selección de 24 poemas paz
Transcripción
selección de 24 poemas paz
TRISTES GUERRAS Tristes guerras si no es amor la empresa. Tristes, tristes. Tristes armas si no son las palabras. Tristes, tristes. Tristes hombres si no mueren de amores. Tristes, tristes. Miguel Hernández MASA Al fin de la batalla, y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre y le dijo: "¡No mueras, te amo tanto!" Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo. Se le acercaron dos y repitiéronle: "¡No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!" Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo. Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil, clamando: "¡Tanto amor y no poder nada contra la muerte!" Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo. Le rodearon millones de individuos, con un ruego común: "¡Quédate hermano!" Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo. Entonces, todos los hombres de la Tierra le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado; incorporose lentamente, abrazó al primer hombre; echose a andar. César Vallejo LAS NUEVAS MIGRACIONES Visitas eran antes las migraciones de los pájaros, crónicas y correos traían y llevaban; mas ahora son como las de los hombres: huyen del asesinato en masa, buscan comida para sus polluelos. ¿Han entrado en la historia? José Jiménez Lozano EL PRECIO Matinales neblinas, tardes rojas, doradas; noches fulgurantes, y la llama, la nieve; canto del cuco, aullar de perros, silente luna, grillos, construcciones de escarcha; el traqueteo del tren, del carro, niños, amapolas, acianos, y desnudos árboles de invierno entre la niebla; los ojos y las manos de los hombres, el amor y la dulzura de los muslos, de un cabello de plata, o de color caoba; historias y relatos, pinturas, y una talla. Todo esto hay que pagarlo con la muerte. Quizás no sea tan caro. José Jiménez Lozano ORACIÓN ¡Oh Dios!, te lo suplico: envía al mundo al ángel de tu izquierda, el que es jinete y a su paso atropella mitras y tiaras y hace cucuruchos con las Bulas papales para que los niños transporten leche y miel. ¡Oh, Dios! y luego envía tu otro ángel cuyo nombre es Desolación, el que clausura las puertas de los templos, descuelga las campanas y enmudece las bocas y Ios cantos. Y al fin, baja tú mismo, como sueles con el disfraz que sueles, y arrastra nuestra gloria por el barro y crucifica nuestros sueños. ¡Oh Dios!, yo te pido porque no sufro verte más con túnica de Rey, ropas de seda y entre los triunfadores. Está como encerrado en el salón de Herodes, el lujurioso príncipe, y ya nadie lee tu pasión y muerte. Como si fueras rico o hubieras desposado a una Princesa turca, y no soporto esta burla tan larga. Prefiero tu terrible ángel, todos tus ángeles de muerte y las plagas, y tu propia injusticia. José Jiménez Lozano CONCIERTO EN TIEMPO DE GUERRA Pasan señoras de vestido largo y caballeros de etiqueta lo mismo que han pasado siempre así en la paz como en la guerra. El estrépito de las bombas resuena aún bajo la tierra; los reflectores antiaéreos barren del cielo las estrellas. Pero en la noche van llegando los componentes de la orquesta y se meten en el teatro por alguna puerta secreta. Empuñan sus armas de viento, empuñan sus armas de cuerda y no saben si están en el foso o si están en una trinchera. Aquilino Duque MANOA Manoa No vi a Manoa, no hallé sus torres en el aire, ningún indicio de sus piedras. Seguí el cortejo de sombras ilusorias que dibujan sus mapas. Crucé el río de los tigres y el hervor del silencio en los pantanos. Nada vi parecido a Manoa ni a su leyenda. Anduve absorto detrás del arco iris que se curva hacia el sur y no se alcanza. Manoa no estaba allí, quedaba a leguas de esos