18 para los que vivimos rodeados por el asfalto. Sin embargo
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18 para los que vivimos rodeados por el asfalto. Sin embargo
para los que vivimos rodeados por el asfalto. Sin embargo, nuestra mirada se vuelve burocrática cuando estamos cerca de ese hermoso volcán y pasa mucho tiempo sin que lo veamos. Lo mismo sucede cuando miramos un edificio y no podemos imaginar nada adentro. Es necesario transformar nuestro modo de percibir para salirnos de la trivialidad, del estereotipo, de la vacuidad y, sobre todo, para perderles el miedo a las críticas de quienes viven empantanados en esa mirada. 3. LA NEGOCIACIÓN CON UNO MISMO A partir de todo lo que hemos conversado hasta aquí, lo que está en el inicio de la cuestión es la negociación primera, la que hacemos con nosotros mismos. La negociación con uno mismo es el elemento esencial en todo el proceso de toma de decisiones, porque es la antesala de la negociación que se realiza con las otras personas, cuya colaboración es necesaria para alcanzar un objetivo o un resultado determinado. La negociación con uno mismo es un concepto poco desarrollado por quienes se ocupan del tema, ya que no es vista como negociación y se la llama “toma de decisiones”. Esta forma de denominarla nos crea la ilusión de que el proceso es bastante simple y directo, y que depende exclusivamente de nosotros. Por otra parte, la palabra “decisión” parece dar una idea de mayor eficiencia y rapidez, y está estrechamente vinculada a la palabra “ordenar”. Ambas, “decidir” y “ordenar”, nos dan la sensación de poder, de poco o ningún condicionamiento y hasta de cierta omnipotencia. La palabra “negociación”, en cambio, puede remitir a la sensación de depender en mayor medida de la decisión de otros. Tal vez por ese motivo nos produce un cierto rechazo o prevención, y para evitarla, intentamos convertirla en decisión. Cuando sentimos que tenemos muy poco poder y le atribuimos a la otra parte el máximo de ese poder, provocamos una situación contraria a nuestros intereses: la decisión, la orden, la tiene la otra parte, y nosotros nos preparamos para aceptarla. Una forma de salirnos de estas visiones maniqueas es ver ambas situaciones como un proceso global interactivo, entre nosotros y otros, presentes físicamente o no, ya que la mayoría de las veces son introyecciones de nuestras percepciones actuales y pasadas que nos pueblan y condicionan en ambos procesos por igual, sin que nos demos cuenta. ¿Cuánta influencia tiene en “nuestra decisión” lo que consciente o inconscientemente creemos que desearía u opinaría nuestro jefe? ¿Cuánta influencia tiene en nuestra negociación con el otro lo que creemos que le gustaría a nuestra pareja? O pensemos en situaciones más lejanas, como aquello que aprendimos de nuestros padres en la niñez y que todavía nos 18 acompaña, sin que nos demos cuenta y sin haberlo modificado, porque nunca llegamos a analizarlo. Pensemos también en situaciones de máxima libertad, por ejemplo, ese momento en el que decidimos ir a cenar y luego al cine. Cada decisión estará influenciada por hábitos aprendidos a lo largo de nuestro desarrollo; de ahí que repitamos una y otra vez la misma conducta. Desde esta perspectiva, podemos afirmar que siempre estamos negociando, porque siempre estamos decidiendo, aun en el caso en que decidimos no decidir, y también estamos negociando con otros, estén o no presentes, porque son figuras introyectadas que influyen sobre lo que hacemos y sobre lo que dejamos de hacer. Somos seres interdependientes: nuestros deseos, creencias y necesidades se relacionan con los de los otros, esos otros que nos “pueblan” y que influyen en nuestro vivir. Para poder negociar mejor o para tener la real posibilidad de hacerlo, necesitamos imperiosamente ser conscientes de este complejo proceso. La conciencia nos permite dudar, salirnos de nuestras conductas automáticas, desafiar nuestros miedos y percepciones para poder ampliar nuestra visión. Al mismo tiempo, esta conciencia de la complejidad del proceso nos ayuda a abandonar la omnipotencia, la soberbia y la agresividad, al facilitarnos