Viaje y formación en Jane Eyre de Charlotte Brontë: estructura
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Viaje y formación en Jane Eyre de Charlotte Brontë: estructura
Literatura Europea I Universidad Nacional de Lomas de Zamora “Viaje y formación en Jane Eyre de Charlotte Brontë: estructura pendular” Alumna: Laura Fernández Storari Cátedra: Dr. Jorge Dubatti Prof. Gabriela Fernández Prof: Viviana Da-Re Segundo cuantrimestre del 2013 Introducción: Los dos planos del viaje A lo largo de la lectura de Jane Eyre, de Charlotte Brontë, es posible detectar una reconocida distancia y diferenciación entre alma y cuerpo como dos entidades individuales, pero aun así conexas. De acuerdo a esta concepción, mientras el cuerpo viajara en el plano terrenal, el alma viajaría con él en un plano metafísico, absorbiendo la sabiduría de las experiencias físicas. Se estaría tratando de la vida misma, la cual sería al alma lo que el viaje es al cuerpo: la vida como un viaje, un traslado constante. En el caso de Jane Eyre, ese viaje pareciera condecirse con la evolución y afianzamiento del carácter de la heroína. Viaje y evolución podrían pensarse estructurados en una forma pendular, donde el episodio de la huida de Thornfield se encontraría en el punto más bajo del movimiento, y, a su vez, los momentos descendentes del movimiento pendular encontrarían una referencia inversa en los ascendentes (véase fig.1). En base a esta estructuración, planteamos separar el derrotero de la protagonista en tres momentos: un estadio preparatorio a su formación, el hito de su formación como mujer, y el período de asimilación de lo aprendido. 1 Fig. 1: Estructura pendular del viaje. 1- La curva descendente y el estadio preparatorio: Jane Eyre • Gateshead A pesar de ser tácito, hay un primer viaje en la vida de Jane en el que es trasladada a la casa de sus tíos maternos. A este traslado se corresponde un parcial ensombrecimiento de su identidad, ya que no sólo no le es posible recordar ni a sus padres ni a su también fallecido tío materno, sino que le es ocultada la existencia de una rama familiar paterna de la que, según da cuenta Bessie más adelante en la narración, la señora Reed estaba al tanto. Ya desde su infancia parece mostrar la pequeña Jane ciento interés en los viajes y aventuras, lo cual pone en evidencia su gusto por la lectura de Los viajes de Gulliver. Sin embargo, después del traumático episodio en el cuarto rojo, Jane se muestra desencantada respecto de la idea de ver por si misma las maravillas relatadas en el libro, y pasa a considerar a Gulliver “un patético vagabundo” (Brontë, 1848: 32) Esta concepción de la idea de “viaje” regirá los derroteros de la heroína a lo largo de toda la obra: el viaje es traslado sin destino específico, vagabundeo donde no es la llegada lo que importa, sino la partida. Concretamente en el caso de Jane, viajar es escapar. Así, la narración de los hechos ocurridos en Gateshead, más allá de caracterizar a los personajes y cimentar el desarrollo futuro de la heroína, no son más que la narración de una partida y las circunstancias que le dieron lugar. No es el relato de su estancia en la casa, sino de su huida. Ahora bien, si viajar es concebido como un constante escapar, cabría preguntarse de qué escapa Jane. No tienes derecho a coger nuestros libros, eres una subordinada nuestra, mamá siempre lo dice, no tienes dinero; tu padre no te dejó ni un penique, tendrías que estar mendigando en vez de vivir aquí con niños de buena familia como nosotros, comen nuestros mismos manjares y llevar los vestidos que te compra mamá. Ya te enseñaré yo a no andar hurgando en los estantes de mi biblioteca, porque es mía, toda la casa me pertenece o me pertenecerá dentro de poco tiempo. (Ibíd.: 19) Agravado en este caso por el abuso y el maltrato, es el desarraigo lo que gatilla