECIR, COMO UNA LLAMADA DE DIOS A «COLABORAR CON ÉL EN LA GENERACIÓN Y EDUCACIÓN DE NUEVAS VIDAS» Y, DE ESTA FORMA, «REALIZAR EN LA HUMANIDAD SU DESIGNIO DE AMOR» (HV 8), SABIENDO QUE «LA VIDA HUMANA COMPROMETE DIRECTAMENTE DESDE EL COMIENZO LA ACCIÓN CREADORA DE DIOS» (HV 13) (…) H 30 benéfico de ese impulso interior que lleva al hombre a salir de sí y a sellar una alianza de amor, consintiendo, racional y voluntariamente, a la Promesa de Dios mediante el compromiso personal18. Y, dado que la fecundidad constituye la «prolongación» natural del amor conyugal, tenderá a configurarse también, a través de la paternidad y maternidad, como un «amor plenamente humano», «sensible y espiritual», no una «simple efusión del instinto y del sentimiento, sino un acto de la voluntad libre, destinado a mantenerse y a crecer mediante las alegrías y dolores de la vida» (HV 9)19. La situación concreta, con sus «condiciones físicas, económicas, psicológicas y sociales», constituye el tercer término del diálogo moral y, consecuentemente, exige también una «deliberación ponderada y generosa», es decir, una «relectura» capaz de superar una lógica puramente calculadora, tacaña y desconfiada, para descubrir, a partir de las circunstancias, los indicios de una «vocación» –conyugal y paterna– que Dios se compromete, junto con los esposos, en llevar a término, situando así la responsabilidad humana en la «lógica de la sobreabundancia» y haciendo que «el yugo sea llevadero y la carga ligera» (Mt 11, 30)20. Pero, puesto que las circunstancias constituyen el «contexto» concreto en el que el ser humano viene a la existencia y deben contribuir a garantizar su desarrollo integral, puede ser legítima, e incluso moralmente obligatoria, «la decisión, tomada por graves motivos y en el respeto de la ley moral, de evitar un nuevo nacimiento durante algún tiempo indefinido» (HV 10; cf. N. 16 y GS 50)21. La conciencia de los cónyuges, con «sus propios deberes para con Dios, para consigo mismos, para con la familia y la sociedad, en una justa jerarquía de valores», constituye el cuarto término del «diálogo moral» y, de alguna forma, el más decisivo, ya que es en él donde los demás están llamados a confluir para dar lugar a una respuesta plenamente humana: «la paternidad responsable comporta sobre todo una vinculación más profunda con el orden moral objetivo, establecido por Dios, cuyo fiel intérprete es la recta conciencia» (HV 10). Dicha respuesta, como la llamada que la suscita, pasa necesariamente a través del cuerpo, de la afectividad y de la situación concreta de los cónyuges, pero se engendra sobre todo en la conciencia, «fiel intérprete del orden moral objetivo establecido por Dios» siempre que sea «recta»: en ella se descubre que el diálogo «conyugal» –corporal, afectivo y circunstancial– era, en realidad, un diálogo «moral» orientado al verdadero bien de los esposos, los hijos, la familia y la sociedad, y, por ello, un diálogo «vocacional» del que el hombre debe responder y rendir cuentas, en último término, ante Dios, porque en él se juega, lo sepa o no, su destino temporal y eterno (cf. HV 7)22. Por ello, la fidelidad a la ley natural, es decir, a la verdad inscrita en la creación y rectamente interpretada por la razón, puede llegar a consti- HUMANAE VITAE PROFECÍA DEL MISTERIO NUPCIAL Párrafos escogidos del artículo publicado conjuntamente por el entonces Rector de la Universidad Lateranense, Angelo Scola, actual Cardenal Patriarca de Venecia, y el profesor Livio Melina, actual Presidente del Instituto Juan Pablo II para estudios de Matrimonio y Familia (en Anthropotes 14/2) al cumplirse 30 años de la encíclica Humanae vitae de Pablo VI. En el lapso transcurrido desde la publicación de la Humanae vitae, las historias dolorosas de la vida de la Iglesia y las dinámicas culturales de la sociedad han mostrado que la encíclica de Pablo VI tocaba un punto neurálgico, no sólo para la ética conyugal, sino para la misma concepción del hombre. Neurálgico y decisivo, hoy como ayer: no es exagerado afirmar que la cuestión del significado de la sexualidad y de la transmisión de la vida humana constituye el punto de separación de diversas antropologías, que chocan entre sí y combaten en el escenario donde se decide el futuro de la humanidad. La respuesta proféticamente ofrecida al sucesor de Pedro, en aquel LA RESPUESTA fatídico 1968, contraria respecto a tantas presiones de la opinión pública, PROFÉTICAMENTE OFRECIDA sea interna como externa a la comunidad eclesial, pero profundamente AL SUCESOR DE PEDRO, coherente con la tradición de la Iglesia, ha hecho explotar sucesivamente EN AQUEL FATÍDICO 1968, una serie de problemáticas diversas y cada vez más radicales, sobre las que CONTRARIA RESPECTO A el magisterio no ha dejado de pronunciarse. TANTAS PRESIONES DE *** LA OPINIÓN PÚBLICA, SEA INTERNA COMO EXTERNA A LA COMUNIDAD ECLESIAL, PERO PROFUNDAMENTE COHERENTE CON LA TRADICIÓN DE LA IGLESIA, HA HECHO EXPLOTAR SUCESIVAMENTE UNA SERIE DE PROBLEMÁTICAS DIVERSAS Y CADA VEZ MÁS RADICALES, SOBRE LAS QUE EL MAGISTERIO NO HA DEJADO DE PRONUNCIARSE. La dignidad de la procreación humana, que no se puede reducir a la reproducción del ejemplar de una especie, está custodiada en su originalidad dado que su principio específico reside en un acto de amor, espiritual y corpóreo al mismo tiempo, de un hombre y de una mujer ligados por el vínculo nupcial. La Instrucción de la Congregación de la Doctrina de la Fe Donum vitae ha precisado las condiciones éticamente necesarias para el inicio de la vida humana, frente a las tecnologías de la procreación médicamente asistida. La vida de un nuevo ser humano es rectamente querida y buscada cuando es esperada y acogida como don de un don, cuando la intervención médica ayuda, pero no sustituye la donación a la vez física y espiritual que los cónyuges hacen de sí mismos en el acto conyugal. La encíclica Evangelium vitae ha reafirmado el valor único e inviolable de la vida humana, en el horizonte amplio de una meditación sobre el mensaje cristiano. De este modo también el otro aspecto de la problemática ha podido ser coherentemente examinado. La conexión de los significados unitivo y procreativo del acto conyugal es, por tanto, la garantía de la verdad personalística de cada uno de ellos: deliberadamente separado de la perspectiva de la transmisión de la vida, el acto conyugal ya no es un acto de amor auténtico a nivel personalístico; separada del contexto del amor conyugal, la procreación viola la dignidad de persona del hijo, que debe ser acogido y afirmado por sí mismo, y no producido como se produce una cosa, mediante el dominio de una técnica. H 31 «La profecía del misterio nupcial contenida en Humanae vitae indica un camino maestro: vivir y mostrar la fascinación y, por tanto, la convenientia, también para el hombre de hoy, de seguir la ley de Cristo tal y como se ve en la unidad entre diferencia sexual, amor y fecundidad (misterio nupcial)». (Obra de Marc Chagall) *** Sobre el plano eclesiológico, la enseñanza de Humanae vitae ha reivindicado la autoridad magisterial de una interpretación auténtica de la ley moral, confiada por Jesucristo a Pedro y a los Apóstoles, sea en lo referido a la ley evangélica, sea en lo referido a la ley natural (VS 4). Las críticas en torno a la coherencia entre las conclusiones de la Comisión de estudio instituida por Juan XXIII en marzo de 1963 y el pronunciamiento pontificio no han cesado de aparecer. A veces se opone a una enseñanza magisterial, que se quisiera sólo ordinaria del Papa y, por tanto, no infalible, la falta de conformidad H 32 con el sensus fidelium y con la opinión predominante de los teólogos. Incluso se llega a negar la posibilidad de un magisterio doctrinal auténtico en el ámbito de las normas determinadas de ley moral natural1. La gran firmeza y constancia de la enseñanza pontificia en estos años, la unanimidad sustancial del colegio episcopal, manifestada en las declaraciones de la Conferencia Episcopal y en el Sínodo de 1980, y sobre todo la coherencia con la gran tradición moral de la Iglesia a lo largo de los siglos, elimina cualquier duda fundada sobre el hecho que la doctrina de la Humanae vitae pertenece a la enseñanza ordinaria universal de la Iglesia2. En el debate en torno a las posiciones del teólogo estadounidense Charles Curran y en las precisiones sucesivas de la Congregación de la Doctrina de la Fe, especialmente en la Instrucción Donum veritatis, en la Professio fidei, en la Nota Doctrinal de la misma Congregación y en la carta apostólica de Juan Pablo II Ad tuendam fidem, los presupuestos necesarios para esta afirmación y para sus consecuencias en la teología y en la praxis pastoral han sido ampliamente esclarecidos. Ya en 1987, Juan Pablo II había afirmado: «cuanto es enseñado por la Iglesia sobre la antiLA ENSEÑANZA PRINCIPAL DE concepción no es materia libremente discutible por los teólogos. Enseñar lo HUMANAE VITAE CONSISTE contrario equivale a inducir en error la conciencia moral de los esposos»3. EN LA AFIRMACIÓN DEL *** «INDISSOLUBILIS NEXOS »QUERIDO POR DIOS –QUE, POR TANTO, EL HOMBRE NO PUEDE INFRINGIR POR PROPIA INICIATIVA– ENTRE LOS DOS SIGNIFICADOS DEL ACTO CONYUGAL: EL SIGNIFICADO UNITIVO Y EL PROCREATIVO (CF. HV 12). UNA AFIRMACIÓN SIMILAR REVELA UNA CONCEPCIÓN PRECISA DEL ACTO CONYUGAL QUE PONE SOBRE EL TAPETE UNA SERIE DE CUESTIONES ANTROPOLÓGICAS ESPECÍFICAS. (…) La enseñanza principal4 de Humanae vitae consiste en la afirmación del indissolubilis nexos querido por Dios –que, por tanto, el hombre no puede infringir por propia iniciativa– entre los dos significados del acto conyugal: el significado unitivo y el procreativo (cf. HV 12). Una afirmación similar revela una concepción precisa del acto conyugal que pone sobre el tapete una serie de cuestiones antropológicas específicas. Para limitarnos a las principales podemos indicar tres. La diferencia sexual como manifestación ontológica de la decisión de Dios de crear al hombre siempre y sólo como varón y como mujer5. El amor, entendido como objetiva relación con el otro, basado en el amor subjetivo (affectio) y considerado como el conjunto de modificaciones bioinstintivas y espirituales –inconscientes, preconscientes y conscientes– que surgen en el sujeto en cuanto amante o amado. La fecundidad: la procreación de los hijos como fruto del amor de los dos cónyuges. La tesis de la indisoluble unidad de los dos significados del acto conyugal exige que los tres factores indicados estén ellos mismos intrínseca e inseparablemente unidos en una indisoluble intersección. Con fundamento en la historia de las culturas y en la revelación bíblica6, podemos hacer uso de la expresión misterio 1Cf. C. Caffarra, «La competenza del Magisterio nell’insegnamento di normi morali determinate», en Anthropotes 4 (1988) 7-23; L. Melina, «The Role of the Ordinary Magisterium: on Francis Sullivan’s Creative Fidelity», en The Tomist 61 (1997) 605-615. 2Véase: Ocáriz, «La nota teologica dell’insegnamento dell’Humanae vitae sulla contraccezione», en Anthropotes 4 (1988) 25-43. 3L’Osservatore Romano 6 de junio de 1987. 4La expresión proviene de una fuente particularmente autorizada: C. Colombo, L’insegnamento fondamentale di Humanae vitae, Milano 1989, 411-412. 5Cf. Mulieris dignitatem 1 6Por ejemplo, cf.: R. Graves, I miti greci, op. Cit., 21-28, It rapporto uomo-Dio nelle grande religión precristiane, op. Cit., 67-92; las voces: Amore (35-64); Cantico dei Cantici (237-245); Corporeiza (308-321); Donna (416-429); Matrimonio (920-930); Uomo (1590-1609); Verginità (1639-1654), en P. Rossano G. Ravasi – A Girlanda (a cura), Nuevo Dizionario di Teología Biblica, Cinisello Balsamo 1989. H 33 nupcial7 para indicar esta indisoluble unidad entre diferencia sexual, amor y fecundidad (procreación). La virtud es «una cosa totalmente distinta al hábito8: es incremento de libertad, energía espiritual que plasma las facultades y las inclinaciones, haciendo posible el actuar excelente. Lejos de configurarse como una mera represión de las pasiones, hace de ellas una «integración verídica»9, a la luz de la verdad sobre el bien de la persona, llamada al don de sí en el amor. El impulso, la emoción, la pasión, el afecto, son acogidos en su promesa inicial y elevados a nivel espiritual para el encuentro con la otra (…) PARA LIMITARNOS persona. En la impostación sugerida, la regla moral no se pone control exterior A LAS PRINCIPALES de los dinamismos naturales, sino como educación en la virtud, es decir, en el PODEMOS INDICAR TRES. LA crecimiento de la libertad en el amor (santo Tomás de Aquino) 9. DIFERENCIA SEXUAL COMO En la dimensión cristiana, las virtudes son «participación en las virtudes de Cristo» MANIFESTACIÓN ONTOLÓGICA (san Buenaventura)10, que mediante el Espíritu asocia a los cristianos en su perfecto DE LA DECISIÓN DE DIOS DE amor hacia el Padre. Las virtudes son el don esponsal que Cristo hace a la Iglesia en CREAR AL HOMBRE SIEMPRE su Espíritu, para hacerla perfecta y «presentársela resplandeciente a sí mismo, sin Y SÓLO COMO VARÓN Y COMO mancha ni arruga ni cosa parecida, sino santa e inmaculada» (Ef 5,26). La caridad MUJER. EL AMOR, ENTENDIDO esponsal de Cristo, participada al cristiano, es madre y forma de todas las demás COMO OBJETIVA RELACIÓN virtudes, que son como sus estrategias de actuación (san Agustín)11. CON EL OTRO, BASADO La moral conyugal es, por tanto, expresión de la caridad esponsal de Cristo para EN EL AMOR SUBJETIVO la Iglesia. La castidad no se reduce a la continencia, antes bien es virtud del amor (AFFECTIO) Y CONSIDERADO verdadero, alimentada en los esposos por el Espíritu. COMO EL CONJUNTO DE MODIFICACIONES BIOINSTINTIVAS Y ESPIRITUALES –INCONSCIENTES, PRECONSCIENTES Y CONSCIENTES– QUE SURGEN EN EL SUJETO EN CUANTO AMANTE O AMADO. LA FECUNDIDAD: LA PROCREACIÓN DE LOS HIJOS COMO FRUTO DEL AMOR DE LOS DOS CÓNYUGES. *** La profecía del misterio nupcial ayuda además a superar la tentación, hoy bastante difundida, de la dicotomía entre la dimensión personal y la dimensión social de la acción. Este dualismo nace del rechazo moderno de la concepción aristotélica (retomado por santo Tomás al inicio de la Secunda Pars de la Suma Teológica), según la cual la acción del hombre, en cuanto agente racional, debe ser considerada partiendo de la vida comprendida como un todo y, por tanto, ordenada según los fines y los bienes que la caracterizan esencialmente. Esta impostación permite entender la conducta humana como práctica de una vida buena, hecha de comportamientos personales y sociales, con relevancia privada y pública, y sin artificiosas separaciones entre individuo y comunidad. Y la misma reflexión socio-política (filosofía moral) puede ser pacíficamente entendida como filosofía práctica de tal conducta12. Hoy, por el contrario, nos encontramos ante una imagen de la ética pública contrapuesta a la, así llamada, ética privada, fiel reflejo de la división existente entre libertad personal y libertad civil y jurídica. Una ética pública cada 7Cf. Supra 123-154. 