Genocidio y colonialidad. El carácter genocida del estado
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Genocidio y colonialidad. El carácter genocida del estado
III Jornadas de Historia / UPMPM / 2013 – Fernando Lipina Genocidio y Colonialidad: el carácter genocida del estado-nación de la modernidad Genocidio y colonialidad. El carácter genocida del estado-nación de la modernidad. Situación epistémica No es nuestra intención establecer un juicio valorativo de la modernidad como tal, tampoco otro sobre las instituciones que ha creado. Si nos empeñáramos en tal sentido, estaríamos abordando la modernidad desde sus propios límites epistémicos, aquellos que el paradigma dispone para preservar la hegemonía de sus presupuestos teóricos: el espacio reducido del humanismo occidental, la moralidad. Insistir con tal interpelación, como sucede en ámbitos académicos y jurídicos centrales, equivaldría a una reproducción de sentido de las relaciones de poder desde la perspectiva del poder hegemónico. Tampoco es nuestro objetivo reñir ideológicamente con las producciones teóricas que las han creado contraponiendo ideología. O sí, pero cómo. Al contrario de la “neutralidad” que puede suponer esta advertencia, consideramos que toda teoría social moderna es la síntesis literaria que articula y legitima con pretensión “científica” los fines políticos de la mentalidad blanca/europea. En tal sentido, no somos neutrales y advertimos que, nuestras interpelaciones a la matriz eurocentrada, se hacen desde la perspectiva del pensamiento crítico no-europeo (moderno / colonial) en función de las consecuencias materiales que evidencian que, tales abstracciones teóricas, nunca fueron neutrales. La modernidad es ideología y es política. Es decir que, nosotros, también somos científicos. De lo que se trata, entonces, es de significar y complejizar, desde Latinoamérica, los efectos simbólicos y materiales característicos de la relación de inequidad persistente creada por la naturalización y universalidad que estas relaciones de poder establecieron con la consolidación del sistema mundo capitalista. Para este fin, nos proponemos hacerlo desde la identidad específica que nos impuso la diferencia colonial (Mignolo, 2003), irrumpiendo la idea hegemónica de totalidad con la toma del control de la subjetividad / intersubjetividad que nos posibilita tal consciencia (Quijano, 2000). Por eso, cuando abordemos el genocidio, no lo haremos con la intención de acotarlo a una definición o de delimitarlo conceptualmente a aquellas que mejor se adapten a nuestro propósito, sino en tanto condición de posibilidad de la violencia social delegada y concentrada en la institución del estado-nación moderno. Tal prudencia procura, en primer lugar, un abordaje geocentrado específico; segundo, excusarnos de la discusión en torno a la comisión del crimen de lesa humanidad fuera de este contexto sin perjuicio de reconocer que existen como tales y, tercero, problematizar los conceptos en torno a la naturaleza de los crímenes 1 III Jornadas de Historia / UPMPM / 2013 – Fernando Lipina Genocidio y Colonialidad: el carácter genocida del estado-nación de la modernidad de masa desde la perspectiva latinoamericana en contraste con los que emergen de los debates académicos y jurídicos que se originan y suceden dentro de los ámbitos de discusión legitimados por el modelo epistémico moderno (Jones, 2010). Resumen Liberados del debate que propone sujetarlos a la clasificación jerárquica de una magnitud de escalas u otra de ordenamiento ontológico, la casi totalidad de los “cidios” de los últimos doscientos años, reconocen un mismo perpetrador, el poder punitivo del estado nación de la modernidad, y una víctima, el “otro” construido por la racionalidad eurocéntrica. Las producciones teóricas de la modernidad, vertebradas con los procesos políticos que consolidaron el sistema mundo capitalista, subalternaron o suprimieron epistemologías “otras” resistentes al patrón de supremacía europeo. Tal supremacía, desplegada como “destino manifiesto”, ha naturalizado el dominio colonial y su derecho excluyente a la apropiación de los bienes materiales mediante tutelas político institucionales que la perpetúen legitimando la soberanía de la violencia estatal. Constructos como “el progreso indefinido de la historia” y “el espíritu civilizatorio”, devenidos en discurso dominante, naturalizaron esta violencia sistematizándola en la creación de aparatos legales que reglamentaron un acceso excluyente a los recursos en centros y periferias. Tales agencias