La piel o La vía alterna del complemento

Transcripción

La piel o La vía alterna del complemento
1
Dramática Latinoamericana de
Teatro/CELCIT N° 99
LA PIEL
O LA VÍA ALTERNATIVA DEL
COMPLEMENTO
Alejandro Finzi
A la mujer del libro en el subterráneo de Bruselas
2
“Y ustedes cortarán mi cuerpo con sus espadas y despedazarán
Esta carne y esos huesos en trozos pequeños como la arena.
A pesar de eso, en un minuto, mi espíritu habrá regresado
Y yo habré respirado como el hombre liberado del mal”.
Acto IV, Escena III, de la Trágica Historia del Dr. Fausto,
de Christopher Marlowe
PERSONAJES
ANA
WALTER
Indicaciones para una puesta en escena
- Debe prestarse particular atención al decorado sonoro indicado a lo largo de la
obra.
- La hora que, en su momento, Ana indica, debe coincidir, aproximadamente,
con la del transcurso de la representación.
3
Tal vez, esa luz que se difunde por la ventana semicerrada de esta habitación
sea del otoño.
Pero lo que en verdad ilumina las dos camas y el orden inhumano, pulcro y
aséptico que las rodea es el sonido regular, constante, de las voces, los pasos,
los chirridos, los timbres que produce la vida de este hospital y que impregna la
atmósfera.
Llegan Walter y Ana. Walter se desplaza con enorme lentitud. Lleva unos
binoculares colgados al cuello. Ana trae algún abrigo.
En una institución semejante existe la expresa recomendación de hacer silencio.
¿Pero de qué está hecho ese silencio?: Ana y Walter lo saben, ese ámbito les es
absolutamente familiar. Lo recorren, lo reconocen: Walter, entonces, va hacia
la ventana.
Ana- No, no. Quedate donde estás.
Walter- Voy a abrir.
Ana- Ahora, no.
Walter- Ahora.
Ana- Esperás.
Walter- No espero. Abro.
Ana- Dejá. Así. Un poquito.
Walter- Toda.
Ana- Toda no. Y te sentás.
Walter- Toda, dije.
Ana- En la silla ésa. Esa, sin el respaldo.
Walter- Vos no querés abrirme la ventana.
Walter quiere avanzar.
Ana- Te quedás ahí. Así, ¿te gusta?
4
Walter- Abierta hasta arriba. Walter se sienta. Es cómodo.
Ana- Bueno. Ya te lo dijeron. Así sí podés. Vení que te ayudo. Ahora sacamos la
ropa y te ponemos esa chaqueta que te dejaron preparada aquí. Después, a la
cama y esperemos al doctor.
Walter- ¡Salí del medio! Me tapás. ¡La ventana!
Walter intenta levantarse, quitar a Ana del medio. Casi se cae.
Ana- ¡Walter! Pero Ana inmediatamente se da cuenta que no puede gritar en el
lugar donde está. Walter, ¿qué hacés? ¿No ves que vos no podés?
Walter- Quiero la ventana bien abierta, frente a mí. Está por llegar el otoño.
Quiero ver mis bandadas cruzar el cielo hacia el río.
Ana- Ya vas a tener tiempo, Walter.
Walter- ¡Creo que alguna vez ya me dijiste eso!
Ana- Yo abro la ventana pero después sacamos la ropa y te metés en la cama.
Una vez más Walter busca levantarse. Lo logra.
Walter- Te digo que puedo yo solo. Salí. Llega a la ventana. La abre. Salí. Qué
creés. Puedo, sí. Claro que puedo. Ah, la persiana, sí. Pero nada más. Fijate. Es
un vidrio doble. No se corre. Está soldado. También eso.
Ana- Volvé.
Walter- Va a llover. Mirá esas nubes. Aquí adentro lo aprendí, Ana, antes de
llover, las nubes tienen el mismo color que la luz artificial del hospital, es así...
Ana- Ahora te acostás.
Walter- La lluvia. Walter utiliza sus binoculares. Qué será de mis patos en el río.
¿Cómo estarán? Ah, los imagino: estiran el cuello, las nubes por aquí, la tormenta
por allá, esos son mis patos, ¿dónde es que está Walter?. ¡Aquí estoy, aquí estoy!
¿Otra vez te llevaron, Walter?
Ana- Walter... va a llegar el médico.
Walter- Ah, el médico. ¿Quién es esta vez?
Ana- Vos ya sabés que no es un médico, son varios.
5
Walter- Eso es un pelotón, entonces. El médico jefe, el principal, ¿quién es?
Ana- Sabes quién es. Vamos, vení. El Dr. Demorgongón.
Walter- Aceptó. El gran cirujano austriaco aceptó.
Ana- Sí y por eso ahora dejamos la ventana.
Walter- Tenía que venir no bien llegó. Tengo que explicarle todo.
Ana- Llegó al país anoche. Nadie creía que aceptaría operarte.
Walter- Tengo que hablar con él de inmediato. Que venga. Walter recién ahora
se deja conducir por Ana. Antes tengo que explicarle. Que se entere por mí.
¿Dónde está?
Ana- Vi cuando llegaba al hospital. Me acerqué, sabían quién era yo, pero nadie
me lo presentó. Fue cuando te llevaron al laboratorio terminando los análisis.
Además, no se entiende lo que dice. Así que vos, para agradecer que vino a
curarte, ya mismo dejás que te desvista y te metés en la cama.
Walter- ¡No! ¡El saco, no! ¿Cómo es?
Ana- Quieto...
Walter- ¿Qué le dijeron para que venga? ¿Estaba, tal vez, una tarde, el Dr.
Demorgongón, mirando por la ventana de su clínica en Viena...?
Ana- Sí, Walter, pero cuidado con los brazos...
Walter- ¿La Clínica San Suspilcio de Bremonte...?
Ana- Sí, Walter, el Dr. Demorgongón es uno de los más grandes especialistas del
mundo.
Walter ahoga un quejido.
Walter- Imaginemos por un instante la escena: Viena, el Dr. Demorgongón se
pasea nerviosamente tratando de serenarse mirando un recodo del Danubio...
Ana- Ese brazo. ¡Walter!
Walter- ¿Dr. Demorgongón? ¿Ja? Dr. Demorgongón, un mensaje de tierras lejanas:
Sudamérica. Geben sie mir... El Dr. Demorgongón abre el sobre con el
antiquísimo cortapapeles de hoja tan fina que al abrir el papel se retuerce como
6
una flor. ¡Get to the point...! ¡Cuando los especialistas internacionales se
entusiasman hablan en inglés!
