Sobre una cama de UCI: una experiencia personal
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Sobre una cama de UCI: una experiencia personal
Tempus Vitalis. Revista Internacional para el Cuidado del Paciente Crítico VOL 2, NUM 1, 2002 VIVENCIAS Sobre una cama de UCI: una experiencia personal Japón Ruiz D *Enfermero. Hospital Universitario de Valme. Sevilla. A mi regreso a casa pensaba que nada volvería a ser como antes, al desconcierto de las facultades perdidas se sumaba el recuerdo de lo que supuso estar al otro lado de los cuidados, de ser paciente, de estar en manos de todos y recibir los cuidados de unos cuantos. Esta experiencia mía, se me hace mitad triste y mitad alegre pues si por una parte, me queda el recuerdo de mi paso por la UCI como hombre enfermo, cosa que no fue nada agradable, por otra me reconforta el pensar, primero que puedo contarlo y segundo haber conocido personas que hacen del cuidado en situaciones críticas el objetivo de su vida. Vayan ante todo mis disculpas, por las malas pasadas de mi memoria, por aquellos detalles que el subconsciente guardó para sí y que se resiste a mostrar a pesar de todo, por las inexactitudes lógicas del que evoca vivencias que, por su contenido intimo y delicado, no siempre gusta recordar. Aún así vaya por delante mi disposición a dejar sobre estas líneas lo que para mí fue una de las experiencias más importantes de mi vida y quizás la que más repercusión ha tenido. Para organizar un poco esta maraña de recuerdos, voy a estructurar mis palabras en cuatro partes, como nuestras sevillanas, que siendo cuatro y a pesar de llevar el mismo ritmo de la primera a la cuarta, cada cual tiene su cadencia, su mensaje y su porte sustancialmente distinto. Dicho esto, voy a empezar esta breve exposición siguiendo los cuatro momentos claves de mi paso por la unidad de cuidados intensivos. La ruptura Habíamos dejado los planes ultimados para el día siguiente, primero pintaríamos el salón y luego las cenefas de la casa. Como podía imaginarme yo cuanto me iba a cambiar la vida en tan breve espacio de tiempo. Como antes de llegar la mañana siguiente se iba a romper de forma tan drástica, lo que hasta entonces había sido una existencia normal como la mía. Aquella noche una legión de cuerpos sin rostros me rodeó en mi propia casa, en mi propia cama, situación que si bien yo la consideraba muy familiar, no acertaba a explicar que hacían allí o para que habían venido. De lo poco que captaron mis ojos solo puede recordar una profusión de luces y esos cuerpos sin rostros a mí alrededor, con un cúmulo de voces que una y otra vez me decían: -Diego, Diego. Responde. Voces y más voces a mi alrededor, voces que yo escuchaba perfectamente pero que no acertaba a situar en ningún sitio. Voces a las que me hubiera gustado responder sino es por la sensación de inmovilidad que invadía mi cuerpo y que hacia imposible dar una respuesta. Pero mis oídos estaban abiertos y a pesar de mi ausencia yo les oía, claro que les oía. A pesar de que mis ojos no pudieran ver lo que pasaba. ¡Prepara la chispa, venga prepara la chispa! Y yo pensaba ahora el médico esta pidiendo la descarga. Y posiblemente me vayan a quemar y bueno que puedo hacer, estaba acostumbrado a ver eso, pero nunca lo habían sentido en mis propias carnes, nunca me lo habían hecho a mí. ¡Atropina! Ahora una ampolla. ¡Puesta! Dijo otro. Todo pasaba como un ritual conocido que a pesar de todo parecía como si poco o nada tuviera que ver conmigo. En pocos minutos me sentí dentro de una ambulancia y camino del hospital. Alguien sin presentarse, seguía preguntándome como estaba. Y aunque una extraña sensación de inmovilidad me impedía dar una respuesta, me hubiera gustado hablarle, decirle que estaba muy bien, que estaba en la gloría y preguntarle dónde íbamos, aunque a decir verdad tampoco me preocupaba demasiado. Estaba absolutamente tranquilo, sin temor alguno percibía desde mi cuerpo inmóvil como, paso a paso realizaban sobre mí una serie de maniobras como si se tratara de otra persona. ¿Diego te encuentras bien? Insistió Me hubiera gustado responderle pero no encontraban la forma, ni la fuerza para hacerlo y por ello decidí que lo mejor era dejarme llevar. Al poco