El caminante de la Navetierra,Bienvenidos al Paseo Aldrey,Barro
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El caminante de la Navetierra,Bienvenidos al Paseo Aldrey,Barro
El caminante de la Navetierra Es ingeniero e integrante de una cooperativa que se dedica a la bioconstrucción. Referente sudamericano de las Erthships –viviendas que se hacen con materiales descartables y que se autoabastecen de electricidad, agua y gas– está a cargo de la construcción de la primera Navetierra en Mar del Plata. Por Josiana García – Fotos: Jerónimo González Juan Bachi Pilotta tiene pelo largo. Siempre está peinado de la misma manera: como si al despertar, se atara los pelos con lo primero que encuentra sin importarle demasiado las categorías “bien” y “mal” peinado. Vive en una casa que compró en uno de los barrios que rodean al Complejo de la Universidad Nacional de Mar del Plata. En la entrada, unos zapallos se animan a crecer entre pastos un poco largos. Jota, como se lo conoce, no vive en la casa de adelante porque restan hacerle varios arreglos, entre ellos, el techo. Sino en lo que antiguamente fue el quincho de la vivienda. Adaptada a las necesidades de su familia —una hija adolescente y una mujer embarazada— el monoambiente es cálido y en el patio que queda entre ambos edificios se despliega una amplia variedad de montículos de tierra, escombros y herramientas, clásicos de una casa que está en plena refacción. Hay una pila de maderas apiladas contra la pared. Son las estructuras con las que se trasladan los parabrisas de auto. Jota las recuperó de un taller mecánico porque “están buenísimas para hacer un montón de cosas”, según explica. Esa facilidad y fascinación por ver materiales de construcción en vez de basura, es lo que hizo que este ingeniero en electrónica se convirtiera en uno de los referentes sudamericanos de las viviendas llamadas Navetierra (Earthship en inglés) que inventó el arquitecto norteamericano Michel Reynolds. Según earthship.com, el sitio oficial de la empresa que dirige Reynolds, las Navetierras son “edificios radicalmente sostenibles”. Esto significa que son casas que se autoabastecen de electricidad a través de energía solar y eólica; de agua, recolectando y almacenando la de lluvia; y de gas a través de un biodigestor. Además, tienen un sistema de refrigeración y calefacción solar, y cuentan con un vivero en el interior en donde se pueden producir alimentos durante todo el año. “La Earthship es el epítome del diseño y la construcción sostenible porque ninguna parte de la vida sostenible ha sido ignorado”, explican en el mismo sitio web. En esta parte del continente, las Navetierras oficialmente reconocidas por Earthship Biotecture son cinco. En tres de ellas Jota participó de la construcción. Dos en la Patagonia Argentina, y una en un pequeño pueblo a 80 km de Montevideo, Uruguay, en la que además formó parte del equipo de construcción de Reynolds. Está al frente, junto a la Cooperativa Caminantes, de la primera Navetierra que desciende en Mar del Plata, más precisamente en Sierra de los Padres en un predio de 5 hectáreas y con un proyecto de la ONG Prabhupada Seva que nuclea a la congregación Hare Krishna local. Será la casa del doctor, especialista en nutrición, Nicasio Cavilla, que se dedica a la medicina natural ayurveda y que sostiene que “la salud tiene que ver con todo, incluso con dónde uno vive; y parte de una vida saludable es tener una vivienda saludable”. La casa se llama Druvaloka y, a diferencia de las Navetierras anteriores, esta fue adaptada a la economía y la cultura sudamericana y con un equipo de construcción totalmente local. Pero no siempre Bachi Pilotta fue un bioconstructor. Tiene 44 años y hasta hace 7 atrás trabajaba para la multinacional Telefónica a la que ingresó luego de terminar sus estudios en la Universidad pública cuando se recibió como ingeniero en electrónica. Frases como “no era un laburo que iba conmigo”, “tenía el bocho re quemado de Telefónica” y “es una picadora de carne” salen de su boca mientras ceba unos mates luego de una ardua búsqueda de los dos elementos necesarios para tal intercambio: la bombilla y el mate. Abre armarios, remueve pilas de platos, mira atrás de unas botellas con salsa de tomate y algunos paquetes de galletitas. Pero nada. “Los otros días se los prestamos a los albañiles y apareció arriba del techo”. Dice mientras no deja de moverse y reírse. Finalmente, la bombilla apareció adentro de la pileta abajo de algunos utensilios de cocina recientemente lavados. Lo segundo nunca pudo encontrarlo. Desiste de su búsqueda y opta por usar una tacita, en la que cebará los mates durante la siguiente entrevista. Los pasos del caminante. Primero: dejar la Multinacional Juan trabaja en la Cooperativa Caminantes, una organización que formaron a principios de 2012 algunos de los integrantes de la Estación Permacultural de Mar del Plata. La Cooperativa es un grupo multidisciplinario, según su propia presentación, en el que confluyen para “la realización de actividades que aportan al bienestar y a la calidad de vida del grupo y el entorno, como alimentación, cultura, tecnologías socialmente apropiadas, educación y bioconstrucción”. —¿Cómo fue el cambio de la ingeniería en electrónica a la construcción con barro? —En realidad yo era un hombre bien: tenía perro, mujer y laburaba para Telefónica. Los tipos te dicen “ahora te vas a Buenos Aires, después te vas a España. Vas a ser gerente y a ganar una tonelada de guita”. Me habían armado toda una carrera. Y yo pensaba “a mí no me gusta eso”. A mí me gustaba la naturaleza y las computadoras grandes, arreglarlas, meter mano ahí. Llegó un momento en el que les planteé que no me iba a ir a Buenos Aires entonces me dijeron “cagaste”. Me entraron a cortar capacitaciones, no me daban aumento, no me daban permisos. Hasta que llegó un momento que tomé la decisión: me voy de Telefónica. Me puse en contacto con una empresa que conocía en Mar del Plata y me quedé laburando acá. Ahí empecé a ver lo que era la Permacultura porque tenía más tiempo, más libertad. Hasta hace algunos años atrás, el compromiso de Jota con la naturaleza pasaba por buscar libros y documentales sobre el tema. Pero recuerda con precisión la pregunta que le hizo el click. Su hija mayor, que ahora tiene 12 años, miraba un documental de Greenpeace. Interrumpió la proyección y le preguntó: “Papá, ¿Qué están haciendo?”. La respuesta fue la trampa: “Lo que hacen es para mejorar el mundo y la ecología”. “Ahh, ¿y vos qué estás haciendo para mejorar el mundo?”, repreguntó ella. —Yo estaba sentado adelante del televisor y esa noche me dije: “No estoy haciendo una mierda”. Era nada más que hablar con amigos y tratar de convencerlos de cuidar el medio ambiente. Empecé a averiguar por la Permacultura y quién andaba en esa movida porque no conocía a nadie. Me contacté con gente del Movimiento Zeitgeist Mar del Plata, del cual algunos nos fuimos cuando consideraron que el barro no servía porque no era tecnología, y que hacer huerta tampoco servía. De ahí nos fuimos muchos y creamos la Estación Permacultural, de la cual después se desprendió la Coope Caminantes. Segundo: juntarse con otros —¿Qué hacían en el espacio de la Estación Permacultural? —Nos prestaban un lugar en La Rioja y Roca. Era un espacio para probar hacer cultivos orgánicos, construir con barro, hacer estufas rocket, teníamos un calentador solar de agua. Empezamos a aprender y fue cuando me dije que esto no lo quería hacer solamente los fines de semana. Entonces me empecé a meter cada vez más y armamos la Coope entre diez que queríamos laburar de esto. Ahí dejé de trabajar como ingeniero. —En tu formación académica en la Universidad, ¿aparecían temas relacionados a la permacultura? —Nada. Aprendí algunas cosas por mi cuenta. No encontraba espacios, ni amigos, ni gente en común que me diera pelota con eso. Te vas sintiendo medio sólo con el manualcito que te dice lo que tenés que estudiar y de qué tenés que trabajar; y no me podía bajar de ahí porque no encontraba gente que me hiciera la segunda. Y solo la verdad es que no sirve. Lo más groso de la Estación era eso: nos encontramos un grupo de personas que teníamos ganas de aprender de lo mismo y eso es lo que te permite dar un paso. Hay amigos que me dicen que en Telefónica tenia la vaca atada y que bajé escalones. Pero hice lo más fácil: hacer lo que me gusta. Los sacrificados son los que siguen en las empresas multinacionales. Bajé escalones económicos para subir en calidad de vida. Porque aprendí a arreglarme con una guita distinta y vivo más feliz y tranquilo. Tercero: usar Internet como herramienta Un desierto. Y por medio de él un hombre blanco, de canas y pelo largo cruza las áridas tierras en una moto cross que luego se sabrá que hizo andar reutilizando aceite de cocina. Tiene unos 60 años, es flaco y usa anteojos de sol. Se trata de Mike Reynolds. Y el lugar es Taos, Nuevo México, en donde vive en la primera Navetierra que construyó: su casa. Alrededor, hay otras viviendas similares que ayudó a levantar en lo que fue la primera comunidad que fundó en 1990 y que se llama “La Gran Comunidad del Mundo”. Tierras comunitarias, subdivididas, en un lugar en donde en apariencia sólo hay eso: tierra. Ni agua, ni frutos, ni pasto ni animales. Pero que, después de 30 años de investigaciones, pruebas y luchas legales, demostró ser un espacio con infinitas posibilidades porque hay sol, viento, lluvia y basura para reciclar. Las imágenes pertenecen al documental “Guerrero de la Basura” que se estrenó en 2007 luego de que se convirtiera en un referente mundial del movimiento ambientalista. No sólo por la innovación de sus investigaciones, sino porque junto a su equipo viajó a ciudades totalmente arrasados por catástrofes naturales, como las Islas Andaman (India) o New Orleands (EE.UU), donde las Navetierras surgieron como una respuesta posible y efectiva para millones de familias que habían perdido todo. En el desierto de Nuevo México, ese lugar que parecía muerto, Reynolds pudo desarrollar los modelos de Earthship que existen y que reúnen seis características fundamentales: -Construcción con materiales naturales y reciclados. -Colección y almacenamiento de agua de lluvia. -Calefacción y refrigeración con masa térmica y sol. – Producción de alimentos. Tratamiento de aguas grises y negras. – Electricidad fotovoltáica y eólica. Y si bien cada Navetierra es única en su estética, se podría resumir en dos modelos: el “Global