las huidas de Jane: es de la sensación de no pertenencia de lo que escapa a lo largo de toda la obra. De esta forma, Lowood se presenta para la pequeña Jane como una escapatoria a la progresiva alienación de que es objeto, que parte desde el ejemplo anteriormente citado y llega al encierro en una zona específica de la casa con el objetivo de evitar su contacto con los niños Reed: “a partir de mi enfermedad es como si se hubiera acentuado la línea fronteriza que separaba palmariamente mi territorio del ocupado por ella y sus hijos. Me adjudicó un cuartito 2 minúsculo para dormir y comer yo sola, y el resto del día me lo pasaba en el cuarto de jugar, mientras mis primos campaban a sus anchas por el salón.” (Ibíd.: 39) • Lowood Entrando en contacto con la Naturaleza y las tradicionales agrupaciones rurales, viajando, esperaban encontrarse a sí mismos y encontrar la paz para su espíritu atormentado. Claramente, la experiencia de viajar era profunda para los románticos, porque confiaban que, experimentando la novedad y lo singular, el mundo misterioso les sería más comprensible. (Ahlfert, 2012: 99) Así sintetiza Christina Ahlfert el motivo del viaje iniciático propiamente romántico: un viaje en un que el joven se constituirá en hombre gracias a las experiencias que recorrer el mundo traerá inevitablemente aparejadas. En una primera instancia cabría pensar en los viajes de Jane en los mismos términos, sobre todo considerando sus propias palabras al ponderar el abandono de Lowood: “Y de pronto me acordé de lo ancho que era el mundo, y del abanico de esperanzas y miedos, de sensaciones y aventuras que aguardaban a quien tuviera el coraje de lanzarse a su espesura, desafiando peligros, en busca de vida y conocimientos verdaderos.” (Ibíd.: 106) Sin embargo, no avanza mucho más la narración antes de que esa plegaria comience a ser censurada por la propia Jane, quien, sabiéndose imposibilitada de salir al mundo en la forma propia del viaje romántico, en busca de “libertad, estímulo o placer” (Ibíd.: 107), se contenta con una “nueva servidumbre” (Ídem), un cambio de aire que le permita salir de la prisión que para ella representa ahora Lowood. Si bien presente, no es el ansia de conocimiento lo que impulsa a Jane en este ni ninguno de sus viajes. Como mencionábamos anteriormente, Jane no viaja por gusto propio, sino por necesidad. Viaja para escapar, y en este caso escapa del desarraigo que deja la partida de su amiga y tutora, la señorita Temple. El deseo de Jane de conocer el mundo queda frustrado en el mismo momento en que es formulado, por eso se conforma con una “nueva servidumbre”: una nueva prisión en la que no podrá ver el mundo, pero sí al menos tener nuevas experiencias que le quiten “los grilletes de una existencia demasiado quieta” (Ibíd.: 142) Y decimos nueva prisión porque, sin nada que la retenga, el paisaje del colegio que una vez fue su escapatoria se torna ahora carcelario: “sentí que [las colinas] eran las fronteras de mi destierro, y cimiento de una cárcel, todo lo que quedaba dentro de aquel cerco de rocas y brezo” (Ibíd.: 106) 3 • Thornfield Para decepción de Jane, la partida de Lowood no acarrea inicialmente grandes cambios. Como ella misma afirma, aun se siente “harta de la pasividad de mi existencia”. (Ibíd.: 142) Es de hecho su primer encuentro con el dueño de casa lo que pone en evidencia que su cambio de servidumbre no es hasta ese momento más que el traslado de una prisión a otra. Como confiesa luego del mencionado encuentro, “no me gustó regresar a Thornfield. Cruzar aquel umbral era como volver a la parálisis” (Ibíd.: 142) La llegada del señor Rochester, sin embargo, cambia su parecer al respecto, y es que con su aparición, la heroína se acerca un paso más al vértice de su aprendizaje. No está de más notar que en los relatos de su propia historia, el