8Cf. S. Pinckaers, Le renouveau de la morale, Paris 1979 (trad. Esp: Estella 1971). 9Cf. K. Wojtyla, Persona e atto, op. Cit., 264-266. 10Cf. Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I-II q. 92. a. 1; G. Abbà, Lex et virtus. Studi sull’evoluzione Della doctrina morale di san Tommaso d’Aquino, Roma 1083, 226-264. 11Cf. Buenaventura, III Sent., d. 34, p. 1 a. 1. (III, 737); A. Ngyen Van Si, Seguire e imitare Cristo secondo san Bonaventura, Milano 1995, 179-203. 12Cf. Agustín, De moribus ecclesiae catholicae, I, XV, 25. Sobre santo Tomás véase: P. J. Wadell, The Primacy of Love. An Introduction to the Ethics of Thomas Aquinas, New York-Mahwah 1992, 125-141. H 34 vez más formal y basada sólo sobre las normas, de la que se excluye, como observa justamente MacIntyre13, la dimensión de la virtud, abandonada al puro arbitrio de un individuo pensado como separado de la sociedad. Se produce así una dialéctica irremediable entre la esfera del interés subjetivo y el campo de las exigencias morales objetivas, creando una artificiosa oposición entre deseo y misión, entre querer y deber. En el ámbito de la familia, por ejemplo, constatamos este dualismo en la oposición del deseo de paternidad y de maternidad, por un lado, y del hijo como sujeto personal capaz de autonomía socio-jurídica, por otro. El hijo ya no es considerado como fruto gratuito del amor de los cónyuges, sino como un objeto sometido a la voluntad soberana de los padres (cf Evangelium vitae 42). Contra la reducción cada vez más acentuada de los derechos de la persona a la esfera individual (consecuencia de una lectura formalística de la denominada regla de oro no hagas a otros lo que no quieres que te hagan) y contra una concepción de la libertad de conciencia que se pretende absoluta y desvinculada de la referencia necesaria a la verdad, que en sentido pleno es el mismo Jesucristo (VS 15), la profecía del misterio nupcial contenida en Humanae vitae indica un camino maestro: vivir y mostrar la fascinación y, por tanto, la convenientia, también para el hombre de hoy, de seguir la ley de Cristo tal y como se ve en la unidad entre diferencia sexual, amor y fecundidad (misterio nupcial). En la experiencia inevitable a distancia (mortificación) se ofrece al hombre la posibilidad de poseer plenamente la dimensión afectiva del propio ser, como lugar de libertad efectiva que no podrá no tener influencia beneficiosa en todas las demás dimensiones de su existencia (trabajo y vida social). ANGELO SCOLA / LIVIO MELINA 13Cf. G. Abbà, Quale impostazione per la filosofía morale?, op. Cit., 33-203. 14Cf. A. MacIntyre, Dopo la virtù, op. Cit. tuir no sólo una «cuestión moral», sino también, para escándalo de algunos, una «cuestión de fe»23. Pero esta fidelidad, capaz de transformar el impulso afectivo en un amor conyugal responsablemente abierto a la fecundidad, exige un ejercicio previo de responsabilidad que consiste en el «dominio de sí» (ascesis) y que capacita a los cónyuges para una «entrega» sincera y recíproca, en la verdad de su masculinidad y feminidad, mediante el consentimiento y el acto conyugal (HV 21)24. La dimensión ejecutiva de la responsabilidad: el «don más excelente» del diálogo moral El momento culminante de la responsabilidad, que expresa la intención y elección de los cónyuges, fruto de ese diálogo moral entablado en su conciencia (momento deliberativo), es el acto conyugal (momento ejecutivo), que consuma su unión «en una sola carne» y, al mismo tiempo, puede hacerles «padres», es decir, coautores (procreadores) y tutores (corresponsables) de una vida humana que su acción, junto H 35 (…) Y QUE, POR TANTO, LA PATERNIDAD HUMANA ES LA FORMA CONCRETA EN QUE LA PATERNIDAD DIVINA SE DESPLIEGA Y SE REVELA EN LA HISTORIA COMO FECUNDIDAD INAGOTABLE Y FIDELIDAD INQUEBRANTABLE. (…) «Vivida desde la responsabilidad, la paternidad revela su verdadero rostro, descubre su atractivo fascinante, su grandeza y su modestia, y aparece como el mejor fruto de ese diálogo amoroso que, con el lenguaje del cuerpo, de la afectividad y de las circunstancias, los cónyuges han sabido entablar, en el sagrario de su conciencia, consigo mismos, con los otros y con Dios, descubriendo que ‘el matrimonio y el amor conyugal están ordenados por su propia naturaleza a la procreación y educación de la prole’ y que ‘los hijos son el don más excelente del matrimonio y contribuyen sobremanera al bien de los propios padres’ (HV 9)». a la de Dios, ha hecho posible (cf. Juan Pablo II, Carta a las Familias 12/3.9-12). Vivida desde la responsabilidad, la paternidad revela su verdadero rostro, descubre su atractivo fascinante, su grandeza y su modestia, y aparece como el mejor fruto de ese diálogo amoroso que, con el lenguaje del cuerpo, de la afectividad y de las circunstancias, los cónyuges han sabido entablar, en el sagrario de su conciencia, consigo mismos, con los otros y con Dios, descubriendo que «el matrimonio y el amor conyugal están ordenados por su propia naturaleza a la procreación y educación de la prole» y que «los hijos son el don más excelente del matrimonio y contribuyen sobremanera al bien de los propios padres» (HV 9)25. H 36 Vivida desde la responsabilidad, la paternidad aparece como una vocación, es decir, como una llamada de Dios a «colaborar con El en la generación y educación de nuevas vidas» y, de esta forma, «realizar en la humanidad su designio de amor» (HV 8), sabiendo que «la vida humana compromete directamente desde el comienzo la acción creadora de Dios» (HV 13) y que, por tanto, la paternidad humana es la forma concreta en que la Paternidad divina se despliega y se revela en la historia como Fecundidad inagotable y Fidelidad inquebrantable (cf. CF 8-9). Gracias a esta perspectiva «vocacional», el hombre puede reconocer en la paternidad un misterio fascinante y tremendo, que no deja de suscitar interrogantes26 y, sobre todo, exigencias, haciendo de ella no sólo una experiencia de responsabilidad sino, más radical y fundamentalmente, una experiencia de trascendencia, pues el hijo, a la vez que se distingue y se independiza de los padres, diciéndoles así que su vida no les pertenece, les responsabiliza, es decir, reclama de ellos un respeto absoluto y un amor incondicional, es decir, la entrega de la propia vida27. En conclusión, únicamente este carácter de vocación, misterio y trascendencia que la paternidad desvela a quien la vive desde el «principio de responsabilidad», puede justificar y motivar en la conciencia de los cónyuges una actitud fundamental de disponibilidad y de obediencia, no sólo en relación al hijo, sino a la misma decisión procreativa, haciendo de ella un «voto» creador, un «pacto nupcial», un «fiat» dirigido en último término a Dios mismo, «de quien toma nombre toda paternidad en el cielo y en la tierra» (Ef 3, 15)28. (…) GRACIAS A ESTA PERSPECTIVA «VOCACIONAL», EL HOMBRE PUEDE RECONOCER EN LA PATERNIDAD UN MISTERIO FASCINANTE Y TREMENDO, QUE NO DEJA DE SUSCITAR INTERROGANTES Y, SOBRE TODO, EXIGENCIAS, HACIENDO DE ELLA NO SÓLO UNA EXPERIENCIA DE RESPONSABILIDAD SINO, MÁS RADICAL Y FUNDAMENTALMENTE, UNA EXPERIENCIA DE TRASCENDENCIA, PUES EL HIJO, A LA VEZ QUE SE DISTINGUE Y SE INDEPENDIZA DE LOS PADRES, DICIÉNDOLES ASÍ QUE SU VIDA NO LES PERTENECE, LES RESPONSABILIZA, ES DECIR, RECLAMA DE ELLOS UN RESPETO ABSOLUTO Y UN AMOR INCONDICIONAL, ES DECIR, LA ENTREGA DE LA PROPIA VIDA. 1H. Jonas, El principio de responsabilidad. Ensayo de una ética para la civilización tecnológica, Herder, Barcelona 1995, ha insistido en la necesidad de una «ética de la responsabilidad» –basada en el «respeto»– para garantizar no sólo la supervivencia física del hombre, sino la «integridad de su esencia», ante su previsible desfiguración tecnológica. La Iglesia también reclama un respeto absoluto del hombre frente a toda posible malinterpretación o manipulación científico-técnica (HV 3.7; Juan Pablo II, Carta a las Familias (=CF), 1994, 13.19). 2HV 10. No puede negarse –como algunos creen– la estrecha continuidad entre esta afirmación de Pablo VI y lo afirmado por el Vaticano II: «En el deber de transmitir la vida y educarla… los cónyuges saben que son cooperadores del amor de Dios y como sus intérpretes. Por eso, con responsabilidad humana y cristiana cumplirán su obligación, y con dócil reverencia hacia Dios, se esforzarán ambos de común acuerdo por formarse un juicio recto… tengan en cuenta que no pueden proceder a su arbitrio, sino que siempre deben regirse por la conciencia, que hay que ajustar a la ley divina misma, dóciles al magisterio de la Iglesia, que interpreta auténticamente aquélla a la luz del Evangelio» (GS50). Cf Juan Pablo II, Uomo e Donna lo creo (=UD). Catechesi sull’amore umano, Cittá Nuova-Librería Editrice Vaticana, Roma 1985, CXXI, 462-464. 3Cf. VS 31-34; CF 13; CEE, La verdad os hará libres (=VhL), 20-Noviembre-1990, nn. 37-38. Y también J. Ratzinger, La fe como camino. Contribución al ethos cristiano en el momento actual, Eunsa, Pamplona 1997, 13-27. 4La «imputabilidad psicológica» –dependiente de condicionamientos internos o externos del acto– no agota la «responsabilidad moral» –ligada constitutivamente al ser de la persona en cuanto tal– (cf. A. Molinaro, «Responsabilidad», en Diccionario enciclopédico de teología moral, Paulinas, Madrid 1980, 942). 5J. Ratzinger, op. Cit., 23-25; y añade que, desde la fe en la creación, puede precisarse aún más afirmado: «existe únicamente el hombre tal como Dios lo ha concebido y nuestra tarea es darle respuesta». 6A. Molinaro, art. Cit., 944, defiende la responsabilidad moral como autorresponsabilidad (de la propia acción consciente y libre), como dialogicidad horizontal (ante los demás) y vertical (ante de Dios), como tarea (por la vocación personal e histórica) y como estructura (a través de la cual se realiza la misma responsabilidad en general). Según J. Ratzinger, op. Cit., 22: «la libertad del hombre es libertad condividida, libertad en convivencia de libertades, que se limitan recíprocamente y se sostienen también recíprocamente». 7Juan Pablo II, en sus Catequesis sobre el amor humano, ha querido fundar también en una «antropología adecuada», es decir, en una visión integral del hombre (teología del cuerpo), la moral católica sobre la sexualidad y la fecundidad humanas (cf. UD, XXIII, 105ss). 8En esta perspectiva vocacional sitúa el Magisterio actual la exigencia moral cristiana: cf. GS 22; OT 16; OO 15; y, sobre todo, VS 6-24, que la encuadra en el marco de un diálogo vocacional (cf. Mt 19,16-21). También cf. VhL 45. 9Cf. CF 13 y 19; EnP 7. H 37 10Juan Pablo II, refiriéndose a la HV, insiste en la necesidad de releer el «lenguaje del cuerpo» en su verdad como «condición indispensable para actuar en la verdad, o sea, para comportarse en conformidad con el valor y con la norma moral» (UD, CXVIII/4, 454). 11Según Juan Pablo II, cuando HV habla de los «significados» del acto conyugal se refiere a «la relectura de la verdad (ontológica) del objeto. Mediante esta relectura, la verdad (ontológica) entra, por así decirlo, en la dimensión cognoscitiva: subjetiva y psicológica… En este sentido, decimos que la norma moral se identifica con la relectura, en la verdad, del «lenguaje del cuerpo» (UD, CXIX/1-2, 456). Y añade: «El hombre, como ser racional y libre, puede y debe releer con perspicacia el ritmo biológico que pertenece al orden natural. Puede y debe adecuarse a él para ejercer esa «paternidad-maternidad» responsable que, de acuerdo con el designio del Creador, está inscrita en el orden natural de la fecundidad humana… Los mismos «ritmos naturales inmanentes a las funciones generativas» pertenecen a la verdad objetiva del lenguaje… con que dialogan los cónyuges en cuanto personas llamadas a la comunión en la «unión de la carne» (UD, CXXV/1, 473; cf. HV 10). 