Model” que es el más grande y completo en todas sus funcionalidades y cuesta unos 300 mil dólares; y el último modelo que desarrolló Reynolds que es el “Simple Survival” que cuesta unos 15 mil dólares. Ese modelo fue el que se usó en la primera Navetierra de Argentina, la de Usuahia; y la octava que se hizo en el mundo desde que se diseñó. Lo interesante, es que esta versión más económica fue pensada luego de que Reynolds y su equipo de constructores identificaran que sólo el 20% de la población mundial podría acceder a construir el “Global Model” por sus costos. —¿Cuál fue el primer contacto con la obra de Reynolds? —Veía que estaba todo mal y me propuse buscar gente que estuviera haciendo cosas buenas. Entonces apareció el documental “El Guerrero de la Basura”. Y me copé con las Navetierras. El tipo había publicado tres libros, los compré y los empezamos a traducir. Esos libros están en castellano porque un montón de gente se anotó voluntariamente en una página que armé. —¿Cómo fue ese proceso? —Mi laburo era sistemas así que armé una página que llamé navetierramdq. Escanié los libros y los subí gratis a la web y puse “queremos traducir estos libros al castellano para que esta información llegue en español. El que quiera me escribe”. Ahí me contactó un chico de Chascomús y me dijo que él se podía encargar de contactar a los voluntarios, repartir los libros por capítulos, mandárselos. Después nos lo devolvían por mail y nosotros lo compaginábamos. Le mandé un mail a Reynols y le dije “mirá, tu libro está re bueno. Me parece que esto hay que compartirlo. Lo voy a subir gratis a la web”. Nunca me contestó. Cuando lo conocí, la secretaria se reía porque se acordaba de ese mail. —¿Y esos libros se conseguían en Mar del Plata? —No, los compré en Amazon; me tardaron como dos meses. Eran libros baratos. Pero estaban en inglés y no podíamos compartir la información. Después de un año y medio de laburo voluntario tuvimos los tres libros, los subimos y tuvieron un montón de descargas. Hasta el día de hoy hay gente que me escribe y me dice “gracias”. Con esos libros te podés hacer una Navetierra. Oficialmente reconocida por Earthship Biotecture, la primera Navetierra que se construyó en Argentina fue la de Usuahia. Un proyecto que impulsó el actor Mariano Torres y que fue financiado por la Gobernación de Tierra del Fuego y la Municipalidad. En esta Navetierra el Estado puso el terreno, los materiales y herramientas y Reynolds dictó un taller teórico-práctico de un mes, con un costo de 1500 dólares, junto a su equipo de 10 constructores, del que participaron 70 personas de todo el mundo. Actualmente esa Navetierra tiene una función pública. Puede ser visitada por turistas y colegios y es un espacio de difusión de buenas prácticas con el medio ambiente. Durante su construcción, Mariano Torres junto a su mujer, la cantante y actriz Elena Roger, filmaron el documental “Navetierra. Un nuevo mundo en el fin del mundo”. —¿Cómo llegaste a participar de Usuahia? —Un día me llama un flaco, Mariano Torres, que me pregunta si puede pasar por la Estación porque quiere hacer una Navetierra. Era un actor, pero yo la televisión la había apagado hacía seis años y no tenía ni idea. El flaco me dice que vio la página y que quiere hacer una en Usuahia y que si lo ayudaba. Armamos un proyecto para presentar en la Municipalidad; y él, como es famoso y nativo de ahí, tenía toda la palanca. Entonces, al año ya lo había traído a Reynolds a dar una charla. Me dijo que fuera al curso porque me becaban y me iba a encargar de la instalación de paneles solares. Ahí fue el primer contacto que tuve con Reynols y donde aprendí con su equipo a armar toda una Navetierra. —¿Cómo fue trabajar con Reynolds? —El tipo tiene 70 años y empieza a laburar a la 7 de la mañana con la pala y el pico. Entonces es como que perdés esa idolatría porque lo tenés laburando al lado tuyo. Sí aproveché para preguntarle todo lo que se me ocurría. Y también a su equipo. Porque tiene gente zarpada que la hizo de abajo. La verdad es que no se la cree, te va a decir lo que sabe. De esa experiencia, Jota escribió una “Bitácora de la NaveElefanta, construcción de la Earthship de Ushuaia”, un relato detallado, día por día, de su primera experiencia con la Navetierra que se puede descargar de su página web. Después de Usuahia, Jota participó, en El Bolsón, de la construcción de la segunda Navetierra en Argentina. Un emprendimiento privado y en el que fue contratado por los dueños para hacer la instalación eléctrica. Y, un año más tarde, lo llamaron por teléfono y le dijeron que cruzara el Río de la Plata y en tierra charrúa formara parte del equipo de Reynolds para construir la primera escuela 100% autosustentable de Latinoamérica. El pueblo se llama Jaureguiberry, tiene 500 habitantes y está a 80 km de la capital de Uruguay. A diferencia de Usuahia, el financiamiento fue de una empresa y el Estado facilitó las herramientas y el terreno, además de declarar de interés la actividad. Toda la gestión estuvo a cargo de la ONG Tagma integrada por un grupo de amigos que desde hacía 4 años estaban detrás de la posibilidad de construir una Navetierra después de haber visto el mismo documental que Jota. El último paso: el proyecto local Cuando Jota armó el sitio web desde el que se tradujeron los libros de Reynolds, tenía como fin armar una Navetierra en Mar del Plata. Conseguir la tierra, los materiales y construirla con mano de obra voluntaria. “Ese es el proyecto que todavía no pudimos hacer. Un lugar que después sea un museo de la construcción en barro, del reciclado. Un espacio para ser visitado por escuelas en donde se puedan dar charlas sobre el tema. Es un proyecto previo a la Cooperativa y a la Estación Permacultural. Es un proyecto más altruista, aunque todavía no pudimos hacer nada”. Como otros, el doctor Nicasio Cavilla también se vio identificado con el documental de Reynolds. Buscó en internet y vio una nota que le hicieron a Jota. “Es un laburo de un cliente para la Cooperativa que quiere una casa, en este caso, una Navetierra. Un emprendimiento privado”. —¿Por qué decidieron hacer la Druvaloka con la misma modalidad de taller que Reynolds? —Fue una manera de difundir y de financiar. Es una forma de intercambio. Con el taller no se gana plata, se cubren los gastos y se construye a una velocidad mucho más rápida. Participaron 25 personas que vinieron de Tucumán, Córdoba, Trelew, Rio Colorado, Neuquén, Balcarce, Mar del Plata y México. —En concreto, ¿qué significó presupuesto Latinoamericano? adaptar la Navetierra al —Por ejemplo, Reynolds utiliza un aislante que es como un tergopol pero más duro. Cada plancha cuesta 850 mangos. Nosotros lo reemplazamos con ladrillos pet (botellas llenas de material reciclado) y palets. Cero pesos y aísla casi lo mismo. El techo vivo, que es poner pasto en el techo, Reynols no lo utiliza porque vive en el desierto e intenta capturar todo el agua de lluvia que pueda. Acá en Sierra de los Padres no necesitamos eso, entonces vamos a captar con el techo del invernadero pero la parte de las cúpulas las hacemos con pasto y en eso ahorramos muchísima guita y tiempo. La de Usuahia costo 85 mil dólares, la de El Bolsón 90 mil dólares y esta va a terminar costando 20 mil dólares, el mismo tamaño hecho de distintas maneras. —¿Y en cuanto a las energía renovables? —Lo que no se instalaron son los paneles solares que valen como 40 mil pesos. Va a tener uno sólo para hacer funcionar una bomba de agua. Después tiene el pilar de luz enfrente. Le dejamos el lugar preparado por si el día de mañana quiere poner todos los paneles y pegarle un hachazo al cable. Pero si tenés el pilar de la luz y no tenés la plata, enchufate a la red. Hay agua de pozo que está buenísima y que usa toda la comunidad. Para qué vamos a hacer un techo gigante de cemento para colectar agua de lluvia si tenemos agua buena; y para potabilizar el agua de lluvia se usan unos filtros de cerámica y todo un aparato que cuesta mucho. El caminante de la Navetierra sigue su andar. Ahora va hacia el desierto de Atacama, Región de Iquique en Chile. Desde allí lo llamaron para acompañar la construcción de “Pachakuti, la Navetierra del Desierto”. Jota publicó en su Facebook: “La Nave te da sorpresas… Sorpresas te da la tierra… Y así sin pensarlo te pasa que un día te contactan desde ahí y te dicen si te animas al ir al clima desértico de Atakama a planificar una Navetierra. Wikipedia dice que es el desierto más árido y seco del mundo, llueve 1 mm cada 15 años, y hay sectores con 400 años sin recibir lluvia. Es además el mejor lugar del planeta para observar el cielo. Dicen que lo único que crece por ahí es un árbol llamado Tamarugo, yo creo que también pueden crecer las Navetierras”. Bienvenidos al Paseo Aldrey El 28 de octubre se inauguró el “Paseo Aldrey cultural y comercial”. Se trata de un negocio millonario realizado en terrenos fiscales, entregados por el Estado a una empresa a través de un proceso plagado de irregularidades. En este informe, la historia de una concesión que terminó siendo un shopping. Poder real, Estado y derecho a la ciudad. Por Federico Polleri – Fotos: Maximiliano Gutiérrez y Federica González Empecemos con una provocación: el empresario Florencio Aldrey Iglesias puede ponerle a su paseo comercial el nombre que quiera. ¿Quiere ponerle Paseo Aldrey? Puede. Si quisiera poner en la puerta una gigantografía con su cara, podría también. Una vez que el Estado le otorgó la concesión de un patrimonio de dominio público —al igual que cualquier empresario que administra una Unidad Fiscal (como lo hacen en las de la playas, por ejemplo)— puede elegir para el emprendimiento comercial el nombre de fantasía que él quiera. La pregunta no es, entonces, por qué se permitió que el Shopping que emplazaron en la exTerminal de Omnibus de Mar del Plata lleve el nombre del empresario español. La pregunta es por qué se le otorgó a un particular, para su explotación comercial, un bien que le pertenece a toda la comunidad. Muchos quieren que se discuta el nombre. Entonces, quizás, convenga discutir el fondo. Hecha la ley… Una concesión es el traspaso, por parte del Estado, de un bien que pertenece a toda la sociedad hacia manos de ciudadanos particulares, con fines de explotación comercial, por un período determinado. Para otorgar este bien, existen diversos mecanismos. El más conocido es el llamado a licitación: el Estado prepara un pliego con las condiciones del otorgamiento, la