Ana- ¡Quieto!
Walter- ¿Quién es el paciente? Walter, Herr Doktor. Walter. ¿Walter ha dicho? El
sirviente contesta que sí con la cabeza. ¡Ese hombre sabe algo que nadie sabe...!
Ana- ¡Dejá de moverte!
Walter- Y aquí estoy. Dejame. Por favor. No quiero ayuda. Yo puedo solo. No, te
digo, dejame. Ana, quiero estar solo. Tengo que seguir mis estudios. Mis
investigaciones. La tormenta vendrá. ¿Cómo presiente la bandada la lluvia, te
preguntaste eso alguna vez? La bandada está ahí, hace un dibujo en el río
esperando la lluvia; cada pato es una línea de ese dibujo. ¿Pero, y el dibujo, cuál
es? Es el mismo, tal vez, que uno imagina cuando ve el abrazo de las nubes en el
cielo. ¿Lo sabés?
Walter intenta quitarse el saco por sus propio medios. Sus dificultades son
enormes.
Ana- Vos no podés solo. El médico dijo...
Walter- ¿Cuál? ¿Cuál de ellos? Ya ni me acuerdo de sus nombres. Ni me acuerdo
el del que me operó la primera vez.
Ana- Dr. Sebastián.
Ana ayuda a Walter.
Walter- ¿Quién? ¿Ese quién era?
Ana- Dr. Sebastián. Cómo no te vas a acordar. El oncólogo. Ahora, si te quedás
un momento quieto, yo voy a poder ayudarte.
Walter- ¿El oncólogo?
Ana- Tus hijos y yo. Esperando. Quién no respeta al Dr. Sebastián. Nunca se
olvidó de vos. Te tiene cariño. Mucho cariño: Señora, confíe. No hace mucho lo
encontré en la calle: ¿Qué está comiendo su marido?. Tenga fe. Ana. Tenga fe. Es
bueno el Dr. Sebastián. Walter vuelve a quejarse. ¿Vas, así?
Walter- ¿Cuántas horas de operación fueron? Y, después: conclusión: No. Esto no
es cáncer... Pero ustedes dijeron. Nosotros dijimos. Los estudios
neurovegetativos, ¿qué harán con eso? ¿Una nueva operación...? ¿Cuánto tiempo
pasó? ¡¿Ana?!
7
Ana- ¿Para qué querés saberlo?
Walter- ¡Ana, mirá! Walter sigue su descubrimiento con los binoculares. ¡Mirá,
es extraordinario! ¿Lo ves? Fijate, casi lloviendo: son los patos de pechito
cruzado que llegan y yo aquí... allá van, allá, allá... otra vez, son ellos, el pecho
cruzado con tintas oscuras y una sonrisa en el pico, miralos... Un terrible ataque
de tos. Dame el libro, Ana. ¡Ana, el libro!
Ana- ¿El libro?
Walter- Sí. Tengo que hacer una anotación enseguida. Dámelo. ¿Dónde está?
Ana- Eh... El libro. Ahí, el otro lado, Walter. De la otra parte de la cama. Entre
mi cartera y el abrigo.
Walter- ¡Lo necesito de inmediato!
Ana- Sí, por supuesto. Esperá un poquito. No te agites.
Walter- ¿Los viste?
Ana- Por supuesto que los vi. Esta va ser la última operación, Walter. El Dr.
Demorgongón es el más grande especialista en la materia. Entonces tendrás todo
el tiempo para seguir con los patos.
Un nuevo ataque de tos.
Walter- Los pechitos cruzados en el momento de tocar la superficie inclinan la
pata izquierda en ángulo de 17 grados en relación a la pata derecha. Lo que me
falta verificar es el ángulo de los de pechito nublado. Ana termina de sacarle el
saco. Los de pecho caramelo tienen un índice de rotación de... La tos vuelve con
un ataque terrible. Ana corre, encuentra un pañuelo. Walter lo toma con
desesperación y se lo lleva a la boca.
Ana- Dame.
Walter- No, dejá. Está manchado otra vez. Yo lo tiro.
Ana- No importa. Estoy acostumbrada, ya. Dame. Ana se deshace del pañuelo. A
acostarse.
Walter- Te pedí una cosa. Me lo das y después me dejás solo.
Ana- Te oí. Vos te acostás. Te doy el libro, entonces.
Walter- El libro me lo das ya.
8
Ana- En la cama. Acostado. ¿Te das cuenta? Tenés que cuidar la posición. Vos no
podés estar así. Tus desplazamientos tienen que seguir regulados, no como se te
antoja.
Walter- Eso te lo enseñó, quién. ¿Fue el quinto que me operó? Sí, me acuerdo: el
Dr. Soudrón. ¿Soudrón, se llamaba? Señor Walter, la operación que vamos a
realizarle es un avance enorme con respecto a las anteriores. De usted, lo que yo
necesito, es su confianza. Usted también ha comprendido que el suyo es un caso
extraño, desconocido. Pero estamos ahora un paso más allá en esta cirugía, hay
esperanzas. ¿Esperanzas? Muchas. Aunque estemos frente a un proceso de
enfermedad del cual se desconoce el origen... ¿El origen, Doctor? ¿Cómo puede
decir usted, cómo pueden decir los que operaron antes que usted que
desconocen el origen si yo ya les conté cómo empezó... ¿Por qué no quieren
escucharme?
Ana- Los análisis dan repuestas desconocidas, Walter.
Walter- Distinguidos colegas: los he convocado para tratar un caso inédito en los
anales de la medicina. Observen estos análisis. No puede ser. Sí, claro, el
paciente está allí. Preventivamente aislado y siendo trasladado al hospital. Sí,
por ahora, su mujer puede acompañarlo pero sólo por ahora. ¿Una miastenia
gravis foscilizante? Es una posibilidad, pero no hay absolutamente ningún
antecedente. Ninguna firma detectada hasta el presente. Tos, pustulencia. Dr.
Soudrón, señores médicos, déjenme que les explique, si es simple, yo sé cómo
empezó. ¡Ustedes, todos los que me llevaron de un quirófano al otro! ¡Cuántas
enfermedades has desechado y no quieren entenderme! Sr. Walter, sería
conveniente que su esposa no lo acompañe más. Aislamiento total. ¿Ana?
