Texto-adentro-¿la-r.. - La Salle México Norte
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g in a c na aciióm en L gilna a ati i ón m a ide noamé d l e a ricae LL as s a lda s ala s L a tinoamérica La realidad de la LIJ mexicana Texto adentro, ¿la realidad? LITERATURA infantil juvenil 2012 DE Cuando cumplí cinco años, mi hermano mayor entró a la Primaria. Y recuerdo que me dijo “acabo de fundar un club secreto”. “¡Yo quiero entrar”, le supliqué. Entonces, él, muy serio, contestó “di la palabra secreta”. A partir de ahí mis días y gran parte de mis noches fueron para buscar la palabra-llave que me abriera la puerta a ese nuevo mundo que se me antojaba único. Recurrí primero a toda mi sabiduría infantil: y dije “abracadabra”, “jipijapa”, “cucurumbé”, “supercalifragilísticoespiralidoso”, “parangaricutirimícuaro”, “desemperejilar” y otras palabras que estaban prohibidas. Ninguna era el talismán que necesitaba. Todas me cerraban la entrada y me dejaban al margen de aquello que deseaba con una intensidad casi febril. Un día, al asistir a mi clase de catecismo, regresé con un vocablo extraño pero de sonido dulce y paladeable: “almena”. Mi hermano, al no comprender el significado, simplemente contestó: “mañana te aviso”. Toda la noche fue vagar en el fervor de lo que más se desea. Me sentía como una maga a punto de ejercer el conjuro mágico o como la viajera de un sitio nuevo e irreal. Recité en los límites del sueño o del reposo los rezos que, estaba segura, me ayudarían a entrar al nuevo reino que estaba para mí. A la mañana siguiente, antes de que llegara el alba, corrí a la habitación de mi hermano. Él, azorado quizá por mi prisa y desesperación, masculló una frase terrible: “ya se cerró el club”. No puedo contar aquí la herida que se creó entonces. Era una grieta enorme formada por callejones de sílabas, por sonidos oscuros y discordantes, por agujeros de largo tiempo donde nunca acababa yo de salir por completo. Desde entonces, buscar la palabra correcta, se convirtió en una obsesión. Dentro de mí hubo un vértigo de vocablos, un cargamento de conceptos que fluían como un río interminable que no cesaba. Y me quedé, en la condición trágica de lo que no se alcanza, al margen de placeres formulados en la imaginación. La realidad me recibía con los brazos abiertos. Descaradamente me convertí en una buscadora de palabras como se entra en una secta religiosa. Cada vez que aparecía una nueva en mi vocabulario, yo la recorría de arriba abajo por sus túneles de letras. La abría, la miraba, caía interminablemente en ella moviéndome por sus jeroglíficos que de noche hablaban por mi boca. Tardé mil y un años en caminar por laberintos lingüísticos, en sentarme a la orilla de cada palabra como si fuera la orilla del tiempo, otro tiempo, el mío, el que inventaba bajo el peso de la luz en lo que no está dicho y no puede pronunciarse ya: lo indecible. Quizá por eso, años más tarde, la poesía sería mi interés primordial. Aprendí de la savia que nutre nuestra lengua, de la sed que se bebe en la tinta, JORNADAS INTERNACIONALES de la fuga y del silencio que brota de la página. Supe que nada termina con los sueños si se usa la pluma como pala para llegar al fondo, como en el poema Digging de Seamus Heaney. Cavar sería, desde entonces, & mi nueva tarea. Cavar para encontrar una sucesión de hechos, de expe- Texto adentro, ¿la realidad? - María Baranda María Baranda L a tinoamérica LITERATURA infantil juvenil 2012 DE riencias y de emociones. Cavar para descubrir rutas nuevas donde la imaginación fuera un gesto posible, donde escribir fuera el galope del camino. Entendí, también, que la superficie estaba formada por eso que se llama “realidad” y por capas sucesivas que se van descubriendo escritura adentro. Había que revelar y develar para aferrarse al imposible canto de la vida. En ese tiempo se abrieron las ventanas de la lectura. Mi generación se dividía en dos: los lectores de Verne y los de Salgari. Uno ofrecía el amplio mundo del viaje por aire o por mar y el otro la anchura de la travesía tierra adentro. En el primero, la ciencia era el estandarte; en el segundo, la sobrevivencia se valuaba en el reino de lo feroz y primitivo. Había, claro, otros autores que podrían sumarse a ese canon: Defoe, Twain, Carrol, Alcott, Andersen, Perrault, Grimm. Cualquiera de estas lecturas significaba leer los avatares de un héroe, los acontecimientos de una aventura peligrosa que nos atraía como lectores porque podíamos aceptar los anhelos y tribulaciones de los personajes o la embriaguez de un mundo distinto que se develaba ante nosotros. Leíamos a través de la traducción de otras lenguas que presentaban experiencias extraordinarias, costumbres ajenas, nombres exóticos, pero que esencialmente fundamentaron nuestra permanencia en la lectura. La