inversión base que se deberá realizar, el canon que se tendrá que abonar, entre otros ítems. Una vez que se da a conocer ese pliego, a través de una convocatoria pública, las empresas o particulares interesados se presentan a la licitación y compiten entre sí buscando mejorar la base propuesta. El Estado, luego de un proceso de evaluación de las ofertas de cada participante, elige la que considera más conveniente. Cuando se trata de procesos limpios y ajustados a derecho, el final es abierto y, cual si fuera un certamen televisivo, las empresas competidoras aguardan con ansiedad el resultado. Hace unos años, en el cierre del programa de televisión Talento Argentino, un escribano metió la pata y rompió la magia de la esperada final, anunciando anticipadamente al ganador. Algo parecido ocurrió cuando se incorporó al sistema de concesiones la figura de Iniciativas Privadas. A partir de ahí, un empresario podía, por motu propio, presentar un proyecto al Estado para la explotación de un bien común, garantizándose —si el Estado lo aceptaba— el triunfo en la futura licitación. La ley de Iniciativas Privadas es a las licitaciones lo que el escribano bocón es a los programas de talentos. El mecanismo —creado en la dictadura de Onganía, llevado al máximo y perfeccionado en la década neoliberal y actualizado en la etapa actual— es simple: el particular que presenta un proyecto original es declarado Iniciador. Esto le brinda beneficios y privilegios para la posterior licitación (ventaja de un 5%, y posibilidad de igualar si la otra propuesta es hasta un 20% superadora). En limpio: le garantiza el triunfo con sus potenciales adversarios. Si bien mantienen la figura de la licitación pública, lo cierto es que casi no se conocen casos en los que la empresa declarada iniciadora haya perdido la gran final. Se acabó el misterio: gana o gana el Iniciador. Un caso único en el país La historia de la concesión de la exTerminal de Omnibus de Mar del Plata, otorgada finalmente a Emprendimientos Terminal S.A. (ETSA) para la construcción del monumental Paseo Aldrey, tuvo muchas idas y vueltas. Pero si por algo fue llamativa, además de por la envergadura del proyecto, fue por un aspecto original. No existe en la ciudad, ni en ningún otro lugar del país, un antecedente en el que tres grupos empresarios diferentes presenten en un lapso de 24 horas un proyecto similar, para hacer un mismo negocio, en un mismo espacio público. Martín Colombo era el abogado a cargo de la Procuración Municipal del Partido de General Pueyrredon (cuya misión es asesorar jurídicamente al Departamento Ejecutivo) en el período en que se determinó la suerte del predio. A su cargo estuvieron los dictámenes que evaluaron los aspectos técnicojurídicos de los proyectos presentados y la licitación posterior. Renunció una vez finalizado este proceso y actualmente se desempeña como abogado de forma privada y sostiene una destacada labor académica, con especialización en derecho administrativo. Ahora está parado buscando en la biblioteca de su oficina. Con rapidez elige tres libros ubicados en distintos estantes y los suelta sobre la mesa. Habla con seguridad. —En Argentina hay solamente tres libros escritos sobre Iniciativas Privadas. Ninguno de los tres se refiere a qué pasa cuando hay dos iniciativas presentadas en el mismo día y casi a la misma hora. También hay libros uruguayos, chilenos, españoles y norteamericanos. Ninguno lo prevé. —¿Había algún antecedente? —Con contundencia te digo que no. No no hay ninguno en el país. Tres, dos, uno Las tres propuestas eran éstas: 1. El proyecto de Emprendimientos Terminal SA (en formación), presentado por Jerónimo Mariani y diseñado por él, junto a su socio del estudio de arquitectura Mariani-Pérez Maraviglia (Expediente 18.139-3-2009). 2. El proyecto del Roig Grupo Corporativo, presentado por Alfonso Roig Melchor y Emiliano Giri, diseñado por el arquitecto Cesar Pelli (Expediente 18.193-5-2009). 3. Y el proyecto del Grupo Idear, presentado y diseñado por el arquitecto 18.346-7-2009). Julio C. Almeida (Expediente El tercer proyecto fue el primero en ser rechazado por inconsistencias insalvables en la presentación, lo que dejó en competencia sólo a los dos primeros. Pero el problema seguía: ¿cómo decidir cuál de las dos propuestas que quedaban en juego era la que finalmente se quedaría con el negocio? River-Boca La disputa entre empresarios se tradujo socialmente en una suerte de clásico de fútbol. A pesar de que el oficialismo intentó negarlo durante mucho tiempo, ya la comunidad sabía que detrás del proyecto de ETSA estaba el director del multimedios La Capital, Florencio Aldrey Iglesias. Los sectores políticos y sociales que se oponían a este proyecto, argumentaban que la propuesta del Grupo Roig era más generosa en términos de espacio público, y que había sido diseñada por el tucumano Cesar Pelli, un arquitecto de fama internacional (autor, entre otros edificios, de las famosas Torres Petronas de Kuala Lumpur). Así, se instaló en los medios de comunicación y en las calles marplatenses una rivalidad entre los dos proyectos (Aldrey Iglesias vs Pelli), que incluyó pintadas, juntadas de firmas, movilizaciones, debate en redes sociales y declaraciones de todo tipo. Tanto fue así que, en uno de los dictámenes de la Procuración Municipal, Colombo advirtió sobre “el inusitado contexto de trascendencia mediática, publicitaria, social y política que ha tomado este procedimiento. Que muestra desde hace meses un cariz escenográfico, cuasi electoral, tal vez futbolero, que ha llevado a trasladar la discusión hacia los confines de ámbitos errados y, en cierta medida, trapaceros”. Canté pri La sabiduría infantil del famoso “canté pri” proviene del derecho romano: “Prior in tempore, potior in iure”, que quiere decir “primero en el tiempo, mejor en el derecho”. Este principio fue el que utilizó el intendente Gustavo Pulti para determinar que, de las propuestas presentadas en simultáneo, la declarada Iniciadora fuera Emprendimientos Terminal SA. El propio intendente informó que ningún otro aspecto de los proyectos en juego —características arquitectónicas, cuestiones ambientales, beneficios económicos, etc.— fueron considerados para tomar la decisión. La determinación quedó en manos de los sellos de la Mesa General de Entradas de la Municipalidad de General Puerredon: el 20 de diciembre de 2009, ETSA ingresó su proyecto a las 8:30, mientras que el Grupo Roig lo hizo a las 12:25. Un detalle adicional: si miramos con detenimiento el Expediente, el proyecto de ETSA tiene un sello anterior al de Mesa de Entradas. Lo ingresaron al municipio el día anterior, 19 de diciembre, a las 19:00 (un horario no administrativo). El sello pertenece a la Secretaría Privada del intendente, que está a cargo de su esposa, Lucila Branderiz. Allí lo recibieron fuera de horario administrativo y a primera hora de la mañana siguiente lo hicieron ingresar a Mesa de Entradas, dándole al proyecto la performance temporal que luego le permitiría ser considerado el primero y, por lo tanto, el iniciador. Y el ganador es… En una entrevista con Victor Hugo Morales en Radio Continental, Gustavo Pulti explicó que el criterio de selección fue de acuerdo a “lo que aconseja, desde un punto de vista jurídico, toda la doctrina: que el primero en presentarse es el que debe ser declarado iniciador”. Sobre el final de la entrevista, aseguró —con algún titubeo frente a la repregunta— que Florencio Aldrey Iglesias “no es socio de este grupo”. Para evitar la mentira, el intendente debería haber dicho: “no figura como socio de este grupo”. La realidad es que Emprendimientos Terminal S.A. fue conformada especialmente para la presentación de este proyecto. Según la Carta Intención – Acuerdo Marco para la presentación de Iniciativa Privada (el papel que Mariani presentó para dar cuenta de la sociedad), la misma estaba conformada por Néstor Emilio Otero, en representación de NLD Group SA.; Juan Carlos Zamora, en representación de Plantel SA; Carlos Daniel Consorti, en representación de C.S. Ingeniería SA; Fernando Luis Miconi, en representación de Ingeniero Miconi y Asociados SA; Juan Marcos Cabrales, en representación de Cabrales SA; Miguel Ángel Martínez Allué, en representación de La Fonte D’Oro SRL; y Jerónimo Mariani. El que no figuraba por ningún lado era quien luego se descubriría como la cabeza del grupo: el empresario mediático y hotelero Florencio Aldrey Iglesias, quien —incluso, y a pesar de no estar en los papeles— terminaría poniéndole su nombre al paseo comercial. Con el tiempo, fue el propio diario La Capital quien se encargó de desmentir al intendente. Así lo demuestra la entrevista al escribano Gustavo Crego, publicada el 13 de octubre pasado, en la que se ofrece el testimonio de quien llevó adelante el —muy cuestionado— aspecto jurídico-notarial del proyecto. “La primera etapa fue la formación del grupo como sociedad jurídica y la presentación, preparación y certificación de la documentación del pliego licitatorio. Fue una etapa vertiginosa y en la cual el fundador del grupo, el señor Florencio Aldrey, no sólo intervenía activamente como un técnico de un equipo, sino que fundamentalmente tiene la virtud y habilidad de contagiar el espíritu del esfuerzo”. A confesión de partes, relevo de pruebas: el “fundador del grupo” no figuraba en los papeles. Quien tú sabes “Hay dos cosas —dice el exconcejal Carlos Katz— que suele hacer el Gallego Aldrey: una es no figurar. Y otra es no poner plata”. Katz fue una de las voces críticas dentro del Concejo Deliberante durante el proceso de designación de ETSA como iniciadora. Si bien no consiguió el apoyo del bloque de la UCR al que pertenecía, sí lo acompañaron el representante del GEN, Guillermo Schütrumpf, y el kirchnerista Diego Garciarena, quienes también se opusieron a la designación. De trayectoria radical, con reconocimientos al expresidente Nestor Kirchner (se jacta de haber sido uno de los primeros radicales K) y actualmente de nuevo en la UCR, Katz cumplió funciones en el Poder Ejecutivo durante la intendencia de su hermano, Daniel Katz, y luego en el Poder Legislativo, como concejal entre 2007 y 2011. Desde ese rol denunció las presiones de Aldrey Iglesias para quedarse con la exTerminal y hoy, con la distancia de los años, dice que titularía al procedimiento como “el triunfo de las presiones mediáticas frente a la legalidad”. Actualmente alejado de la función pública, afirma que su posición le trajo altos costos