llegar a la aceptación de que la esencia gloriosa de “ser humanos” es este camino que se va haciendo al andar, entre la chispa divina y nuestros límites desafiados, aceptados y respetados. Siguiendo este recorrido, podemos decir que nuestro elemento natural es el conflicto, entendido éste como esa tensión entre deseos y posibilidades, que están compitiendo con otros deseos y con otras posibilidades. El acuerdo logrado en una negociación es una síntesis provisoria que nos permite salirnos temporalmente del conflicto o, por lo menos, así lo creemos, y de esta manera, podemos entonces elegir un camino, una acción, dejando de lado otras posibles o probables. En este sentido, la negociación es un alivio. Cuando la cerramos (ese cierre es siempre provisorio) podemos tomarnos un recreo. • La libertad ¿Cómo se articulan el tema de la libertad y los condicionamientos de su ejercicio? No hay una respuesta universal para esta pregunta. Porque el grado de libertad está condicionado por la imaginación, la creatividad, el conocimiento, el coraje, por nuestros miedos y nuestro cansancio, por las fortaleza, por las preguntas y por las respuestas.... Lo que sí podríamos pensar como una regla práctica es que, en términos generales, solemos tener más libertad de la que nos atribuimos y menos de la que deseamos. Al partir de esta hipótesis, es probable que nos formulemos nuevas preguntas que nos ayuden a ampliar el margen de libertad que creíamos tener inicialmente, sin tratar de convertirnos en dioses. 19 Cuando nos animamos a hacernos preguntas que resquebrajan nuestros paradigmas, podemos dar un salto cualitativo en el ejercicio de esa libertad y enriquecer así nuestro proceso de negociación. De este modo, construimos una nueva creencia que es más rica que la anterior, a la que, más adelante, podremos volver a cuestionar. También es posible verlo desde el otro extremo, cuando nuestros ataques omnipotentes nos llevan a ejercer conductas temerarias que son el producto de una compulsión en la que prácticamente, como en el caso del bebé, no hay una verdadera elección porque no hay libertad. El ejercicio de la libertad requiere pausas, análisis, reflexión y creatividad, atributos a los que no solemos acceder cuando nos instalamos en los extremos de nuestras conductas: en el miedo que nos paraliza o en la compulsión que nos lleva a la acción imprudente. • Los límites y lo sistémico ¿Hay en general un enfoque restrictivo de la negociación? Yo entiendo a la negociación en el sentido más lato posible. Si hiciéramos los recortes habituales de lo que comúnmente llamamos negociación, nos perderíamos la enorme complejidad y profundidad que tiene este tema en nuestras vidas. Es importante poder enfocar la negociación desde un punto de vista sistémico. Considero que un pensamiento restrictivo es, básicamente, un pensamiento equivocado que necesitamos cuestionar y remover. Si nos quedamos fijados en el enfoque tradicional, lineal y simplista, perderemos la posibilidad de comprendernos a nosotros mismos y a los demás. ¿Qué significa entender la negociación desde el punto de vista sistémico? El enfoque sistémico, el enfoque holístico, no nos garantiza que vayamos a comprender todo, pero nos habilita la posibilidad de explorar la realidad en el sentido más amplio y más espacial de la palabra. Precisamente, esta exploración espacial y dinámica es apasionante y sobrecogedora a la vez. Cuando nos asomamos a ella nos sucede lo mismo que a los astronautas y a los astrónomos: exploramos el espacio y nos salimos del mero territorio. Así, logramos ponernos en contacto vivencial con el infinito, con nuestro infinito y el infinito de los otros, con el misterio. Se amplía la visión, la percepción, el alcance, las posibilidades y, al mismo tiempo, la humildad y el miedo. El conocimiento puede crecer en forma aritmética, al mismo tiempo que la percepción de nuestro desconocimiento crece en forma geométrica, exponencial. ¿Esta falta de límites puede producir el temor a aprender? 