Ana- Estoy aquí. A tu lado. Y quedate quieto. No hablés, que vuelve la saliva.
Walter vuelve a descubrir algo en la ventana. Toma sus binoculares.
Walter- Una bandadita de patos del torrente. No puede ser. Sí puede ser. Dejan
detrás la tormenta. Ana, es maravilloso. ¡Te das cuenta lo que significa, vos
leíste lo que yo tengo anotado: los patos del torrente o patos tortuga o patos
correntinos, en vías de extinción y miralos, en sus ojos que casi se cierran tienen
guardada la forma de una laguna!
Ana- ¡No te muevas!
Walter- ¡Enseguida, el libro, todavía tengo que anotar!
Ana- El libro después. Primero, los zapatos.
Walter- Que me cambien de habitación, no es posible seguir aquí. Necesito una
con ventana que pueda abrirse.
9
Ana- Eso no se puede. Vos lo sabés. Separación, aislamiento. Contacto mínimo.
Walter- Patos del torrente... por qué en vías de extinción, ellos ya no pueden
saber donde está esa laguna. Cuando la especie se reduce, las defensas se
limitan. Poco a poco. La orientación forma un agujerito negro en la trama córnea
y las celdillas de aire hacen drum, drum... ¿oís?
Otro ataque de tos. Otro pañuelo que Ana alcanza a Walter y que se convierte,
otra vez, también, en un trapo repugnante.
Ana- Tenés que hacer caso.
Walter- Dr. Soudrón, ¿cuándo se va a terminar todo esto? ¿Por qué no quieren
decirme qué tengo? Hasta el momento, no hay respuestas. ¿Qué va a ser de mí?
Ana- Va a ser mejor que te metás en la cama. ¡Y que te calles!
Walter- Dr. Soudrón, no me contestó. Vea. En el caso de que sea detectada la
etiología de la enfermedad... ¿La etiología? ¿¡Pero por qué no quieren
escucharme si yo les dije cómo me empezó!? ¿Por ahora, dice?... ¿Cuántas
operaciones he pasado ya? Perdí la cuenta, olvidé cuántas fueron, no las olvidé
tampoco, ya no soporto el dolor. Este dolor no tiene la forma ni del calmante, ni
de los somníferos. ¿Por qué creen que el dolor es una moneda? ¿Por qué no me
ayudan?
Ana- Todos te están ayudando. Todos estamos enfrentando esto, Walter.
Walter- ¡No es cierto! El Dr. Demorgongón, ¡quiero hablar con él!
Ana- Sí gritás viene el ataque. El Dr. Demorgongón está en una reunión previa. Se
está dejando todo preparado...
Walter- Si va a escucharme. ¡El va a entender! Dame el libro, Ana. Lo necesito.
Además, debo agregar unas notas sobre lo del pechito en tornasol en los patos
gargantillas...
Ana- Primero te quedás quieto, así, para poder quitar los pantalones.
Walter- O me lo das o te vas. ¡No te necesito!
Ana- Antes, los pantalones.
Walter- ¿Cuánto falta?
Ana- Poco. Por el pasillo, cuando te traían, vos no te diste cuenta, pasaba el Dr.
Ponfil.
10
Walter- ¿Qué quería? ¿ Ese, qué número de operación era, once?
Ana- Me saludó.
Walter- Muy amable. ¿Qué más? ¿Qué dijo?
Ana- Estaba apurado.
Walter- Todo lo que alcancé a decirle, me acuerdo, antes de entrar al quirófano
fue: Dr. Ponfil, ¿me deja explicarle cómo me empezó?. Y él sonrió. Nunca he
podido olvidar su sonrisa. Era como si te dijeran: no sea energúmeno, qué me
puede explicar usted. Y quise decirle, pero la anestesia vino de golpe; ¿esta será
la última operación, doctor? Creo que me entendió, porque con esa sonrisa
colgada del labio inferior, como un aviso de venta, estaba diciendo: Hemos
descubierto lo que tiene. ¡La ciencia gana otra vez la batalla! Y mirame.
Ana- Pero se ha seguido estudiando, Walter. Tu caso es único. Los investigadores
no dejaron un solo día de trabajar para vos.
Walter- No. No trabajan para mí.
Ana casi termina de quitarle los pantalones.
Ana- Ya está.
Walter- Ahora dame el libro.
Ana- La camisa.
Walter- Yo solo.
Ana- Sí, sí, vos podrás solo; pero soy tu esposa, estoy aquí. Te ayudo.
Un nuevo ataque de tos. La pustulencia mancha a Ana.
Walter- ¡Te han dicho si ya estás contagiada, eh!
Ana- Yo estoy bien. No importa. ¿Podés escucharme? Yo estoy bien, normal. No
tengo nada. Walter de un paso hacia Ana, busca su espalda, tratando de
reconocer algo. Al instante, Ana se separa de él. No tengo nada, te digo. Estoy
como siempre.
Walter- Quién puede saberlo. Quién. Nadie.
11
Ana- Walter, yo también pasé por los laboratorios, las interconsultas, los
tribunales médicos. Tampoco me acuerdo desde hace cuándo que me hacen
pruebas de todo tipo. Estoy bien. No tengo absolutamente nada.
Walter- Qué saben ellos. ¿Cuándo vienen?
Ana- Ya. Casi están llegando.
Walter- ¿Y el Dr. Demorgongón?
Ana- Está llegando. Está saliendo del área quirúrgica. Los preparativos
terminaron. Viene para aquí.
Walter- ¿Oís?
Ana- ¿Eh?
Walter- ¡Mirá! Walter retoma sus binoculares. No me equivocaba. El llamado del
pato gargantilla. ¿Escuchás? Es la advertencia ante la tormenta. Nadie puede
comprenderlo y, sin embargo, los patos buscan su orientación atravesando la
canción de los truenos. ¿Qué pasaría si yo te dijera que el pato gargantilla tiene
una variedad no anotada de cuello a puntitos color sandía?
Ana- Te creería, pero dejá de caminar, porque si no no puedo con los
pantalones.
Walter- El libro.
Ana- El libro, sí. Tus pantalones los pongo por acá. Sigamos. La camisa. Te dije la
camisa. Ana busca quitar la camisa pero le es imposible; cuando mueve los
brazos emite quejido: su dolor aumenta. Despacio. Despacio.
Walter- No puedo, Ana.
Ana- La cortamos, mejor.
Walter- No. Cortarla, no.
