Sylvie Robert De la conquista de las almas a las resonancias del

Transcripción

Sylvie Robert De la conquista de las almas a las resonancias del
Sylvie Robert
De la conquista de las almas
a las resonancias del espíritu
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(Marzo 2009)
El vocabulario y las representaciones de la misión han sido por mucho tiempo solidarias a un imaginario de
la conquista, que parecía ser evidente pues se trataba de ganar para Cristo a los “infieles”. Un curioso destino
tuvo este término “misión” en los quince primeros siglos de la Iglesia; se refería principalmente a la
comunión trinitaria, para designar el envío del Hijo y del Espíritu, sin la mínima connivencia con una
conquista. He aquí que en el siglo XVI toma un sentido y alza un vuelo nuevo, mientras que se levanta un
formidable impulso de evangelización que empuja a ir hacia estas tierras descubiertas recientemente, donde
el cristianismo aún no ha penetrado, o a despertar el vigor de la fe en una cristiandad tibia y dividida.
Francisco Xavier tenía sangre de conquistador.... ¡La creación, en 1622, de un dicasterio de la "Propaganda" no cambia en nada la imagen! Algunos siglos más tarde, al mismo tiempo que la colonización, el
movimiento misionero conoce, particularmente en África, un desarrollo importante. Y, si creemos en el
Diccionario de Teología Católica, la teología de la misión, hacia los años 1930, lleva aún la marca de una
concepción defensiva o conquistadora de la evangelización.
Los tiempos han cambiado... "La misión no es una conquista de almas", escribe Maurice Pivot, en un muy
reciente artículo con un título significativo: "La dinámica misionera, del fin de la colonización a la
mundialización"1.
De la conquista a La hospitalidad recíproca
Desde el Vaticano II, la atención a los "signos de los tiempos" ha asociado la misión a otras
representaciones: comunicación, diálogo y hasta hospitalidad. Por supuesto, algo tiene que ver una
familiaridad más grande con los pueblos, cuyas maneras de vivir, creencias, religiones, tenían anteriormente
la extrañeza de un desconocido, a priori desvalorizado. Y el cristianismo se ha encontrado reducido a más
modestia que en los tiempos de cristiandad. El alto valor espiritual de creyentes de otras tradiciones está
fuera de duda. Los cambios profundos de equilibrios eclesiales, que afectan a las congregaciones religiosas
internacionales, más florecientes en Asia o en África que en Occidente, dan a las jóvenes Iglesias el poder
de enviar a su vez sacerdotes Fidel donum a Europa; nos han arrastrado en un movimiento de cambios
mutuos: así se corrige una visión demasiado unilateral de la misión como envío desde los países de
tradición cristiana hacia las Iglesias de fundación reciente. Algunas experiencias dolorosas han conducido
igualmente a los cristianos a reconocer que el cristianismo no se ha mostrado a la altura del Evangelio de
Cristo... El anuncio de la Buena Nueva no puede ponernos en una posición dominante; nos descubrimos de
la misma pasta, con las mismas dificultades; marcados por los mismos fenómenos, movimientos y
tendencias que quienes deseamos permitir un encuentro con la persona de Cristo.
Pero ¿será solamente cuestión de un cambio de contexto? Se trata de mucho más. "¿[Podríamos] pensar en
el anuncio del Evangelio en el único modo del don, del aporte, de la propuesta a hombres y mujeres que
tendrían todo por recibir, pero nada que decir ni que dar?", preguntaba Mons. Louis-Marie Billé, al abrir la
asamblea de los Obispos de Francia en el 2000. Él proseguía: "Sabemos bien que no existe Evangelio sin
diálogo. No podemos dar todas las respuestas antes de haber escuchado las preguntas. No podemos solo
escuchar las preguntas para las cuales tenemos las respuestas. El diálogo a vivir se sitúa muy por encima de la
relación entre las preguntas y las respuestas. Se refiere a que un mismo Espíritu obra en el evangelizador y
en el evangelizado; y que el primero cuando sepa lo que propone, acepte también ser convertido por aquel
que ha querido escucharlo".2
Tal referencia al Espíritu Santo, «agente principal de la evangelización»3, «el protagonista de toda la misión
eclesial»4, forma parte constante, por suerte, de los últimos documentos del magisterio sobre la misión.