20 Quizás algunos, por miedo, se resistan a escapar de su propio territorio. Los tranquiliza el límite. Tal vez sea muy difícil vivir sin él. Por eso hay personas que sólo pueden sentirse bien en su casa; otras, se acomodan en el barrio; algunas, en su país. Son pocas las que “viven” realmente en la tierra, y no sé si existen las que se “sienten” con frecuencia integradas al universo en el que habitan. • Tener razón ¿Por qué te parece que le dedicamos tanto tiempo a “tener razón” en nuestras conversaciones? ¿Es un modo de mantener el control de la situación? Me parece que esto sucede porque lo ligamos con la autoestima. Si tenemos razón, nos vemos de una manera positiva, nos sentimos poderosos, inteligentes y más valiosos que el otro. El no tener razón nos debilita frente a los demás pero, sobre todo, perturba la imagen que tenemos de nosotros mismos. Querer tener la razón es un claro síntoma de la visión competitiva en nuestra relación con los otros, justamente, porque aspiramos al triunfo de la misma manera que lo hace un deportista, ya que para él el ganar se convierte en un certificado de superioridad frente a sus rivales. La discusión y la sobresimplificación están muy relacionadas con este tema del tener razón. La metáfora del deporte es una simplificación. En casi todos los juegos hay un ganador y un perdedor. Sin embargo, estos juegos responden a un diseño simple, aun en aquellos en los que está contemplada la posibilidad del empate. En cambio, cuando dialogamos estamos en una actitud diferente porque nos sentimos compañeros de una exploración de algo que, a priori, sabemos que es complejo y tan intrincado que no se deja apresar por el diseño preconcebido del juego con reglas. En buena medida, la simplificación elimina o minimiza temas arduos que no tienen nada que ver con que la pelota de tenis haya picado sobre el fleje o unos milímetros más afuera. En una negociación, ¿cuáles son los flejes?, ¿quién los determina?, ¿podríamos generar un diseño tan preciso? Y si lo hiciéramos, ¿no correríamos el riesgo de quedar atrapados por lo concreto dejando de lado la posibilidad de explorar y crear juntos nuevas alternativas? El tener razón es el equivalente a quedarnos con lo más evidente porque está en la superficie. Profundizar significa tratar de ver lo que no se ve. Y esto está directamente relacionado con los diferentes conceptos de negociación, espacial o territorial. 21 En la negociación territorial podemos tener razón. En la espacial, no imagino esta categoría. En cambio, crece una categoría diferente que es la de mayor o menor valor creado por los negociadores en ese diálogo exploratorio que basa su riqueza en la complejidad y en la falta de límites. Los elementos se modifican. Podemos compararlos con ese encendido minúsculo de los motores de la nave que está orbitando en el espacio y necesita desplazarse en un lugar en el que no existe la fricción de la atmósfera. Es otro el diseño de los vehículos, el tipo de combustible y el medio por el cual se desplazan. Pero para poder realizar un viaje equivalente, en la negociación es necesario superar las primeras capas del tener razón, de la intimidación y del propio miedo disimulado para poder así navegar en un diálogo inteligente y creativo, en el que verdaderamente nos sintamos compañeros de ruta de lo que vamos explorando y creando. Jugar otros juegos es lo que nos habilita nuevos procesos, nuevos aprendizajes y nuevos resultados. • Negociación posicional, por intereses y espacial ¿Cómo se relaciona esto con la negociación posicional y con la negociación por intereses, el famoso win-win que viene de la escuela de Harvard? Creo que el pasar de la negociación posicional a la negociación por intereses significa algo así como pasar de volar en un avión con motor a pistón a volar en un jet. Es un adelanto enorme, ya que de alguna manera aumentan la velocidad, la eficacia y la eficiencia pero permanece la idea de ver la negociación como algo restringido, aunque más amplio. Es un proceso en el que se ha logrado una mayor flexibilidad al pasar de las posiciones (trincheras) a los intereses, concepto que en su esencia es mucho más flexible y rico. Considero que el pensar la negociación desde el punto de vista espacial, nos habilita a dar un salto cualitativo