12«Al defender la moral conyugal en su integridad, la Iglesia sabe que contribuye a la instauración de una sociedad verdaderamente humana; ella compromete al hombre a no abdicar la responsabilidad para someterse a los medios técnicos; defiende con esto mismo la dignidad de los cónyuges. Fiel a las enseñanzas y al ejemplo del Salvador, ella se muestra amiga sincera y desinteresada de los hombres, a quienes quiere ayudar, ya desde su camino terreno, a participar como hijos en la vida del Dios vivo, Padre de todos los hombres» (HV 18). Sobre la competencia y la misión del Magisterio, cf HV 4 y 19. 13Juan Pablo II insiste en que el «lenguaje del cuerpo» no encierra únicamente un significado «interpersonal» (ético-temporal), como expresión de la persona y del amor conyugal, sino también un significado «sacramental» (teológico-escatológico) –«sacramentum absconditum in Deo»–, que hace de los cónyuges «ministros del sacramento que, «desde el principio», se constituye en el signo de la «unión de la carne» (UD, CXXIII/3, 467-468). Por eso, «la citada norma moral pertenece no sólo a la ley moral natural, sino también al orden moral revelado por Dios» (UD, CIXIX/4, 457). 14Como dice R. Buttiglione, art. Cit., 218-129: «Interpretar, de hecho, no puede ser simplemente repetir el texto. Para hablar dentro de las circunstancias de la vida presente el texto debe responder a las preguntas que le son dirigidas a partir del presente. El texto, en otras palabras, es siempre leído dentro de un contexto y a partir de él. Es por tanto necesario optar: o el texto va acompañado de un contexto específico, garantizado de modo particular por el Espíritu Santo (y esta es la posición católica que reconoce una función magisterial), o el contexto viene dado por el espíritu del tiempo… El Espíritu Santo se transforma en el espíritu del tiempo y de este modo el criterio del consenso (…) se convierte en un elemento interno del saber teológico. En la versión católica, en cambio, ese criterio interno de verdad… no puede ser otro que el criterio de conformidad con el Magisterio». 15Según el Papa, el cuerpo y sus «procesos biológicos» –íntimamente ligados al amor conyugal y a la procreación –«ad humanam personam pertinent», o sea que, a diferencia del resto de la Naturaleza, no están aparte del ser humano como «objeto» de su dominio, sino que son parte del «sujeto», «pertenecen» de una forma tan esencial a la persona que ésta no puede concebirse ni realizarse desconociendo o desoyendo el «designio de Dios» que se revela a través de ellos y que constituye el modo concreto en que El ha querido asociar a los cónyuges a su obra creadora (cf. HV 13; VS 48). El cuerpo es un lenguaje que hay que aprender para dialogar bien (moralmente) con Dios, con nosotros mismos y con los otros (EnP 30; UD, CXXV/1 473). De ahí la exigencia de respeto –traducida en responsabilidad– que merece (cf. HV 17; CF 19/10). 16Según Juan Pablo II, para HV la «regularidad biológica» y, por ello, la «regulación natural de la natalidad» es «expresión del «orden de la naturaleza», esto es, del plan providencial del Creador, en cuya fiel ejecución consiste el verdadero bien de la persona humana» (UD, CXXIV/16, 472). Cf. VS 49-50. 17Resalta la perspectiva dialógica –y teológica– que el Papa asume en su razonamiento; hermenéutica, y no biologicista: la razón humana, iluminada por la revelación (Escritura y Tradición), debe interpretar correctamente el lenguaje del cuerpo y emplearlo sin contradicciones, para la «contradicción» conlleva la alienación de la persona y la negación de la «communio personarum» (con el cónyuge, con los hijos y con Dios) Cf. EnP 24. Y R. Buttiglione, art. Cit., 243-252. 18Juan Pablo II se refiere al «asombro» originario que posibilita el «descentramiento», primero, afectivo y, después, efectivo mediante el «consentimiento» (cf. CF 19/13-14). Cf. A. Scola, Identidad y diferencia, Encuentro, Madrid 1989. 19Cf. C.S. Lewis, Los cuatro amores, Rialp, Madrid 1993, 125-126; G. Angelini, Il Figlio. Una benedizione e un compito, Vita e Pensiero, Milano 1991, 203204, que resalta el carácter de bendición (promesa) y, sólo después, de exigencia (compromiso) que el hijo entraña. 20Sobre esta «lógica de la sobreabundancia» que define la paternidad-maternidad humana, cf. Lo que GS 50 dice elogiando las familias numerosas; y G. Campanini, Amore, famiglia e matrimonio, Marietti, Genova 1992, 90ss; G. Angelini, op. Cit., 183; según G. Marcel, Homo viator, Borla, Roma 1980, 133, se trata de «ponerse a disposición de la vida, y no poner la vida a disposición propia». 21Sin embargo, Juan Pablo II advierte que «el recurso a los «períodos infecundos puede ser fuente de abusos si los cónyuges tratan así de eludir sin razones justificadas la procreación, rebajándola a un nivel inferior de nacimientos al que es moralmente justo en su familia» (UD, CXXV/3, 474). 22Según Juan Pablo II: «el carácter virtuoso de la actitud que se manifiesta con la regulación «natural» de la natalidad, está determinado no tanto por la fidelidad a una impersonal «ley natural», cuanto al Creador-persona, fuente y Señor del orden que se manifiesta en esta ley» (UD, CXXIV/6, 471). 23«No se trata, efectivamente, de una doctrina inventada por el hombre: ha sido inscrita por la mano creadora de Dios en la misma naturaleza de la persona humana y confirmada por Él en la revelación. Ponerla en discusión, por tanto, equivale a refutar a Dios mismo la obediencia de nuestra inteligencia. Equivale a preferir el resplandor de nuestra razón a la luz de la Sabiduría divina, cayendo, así, en la oscuridad del error y acabando por hacer mella en otros puntos fundamentales de la doctrina cristiana» (La encíclica «Humanae vitae» y los problemas doctrinales o pastorales relacionados con ella. Discurso del Santo Padre Juan Pablo II a los participantes en el II Congreso de teología moral, 1989, n.3). En esta línea, poniendo en cuestión la tesis de Bockle, se sitúa el artículo citado de R. Buttiglione, «Humanae vitae» e fede cristiana. 24En este «dominio» radica, para Juan Pablo II, la diferencia esencial, propiamente ética y no sólo técnica, entre los métodos naturales y los artificiales: «el dominio de sí corresponde a la constitución fundamental de la persona: es precisamente un método «natural». En cambio, la transferencia de los «medios artificiales» rompe la dimensión constitutiva de la persona, priva al hombre de la subjetividad que le es propia y hace de él un objeto de manipulación» (UD, CXXIII/1, 467; cf. HV 2 y 21). Cf. M. Rhonheimer, «Anticoncepción, mentalidad anticonceptiva y cultura del aborto: valoraciones y conexiones, en R. Lucas (dir.), Comentario interdisciplinar a la «Evangelium vitae», BAC, Madrid 1996, 435-453. 25La paternidad aparece así como el desarrollo natural de la conyugalidad, su expresión y su fruto más precioso: cf. J. Sahagún Lucas, «Presupuestos antropológicos del matrimonio y de la familia», en Burguense 24 (1983) 255. 26El principal: «¿cómo es posible que un proceso fisiológico produzca una persona humana con su libertad, su espiritualidad y su semejanza y proximidad divinas?» (H.U. von Balthasar, Puntos centrales de la fe, BAC, Madrid 1985, 233). Cf. También F. D’Agostino, Elementos para una filosofía de la familia, Rialp, Madrid 1991, 12-13. 27Cf. E. Levinas Totalidad e infinito. Ensayo sobre la exterioridad, Sígueme, Salamanca 1987, 285. 28Cf. G. Angelini, op. Cit., 159-160. H 38 HUMANAE VITAE: UNA VERDAD QUE TIENE SU ÚLTIMO FUNDAMENTO EN DIOS Extracto del artículo «Consideraciones pastorales, a los 30 años de la encíclica Humanae vitae» del recién fallecido Cardenal Alfonso López Trujillo. El concepto de «profética», atribuido a la Humanae vitae, cuyo solo título ya nos introduce en una clara dimensión antropológica, obedece a varios aspectos que quisiéramos recordar, y que se entrelazan como erguida defensa de la verdad que tiene su último fundamento en Dios; una verdad que no es «política», es decir sometida a cálculos, transacciones, silencios o fáciles «consensos», ni es tampoco una especie de «verdad sucesiva», ligada a cambiantes circunstancias, sino que es una realidad y una exigencia permanente que tiene su fuente en el absoluto de Dios y no abdica del serio y comprometido ejercicio de la razón. La Humanae vitae ofrece la verdad, vinculada al ser, a la naturaleza del hombre y de la mujer en su entrega de amor, en esa donación total que forma una sola carne, según el diseño original de Dios. (...) (...) En la Humanae vitae se han dado cita la razón y la fe, la sabiduría humana, no alterada ni altanera hasta hacerse arbitraria, y la verdad que viene de Dios. Alguien ha dicho recientemente que millones de creyentes querrían hoy «renverser» (cambiar el orden) la célebre frase de San Agustín: «Credo ut intelligas» (Creo para entender); y querrían entender primero, comprender, para creer! La Humanae vitae es un ejemplo formidable de cómo la fe hace comprender más en profundidad lo que es la verdad del hombre y de la mujer en la dignidad de un amor total, exclusivo, fiel, fecundo (cfr. Humanae vitae, n. 9), un amor a la medida y posibilidad de la humana criatura y de la pareja, imagen de Dios: «A imagen de Dios lo creó» (cfr. Gn 1, 27). La obediencia a la voluntad de Dios ha llevado al Sucesor de Pedro a la defensa de su dignidad para comprender lo que es el hombre y lo que Dios quiere de él. Desde luego, en otro momento, comprender, entender lo que es el hombre, conduce a descubrir y contemplar a su autor. Es la dialéctica de la fe. Respecto de la moral conyugal se han querido introducir interpretaciones que perturban. Se ha llegado hasta oponer, cediendo a un secularismo envolvente, que sería exigencia de inculturación de la moral cristiana, con los efectos de alteración de los principios rectores de la ética y de la conciencia, en donde resuena la voz de Dios. Se ha querido imponer o persuadir, con motivos de la razón de discutibles ribetes científicos, para concluir que si muchos doblan sus rodillas ante los avances de la ciencia y se han cerrado a las exigencias de la Humanae vitae, la razón los asiste. Y esto en nombre del Concilio cuya corriente de liberación habría frenado la encíclica Humanae vitae. Es bueno recordar lo que el Concilio enseñó para evitar conclusiones de este estilo: «La fe todo lo ilumina con nueva luz y manifiesta el plan divino sobre la entera vocación del hombre» (Gaudium et spes, n. 11). Y precisamente para introducirnos al misterio, a la verdad del hombre, el Concilio afirmó: «El misterio del hombre se esclarece en el misterio del verbo encarnado» (Gaudium et spes, n. 22). Es la ruta de Pablo VI. H 39 La Humanae vitae, un magisterio para nuestro tiempo POR MONSEÑOR FERNANDO CHOMALI H ace cuarenta años Pablo VI escribió una encíclica que no dejó indiferente a nadie: La Humanae vitae (HV). Lo hizo después de escuchar el informe de la Comisión creada por Juan XXIII para tratar los temas relativos a la regulación de la natalidad, de meditarlo largamente y de rezarlo asiduamente. Esta encíclica surge de la misma misión que el Señor le ha confiado al sucesor de Pedro y Vicario de Cristo, por lo que la escribe en virtud del mandato confiado por Cristo (HV 6), Esta carta Pontificia a la luz de la competencia que el Magisterio posee en esta materia, tiene como punto de partida dado que está estrechamente ligado al destino de los hombres la ley natural y postula que (HV 3), y con el fin de que el Magisterio dé respuesta a estos el tema de la natalidad hay graves problemas (HV 1, 4, 6). El Papa pide a los católicos que la que considerarlo a la luz conozcan en profundidad, que la hagan suya y que encuentren de una visión integral del los medios para darla a conocer con toda su riqueza. Pablo VI pide hombre y de su vocación especialmente a los sacerdotes ser los primeros en dar ejemplo de no sólo natural y terrena, obsequio leal, interna y externamente al Magisterio de la Iglesia en sino también sobrenatural y el ejercicio de su ministerio, planteando, además, que este obsequio eterna. En efecto, reconoce es obligatorio. Los exhorta, también, a que todos en el plano de la que la donación de los moral y el dogma se atengan al Magisterio de la Iglesia y hablen esposos está ordenada a su del mismo modo. A los obispos les pide que consideren la misión perfeccionamiento mutuo de salvaguardar la santidad del matrimonio como una de sus y para colaborar con Dios responsabilidades más urgentes en el tiempo actual (HV 28). en la generación y en la Al Papa lo mueve el convencimiento de que esta Encíclica es una educación de nuevas vidas. contribución a la instauración de una civilización verdaderamente El Papa tiene claro que esta humana, pues es una invitación a no abdicar a la propia responenseñanza tan contestada sabilidad para someterse a los medios técnicos (HV 18). Esta carta es signo de contradicción, Pontificia tiene como punto de partida la ley natural y postula que como lo fue Jesucristo, al el tema de la natalidad hay que considerarlo a la luz de una visión que debe ser fiel. integral del hombre y de su vocación, no sólo natural y terrena, sino también sobrenatural y eterna (HV 7). En efecto, reconoce que la donación de los esposos está ordenada a su perfeccionamiento mutuo y para colaborar con Dios en la generación y en la educación de nuevas vidas (HV 8). El Papa tiene claro que esta enseñanza tan contestada es signo de contradicción, como lo fue Jesucristo, al que debe ser fiel. A la luz de lo recientemente planteado podemos hacernos algunas preguntas y sacar algunas conclusiones. La primera pregunta: ¿los católicos han leído la encíclica, la