señor Rochester despliega la misma concepción de la vida como un viaje. Según él, sus errores son como un camino torcido al que fue arrojado, y del que nunca encontró salida. Sus viajes, también, han sido un mero vagabundeo “buscando consuelo en el destierro y felicidad en el placer sensual” (Ibíd.: 260), es decir, buscando entumecer su miseria y escapar a esa “maldición” llamada Bertha. Falto del sentido de pertenencia que le otorgue un hogar, es Jane quien viene a poner un alto a su continuo errar. Pero Rochester aporta un punto más a esta concepción del viaje: para él, el vagabundeo está asociado a un estado intranquilo del espíritu, es decir, un alma que empuja al cuerpo errante. Así lo expresa con su oposición del “vagabundo y pecador, ahora sereno y arrepentido” (Ibíd.: 261) que apunta a unir su viaje, su vida, a los de “esa persona gentil, inteligente y amable.” (Ídem) En Thornfield, Jane es introducida a esa vida activa que añoró, a las peculiaridades del amor, y a la idea del matrimonio como un viaje de a dos, idea que se desarrollará en todo su esplendor a partir del segundo estadio de su aprendizaje. • Gateshead (2) Entre las muchas idas y vueltas de Jane a lo largo de la obra, existen dos retornos importantes a escenarios pasados, de los que Gateshead es el primero y Thornfield el segundo. En ambos casos Jane lleva a cabo los mismos procesos de re-conocimiento de esos lugares, evocando determinados hitos, ya sean imágenes conocidas u objetos inanimados, para pasar a la presentación del protagonista de ese re-conocimiento mediante una caracterización atravesada por el recurso de extrañamiento. Todo este proceso parece estructurarse a modo de balance, enfatizando aquello que no ha cambiado en función de destacar lo que sí ha sufrido el paso de los años y la experiencia, y, así, ensalzar el crecimiento de la heroína. 4 En el caso de Gateshead, las imágenes de Bessie ayudándola a desvestirse y preparándole el té, subiendo con ella la misma colina que recuerda haber bajado años atrás para partir a Lowood, son algunas de las escenas que remontan a Jane a su niñez y ponen en perspectiva el paso de los años. A continuación, Jane hace un repaso de los objetos de la casa para llegar finalmente a sus habitantes: “los objetos inanimados no habían sufrido variación, pero no se podía decir lo mismo de los seres vivos” (Ibíd.: 272) Representa un esfuerzo para Jane reconocer a sus primas en las dos jóvenes habitantes de Gateshead, esfuerzo que queda plasmado en el recurso de extrañamiento de que hace mano para describirlas antes de revelar sus identidades. Apelando al mismo recurso, Jane menciona una “pila de almohadas” (Ibíd.: 274) que luego identifica como la señora Reed. Es decir, los objetos inanimados y algunas escenas familiares se mantuvieron inalterados desde la última vez que Jane posó ojos en ellos. Sus familiares, en cambio, se han degenerado al punto que es difícil reconocerlos, lo cual destaca el crecimiento de la heroína y el proceso por el cual se está convirtiendo en una joven mujer. • “Un alto en el camino de mi viaje” No por ser un lugar no especificado carece de importancia la ciudad de paso en el viaje de regreso a Thornfield. Con un nombre elidido, es allí donde Jane, luego de haber hecho las paces con su tía Reed, cierra un capítulo en su vida: el de su niñez. “Olvidé el pasado para pensar en el futuro” (Ibíd.: 288) Aunque físicamente solo está a mitad de camino en su regreso a Thornfield, Jane comienza ya a considerar lo que la espera allí. Deseosa, por un lado, de volver a ver a su señor, Jane no puede evitar sentirse ansiosa respecto a la aparentemente inminente boda de éste con Blanche Ingram. En sus sueños, Jane figura ese desaire amoroso como un destierro, y ve con dolor que, no correspondidos sus sentimientos, y por lo tanto, perdido lo único