importante: poder vernos en esa otra negociación (tal vez la más difícil) que es la que hacemos con nosotros mismos para producir decisiones o posibles cursos de acción. En esta tarea de poner el acento en ese universo menos explorado, surge con toda naturalidad la idea de que el otro es sólo lo que yo alcanzo a distinguir a partir de lo que observo. Y este relativismo subjetivo es el que permite generar un vínculo de cooperación más activo, porque tenemos menos certezas acerca de quiénes somos y de quién es el otro. Desde esta duda, es posible encarar el proceso de una manera más confortable, como colegas y cómplices de la aventura de crear nuevas combinaciones, a las que seguiremos llamando negociaciones, pero considerablemente alejada de aquellos estadios más competitivos, en los que gran parte de nuestra energía está destinada a dominar a la otra persona y a evitar que ella nos domine. Desde esta perspectiva, es más fácil construir una unidad que nos incluya a los que estamos negociando y a los que soportan las consecuencias de nuestra 22 negociación. Empezamos a tener un mayor nivel de responsabilidad con respecto a lo que estamos haciendo, ya que aumenta la percepción de las consecuencias de nuestros actos y de lo que implica nuestra pericia e impericia como negociadores. No es lo mismo entender la negociación como un simulacro de guerra de trincheras (de posiciones) o como una combinación de intereses estrechamente relacionados con lo más evidente, que entenderla como un acto creativo, a priori sin límites. El artista, lo sepa o no, juega con el infinito mientras está creando porque con pocos elementos, como pueden ser las notas musicales y los silencios, o la gama de colores que nos da el espectro óptico, transgrede esa primitiva escasez y se proyecta hacia algo nuevo, cuyo valor agregado a veces nos conmueve. En la negociación posicional, la búsqueda de seguridad se hace, sobre todo, a través del control. En la espacial, esa búsqueda de seguridad se construye en el bien hacer creativo y no ofensivo. En este sentido, se parece al comienzo de un romance en el que todo nuestro cuerpo y nuestro espíritu vibran, porque se combinan el deseo de estar con la otra persona y las infinitas posibilidades que la situación implica. La negociación posicional, en su aspecto más enérgico, es el equivalente a la lucha en una separación de bienes. Entre estos dos extremos está la gama de negociaciones posibles. Las que se acercan a la confianza, a la esperanza, a las posibilidades abiertas y a la creatividad que entusiasma; las que favorecen el diálogo creciente y estimulan la inteligencia de las partes pues generan la sensación de no tener límites. En el extremo opuesto, está esa otra conversación que nos pone alertas, que activa el estrés y nos lleva a seleccionar hábilmente estiletes con los cuales herir y desenergizar al otro, para sentir que le ganamos y proteger así nuestro narcisismo con el manto del éxito. • Lo innegociable ¿Qué se quiere decir cuando se afirma que algo es innegociable? Lo que se quiere decir, lisa y llanamente, es que no lo queremos negociar. Pero como a veces cuesta asumir el máximo compromiso, que es decir que “no queremos”, se lo reemplaza por el “no se puede”. Así, nos despersonalizamos y eliminamos el compromiso de la elección. Reemplazar el “no quiero” por el “no puedo” provoca confusión en quien lo piensa y lo dice. Esta negación le impide percibir la negociación consigo mismo y oculta lo que, en definitiva, es su propia elección. • Mediación y negociación ¿Existe alguna diferencia significativa entre mediar y negociar? El verdadero mediador tiene que ser un facilitador del proceso de “ponerse de acuerdo en ponerse de acuerdo”. Tiene que ayudar a las partes a rescatar el 23 conocimiento que ya tienen, para que lo puedan combinar y ponderar de diversas maneras, con el propósito de traspasar las aduanas de sus diferencias y aprender a ver esas diferencias como un estímulo para el logro de nuevos aprendizajes. La mediación requiere de algo que se asemeja al contrato de aprendizaje entre adultos: el permiso de uno para enseñar al otro. Y ese