Ana- Pido ayuda. Walter, ¿me estás escuchando? Por favor, ¿cuánto más voy a
estar siguiéndote con la ropa? Quiero que me escuches bien. Que me prestes
mucha atención. No estamos jugando. Yo no estoy jugando. ¿Estoy aquí,
peleando por vos cada segundo? Tampoco yo sé hace cuánto. Vos no colaborás,
entonces todo es más lento. ¿Me estás escuchando?
Walter- Pemanentemente. ¿Estás cansada? ¿Eh? ¿Ves? ¿Comprendés, ahora? Es un
silencio parecido al tuyo. El tipo de comunicación con el que la bandada
12
pequeñita de los patos del torrente se preguntan unos a otros por qué van
perdiendo la necesidad del aliento.
Ana- ¿Pido ayuda, entonces?
Walter- ¿A cuál de los doctores? No. Dejá. Me acuesto así.
Ana- Ellos dijeron la chaqueta.
Walter- Y yo digo mi camisa. Ya sé lo que te dijeron. En cada operación se repite
la misma cosa. También lo sé. Dejame la camisa. Esto ya no lo resisto, Ana.
Ana- Es la última operación, vas a ver. ¡El Dr. Demorgongón vino, finalmente! El
y no otro, Walter. ¿Entendés lo que eso significa? La más grande autoridad aceptó
operarte. Dicen que es el más grande, el más importante renovador de la ciencia
médica y lo más grande que hay en cirugía. Y llega de Viena, Walter. Cruza el
océano.
Walter- ¡Dejame! ¡No, mis binoculares conmigo! Mirá.
Ana- Qué. No veo nada.
Walter- Ana, por favor. Todos estos años enseñándote y vos no ves nada. Ahí,
digo, en ese claro de la tormenta que desaparece en la lejanía: un ánade, una
tropillita de ánades con las puntas de sus alas ennegrecidas...
Ana- ¿ Dónde? Walter le señala que mire por los binoculares. No veo nada.
Walter- Mirá que he preocupado. Todos son testigos. Pero cuando no hay interés,
cuando no se pone un poco de voluntad, ¡cómo llegar así a conocer un sólo pato,
mujer!
Ana- No. Te vas a agitar. A mí me gustan los patos.
Walter- ¡No! Walter está por meterse en la cama. Ahora, haceme el favor,
alcanzame el libro.
Ana- ¡Walter, mirá! La ventana, esa bandada. Cuántos patos, Walter... ¡qué
hermoso!
Walter- ¡Qué estás diciendo! Esos no son patos, esos son bobolinks. ¡Por favor,
que ni siquiera aprendiste la diferencia entre un pato y un bobolink!
Ana- Yo no sabía...
Walter- El libro. Un nuevo ataque de tos. ¡El libro! ¿Qué pasa? Dámelo. ¡Dámelo!
13
Ana- Walter, por favor...
Walter- ¿Y?
Ana- ¡No lo tengo!
La tos continúa y se agrava. Walter, ya sin pañuelos, se limpia con las manos.
Walter- ¿Cómo?
Ana- No lo tengo. No está aquí. ¿ Me estás oyendo?
Walter- Sí. Todavía puedo oír, sí... sí, te escucho.
Ana- Quedó en el laboratorio, creo. Estoy segura. Eso es. Está en el laboratorio.
Fue cuando dejaste la sala de observación, pasamos a la primera sala de atención
intensiva. Y ya me acuerdo, Walter, me acuerdo que cuando te trasladaban vos
lo llevabas en la falda, así, y cuando los camilleros dejaron el ascensor todavía
estaba allí y luego te comenzaron con los estudios, esas siete horas de análisis y
muestreos y después, otra vez los camilleros, el ascensor, primera sala de
atención intensiva; ahí ya no tenías el libro, pero estabas adormecido por las
drogas; en la sala de observación, fue ahí, yo me di cuenta, justamente. Lo has
debido olvidar en el laboratorio. Y después aquí, Walter. Pero yo estoy segura,
segura, que el libro está en el laboratorio...
Walter- Andate.
Ana- Walter...
Walter- Andate, dije.
Ana- Recién pensaba ir. Después. Enseguida. Cuando llegue el Dr. Demorgongón,
aprovechar justo ese momento...
Walter- ¡No quiero verte! Te estoy hablando. ¿De qué hablamos vos y yo, de qué,
cómo nos comunicamos? ¿Cómo? ¡Para qué! ¡Fuera...! No te necesito ya. Nunca
te necesité. ¡Fuera! Ya no puedo más. ¡No te quiero ver nunca más..!
Ana- No es nada, Walter, escuchame, el libro está en el laboratorio.
Walter- Te vas. Ana busca su abrigo, su cartera. Comienza a irse, toma el
picaporte, va a abrir la puerta. No te vayas. Ana. Vení. No me dejes. Ana. Ana
retrocede, retoma su marcha para regresar. Ya va a dejar sus pertenencias
donde estaban. ¿Ana? Quiero coger. Ana retoma su abrigo y su cartera con
rapidez. Nuevamente va a irse pero un nuevo y feroz ataque de tos, terrible y
14
prolongado, la detiene, la hace desistir. Ya pasó. Estoy bien. ¿Ana? Quiero cojer.
Ana.
Ana- Walter, no.
Walter- ¿Cuántas operaciones me han hecho ya?
Ana- Pero el Dr. Demorgongón vino.
Walter- ¿Entonces? ¿Perderé también la capacidad de hacer el amor? ¿Cuándo
dejaré de moverme para siempre? No quiero que me operen, Ana. Ana.
Ana- Tengo miedo. Yo también tengo miedo. Quiénes somos. En qué nos hemos
convertido.
Walter- Yo, en qué me he convertido.
Ana- Vos y yo. Cuándo, en nuestra vida, podíamos imaginas esto. Quién es capaz
de imaginar esto. ¿Por qué yo?
Walter- ¿Por qué vos? ¡Por qué yo!
Ana- Porque nadie sabe nada, ningún médico. Ahora, este Demorgongón y sus
mapas genéticos. Y en un momento te miran a vos, pero me miran a mí, con
piedad. Y este lugar, los hospitales, el encierro, el aislamiento, son míos
también. Lo que se estudia, lo que ellos razonan, buscan, se convierte en un
gusano, lento, que deja su baba, pegajosa, vos la tocás, vos la ves, pero ya no te
podés mover tampoco; te quedan los ojos, los míos. El Dr. Demorgongón tiene
ojos, pero son otros. Tienen vetas de acero. Le vi las manos: finas, precisas. ¿Por
qué no se empezó con él? ¿Por qué no se lo buscó primero a él. El que más sabe,
al que ha estudiado más, el mejor? Movés los ojos, mirás a tu alrededor...
