Dejar madurar la semilla
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Dejar madurar la semilla
Una Buena Noticia para la semana Año II Nº 81 SUMMA Aldapeta Asterako berri ona Dejar madurar la semilla En contraste con nuestra necesidad irrefrenable de estar moviéndonos todo el día, sin parar un minuto, como para justificar nuestra existencia, el sembrador parece que no necesita hacer nada para que la semilla crezca: duerme de noche, no hace nada de especial, parece que las cosas siguen como estaban hasta que puede comprobar el crecimiento de lo que sembró. En aquel tiempo decía Jesús a las turbas: “El Reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra. Él duerme de noche, y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega”. Dijo también: “¿Con qué podemos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo, en la tierra es la semilla más pequeña, pero después brota, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden cobijarse y anidar en ellas”. Con muchas parábolas parecidas les exponía la Palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado. (Mc 4, 26-34). Emailgelio 81 del 14 de junio de 2015 Thomas Merton (1915-1968) fue un monje trapense, pensador y escritor estadounidense, que pensaba que la hiperactividad es cómplice de la violencia de nuestra sociedad: “Dejarse arrastrar por una multitud de intereses en conflicto, rendirse a demasiadas solicitudes, comprometerse con demasiados proyectos, querer ayudar a todo el mundo en todo, es sucumbir a la violencia. Más aun, es cooperar con la violencia. El frenesí del activista neutraliza su trabajo por la paz. Destruye su capacidad interior de paz. Destruye la fecundidad de su obra, porque mata la raíz de la sabiduría interior que hace fecunda la obra”. La impaciencia, que no deja madurar a las personas y las situaciones, la falta de paz interior y de sosiego, el estado permanente de ansiedad deterioran la relación con uno mismo y con los demás. Mis arranques de furia desproporcionados o mis silencios egocéntricos, que expresan ensimismamiento y enfado, lesionan la convivencia y echan a veces por tierra lo mucho bueno que he tratado de construir. Nos proponemos con razón ser cristianos adultos. Pero no debemos olvidar que la semilla está siempre en período de crecimiento. Consideramos a menudo que algunos líderes sociales han alcanzado su madurez, a juzgar por su responsabilidad social, su espíritu de iniciativa o incluso por su fuerza física. Para el evangelio cuentan los que nosotros fácilmente soslayamos por considerarlos inútiles: los niños, los pobres, los incultos, los enfermos, las personas de escasa influencia social. Como dice José Mª Castillo, “cuando al hombre no le queda más que lo más elemental de la condición humana, es decir, su humanidad, entonces es cuando el hombre conecta con Jesús y con el Dios de Jesús hasta una profundidad y en un grado de sintonía que no se alcanza ni por los saberes, ni por los títulos, ni por el talento de los entendidos y, menos aun, por la erudición de los escribas”. Domingo 11 del tiempo ordinario (B) Ignacio Otaño SM