contrato tiene que estar basado fundamentalmente en la confianza que el mediador produce a partir de los valores y los conocimientos que posee. Lo ideal es que las partes sientan al mediador como alguien que pone sus conocimientos y su afecto para ayudarlos, con verdadero compromiso, a que ambos construyan esa síntesis a la que solemos llamar solución. Las partes deben vivir plenamente ese proceso para dejar de ser sólo protagonistas y sentirse “protagonistas –observadores– aprendices” de sus propios casos. De este modo, la mediación se integra con la negociación, pues implica aceptar que otros nos ayuden con su intervención. ¿El mediador debe ser neutral? Diferentes escuelas de mediación recomiendan la neutralidad como un punto esencial, como también la firma de compromisos de confidencialidad, con el objetivo de mantener reserva de lo que ocurre en el proceso. Creo que en diversas situaciones ambas medidas son positivas, pero como mi concepto de la mediación es más integral, más vivencial y menos intelectual, prefiero otros parámetros. Para mí, la mediación tiene que generar una asociación comprometida entre las partes y el mediador, porque construyen en conjunto un camino diferente en el que deben pasar a ser colegas exploradores; en esa nueva obra, el mediador aporta su pericia para facilitar la metamorfosis, “enseñándoles” negociación en una situación especial. Desde esta perspectiva, el mediador no sólo no es neutral sino que tiene que ofrecer una gran entrega y sentir un fuerte compromiso con el proceso que llevan adelante. El mediador integra lo intelectual en lo corporal, no se queda afuera. En cuanto a la firma de compromisos, lo entiendo, puedo hacerlo, pero no me parece bueno. En este sentido, siempre me pareció un hallazgo lo que dice Deming4 de los contratos: “no los haga, reemplácelos por verdaderos acuerdos que a nadie le convenga no cumplir”. 4 Deming, William E., estadístico estadounidense, considerado el padre del concepto de calidad total, que desarrolló a lo largo de 30 años en Japón. 24 Yo trabajo como consultor desde hace 25 años y he firmado no más de 6 contratos; en ese lapso, solamente he tenido problemas parciales en tres oportunidades. Más allá de las preferencias personales, la razón de que no aconseje firmar documentos de confidencialidad es que no favorecen la construcción de la confianza, que para mí es el aprendizaje esencial en el proceso de negociación y de mediación. En algunos casos, si los temas son muy complejos, sugiero llevar un recordatorio escrito para no olvidarnos de nada, pero sin firmas. La “verdadera firma” es que todos vivamos esta obra colectiva como algo nuevo y superador, y no como una mera solución práctica para resolver una situación específica. • Ganar ¿Qué significa ganar en la negociación espacial? Si partimos de la base de que ganar es desarrollar de la mejor manera nuestra oportunidad de vivir mejor y si, a su vez, este proceso de desarrollo depende de nuestro modo de vincularnos con las otras personas, podemos decir que la negociación espacial es la metodología que nos permite ir construyendo el camino de vivir y convivir mejor, y de manera más plena. Dentro de este propósito, dentro de lo que realmente sería una estrategia de vida, los pasos que vamos dando nos ayudan a construir ese camino, a atacarlo o a destruirlo. No cabe duda de que si a cualquiera de nosotros nos preguntaran si el amor es positivo o si el odio es perjudicial, contestaríamos que sí a ambas preguntas. Por otro lado, si no tuvimos a lo largo de nuestras vidas experiencias que hayan rozado ambos polos de ese continuo, difícilmente podamos llegar a sentir lo que es el amor o el odio. Siempre necesitamos de los contrastes de estos extremos para poder entender y valorar lo que creemos benéfico. Negociar bien en el espacio tiene que ver con aprender de cada una de las experiencias negativas sin tener que recurrir a ellas todo el tiempo para poder disfrutar y valorar las positivas. La ventaja fundamental de sentir la negociación de esta manera es que nos permite estar en contacto, la mayor parte del tiempo, con el conjunto de las sensaciones