Walter- Ana.
Ana- ¿El tiempo que pasó? Qué se yo. Me acerqué pero nadie me lo presentó. En
ese momento me acordé de las tres palabras de alemán que aprendí de aquel
enamorado del trabajo. Me acerqué muy despacio. Entonces las preparé, las
preparé como un idioma, para hablarle. Tres palabras dichas en una combinación
tal que dijese: Dr. Demorgongón, Dr. Demorgongón, no los escuche a ellos; ellos
lo operaron y les fue mal. Escúcheme a mí, soy Ana, esposa de Walter. Necesito
una palabra suya, deje esos médicos, déjelos y míreme...
Walter- Ana, el Dr. Demorgongón va a venir...
Ana- ...¿por qué?... qué es esta enfermedad, qué va a ser de nosotros. Usted,
que llega de tan lejos, que ha aceptado curar a mi esposo, sepa que Walter debe
15
estar bien, ponerse bien, debe estar sana, debe volver a casa... Tres palabras
para hacer un idioma, tres palabras que me sirvan para que me escuche... ich
liebe dich.
Walter- ¿Ich liebe dich?
Ana- Y yo me acerqué, miraba a los médicos, ellos querían ignorarme. Se
esforzaron en llevárselo a otra parte del laboratorio. Fui detrás y antes de entrar
en la zona de aislamiento de radioactividad me acerqué muy cerca... pude
decir...
Walter- Ich liebe dich.
Ana- ¿Me escuchó? Walter, yo quería que me prestara atención. Que con ese
sonido se diese cuenta que allí había alguien que tenía algo urgente que decirle.
Pero no lo sé. Giró la cabeza, una fracción de segundo, sus ojos de metal sólo un
segundo vieron quien les hablaba: ¡- Dr...!
Walter- Ana, Ana. Pero, ¿cómo? ¿Ich liebe dich? Ich liebe dich quiere decir, pato
blanco siberiano...
Ana- Y la ventanita de la puerta de vaivén quedó así, tiritando, con el vidrio de
humo. ¿Puedo hablar con el Dr. Demorgongón? Por favor, retírese. ¡No se puede
estar aquí!
Walter- ¿Quién te dijo eso?
Ana- No sé. Una mujer de blanco, que entraba o salía. No sé.
Walter- Ana. Vení. Tu pelo. Salpicado.
Ana- ¿Mi pelo? Es como si siempre hubiésemos vivido aquí, ¿no? Todo se hace
nada, los meses o los días. Es como la tormenta que viene, escuchá, las lluvias
del otoño, acompañarse el uno al otro, igual que se forma esa tormenta que
nunca va a desatarse, una espera. Espera. El pelo crece, las uñas de los pies se
te deforman, los nudos de la artritis, y la mañana te cambia cada día el corazón
por una canción triste. ¿Dónde estoy?
Walter- Ana. Vamos. Vení.
Ana- Después que esto termine quisiera viajar. Quisiera que hiciéramos un viaje,
un lugar por donde salir. Dejar esto. Dejar y salir.
Walter- Ana. ¿Te acordás? Las dunas.
16
Ana- ¿Cuántos años ya? ¿Veintiocho? Veintiocho años que estamos casados.
¿Cuántas veces volvimos ahí? Las dunas. Tres. Tres, en veintiocho años. El amor
se hace por ciclos y los ciclos son largos según llegue el viento. Nunca se sabe
cuándo llega. Creés que mientras dura aprendés que tenés a alguien, que tenés
tus hijos, que tenés una miserable cosa. Pero una mañana te encontrás con tus
hijos escapándose porque la luna llena es una mentira ahí colgada mientras vos
les cuidás el sueño. ¿Y qué te ha quedado? Quisiera hacer un viaje. Un viaje
largo, donde nadie me conozca y alguien venga y me diga: Ana, ¿qué día es ese
que empezaste a vivir? Y yo me mire las manos y las muestre y entreabra la boca
y sin decir palabra pueda mostrar todos mis dientes. ¿Cómo se aprende a
respirar? ¿Alguna vez te preguntaste cómo se aprende a respirar? Los patos te lo
dijeron. A mí, nadie. Lo supe con los sueños. Lo supe viendo cuando dormís
porque tu ceja derecha contra la almohada en la oscuridad se parece a una araña
estirándose las patas. Siempre pensé eso. Pero no. Cuando vos caminás, salís y
vas al trabajo es como si estuvieras en el fondo del mar. Respirás, respirás
siempre porque así podés ir escondiéndote, porque nadie habla, sólo se respira,
lo único que hay para cambiar con el otro es la respiración, las palabras, eso que
se dice, es la manera en que se interrumpe la conversación, respiro, vos respirás,
así te escucho, yo le quise hablar al Dr. Demorgongón, tenía esas tres palabras,
¿habrá escuchado cómo respiro, Walter?
Walter- Acercate.
Ana- ¿Qué encontraron ahora en los análisis?
Walter- Dale.
Ana- Van a venir.
Walter- Sí. Y mientras...
Ana- No. Mientras, no. Me voy a quedar acá. Ana va hacia la ventana. Te espero
acá. Después nos vamos. Después salimos. ¿Quiénes son aquellos? ¿Los conocés?
No. ¿Te fijaste bien? No sé. Tal vez. ¿Cómo se llaman? ¿Cuándo se conocieron?
Parece que recién. No puede ser. ¿Una coincidencia, tal vez? ¡Adónde van...
ustedes... ahí! Pronto va llover. Una viaja y llueve. Una viaja y llueve y tiene
delante suyo un cristal en el que se hacen dibujos, los dibujos cambian de perfil
de tu cara, los pómulos, las cejas, las curvas de la frente y detrás de ese cristal
todo pasa rápidamente, casi enseguida, de modo que para que las cosas, las
cosas pequeñas con las que convivimos, alguien, eso, se detenga, una tiene que
olvidarse de qué nombre tienen. ¡De dónde venís, Ana! ¿Yo? No sé. ¿Venís del
trabajo? ¿Y quién te espera? ¿Quién te esperá cuando llegás? Entrás, ¿quién está
adentro? No sé. ¿Cómo que no sabés?
Walter- Soy yo.
