cosas grandes que tú no conoces
Transcripción
cosas grandes que tú no conoces
COSAS GRANDES QUE TÚ NO CONOCES “Clama a mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces”. Jeremías 33:3 Acorralado y perseguido, Jeremías acaba en la cárcel. El frío de la soledad amenaza apagarle el alma. Presentimientos sombríos nublan su corazón. Su voz ya no se oye en las plazas y calles de Jerusalén. Los que contra su vida han tramado, sonríen satisfechos creyéndole vencido. Está en el patio de la cárcel, mirando quizás el bullicioso revoloteo de las golondrinas. ¡Él, el profeta, como un águila con las alas quebradas, parece no poder volar más! ¡Él que para el cielo ha sido hecho, se consume en un rincón! Nadie puede compartir la infinita tristeza que le anonada; a nadie puede extender su mano. ¿Quién podría, en Jerusalén, librarle de una cárcel tan celosamente vigilada por centinelas que le saben condenado a muerte? ¿Pensar en el socorro de amigos, si todos parecen estar mirando el momento de que claudique? ¿Esperar clemencia de los que su ruina han tramado? El mismo, en su libro, dice: “Los sacerdotes, los profetas y todo el pueblo oyeron a Jeremías hablar en la casa de Jehová. Y cuando terminó de hablar Jeremías, todo lo que Jehová le había mandado que hablase a todo el pueblo, los sacerdotes y los profetas y todo el pueblo le echaron mano, diciendo: De cierto morirás” Jeremías 26:7,8. ¡Para él nadie pedirá amnistía! Sin duda, esa fue una de las horas más sombrías e insoportables de la vida del gran profeta de Jerusalén. Y fue entonces, cuando mayor era su desaliento, cuando más inaguantable parece su angustia, cuando Dios le habló y le ofreció la más preciosa promesa que un deprimido puede recibir: “Jeremías, ¡clama a mí, y yo te responderé! ¡Clama a mí, y yo te enseñaré cosas grandes que tú no conoces!”. Este no era un mensaje de aliento de un grupo de leales. ¡Era un mensaje de Dios para su alma desolada! De Dios, que nunca permite que algo nos abata y desmorone sin que en la Roca firme de una promesa oportuna podamos echar el áncora de nuestra confianza. ¿Qué le recuerda Dios a su profeta mediante esta promesa? Al conservarla en el tesoro de Su revelación escrita, ¿qué se propone? ¿A quién fortalece y llena de valor con ella? ¿Es acaso una bella reliquia, una joya que antaño a un profeta triste enriqueció, o es aún el torrente de consuelo al que todo abatido ha de acudir? Con estas palabras, Dios se dirige a un hombre que se siente extremadamente solo y abatido; a un alma que siente vacilar su fe en Dios; a una criatura que se pregunta si aún puede abrigar esperanzas. Azotado cruelmente por temores que le angustian, COSAS GRANDES QUE TÚ NO CONOCES Jeremías se pregunta si no habrá sonado la hora de su cese como pregonero de Dios, si no habrá llegado el momento de la retirada. Seguramente, en algún momento, el profeta pensó que nadie en la tierra excepto el rey de Jerusalén podría hacer nada por él. Pero el mismo monarca había confesado que temía a la camarilla de ministros y caciques que sobre él presionaban constantemente. No, podía esperar salvación de los hombres. El panorama no podía ser más desolador. “¡Clama a mí!”, oye entonces Jeremías decir a Dios. ¡Y cuán precioso acento el de estas palabras! El derrotado predicador siente reavivarse en él la llama de las ilusiones marchitas. Dios hace renacer en él nueva fe. Ante sus ojos Dios perfila nuevos horizontes. En un sentido, benefició a Jeremías el llegar a verse completamente solo, porque únicamente así pudo entender que sólo a Dios podía clamar y sólo Dios podía salvarle. Esto nos recuerda la historia de José preso en Egipto. El hijo de Jacob vio pasar las semanas y los meses, y llegó a sentirse olvidado. Un día, al fin, la puerta de la celda se abrió, y llamaron a uno de los presos, al que había de ser restaurado a su cargo en la corte de Faraón. Al despedirle, José le pide un favor: “Acuérdate de mí; usa de misericordia conmigo, y haz mención de mí a Faraón, y sácame de esta casa” Gén 40:14. ¿Lo hizo así el amigo de José? No, sino que “no se acordó de José, antes le olvidó”. ¿Acaso Jeremías había dejado de esperar algo de Dios? ¿Por qué le dice Dios “clama a mí, Jeremías, y yo te responderé”? Sencillamente porque hay situaciones en la vida cuando nuestra fe se empequeñece y pensamos que no podemos esperar más milagros. Que por demás es continuar suplicando a Dios. Dios conoce la fragilidad de tu ánimo. Sabe cómo