positivas y negativas, y nos facilita el aprendizaje. Las personas que quedan empantanadas en las anécdotas cotidianas de sus pequeñas batallas (ganar-perder) carecen de la visión de la atmósfera en su conjunto y terminan construyendo biografías llenas de fracasos y de victorias pírricas que los llenan de miedos, por tener que estar alertas para cuidarse del daño permanente que creen que les puede hacer el otro a partir del que ellos infligieron. Cuando negociamos desde lo anecdótico, negociamos fundamentalmente cosas, territorios y todo aquello que podemos contar porque es finito, y como 25 es finito tendemos a atesorarlo. Este mecanismo de acaparar nos pone en conflicto con el otro al excluirlo de lo que ya hemos atesorado y, si somos muy voraces, al intentar quedarnos con la otra parte del tesoro. Es en el terreno de las negociaciones competitivas donde tratamos de sacarnos pedazos los unos a los otros o de ser reconocidos como el primero, el más importante, el más rico o el más inteligente. En cambio, el tesoro en su conjunto es el espacio, es lo infinito, e intentar poseerlo es un absurdo. La preocupación competitiva por lo finito nos impide disfrutar de lo infinito, porque para poder disfrutarlo, es preciso reconstruir la unidad y convertirnos en dueños afectivos del universo que alberga a todos los demás. En la propiedad afectiva, dado el hecho de no tener que delimitarla, no se necesita de guardianes porque no hay a quien excluir. Los guardianes aparecen cuando la propiedad es un tesoro que excluye al otro. Si amamos a nuestros hijos, a nuestra pareja, a nuestros padres, a los amigos y a la vida sin delimitaciones, no nos ofenderemos porque los otros también los amen. Los celos son el equivalente a la propiedad física del otro. Es decir, que lo que no queremos es que el otro utilice su libertad física ni su fantasía, ni su capacidad de afecto, porque queremos monopolizar el usufructo. Lo peor que nos puede ocurrir es conseguir la exclusividad del otro, porque al hacerlo, lo habremos reducido a la categoría de objeto, ya que le estaríamos negando su condición humana. Cuando nos excedemos, traspasamos una frontera razonable, porque el intento de poseerlo todo y dominar a los demás nos lleva inevitablemente a los más diversos tipos de luchas y guerras y, por lo tanto, de fracasos. Estar atentos, monitorear el uso de nuestra energía y aun de nuestros conocimientos para que no nos devoren, y buscar la realimentación con los otros para poder cuidarnos mutuamente puede ser la clave para llevar adelante un proceso interminable en el que mejoremos día a día. Ésta es la razón por la que para mí, negociar desde la concepción espacial no significa resolver los conflictos sino procesarlos positivamente, aprendiendo y desaprendiendo lo que ya no nos conviene conservar, a partir de nuestra acción consciente. • La guerra, la lucha y la negociación ¿Qué significa la visión de lo territorial como amenaza? La negociación puede ser vista como una sublimación de la guerra. Significa una evolución, en cuanto a que tiene mayor valor cualitativo. Es mejor amenazar al otro con comenzar la guerra que hacerlo efectivamente. Al menos, no se producirán muertos ni heridos. Esta visión belicista de la negociación tiene, a su vez, varias consecuencias negativas. Una de ellas es que está tan cerca de la guerra, que es muy fácil caer en ella. Además, al estar tan cerca, actúa como su recordatorio y como un deseo de lucha que nos reclama el salvaje que tenemos dentro. 26 Bertrand Russell decía en 1949 que desde que el cerebro humano se estabilizó en su evolución al llegar a su capacidad actual, los sicólogos tienen una tarea ardua: enseñarnos qué hacer con este salvaje preparado para la lucha. Y sigue diciendo que él encuentra suficiente desahogo a sus instintos salvajes con las novelas de detectives, al identificarse alternativamente con el policía o con el asesino, pero reconoce que hay otros que necesitan más acción. En nuestro país, este salvaje sigue siendo el héroe y se lo llama luchador. La lucha es lo más valorado. Por eso, cuando queremos resaltar las virtudes de alguien, sobre todo si