17
Ana- ¿Cómo que no sabés? ¿Qué es lo que tiene Walter? Walter no está aquí. ¿No
está? No.
Walter- ¡Ana!
Ana- Una camina, va por la playa. Lejos, separados el uno del otro. ¡No vayas tan
rápido, me hundo! ¡Dame la mano, Ana! ¡No puedo seguirte! Las luces, ésas, se
alargan en la arena, las luces están húmedas y en la lengua te quedan unos
granitos de arena... y los labios cambian de sabor. Un sabor distinto cada vez que
te busco. ¿Dónde ir primero? ¿Dónde ir primero hasta que el agua llegue, el agua
helada que va tomando la forma de un lugar tan chico para que quepan dos, sólo
dos. Walter va incorporándose de la cama. Intenta nuevamente quitarse la
camisa. Hasta que esa forma, ¿qué es? Es un punto cálido. ¿Está en vos, en mí? Un
punto cálido que está por irse pero se queda, que está por irse pero permanece,
pero se va, va, y me lleva. ¿Quién sos? Ni lo sé, la piel te toca porque las olas
muerden la playa, yo no soy una almeja, no, no soy una almeja, dejo un huequito
que me deja, el huequito grita para no saber que tiene sed, los que tienen sed
nunca se ahogan. Nunca.
Ana yo no dice palabra. Walter se saca la camisa y muestra su malformación,
entre un quejido subhumano. Ana y Walter se acercan, buscan encontrarse,
tocarse, reconocerse sexualmente: esa búsqueda mutua conserva, todavía, su
rubor y una vergüenza mutilada por la dificultad física que en ese instante se
aprende a compartir: lentitud amorosa que se ofrecen dos viejos amigos, dos
viejos conocidos. Momentos después, aun abrazados, Ana lanza un grito de
horror: una herida se ha producido en la espalda de Walter. Ana sale de la
habitación.
Ana- Ayúdenme. ¡Ayuda! ¡Ayuda!
Walter reacciona con tranquilidad, acostumbrado a curar sus heridas. Vuelve a
colgarse los binoculares, reconoce el desorden a su alrededor.
Walter- Buenas noches.
Walter se dirige al público.
En toda esta cuestión, insisto, es necesario comprender cómo empezó esta
historia. Pareciera una pretensión excesiva de mi parte ser escuchado por los
facultativos que han intervenido en mi caso. No hace mucho que me jubilé. Con
la jubilación llegaron épocas de mayor disponibilidad de tiempo. Es estúpido que
esta posibilidad de ocio llegue a una edad como la mía, pero al parecer, y en
opinión de ese santo hombre que fue Girdano Bruno, el mundo cambia para estas
cosas continúan precisamente así.
Se escuchan truenos, ante la tormenta: la lluvia está próxima.
18
¿Oyen lo que yo oigo? La lluvia. Va a llover
Walter se cerciora, desde la ventana.
La lluvia, es. Con esta disponibilidad horaria delante mío, volví a descubrir,
paseándome sin sentido por la orilla del río, del río que todos conocemos, un
viejo interés por los patos. Viejo interés, digo, porque de niño, mi padre, que era
cartero, me hablaba de los grandes viajes que hacían estas aves, viajes llenos de
peligros, todavía más. Mi padre nunca había viajado y cuando me llevaba con él a
hacer el reparto, me mostraba las estampillas de las cartas que iba entregando y
cuando pasábamos cerca del río me explicaba su teoría. Curiosa teoría, en
realidad. El sostenía que los colores que embellecían las estampillas de los países
distantes estaban pegados en las alas de los patos. Pues bien. ¿Llueve, ya? ¿Eh? Al
jubilarme me di cuenta que esa afición de mi padre cartero, y que muy
probablemente él también había heredado, había sido conservada por mí, sin que
yo mismo lo advirtiera. No deja de ser curioso ese recuerdo: ver los patos en las
márgenes, que con un sólo movimiento simétrico de sus alas y patas conseguían
que en el agua se reflejase, inmóvil, la vida a su alrededor. Vuelvo a verlos
después de tantos, tantos años y ¿qué descubro? Que luego de ese movimiento
simétrico, los patos con un ademán casi imperceptible enturbian el agua; todo lo
que en torno se reflejaba, se mueve, también imperceptiblemente. ¿Qué había
yo descubierto entre un movimiento y el otro? Es simple: había descubierto el
tiempo. Escuchen, es la lluvia. Los patos estaban allí, en el río. Yo comencé a
observarlos de nuevo, entre el agua gris del atardecer. Este pertinaz ejercicio de
la observación comenzó a dar forma a un libro: La Guía de Patos de la República,
grueso volumen del cual soy autor y en el que he dejado constancia de un
descubrimiento que va a conmocionar a la comunidad científica internacional.
El sonido de un trueno sacude la atmósfera. Enseguida se oye la lluvia que cae,
primero lentamente.
¡Eh! Cada tarde, sentado en el largo banco frente al río...
Walter comienza a cambiar los muebles de lugar: con ellos irá armando su
banco, su banco, su banco junto al río:
... fui componiendo una obra -es una lástima que es este momento, por esas
cosas que pasan no la tenga aquí- que, juzgo aporta algunos elementos nuevos
sobre el vuelo de los pájaros.
Walter adquiere un imprevista agilidad en sus movimientos y desplazamientos.
En líneas generales puede decirse que un pato es propulsado por principios
idénticos a los de un aeroplano. Se largó a llover, pero no importa.
Walter buscará protegerse de la lluvia que cae, cada vez con mayor intensidad
ha encontrado unas sábanas con las que cubrirse.
19
Otra cosa es el momento del año en el que los patos cambian de plumaje. En mi
libro encontrarán ustedes algunas anotaciones en ese sentido. Llueve con ganas,
¿eh? Ni un sólo médico, ni uno, entre los que me operaron, quisieron comprender
el simple comienzo de esto. Quiero creer que la fina sensibilidad del Dr.
Demorgongón, su probado criterio, su alto profesionalismo, podrán escucharme.
Estando sentado en mi banco una tarde, no era con lluvia, no, tomando mis
notas, me lastimé aquí. Algún diminuto desprendimiento oxidado que sobresalía
en un banco hace mucho abandonado por los enamorados y sometido a la
intemperie de la soledad, atravesó mi camisa. Y así se hizo una pequeña herida
tan pequeña que apenas unos días le habrían permitido cicatrizar por sí sola
pero, no. Miren, miren esas gotitas de lluvia en la orillita. Una gota de lluvia
dibujada la cuenca de cada ojo durante las travesías
aunque yo,
Walter, yo, no hice travesías. Voy de un hospital a otro y cada vez que dicen
curar aquel dibujo que un hilo de sangre dejó en mi espalda, esto crece.