H 40 Conferencia de Monseñor Chomali sobre Humanae vitae, en el acto de presentación de Humanitas 51. han meditado, ha sido fuente de oración, de reflexión? Creo que no. Se han quedado con algunos comentarios que han puesto el acento en lo que prohíbe más que en lo que propone. Para quienes enseñamos teología moral y estamos constantemente en torno a estos temas, esto constituye un gran dolor, dado que la encíclica se comprende restrictivamente y justamente lo que quiere es ensanchar el amor humano a un ámbito que trasciende al de los propios esposos: el teologal. Hay una estrecha relación existente entre la vocación al matrimonio y el querer de Dios manifestado en las leyes que la naturaleza lleva inscrita. La otra pregunta es la siguiente: ¿es posible reflexionar acerca de qué significa la sexualidad humana, sin antes meditar sobre lo qué significa ser hombre, qué significa ser mujer y cuál es el sentido más propiamente humano de su condición de hombre o mujer? Claramente la encíclica tiene la gracia de partir de una antropología que resulta muy hermosa y de una visión del ser humano que lo reconduce a la fuente misma de su vida, Dios, y que no se encierra en sus propios deseos. Por último, ¿existe una verdad acerca del ser humano que está íntimamente unida a su condición de sexuado, acerca de la sexualidad humana, la que me corresponde conocer y hacer mía, o serán los impulsos que nos dirán qué significa ser sexuado y su significado? Esta encíclica lo que hace es reconducir el tema de la fecundidad humana y el don de los esposos a su vocación última, al amor, como fuente de realización personal y felicidad cuando se vive en toda su verdad. Consideraciones en torno al amor humano Pablo VI habla del amor conyugal, es decir, del encuentro de un hombre y de una mujer que se prometen constituirse de modo indisoluble y para toda la vida en una H 41 comunidad de vida y amor. Este amor tiene características que le son propias y que han de estar presentes justamente para vivirlo en plenitud. En primer lugar es plenamente humano; ello significa que considera al hombre y a la mujer en su condición corporal y espiritual. Adquiere talante humano cuando la entrega es total y abraza a todo el ser. Por lo tanto, el vínculo es plenamente humano cuando es entrega de dos personas con lo que son, y ello obviamente incluye su capacidad fecundante. Juan Pablo II lo decía de forma admirable al plantear que «el amor abraza también el cuerpo y el cuerpo expresa igualmente el amor espiritual» (FC 21). Así entendida, la sexualidad humana no es una relación meramente biológica, sino que llega al núcleo íntimo de la persona. Así, la sexualidad humana es parte integrante de la concreta capacidad de amar que Dios ha inscrito en el hombre y en la mujer. Es evidente que esta comprensión de la sexualidad humana resulta hermosa y sin duda alguna que reivindica con fuerza la dignidad de la persona humana en cuanto tal, cuerpo y espíritu. Eso es un gran valor expresado en este documento pontificio. En segundo lugar es total. El amor total significa que el amor es al La sexualidad humana otro en cuanto tal y no en cuanto me produce algún tipo de benefies parte integrante de cio. Es un amor que va a la raíz de la persona, a su interioridad. Es la concreta capacidad muy hermoso saberse amado por el solo hecho de ser y de encontrar de amar que Dios ha alegría, por el solo hecho de ser fuente de enriquecimiento del otro. inscrito en el hombre y en En efecto, el amor es auténtico no ya cuando se vive junto al otro, la mujer. Es evidente que sino que para el otro. Ese amor integrando la dimensión del eros esta comprensión de la propia del encuentro del hombre con la mujer conduce al ágape, sexualidad humana resulta es decir, al amor de gratuidad. hermosa y sin duda alguna En tercer lugar es fiel y exclusivo. Esta nota del matrimonio postula que reivindica con fuerza una visión positiva del hombre en cuanto capaz de comprometerse, la dignidad de la persona capaz de ser fiel a la palabra empeñada a la que le reconoce un alto humana en cuanto tal, valor en cuanto involucra su libertad, su racionalidad y sus senticuerpo y espíritu. mientos. Es evidente que este atributo del matrimonio surge de la dignidad de la persona humana y de su condición de fin y no de medio, de su condición única e irreemplazable. Pablo VI invita a observar a muchos matrimonios que han perseverado en la palabra empeñada ante Dios y la comunidad y que ello ha sido fuente de felicidad profunda y duradera. Como podemos apreciar, la fidelidad responde de mejor manera al valor que se le atribuye a la persona que se ama en su unicidad. Por último, abierto a la vida, es decir, fecundo. El amor de los esposos goza de tal dignidad que está llamado a ser fuente de vida. La vida que surge de este encuentro gozoso de dos personas que se aman, que son iguales en dignidad y complementarias en su condición de hombre y mujer, trasciende su propio yo, su propio nosotros para dar vida, siendo esa vida el don más excelso del matrimonio y que se constituye en el lugar por excelencia para que se pueble la tierra. El niño, cuando surge como nota característica del amor esponsal, será siempre una bendición y no alguien de quien me tengo que defender porque constituye una amenaza. La apertura al don es apertura al otro en cuanto otro, con todo su ser. H 42 A la luz de lo señalado se percibe el error que se comete al comprender la encíclica Humanae vitae como un conjunto de restricciones. Lo que ésta hace es abrir la condición sexuada del hombre a la dimensión más profunda de su ser y de su vocación al amor. Y postula que la sexualidad humana es humana y que auténticamente hace relucir lo mejor de lo que el hombre es, cuando alcanza su plena verdad y su significado en cuanto expresión de la donación total y fiel del hombre y de la mujer hasta la muerte. Así ésta ejerce una función ministerial, de servicio al amor de los esposos y a la vida. En definitiva, es desde el amor al otro en cuanto otro, sin condicionamientos de ningún tipo, que comprende adecuadamente su condición de sexuado. Ello por cierto que requiere un trabajo de los cónyuges que puede tomar toda la vida, pero vale la pena, sin duda alguna. Por otra parte, desde la perspectiva del niño, es muy hermoso saberse fruto del amor total, fiel, exclusivo, y que han visto los esposos en el embarazo, en esa nueva vida, una bendición que surge de dicho amor. Desde esta perspectiva, el bien de la persona es el don de sí y aceptación del otro en tu totalidad unificada. Por ello, que dejan de ser dos y se convierten en una sola carne. Así el otro se siente amado por lo que es, considerado en todas sus dimensiones: corporal, psíquica, social y espiritual y con capacidad de dar vida. No sin razón Juan Pablo II en la Exhortación Familiaris consortio postula que «el amor conyugal, a la vez que conduce a los esposos al recíproco El amor es auténtico no ya ‘conocimiento’ que les hace ‘una sola carne’ no se agota dentro de cuando se vive junto la pareja, ya que los hace capaces de la máxima donación posible, al otro, sino que para el por la cual se convierten en cooperadores de Dios en el don de la otro. Ese amor integrando vida a una nueva persona humana. De este modo los cónyuges, a la dimensión del eros la vez que se dan entre sí, dan más allá de sí mismos la realidad propia del encuentro del hombre con la mujer del hijo» (FC 14). ¿Con qué cultura se encontró el Papa Pablo VI que dificultó la comprensión de su encíclica? conduce al ágape, es decir, al amor de gratuidad. Creo que la primera nota característica de la cultura en la que se inserta esta enseñanza es una concepción errada de la libertad, la que prescinde absolutamente de la verdad y del bien. La libertad ha adquirido un estatus de valor absoluto; se ha comprendido, más bien, como un liberarse de todo lo que viene desde fuera, más que de comprometerse con la propia verdad y la de los demás. Desde esta perspectiva, el matrimonio pierde valor al ser sustituido por la autodeterminación de las personas, de modo especial en lo que toca a sus sentimientos o deseos. ¿Acaso no es aquí donde radica la aceptación y reconocimiento social de agregaciones afectivas entre personas del mismo sexo, y la posibilidad de adoptar hijos, como acontece en algunos países? Detrás de esta visión existe un gran escepticismo frente a la posibilidad de conocer la verdad y la negación de que la realidad lleve inscrita una verdad anterior a mi pensamiento. Si se niega la naturaleza del hombre y de la mujer y su originalidad, claramente el mensaje de la Humanae vitae es difícil de comprender. En segundo lugar, estamos insertos en una cultura donde el hombre ya no gira en torno a Dios en cuanto Creador y fundamento de su ser, sino que gira en torno a sí H 43 mismo. La ciencia y la tecnología se comprenden como aliadas para que el hombre pueda ejercer poder sobre la naturaleza en función de sus deseos. Hoy el hombre ya no sólo ejerce poder sobre la naturaleza, sino que sobre sí mismo y él decide lo que quiere hacer, cómo lo quiere hacer y cuándo lo quiere hacer, olvidando que es una creatura, y por lo tanto, no posee un señorío absoluto sobre sí. El mundo, los otros, dejan de ser un don al que yo le debo respeto, que suscita estupor y me invita a contemplar, sino que se concibe como mera posibilidad de ejercer poder. Poder de abrirme a la vida o cerrarme a ella. Poder de decidir sobre los ritmos que la naturaleza me ha impuesto y que en vez de leer su significado más profundo prefiero alterar. En definitiva, asistimos a una situación en la que la relación del hombre con el mundo y consigo mismo es de orden utilitarista. Espero que no se entienda (El amor) es fiel esta afirmación como una actitud anticientífica, no. Entiéndase en el y exclusivo. Esta nota sentido de que la ciencia está al servicio del hombre para ayudarlo del matrimonio postula a ser más, pero no para alterar su condición primaria y original una visión positiva del inscrita en su naturaleza. De hecho, si bien es cierto que la ciencia hombre en cuanto capaz puede que esté en condiciones con su método y autonomía que le es de comprometerse, capaz propia de descifrar aspectos de la realidad, incluido el hombre, ha de ser fiel a la palabra de reconocer que es incapaz por sí sola de desentrañar su sentido empeñada a la que le y su razón de ser. Es interesante lo que dijera Juan Pablo II en un reconoce un alto valor discurso dirigido a los miembros de la Academia Pontificia para la en cuanto involucra su Vida reunidos el año 1995: «la armónica composición de la visión y libertad, su racionalidad los resultados de las ciencias positivas con los valores éticos y los y sus sentimientos. horizontes de la antropología filosófica y teológica constituyen una Es evidente que este urgencia primaria en los umbrales del tercer milenio». atributo del matrimonio En tercer lugar, no ha ayudado a comprender el documento Pontisurge de la dignidad de ficio un marcado acento en los aspectos sensibles del ser humano. la persona humana y de Pareciera ser que la subjetividad como valor absoluto ha dificultado su condición de fin y no un pensar auténticamente racional que permita centrar la atención de medio, de su condición en los aspectos objetivos de la realidad a la que podemos acceder única e irreemplazable. mediante la razón. ¿Qué ha pasado cuando se ha separado, por una parte, los encuentros sexuales del matrimonio y, por otra, la dimensión procreativa de la unitiva? En realidad, la experiencia de la separación de la actividad sexual de la vida matrimonial no ha sido buena. Es lamentable apreciar tantos niños, amables por cierto, que sienten el dolor de no contar con un padre en la casa. Son muchas las madres solteras que de forma heroica sacan adelante a sus hijos, pero no podemos desconocer que éstos, en virtud de la ausencia de padre, tienen una carencia y que muchas veces los marca para toda la vida. Esta encíclica es, por cierto, también un llamado a la responsabilidad, especialmente de los hombres. Actuar pensando que la actividad sexual es una cosa independiente de la procreación ha llevado a que muchas personas sientan el peso de no haber sido deseados. Qué tristeza, a la luz de la dignidad de la persona humana, saberse fruto de un método fallido, de un encuentro casual, de los H 44 instintos o de las pasiones, y no del amor conyugal y todo cuanto ello implica. Creo que fue muy sabio y profético el habernos recordado la encíclica Humanae vitae que la sexualidad es un bien inmenso cuando se vive en el contexto del matrimonio y que está abierto a la vida. Sabemos que muchos abortos provienen de los llamados embarazos no deseados y ellos son fruto de relaciones sexuales al margen de la vida matrimonial. Sabemos también que la separación del matrimonio de la sexualidad y la sexualidad de la procreación ha llevado a que el deseo de tener un hijo prevalezca por sobre el derecho que tiene todo ser humano a ser concebido en el contexto del amor conyugal, llevado en las entrañas de la madre y educado por sus padres. Hoy son muchos los embriones que se hallan congelados o desechados como mero material biológico, fruto de esta separación que el Papa Se percibe el error que Pablo VI declaraba que no se podía hacer por no responder al plan se comete al comprender querido por Dios para con el hombre. la encíclica Humanae Otro aspecto de la cultura hodierna que dificulta vivir la encíclica, vitae como un conjunto radica