rato, cuando pude abrir los ojos por primera vez me encontré, situado en un sitio diferente, familiar pero muy diferente, rodeado de nuevas caras que yo suponía que eran enfermeras, enfrascadas en una rutina que yo casi podía predecir en cada momento. Así me encontré de la noche a la mañana y nunca mejor dicho arrancado de mi casa, de mi familia y de vida. Entregado a 24 Tempus Vitalis. Revista Internacional para el Cuidado del Paciente Crítico una situación y unas personas que por muy familiares que me resultasen no dejaban de ser extraños. De enfermero a cocodrilo Durante mi estancia en la unidad ocupaba mi tiempo observando como se comportaban las personas de mi alrededor. Un día uno de los médicos de la unidad se acerco a mí y me dijo: ¿Estas haciendo de cocodrilo? ¿Cómo dice usted? Le pregunté. Sí. Sonriendo me explico. Como veo que no pierdes detalle de lo que pasa en la unidad, que estas pendiente de todo lo que acontece aquí, pareces un cocodrilo al acecho dentro del agua, con los ojos bien abierto, preparado para observar cualquier acontecimiento que fuera significativo para mí. Realmente estaba pendiente de todos y cada uno de los movimientos, de todas y cada una de las palabras, las reacciones. Porque uno no puede evitar hacerse multitud de preguntas extrañas que si no se responden, van creando en ti una especie de hueco que te arrastra a la búsqueda desesperada de una respuesta. Además las horas allí se hacían largas, terriblemente largas. No entendía muy bien que hacía yo allí, encontrándome tan bien como me encontraba, no lo entendía, ni tampoco nadie me lo explicada, pero la evidencia no tardo en demostrarme que ni estaba tan bien como creía, ni saldría de allí tan pronto como pensaba. Por ello, a falta de otro entretenimiento me dedicaba a observar lo que hacían, decían e incluso pensaban cuantos quedaban al alcance de mis sentidos. A mi derecha una señora mayor se dializaba, debatiéndose entre la vida y la muerte con un hilo de vida entre sus labios. Yo seguía pensando. ¿Qué hago yo aquí? En el otro lado un hombre joven al que frecuentemente corrían las cortinas y se encerraban todos con él, supongo yo que para reanimarlo, porque en este caso todo se oía, incluso la más leve insinuación, por ello aunque no lo viera podía seguir la secuencia, discretamente desde mi observatorio. En ocasiones preguntaba a médicos y enfermeras que era lo que me pasaba y ellos me decían que nada grave, como seguía preguntando con insistencia, un médico me respondió: Te ha dado una indigestión por una tortilla francesa. Yo pensaba estos no saben que yo soy ATS y que de sobra sé que no se trae a la gente aquí por estas nimiedades. Ante tan pueriles contestaciones, me dispuse a buscarme aliados entre el personal con el fin de saciar mi curiosidad, pero estaban todos tan ocupados que no había tiempo para explicaciones. A pesar de todo a alguno se le escapó decirme que no sabían muy bien lo que yo tenía y por ello no podían ser demasiado VOL 2, NUM 1, 2002 explícitos a la hora de darme información, por lo cual yo seguía atento a todo lo que acontecía a mi alrededor. Muchas veces intuía lo que iban a hacer, tanto conmigo como con mis compañeros porque, conociendo yo, como conocía los hospitales, sabía que el repertorio de comportamientos es tan corto que cualquiera puede adivinar lo que viene y yo así lo hacía. Una noche el compañero de al lado se puso bastante mal, acudieron varias enfermeras y auxiliares, a través de la cortina podía casi ver la silueta de una de ellas, diligente con una voz y gesto seguro, empeñada en sacar a su enfermo para delante. Me causo tanta impresión, que una vez terminada la resucitación la llamé por su nombre, a pesar de no haberse presentado y dije: María, enhorabuena, creo que eres una extraordinaria profesional y lo has demostrado, la UCI debería contar con más gente como tu. Y la verdad era que yo me sentía mucho más seguro cuando ella estaba de turno. Ella no contestó. Raramente cruzaba palabra. Sólo me miro y continuo diligente realizando sus tareas. Aquella mirada llena de energía, seguridad y dulzura, decía más de lo que yo podía haber esperado escuchar de nadie. Pero no me dijo nada y continuó. ¿Por qué ese miedo a hablar a