Permite subrayar la obra del Espíritu quien "al mismo tiempo inspira el anuncio y conduce a aquellos que lo
escuchan a la obediencia de la fe"5; que "está presente y actuando entre aquellos que escuchan la Buena
Nueva, incluso antes de que la acción misionera de la Iglesia sea encaminada"6. La misión encuentra así en
la comunión trinitaria y en la comunicación que Dios hace de sí mismo, su verdadero fundamento; Jean Rigal
recuerda que la comunicación de la Buena Nueva "no nace únicamente ni en primer lugar de una necesidad
de los hombres. Surge de una necesidad interior de Dios mismo. Reside en el corazón de Dios, es decir en
el amor trinitario que une al Padre, el Hijo y el Espíritu, que los enlaza, los hace comunicar pero al mismo
tiempo los desborda"7 Entonces, ya no es al único mandamiento de Cristo - "vayan a enseñar a todas las
1
naciones" al cual se refiere; es toda su vida de enviado del Padre y su misma forma de entrar en relación, de
reconocer el Reino ya germinando y obrando en aquellos y aquellas que encuentra, donde se descubre el
secreto del trabajo y de la actitud del evangelizador8.
La Visitación, emblema de La misión
El imaginario de la conquista podría en consecuencia dejar paso a la escena de la Visitación como emblema
de la misión. En esta escena, hay dos personas, María e Isabel, quienes viven un verdadero encuentro; las
dos llevan el anuncio de una fecundidad recibida del Espíritu. Esta vida por nacer, escondida en la una,
entra en resonancia con la vida, anunciada pero secreta que lleva la otra. Las dos figuras de María y de Isabel
pueden inspirarnos; ellas van, la una hada la otra, porque una Palabra hace su obra en ellas y, en el momento en que se
encuentran y se acogen, una resonancia común les ocurre. De ella brota el canto de la fe: es, en Isabel, un grito de
bendición y de reconocimiento, y en María, un cántico de alabanza y de acción de gracias por la obra de Dios. Tal es la
alegría que nos es dada en la misión, cuando semejante comunicación del Espíritu se produce.
La Visitación nos invita a ver la misión como un despertar de resonancias y la viña del Señor como el campo de esas
resonancias. ¿El trabajo del evangelízador no sería dejar o abrir el espacio a las resonancias del Espíritu, a esta sinfonía
que toca el Espíritu Santo entre nosotros y entre quienes hemos sido enviados? Consiste en buscar esta "voz silenciosa"
por la que Dios se manifiesta al prójimo y en él, buscan su oreja. Se dedica a despejar el espacio de resonancia que
permitirá a esta voz ser escuchada y hacerse reconocer. Tiene cuidado de conducir suavemente a aquel que es el
beneficiario hasta saborear la dulce armonía o la vigorosa llamada. Evidentemente, este trabajo demanda diferenciar
entre la voz del Señor y el canto de todas las sirenas embusteras, o detectar, para reducirlos, a los parásitos quienes, tanto
desde el exterior como desde dentro interfieren las ondas...
Quizá alguna vez corrimos el riesgo de olvidar lo que la etimología nos recuerda: la catequesis es un juego de ecos. Y el
Espíritu, comunión viva entre el Padre y el Hijo se despliega en la humanidad, trabaja siempre en estereofonía. Es en
este concierto que la misión encuentra su lugar y su sentido.