en la banalización de la sexualidad humana y del cuerpo de restricciones. Lo que humano. Lamentablemente potentes medios de comunicación so- ésta hace es abrir la cial apelan a los instintos del hombre para vender sus productos, condición sexuada del haciendo del cuerpo de la mujer un producto que se compra y de hombre a la dimensión la sexualidad humana un lugar de recreación, pero desprovisto de más profunda de su ser y verdad y de significado. de su vocación al amor. Y La Humanae vitae se entiende a la luz de una adecuada educación al amor que, lamentablemente, está ausente en la familia como en la escuela postula que la sexualidad humana es humana y que auténticamente hace relucir lo mejor de lo que el hombre es, cuando alcanza su plena verdad y su significado en cuanto expresión de la donación total y fiel del hombre y de la mujer hasta la muerte. En Chile ha habido varios intentos de educación sexual. En realidad el concepto es pobre y la mayoría de las veces han terminado siendo clases de cómo evitar un embarazo o enfermedades de transmisión sexual. En realidad eso es muy pobre. La verdadera educación que hay que promover es la educación al amor, lo que implica renuncia de sí y apertura al otro. Esta educación es tarea prioritaria de los padres. A ellos les corresponde llevar adelante el hermoso itinerario pedagógico en el cual se les enseña a los niños y jóvenes a valorarse en cuanto tal y a descubrir allí una gran riqueza al servicio de la vida y del amor y no del egoísmo. En la medida en que ese diálogo se dé en el hogar en un contexto de respeto y aprecio mutuo, será posible una generosa educación a la castidad. Ello requiere educar un sano espíritu crítico y sobre todo comprenderse como un proyecto por realizar a la luz de lo que somos, usando las mismas palabras de Pablo VI «a la luz de una visión integral del hombre y de su vocación, no sólo natural y terrena, sino también sobrenatural y eterna» (HV 7). No tengamos miedo de hablar del valor extraordinario de la castidad como gran posibilidad de integración personal, madurez afectiva y posibilidad de un amor respetuoso del otro. Una de las prioridades de los colegios católicos es educar al amor. Benedicto XVI en el discurso que pronunciara a los educadores católicos en su reciente viaje a Estados Unidos planteaba que «es especialmente inquietante la H 45 reducción de la preciosa y delicada área de la educación sexual a la gestión de ‘riesgo’, sin referencia alguna a la belleza del amor conyugal». ¿La Iglesia enseña que los esposos han de tener todos los hijos que biológicamente estén capacitados para dar? La respuesta es no. Nunca ha dicho la Humanae vitae que ha de ser así. La encíclica acuña un término muy hermoso, paternidad responsable, que implica: En primer lugar, conocer los procesos biológicos en cuanto forman parte de la persona. En segundo lugar, el predominio de la razón y la voluntad por sobre los instintos. En tercer lugar, deliberar ponderada y generosamente el número de hijos, si espaciarlos por «El amor conyugal, a la vez algún tiempo o no tenerlos, a la luz de las condiciones físicas, ecoque conduce a los esposos nómicas, sicológicas y sociales del matrimonio (HV 10). Paternidad al recíproco ʻconocimientoʼ responsable implica respetar el orden de la naturaleza en cuanto que que les hace ʻuna sola Dios mismo ha puesto leyes y ritmos que por sí mismos distancian carneʼ no se agota dentro los nacimientos (HV 11). Ello exige, por tanto, no cerrarse a la vida de la pareja, ya que los mediante un acto positivo, es decir, hacer infecundo un acto que de hace capaces de la máxima suyo puede ser fecundo, sino que, ponderada responsablemente la donación posible, por conveniencia de tener otro hijo, excluir los actos sexuales en períodos la cual se convierten en fértiles. En este caso, los cónyuges siguen la disposición natural, cooperadores de Dios en pero no se cierran de suyo y en sí a la vida. En el caso de métodos el don de la vida a una artificiales, hay una acción positiva en la cual un aspecto de la pernueva persona humana. De sona y de la relación se cercena: la capacidad fecundante. El don de este modo los cónyuges, a sí y la acogida del otro en este caso quedan dañados porque no se la vez que se dan entre sí, acepta parte de su ser, de su humanidad, lo que daña el matrimonio. dan más allá de sí mismos En un discurso pronunciado en el Congreso internacional sobre la la realidad del hijo». actualidad de la Humanae vitae. Benedicto XVI dice que es evidente (Familiaris consortio 14). que seguir la enseñanza de esta encíclica implica sacrificios, a veces heroicos; sin embargo, ello lejos de ser un obstáculo para la vida de los esposos se constituye en una gran fuente de enriquecimiento mutuo de gran valor y los abre a una vida confiada a Dios. Benedicto XVI plantea que «como creyentes, no podríamos permitir nunca que el dominio de la técnica infecte la calidad del amor y el carácter sagrado de la vida». ¿El recurso a los períodos infecundos sería «el anticonceptivo católico»? Es evidente que la continencia periódica podría ser considerada como un método anticonceptivo más si se usa para evitar embarazos y su uso no toma en cuenta la dimensión ética del acto conyugal como expresión de amor fiel y abierto a la vida. Reducir los llamados métodos naturales a una forma de evitar una nueva vida es equivocado. La verdad es que en su sentido más profundo los llamados métodos naturales no son un método anticonceptivo. Lejos de eso. Corresponden a un método de diagnóstico que permite reconocer los períodos fértiles de la mujer y por lo tanto realizar un discernimiento por parte de los esposos respecto de tener o no relaciones H 46 sexuales, ponderadas sus circunstancias económicas, sicológicas y sociales, frente a la posibilidad de un nuevo embarazo. Por lo tanto aquí no hay un acto positivo que hace infértil un acto de suyo fértil, sino que sencillamente no se tienen relaciones sexuales. Si se tienen relaciones sexuales cuando la mujer es infértil, en este caso el acto lo hace infértil la realidad de la mujer y no una acción positiva del hombre. Esta forma de vivir la sexualidad humana sin separarla de suyo de la apertura a la vida demuestra un gran amor. En efecto, se acepta al otro en su fecundidad y se cambia la conducta sexual. Los métodos anticonceptivos no cambian la conducta sexual. De alguna manera implican la no aceptación del otro en su capacidad fecundante, la que es alterada obligadamente mediante métodos artificiales. Esta posibilidad exige claramente que la pareja ilumine su amor por la razón y la razón sea penetrada por el amor. Dicho con las palabras hermosas de Hoy el hombre ya no sólo Guillermo Saint Thierry en su libro Naturaleza y grandeza del amor: ejerce poder sobre la «Si la razón instruye al amor, y el amor ilumina la razón, si la razón naturaleza, sino que sobre se convierte en amor y el amor se mantiene dentro de los confines sí mismo y él decide lo que quiere hacer, cómo de la razón, entonces ambos pueden hacer algo grande». ¿Qué implica vivir esta doctrina? lo quiere hacer y cuándo lo quiere hacer, olvidando que es una creatura, y por lo tanto, no posee un señorío absoluto sobre sí. El mundo, los otros, dejan de ser un don al que yo le debo respeto, que suscita estupor y me invita a contemplar, sino que se concibe como mera posibilidad de ejercer poder. Sin duda alguna que implica vivir las relaciones al interior del matrimonio de un modo en el cual la comunicación es relevante dado que implica sacrificios, tal como lo reconoce el mismo Pontífice al plantear que «no sería posible actuarla sin la ayuda de Dios que sostiene y fortalece la buena voluntad de los hombres». Además, implica un conocimiento mutuo más profundo y un respeto de los ritmos de cada cual mucho más agudo. Además implica el dominio de sí mismo. Saber esperar, lejos de empobrecer el amor, lo engrandece. El Pontífice dice al respecto que, considerando la debilidad humana, bien podría acontecer que «el hombre habituándose al uso de las prácticas anticonceptivas, acabase por perder el respeto a la mujer y, sin preocuparse más de su equilibrio físico o psicológico, llegase a considerarla como simple instrumento de goce egoístico y no como compañera, respetada y amada». Si hay algo en lo que estamos de acuerdo es que no por el hecho de que haya mucha actividad sexual, de suyo hay mucho amor. Hay testimonios maravillosos de personas que por amor se han abstenido de relaciones sexuales, por ejemplo en el caso de enfermedad de uno de los cónyuges. Y otros tantos testimonios de personas que se sienten usadas al vivir experiencias sexuales al margen de todo compromiso. Algunas consideraciones finales Es evidente que seguir la enseñanza de esta encíclica implica sacrificios, a veces heroicos; sin embargo, ello lejos de ser un obstáculo para la vida de los esposos se constituye en una gran fuente de enriquecimiento mutuo de gran valor y los abre a una vida confiada a Dios. En esta perspectiva, quisiera dar gracias por aquellos ma- H 47 trimonios que han sido fieles a la enseñanza de la Iglesia. Estoy cierto de que ven en cada uno de sus hijos un inmenso don de Dios y que los sacrificios que ha implicado vivir fielmente esta enseñanza los ha llevado a una mayor comunicación entre ellos y confianza en Dios. A ellos muchas gracias, sobre todo hoy cuando el mundo más que maestros necesita testigos. También me quiero dirigir a aquellos matrimonios que viven con gran dificultad la enseñanza de la Iglesia, ya sea porque no la comprenden o porque sencillamente no le encuentran sentido privarse de actos La encíclica acuña un sexuales cuando la ciencia ha logrado que sean infecundos. A estas término muy hermoso, personas les pido que lean la encíclica nuevamente y que conversen paternidad responsable, seriamente acerca de ella. Estoy cierto de que encontrarán nuevas que implica: En primer luces para comprender la gran sabiduría que hay en ella. A las lugar, conocer los procesos mujeres que por distintas razones no pueden vivir esta enseñanza, biológicos en cuanto muchas veces porque los propios esposos se niegan a acogerlas, forman parte de la persona. sólo les puedo decir que recurran a la oración, al sacramento de la En segundo lugar, el reconciliación y sobre todo háganse ayudar por la comunidad y predominio de la razón y las personas que han recorrido este camino. Por último, a quienes la voluntad por sobre los van caminando por la senda propuesta por la Iglesia les digo lo instintos. En tercer lugar, mismo que Pablo VI escribiera en su carta: «invoquen con acción deliberar ponderada y perseverante la ayuda divina; acudan sobre todo a la fuente de la generosamente el número gracia y caridad en la Eucaristía» y a quienes los sorprendiese el de hijos, si espaciarlos pecado «…no se desanimen, sino que recurran con humilde persepor algún tiempo o no verancia a la misericordia de Dios, que se concede en el Sacramento tenerlos, a la luz de de la Penitencia» (HV 25). las condiciones físicas, Por último a los sacerdotes, les recuerdo que sobre ustedes recae económicas, sicológicas y una gran responsabilidad en relación a estos temas que tocan associales del matrimonio. pectos tan delicados de la vida de las personas, los matrimonios y Paternidad responsable las familias. No olviden ser claros al enseñar la doctrina y miseimplica respetar el orden de ricordiosos con las personas y ayúdenlas mediante una adecuada la naturaleza en cuanto que pedagogía a que se acerquen cada vez más a esta hermosa propuesta Dios mismo ha puesto leyes que la Iglesia hace a través de este extraordinario Papa como lo fue y ritmos que por sí mismos Pablo VI y que ha hallado gran eco tanto en Juan Pablo II como en distancian los nacimientos. Benedicto XVI. H 48 UNA REFLEXIÓN FILOSÓFICA Y UNA DEFENSA DE HUMANAE VITAE El don del amor y de la nueva vida POR JOSEF SEIFERT H ace cuarenta años la Iglesia Católica, por medio de la encíclica Humanae vitae de Pablo VI, reafirmó una de sus más controvertidas enseñanzas morales, contra la cual no sólo críticos extraños, sino incluso muchos teólogos de la Iglesia levantaron objeciones y ciertamente iniciaron una batalla mundial. Treinta años más tarde, la encíclica Fides et ratio insistió en que el intelecto humano puede alcanzar la verdad con dos alas diferentes, la fe y la razón. Precisamente a la luz de tal énfasis en el papel del conocimiento racional humano, sin embargo, se opone a las doctrinas de Humanae vitae una de las muchas razones por las que se la ataca tan duramente y tan raramente se la sigue, aun por los cristianos católico-romanos: es decir, por el hecho de que muchos individuos no entienden por qué tendría que existir una diferencia moral entre la regulación natural de los nacimientos, permitida por la Iglesia, y la anticoncepción, prohibida por ella. La incapacidad de entender es en este caso especialmente grave, porque la Iglesia enseña que esta doctrina es parte de la «ley natural» –que es accesible a la razón–, y no un puro contenido de Fe. Intentaremos mostrar entonces por la luz de la razón que la inmoralidad de la anticoncepción se funda en el significado objetivo de la sexualidad humana y del matrimonio y que a esta doctrina subyace una visión bella e inmensamente positiva de la sexualidad y del amor humano1. A causa de la profundidad de la unión de los esposos, quienes «se hacen una sola carne», y en consideración del carácter sublime del venir a la existencia de una persona, podemos reconocer cómo este vínculo no puede ser un mero hecho biológico ni solamente un tipo de significado naturalmente maravilloso, sino que ha de ser algo querido y establecido específicamente por el Creador de todas las cosas y, por consiguiente, está sujeto sólo a Él. Al hombre se le permite acercarse a este vínculo únicamente en espíritu de profunda reverencia ante su misterio. I. LAS RAZONES DE LA INMORALIDAD DE LA ANTICONCEPCIÓN 1. El vínculo indisoluble entre el sentido unitivo y el sentido procreador del acto marital: una primera razón para sustentar la enseñanza de Humanae vitae sobre la transmisión responsable de la vida humana Entre el acto conyugal en su aspecto unitivo y la procreación existe un vínculo profundamente lleno de significado que la encíclica Humanae vitae describe como * Conferencia pronunciada el 11 de agosto del 2008 en Concepción, Chile, y el 14 de agosto del 2008 en Santiago de Chile, en la Pontificia Universidad Católica de Chile, con ocasión del 40o aniversario de Humanae vitae. Texto traducido del inglés por Carlos Augusto Casanova, notas traducidas del inglés por David Muñoz. 