ha vacilado tu fe, cómo te sientes abatido, desolado y triste. Y como a Jeremías te dice: “Clama a mí”. Este es sin duda un mensaje que disipa la tristeza del alma: ¡Dios conoce lo que te turba, y desea ayudarte! Dios siempre tiene un mensaje de promesa para un momento de desorientación. ¡Aún puede Jeremías esperar de Dios! ¡La mano del Altísimo no se ha debilitado, y está ofreciéndosele para hacer cosas grandes! Ciertamente, en todo su largo ministerio Jeremías nunca había recibido un mensaje como el que ahora en la cárcel se le ofrece. El profeta de Jerusalén ha anunciado ya el luto y la ruina que su pueblo obcecado y envilecido por la maldad va a sufrir. El pecado siempre conlleva sufrimiento, miseria y juicio. La tempestad del castigo se cierne sobre Jerusalén cuando Jeremías oye a Dios hablarle. Hasta los políticos se devanan los sesos barruntando desastre y buscando una salida. Unos hablan de negociar con Egipto; otros, con COSAS GRANDES QUE TÚ NO CONOCES Babilonia; otros, sugieren que lo mejor será resistir. Pero nadie está seguro de poder aguantar el cerco de los invasores caldeos: naciones más firmes han sucumbido ante el poderío de Babilonia. Un pueblo que la Palabra de Dios desoye; un pueblo que el mensaje del Altísimo menosprecia; una nación embrutecida por la delincuencia, la violación y la impiedad, ¡cómo no ha de verse al fin amortajada con el sudario de un juicio inexorable! Jeremías medita en la cárcel: ¿Habrá sido inútil todo esfuerzo por salvar a su pueblo de la ruina que le amenaza? ¿Será el fracaso el último capítulo de su historia como predicador? ¡No, Dios le habla de “cosas grandes”! ¡Dios le asegura que aún queda lo mejor por verse! Dios le revela: 1. Un plan de restauración que supera cuanto el hombre es capaz de imaginar. Jeremías había esperado descubrir apenas una rendija de luz y de esperanza para su ánimo; Dios le habla de un ventanal de promesa, de un plan superior por el que se le dice que toda la tierra afligida por violencias y desventuras ha de conocer un día de restauración. 2. Un plan que incluye redención de todo cuanto puede esclavizarnos. “Haré volver a los cautivos” (Vr.7) promete Dios a su profeta. Esto, naturalmente, se refiere a la cautividad que por fin el pueblo de Jeremías sufrió a manos de sus enemigos caldeos. Yendo al exilio, cargados de cadenas ¡cuán difícil parecía acariciar esperanzas de redención! Pero Dios ha cumplido siempre sus promesas. Tal como por Jeremías anunció, pasados los setenta años de destierro en Babilonia, volvieron. Jer 25:12; 2 Cr 36:21; Dn 9:2 3. Un plan que prevé y garantiza paz perfecta. Vr 6. “Les revelaré abundancia de paz” ¡Cuán frágil e incierta ha sido la paz siempre entre los hombres! Una vez terminada la I Guerra Mundial, las naciones que firmaron la paz, se prestaron para otra conflagración. Jeremías, como muchos hoy, nació y vivió en tiempos de guerras. El mismo vio a ejércitos arrasándolo todo. El mismo sufrió los estragos y las calamidades que siempre acompañan a las guerras. ¿Y Dios habla de “abundancia de paz? ¡Efectivamente, así es! Sólo Dios puede garantizarnos una paz abundante. La paz que todos cuantos en Él confían disfrutan. Y no es una paz “como la que el mundo da”. Es una paz que echa sus más hondas raíces en el alma, y nos permite decir: “No temeré aunque el cielo y la tierra se conmuevan. Salmo 46 4. Un plan de exaltación inefable. Dios hace a Jeremías mirar más allá de su tiempo a un día en el que no sólo Jerusalén sino toda la tierra se hallará bajo el directo gobierno de Uno que garantiza la bendición más plena (Vr 15). Le habla del “Renuevo”, nombre con el que al Mesías se le conoce también en las profecías. ¡Cristo fue la esperanza del profeta y el consuelo de cuantos en todo siglo y lugar en Él confiaron! COSAS GRANDES QUE TÚ NO CONOCES Jeremías, en verdad, nunca había conocido “cosas tan grandes” como las que ahora Dios le ha revelado. Nunca había él predicado un mensaje como el que en la cárcel recibe para sí. ¡En lo más obscuro de la hora de angustia recibe el mensaje más luminoso! En toda circunstancia y abatimiento, ¡confía en Dios! ¡Mira a tu Redentor y espera en Él, y Él hará! “No menospreció la aflicción del afligido; ni de él escondió su rostro, sino que cuando clamó a Él, le oyó”. Salmo 22:24 “Este pobre clamó, y le oyó Jehová, y lo libró de todas sus angustias” Salmo 34:6 ¿Has clamado tú a Dios? Libro: Sermones – Serie I Volumen 5 Por: Bernardo Sánchez