posibilidad de encuentro con otras fronteras de la imaginación, nos hizo pactar con palabras raras y extrañas cargadas de significados culturales, sociales y estéticos. Lo que pudo haber resultado ajeno para nuestra lengua, se convirtió en el pase o el cruce para llegar a un imaginario posible. Las historias que leíamos conformaron ese espacio vital y necesario que nos hizo resistir, a veces, lo impenetrable de otras ideologías. No había escritores en nuestro idioma, o eran muy pocos. Hasta antes de los años ochenta, leer libros para niños en México era conocer otras culturas y afirmarnos en realidades distantes y diferentes con las que establecimos muchos diálogos. Pero ¿de qué hablamos cuando hablamos de realidad? La filósofa María Zambrano dice que “no hay nada más hermético e inaccesible para el conocimiento humano que la realidad, igualmente humana.” Porque lo que está allá afuera, lo que vemos y vivimos, es casi imposible de decir. Las palabras gimen, gritan, ladran, estallan ante lo que no se puede nombrar. Es necesario volver a navegar, a surcar los recuerdos de lo que fue, lo que estuvo, como si entonces se pudiera decir. Pero en el texto no hay distancias, sólo es lo que es o sólo está lo que tiene que estar. Y desde ahí se escribe, desde la esencia de lo que somos, donde la noche se desprende de nuestras bocas para intentar retenerla. No creo en la oposición fantasíarealidad, es lo mismo. Lo que tiene que decirse se dice abismándose en la historia misma. A veces la escritura parte de un hecho concreto que sucede imaginación afuera, en la intemperie de la vida cotidiana. Y desde ahí se empieza a entrar al fondo del misterio. Lo que suscita una situación determinada, un conflicto en la familia o en el patio de la escuela, lo soporta y lo vence la escritura. Porque lo complejo de la realidad sólo puede ser parte de una necesidad en el texto. Lo demás dependerá del autor: si decide encadenarse a ella o si la usa como zona de riesgo para abismarse en sí mismo. O como decía Ortega y Gasset: realidad es la “contravoluntad”, aquello que me circunda y resiste. Hay muchas cosas que oponen resistencia a la escritura, y, pienso JORNADAS INTERNACIONALES que una de ellas, es dejarse avasallar, precisamente, por la realidad. Página adentro, no se necesita nada más que lo verdadero de la historia contada desde su función orgánica. Renunciar a la idealización del & texto es muchas veces más importante que apegarse a lo que marca un Texto adentro, ¿la realidad? - María Baranda g in a c na en L inaciióm ati i ón meag la i noamé d la d e a ricae LL d s a s ala s a la s g in a c na en L inaciióm ati i ón meag la i noamé d la d e a ricae LL d s a s ala s a la s L a tinoamérica infantil &juvenil Texto adentro, ¿la realidad? - María Baranda LITERATURA 2012 JORNADAS INTERNACIONALES DE orden justificado o justificable en lo que sucede allá afuera. Escribir requiere mucho valor no nada más para decir, con su carga de complejas pasiones, sino para saber callar y permitir que aflore ese “algo” que se encuentra cuando se excava en el texto. La literatura pareciera ser un ancho espacio que promete algo, lo que está por venir siempre, y que nos satisface de manera muy personal, pero que podrá darse siempre y cuando prevalezca el ejercicio de la libertad de quien escribe, más allá del requisito específico de los editores, de las líneas de lectura que determina el mercado, de los programas de promoción, de los aparatos culturales y de todo lo que agobia y, a veces, asfixia al libro. Ya que es ahí, en esa libertad del discurso, donde está el íntimo anhelo de la escritura. Hoy en día existe una proliferación de editoriales especializadas, de fiestas y ferias del libro infantil y juvenil, de tácticas y estrategias para fomentar la lectura. Existe, también, una generación de nuevos autores e ilustradores dedicados exclusivamente a la LIJ. Será por ellos, en gran parte, por lo que los niños de hoy se involucran en los libros. Sin embargo, a pesar de todo esto, llama la atención que un organismo como el Fondo Nacional para la cultura y las Artes, en más de 20 años de existencia, no haya otorgado el lugar que le corresponde a la LIJ. No existen becas para los autores que únicamente se dedican a esto. No hay tutores que puedan guiarlos en su programa de Jóvenes Creadores ni tampoco pueden participar en el Sistema Nacional de Creadores de Arte como tales. Los que lo han hecho y han obtenido apoyos, han tenido que encubrir o disfrazar su labor. Pareciera que para los dirigentes de la cultura en nuestro país, la literatura que se escribe para niños y jóvenes aún no merece el lugar que le corresponde. O quizá no hay un entendimiento verdadero de lo que es: una mesa de varias puntas en la que todos cuentan para la construcción de la realidad.