al interior de su propio partido, que tiene la tradición —salvo en su caso— de renovar el mandato de los concejales por lo menos por un período. Ahora apura el café que está tomando y refuerza lo que considera el ABC del manual de procedimiento de Aldrey Iglesias: “Es como la biblia de los negocios que hace el Gallego. Usa su poder mediático, su poder de presión política, pero él no aparece y tampoco pone plata. Él se quiere quedar con el negocio para después buscar inversores”. El principal inversionista que encontró Aldrey Iglesias para su proyecto (cuyo costo se estipuló en unos 106 millones de pesos) fue Néstor Otero, concesionario de la nueva estación ferroautomotora de Mar del Plata y de la terminal de Retiro de Buenos Aires. El problema fue que Otero, mientras crecía la disputa “Aldrey vs Pelli”, fue imputado por “dádivas” en la causa que investigaba al exsecretario de Transporte Ricardo Jaime (causa en la que Jaime fue finalmente condenado, tras reconocer el delito). Por esta razón, Otero renunció a ETSA, dejando al proyecto sin inversores de peso. Finalmente, lo reemplazó el empresario marplatense Alejandro Rossi, propietario de la cadena de ropa deportiva y con fuerte presencia en el mercado inmobiliario a través de la construcción de edificios en la ciudad. Néstor Otero también integró otra Sociedad Anónima atribuida a Aldrey Iglesias (y en la que éste tampoco figura). Se trata de Arena del Atlántico SA, la empresa que en 2014 se constituyó mediante un trámite express (también con la intervención de la escribanía de Gustavo Crego) para comprar el diario El Atlántico —única competencia en papel que tenía el diario La Capital— y vaciarlo. Pero los cambios en la sociedad no fueron lo más desprolijo de Emprendimientos Terminal SA. Lo más desprolijo fue que la empresa, al momento de presentarse como iniciadora, tenía una singularidad: no existía. Más que flojo de papeles El Ejecutivo municipal, a través del secretario de Planeamiento Urbano, José Luis Castorina, consultó en reiteradas oportunidades a la Procuración Municipal sobre cuestiones jurídicas vinculadas a los proyectos presentados. El objetivo era construir argumentos y legitimidad para fundamentar la decisión que iban a tomar. Como todas las presiones caían sobre la Procuración, los asesoramientos de Colombo fueron en general descriptivos, antes que conclusivos, dejando en manos del Poder Ejecutivo la decisión final. Esa ambigüedad de los dictámenes (al hacerse públicos, los dos contendientes lo citaban para darse la razón) no impidió que, en algunas de las consideraciones, la Procuración no haya dejado lugar a dudas. Por ejemplo, en lo referido a los problemas de papeles de ETSA. “En su presentación inicial —señala el dictamen—, Jerónimo Mariani alegó representar a Emprendimientos Terminal SA (en formación), mas no acreditó tal circunstancia. Al no haber acompañado documentación respaldatoria de su afirmación”. Por requerimiento de la Comisión de Recepción y Análisis de Iniciativas Privadas, recién el 20 de abril de 2010 (es decir, cuatro meses después de haber ingresado el proyecto al Municipio), Mariani presentó el acta constitutiva y el estatuto de Emprendimientos Terminal SA (en formación) y copia de la constancia de inicio del trámite de inscripción de la Sociedad Anónima ante la Dirección de Personas Jurídicas de la Provincia de Buenos Aires. En este aspecto, el dictamen de Colombo fue lapidario: “Entiendo que hasta el momento de esta última presentación, Emprendimientos Terminal SA (en formación) no existía como tal. No era persona jurídica. Ni estaba en formación”. Repasemos: la elección de la empresa de Aldrey Iglesias como iniciadora privada se realizó con el argumento de que llegó primero. ¿Cómo llega primero una empresa que al momento de llegar no existe? Uso público y patrimonio cultural Los dos proyectos eran parecidos. Una parte destinada para el espacio cultural, una parte para un shopping y un estacionamiento subterráneo. Había dos cosas que los diferenciaban: el diseñado por Pelli era más generoso en términos de espacio público, planteando una plaza abierta; mientras que el de Aldrey Iglesias proponía abrir la calle Rawson y destinaba menos metros cuadrados al sector cultural. Más allá de estas diferencias, estaba claro que ambas iniciativas proponían un shopping o, como eligieron llamarlo, un “paseo cultural y comercial”. No fue por casualidad que eligieron esa denominación. Existía una limitación legal para llevar adelante el proyecto que pretendían: el artículo 2 de la ley nacional 25.166 de 1999. En este artículo dice claramente que la transferencia del predio de dos hectáreas, delimitado por las calles Alberti, Las Heras, Garay y Sarmiento, donde funcionaba el inmueble —declarado de interés patrimonial— “Terminal Sur del Ferrocarril Sud” (obra del arquitecto belga Jules Dormal) había sido cedido por el Estado nacional a la Municipalidad de General Pueyrredon “para ser destinado al uso público como bien cultural de interés patrimonial”. El municipio lo aceptó de conformidad a través de la ordenanza 13.127, en la que ratifica los términos de esa transferencia. En el asesoramiento del 30 de marzo del 2010, la Procuración Municipal alertó sobre este compromiso legal, advirtiendo que “además de los recaudos de admisibilidad —de las iniciativas presentadas— debe considerarse como presupuesto o requerimiento sustancial el destino de uso público, como bien cultural de interés patrimonial, asignado al predio sobre el cual recae la propuesta” (las cursivas son del dictamen original). A pesar de todas estas limitaciones legales, la Municipalidad permitió que en el predio recibido en donación como bien de uso público se construyera el actual shopping “Paseo Aldrey”. ¿Quién es el padre de la criatura? La concesión pública es producto de un proceso evolutivo sobre tipos jurídicos que provienen de la antigua Roma y llegan hasta el Estado moderno. Pero la figura de Iniciativa Privada es mucho más reciente. En la Argentina, tiene su origen durante la dictadura de Juan Carlos Onganía, que sancionó el Decreto-Ley 17.520 en 1967 “para la construcción, conservación o explotación de obras públicas…”. Unos veinte años más tarde, la presidencia de Carlos Menem, en pleno despliegue del modelo neoliberal, promovió la extensión de la iniciativa privada a toda la actividad económica. En 1991, a poco de asumir su período democrático en la Intendencia de Mar del Plata, Mario Russak (quien había sido comisionado político entre 1978 y 1981, designado por el gobernador de facto Ibérico Saint-Jean, durante la dictadura de Jorge Rafael Videla), sancionó la Ordenanza 8.366 para favorecer y habilitar las Iniciativas Privadas en la ciudad. En 1997, Menem firmó el decreto 635, que modificó el de Onganía, convocando la adhesión de los gobiernos provinciales, para su implementación definitiva en los municipios. En agosto de 2005, el presidente Nestor Kirchner y quien era su Ministro de Economía, Roberto Lavagna (hoy referente del espacio liderado por Sergio Massa), anunciaron la firma del decreto 966 con el objetivo de “estimular la participación privada en inversiones en infraestructura”. Finalmente, en 2008 y mediante la Ordenanza 19.203, la gestión de Gustavo Pulti se adhirió al Régimen Nacional de Iniciativa Privada. Cánones irrisorios Una vez que el intendente designó al iniciador, se elaboraron los pliegos para la licitación en la que ETSA tendría todas las de ganar (y, por supuesto, ganaría). Previo al llamado, en un intento por legitimar el cuestionado proceso (que llegaría incluso a enfrentar controversias judiciales), el Poder Ejecutivo envió al Concejo Deliberante los pliegos para su evaluación. En el mismo no se preveía el monto del canon que debía pagar el futuro concesionario. Y aún cuando no lo especificaba, sí indicaba que tendría un período de gracia de 6 años y que debería incrementarse un 10% anual, un porcentaje de actualización irrisorio si lo comparamos con la inflación (ese mismo año, el municipio aumentó a los vecinos las Tasas por Servicios Urbanos en un 24%). Finalmente, al presentarse a la licitación, ETSA ofreció un canon de 19 millones de pesos por los 30 años de concesión: divididos, serían unos 52 mil pesos por mes, por un mega shopping que tendrá para alquilar 130 locales comerciales, 6 salas de cines, área de juegos infantiles, patio de comidas y estacionamiento cubierto para 450 automóviles. En abril de 2014, ya con Aldrey Iglesias como ganador de la licitación y la construcción del mega proyecto en marcha, el bloque de concejales de la UCR —a través de la edil Cristina Coria— presentó un proyecto de ordenanza en el que proponía beneficios impositivos para proyectos de inversión en “actividades vinculadas en forma directa con el turismo receptivo (…) o de puesta en valor o refuncionalización de inmuebles declarados de interés patrimonial”. Proponía que, a estos casos, se les exima de pagar Tasas municipales “hasta un cien por ciento (100%) del monto de las inversiones”. La propuesta de la UCR parecía hecha a la medida de Emprendimientos Terminal SA. Fue una muestra más de lo transversal, en términos políticos, que puede ser el poder real. Irregularidades legalizadas —Eduardo, te escribo para pedirte si tenés bibliografía sobre Iniciativas Privadas. Es para un informe que vamos a publicar en Revista Ajo. —Hola. Justo ese tema es el “estado de la cuestión” de mi tesis, que debo comenzar a escribir en estos días. No hay mucho material. Bienvenido al tren fantasma. El arquitecto Eduardo Layus hace muchos años viene estudiando y denunciando lo que denomina “formas desmaterializadas de apropiación del territorio”, tema sobre el que actualmente está escribiendo su tesis de grado para licenciarse en Sociología. Layus está convencido de que las iniciativas privadas son “irregularidades legalizadas”. Sostiene que estas figuras son una “estrategia política de transferencia de áreas significativas de la ciudad y bienes públicos considerados de alto valor simbólico, económico, patrimonial y ambiental, para su explotación por parte de capitales privados”. La pregunta que nos propone hacernos es cuánto hubiese tenido que desembolsar ETSA si hubiese tenido que adquirir las dos hectáreas de la exTerminal en el mercado inmobiliario. Según él, con estas reglas de juego las empresas se terminan quedando con activos públicos de valor extraordinario por períodos de tiempo que superan una generación (30 años, prorrogables a 10 