1 Se funda en lo que el matrimonio es por su naturaleza, y no sólo en lo que el matrimonio debería convertirse, de acuerdo con su ordenación ideal y objetiva. H 49 «inseparable»2. El filósofo tiene que preguntarse: «¿qué quiere decir ‘inseparable’ en este contexto?». Significa en primer lugar que no es moralmente permisible para un hombre separar activamente el acto conyugal de la procreación. El vínculo entre los dos sentidos del acto es «moralmente inseparable», en cuanto que, Como Hildebrand observa, de parte de la pareja y en el acto conyugal, debería existir siempre la unión marital como una apertura hacia la concepción. En otras palabras, el hombre expresión del amor debería respetar esta conexión durante el relativamente restringido esponsal no constituye período en el que existe3. El hombre tiene en modo absoluto proun mero «instrumento» hibido romper, intencional y directamente, el vínculo entre el acto que sirva al fin de la conyugal y la procreación. procreación. Lo que está Un valor sublime es inherente a este vínculo entre el acto conyugal llamado a ser expresión en su orientación hacia hacerse-uno y la procreación de una nueva de un muy íntimo amor persona humana que posee un valor inmenso y, en un cierto sentido, espiritual, está, de infinito. Porque el acto sexual que realiza la consumación de la duraacuerdo con su propia dera e indisoluble auto-donación de los esposos, que le da su sentido naturaleza, vinculado de intrínseco, está también ordenado a ser causa de la concepción4. Este una manera profundamente vínculo posee un alto valor y un carácter sagrado que prohíbe absosignificativa, no accidental, lutamente cualquier manipulación que activamente separe y aísle el a la procreación. sentido de la unión marital, por una parte, de la procreación, por la otra. No importa si tal manipulación consiste en la anticoncepción, la inseminación artificial o la fertilización in vitro, la clonación, etc. A causa de la profundidad de la unión de los esposos, quienes «se hacen una sola carne», de un lado, y en consideración del carácter sublime del venir a la existencia 2 Ya Pío IX señaló en Casti connubii que, de alguna manera, el vínculo de amor de los esposos se podría considerar como el fin primordial del matrimonio, aunque no en relación con el acto sexual conyugal, sino en relación con el matrimonio como comunidad. Enfatizando –como los dos aspectos más básicos del matrimonio – el amor de unión/comunión de los esposos y la procreación, los documentos recientes de la Iglesia evitan definiciones más legales del matrimonio, tales como la designación del matrimonio como un contrato mediante el cual los esposos se conceden entre sí el derecho a actos que por su naturaleza permiten la procreación. Ni la sola parte legal o física, ni el papel causal del acto conyugal para la procreación son mencionados, sino, más bien, el amor personal y la unión de los esposos. De esta manera, el nuevo énfasis en los documentos de la Iglesia –desde Gaudium et spes del Concilio Vaticano Segundo– en el vínculo entre unión esponsal y la procreación es un movimiento fuerte hacia una visión más personalista del matrimonio, y hacia una fundamentación ética y personalista de la inmoralidad de la anticoncepción. Humanae vitae no usa ninguna otra terminología eclesiástica previa en referencia al matrimonio, según la cual la procreación sea el «fin último» del matrimonio y todos los demás fines se subordinan a éste. Más bien, Humanae vitae acentúa, casi como si estuvieran en el mismo nivel, la unión de las personas –y, por lo tanto, también el amor y el aspecto «del don del amor» del matrimonio–, por un lado, y la procreación, por otro. Esta visión personalista, que marca muchos escritos pasados sobre el matrimonio, cuyos más notables son los de Dietrich von Hildebrand y Karol Cardinal Wojtyla, y que es una marca distintiva de los recientes documentos de la Iglesia desde Pío XI y Pío XII, es continuada y, en algunos sentidos, profundizada en la Exhortación Apostólica de Juan Pablo II Familiaris consortio. El Papa –tanto como filósofo y como autor de Familiaris consortio, él mismo se dirige a «todo hombre y mujer» - añade a Humanae vitae y al trasfondo filosófico y teológico de la enseñanza de la Iglesia una profunda teología y filosofía del cuerpo humano, del don personal del amor, y del matrimonio como una comunión personal de amor. De ese modo, estableció los fundamentos para cualquier interpretación adecuada y oportuna de la enseñanza específica de la Iglesia acerca de la anticoncepción. Véase D. von Hildebrand, Marriage. The Mystery of Faithful Love, con un prólogo de John J. Archbishop O’Connor (Manchester, NH: Sophia Institute Press, 1984). La primera edición alemana apareció en 1928. Véase del mismo autor In Defense of Purity (originally published in 1926), y otras obras, incluyendo Die Enzyklika «Humanae vitae» - Ein Zeichen des Widerspruchs (Regensburg: Habbel, 1968). Véase también Karol Cardinal Wojtyla, Love and Responsibility (New York: Farrar-Straus-Giroux, 1981). 3 Este vínculo existe «realmente» sólo durante un número limitado de días cada mes para un número limitado de años durante una vida, un número a menudo acortado por los obstáculos naturales, funcionamientos, etc. A veces - como en el caso de la esterilidad – este vínculo nunca existe «realmente». 4 Así, nosotros consideramos la conexión entre la procreación y un rasgo esencial y constitutivo del matrimonio como la raíz firme del imperativo moral que prohíbe la anticoncepción. H 50 Profesor Josef Seifert junto al doctor Pedro Pablo Rosso, rector de la Pontificia Universidad Católica de Chile. de una persona, de otro, podemos reconocer cómo este vínculo no puede ser un mero hecho biológico ni solamente un tipo de significado naturalmente maravilloso, sino que ha de ser algo querido y establecido específicamente por el Creador de todas las cosas y cómo, por consiguiente, este vínculo está sujeto sólo a Él. Al hombre se le permite acercarse a este vínculo únicamente en espíritu de profunda reverencia ante su misterio. 2. La violación de la conexión de finalidad superabundante entre el amor esponsal y la procreación. Una segunda razón específica de la inmoralidad de la anticoncepción (El argumento de Dietrich von Hildebrand) Una segunda razón específica de la inmoralidad de la anticoncepción está estrechamente vinculada a la anterior5. Como Hildebrand observa, la unión marital como expresión del amor esponsal no constituye un mero «instrumento» que sirva al fin de la procreación6. Lo que está llamado a ser expresión de un muy íntimo amor espiritual, 5 Ésta se halla en el centro del panfleto preparado por Dietrich von Hildebrand, The Encyclical Humanae vitae: A Sign of Contradiction. Cf. D. von Hildebrand, The Encyclical «Humanae vitae»: A Sign of Contradiction (Chicago: Franciscan Herald Press, 1969), pp. 29s., 35-36, 43-44. Oiginalmente en alemán, Die Enzyklika «Humanae vitae». Ein Zeichen des Widerspruchs (Regensburg: Josef Habbel, 1968). Algunas de las otras fuentes para la inmoralidad de la anticoncepción son también las mencionadas en este libro. Véase nota 26 más abajo. 6 La unión esponsal encierra un alto valor, y constituye un tema que merece ser tomado en serio por sí mismo. Ibid., p. 33ss. H 51 está, de acuerdo con su propia naturaleza, vinculado de una manera profundamente significativa, no meramente accidental, a la procreación7. La expresión del amor esponsal y de completa auto-donación no debe separarse de la fecundidad a la que el amor esponsal debería servir de una manera sobreabundante8. La tesis básica de Humanae vitae podría describirse desde este punto de vista con la frase «donum de dono» – el don de la vida que procede del don del amor y no debe ser separado de él. 3. La integridad del don del amor esponsal incluye el don íntegro de la feminidad y la masculinidad, que incluye la potencial paternidad y maternidad: el argumento personalista de Karol Wojtyla, Papa Juan Pablo II, contra la anticoncepción La conexión entre las dos donaciones es tan íntima, que también se infligiría una herida al don esponsal si el «don a partir del don» se excluyera de modo activo. Sólo en la medida en que los esposos dejan su acto abierto a la procreación poseen ellos la pureza moral de corazón y la integridad para darse a sí mismos incondicionalmente en el amor. Si con la anticoncepción, uno separara el mutuo don de los esposos de la procreación, no sólo rompería el vínculo cargado de sentido que existe entre la unión conyugal y la vida de una nueva persona, sino que tampoco dejaría intacto el aspecto unitivo. La conexión entre las dos donaciones es tan íntima, que también se infligiría una herida al don esponsal, si el «don a partir del don» se excluyera de modo activo. Sólo en la medida en que los esposos dejan su acto abierto a la procreación poseen ellos la pureza moral de corazón y la integridad para darse a sí mismos incondicionalmente en el amor. Además, un aspecto importante y maravilloso de la feminidad y la masculinidad, de la integridad del cuerpo y del don, se pierde si se cierra el vínculo potencial a la procreación. Juan Pablo II no sólo afirma la dignidad y valor del niño, sino también el significado y valor del don mutuo del amor dentro del matrimonio y en la unión sexual conyugal9. 7 Este tipo de finalidad se designará en este contexto como «finalidad superabundante», para distinguirla de una finalidad meramente instrumental en la que el significado de algo se agota en el hecho de que sirve como un medio para otra cosa. El amor esponsal entre dos seres humanos, imagen del Amor Eterno que es manantial de toda creación, está destinado a ser la fuente de la vida humana sobre y por encima del significado que posee como propiamente suyo. 8 En efecto, la anticoncepción viola varios rasgos esenciales del amor. Va contra a) la finalidad procreadora superabundante del amor esponsal; b) contra la generosidad esencial del amor y del gesto intrínseco de un don mutuo de amor; c) contra la integridad del don, es decir, de las personas que se dan a nosotros en amor; y d) contra el amor de Dios que debe ser el último de todos los actos personales del hombre, sobre todo del acto esponsal. Quizás esta segunda razón contra la anticoncepción presupone la existencia real del amor esponsal y no es, por consiguiente, suficiente por sí misma explicar el mal moral de la anticoncepción. Es más bien el caso que, al lado de otras razones, la ordenación del acto matrimonial al amor esponsal, por un lado, y del acto matrimonial a la concepción, por otro, arroja nueva y más grande luz al vínculo lleno de significado entre el acto matrimonial y la procreación. 9 A esta altura, comprendemos también que Humanae vitae y Familiaris consortio ponen énfasis en la «conexión inseparable» entre el significado unitivo y el procreador del acto conyugal, no por razones negativas u opresoras. Esta enseñanza no entraña una visión negativa de la sexualidad humana. Al contrario, podemos decir que la encíclica Humanae vitae y la Exhortación Apostólica Familiaris consortio, así como la magnífica obra del filósofo Wojtyla, escrita ya en Lublín pero publicada mucho más tarde como una obra papal, Hombre y mujer los creó, contienen una profunda afirmación de la dignidad de la sexualidad humana dentro del matrimonio. Afirma ambos dones y el valor inmenso y la relevancia moral que se contienen en su estar unidos y conectados en el misterio del matrimonio y en el infinito misterio de Dios que es Él mismo el Don supremo de Amor y de Vida. Véase Juan Pablo II, Man and Woman He Created Them. A Theology of the Body, transl., introduction, and index by Michael Waldstein (Boston: Pauline Books and Media, 2006). H 52 4. El vínculo inviolable entre el acto humano y el divino en la procreación como una cuarta razón específica de la inmoralidad de la anticoncepción Hay aun otro vínculo vertical y enteramente distinto10. Tan pronto como reconocemos que el hombre está compuesto de cuerpo y alma, y que su alma, aunque siendo «incompleta» sin su unión con el cuerpo, es una sustancia espiritual distinta de su cuerpo, y que dicha alma es única, irrepetible, libre e inmortal, también captamos el hecho de que el alma del niño no viene al ser desde los padres, sino que, más bien, debe venir de Dios por medio de un acto de creación inmediata11. Dios solo tiene el poder de llamar un alma individual a la existencia, de crearla «de la nada». Él solo puede insuflar un alma al cuerpo. A causa de esto, los padres juegan de hecho un papel muy alto, pero al mismo tiempo muy humilde en el proceso de la concepción como un todo. Como formula Humanae vitae, los padres son ministros, no dueños de la procreación. ¡Los padres no pueden hacer niños! El alma de éstos debe ser creada directamente por Dios. Por ello, el La anticoncepción es la hombre está, digamos, invitado a entrar en la casa del Creador y mutilación de la estructura desafiado a la más íntima cooperación con el poder creador divino en e integridad de un acto el acto procreador. La actividad divina de crear un alma está sujeta corpóreo del hombre. de una manera misteriosa al acto procreador iniciado libremente por Además, esta mutilación los esposos. De un modo misterioso y admirable, Dios llega a hacer es especialmente grave su creación de un alma «dependiente» de la unión de los padres. a causa de la estructura y Resulta entonces absolutamente inmoral que los esposos rompan, significado personal de activa y libremente, el vínculo entre su unión y la procreación, y este acto. que no permanezcan «abiertos» a la segunda. Porque cuando hacen esto, destruyen la íntima conexión que une al acto conyugal con la profundidad infinita del amor creador divino, un vínculo que causa admiración embelesada, y que involucra a un acto humano tan íntimamente dentro de un acto creador divino, que podría causar envidia en los ángeles para con los seres humanos. El hombre no debe separar lo que Dios ha unido. 