mundos, -siempre más lejos. Ya fatigado de buscarla me detengo, ¿qué me importa el hallazgo de sus torres? Manoa no fue cantada como Troya ni cayó en sitio ni grabó sus paredes con hexámetros. Manoa no es un lugar sino un sentimiento. A veces en un rostro, un paisaje, una calle su sol de pronto resplandece. Toda mujer que amamos se vuelve Manoa sin darnos cuenta. Manoa es la otra luz del horizonte, quien sueña puede divisarla, va en camino, pero quien ama ya llegó, ya vive en ella. Eugenio Montejo MILAGRO PURO Y este milagro de ser aquí la vida sin saber qué es vigilia y qué es sueño, hasta que sople la noche y nos apague. El milagro de verla, de sentirla, y con ella en los ojos, en las manos, asir lo que nos da, lo que contiene, para que vaya y vuelva con su música de lo que soy a lo que eres, de tus palabras a las mías. El solo paso palpitante de su sangre en nuestras venas, la rotación de su misterio en la galaxia de las cosas, para que gire la gran rosa en el espacio y nuestros cuerpo se encuentren en la tierra, cada cual con el grito de su llama, cada cual en su tiempo sin tiempo, hasta que el rayo que llega de tan lejos por un instante cruce nuestra carne y nos ate los sueños su relámpago. Eugenio Montejo CANCIÓN PARA ESE DÍA He aquí que viene el tiempo de soltar palomas en mitad de las plazas con estatua. Van a dar nuestra hora. De un momento a otro, sonarán campanas. Mirad los tiernos nudos de los árboles exhalarse visibles en la luz recién inaugurada. Cintas leves de nube en nube cuelgan. Y guirnaldas sobre el pecho del cielo, palpitando, son como el aire de la voz. Palabras van a decirse ya. Oíd. Se escucha rumor de pasos y batir de alas. Jaime Gil de Biedma ASTURIAS, 1962 Como después de una detonación cambia el silencio, así la guerra nos dejó mucho tiempo ensordecidos. Y cada estricta vida individual era desgañitarse contra el muro de un espeso silencio de papel de periódico. Grises años gastados tercamente aprendiendo a no sentirse sordos, ni más solos tampoco de lo que es humano que los hombres estén…Pero el silencio es hoy distinto, porque está cargado. Nos vuelve a visitar la confianza. mientras imaginamos un paisaje de vagonetas en las bocaminas y de grúas inmóviles, como en una instantánea Jaime Gil de Biedma INTENTO FORMULAR MI EXPERIENCIA DE LA GUERRA Fueron, posiblemente, los años más felices de mi vida, y no es extraño, puesto que a fin de cuentas no tenía los diez años. Las víctimas más tristes de la guerra los niños son, se dice. Pero también es cierto que es una bestia el niño: si le perdona la brutalidad de los mayores, él sabe aprovecharla, y vive más que nadie en ese mundo demasiado simple, tan parecido al suyo. Para empezar, la guerra fue conocer los páramos con viento, los sembrados de gleba pegajosa y las tardes de azul, celestes y algo pálidas, con los montes de nieve sonrosada a lo lejos. Mi amor por los inviernos mesetarios es una consecuencia de que hubiera en España casi un millón de muertos. A salvo de los pinares —pinares de la Mesa, del Rosal, del Jinete!—, el miedo y el desorden de los primeros días eran algo borroso, con esa irrealidad de los momentos demasiado intensos. Y Segovia parecía remota como una gran ciudad, era ya casi el frente —o por lo menos un lugar heroico, un sitio con tenientes de brazo en cabestrillo que nos emocionaba visitar: la guerra quedaba allí al alcance de los niños tal y como la quieren. A la vuelta, de paso por el puente Uñés, buscábamos la arena removida donde estaban, sabíamos, los cinco fusilados. Luego la lluvia los desenterró, los llevó río abajo. Y me acuerdo también de una excursión a Coca, que era el pueblo de al lado, una de esas mañanas que la luz es aún, en el