Entonces yo me digo que todos esos instrumentos con los que me operan no
sirven para nada, tienen óxido, también, óxido que los cirujanos guardan en sus
guantes de goma, porque con ellos es muy difícil limpiarse las orejas. Cuando
salga de aquí y vea mi libro publicado lo primero que haré será mandar una carta
al estudioso Joao Mendez Perdinhdo, de Manaos, autor de un memorable estudio
sobre el ritual del galanteo y el despliegue del plumaje en la especie del pato
avicinias. Adviertan ustedes que no he medido la repercusión que tendrá mi
descubrimiento en las cátedras del mundo entero; por eso, no nos adelantemos,
dejemos que sea la historia de la historia de la ornitología contemporánea quien
señale quién es quién. Sepan que se trata de un descubrimiento extraordinario.
Walter busca algo más que protegerse de la lluvia.
Con esta lluvia, Ana no vuelve. La lluvia sobre el río, ¿ven?, es como un telégrafo
en tiempos de paz: escribe letras que la distancia ordena en una sola palabra: la
palabra que cada uno necesita oír.
Walter se protege como puede.
Sí. Efectivamente. Es mi descubrimiento, Dr. Demorgongón. Pero no me pregunte
en qué consiste: lea mi libro. Lo que voy a decir a continuación ustedes no lo han
escuchado, ustedes lo han encontrado en las páginas de un libro. El libro que yo
he escrito: no quiero más testigos para mi descubrimiento: la ciencia ornitológica
sostiene...
El sonido de la lluvia cesa por completo, pero Walter se interrumpe: acaba de
ingresar a la habitación Ana, vestida como una enfermera.
¡Ana!
Ana- ¿Cómo dice?
20
Walter- Ana, ¡volviste! Mirá, yo solo pude...
Ana- ¡Qué está diciendo! Yo soy la enfermera Ana. Enfermera Ana. No, Ana.
Walter- Pero...
Ana- ¡¿Qué hace usted de pié, con ese atuendo, en medio de semejante
desorden?!
Walter- Es que...
Ana- ¿Qué ha pasado aquí? ¡Qué es todo esto, mire un poco! Vamos, salga de ahí,
estoy apurada!
Walter- ¿Cómo? Ana. Qué te pasa. ¡Ana!
Ana- ¡Enfermera, Ana! Y basta de ceremonias, ¡sáquese toda esa inmundicia y ya
mismo se me pone la camisola ésta!
Walter- ... pero... es que... si yo...tengo que ir...
Ana- ¿Adónde se cree que tiene que ir, dígame? ¡Pero, por favor! ¡usted murió en
la sala de operaciones a las 22 horas, 17 minutos, 59 segundos!
Walter- ¿Yo estoy muerto?
Ana- Por supuesto: usted está muerto. Y ahora, hágame el favor, sáquese todo
eso que se metió encima, rápido.
Walter- Pero... ¿y el Dr. Demorgongón?
Ana- Ja, ¡el Dr. Demorgongón! Ahí lo tiene al Dr. Demorgongón. Vaya, venga
conmigo. Mire por la ventana. Venga, venga, mire: ¿ve? ¿Ve ese avión, allá? Allí
va su doctor. Tomó el avión de incógnito, para que nadie sepa que la operación
fue un fracaso. Ahí va, ahí se va el gran especialista, el gran médico cirujano de
fama internacional. El, el más grande, nada pudo hacer y después de las 9 horas
de quirófano, fracasó estrepitosamente. Un papelón, una vergüenza. Mire: fíjese,
fíjese...
Walter- ¡Ese no es un avión, no! Es un pato. ¡Un pato del Danubio! Un pato que
vuela entre la lluvia. ¡Que
vuela hacia el otro lado del océano, envuelto en la
oscuridad de la noche...!
Ana- ¡Vamos, ya mismo a la cama!
Walter- Ana, ¿y mi libro?
21
Ana- ¿Su qué? ¿Libro?
Walter- Había quedado en el laboratorio.
Ana- ¿Un libro, en el laboratorio?
Walter- ¡Mi guía de Patos de la República!
Ana- ¿De qué habla?
Walter- Ana. Mi obra: ¡el libro!
Ana- Un libro. ¿Un libro? Yo vi salir a una mucama, del turno de la limpieza. ¿Un
libro, dice? ¿Una libretita? ¿Una libretita con las hojas manchadas y la tapa medio
salida? ¿Eso era? Walter no responde.
¿De qué libro me habla? ¿De qué se trata? La mucama llevaba la bolsa de
desperdicios en una mano; en la otra el palo de piso, el bidón de desinfectante.
¿Una libreta? ¿Eso es lo que busca? ¿Eh? Lo que no se reclama, se deja, dónde
se deja; yo no sé dónde va. Lo guardan, no lo guardan; lo tiran, no lo tiran:
dónde llevar lo que queda por aquí y por allá. Usted sabe. Vamos, sáquese todo
eso.
Walter- Quiero quedarme aquí.
Ana- No se puede.
Walter- Quiero quedarme aquí, en la ventana. Quiero ver.
Ana- Ver, qué. La lluvia dejó el vidrio mojado.
Walter- Déjeme. No.
Ana- No se puede. Yo tengo muchas cosas que hacer. Afuera está su señora.
Están sus hijos que quieren entrar y verlo.
Walter- Déjeme otro poco, enfermera.
Ana- Vea, mi turno termina en siete minutos. No sé si entiende lo que estoy
diciendo.
Walter- Mire un poco. ¡Eso! Allá, fíjese...
Ana- Y los que le estoy diciendo es lo mismo que dice la enfermera Cecilia, del
quinto piso: Yo a esta institución que me explota, que no me paga lo que mi
22
trabajo vale, no le regalo ni un minuto! Vamos. Acá tiene. Se pone eso y
entonces yo abro y entra su mujer, entran sus hijos.
Walter- No me di cuenta que había dejado de llover.
Ana- Yo me di cuenta perfectamente, fíjese. Y ahora tendré que caminar por el
barro para llegar a mi casa, el barro se va a meter entre los dedos de mis pies.