institucionales del estado-nación, frente a la emergencia de amenazas a este orden de acumulación manifiesto en las tensiones sociales que derivan de las crisis sistemáticas por la disputa, definieron “enemigos” a los que es “racional” y legítimo eliminar (Zaffaroni, 2010). Definida por la emergencia y por el Estado, la figura de enemigo reprodujo la lógica de la antinomia civilización y barbarie. La supresión del “enemigo” ha derivado, casi siempre, en crímenes de masa. El abordaje del genocidio desde América Latina sugiere la necesidad de correr el velo del modelo de problemas y soluciones del paradigma moderno para pensarlo desde su contratara, la colonialidad. Primera modernidad / colonialismo. Segunda modernidad / colonialidad. Configuración ideológica del “otro”. Para comprender la colonialidad como constitutiva de la modernidad tal como la aborda Quijano, es preciso contextualizar históricamente la emergencia y la consolidación del sistema mundo capitalista. Siendo el objetivo en este tramo situar el proceso de construcción del “otro” dentro de ese contexto, se comprenderá nos dispensemos de abordar una historia 2 III Jornadas de Historia / UPMPM / 2013 – Fernando Lipina Genocidio y Colonialidad: el carácter genocida del estado-nación de la modernidad evenemental que, de todos modos, creemos necesario que la historiografía latinoamericana repiense desde esta perspectiva. La construcción del “otro” que se inicia con la conquista es uno de los ejes vertebradores del devenir histórico de la modernidad. La denominación modernidad / colonialidad visibiliza esta identidad unas veces encubierta y otras justificada, en un rapto de relativa honestidad o por imposibilidad de negarla, como efecto colateral del “espíritu civilizatorio”. Sin embargo, su persistente continuidad y actualidad, dan cuenta de un sujeto invariablemente integrado al carácter global de la economía desde el S.XVI. Es por eso que situamos el inicio de la modernidad en la conquista otorgándole carácter revolucionario, en tanto, vemos en las del S.XVIII, el periodo de maduración del sistema mundo por medio de las síntesis teóricas que lo consolidan sustituyendo el paradigma de conocimiento. En otros términos, primera modernidad / colonialismo y segunda modernidad / colonialidad. La vertebración de la producción teórica con los procesos políticos sugieren que, las fuentes a partir de las cuales se hizo filosofía en la modernidad, son las ciencias humanas e históricas (Argumedo, 1992). A pesar de su naturalización, este hacer filosofía a partir de la historia, evidencia que el mundo no cambia con el advenimiento de la “razón” sino que, la “razón”, sistematiza e institucionaliza en una matriz de pensamiento un mundo previamente configurado. Sin perjuicio de la relevancia que, la historiografía en general, le otorga a la segunda mitad del S.XVIII, creemos que el devenir de la política y la emergencia de las instituciones modernas en Europa y en los territorios bajo su dominio, no pueden comprenderse sino como consecuencia de las transformaciones erogadas por la conquista. Los eventos históricos que tenían curso propio en un “mundo” centrado en el Mediterráneo, acusaron el impacto del encuentro/conquista de América y, el rumbo y la resolución de las crisis de los antiguos regímenes y el advenimiento de las potencias, no pueden comprenderse en su totalidad sin la determinación de las condiciones creadas por el ciclo de la acumulación originaria que inicia con la conquista (Marx, 1867). En igual sentido, la crisis epistémica que concluye en la era de la revolución (Hobsbawm, 1962), tampoco puede abordarse aislada del impacto causado por la conquista en las mentalidades y creencias europeas, en sus argumentaciones y justificaciones sobre la naturaleza del origen del hombre. La génesis del paradigma moderno que configurará la emergencia de América como el primer espacio / tiempo de un nuevo patrón de poder de vocación mundial (Quijano, 2000), debe datarse en el S.XVI. La estructuración social 3 III Jornadas de Historia / UPMPM / 2013 – Fernando Lipina Genocidio y Colonialidad: el carácter genocida del estado-nación de la modernidad codificada en las diferencias entre conquistadores y conquistados en la idea de raza (Quijano, 2000), se constituye en ese contexto que denominamos primera modernidad, definiendo nuevos sujetos e identidades que ubicaba a los unos en situación natural de inferioridad respecto a los otros (…) elemento fundante de las relaciones de dominación (Quijano, 2000) y del carácter constitutivo