aire, relámpago de escarcha, pero que anuncian ya la primavera. Mi recuerdo, muy vago, es sólo una imagen, una nítida imagen de la felicidad retratada en un cielo hacia el que se apresura la torre de la iglesia, entre un nimbo de pájaros. Y los mismos discursos, los gritos, las canciones eran como promesas de otro tiempo mejor, nos ofrecían un billete de vuelta al siglo diez y seis. Qué niño no lo acepta? Cuando por fin volvimos a Barcelona, me quedó unos meses la nostalgia de aquello, pero me acostumbré. Quien me conoce ahora dirá que mi experiencia nada tiene que ver con mis ideas, y es verdad. Mis ideas de la guerra cambiaron después, mucho después de que hubiera empezado la postguerra. Jaime Gil de Biedma DESPUÉS DE LA MUERTE DE JAIME GIL DE BIEDMA En el jardín, leyendo, la sombra de la casa me oscurece las páginas y el frío repentino de final de agosto hace que piense en ti. El jardín y la casa cercana donde pían los pájaros en las enredaderas, una tarde de agosto, cuando va a oscurecer y se tiene aún el libro en la mano, eran, me acuerdo, símbolo tuyo de la muerte. Ojalá en el infierno de tus últimos días te diera esta visión un poco de dulzura, aunque no lo creo. En paz al fin conmigo, puedo ya recordarte no en las horas horribles, sino aquí en el verano del año pasado, cuando agolpadamente —tantos meses borradas— regresan las imágenes felices traídas por tu imagen de la muerte... Agosto en el jardín, a pleno día. Vasos de vino blanco dejados en la hierba, cerca de la piscina, calor bajo los árboles. Y voces que gritan nombres. Ángel, Juan, María Rosa, Marcelino, Joaquina —Joaquina de pechitos de manzana. Tú volvías riendo del teléfono anunciando más gente que venía: te recuerdo correr, la apagada explosión de tu cuerpo en el agua. Y las noches también de libertad completa en la casa espaciosa, toda para nosotros lo mismo que un convento abandonado, y la nostalgia de puertas secretas, aquel correr por las habitaciones, buscar en los armarios y divertirse en la alternancia de desnudo y disfraz, desempolvando batines, botas altas y calzones, arbitrarias escenas, viejos sueños eróticos de nuestra adolescencia, muchacho solitario. ¿Te acuerdas de Carmina, de la gorda Carmina subiendo la escalera con el culo en pompa y llevando en la mano un candelabro? Fue un verano feliz. ...El último verano de nuestra juventud, dijiste a Juan en Barcelona al regresar nostálgicos, y tenías razón. Luego vino el invierno, el infierno de meses y meses de agonía y la noche final de pastillas y alcohol y vómito en la alfombra. Yo me salvé escribiendo después de la muerte de Jaime Gil de Biedma. De los dos, eras tú quien mejor escribía. Ahora sé hasta qué punto tuyos eran el deseo de ensueño y la ironía, la sordina romántica que late en los poemas míos que yo prefiero, por ejemplo en Pandémica... A veces me pregunto cómo será sin ti mi poesía. Aunque acaso fui yo quien te enseñó. Quien te enseñó a vengarte de mis sueños, por cobardía, corrompiéndolos. Jaime Gil de Biedma Vengo de guerrear. De guerrear por campos de Castilla. Cansado de cabalgar. Caballo, caballo mío: descansa. Ya es tiempo de enamorar bajo los tilos que marzo ilumina. (Me voy soñando. Vengo de soñar.) Ángel González CAMPOSANTO EN COLLIURE Aquí paz, y después gloria. Aquí, a orillas de Francia, en donde Cataluña no muere todavía y prolonga en carteles de «Toros à Ceret» y de «Flamenco's Show» esa curiosa España de las ganaderías de reses bravas y de juergas sórdidas, reposa un español bajo una losa: paz y después gloria. Dramático destino, triste suerte morir aquí ——paz y después...