acaba de morirse, decimos que fue un “gran luchador”. Es significativo que se utilice el mismo lenguaje en el deporte que, de algún modo, también es una sublimación de la guerra; en algunos casos, poco sublimada, por lo menos en el fútbol y en otros deportes de contacto físico. Este valor, el de la sublimación de la guerra, que es bueno en muchos sentidos, tiene una limitación importante: no facilita la instalación de la negociación como el elemento natural y eficiente para la buena convivencia. En este sentido, no solamente no estamos haciendo bien el trabajo que nos reclama Bertrand Russell, sino que no logramos evitar que la lucha siga siendo valorada positivamente. Y esto no es bueno porque lo que no se está diciendo es que si alguien lucha, es contra otro. Así, si cada uno de nosotros lucha por lo que cree que son sus derechos y sus ideales, y los demás hacen lo mismo, se genera una suerte de guerra permanente de todos contra todos. En este contexto, inevitablemente, todos acabamos perdiendo, aunque más no sea por lo que implica este desperdicio de energías y de destrucción de valor. En nuestro país, además de la lucha, se justifica “la bronca”, que libera una agresión destructiva y se aceptan y aprovechan las “barras bravas”, tanto en la política como en el fútbol. En estas condiciones, parece una utopía la de una negociación que se desarrolle fuera de lo territorial, porque “nuestro luchador” quiere conquistar territorio y, como el otro hace lo mismo, lo que gana uno lo pierde el otro. Expresiones tales como “luchar por la vida, luchar contra la guerra, contra la pobreza, contra la enfermedad o luchar para tener una mejor educación” son muletillas constantes en cualquier conversación. Y, en este sentido, tanto la palabra “lucha” como la palabra “herramienta” generan una triangulación en la conversación, como si fueran ambas un peaje por el cual estamos obligados a pasar. En lugar de decir “vivir” solemos decir “luchar por la vida”; en lugar de decir “conocer”, “aprender” o “saber”, decimos “adquirir nuevas herramientas”. Vivir y aprender parecen ser conceptos abstractos, en cambio, la lucha y la herramienta tienen otro nivel de materialidad. En este sentido, se parecen a lo territorial en la negociación: nos cuesta levantar vuelo, por eso convertimos los procesos en materiales y tangibles. Lo que nos incomoda al levantar vuelo es conectarnos con lo más libre, lo más intangible y espiritual de nuestro ser. Muchas personas parecen necesitar lo material y lo evidente para creer que están vivas. 27 En cambio, cuando podemos abandonar el apetito de ganarle al otro, la negociación se transforma en un sistema que agrega valor. Por eso prefiero hablar de negociación espacial y no territorial, porque se aleja de la metáfora de la guerra y de la competencia deportiva, o hablar de negociación por intereses, porque la palabra “interés” para muchas personas en nuestra cultura, significa casi exclusivamente dinero, interés económico. La mejor prueba es cuando decimos que hacemos algo “desinteresadamente”, no queremos decir que lo hacemos con indiferencia, sino que no lo hacemos por dinero. Recuerdo haber leído hace poco en un diario importante de nuestro país un titular que decía que la Argentina está intentando acercar posiciones en alguna de las tantas negociaciones que tenemos pendientes con organismos internacionales. ¿Cuál es la idea que se expresa? Este titular es la representación gráfica de lo lejos que estamos de ver el acto de la negociación como una etapa de mayor evolución. La idea de las posiciones está relacionada con el territorio conquistado por los ejércitos durante las guerras. A veces, la posición significa atesorar un recurso escaso, tener más dinero, más petróleo, más armas o más privilegios, pero siempre es una metáfora de la situación de enfrentamiento dentro de un área territorial o de atesoramiento de lo limitado o percibido como escaso. La situación de Cachemira, entre India y Pakistán, el conflicto entre Ecuador y Perú por la ocupación de una zona selvática, el desembarco sorpresivo de las fuerzas armadas argentinas en Malvinas o las barreras