del patrón de poder global, la “colonialidad del poder”. La producción teórica moderna, al igual que los procesos políticos con los que se vertebró, no modificaron las construcciones mentales que impusieron estas relaciones de dominación, sino que, en el decurso de sustitución de la religión por la razón, las naturalizaron en un complejo proceso de re-identificación histórica en el que todas las experiencias, historias, recursos y productos culturales, terminaron articulados en un solo orden global (Quijano, 2000). Esta homogenización impuso una perspectiva universal de la historia cuyos sentidos del pasado y del futuro se representaron en una trayectoria que reprodujo las relaciones de inferioridad / superioridad racial. Tal subjetividad / intersubjetividad eurocéntrica, ubicando a los pueblos colonizados con sus historias y culturas en el pasado y a lo europeo en el futuro, funda la idea de progreso indefinido de la historia. En esta subalternación o supresión epistemológica que denominamos “colonialidad del saber”, se consolida la “otredad”. Pensada desde Latinoamérica, esa relación simbiótica entre producción teórica y procesos políticos, denota una continuidad de concepciones culturales y cosmovisiones más amplias (matriz) que permiten vislumbrar un marco mayor en el que subyace un vínculo interepistémico atravesado por el “destino manifiesto” que Europa se ha dado a si misma: la supremacía del pensamiento occidental y la propiedad de “la verdad” independientemente del predominio religioso o de la “razón” (Argumedo, 1992). Replegada sobre esta supremacía, Europa, naturaliza la “diferencia colonial” y su hegemonía, universaliza desde si y teoriza, en consecuencia y cualquiera sea la matriz de pensamiento y el sujeto al que interpelen, para otorgar un marco sistematizado que posibilite el “progreso”. Este proceso, al que denominamos segunda modernidad, hacia el último cuarto del S.XVIII, ya había articulado todas las formas históricas de control del trabajo, de sus recursos y de sus productos en torno del capital y del mercado mundial (Quijano, 2000), consolidando una geografía ordenada en centros europeos y periferias coloniales (División Internacional del Trabajo). En otras palabras: con América (Latina) el capitalismo se hace mundial, eurocentrado y la colonialidad y la modernidad se instalan, hasta hoy, como los ejes constitutivos de ese específico patrón de poder (Quijano, 2000). 4 III Jornadas de Historia / UPMPM / 2013 – Fernando Lipina Genocidio y Colonialidad: el carácter genocida del estado-nación de la modernidad La idea de raza como estructurante social que funda las relaciones de dominación entre europeos y no europeos, tendrá continuidad en las prácticas sociales de poder de los Estados-nación latinoamericanos. Este dispositivo que Mignolo denomina “diferencia colonial” devino en un discurso hegemónico que construyó el sentido común que penetró profundamente las mentalidades de las elites propietarias y mercantiles criollas. Estas elites, una vez canceladas las relaciones políticas coloniales, asumieron la identidad biológica de la raza blanca/europea y sus intereses, configurando una matriz cultural de ideas, imágenes, valores y prácticas sociales que sintetizaron en un proyecto político, económico y social reproductor de la matriz liberal (colonialidad del ser). La reproducción de sentidos y la reidentificación de sujetos, respondieron en cada caso, más allá de las diferencias aparentes y reales, al carácter que los proyectos de estas elites fueron adquiriendo en cada una de las etapas del desarrollo y consolidación del sistema mundo capitalista al cual, bajo la utopía de las “ventajas comparativas” periféricas, fueron integrados los estados-naciones latinoamericanos. Sin menoscabo de la historia de resistencias y de los proyectos nacionales alternativos que confrontaron al liberal político y económico de dependencia, una vez más, se comprenderá nos dispensemos de abordarlos con el objeto de constreñir este trabajo a su tema específico. Al margen de las rupturas que pudiesen significar, con las que nos sentimos plenamente identificados, lo que nos ocupa, es la continuidad hegemónica del estado-nación como agencia institucional de la estructura de poder sistémica y la sujeción violenta de las identidades otras opuestas a la vastedad de ese proyecto “civilizatorio”. El Estado-nación periférico, agencia y gendarme del capitalismo. En idéntica línea argumentativa que Weber, en su estudio sobre crímenes de masa, Zaffaroni, señala que el sometimiento de otras