— perdido, abandonado y liberado a un tiempo (ya sin tiempo) de una patria sombría e inclemente. Sí; después gloria. Al final del verano, por las proximidades pasan trenes nocturnos, subrepticios, rebosantes de humana mercancía: manos de obra barata, ejército vencido por el hambre ——paz…—, otra vez desbandada de españoles cruzando la frontera, derrotados —...sin gloria. Se paga con la muerte o con la vida, pero se paga siempre una derrota. ¿Qué precio es el peor? Me lo pregunto y no sé qué pensar ante esta tumba, ante esta paz —«Casino de Canet: spanish gipsy dancers», rumor de trenes, hojas...—, ante la gloria ésta —...de reseco laurel— que yace aquí, abatida bajo el ciprés erguido, igual que una bandera al pie de un mástil. Quisiera, a veces, que borrase el tiempo los nombres y los hechos de esta historia como borrará un día mis palabras que la repiten siempre tercas, roncas. Ángel González DESPUÉS DE 1917 Con B. Pasternak Un cielo envuelto en humo. Salvas. Himnos. Discursos. Alegría. Luego cae un telón de nieve. Un Comité de Asuntos de la Nieve la arroja sobre las estepas, sobre los tejados, sobre las plazas, sobre los bosques. Nieve roja sobre las cárceles. Nieve gris sobre los despachos. Nieve negra sobre las fosas. Pogrom. Quinquenios. Firmas. Ejecuciones. Nieve, nieve. Las ventanas del Palacio de Invierno están rotas. Las ventanas de tu dacha en el campo están cerradas. Con sigilo tu pluma camina en un papel que otros quisieron nieve para borrar las huellas. Tu silencio es inmenso y ocupa el cielo entero de tu estepa. Sentencias. Balas. Nieve, nieve. Pero la historia, el viento, es de Dios y los hombres. Cruzaste la tormenta de ludibrio con la mano tendida por llegar al banquete de los años futuros. José Julio Cabanillas LA PAZ CONSTRUYENDO Pero la vida allí también estaba. En otras partes y otras horas de mi vida, la muerte me esperó en las esquinas. Aquí la vida espera. He visto en Gdansk la vida repoblándose. Me besaron los motores con labios de acero. El agua trepidaba. He visto majestuosas pasar como castillos sobre el agua las grúas de hierro marino, recién reconstruidas. He visto el gigantesco ovillo machacado del hierro sobre el hierro bombardeado dar a luz poco a poco la forma de las grúas, y despertar del fondo de la muerte la majestad azul del astillero. He visto con mis ojos pulular el rocío de la ola en la resurrección de las carenas, de las proas bordadas por el hombre recién desenterrado. He visto cómo nacía un puerto, pero no de las aguas y las tierras lavadas y lustradas, sino de la catástrofe. Y yo te he visto, titánica paloma, blanca y azul, marina, nacer y levantarte volando firme y fuerte desde las destrucción enmarañada y desde la sangrienta soledad del viento y las cenizas! Pablo Neruda Paz para los crepúsculos que vienen Paz para los crepúsculos que vienen, paz para el puente, paz para el vino, paz para las letras que me buscan y que en mi sangre suben enredando el viejo canto con tierra y amores, paz para la ciudad en la mañana cuando despierta el pan, paz para el río Mississippi, río de las raíces: paz para la camisa de mi hermano, paz en el libro como un sello de aire, paz para el gran koljós de Kíev, paz para las cenizas de estos muertos y de estos otros muertos, paz para el hierro negro de Brooklyn, paz para el cartero de casa en casa como el día, paz para el coreógrafo que grita con un embudo a las enredaderas, paz para mi mano derecha, que sólo quiere escribir Rosario: paz para el boliviano secreto como una piedra de estaño, paz para que tú te cases, paz para todos los aserraderos de Bío Bío, paz para el corazón desgarrado de España guerrillera: paz para el pequeño Museo de Wyoming en donde lo más dulce es una almohada con un corazón bordado, paz para el panadero y sus amores y paz para la harina: paz para todo el