5. La ilicitud moral de la anticoncepción como consecuencia del carácter de compromiso voluntario del acto conyugal Frecuentemente somos del todo libres para decidir acerca de alguna medida específica. Somos libres de casarnos o permanecer solteros, de adoptar un niño o no, de prometer algo o no. En este sentido, somos también a menudo libres para decidir si daremos o no vida a un nuevo niño. Pero cuando realizamos el acto sexual, asumimos una obligación que requiere «estar abiertos» a la estructura esencial y a las consecuencias significativas de dicho acto. Podemos haber sido originalmente libres de o bien asumir 10 Este vínculo se descubre, basados en una intuición metafísica, en el hecho de que los padres, su unión sexual y todos los procesos fisiológicos a que da lugar la concepción, son completamente incapaces de llamar a la existencia a una nueva persona humana. 11 Cf. L. Hölscher, The Reality of the Mind (IAP Studies, 1984); también Christoph Schönborn critica muy bien en varios artículos la tesis poco clara de Karl Rahner, a la que llama tesis de «la trascendencia de la causa segunda», que permitiría a la sexualidad humana producir por sí misma el alma del niño. Cf. También J. Seifert, Leib und Seele. Ein philosophischer Beitrag zur philosophischen Anthropologie (Salzburg, 1974) para el problema que tiene que ver con el alma y su origen. H 53 esta responsabilidad o bien abstenernos del acto conyugal. Sin embargo, en el momento en que los cónyuges deciden realizarlo, libremente renuncian al tipo de libertad que tenían antes. Han dado un primer paso hacia la posibilidad de dar vida a un niño y ya no son libres de impedir el «segundo paso»12. 6. Una defensa del argumento anti-vida aducido frente a la anticoncepción Una antigua versión del Derecho Canónico13 afirmaba que la anticoncepción es un ataque contra la vida humana peor aun que el aborto, porque priva al niño no sólo de la vida temporal en la tierra, sino también de la existencia por Una concepción muy siempre. difundida en nuestra época Ciertamente uno podría rápidamente objetar que la realidad de la sostiene que el hombre vida humana constituye una diferencia enorme, de modo que un tiene moralmente permitido ataque contra la vida de una persona viviente es mucho más grave hacer cualquier cosa que que un ataque contra una persona que aún no existe o que no pueocurra a menudo o con de haber ataque contra lo que no existe. A pesar de tales dudas de cierta regularidad en el la jerarquía de los malignos ataques contra la vida, el argumento orden de la naturaleza, anti-vida mismo tiene gran peso: sin la intervención En el momento en que se realiza el acto conyugal, ya no nos enconhumana. Si esto fuera tramos ante la posibilidad «real» de que el niño pueda venir a la verdad, podríamos con existencia aquí y ahora. Más bien, el valor precioso del futuro niño todo derecho causar a ya no es una mera posibilidad o aun una potencialidad inmediataotros cualquiera de los mente actual. No, en los actos conyugales potencialmente fecundos daños concebibles que a el niño está «a punto» de entrar a la vida. El acto conyugal le dará de menudo tienen su origen hecho la vida, si uno no lo impide activamente. Luego, la contraconen catástrofes naturales, cepción encierra un «No» a la vida que no necesariamente (aunque en accidentes o en hechos posiblemente) se encuentra en la planificación familiar natural. Ya naturales que afligen al no sólo estamos invitados a dar a un niño el don de la vida, sino hombre. En otras palabras, que estamos obligados a no impedir activamente la existencia del por la invocación de niño que está a punto de recibir la vida. tal falso principio, La relevancia moral del niño adquiere una vez más un nivel compodríamos justificar pletamente nuevo tan pronto como el niño es concebido de hecho. casi cualquier conducta Después de ese punto, cualquier acción que apunte a quitarle la inmoral y criminal. vida es un asesinato, no anticoncepción. 12 Cf. J.F. Constanzo, SJ, «Papal Magisterium and Humanae vitae» Thought, XXIX, No. 4 (October, 1970), especialmente pp. 640, 642-653. Para los católicos que no entienden la evidencia interna de los argumentos y los fundamentos racionales para la inmoralidad de la anticoncepción, el argumento de la autoridad retiene su completa validez. 13 Citado en 1988 por Mons. (ahora Cardenal) Carlo Caffarra. Hay también una nueva versión, desarrollada por John Finnis, Germain Grisez y otros: John Ford, S.J., Germain Grisez, Joseph Boyle, John Finnis, William May, The Teaching of Humanae vitae, A Defense (San Francisco: Ignatius Press, 1988). H 54 7. Mutilación del acto: contrariedad a la naturaleza Mientras cortar un miembro o la esterilización permanente es la mutilación del cuerpo en su estructura e integridad, la anticoncepción es la mutilación de la estructura e integridad de un acto corpóreo del hombre. Además, esta mutilación es especialmente grave a causa de la estructura y significado personal de este acto. La sexualidad humana se relaciona con el mundo de la persona de manera importante. Primero, debería ser expresión de un acto personal de unión y comunión entre personas; segundo, es la única esfera del cuerpo humano destinada a jugar un papel decisivo en el llegar a ser de nuevas personas. Por estas dos dimensiones del significado personalista y el valor del acto sexual humano, la mutilación biológica del acto conyugal es más seriamente inmoral que otras mutilaciones del cuerpo. 8. Argumento desde las consecuencias del amor, el matrimonio y el respeto de la mujer (Max Horkheimer) Ya hemos discutido las razones para la prohibición de ir contra su ordenación a la procreación. Pero es evidente que hay otras realidades dotadas de significado y que pertenecen a un alto nivel de valores, que también justifican el acto conyugal aun cuando la concepción no sea posible o cuando, por razones graves, no se desee tener hijos. Es ciertamente notable que el neo-marxista Max Horkheimer, padre de la nueva izquierda, defendió ya en 1968, en un escrito publicado en 1970, la encíclica Humanae vitae contra muchos teólogos morales alemanes14. Argumentaba que la píldora es la muerte del amor porque conducirá a una actitud consumista en relación con el sexo y a la explotación de las mujeres. Es éste un argumento a favor de Humanae vitae compartido por muchas feministas. Horkheimer aducía además que la píldora conducirá a impedir la unión amorosa y a su desnaturalización y deshumanización. Como dice Horkheimer: «una moderna Julieta le pediría a su Romeo que esperara por favor mientras ella iba a tomar la píldora antes de encontrarse con él»15. Existen muchísimas otras consecuencias graves de la anticoncepción: genera una actitud anti-vida, aumenta los abortos, conduce a un declive y una degeneración de la población, destruye la base económica de la sociedad por un cambio de la pirámide poblacional, trae una nueva pobreza y la eutanasia, etc. 9. Humanae vitae y el principio según el cual el único origen digno de la vida humana es el amor Podría también decirse que Humanae vitae no sólo afirmó, como Donum vitae, que el amor humano (y divino) de los esposos es el único origen digno de la vida humana, de donde se sigue que la fecundación in vitro es ilícita, sino también enseñó que es ilícito privar de su poder de dar origen a la vida al acto amoroso realizado en los períodos fértiles. 14 Max Horkheimer, Die Sehnsucht nach dem ganz anderen, (Hamburgo: Furche Verlag, 1970). 15 Max Horkheimer , ibid., p. 74. H 55 II. RESPUESTAS A ALGUNAS OBJECIONES 1. ¿Un argumento secundum naturam a favor de la anticoncepción? Podría argumentarse contra la posición que sostiene que la anticoncepción es inmoral invocando el hecho de que la naturaleza o Dios frecuentemente causan una separación entre el acto conyugal y la procreación. De tal hecho quedaría claro que el nexo entre los dos no puede considerarse como inseparable y dado naturalmente. Por ello, uno podría sacar la conclusión de que el hombre podría también hacer lo que ocurre en la naturaleza y por la acción de Dios, y así tener la competencia para separar el acto conyugal de la procreación. Para responder, se debe antes que nada desvelar el desastroso error fundamental sobre la naturaleza de la acción moral que se esconde en este argumento. Una concepción muy difundida en nuestra época sostiene que el hombre Cuando se realiza el acto tiene moralmente permitido hacer cualquier cosa que ocurra a conyugal, por razones menudo o con cierta regularidad en el orden de la naturaleza, legítimas, en el tiempo sin la intervención humana. Si esto fuera verdad, podríamos con en que la concepción no todo derecho causar a otros cualquiera de los daños concebibles es posible, o cuando los que a menudo tienen su origen en catástrofes naturales, en acciesposos tienen la intención dentes o en hechos naturales que afligen al hombre, tales como la justificada de evitar la enfermedad y la muerte. En otras palabras, por la invocación de concepción de un nuevo tal falso principio, podríamos justificar casi cualquier conducta niño, los actos conyugales inmoral y criminal. Si la conducta natural de los animales pudiesiguen siendo legítimos ra convertirse en nuestra norma ética, podríamos convertirnos y nobles y de ninguna en antropófagos, porque también en la naturaleza los leones se manera inmorales. comen a los seres humanos, etc.16 El absurdo de esta consecuencia claramente muestra la naturaleza errónea del principio subyacente y, en verdad, de la «falacia naturalista». Este principio no sólo es errado con respecto a la maldad. Sería igualmente equivocado aplicarlo a muchos bienes que a menudo adquieren los hombres sin intervención humana pero que no debemos procurar intencionalmente. Así, por ejemplo, Sócrates dice que no nos es lícito quitarnos nuestra propia vida para escapar del sufrimiento e irnos a la vida inmortal, ni a quitar la vida de otro para librarlo de los males de un dolor que no puede soportar con paciencia. Debemos evitar «salvarlo» de la tentación de desesperar por medio de la «eutanasia», incluso cuando él nos lo pida rogando como si fuera una gracia, o en esos casos en que la muerte sería en verdad un alivio y una salvación por los que podemos decir una plegaria y que podemos esperar, pero de los que no nos es lícito constituirnos en la causa. El hecho de que algo ocurra en la naturaleza no lo convierte en una norma para las acciones humanas ni constituye una licencia para su realización activa por nosotros, aun cuando ese algo pueda ser deseable. 16 Véase Wolfgang Wickler, Sind wir Sünder? (München: Knaur, 1969). H 56 Volviendo a nuestro tema, la objeción se funda en una interpretación completamente falsa de la moralidad así como en un intento errado de transformar los datos empíricos en norma para la acción moral17. 