sociedades para proveer bienes, estaba directamente vinculado con la necesidad de disminuir las tensiones sociales internas por la demanda y disputa de los bienes materiales (Zaffaroni, 2010). Weber, aún cuando los estados-naciones latinoamericanos ya estaban en formación, advertía la importancia de los recursos de origen imperialista para clausurar el peligro de cesación de ingresos a las potencias europeas, pudiendo significar un sensible retroceso en la capacidad adquisitiva inclusive para los productos internos, lo cual influiría muy desfavorablemente en el mercado de trabajo (Weber, 1922). Y al señalar que la más segura garantía para alcanzar el monopolio (…) de lucro proporcionado por la economía del territorio extranjero (…) es la ocupación política o la sujeción del poder político extranjero mediante la forma de "protectorado" o 5 III Jornadas de Historia / UPMPM / 2013 – Fernando Lipina Genocidio y Colonialidad: el carácter genocida del estado-nación de la modernidad cualquier forma análoga (Weber, 1922), no solo develaba en qué consistían los intereses de potencia de una nación vertebrados con los de las clases dominantes en el poder (Weber, 1895), además enunciaba con claridad meridiana la planificación institucional de una periferia tutelada. Lo que se desprende de lo señalado por Weber es que, para que el proyecto político capitalista pudiera materializarse y realizar “la verdad” en su totalidad, debía articular su cosmovisión con los proyectos políticos de las elites locales. Estas elites, identificadas con ese destino histórico “civilizatorio” ligado a sus intereses económicos, constituyeron el instrumento de tal realización. Los estados-naciones latinoamericanos, concebidos así como gendarmes del sistema mundo, instituyeron sus cuerpos jurídicos inspirados en los del poder hegemónico, cuyo fin último, era el resguardo a perpetuidad del proceso de acumulación. Regidas por las ideas del liberalismo blanco/europeo excluyente, diseñaron agencias institucionales, terminales operativas que regularon el acceso a los recursos, naturalizando la economía de mercado como única “razón” posible para dirimir derechos de disputa y distribución. El conflicto y las tensiones sociales por la disputa de los bienes materiales habían sido así transferidos a las “naciones extranjeras”. El sometimiento de las colonias se obtuvo mediante la extensión del poder punitivo a otra entera sociedad que debía ser sometida a ese poder en razón de su inferioridad y del peligro que supuestamente representaba para los civilizados (…) El poder colonialista fue punitivo, porque una colonia es una cárcel de contención y trabajo forzado, o sea, un gigantesco campo de concentración donde se privaba a los prisioneros (colonizados) de su cultura, idioma, religión y tradiciones (Zaffaroni, 2010). Las elites propietarias y mercantiles, integradas institucionalmente al sistema global, reprodujeron las mismas jerarquías patronales e idénticas relaciones sociales / raciales. La desmaterialización de la razón otra, adquiere solución de continuidad con el proyecto político de las oligarquías. La extensión y la instrumentación del poder punitivo del Estado tuvieron por objeto disciplinar al “otro” subalterno y necesario para la reproducción del sistema. Bajo este “orden”, fue representado como amenaza a la que era lícito reprimir o suprimir toda vez que el “orden” proyectara su expansión, sintiese “peligrar” su hegemonía ante crisis sistémicas o experimentase resistencias a su voluntad de acumulación y concentración. Las nociones difundidas y naturalizadas de progreso y civilización, devenidas en formadoras del 6 III Jornadas de Historia / UPMPM / 2013 – Fernando Lipina Genocidio y Colonialidad: el carácter genocida del estado-nación de la modernidad espíritu de estos estados-naciones, habilitaron y legitimaron la legalidad punitiva dirigida contra el “otro”. El Estado-nación moderno argentino “El rémington les ha enseñado que un batallón de la República puede pasear la pampa entera dejando el campo sembrado de cadáveres”. Estanislao S. Zeballos (Viñas, 1982). El objetivo de todo proyecto político es hegemonizar el control articulado de las relaciones sociales de dominación, explotación y conflicto que dominan los ámbitos básicos de la existencia social (Quintero, 2010). El proyecto formador del Estado-nación moderno argentino, desplegado en su totalidad, abarcó la totalidad de estos ámbitos, cuyo control y hegemonía, se vertebraron en un modelo político, económico y social espejado en los ideales y en las