crecientes que se imponen a los inmigrantes en los países más prósperos son ejemplos distintos que están referidos a la misma metáfora de lo que implican las posiciones. Las posiciones siempre son limitantes y ofensivas, porque ofenden a la otra parte, o defensivas, porque intentan atenuar la ofensa de la posición del otro. Hablar hoy en la Argentina de acercar posiciones entre los legisladores, que tienen que ponerse de acuerdo para intentar salir de la crisis en la que estamos inmersos, es una muestra palmaria de la impericia prevaleciente en quienes deberían tener como talento fundamental saber negociar en serio y no luchar a través de un sistema primitivo de negociación. Cuando esto se lleva a las “posiciones existentes” dentro del mismo partido político o dentro de las fracciones en las que ese mismo partido está dividido, la situación habla a las claras, sin decirlo, de que la incompetencia negociadora de nuestros dirigentes está en condiciones de postularse para participar en un campeonato mundial con buenas posibilidades de éxito. Mientras no podamos considerar a la negociación como un sistema de agregar valor (o de destruirlo o deteriorarlo), en el que la obligación fundamental de los negociadores es ser constructores responsables, en conjunto, del valor que 28 generan, seguiremos manejando los asuntos del Estado organizaciones en general, con la sutileza de una pelea callejera. y de las La Comunidad Europea está compuesta por los mismos países que durante cientos de años hicieron la guerra entre sí. Actualmente tienen nada menos que una moneda común, lo que nos habla de una gran evolución en el proceso de negociación entre ellos. Nosotros no solamente no podemos ponernos de acuerdo en la generación de riqueza, sino que ni siquiera podemos hacerlo sobre cómo administrar los recursos para atenuar la pobreza, y seguimos apelando a la corrupción y al clientelismo. A diferencia del modelo anterior, resulta muy evidente todo lo que aun tenemos que aprender y mejorar. Ponerse de acuerdo en hacer una buena distribución de la riqueza es difícil. Ponerse de acuerdo en atenuar el daño que produce la pobreza es mucho más complejo todavía. Si analizamos la pobreza y a la riqueza únicamente con el dialecto técnico de los economistas, estableceremos reglas de juego que después no vamos a cumplir; debemos incluir un enfoque más universal y multidisciplinario. Vayamos al terreno del deporte para poder precisar más esta idea. Cuando un director técnico y los jugadores logran entender el valor del equipo y de las funciones que cada uno ejerce dentro de ese conjunto, desaparece el vedetismo excluyente y se puede producir una mezcla no habitual de talento y esfuerzo. Un caso claro es el del director técnico Carlos Bianchi en Boca. Tal vez exagerando un poco, podríamos decir que con el fútbol, el tenis, el rugby o el hockey estamos entendiendo otras cuestiones: qué es competir en el mundo, qué precio es necesario pagar para poder participar, cuál es el nivel de esfuerzo y sacrificio que esto implica, cuál es la renovación constante que hay que hacer del propio prestigio para continuar representando al país, qué significa entender que no hay derechos adquiridos sino derechos renovados y, además, comprender que en toda esta situación, están inevitablemente presentes otras personas y otros equipos que desean lo mismo. Dejemos abierta una consideración imaginaria. Supongamos por un momento que estos grupos de deportistas se manejaran con el criterio de muchos políticos, de unos cuantos sindicalistas y de otros tantos empresarios. Imaginemos cuál sería el resultado que obtendría un equipo que fuera a competir en un mundial si algunos fueran “ñoquis” que aparecen únicamente el día de pago, otros tuvieran buena voluntad pero poco oficio y completaran el plantel algunos más con sobrepeso y deficiencias respiratorias o cardíacas. Este mismo desaguisado es el que estamos haciendo en la política… y así nos va, sobre todo, porque como decíamos anteriormente, esto no es un campeonato, es la vida de la comunidad, que coordina acciones con otras comunidades. 4. LA NEGOCIACIÓN ESPACIAL Y EL PODER 29