trigo que debe nacer, para todo el amor que buscará follaje, paz para todos los que viven: paz para todas las tierras y las aguas. Yo aquí me despido, vuelvo a mi casa, en mis sueños, vuelvo a la Patagonia en donde el viento golpea los establos y salpica hielo el Océano. Soy nada más que un poeta: os amo a todos, ando errante por el mundo que amo: en mi patria encarcelan mineros y los soldados mandan a los jueces. Pero yo amo hasta las raíces de mi pequeño país frío. Si tuviera que morir mil veces allí quiero morir: si tuviera que nacer mil veces allí quiero nacer, cerca de la araucaria salvaje, del vendaval del viento sur, de las campanas recién compradas. Que nadie piense en mí. Pensemos en toda la tierra, golpeando con amor en la mesa. No quiero que vuelva la sangre a empapar el pan, los frijoles, la música: quiero que venga conmigo el minero, la niña, el abogado, el marinero, el fabricante de muñecas, que entremos al cine y salgamos a beber el vino más rojo. Yo no vengo a resolver nada. Yo vine aquí para cantar y para que cantes conmigo. Pablo Neruda LO INNOMBRABLE ¿Por qué estoy hoy alegre? Sin motivo ninguno oigo ascender por mí las acechanzas de un fuego azul. ¿Solo por esto? Hay, también, lo invisible. Nunca se sabe bien quién late dentro de nuestra pervivencia. No es el amor, no estoy enamorado. No es que tenga dinero ni esperanzas. Ninguna novedad, ningún alivio ha llamado a mi puerta. Y sin embargo es cierto, oh certidumbre. ¿A qué se deberá que esté hoy el aire tan fresco y matinal? ¿Que el color de la vida se me ofrezca lleno de persuasión? ¿A qué secreto? ¿O tal vez a qué causa imprevisible? Porque secreto no. Todo está dicho ya. Todo más que sabido. La juventud se fue como un aroma que impregnó cuanto somos. Como un frasco vacío y transparente: ya no queda secreto. Ya no queda de mí más que esta idea desnuda de la dicha. La posesión del ser sin exigencias, este frasco vacío, esta felicidad. Algo tan quebradizo y duro en cambio que más vale callar sobre su alcance. Una sola palabra bastaría a disiparlo entero. Juan Gil-Albert DESPERTAR La primera luz del día llega tan frágil que temes por ella, querrías tomarla en tus manos y llevarla a un lugar seguro, pero no te atreves a tocarla, delicada como ese polvillo en las alas de las mariposas que de niño te decían: si las tocas, no podrán volar más. Así que te quedas mirándola, vigilante, mientras se posa sobre el mundo como un manto somnoliento y delicado. Tu corazón ha encontrado una paz tal que podrías pensar que por fin se ha detenido. Pero no, sigue su camino, mas con los pies descalzos. Todas las cosas del mundo despiertan en el momento cierto, instrumentos de una orquesta minuciosamente afinada, y nada presagia una nota discordante. También tú despiertas sin conciencia siquiera del despertar, y la armonía existe por primera vez consciente de ser, verdadera armonía. Martín López-Vega CEMENTERIO DE ZAHARA También estos lugares acusan la fealdad de las cosas recientes, hechas con prisa y sin amor. Y, sin embargo, intuyes que debe ser así: que ese vaso metálico con flores marchitas, este santo de escayola, o esos costosos mármoles, ajenos a la humildad de las paredes blancas, de la mampostería, de la cal, vienen a ser el necesario tributo de los vivos a los muertos —que es también una forma de olvidar a los muertos, o quizá de ponerse en su lugar. Llegado el día, en fin, da igual que te incineren, que te entierren o que dejen tu cuerpo para pasto de cuervos. Da igual. Una vez muerto, el trámite final te es tan indiferente como lo que le pueda suceder a todo aquello que has atesorado en vida: tus libros, tus escritos, tus recuerdos, la casa que los guarda, los amigos que en ella han