2. Los «hechos biológicos neutros» y la objeción de la falacia naturalista Alguno podría argumentar también: ¿por qué no deberíamos manipular un mero hecho biológico tal como el tiempo de la fertilidad? Sostener que tal sea el caso, afirma la objeción contra Humanae vitae, es caer víctima de la falacia naturalista e inferir un «debe» de un «es»18. Para responder a esta objeción, debe notarse que en verdad es obvio que nos es ilícito intervenir en muchos estados o procesos biológicos neutros, como la medicina lo hace siempre, pero que hay también muchos hechos biológicos que nos imponen obligaciones morales, aun cuando, considerados en sí mismos, sean neutros. El fundamento de este sorprendente estado de cosas es la conexión de esos hechos con bienes de suma importancia y relevantes desde el punto de vista moral. La conexión de esos hechos con tales bienes como la vida y la salud humanas, los hace merecedores de respeto moral, aun cuando otros hechos biológicos en sí mismos sean un asunto de pura contingencia empírica. Su relevancia moral no se deriva de que tengan por sí mismos una naturaleza moralmente relevante, sino de su conexión fáctica y real con realidades moralmente relevantes. El hecho neutro, meramente biológico, de que, por ejemplo, una comida determinada haga daño a un bebé, mientras otra comida sea saludable para él, impone la obligación moral de no dar comida dañina al bebé simplemente porque el hecho biológico en cuestión realmente daña la salud del bebé, lo cual es muy relevante desde el punto de vista moral. La moralidad, la cuestión del bien y el mal morales, no se refiere a una teorización hecha en un vacío abstracto, sino más bien al corazón mismo de la realidad y del drama de la existencia humana. Todo mal moral, por pequeño que sea, sobrepasa incomparablemente cualquier mal físico o no moral, y el cálculo de bienes pesa mucho más del lado en que no hay mal moral, aunque del otro lado estén todos los bienes no morales, bienes que advendrían al individuo o al Estado como consecuencia de actos moralmente perversos. No aprovecha al hombre ganar el mundo entero si daña su alma. 17 W. Wickler intenta tal cosa con increíble ingenuidad filosófica en su libro Sind wir Sünder? En esta obra, el autor usa no sólo verdaderos modelos conductuales humanos, sino también la conducta animal general y los datos estadísticos en su conducta sexual, para establecer o rechazar las normas morales. Así, Wickler intenta atacar la encíclica Humanae vitae y justificar la anticoncepción artificial basado en investigaciones etológicas. Cf. Wolfgang Wickler, Sind wir Sünder? (München, 1969). Para un análisis de la relación entre los hechos biológicos y la moralidad véase también D. von Hildebrand, La encíclica y Andreas Laun, Die naturrechtliche Begründung der Ethik in der neueren katholischen Moraltheologie, (Wien: Wiener Dom-Verlag, 1973), pág. 51ss., donde esta interpretación ingenua de «naturaleza» como norma moral es completamente refutada. 18 Véase sobre esta importante noción que no podemos derivar el deber del ser, un imperativo moral de un mero hecho de la naturaleza, y su formulación ambigua, G. E. Moore, Principia Ethica, ed. 14 (London: Oxford University Press, 1971). Para un análisis crítico de su verdadero y falso significado, véase Josef Seifert «Zur Erkenntnis der Menschenrechte und ihrer axiologischen und anthropologischen Grundlagen», Josef Seifert, (Hrsg.), «Wie erkennt man Naturrecht? Mit Beiträgen von Rocco Buttiglione, Franz Bydlinski, Theo Mayer-Maly, Josef Seifert, Wolfgang Waldstein». En: Philosophie und Realistische Phänomenologie, Studien der Internationalen Akademie für Philosophie im Fürstentum Liechtenstein/Philosophy and Realist Phenomenology. Studies of the International Academy for Philosophy in the Principality Liechtenstein. Hrsg. v. Rocco Buttiglione und Josef Seifert, Bd. VI (Heidelberg: Universitätsverlag C. Winter, 1998); el mismo autor: «Lo común entre los hombres: la percepción de los fines«, en: Una ley de libertad para la vida del mundo. Collectanea Matritensia, (Madrid: Facultad de Teología San Damaso, 2007), pp. 75-93; «Natural Law: Persons Are United through Ends: Seven Different Relations between Persons and Ends and Their Relation to Natural Law and Community of Persons» Revista Española de Teología Vol. 67, cuad. 2-3, Facultad de Teología «San Damaso», 67 (2007), pp. 149-163, y «The Moral Distinction between Natural and Artificial Birth Control» en The Torch of Truth, The Contemporary Catholic Renaissance (1985) . H 57 3. Si todo esto es verdad, ¿por qué, entonces, es legítima la regulación «natural» de la concepción? Si de este modo reconocemos que la anticoncepción es inmoral, podría preguntarse por qué no son también inmorales las medidas «naturales» para evitar los hijos. ¿Por qué el acto conyugal no es igualmente pecaminoso en esos casos en que la pareja sabe que la concepción está excluida (por ejemplo, por razones de edad) o tiene la intención explícita de realizar el acto conyugal sólo en esos días en que la concepción puede excluirse casi con total certeza? Ya hemos discutido las razones para la prohibición de ir contra su ordenación a la procreación. Pero es evidente que hay otras realidades dotadas de significado y que pertenecen a un alto nivel de valores, que también justifican el acto Lo que constituye ya un conyugal aun cuando la concepción no sea posible o cuando, por presupuesto para cualquier razones graves, no se desee tener hijos. Ejemplos de las cosas que percepción del valor moral justifican y aun ennoblecen el acto conyugal serían el amor esponsal tiene mayor importancia y la fidelidad, la consumación del vínculo sacramental en el llegar a en este contexto, es decir, ser una sola carne, entre otros. Cuando se realiza el acto conyugal, la necesidad de prestar por razones legítimas, en el tiempo en que la concepción no es poatención reverente a la voz sible, o cuando los esposos tienen la intención justificada de evitar del ser y de la verdad, si es la concepción de un nuevo niño, los actos conyugales siguen siendo que uno quiere comprender legítimos y nobles y de ninguna manera inmorales19. la diferencia relevante. En verdad, puede incluso formularse la pregunta de si existen circunstancias suficientemente serias como para que la regulación natural de la fertilidad llegue a ser moralmente obligatoria. Podrían ser ejemplos de tales situaciones el peligro para el bienestar físico o sicológico de la madre o alguna enfermedad neurológica o de otro tipo con la cual el embarazo podría ser ocasión de profunda amargura para uno de los cónyuges, u ocasión de ruptura de la cohabitación o hasta de asesinato, cuando, por ejemplo, el esposo amenaza a la esposa o al niño con asesinarla o forzar un aborto si ella concibe otra vez. El acto conyugal está conectado con la procreación sólo durante los períodos fértiles y, cuando exista esta conexión, debe ser respetada. OBSERVACIONES FINALES SOBRE EL CONSECUENCIALISMO TEOLÓGICO Y LA VERITATIS SPLENDOR La enseñanza de la Iglesia, tal como se contiene en Humanae vitae y en las declaraciones más recientes del Magisterio, se presenta a menudo como una moralina inhumana en la que se olvidan las circunstancias reales y los problemas y hechos verdaderamente relevantes, los sufrimientos y las situaciones existenciales en las que se encuentran muchas parejas, que no pueden afrontarlas por el camino que requiere Humanae vitae, por lo que se ven forzadas a practicar la anticoncepción. Sin duda hemos de compadecer y comprender a aquellos cónyuges que en verdad deben soportar dificultades y sufrir consecuencias trágicas que pueden seguirse 19 Gaudium et spes y Humanae vitae pusieron mucho énfasis en esto. H 58 del cumplimiento de estas y otras obligaciones morales20. Sin embargo, es necesario identificar el error fatal de que adolece esta objeción, un error que entraña una total falta de comprensión acerca de la naturaleza de la esfera moral y su relación con la realidad (y los problemas reales). La moralidad, la cuestión del bien y el mal morales, no se refiere a una teorización hecha en un vacío abstracto, sino más bien al corazón mismo de la realidad y del drama de la existencia humana. Todo mal moral, por pequeño que sea, sobrepasa incomparablemente cualquier mal físico o no moral, y el cálculo de bienes pesa mucho más del lado en que no hay mal moral, aunque del otro lado estén todos los bienes no morales, bienes que advendrían al individuo o al Estado como consecuencia de actos moralmente perversos. No aprovecha al hombre ganar el mundo entero si daña su alma. A causa del específico carácter absoluto de la esfera moral, no puede haber razones para permitir un acto que es malo en sí mismo21. El utilitarismo y el consecuencialismo que se encuentran tan extendidos en los círculos éticos, así como el principio según el cual «el fin justifica los medios», obscurecen esta verdad fundamental que fue ya reconocida por Sócrates, es decir, que una injusticia moral es un mal incomparablemente más grave que cualesquiera otros males. «Es un mal menor para el hombre sufrir injusticia que cometerla»22. Lo que constituye ya un presupuesto para cualquier percepción del valor moral tiene mayor importancia en este contexto, es decir, la necesidad de prestar atención reverente a la voz del ser y de la verdad, si es que uno quiere comprender la diferencia relevante23. El Papa Juan Pablo II, de feliz memoria, dijo correctamente que esta diferencia entre la aceptación o el rechazo de Humanae vitae no es materia baladí, sino que, en último término, entraña dos antropologías filosóficas radicalmente distintas24. Debemos abrir nuestras almas, si queremos comprender el sentido profundo y la dignidad del matrimonio. Debemos «descender a las profundidades» si queremos aun comenzar a comprender el misterio del vínculo inseparable que existe entre los aspectos unitivos y los procreadores del acto conyugal, y el misterio de la cooperación entre Dios y el hombre tal como la misma se nos revela en la procreación. 20 Y precisamente han sido los Papas Pablo VI y Juan Pablo II quienes han proyectado una comprensión extraordinaria y una compasión amorosa de la Iglesia en sus enseñanzas. 21 Este principio esencial de cualquier ética genuina, la existencia de absolutos morales, se enseñó enérgicamente en la encíclica Veritatis splendor, la cual no defendió algunas posiciones católicas aisladas sino donde la Iglesia demuestra ser una abogada de una gran verdad moral natural que desde Sócrates a Cicerón muchos autores precristianos y todos los Reformadores (Lutero, Calvino) así como muchos judíos y musulmanes e incluso algunos ateos han defendido: que los absolutos morales existen. Desde una suposición en contrario se seguiría que el adulterio, el sacrilegio, la pornografía, la mentira, y cada infracción y crimen podrían permitirse en vista de las posibles consecuencias de evitar el sufrimiento. En base a semejante principio cada llamada al martirio se podría también rechazar o simplemente ser explicada desde fuera. De hecho, si nosotros pudiéramos salvar el mundo entero por medio de un acto intrínsecamente inmoral, todavía no nos estaría permitido realizar semejante acto. 22 Cf. D. von Hildebrand, The Encyclical, pág. 70: El argumento en cuestión «equipara un mal moral, el uso de la anticoncepción artificial, con un infortunio; un mal moralmente pertinente - el daño del matrimonio. Y aquí se muestra todo el amoralismo de la ‘ética de la situación’, que mostró su deforme rostro en el ‘informe mayoritario’ de la comisión papal. Debemos decir aquí con el mayor énfasis que nunca se nos ha permitido hacer algo moralmente malo para prevenir un infortunio. Los pecados, que ofenden a Dios, y los grandes infortunios (la destrucción de altos valores sin intervención de un pecado moral de nuestra parte) son del todo incomparables. Sólo el pecado ofende a Dios; ningún infortunio –aunque sea grande– es conmensurable con la temible falta de armonía que sigue a una ofensa hecha a Dios». Desgraciadamente, muchos que atacan la Humanae vitae, entre los que se cuentan algunos teólogos morales, defienden sus posiciones usando argumentos fundados en la «ética de la situación» y en el utilitarismo. 23 La anticoncepción no sólo ocurre en secreto, sino fácilmente se escapa de la advertencia y voz de la conciencia. De ahí que la obligación moral, la aclaración que constituía la tarea de la investigación presente, nos dirige una especial llamada a esforzarnos y anhelar la liberación de la secreta arrogancia y de la rebelión contra Dios. Para que se entienda esta verdad, se exige que nosotros captemos sin ninguna reserva el hecho fundamental de que Dios debe ser afirmado como Dios y el hombre como hombre, en toda su contingencia, y que «sólo una cosa es necesaria»: que a Dios no se le ofenda sino glorifique, y que nada aprovecha a un hombre «si gana todo el mundo pero sufre la pérdida de su alma». (Marcos 8:36.) Véase también Lucas 10:42. 24 Véase los pasajes de Familiaris consortio, No. 31 y 32, citados en las pp. 2-3 de este artículo. H 59 Sobre los Autores BENEDICTO XVI CARDENAL KAROL WOJTYLA CARDENAL CARLO CAFFARRA Arzobispo de Bolonia. Miembro del Comité de Presidencia del Pontificio Consejo para la Familia. Miembro del Consejo de Consultores y Colaboradores de revista HUMANITAS. CARDENAL ANTONIO MARÍA ROUCO VARELA Arzobispo de Madrid CARDENAL ANGELO SCOLA Patriarca de Venecia. Ex Rector de la Universidad Lateranense. Miembro del Consejo de Consultores y Colaboradores de Revista HUMANITAS. LIVIO MELINA Presidente del Instituto Juan Pablo II para Estudios sobre Matrimonio y Familia. Director de la revista Anthropotes. CARDENAL ALFONSO LOPEZ TRUJILLO. Presidente del Pontificio Consejo para la Familia hasta su fallecimiento el 19 abril de 2008. Fue miembro del Consejo de Consultores y Colaboradores de Revista HUMANITAS 1995-2008. ANDRÉS ARTEAGA Obispo auxiliar de Santiago. Vice Gran Canciller de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Miembro del Consejo de Consultores y Colaboradores de revista HUMANITAS. FERNANDO CHOMALI Obispo Auxiliar de Santiago. Miembro de la Pontificia Academia para la Vida. Miembro del Consejo de Consultores y Colaboradores de revista HUMANITAS. JOSEF SEIFERT Profesor y Rector de la Academia Internacional de Filosofía en el Principado de Liechtenstein y en la Pontificia Universidad Católica de Chile. Miembro del Consejo de Consultores y Colaboradores de revista HUMANITAS. H 60