más) “sin necesidad de adquirir el dominio sobre la tierra y a cambio de cánones de explotación irrisorios y que terminan siendo licuados por los vaivenes de la economía”. El poder real En estas elecciones, una vez más, Florencio Aldrey Iglesias logró que casi la totalidad de los candidatos se rindan a sus pies. A excepción de Alejandro Martínez, el resto de los candidatos a intendente de la ciudad ha hecho declaraciones o realizado gestos para congraciarse con el empresario mediático. Gustavo Pulti, Lucas Fiorini y Pablo Farías recorrieron las obras del Paseo junto a Aldrey Iglesias, como mostraron las fotografías de rigor. Y aunque en esta oportunidad desde el diario La Capital no apoyaron la candidatura de Carlos Arroyo, el intendente electo también ha realizado declaraciones sumisas en elecciones anteriores, como cuando fue candidato a intendente por el duhaldismo: “Ojalá hubiera más Aldrey Iglesias en la ciudad (…) uno ve cómo dejó el hotel Provincial y es para hacerle un monumento”, afirmó. Un caso particular fue el del empresario y político Emiliano Giri, quien era el vocero del Grupo Roig Corporativo, la firma que perdió la designación como iniciadora frente a ETSA. Giri es gerente regional de la empresa de Pagos RIPSA, concesionario del balneario Mariano (también de dominio público) y diputado provincial electo por el macrismo, además de haber sido el jefe de la campaña de Carlos Arroyo. Se hizo conocido por insinuar en un móvil televisivo su evasión a la AFIP en su viaje al mundial Brasil 2014. Respecto del proceso de designación de la empresa iniciadora, Giri realizó declaraciones a Radio Continental en 2010, en donde dijo estar decepcionado por la decisión del municipio de excluir a la empresa que representaba: “Indiscutiblemente uno de los dos proyectos ha tenido mucha más capacidad de lobby que el otro”, argumentó. El testimonio fue una confesión. Admitió haber hecho lobby… insuficientemente. Pero su declaración, además, demostró otras dos cosas: que el lobby es la manera natural en que el sector privado se relaciona con el Estado. Y que, a veces, para competir con el poder real, no hay lobby que alcance. El derecho a la ciudad Hay un movimiento relativamente reciente que sostiene que sólo el marco más progresista del derecho urbanístico puede aportar un ordenamiento legal superador en el desarrollo de las ciudades de América Latina. Buscan superar las limitaciones liberales del derecho civil y administrativo, cuestionando las normativas “exclusionistas” dominantes, en las que se inscriben figuras como las Iniciativas Privadas. Sus referentes sostienen que es necesario otro tipo de intervención estatal y formas más desarrolladas de control social en los procesos relacionados con el suelo y la propiedad. Al respecto, el reconocido geógrafo David Harvey ha sido uno de los más lúcidos promotores de un debate internacional sobre el llamado “derecho a la ciudad”. “Todos nosotros somos, en cierto modo, arquitectos”, plantea Harvey en su libro Ciudades Rebeldes. “Individual y colectivamente, hacemos la ciudad a través de nuestras acciones cotidianas y de nuestro compromiso político, intelectual y económico. Pero, al mismo tiempo, la ciudad nos hace a nosotros”. Para el geógrafo, la mayoría de las injusticias que se dan en las ciudades son consecuencia de valores y presupuestos del sistema político, económico y cultural dominante. “Si es aquí donde conducen los derechos inalienables a la propiedad privada y al beneficio, no los queremos. Nada de esto produce ciudades que respondan a nuestros anhelos más profundos, sino mundos de desigualdad, injusticia y alienación. Estoy en contra de la acumulación ilimitada de capital y de la concepción de los derechos que la permite. Otro derecho a la ciudad es necesario”, sostiene. Y concluye: “El derecho a la ciudad no es el simple derecho a acceder a lo que los especuladores de la propiedad y los funcionarios estatales han decidido, sino el derecho activo a hacer una ciudad diferente, a adecuarla un poco más a nuestros anhelos y a rehacernos también nosotros de acuerdo a una imagen diferente”. Barro, tal vez La construcción de viviendas con materiales naturales dejó de ser cosa del pasado. La práctica se perfeccionó y levantar paredes con tierra cruda es una alternativa sustentable al cemento y el ladrillo hueco. En los partidos de General Pueyredon y Mar Chiquita, la técnica se usa pero no está reglamentada: dos ordenanzas esperan su aprobación. Por Andrea Pérez Calle – Fotos: Pablo González Cuando decidió construir su casa de tierra cruda, Ricardo se bancó que lo tildaran de pobre, de hippie, de sucio y antiprogreso. Escuchó a expertos de salón hablar con la soberbia de quien se olvida que realmente no sabe. Que la vinchuca, que el mal de chagas, que los techos caídos, que las paredes se diluyen y que el perejil te crece en el cuarto como le pasaba a tu papá. Ricardo escuchó siempre sin levantar el dedo índice. No iba a desplegar, con voz de compadrito, los postulados de la sustentabilidad, el medio ambiente y las falacias de la edificación convencional. No. Para Ricardo Tamalet no se trata de jugar al pan y queso de las argumentaciones teóricas con los prejuiciosos del barro. La estrategia es otra, porque con la construcción natural se trata de ver y hacer para creer en las transformaciones. Y Ricardo cambió: hace unos pocos años abandonó la barra de los expertos de cafetín y se puso a levantar paredes de tierra cruda. Había que probar. Algo había que hacer. El nacimiento de su hija lo llenó de preguntas. Y todas las respuestas traían la misma explicación: “Las cosas, así como están, no se sostienen mucho más”. Ricardo empezó por casa, literalmente. Hoy dicta talleres en su vivienda de barro en Santa Clara del Mar, en ese hogar como él gusta llamarle- que es punta de lanza para demostrar el perfeccionamiento de la técnica y la necesidad de promover, también desde el Estado, la bio y autoconstrucción. La historia de Mariana López, otra constructora natural, no se distancia mucho de la de Ricardo, aunque tiene ribetes propios. En Barcelona, producto del casi obligado exilio del 2002, estudió Proyecto y Dirección de Obra en Diseño Interior. En criollo, diseñadora de interiores. Gracias a un trabajo práctico en el que analizó los materiales naturales de las construcciones africanas se chocó con las bondades del barro. Flasheó, recuerda ahora desde su departamento de La Perla. Al poco tiempo, viajó a El Bolsón; hizo un curso de diseño en Permacultura y nada volvió a ser lo de antes. Regresó al país, se radicó en Mar del Plata y conoció la Estación Permacultural. Desde hace dos años integra “Caminantes”, la única cooperativa dedicada a la biocontrucción en la ciudad. Además de la convicción por generar cotidianos sustentables, Ricardo y Mariana comparten una misión colectiva: que se apruebe una ordenanza, en el Partido de Mar Chiquita y en el de General Pueyrredon, que reconozca la técnica como alternativa de construcción e involucre a los Estados municipales en su fomento y práctica. Hasta el momento, pese a los intentos, ninguno puede contar el fin de la lucha. Los proyectos están en veremos. Qué es la construcción natural Una definición sencillita y acotada de construcción natural dice que es el modo de levantar estructuras en base a materiales naturales, es decir, materias primas sin procesar. Dependiendo de la zona y el entorno, aparecen la piedra, la madera, la paja, la tierra, el bambú, la arena y la arcilla. El ladrillo hueco, el aluminio y el cemento son, junto a otros, muestras de lo contrario: materiales industriales con costos de elaboración y alto impacto ambiental. Eso usamos en la Argentina y casi todas las casas de las grandes ciudades tienen cimientos grises. Pero la técnica en nuestro país, en comparación a la de materiales naturales, es relativamente nueva: en el sur, en el norte e incluso en el interior de la provincia de Buenos Aires hay tradición en la construcción en barro. “La idea es prestar atención al entorno para identificar qué materiales nos ofrece y qué técnica es más conveniente utilizar. El sol es una fuente genuina y natural de energía y todo debe girar en torno a él. Entre otras cosas, porque es fundamental para reducir el consumo de energía. Podemos levantar estructuras mixtas, por ejemplo con barro, chapa y madera; también con paja encofrada y ladrillos de adobe. Todo depende del espacio y de quién vaya a ser la vivienda. Cada casa es particular porque cada persona llega con sueños, con cualidades y con un montón de cosas que hay que saber recibir y transferir a esa estructura. No hay casa en serie. No se trata de venir y pagar. Acá es diferente”, anticipó Mariana. Ricardo agregó otra idea interesante: “La construcción natural tiene en cuenta a la persona viviendo adentro, no afuera. No es la casa para la foto y qué linda que queda. Es para el tipo que vive adentro. Eso es algo que la construcción convencional y en serie, todas igualitas, no contemplan. Más si no tenés poder adquisitivo”. Una parte del todo A todo esto, ¿qué es eso de la Permacultura? Un término que acuñó Bill Mollison en Australia en la década del 70 y que da sentido a un “sistema de diseño para la creación de medioambientes humanos sostenibles”. “Como herramienta, es ante todo un cambio de percepción. Es crear sistemas organizados que estén al servicio del hombre pero también cuidando los recursos, haciendo prevalecer la diversidad y la cooperación de todos los elementos que ponemos dentro de nuestro micro espacio”. Como explican desde el centro de Investigación, Desarrollo y Enseñanza de Permacultura (Cidep) “la palabra en sí misma es una contracción, no solo de agricultura permanente, sino también de cultura permanente, pues las culturas no pueden sobrevivir por mucho tiempo sin una base agricultural sostenible y una ética del uso de la tierra”. Así que la construcción natural es parte de la Permacultura. Para Ricardo Tamalet, del grupo “Arquinatural”, es una “excusa”. “La construcción natural no es sólo levantar paredes. Es construirnos como individuos, como comunidad. Vamos tejiendo otros vínculos. Es una excusa para un cambio que va mucho más allá. En mi rectángulo de 20 por 30, donde está mi casa y mi parque, soy lo más sustentable posible. Tengo biodigestor para el tratamiento de los residuos antes de que entren al pozo ciego. Tengo huerta, tengo composta para generar humus, recupero agua de lluvia, hago un tratamiento de aguas jabonosas con