que la retiene en Thornfield, deberá emprender el viaje otra vez: Me pasé la noche soñando con la señorita Ingram. Ya por la madrugada la vi claramente cerrándome en la cara las puertas de Thornfield y señalando a lo lejos con el dedo, mientras el señor Rochester nos miraba con los brazos cruzados y una sonrisa sarcástica que tanto podía estar dedicada a ella como a mí. (Ibíd.: 288) De esta forma, la ciudad anónima de paso se convierte en la culminación del retorno a Gateshead, y con él, de sus rencores infantiles. A la vez, dicha ciudad inaugura la vuelta a 5 Thornfield de una Jane renovada, una Jane que desea “volver a casa” (Ibíd.: 287) y que confiesa a su señor “donde está usted está mi hogar” (Ibíd.: 291), dando a entender, de manera condescendiente con lo anteriormente afirmado por el señor Rochester, que los viajes y el vagabundeo son propios del alma intranquila, a diferencia de la de Jane, que, con todos sus asuntos resueltos, se encuentra en paz y reclama la vuelta al hogar. Algo que amerita no ser dejado de lado es que en este reencuentro entre Jane y Rochester se preconfiguran ciertos elementos que no sólo se hallarán en el reencuentro final de la pareja1, sino que cobrarán allí completa coherencia. Por un lado, el discurso del señor Rochester se encuentra súbitamente atravesado por un campo semántico que adjudicaría un carácter sobrenatural a la figura de la heroína. Palabras como “una aparición (…) un sueño o una sombra” (Ibíd.: 290), “una especie de maga” (Ibíd.: 291) se pueden encontrar como apelaciones a la recién llegada. Por otro lado, un fragmento en particular parece sacado directamente de la escena del encuentro final de los enamorados, adelantándose, claramente, a ese suceso: “¡Guardadme, oh ándeles, porque ella es de otro mundo, del más allá donde moran los muertos que descansan en paz! (…) Si me atreviera, alargaría la mano para comprobar si es usted de carne y hueso o la sombra de una hada” (Ibíd.: 290) 6 2- El punto bajo del péndulo: el hito de su formación como mujer Antes de abordar la caída en desgracia de la heroína, hay dos particularidades de esta sección del relato que cabe destacar. Por un lado, es notable como a partir de la confesión de amor, las referencias al alma como par metafísico del cuerpo, y su viaje en paralelo, se vuelven más abundantes. La misma Jane confiesa su amor afirmando: Y mis palabras no surgen dictadas, créame, por la rutina o por las convenciones sociales, ni siquiera brotan de mi carne mortal. La que oye es la voz de mi alma que se dirige a la suya, voz de ultratumba como si los dos hubiéramos muerto y estuviéramos arrodillados a los pies de Dios, almas gemelas, porque lo somos” (Ibíd.: 301) Si en base a estas palabras, y considerando lo anteriormente mencionado en relación al tema, suponemos que el matrimonio se concibe dentro de la obra como dos almas viajando juntas, es comprensible que los planes de viaje de Rochester auguraran la desgracia para ese matrimonio, puesto que sólo estaría considerando el viaje en el plano físico “Será una boda sencilla, (…) pero inmediatamente te raptaré para llevarte a la ciudad, donde estaremos 1 Desarrollado más adelante en la sección “El retorno trunco a Thornfield” algunos días; y de allí llevaré a mi tesoro a lugares bañados por el sol” (Ibíd.: 309). Un segundo intento más exitoso tiene lugar con el cuento que Rochester narra a Adèle. Allí caracteriza al matrimonio como un viaje a la Luna, y a Jane como un hada que promete que, de poner un anillo en el cuarto dedo de su mano izquierda, dejarán “la tierra para construir nuestro cielo particular allá arriba” (Ibíd.: 318) En segundo lugar, ya en su estadía en Lowood había manifestado Jane su percepción de la naturaleza como una prisión. Sin embargo, esa misma naturaleza por la que se había sentido recluida está ahora en una