Como un vigilante, escuchar el canto del Espíritu
El evangelizador entonces, permanece como el vigilante del Reino en obra. Hace falta para eso escuchar, en el
prójimo, el canto y la llamada del Espíritu. Toda palabra, también la del anuncio, nace de la escucha. Una escucha del
otro, una escucha en el otro. Pero también una escucha en sí mismo. No se trata, por supuesto, de buscar correspondencias entre la relación de Dios conmigo y la que Él ofrece al otro, aún menos de reducir la experiencia del otro a la
mía propia. La melodía del Espíritu es cada vez nueva y no toca nunca exactamente dos veces la misma
partitura. Pero, como toda experiencia de encuentro o de acompañamiento espiritual le hace vivir, no es sino
cuando me sitúo en el lugar del silencio interior donde el Espíritu, que retumba en el corazón, me habla, que
yo puedo escucharle hablar en el otro. El Espíritu que resuena en el corazón de un hermano susurra en el
mío: "Sí, soy yo»". Los ecos de la Palabra y de la obra de Dios en el otro despiertan en mí una resonancia
interior. Dios me habla al hablar al otro; Dios me habla dándome la palabra que dice el otro; y sin embargo,
la Palabra es única para cada uno de nosotros dos. Pero, por este juego de ecos, crea una verdadera
comunión.
Así como Cristo, a diferencia de los fariseos, el evangelizador se sujeta constantemente a la Palabra que
anuncia. Y no desfallece. Contempla la obra de Dios en el mundo. La misión ya no está atestada por la
obsesión de desafíos por levantar, necesidades descubiertas en los otros y que nosotros deberíamos llenar.
A este precio, la Palabra queda viva. Y el enviado sigue siendo un beneficiario. No superficialmente, porque
será gratificado por el reconocimiento de quien dispensa sus servicios, sino porque el evangelio toma un
relieve nuevo y revela las riquezas insospechadas. « Dios habla en lenguas que aún no hemos decodificado »9; descubrimos a nuestro Dios viendo cómo Él se manifiesta a otros, y escuchándoles
pronunciar la palabra que la fe elabora en ellos. El catecumenado, el diálogo y el compartir espiritual
interreligioso, el acompañamiento espiritual, el servicio que no se oculta a los más pobres, toda obra de
evangelización verdadera hace vivir eso. Se nos ha dado sin cesar reconocer que la Palabra, que nos ha
puesto en camino, no nos ha dicho todo aún. El evangelio no deja de engendrar a vivientes10.
El camino nos conduce, entonces, a no disociar más los dos sentidos del término misión; el envío y la unión
al Cristo, van a la par.
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NOTAS
* Sylvie Robert, religiosa auxiliadora, ha enseñado teología dogmática en la Facultad de Teología de Lyón y ha sido responsable de la formación en su congregación. Actualmente, ella reparte su tiempo entre la enseñanza de la espiritualidad en el
Centro Sévres, la labor de acompañamiento espiritual y de formación en el Centro Espiritual Manrèse, en Clamart (Francia).
1
Etudes, n. 4051-2, julio agosto 2006, pp 67- 77.
Conferencia de los Obispos de Francia, Tiempos nuevos para la evangelización, asamblea plenaria Lourdes 2000, p. 21.
3
Evangelio Nuntiandi, n.75.
2
2
4
Redemptoris Missio, n. 21.
Dialogue et Annonce, n. 64.
6
Ibidem, n.68.
7
Jean Rigal, Iglesia en busca del futuro, París, 2003, p 35.
8
Ver por ejemplo Dialogue etAnnonce, n. 21.
9
Jean - Yves Baziou, "Cuando la salvación viene a la iglesia por el extranjero", En Spiritus, n° 1 70, 2003, p. 52.
10
Ver Ph. Bacq, "La pastoral de engendramiento", en Una nueva oportunidad para el evangelio, Bruselas-MontrealParís, 2004.
5
* Sylvie Robert Traducción: Anne Lies Salva
Réf.: Spiritus – edicion hispanoamericana, Año 482, n.187.
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