Sin poder cuidar en qué charco me meto y en que charco no. Cuadras, desde la
parada del ómnibus. Y usted me está demorando aquí con el trabajo que tengo
con todo este desastre. Mire. ¿Sabe qué día es hoy?
Walter- Sí, sí...
Ana- No, no sabe. Vamos. Sáquese. Desnúdese, le digo. Hoy es el cumpleaños de
Marcelo, mi hijo. Y a ver si no consigo la vainilla, todavía. Necesito la vainilla,
para la torta. Y qué me va a pasar, si no. El nene está por volver del colegio.
Walter- Ah.
Ana- Cállese. Y déjeme que yo le saco esto. Mire un poco. ¿Qué tiene aquí?
Walter- Mis binoculares.
Ana- Esas cosas ya no las necesita, me parece.
Walter- No.
Ana- ¿Se los doy a quién? ¿Los tiro?
Walter- No sé. Tírelos, si quiere. ¿Cuántos años cumple su hijo?
Ana- Nueve. Tiene problemas en matemáticas, dice la maestra. Él, lo que
quiere, es su torta. Acuéstese.
Walter se deshace de sus sábanas. Busca la camisola.
Walter- ¿De qué va a ser la torta?
Ana- De chocolate. La corto al medio y le pongo dulce de leche. Arriba la
espolvoreo con azúcar impalpable. Le pongo las velitas del año pasado y de una
hago dos cortándola por la mitad, así hago nueve. Nadie se da cuenta porque las
hundo en la masa.
Walter- ¿Y el padre?
Ana- ¡No me hable!
23
Ana comienza a poner orden en la habitación.
Walter- ¿Por qué?
Ana- Se cree que es el único que trabaja en la casa. El único que trae dinero. El
único que se cansa. El único que tiene derecho. Póngase eso de una vez. ¿Lo
ayudo? ¿Puede solo? Walter se mete en la cama. Listo. Ahora, antes de irme,
tengo que terminar de poner esto en orden, así termino mi turno. Trabajo y dale
con el trabajo, puras órdenes, nadie sabe de dónde llegan, pero todos la mandan
a una. ¡Qué desgracia. Mire que dejar así la habitación! A ver, ahora, por acá.
Walter- Enfermera. Ana no se ocupa de Walter. Enfermera... ¡Enfermera!
Ana- ¡Qué hay!
Walter- ¿Puede venir, por favor?
Ana- Usted ya no necesita a nadie.
Walter- Ya lo sé. Venga, enfermera Ana.
Ana- Mi turno se está terminando y usted ahora que me llama. ¿Puede imaginarse
qué me significa?
Walter- Una pregunta.
Ana- ¿Y quién va hacer este trabajo, usted, acaso?
Walter- Una pregunta sola.
Ana- A ver, qué quiere.
Walter- Yo estuve en la mesa de operaciones y me morí allí. ¿Usted estaba?
Ana- Sí, estaba. ¿Y qué?
Walter- Entonces, debe saber qué se encuentra en el último momento de la
existencia.
Ana- Claro. Mire qué pregunta.
Walter- ¿Ana?
Ana- Se encuentra la vía alterna del complemento.
Walter- Ah.
24
Ana- ¿Está conforme, ahora? ¿No ve el tiempo que me está haciendo perder? Mire
lo tarde que se me hizo. Marcelo está llegando a casa. Y yo aquí. Y siempre es
así, auque se padre diga que no. Lo que ocurre es que la que se ocupa de la
crianza es la madre. Ya me queda un minuto para nada: veintiocho años, uno
igual que el otro, ¿eso es vivir?
Walter- Enfermera. Enfermera Ana.
Ana- Tres minutos y termina mi turno. Acabo de arreglar la habitación y ya me
voy.
Walter- Enfermera Ana.
Ana- Ya no lo escucho. Entienda. ¡Ya no lo está escuchando nadie!
Walter- Enfermera Ana, antes de irse...
Ana mira a su alrededor: la habitación recobró su orden.
Ana- Bueno, parece que...
Walter- Antes de irse, enfermera...
Ana- ¿Qué hay?
Walter- ¿ Puede dejarme un recuerdo antes de irse?
Ana- ¡Esto es el colmo, escuchen un poco eso!
Walter- Si usted me deja un recuerdo yo le digo qué es la muerte.
Ana enmudece. Deja lo que está haciendo. La propuesta la ha cautivado.
Ana- No, no. No puedo. Ya le dije. No. Estoy muy retrasada. Tengo demasiado
trabajo.
Walter- Yo se lo voy a decir, Ana.
Ana- No. No.
Ana, sin embargo se acerca al lecho, Walter le hace señas para que se acerque.
Ana lo hace, lentamente se inclina sobre él. Walter le habla al oído muy
brevemente. Ana, sólo ella, puede escuchar algo semejante. El rostro de Ana se
va transformando, sus facciones van dejando mostrar una expresión que revela
una infinita dulzura, una profunda belleza. Un largo silencio. Ana vuelve a sus
tareas en la habitación para concluirlas.
25
Ana- Bueno. Creo que ya terminé.
Walter- Ana.
Ana- ¿Sí?
Walter- ¿Y mi recuerdo?
Ana- ¿Su recuerdo?
Walter- Sí, mi recuerdo.
Entonces Ana vuelve a acercarse a Walter. Lo acaricia lenta, amorosamente. Se
inclina sobre él y le da un beso en la boca, un beso impregnado de amor. Walter,
poco a poco, va abrazando a Ana. Cuando ha terminado de tomarla por la
espalda, apenas incorporándose del lecho, adquiere la rigidez cadavérica.
Con idéntica dulzura, con enorme cuidado, Ana trata de deshacerse de ese
abrazo que la atrapa. Al hacerlo arrastra el cadáver hasta que este casi se cae
de la cama, permaneciendo, de todas maneras, en la actitud de ese abrazo
inmóvil, para siempre. Ana no toca ya el cuerpo de Walter, lo deja como está,
casi cayéndose. Se acerca a la ventana, se mira en ella, tal vez hace algún dibujo
en el vidrio empañado. Mirándose, se arregla la ropa, se toca el cabello.
Ana- Está todo en orden. Ana se acerca a la puerta y la abre. Ya está. Pueden
pasar.
26
Alejandro Finzi. Correo electrónico: [email protected]
En esta colección:
N° 39. La isla del fin del siglo
Todos los derechos reservados
Buenos Aires. Argentina. Noviembre de 2002
CELCIT. Centro Latinoamericano de Creación e Investigación Teatral
www.celcit.org.ar