íntima relación con las emociones de la heroína, relación de la que no es en lo absoluto ignorante: “no me extrañó ver que un día espléndido de Junio había reemplazado a la tormenta de la noche anterior (…) La naturaleza debía estar contenta de de verme a mí tan feliz” (Ibíd.: 306) Pero aún consciente de esta relación2, Jane ignora los claros indicios que sobre su próximo matrimonio la naturaleza manifiesta, tales como la mencionada “tormenta de la noche anterior”, que cae inmediatamente después de que Jane da su mano en matrimonio a Rochester. Avanzando en la narración, llegamos finalmente al descubrimiento del gran secreto de Edward Rochester y, por lo tanto, a un nuevo motivo para que la heroína emprenda el viaje. Si de encarnar la sensación de no pertenencia se trata, el descubrimiento de una esposa previa en el mismo día de la boda debe ser su expresión más acabada. Se trata, finalmente, del momento más bajo del movimiento pendular. Así, sumida en el dolor, Jane describe el golpe recibido en términos casi paisajísticos, como filtrados por esa cercana relación con la naturaleza: “sobre un mes de Junio cayeron las ventiscas y nieves de Diciembre, el hielo congeló las manzanas en sazón y aplastó los rosales, (…)” (Ibíd.: 350). Más aún, Jane refiere el entumecimiento generado por el dolor mediante la imagen de un río violento, tal vez ese mismo “abundante arroyo” (Ibíd.: 303) de felicidad de que tomó sin taza cuando se sintió finalmente amada por su señor. 3- La curva ascendente y el período de asimilación: Jane Elliott • Whitcross Inaugurando el juego de opuestos que el movimiento pendular ascendente propone, se encuentra Whitcross. A diferencia de la ciudad anónima a la que se enfrenta en esta 2 Que posee ciertos atisbos de una relación entre un microcosmos y el macrocosmos. 7 estructuración del relato, Whitcross es un nombre sumamente sugerente considerando que se trata del primer destino de quien ha huido con nada más que su cruz a cuestas. Abandonada a su suerte, Jane ha ido a parar allí casi por casualidad, y es que fue el destino más lejano a todo lugar conocido que pudo permitirse pagar. A diferencia de la ciudad anónima en la que Jane decidió dejar atrás un pasado superado y concentrarse en el futuro, aquí Jane afirma: No tenía que pensar ni en el pasado ni en el futuro. El primero equivalía a una página tan celestial pero tan desgarradoramente triste que pasar los ojos por una sola de sus líneas destruiría mi energía y esfumaría mi coraje. En cuanto al porvenir, era una página en blanco: algo semejante al mundo que sobrevino tras el diluvio. (Ibíd.: 381) Así, Jane evita el camino de Milcote, el pasado desgarrador, y se dirige a Whitcross, el futuro desconocido. • Moor House Con la palabra “viaje” desaparecida y reemplazada por “deambular” y “vagar”, tanto en discurso de la heroína como en el de la voz narradora, Jane continúa su errar con la naturaleza por única aliada: “La naturaleza me pareció benigna y clemente; me dio la impresión de que me quería (…) y yo, me abracé a ella como a una madre.” (Ibíd.: 384) Teniendo esto en consideración, junto con la relación entrañable entre Jane y la naturaleza anteriormente mencionada, sería posible pensar el abandono de su última amiga como el momento de mayor miseria de la heroína. Mientras Jane llega al punto de engullir el alimento que los cerdos se niegan a comer, la naturaleza deja su lado: “Pero pasé una noche malísima sin poder descansar apenas. El suelo estaba húmedo y el aire frío. (…) Antes del alba empezó a llover y siguió cayendo agua durante todo el día.”