relaciones de poder de la matriz liberal blanco / europea. La estructuración de la sociedad sobre las bases de la colonialidad del poder, reprodujo un orden administrativo, político y militar que, dirigido por las elites blancas, configuraron una producción de sentido en la que, los imaginarios sociales y las memorias históricas, significaron la construcción homogénea de una identidad nacional ocultando las jerarquías internas del pasado colonial (Quintero, 2009). Uno de los ámbitos fundamentales de control para un ejercicio pleno de las relaciones de dominio es el de la subjetividad / intersubjetividad. Impregnado de positivismo, tal control, fue instrumentado mediante la reconstrucción y difusión de un pasado que narra la trama de las elites vencedoras. Su corpus de ideas y categorías conformaron una unidad de significación que, inspirada en esa trama, silenciaron relatos otros. El disciplinamiento cultural se operó mediante la elaboración de una literatura oficial pretendidamente científica y neutra de la historia, hegemonizando la producción de sentido desde el periodismo impreso, imponiendo una galería excluyente de héroes a los catastros urbanos y, finalmente, embebiendo los contenidos escolares concebidos como herramienta formadora de ese proyecto de Estadonación (Galasso, 2004). Sistematizada, la educación instrumentó la construcción de un sentido común que naturalizara la homogeneización racial y cultural del discurso dominante, su sistema de valores, su producción cultural y las relaciones de poder material y simbólico expresadas en esa construcción. Tal esfuerzo y persistencia son citados por Sandra Carli en su volumen “Niñez, pedagogía y política” que recorre los discursos acerca de la infancia en la historia de la educación argentina. Entre las páginas noventa y seis y ciento dos, Carli, cita en varias oportunidades al pedagogo Víctor Mercante, uno de los referentes del normalismo 7 III Jornadas de Historia / UPMPM / 2013 – Fernando Lipina Genocidio y Colonialidad: el carácter genocida del estado-nación de la modernidad fundador de la instrucción pública: “En el niño reviven los siglos pasados. Y ¡cuántos siglos! Es curioso ver en ese organismo débil, de exagerada imaginación, amante de lo inverosímil y de las ficciones, la imagen de aquella sociedad primitiva cuyos vestigios han llegado hasta nosotros” (…) La herencia primitiva, retoma la autora, cuyo depositario era el niño, debía ser combatida logrando la adaptación al medio, más precisamente, y cita nuevamente a Mercante, “la adaptación de las facultades -de los niños denominados “viciosos”- al medio en que actúan” (…) “fuera muy bueno si el niño en vez de representar en sus manifestaciones las primeras etapas humanas, reprodujera las más avanzadas del mundo civilizado” (Carli, 2012). Sin embargo de su presencia insistente, el control del conflicto se operó a través de la normalización de la producción cultural liberal/conservadora, consolidándose en la instrucción pública y en la pluma de los historiadores oficiales, cuya producción literaria, abona el imaginario colectivo hasta nuestros días. El control de la autoridad pública o colectiva constituye el otro ámbito fundamental sobre el que se sostienen las relaciones de dominación. Su imposición por medio de la violencia organiza una estructura de autoridad al tiempo que se legitima en la subjetividad / intersubjetividad (Quintero, 2010). La construcción del “enemigo” operada por el proyecto social de homogeneización racial y cultural de las elites dominantes, reprodujo los mismos sentidos y jerarquías que estructuraron las relaciones de dominación conquistador / conquistado. La identidad “enemigo” absorbió la del “otro” sin alteraciones, de modo que las construcciones “otro” y “enemigo” fueron asimiladas en una misma identidad. En tanto la operación se completó con la sustitución del europeo por la elite, las relaciones de dominación impuestas por la estructuración jerárquica social/racial de la colonia, no se modificaron. Aunque las ideas alrededor de la identidad nacional y su proceso de formación exigen un abordaje específico, es preciso significar esta relación de dominación implícita en el proyecto social del Estado-nación argentino articulada con el control de ámbitos específicos de la existencia social, el del trabajo, sus recursos y productos y el de la naturaleza, en tanto las relaciones con las demás formas de vida y con el resto del universo (Quintero 2010). Esta articulación, sustentó el discurso de “orden y progreso” que configuró el modelo