compartir emociones conmigo? En esta unidad era frecuente el trasiego de enfermos, esto es, entraban y salían con bastante asiduidad. Diecinueve días dan para mucho y por delante de mí vi pasar a muchos compañeros de fatigas que tal y como ingresaban desaparecían. Cuándo preguntaba a donde fue el de la cama de al lado, la mujer que estaba frente a mí o dónde estaba el joven que entró después que yo. La respuesta, si la había, era siempre la misma han subido a planta. Como puede uno estar tan ciego para no darse cuenta de que le estaban mintiendo. Algo más tarde, una vez fuera de la unidad me enteraría del triste final de algunos de mis compañeros. Con lo que uno no puede evitar decir: Jesús. Que cerca estuve. Siempre le había tenido pánico a las vías centrales, no sabía como los enfermos podían soportar el dolor de introducirles esa cosa tan larga en las venas. Pero será que cuando uno esta mal no piensa más que en curarse, que cuando me dijeron de colocármelo yo mismo le indique la mejor vía de mi cuerpo con la esperanza de que sólo tuvieran que pincharme una vez. Así fue, las gruesas venas de mi brazo y la pericia de la enfermera de turno hicieron de ello una experiencia banal para mí. Sin embargo una noche en la unidad. Un apuesto joven que iniciaba su andadura en la profesión, al observar que el suero no corría, se acercó a mí y manipulando el sistema dijo: Tengo que cambiártelo porque esto no corre. Yo le dije: Por favor si no corre intenta primero quitar la obstrucción y sino luego me vuelves a pinchar que me da pánico solo pensarlo. Pero es que vas a tener miedo. Me dijo. 25 Tempus Vitalis. Revista Internacional para el Cuidado del Paciente Crítico Como si los hombres no pudiéramos tener miedo al dolor. Al poco se presenta el compañero con el médico residente. ¿Porqué siempre buscamos apoyarnos en la autoridad del médico para hacer lo que creemos que debemos hacer? Pues este va y me dice: hombre Diego no te hagas el paciente difícil que nosotros te vamos a cambiar el suero. Yo intente en vano explicarle, pero no sirvió de mucho. Nada, nada que vamos a cogerte la vía. Intente hablarle y solo me dijo te estás quieto vale. Cuando se disponía a iniciar la faena le dije: mira tu quieres que yo me este quieto verdad. Pues bien antes de tocar nada llama a Antonio a la otra unidad, me veía ridículo negociando mi propia rendición delante de aquel jovenzuelo pero al fin accedió. Conocía a Antonio sabía de su experiencia y puse en él todas mis esperanzas. Cuando le vi entrar una sensación de tranquilidad me invadió de momento. Antonio era hombre seguro aunque de pocas palabras, llego, me escuchó, observó y con un sencillo procedimiento el suero volvió a correr. Las otras barreras De todo es sabido que existe una tendencia natural a ordenar y clasificar acontecimientos personas, palabras, de ello nos da buena cuenta la ciencia y el científico con sus interminables taxonomías. Ello nos permite comprender mejor la realidad y hacerla más asequible y doméstica, Pues bien en mi experiencia no cedí a la tentación de clasificar al personal de la unidad según la relación que estableciera con este paciente observador. Soy consciente de que la idea no es demasiado original, la enfermera Kirbys en 1982 realiza en su tesis doctoral sobre la relación de la enfermera con el paciente quirúrgico un primer conato de clasificación. La mía bastante menos pretenciosa solo trata de exponer los prototipos de personas cuya relación causó en mi un impacto más fuerte. Con palabras o sin ellas. La dulzura Representa a ese tipo de enfermera que se dirige a ti, te saluda, se presenta, y te pregunta tu nombre- eso a pesar de que ya lo sabía por la historia- pero prefiere que tu se lo digas y así establecer un poco de comunicación contigo. Son por lo general buenas profesionales que se interesan por ti e intentan indagar en tus preocupaciones. Sabes que puedes contar con ellos en todo momento porque te lo dicen y demuestran con sus actos, nunca tienen prisa cuando hablan contigo. En este sentido nunca podré olvidar una de las pocas enfermeras que tuvo nombre propio para mí. Cuando llegué, me abordó y me dijo: VOL 2, NUM 1, 2002 Hola soy Mari Luz, si necesitas algo puedes llamarme