lo que sale de la ducha y el lavarropas y tiro muy poca basura a la calle: una bolsa por semana, como mucho. Claro que lleva otro tiempo, pero enseguida lo asimilas. No vivo para eso, sino que vivo con eso. Empecé con una pared y luego vinieron otros cambios. Un efecto dominó. Sin ser extremistas o meramente filosóficos, se puede arrancar por algunas cosas”. Con las manos en la tierra Para llegar a la casa de Ricardo hay dos opciones. O se descarga un mapa de Santa Clara del Mar o se baja la ventanilla e interrumpe a un peatón. -Disculpame, ¿la casa de barro? -Agarrá Mónaco y de ahí dale un par de metros. La vas a ver. Y sí, el señor de bigotes y short de Huracán tenía razón. La ves: a mitad de terreno, inclinada hacia el sol de mediodía, dos plantas con postes de madera, un techo vivo (con pastito) y un balcón a medio hacer. A un costado del lote, lo que quedó del último taller: moldes, tierra acumulada y como 40 adobes secando. Más al fondo, aparece la huerta, el compos y las totoras que se alimentan de las algas que desprende el tratamiento de aguas jabonosas que llegan de la ducha y el lavarropas. Dos baldes de grandes dimensiones recuperan agua de lluvia para regar. En el deck, piedritas amontonadas: ellas servirán para el invernadero que, no sé bien cómo, ayudará a calentar la casa en invierno. Demasiada nueva información para una bicha de ciudad. – ¿Por qué barro de nuevo? -Hace muchos años compramos un modelo. Pero nuestros abuelos construían así, con adobe, porque no tenían poder adquisitivo para poder construir de otro modo. Luego llegó el progreso, como algunos le dicen, y empezamos a tener plata para comprar ladrillos. Hoy decís que vas a construir en barro y te señalan de pobre. El barro es de pobre. Y es mentira. Dos generaciones pasaron y robustecieron la idea de que hay que comprar ladrillos para construir casas, sin saber si es mejor que lo natural, sin conocer el impacto ecológico que genera y creyendo que nos van a construir una casa mejor. Así se perdió el conocimiento. Pero nuestra generación empezó a dudar de que esos materiales industriales fuesen mejores y arrancamos a buscar. Reencontramos el barro, que es tierra cruda, greda o colorada, mezclada con otros componentes naturales o minerales. – ¿Qué ventajas tiene construir en barro? -No generás escombros. Mezclas tierra, paja, arena y viruta y eso se cae al pasto, se degrada y vuelve a formar parte de la tierra. No tenés pilas y pilas de escombros, de hierro, de metales, que quedan y van al basural como relleno. La tierra cruda es más térmica y aislante que el ladrillo hueco común. Ecológicamente hablando, el ladrillo de adobe (ladrillo hecho de barro y tierra compactada manualmente) no necesita energía eléctrica, ni gas, ni fuego para hacerse, como los convencionales. Y eso genera, desde el vamos, menor impacto ambiental. La mayor ventaja de la tierra como material de construcción es que es higroscópica: absorbe y desorbe la humedad. Entonces tu casa de barro respira, las paredes nunca se sellan. Y eso permite que adentro no tengas humedad o tengas el porcentaje que permite que las mucosas no se resequen. Saca la humedad que sobra en el ambiente y permite entrar la necesaria. En una casa de barro nunca vas a tener humedad. – Y en términos vinculares, ¿qué genera la construcción natural? -Propone otro sistema de relaciones porque detrás hay una ideología, una forma de tener en cuenta al otro, hay compromiso, otras sensibilidades. Normalmente en la construcción natural se convocan a mingas, que son instancias en la que todos llegan a ayudarte a hacer tu casa. La palabra minga viene de minka que es cuando hacemos todos por el bien del otro. En Bolivia, en Perú y en el norte argentino eso se usa. Se comparte el proceso. Es llamativo ver cómo la gente no para de trabajar porque te dan muchas más ganas con materiales de barro. Mientras habla, Ricardo recorre el patio y encuentra lo que quiere mostrar: un colector solar en plena ejecución. Sí. Así se denomina a ese caño negro de PVC recubierto con botellas de plástico que por acción solar calienta el agua hasta a 60 grados en pleno invierno. “Es para ahorrar energía. Este colector hace que calientes el agua previo paso al calefón o termotanque. Reducís el gasto y uso de esos artefactos. Uno se va dando cuenta cómo puede reducir el consumo energético. Todo parte de preguntarse qué hacemos y qué se puede hacer”, deslizó Ricardo, muy sueltito de cuerpo. A contramano, la que escribe empezaba a sentirse una porquería: siempre luces prendidas al cuete, una hornalla encendida sin uso, el calefactor al mínimo “por las dudas”, el ventilador en 12 cuotas chupando energía para que el altillo, de estructura convencional, deje de parecerse a un horno pizzero. Cuántas cosas podrían evitarse, pensé para tranquilizar la culpa. La toma de consciencia tiene eso: o te vuelve responsable y hacedor o te recuerda, siempre, que estás derrapando. Es una decisión que lleva tiempo. Por dónde empezar Siguiendo la definición de Ricardo, que la tomó de Jorge Belanko, una referencia nacional en la materia, la construcción natural es una excusa para alterar los órdenes establecidos de consumo y vinculación con lo natural, con el entorno y el medio ambiente. Sin embargo, a muchos todavía nos parece marciano pensar en una casa de barro. Precisaríamos excusas previas, anteriores a la construcción natural. A un año de la implementación de la separación de residuos, aún nos hincha tener dos tachos y dos días distintos de recolección. Cuando Mariana volvió de El Bolsón, viendo que la sustentabilidad era un camino posible, atravesó el dilema y las contradicciones de lo urbano: cómo implementar en el cemento los principios de la permacultura. “Se trata de dar pasos pequeños y seguros. Lo primero que hice fue un compostador para convertir desechos en tierra negra. Lo podes hacer en un pozo o en un cajón. También podes tener una huerta. Yo vivo en departamento y en varios cajones tengo mis verduras. Y también podes intentar el residuo cero. A casi todo se le puede dar una segunda vida. Hay que buscarle la vuelta porque está”, asegura Mariana y lo que dice es perfectamente constatable: en sus dos ambientes de La Perla hay reciclado, hay compostado, hay generación de alimentos y todo está en perfecto orden. “Es cuestión de generar nuevas costumbres. No te lleva ni más ni menos tiempo tirarlo en un tacho o en el otro. Tampoco poner lo orgánico en el compos. Es una cuestión de actitud, de querer hacerlo. Cuando mucho hay que asumir que no se quiere, pero no excusarse en el tiempo”, razona la constructora. El recuerdo, los prejuicios y la vuelta del barro Cuando Mariana le contó a su papá que construiría casas de barro, ganó por respuesta el desquicio. Cómo podía ser que su hija, con lo que a él le había costado esa “casa de material”, quisiera recuperar la técnica de los abuelos. Cómo podía ser. Acaso se había olvidado de la vinchuca, el polvo y la pobreza. Antes las casas de barro no se hacían por consciencia ambiental. Eran la salida económica y autogestionada a la urgencia de un techo, sobre todo en el campo. “Por eso que el barro levanta la memoria de la gente, con lo bueno y con lo malo. Mi papá tiene 72 años y nació en una casa de tierra cruda; un matrimonio con caballos ayudó a mis abuelos a levantarla. Charlamos y miramos muchas nuevas estructuras de barro. Ni él la podía creer. Ahora se hacen buenas terminaciones, hay revoque fino, hay pinturas, hay confort en el barro. La técnica se perfeccionó y eso es lo que precisamos difundir y hacer saber”, explica Mariana, mientras un Power Point de fondo contaba La Muralla China, ponele, como una de esas estructuras de barro “milenarias”. Tamalet refuerza: “El prejuicio es ignorancia. Es lo que quedó en el inconsciente colectivo por lo que ocurría hace 60 o 70 años. Mantenimiento precisan todas las casas. Roturas hay en todas las casas. Bichos, si se abandona la construcción, aparecen en cualquier tipo de vivienda”. Dónde está, el Estado dónde está Maxi es balcarceño, se recibió de abogado y trabaja en un estudio cooperativo. Como a la gran mayoría de los treintañeros, ni en su casa ni en la escuela le enseñaron a separar basura, reciclar materiales o pensar en clave de sustentabilidad. Por entonces, a decir verdad, parecía no haber urgencia de cuidar nada. Fue de grande que Maxi Álvarez empezó a “enrroscarse”. Con esa palabra él sintetiza el proceso a través del cual, con todos los entretelones del “nuevito”, se somete a reeducación: aprende a sembrar y cosechar, a amasar con harina integral, a valorar “lo orgánico” y hacer una “quincha” (pared de barro con estructura de caña o madera y relleno de barro y botellas de plástico). Maxi está entusiasmado. Se prepara para lo que viene: su casa de tierra cruda. Pero antes, da pelea por otra cosa: la aprobación de una ordenanza que elaboró, junto a compañeros de Caminantes, Patria Grande y la Estación Permacultural, para que en el Partido de General Pueyrredon se avale y reglamente la bioconstrucción. En una lucha similar andan los constructores de Mar Chiquita. Palabras más, palabras menos, los articulados buscan lo mismo: el reconocimiento estatal a la práctica tradicional para que se agilicen los trámites y planos, para que se dejen de aprobar casas por excepción y para que se promocione la técnica y multipliquen las instancias de formación entre inspectores y vecinos, para impulsar procesos de autoconstrucción asistida por profesionales. La mano de obra calificada, como reconocen los propios constructores naturales, “escasea en la zona”. “No hay prohibición expresa, pero querer hacerse una casa de barro termina siendo engorroso en los papeles, porque quienes tendrían que aprobarlos (Dirección de Obras Privadas) desconocen del tema y sus particularidades. Tampoco hay personal de inspección capacitado para avanzar sobre el aval de los planos y ni te cuento, en este contexto, lo que conlleva la conexión a los servicios domiciliarios. Todo esto desalienta la construcción natural, cuando es una técnica noble, económica, que genera un impacto social positivo y que bien serviría a los municipios para empezar a paliar el déficit habitacional”, explica Maxi. La hipótesis del joven abogado cobra más sentido si se tienen en cuenta los datos que arrojó el censo de 2010. Según esos datos, en el Partido de General Pueyrredon, que después de La Matanza y La Plata es el tercer conglomerado urbano más importante del territorio