(Ibíd.: 390-391). Al borde de la muerte, Jane llega finalmente a Moor House, donde se desprende del todo de su identidad y adopta la de Jane Elliott. Su escena opuesta en Gateshead sería sin duda en el lecho de muerte de la señora Reed, cuando ésta le entrega una carta de su tío paterno, devolviéndole una pieza de su historia. Aquí, al contrario, la moribunda, y quien es objeto de los cuidados de los demás, es Jane, y su identidad está siendo desmantelada por ella misma. La estancia de Jane en Moor House, sin embargo, no dura demasiado puesto que se sabe huésped en aquella casa, y ser huésped en casa ajena no es suficiente para quien, como Jane, busca un lugar donde echar raíces. Es por eso que no pide asilo indefinido, sino ayuda para encontrar un empleo y así irse a vivir “aunque sea a la más miserable casucha” (Ibíd.: 412). 8 • Casa propia/escuela rural En tanto ambos han sido en cierta medida hogares y lugares de trabajo, Lowood y Thornfield se corresponden los dos con este nuevo paso ascendente en el viaje de la heroína. Su nueva casa no tiene los lujos de Thornfield ni mucho menos, pero es suya; y sus alumnas no tienen el nivel ni de Adèle ni de las alumnas de Lowood, y sin embargo, Jane se siente optimista al respecto y les enseña con los mismos ánimos. Por muy desolada que se sienta, Jane ha encontrado en su humilde casa un lugar de reposo y sanación. Allí, a diferencia de los paisajes aprisionadores de Lowood y Thornfield, el paisaje es reflejo de la sensación de libertad que la propia Jane confiesa: “me levanté, abrí la puerta y me puse a contemplar los campos silenciosos que se extendían ante mí bajo el crepúsculo. Mi casa y la escuela estaban a media milla del pueblo. Y los pájaros entonaban sus últimos trinos. El aire era sereno y el rocío balsámico.” (Ibíd.: 424) Por otra parte, si se considera a St. John como el empleador de Jane, es posible ver en él al arquetipo de patrón opuesto a Rochester. En primer lugar, St. John tiene una concepción enteramente diferente de la idea de viaje: mientras que para Rochester es un constante errar para embotar los sentidos con placeres sensuales, para St. John es un modo de escapar al tedio: “Las obligaciones del sacerdocio me parecían monótonas y me aburrían mortalmente (…). Tras un período de combate interior y oscuridad, estalló la luz y sobrevino el consuelo. (…) Decidí hacerme misionero” (Ibíd.: 426). En segundo lugar, hay una constante tensión entre Jane y St. John. Él no es, como Rochester, su “alma gemela”, sino que es constantemente caracterizado como frío, incluso por sus hermanas, en oposición a la asociación del carácter de Jane con el fuego. • Moor House (2) Nos encontramos a esta altura en el momento más alto del movimiento ascendente de esta narración pendular. En una primera instancia, Jane ha recobrado aquí del todo su identidad: completada su formación, se ha ganado su nombre, su historia y su identidad como mujer, a diferencia de la niña caprichosa de Gateshead que poco sabía de su propio pasado y se negó a vivir con sus parientes “pobres” (Ibíd.: 36). Y es que recobrar su identidad no solo involucra una readopción de su apellido, sino el hallazgo, después de todo, de su tío y sus primos paternos. 9 En un aparente giro sarcástico, St. John resulta ser el exacto opuesto de John Reed. Si bien ambos primos tienen caracteres un tanto despóticos e inflexibles, el primero encarna en extrema rectitud lo que el segundo en libertinaje. De hecho, ambos mueren dentro del tiempo del relato, sólo que cada uno lo hace de acuerdo a su propio carácter: uno como misionero y el otro en manos de los vicios. Sus primas Reed, por otro lado, egoístas y descarriadas, son lo opuesto a las hermanas Rivers, quienes adoptan a Jane como a una hermana menor incluso antes de conocer el parentesco que las une. Pero el paralelismo más importante es también el más obvio: si bien siempre rodeada de primos, es sólo en Moor House que Jane siente la alegría de la vida en familia, puesto que la cercanía va más allá de compartir un mismo techo. El retorno trunco a Thornfield y el camino a