Todas las cartas que he escrito Querida Raquel: Nunca te conté, por
Transcripción
Todas las cartas que he escrito Querida Raquel: Nunca te conté, por
Todas las cartas que he escrito Querida Raquel: Nunca te conté, por vergüenza, que aprendí a escribir a duras penas para poder mandarte una primera carta de amor. Tú sabes bien lo zote que siempre fui para los estudios y de no haber aparecido tú en mi vida, jamás habría aprendido. Hasta de esa forma, sin ser siquiera consciente, me has hecho bien en la vida. Después de esas primeras letras torpemente escritas, han venido otras miles de cartas y todas llevaban tu nombre. Porque todas las cartas que he escrito en mi vida, han sido para ti. Recuerdo las que te escribía al principio, cuando tan solo me permitías pretenderte, y tu padre, con buen criterio pienso ahora, se oponía a nuestra relación por ser tú aún una niña. Entonces tenía que colarme en misa y, en el tiempo en el que el padre Damián cerraba los ojos o se daba la vuelta en la ceremonia, ir adelantando posiciones con la mirada inquisitoria de media parroquia en el cogote hasta colocarme justo detrás de ti para dejar mi manuscrito en tus manos, oler tu pelo, y desaparecer antes de que alguna vieja arpía me enganchase por oreja. Nunca te he mentido, no he tenido la necesidad de hacerlo, salvo en las postales que te envié desde el frente. Yo sabía que tú notarías rápido que en esas letras faltaba verdad, porque además de bonita siempre has sido muy inteligente pero ¿qué querías que te contase desde aquél infierno de barro y desolación? El resto de la compañía me llamaba “el soldado enamorado” y se reían de mí porque cuando más atronaba el sonido de los morteros explotando, cuando más cerca silbaban las balas, más tranquilo me apoyaba yo en los sacos de arpillera a recordarte como el día que te conocí, cantando. Y al cantar deshacías la distancia, las bombas y las trincheras; y las convertías en arena blanca de playa por la que paseábamos, descalzos. Si mi cuerpo salió indemne de allí fue porque lo quiso la fortuna. Si mi alma sobrevivió, fue gracias a que tú estuviste conmigo. El resto de cartas que escribí en mi vida, todas, siempre fueron para ti. Las que te escribía cada día al llegar a la pensión cuando el trabajo me llevó lejos, las palabras con que te pensaba a plena luz del día, aquellas letras con las que te imaginaba furtivo por las noches, todas las misivas que te enviaba únicamente porque sabía la ilusión que te hacía abrir el buzón y encontrar una, e incluso las cartas que nunca me atreví a enviar y aguardan veredicto escondidas en la vieja gaveta del salón, todas ellas, las escribí para ti. Por eso se hace tan difícil escribirte estas últimas letras. No, no digas nada, ya se que el final está cerca, que aunque bruto y cabezota, también fui siempre bastante espabilado y tú, aunque intentes engañarme con tu párvula boca, jamás supiste mentirme con esos profundos ojos tuyos. Mientras escribo este último adiós, te observo dormitando en el sillón junto a mi cama. No me has dejado solo ni un instante y es precisamente por eso que me parece poco haberte escrito todas las cartas de amor de mi vida, muy poco. Todos los “te quiero” con los que terminaba mis escritos no eran liturgia de la rutina; sino la consecuencia de vivir de la manera íntegra en que tú me enseñaste, sin traicionarse y sin traicionar: decirle a quien quieres que le quieres y decírselo mientras puedas hacerlo. Por eso no almaceno en mi despensa más de un par, porque si no te lo dijera estaría silenciando la verdad. Ahora que veo el final y observo el camino con perspectiva, pienso que te llevo queriendo toda la vida, que volvería contigo sin pensarlo a ser un niño, cuando el mundo empezaba y todo estaba por aprender, y lo haría envejeciendo de nuevo a tu lado, firmando cada noche en tu espalda todo lo que aquí te escribo. Gracias por no sólo haberme cambiado la vida, sino por haberla transformado y a mí con ella. Gracias por quedarte, por quedarte en mis días de luto cuando sólo veía a un extraño habitando unas manos dormidas, las mismas que rezaban a los dioses en los que no creía. Alejas de mí el dolor, has alejado mil veces de mí el dolor. Haces que sobre los párpados insomnes se posen mil sonetos con los que agradecer que siempre hayas creído en mí por los dos. Me tengo que ir, no te vayas a despertar. Ya te acercas, te oigo cantar… Te espero. Te quiero, siempre. Beltrán. Buesa JuntaLetras