bonaerense, viven 618.989 personas, 54.933 más que en 2001. En total, como reveló el estudio nacional, en Mar del Plata y Batán existen 307.977 viviendas: 201.039 están ocupadas y 106.938 -más de un 30%- cerradas gran parte del año. En un informe publicado en el vaciado diario El Atlántico, se agregaba que en esos diez años se incrementaron en un 16% los hogares en el Partido de General Pueyrredon: los 176.162 de 2001 pasaron a ser 209.794 en 2010. De ese trabajo se desprende, además, que sólo 606.163 personas, de las casi 619.000 que habitan ambas ciudades, viven en un hogar. El resto lo hace en la calle o en instituciones de encierro, asistencia o minoridad. Visita guiada por un Concejo ¿desinteresado? A diferencia de los constructores de Mar Chiquita, que estiman que antes de fin de año su proyecto de ordenanza empezará a ser tratado en comisiones, los de Mar del Plata siguen esperando. Hace casi un año repartieron por los bloques copias del texto que impulsan. En el camino se encontraron con “de todo”, como cuenta Maxi, y no es difícil de imaginar. Por un lado, dieron con la concejal emocionada. Casi que prometió teñir a Mar del Plata de marrón. A los meses se le licuó la excitación y ahora pareciera ni acordarse que tuvo entre manos un proyecto de ordenanza que ella misma iba a presentar y que promovía la bioconstrucción en el Partido de General Pueyrredon. Por otro lado, se toparon con el edil “palo y a la bolsa”. “Esto cuánto sale, qué beneficios trae, lo bancamos si el resto lo banca”. La charla duró unos pocos minutos. Y todos sabemos de quién se trata. No faltó, por supuesto, el concejal que convirtió a la entrevista con los constructores naturales en un interrogatorio cuasi policial. Junto a su asesor, “parecido a Pinedo” -recuerda Maxi- admitieron su temor a que Mar del Plata se convierta en un epicentro de la vinchuca y el mal de chagas. Sin remate. Luego, por suerte, conversaron con ediles que elogiaron la medida y que prometieron acompañarla. Pero por ahora eso no podrá comprobarse: no hay legislador que haya aceptado ingresar el proyecto al recinto. Si finalmente el Partido de General Pueyrredon reconoce la técnica de la bioconstrucción pasará a integrar el listado que hoy componen, en la provincia de Buenos Aires, Coronel Suárez, Bahía Blanca y Ayacucho. En este último municipio, no sólo se aprobó y reglamentó la construcción natural, sino que además se levantó un biocorralón (para la elaboración de adobes) y se empezó a utilizar la técnica -promovido por el Estado- para la edificación de casas sociales y repoblamiento de los pueblos de la zona. Cuarenta años no es nada Se cumplieron cuatro décadas de la aprobación de la ordenanza del Bristol Center. La de los tiros en el Concejo. El proyecto prometía una obra faraónica, con piscina, cines, salas de juego y tres pisos de galerías comerciales. Nunca se terminó. El gobierno local apuesta a un plan de expropiación. Los propietarios esperan una mejora estética y que la Suprema Corte defina una demanda contra la constructora. Por Ramiro Melucci – Fotos: Pablo González Sobre un papel amarillo y con una birome azul, el hombre escribe números. Le salen de memoria: 334, 550, 96 y 225. Al lado del 334 anota “Torre B”. Al 550 le pone “cocheras”; al 96 “locales” y al 225, “Torre C”. Después apunta la suma: 1.205. “Eso es lo que hay”, comenta. Y más abajo dibuja un 1.800 y lo encierra en un círculo. “Eso -vuelve a comentar- es lo que debía haber”. El hombre es Jorge Urrizaga, que durante más de 15 años formó parte del consorcio de administración del Bristol Center, y está hablando del total de unidades funcionales que tiene ese complejo entre los departamentos, el apart hotel, las cocheras y los comercios. También de las que figuraban en el proyecto y no se construyeron nunca. Para eso muestra un boceto de cómo hubiese quedado de haber sido terminado tal como fue planeado. Se ven tres torres imponentes, una galería que las conecta a la altura del décimo piso y tres niveles (los primeros) con espacios comunes. La comparación con lo que verdaderamente hay en esa manzana, ubicada entre las calles San Martín, Buenos Aires, Rivadavia y Entre Ríos, es inevitable: dos torres, tres pisos con estructuras a medio terminar, hierros oxidados y comercios de ropa y comida que venden mucho pero atraen poco. Pena. La comparación termina dando pena. “Esto lleva 35 años abandonado. Es una vergüenza”, dice casi resignado Roberto Schleider, que conoce como pocos la historia del abandono porque en 1968 su padre le alquiló un comercio en la Galería Bristol. Propietario de dos cocheras, cuenta que tanto los subsuelos como los departamentos están “perfectamente construidos”, asegura que “no hay riesgo de derrumbe como muchos creen” y reclama una mejora del aspecto de los locales y la fachada: “El problema no es lo que está hecho, sino lo que quedó a medio hacer”. *** Dueña de un pasado de lujo y sofisticación, la manzana que comprendía el Boulevard Patricio Peralta Ramos y las calles San Martín, Rivadavia y Corrientes padeció una decadencia progresiva desde 1930. Allí se erigió el Bristol Hotel, donde solían alojarse las familias aristocráticas de Capital Federal que llegaban a Mar del Plata a veranear. Golpeado por la crisis del 30, el hotel cerró sus puertas en 1944, y sus amplios salones fueron divididos en los locales comerciales de la Galería Bristol. Dos décadas después, la manzana fue a remate. El 23 de julio de 1966, la firma Atarisco la compró por 100 millones de pesos. Para entonces ya se hablaba de un proyecto para construir una torre de 30 pisos con dos cines, una confitería, una galería de arte, una sala teatral, una de conferencias y hasta una guardería infantil. La obra fue autorizada por el comisionado municipal Pedro Martí Garro -gobernante de facto de la ciudad durante buena parte de la dictadura que en el país inauguró Juan Carlos Onganía en 1966- e iniciada por la constructora Nicolás Dazeo. En 1969, el emprendimiento pasó a manos de las firmas Fundar SA y Construir SA, propiedad del empresario David Graiver, el mismo que después compraría Papel Prensa y sería considerado “el banquero de los Montoneros”. Los nuevos constructores pensaron un proyecto más ambicioso, con tres torres y un centro cultural, y empezaron con la promoción y la preventa de los departamentos. Fue entonces cuando lo bautizaron Bristol Center. Pero no estaban a salvo de la polémica: las torres generarían un cono de sombra sobre la playa Bristol. “Por eso, a poco de comenzada la obra, las áreas técnicas del municipio desaconsejaron su continuidad”, apunta el licenciado en Historia Juan Ladeuix. En efecto, la obra fue interrumpida. Los propietarios de los departamentos se pusieron en alerta. “Son ellos los que en el 73 le empezaron a meter reclamos al gobierno socialista -liderado por el intendente Luis Nuncio Fabrizio- para que siguiera la obra”, cuenta Ladeuix. Claro que la decisión no era fácil: “Tradicionalmente, los socialistas se habían opuesto a la construcción de edificios altos frente a la costa”. Hubo que negociar. “Se logró bajar la altura y reglamentar nuevamente las torres”, recuerda el exconcejal Juan Carlos Cordeu, que formaba parte del bloque oficialista del Concejo Deliberante. El consenso alumbró un nuevo proyecto. El complejo estaría compuesto por tres subsuelos para uso de cocheras, un basamento integrado por tres niveles destinados a la radicación de locales comerciales, esparcimiento y actividades socioculturales, y tres torres dispuestas entre sí en forma triangular. En las negociaciones, el Ejecutivo se aseguró la donación un auditorio de 370 metros cuadrados y de un salón exposiciones de 390. Pero al gobierno municipal todavía faltaba algo: la aprobación en el Concejo del proyecto ordenanza. de de le de *** Los nueve disparos perforaron los discursos. Uno de ellos pasó a centímetros de la cabeza del secretario del Concejo, Alberto Peláez. La mayoría de los balazos se incrustaron en uno de los rincones del recinto. Por lo menos uno alcanzó el techo. Todavía hoy, 40 años después de la sesión legislativa más escandalosa que se recuerde en Mar del Plata, se pueden apreciar las marcas de los tiros en las paredes. En la sesión extraordinaria del 5 de diciembre de 1974 estaba en debate el proyecto oficial para seguir la ejecución del Bristol Center. Anunciada para las 19.30, recién empezó una hora más tarde. Hasta las 21.30 los concejales expusieron sus argumentos. Las posturas eran parejas: el socialismo y un sector del peronismo apoyaban el proyecto impulsado por Fabrizio, en un contexto de alarmante falta de trabajo en la industria de la construcción; otra fracción justicialista y el radicalismo consideraban inaceptable el cono de sombra que proyectaría el edificio sobre la playa Bristol. El clima se fue poniendo espeso a medida que transcurrían los discursos. El peronismo estaba en ebullición. Los obreros de la construcción, liderados por Miguel Ángel Vasconcellos, respaldaban la obra. El bloque del Frejuli (Frente Justicialista de Liberación), la rechazaba. “Esto es una estafa a la población, una perturbación a los planes de la reconstrucción nacional que sustenta el gobierno del pueblo, y una escandalosa y sucia tramitación administrativa, lo peor de este gobierno socialista”, llegó a acusar el jefe del bloque, Luis Omoldi. La barra expresaba esa división: estaba poblada por peronistas que estaban a favor y peronistas que estaban en contra. El discurso que detonó el escándalo fue el de Rodolfo Santamaría. El concejal del bloque federal elogió al creador de su partido, el oficial naval Francisco Manrique, y como por arte de magia unió en un instante a los dos sectores justicialistas, que comenzaron a insultarlo y a cantar la Marcha Peronista. Fueron diez minutos en que sólo se escucharon estribillos alusivos al movimiento creado por Juan Domingo Perón. El presidente del Concejo, el socialista Ricardo Junco, optó entonces por convocar a un cuarto intermedio. El recreo no consiguió aplacar los ánimos. Al reanudarse la sesión, los insultos a Santamaría continuaron. De pronto se vio avanzar a un pequeño grupo con un afiche de la presidenta Estela Martínez. “Sigámosla”, decía. “Que lo pongan, que lo pongan”, coreaban algunos. Cuando lo estaban por hacer, el secretario del Concejo salió decidido a impedirlo. Junto con algunos asistentes, Peláez forcejeó con los simpatizantes peronistas y pareció querer destruir el afiche. No era inusual para la época: unos y