Ferndean Completado el viaje pendular, y por lo tanto, la formación de la heroína, dejada la identidad de Jane Elliott de lado y recuperada la propia, Jane parece disponer ahora del espacio, lo cual la habilitaría para sellar su derrotero en busca de un lugar de pertenencia. Ya no son las circunstancias las que determinan las diferentes partidas y viajes de Jane, sino ella misma. Si aceptamos que, por definición, el matrimonio es la unión de dos personas enamoradas, podemos afirmar que Jane se ha negado a dos matrimonios que no cumplían con los requisitos básicos: uno por polígamo y el otro por falto de amor. Retomando la concepción del matrimonio como un viaje espiritual de a dos, el rechazo de Jane a la propuesta de matrimonio de St. John sería el rechazo de un viaje puramente metafísico, puesto que sí ha aceptado acompañarlo a la India como misionera. Sacando a la luz la diferenciación cuerpo/alma nuevamente, Jane se muestra dispuesta a entregar su cuerpo mortal a la obra de Dios, pero es celosa de su alma y se niega a entregarla a quien no la ama: “Yo le daré al misionero todas mis energías, todas las que me pida. Pero mi persona no, eso sería añadir el grano a la cáscara. Al misionero no le sirve de nada la cáscara, la desprecia. Yo, en cambio, la quiero conservar.” (Ibíd.: 476) Lejos está esta Jane, que se proclama dueña de sí misma, de la que anhelaba una nueva servidumbre. Aún así, su convicción parece flaquear por un momento, pero justo cuando todo indica que Jane está a punto de ceder al pedido de St. John, las almas gemelas se comunican, o al menos eso puede presumirse, y le marcan a Jane el camino a seguir, alejándola de un viaje tanto físico como espiritual que ella misma admite, en la voz narradora, hubiera sido un error. Es así que, constituyendo el segundo retorno importante (de los que el retorno a Gateshead fue el primero), Jane parte sin mayores retrasos de vuelta a Thornfield. 10 Pero Thornfield ya no existe. Tal como es su regreso a Gateshead, Jane hace un repaso de aquellas cosas que han resistido al cambio e imágenes familiares: reconoce “el mismo vehículo del que me había bajado una tarde de verano, desesperada, sin saber a dónde ir” (Ibíd.: 495) y que ahora aborda emocionada, “los mismos campos que recorriera desolada, ciega, sorda y enajenada” (Ibíd.: 496) y que ahora ansía ver; incluso se imagina encontrará al señor Rochester paseando por el huerto, como tantas veces. Pero Thornfield no es ahora más que escombros, por lo que no hay retorno posible. Sin embargo, al no haber lugar al que retornar, un nuevo camino se abre: Ferndean. En este caso, se apela al recurso de extrañamiento en el re-conocimiento de Jane por parte del ciego señor Rochester3. Parte por parte, éste redescubre a su enamorada: “Pero ¿dónde está esa persona que me habla? ¿Se trata simplemente de una voz? (…) ¡Son sus dedos, los mismos! (…) ¿Esto es Jane? ¿O qué es esto? Tiene la misma forma, tiene el mismo tamaño…” (Ibíd.: 507) Con cicatrices tanto físicas como espirituales, Rochester parece haber comprendido finalmente la verdadera relación ente el viaje y la vida matrimonial: “nuestra luna de miel va a durar la vida entera, y solo tu muerte o la mía podrán ponerle fin.” (Ibíd.: 524) El matrimonio sería, sí, un viaje de a dos, pero un viaje tanto físico como espiritual. Dos almas que transitan la vida, como un viaje, juntas. Se trata, aquí, de una nueva Jane, dueña de sí misma, y de un nuevo Rochester, ciego, pero con una nueva visión del mundo. De una Jane que lleva el reloj de su marido mientras éste usa su collar. Al haber quedado trunca la posibilidad de retorno a Thornfield, Ferndean se presenta como el espacio para el nuevo comienzo de un nuevo Edward Rochester y una nueva Jane Eyre, renovada ella luego de haber sido Jane Elliott. 