festejado, sin motivo, la alegría inocente de estar vivos y juntos. Da igual. Y, sin embargo, ante estos nichos encalados, radiantes, de Zahara, ante las tumbas encendidas al sol de Evoramonte, o ante el jardín inglés en el que duermen, bajo las sombras largas del Peñón, los que vencieron y, a la vez, perdieron la vida en Trafalgar, te has preguntado si tus huesos desean una paz parecida: ese poco de sol, esas flores marchitas, esos humildes vasos de metal; te has preguntado, ante ellos, si la muerte viene a ser una especie de siesta prolongada en el campo, a la espera de que el relente de la tarde, este frío de sierra que estremece tus miembros, te despierte y te anime a seguir la jornada. José Manuel Benítez Ariza HERMOSURA EN LA GUERRA Primavera, verdeces poderosa y suave y el espacio se llena de presencias que abren. Tiempo viejo, tu mano con que fuerza se agita; vuelve el sol, vuelve todo, vuelven, sí, golondrinas. ¿Quién empuja tus dedos, quién agranda tus hojas, quién te sube a nosotros, primavera gozosa? ¿Quién te presta esa fuerza? ¿Hay un dios solamente; solo un brazo declara: esto vida, esto muerte? Y morir no es rompernos, es lo fiel, lo acabado, es el pulso cumplido, es amor, es abrazo. Mas ahora no hay besos. Hoy la muerte no mata, nos destroza tan solo, no termina, desgarra. Si morimos no es muerte, si vivimos no es vida, solo tú, primavera, sigues fiel a ti misma. Tanta guerra en nosotros mientras tú reverdeces. Ya no sé si consuelas, hermosura, o nos dueles. Ramón Gaya LAS GRANDES CALMAS El reino de Murcia, cuya belleza material sobrepasa a todo lo que se puede hallar en Italia. CASANOVA Cuando llegan los días de las grandes calmas el Mar Menor parece la más delicada pintura sobre seda. La luz ciega: la neblina que transparenta las islas es como esa veladura con que los años envuelven los recuerdos. Cuando llegan los días de las grandes calmas, sientes la mar llamándote. Y hacia sus orillas te diriges. Los senderos de cañas son los mismos que vieron tus ojos al abrirse a la vida. Por esa orilla entonces, paseas, contemplas la superficie de las aguas, oyes el sonido casi imperceptible de las olas deshaciéndose en la arena de la playa. Y algo que ya no es ni tu memoria, ni tus sueños, sino algo que compartes con esas guijas, con esa mar, con el sol y los peces y ese perro que duerme junto a ti: una sensación mineral de estar en paz, te funde con esa luz. Y comprendes —tu carne sabe— que no eres, como todo ese ámbito, más que parte de un latido misterioso, maravilloso, divino de la Vida. José María Álvarez CABRIEL De pronto, puente o piedra, la luz, la paz en mí. Y este río que fluye a mi través de una manera limpia, primera, poderosa. Una gota de agua cae de mi frente a mi sombra como si fuese llanto. Es maravilla, alimento callado, para siempre. Falta la fe en lo humano, pero aún es posible nadar, reír desnudos, tumbarse al sol, comer moras maduras y dejarse llevar por la corriente como por lo que amamos, y tomar lección de transparencia de estas aguas. Si supiese olvidarme del pronombre de primera persona, sería nada más un destello de luz en las ramas de un chopo, un ramo de rumor, una libélula, una dicha sencilla, sin palabras, la luz a mi través, la paz en mí. De pronto, puente o piedra, luz yo mismo. Juan Vicente Piqueras MUERTE DE PATRICIA K. (11 de marzo de 2004) Ahora que el silencio es uno con la Noche y esta lluvia de marzo se ha quedado dormida para siempre en tus ojos; ahora que se queman las hojas de los árboles bajo un cielo sin luna, y unas velas de luto consumen nuestros sueños, solo pienso en las manos menudas de tu madre apretando las tuyas, y en tus ojos tan nuevos a través de las sombras. Ricardo Rodríguez