otros portaban armas. Enseguida una mujer fue agredida y cayó al suelo. Casi en simultáneo se oyó el primer disparo, que por milagro no alcanzó a Peláez. El tiro provocó un desbande generalizado. Desde la barra, otros dos hombres blandieron sus armas de grueso calibre y abrieron fuego. Un agente policial vestido de civil respondió con disparos para arriba. Había gritos de espanto. Sillas que volaban al recinto. Intentos desesperados por guarecerse. Entre los que buscaban devolverle la calma al recinto estaba Antonio Gilardi, hoy secretario general del sindicato de municipales. En esos años era policía. Acallados los disparos, en la barra no quedaba casi nadie. Fueron unos minutos en los que pudo pasar cualquier cosa, pero sólo hubo heridos por golpes de puño. “Estamos para cumplir un mandato popular que no debe interrumpirse. Que estos hechos de vandalismo no se repitan”, dijo Junco, el presidente del Concejo, cuando a las 22.10 reanudó la sesión. El debate se extendió durante horas y la definición no pudo ser más ajustada: 12 concejales votaron a favor, otros 12 en contra. A la 1.40 del viernes 6, después de una jornada que el radicalismo calificaría como “la más vergonzosa de toda la historia del Concejo Deliberante”, Junco desempató con su voto positivo. Por motivos obvios, esa sesión es la más recordada. Pero, como apunta Ladeuix, a comienzos del año legislativo había habido otra con fuertes cruces de acusaciones por el Bristol Center: “Ya ahí los socialistas mostraron su intención de que el proyecto prosperara, con el argumento de que el grupo inversor le iba a dar a la municipalidad un auditorio”. *** “La aprobación implicó que se otorgaran condiciones excepcionales para lo que era el área. Esa zona de la ciudad tiene un alto valor simbólico: es parte del área fundacional de la ciudad, donde ha habido intervenciones urbanas de distintas escalas”, reflexiona la presidenta del Colegio de Arquitectos, Julia Romero. La obra continuó hasta que llegó la dictadura y todos los bienes y compañías de Graiver fueron expropiados por la Comisión Nacional de Reparación Patrimonial. Con el retorno de la democracia, los derechos volvieron a la empresa Construir. Es decir, a Lidia Elva Papaleo, la viuda de Graiver. El hotel fue terminado en los primeros años de la década del 90, cuando el presidente de la sociedad ya era Diógenes Alfredo de Urquiza Anchorena, el apoderado de Papaleo, que hoy sigue siendo el principal referente de la firma. Para Romero, el Bristol es el mejor ejemplo de lo que un emprendimiento sin el estudio debido le puede generar al espacio público de la ciudad. “Como estuvo configurado, trajo un perjuicio y no un beneficio. Justamente porque está arrojando sombras sobre la playa. El proyecto inconcluso le generó un deterioro a la calidad ambiental de ese sector de la ciudad que es prácticamente irreparable”, interpreta. De lo que no se habló más fue de la donación del auditorio y el centro de exposiciones que la constructora debía hacer al municipio. La que se permitió preguntarlo fue la Defensoría del Pueblo en un pedido de informes que elevó en agosto al Ejecutivo municipal, en el que también interrogaba sobre la vigencia de los permisos de construcción y la posibilidad de disponer su caducidad. No hubo respuestas. El defensor Fernando Rizzi tampoco tuvo suerte cuando, en sus años de concejal, propuso la construcción de una marquesina unificada o falsa fachada para uniformar colores y diseño; cerrar con portones los espacios que no se usan, ocultar los hierros y las obras inconclusas y hacer murales para mejorar la estética del lugar. Por eso su queja es recurrente: “El gobierno municipal no ha mostrado interés en hacer más prolijo el entorno”. *** “Te tenés que encargar del Bristol Center”. Un domingo a la tarde de hace tres años, el intendente Gustavo Pulti llamó por teléfono a Alejandra Martínez para darle esa orden que con tono amable buscó disfrazar de pedido. Martínez se había convertido hacía poco en la primera diputada provincial salida de las filas de Acción Marplatense, que llegó a la banca a través de la lista del Frente para la Victoria. La orden-pedido de Pulti buscaba que Martínez se abocara a armar un proyecto de ley de expropiación del Bristol Center. La diputada lo obedeció, pero a medida que avanzaba se iba topando con obstáculos inusitados. Cuando solicitó en la Dirección Provincial de Catastro la valuación fiscal del inmueble, le respondieron con un informe en el que figuraban las tres torres del Bristol. Es decir que aparecía hasta la Torre A, que nunca se construyó. Eso no fue todo. En el municipio no hubo forma de hallar el plano de mensura. Martínez llegó a ofrecer un equipo de búsqueda que rastreara los sectores de la municipalidad en que se creyera que pudiera estar el expediente. Pero no hubo pistas. Lo mismo le había pasado diez años antes al entonces concejal Eduardo Pezzati, impulsor de una ordenanza que creó una comisión mixta para reordenar el Complejo Bristol Center: nunca consiguió el expediente inicial. “Se dice que la dictadura lo hizo desaparecer”, arriesgó un exconcejal que los buscó junto con Pezzati. El complejo está conformado por el Edificio Bristol Center (San Martín 2110), de 24 pisos; el Bristol Condominio Apart Hotel (San Martín 2150), de 18; la Galería Bristol (Rivadavia 2179), comercios en el resto de la manzana y unas 550 cocheras subterráneas distribuidas en tres niveles. Los primeros tres pisos que están sin terminar correspondían, como la planta baja, al sector comercial. El proyecto de expropiación, que Martínez tiene casi definido y prometió presentar en enero, no apunta a tirar todo abajo como se hizo con la manzana 115. Sólo se derribaría lo que está inconcluso y se le daría un uso público a la planta baja. En otras palabras: lo que se va a transformar es el sector de los comercios. “Si pensamos a futuro -observó Martínez- la idea es que queden las dos torres, el espacio público y las cocheras”. La legisladora asegura que lo más importante del proyecto ya lo tiene: son los informes de arquitectos e ingenieros que determinan que, si se derriba lo que se piensa derribar, no se verá afectada la estructura del edificio. “Todas las cuestiones técnicas las tenemos resueltas. Sólo nos faltan algunas cuestiones de forma”, apuntó. “El objetivo es poner en valor la zona”. El Colegio de Arquitectos colaboró en la redacción de los argumentos de la iniciativa. “Parte de los fundamentos están basados en lograr una intervención que potencie y jerarquice el espacio público, que lo articule con la Plaza del Milenio y la Peatonal San Martín. Además, hay que garantizar los accesos a los edificios y la conexión con las cocheras. La posibilidad de intervenir de una manera adecuada los sectores que quedaron inconclusos probablemente descomprima el lugar y permita cambiarle la cara”, estima Romero. Lo que todavía no está del todo claro es qué se piensa hacer después de la expropiación. “Somos defensores de los concursos de arquitectura -subraya la presidenta del Colegio-. Llegado el caso, creemos que habría que llamar a un concurso de ideas para obtener propuestas que contemplen la creación de espacios públicos abiertos y cerrados para complementarlos con las áreas comerciales, porque la zona es netamente comercial. También podría haber lugar para desarrollar actividades culturales. Es un tema que merece mucho estudio”. Si a esta altura algo parece unánime es que la obra sin terminar es una postal del abandono. Sólo parece. “Debido a estar situado en un lugar privilegiado, el entorno que rodea al Bristol Condominio Apart Hotel combina el relax de la playa, la diversión del Casino Central con la excitante vida comercial y cultural de la Peatonal San Martín”, promocionan los dueños del hotel en su página de internet. Y siguen: “La Plaza Colón y la Plaza del Milenio forman parte de un espacio verde que se completa con los canteros lindantes que jerarquiza de gran manera el entorno paisajístico del sector costero”. Se ve que la unanimidad no es tan fácil de conseguir. *** Urrizaga fue uno de los propietarios que, durante algunos años, logró sacarle poder a Construir en las decisiones del consorcio. Al ser dueña de las 225 unidades del hotel y de otras en los distintos sectores del complejo, la empresa dominaba a su antojo las asambleas de propietarios, desde donde nunca surgía una exigencia para que se terminara la edificación. “La cantidad de problemas que genera la obra inconclusa es enorme. Se desprenden materiales, se acumula agua en las losas que están por encima de la planta baja y se filtra a los locales y las cocheras. Cuando llueve se forman lagunas que caen como cascadas en la vereda. Hay locales a los que no puede entrar nadie porque cae un chorro de agua”, enumera Urrizaga. “Un problema permanente es el desprendimiento de mampostería”, acota Schleider, que no hace mucho vio la caída de un trozo de material en plena Peatonal San Martín. “Creo que la municipalidad tiene que tomar cartas en el asunto para que caduque el derecho de construcción”, sugiere. En 2003, luego de cambiar el administrador del consorcio, los propietarios presentaron una demanda millonaria contra la empresa por incumplimiento en la terminación de la obra. Asesorados por el abogado Alberto Gabás, allí sostuvieron que la finalización “decorosa, urbanística y estética” del complejo contribuiría al cese de las filtraciones y la caída de materiales, así como a la terminación de fachadas, espacios comunes, galerías y entradas, “pues el dinero reclamado se destinaría a esos fines”. No olvidaron decir que faltan obras comunes “relacionadas con la infraestructura ofrecida y pagada”, entre las que mencionaron una piscina, confiterías, ascensores, pasillos, pintura, una entrada común, un solárium, salas de juego, una galería comercial, dos cines, el salón de convenciones, fachadas, entradas y servicios eléctricos. La causa tuvo un fallo adverso en primera instancia, pero el 4 de agosto de 2009 los jueces de la Sala Primera de la Cámara de Apelaciones en lo Civil y Comercial del Departamento Judicial Mar del Plata fallaron a favor del consorcio. La constructora no se resignó y presentó un recurso extraordinario ante la Suprema Corte de Justicia de la Provincia de Buenos Aires. Desde entonces Leandro Gabás, hijo del abogado que formalizó la demanda, contesta con las mismas tres palabras cuando en las reuniones de consorcio los propietarios le preguntan por la causa: “No hay novedades”.