3 Esta escena remite a la del primer reencuentro ente Jane y su señor luego de la visita de ésta a Gateshead, como mencionábamos en la sección correspondiente a dicho episodio, “Un alto en el camino de mi viaje”. 11 Conclusión Jane ha pasado de ser una niña abusada por su familia a ser una verdadera mujer. Cuando todo apuntó al desenlace propio de los cuentos de hadas en que el príncipe azul rescata a la damisela de su miseria, la redime con el matrimonio, y prácticamente la indemniza por todas las penurias que ha pasado, la ilusión se rompió y fuimos testigos de los oscuros secretos del príncipe. Jane no se constituyó en mujer por lo que logró poseer, sino por las condiciones en que logró conseguirlo. Mucho o poco, lo obtuvo en su propia ley, y si bien su fortuna es heredada, se apropió de ella bajo sus propios términos, racionándola con sus primos. Del mismo modo, Jane constituyó su familia, la cual pudiera haber tenido antes, de acceder a la oferta del señor Rochester. Pero esa hubiera sido una felicidad mutilada, eternamente manchada por la culpa y la poligamia. La felicidad de Jane encuentra su solidez en que está siempre y constantemente basada en haberla conseguido bajo sus propias reglas. Finalmente, el narrador en primera persona no solo es idóneo, sino irremplazable. Si se trata del relato de cómo Jane Eyre se constituyó en mujer, nadie excepto Jane Eyre puede relatarlo y darle ese grado de coherencia y cierre al acto de la narración: si se volvió dueña de su destino, de su cuerpo, su alma y hasta de su fortuna, también es dueña de su discurso. Después de apropiarse de sí misma y de su identidad, no podría haber dejado que alguien más se apropiara de su relato. La narración de su propia historia estaría agregando un tercer plano a su viaje: físico, metafísico y discursivo. Charlotte Brontë en su Jane Eyre (1847) nos presenta no a una heroína, privada de acción, decisión, palabra y deseo, sino a una “héroa”. Es decir, estamos ante un personaje que desde el comienzo del relato se forma a sí misma y supera grandes pruebas y dificultades hasta hacerse una mujer adulta, libre, con renta propia, dueña y señora de su corazón, de su cuerpo y de su fortuna. (Martínez Garrido, 2000: 539) A modo de cierre, y retomando las nociones planteadas inicialmente, el viaje de Jane es sin duda un viaje de formación, pero no es esa, a nuestro parecer, su motivación. Si bien el ansia de ver el mundo está manifiesta en Jane desde muy pequeña, nuestra “héroa” no puede darse el lujo de realizar un viaje iniciático propiamente romántico. Jane viaja como modo de escape al desarraigo, y por lo tanto, viaja en busca del lugar que le genere un sentido de pertenencia. Pero que su formación no sea el motivo de sus viajes no significa que no haya formación en lo 12 absoluto. Muy por el contrario, como hemos visto, sus derroteros en el plano físico han formado a Jane en un plano espiritual. Y, particularmente, el movimiento ascendente de esta estructura pendular propuesta ha situado a Jane no en el lugar de heroína, de contraparte femenina de un personaje masculino al que orbita, sino de autentica “héroa”, su propia “héroa”. 13 Bibliografía - Ahlfert, Christina; “El viaje como experiencia”; en Revista Papers TSI, n°2; España; 2012; [en línea]; consultado el 20 de Octubre de 2013; disponible en http://www.tsi.url.edu/img/user/content/file/3371__221.pdf - Brontë, Charlotte; Jane Eyre (Martín Gaite, Carmen, trad.); Buenos Aires; Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara; 2008 - Brontë, Charlotte; Jane Eyre (facsímil); [en línea]; consultado el 20 de Noviembre de 2013; disponible en http://www.planetpdf.com/planetpdf/pdfs/free_ebooks/Jane_Eyre_NT.pdf - Martínez Garrido, Elisa; “Bildungsroman y crítica de género. Novela rosa y narrativa de mujeres”; en Cuadernos de Filología Italiana; n° extraordinario: 529-546; España; 2000 14