cuando quieras. Creo que desde aquel momento un gran lazo afectivo se estableció entre esa enfermera y yo, como si su mano permaneciera tendida siempre y en todo momento a la espera de que yo la tomara. Las superactivas Estas son enfermeras en movimiento, inquietas como ellas mismas, yo no les veía ni un momento de inactividad, y cuando lo tenían, parece que tuvieran que esconderse en la salita, fuera de nuestra vista, como si charlar un ratito con los enfermos sin hacer otra cosa estuviera mal considerado. No eran malas profesionales, pero no puedo ocultar que su continua actividad, esa actividad que le impedía cruzar una mirada conmigo, o decirme una palabra, me inquietaba constantemente y además me sugería una inseguridad terrible, inseguridad, por no conocer todas las respuestas a posibles preguntas que pudiera formularles. Tuve que investigar sus nombres, para poder llamarlas si las necesitaba, o en casos de cierta prisa llamarla con el genérico de enfermera, enfermera lo que me hacía sentir ridículo, verdad, yo llamando a mis compañeras enfermera porque no conocía su nombre. La habladora En muchos casos se presenta como un autentica salvadora, con explicación para todas las preguntas y argumento para todas las cuestiones, no llegué a conocer su nombre aunque si cuando me refería a ellos lo hacía por alguna cualidad que lo hacia inconfundible, el de la barba, la del pelito corto, ni las tarjetas ni una presentación me dieron otra opción que esa, pero no porque no hablaran, si que hablaban, y mucho pero siempre eché en falta algún mensaje en sus palabras. Delante de ellos tenía la sensación de que tienen la lección bien aprendida y si le cortas no van saber seguir, por eso tienen que hablar y hablar y hablar sin parar, aunque al final no te digan nada. Con estos son sus explicaciones las que valen, son sus historias las que prevalecen, sus pronósticos los que predominan. Eso sí, si consigues meter baza y puedes por fin preguntar lo que te van a hacer al día siguiente, rápidamente te dirá: por eso no te preocupes, eso no es nada, y así te dejará sumido en la más supina incertidumbre, exactamente igual que estabas. Lo que sientes es que no te escucha, que supone lo que sabes y lo que quieres y esa tiranía verbal en la mayoría de los casos te deja profundamente enojado. Algo se muere en el alma Realmente algo se muere en el alma de la familia cuando un ser querido esta en la UCI. Frecuentemente he oído decir a compañeras, lo mejor de trabajar en la unidad es no tener 26 Tempus Vitalis. Revista Internacional para el Cuidado del Paciente Crítico VOL 2, NUM 1, 2002 familiares dentro. Pues bien es cierto que los familiares no están como en las plantas continuamente dentro. Sin embargo, debemos tener presente que si la relación con la familia es más efímera también estas interacciones suelen tener una mayor intensidad. Y esto es algo que bastantes veces olvidamos. Una de mis preocupaciones fundamentales en la unidad era la forma en la que mi enfermedad estaría afectando a mi familia, como lo estarían pasando mis familiares al otro lado de la mampara, allí en aquella sala a la que se llamaba por teléfono, normalmente para realizar los más tristes comunicados. Muchas veces les había dicho que se fueran a dormir a casa, que yo estaba bien. De lo que yo no era consciente es de que ellos nunca se irían a casa dejando una parte de ellos en aquella unidad. Pues bien estando yo enfrascado en estas divagaciones echo en falta la llegada de mi mujer a la unidad, cuando pregunté por ella, nadie supo darme una respuesta mínimamente aceptable. Mas tarde me enteré que una de las enfermeras había considerado que las visitas no me hacían bien, la compañera no supo o no tuvo el aplomo suficiente para abordar el tema con mis familiares y solucionar un exiguo problema de comunicación. Buscó a un médico para que se lo dijera a mi mujer y no volviese a entrar. Aun después de pasar algún tiempo no puedo evitar sentirme bastante contrariado por el hecho de que alguien de mi profesión no fuera capaz de abordar un problema y hablar claro. Al final salí de la unidad, igual que entré sin saber cual fue la causa que me tuvo allí, en aquel espacio de cristal casi un mes de mi vida. 27