agroexportador de las oligarquías. La identidad asimilada “otro / enemigo” operó, en un mismo movimiento histórico, sobre el sentido de propiedad de los bienes simbólicos y materiales del Estado-nación: al tiempo que desapoderaba y desmaterializaba a las poblaciones indígenas, convirtió, a la elite blanca, en portadora y propietaria excluyente de los mismos. Estos sentidos e identidades fueron condiciones necesarias para ocultar el 8 III Jornadas de Historia / UPMPM / 2013 – Fernando Lipina Genocidio y Colonialidad: el carácter genocida del estado-nación de la modernidad genocidio de los indios pampeanos y patagónicos bajo la idea de una “campaña al desierto”. La desmaterialización material/territorial y simbólica, se completa con la apropiación de los bienes jurídicos por una elite que se asumió “reserva moral de la patria”. En una entrevista reciente con Ricardo Forster, Zaffaroni resume que el corpus jurídico de un estado está conformado por las leyes parlamentarias, la jurisdicción, ejercida por los jueces, y la doctrina académica que reproduce la ideología de un discurso. Seguido agrega que, ese aparato jurídico, es elaborado en un determinado momento histórico siguiendo el discurso del sector hegemónico que retiene la mayor cantidad de renta. Ese sector diseña el aparato jurídico del Estado a su medida (Zaffaroni, 2013). Es decir que, en tanto el poder constituye el ejercicio administrativo de los bienes jurídicos y simbólicos, las instituciones del Estado-nación son el instrumento consensuado para enajenarlos. Si la acumulación de bienes como expresión del poder, nos dice Barcesat (…) comporta también la apropiación del saber para nuevamente incrementar la acumulación de bienes (Barcesat, 2010), el poder y su instrumentación son patrimonio de los propietarios de los bienes materiales. En otras palabras, quien controla el corpus jurídico, el acceso a los recursos, la producción de sentidos y las relaciones sociales, configura y ejerce el poder e impone su orden de relaciones. Naturalizado este orden en el imaginario social, su legitimidad permite la definición de reglas y enemigos. En el decurso de su formación, el Estado-nación argentino, articuló la producción de sentido con el control de la autoridad pública. La ejecución de políticas de exterminio masivo de las masas indígenas, sintetizadas y constituidas en el “otro / enemigo”, combinadas con otras que favorecieron la inmigración europea, formaron parte del proyecto social de homogeneización racial y cultural. Las agencias institucionales del estado-nación, asociadas a los intereses del sistema global encarnados en su relación con Inglaterra, crearon la emergencia y la amenaza a la expansión del capital implícito en la idea de progreso civilizatorio, definiendo “enemigos” a los que fue “racional” y “legítimo” eliminar. Los indígenas no se extinguieron producto de un proceso natural de avance civilizatorio. Esta construcción difundida e instalada en el sentido común por los relatos historiográfico y antropológico oficiales, tenía un doble objetivo, ocultar su desaparición por la práctica de una política estatal y fijar la idea de una sociedad resultado de un “crisol de razas” europeas, en la cual, el indígena, no es un componente significativo (Lenton y otros, 2010). 9 III Jornadas de Historia / UPMPM / 2013 – Fernando Lipina Genocidio y Colonialidad: el carácter genocida del estado-nación de la modernidad La eliminación física de las masas indígenas, su concentración y deportación como fuerza de trabajo, el borramiento de la identidad de menores y la destrucción de sus culturas, consideradas por las elites intelectuales como inferiores, constituyeron mecanismos de homogeneización que (…) le otorgan al proceso las características de un genocidio (Lenton y otros, 2010). El sistema-mundo como condición de posibilidad del crimen de masa “Hay un cuadro de Klee que se titula Angelus Novus. Se ve en él un ángel, al parecer en el momento de alejarse de algo sobre lo cual clava la mirada. Tiene los ojos desorbitados, la boca abierta y las alas tendidas. El ángel de la historia debe tener ese aspecto. Su rostro está vuelto hacia el pasado. En lo que para nosotros aparece como una cadena de acontecimientos, él ve una catástrofe única, que arroja a sus pies ruina sobre ruina, amontonándolas sin cesar. El ángel quisiera detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo destruido. Pero un huracán sopla desde el paraíso y se arremolina en sus alas, y es tan fuerte que el ángel ya no puede plegarlas. Este huracán lo arrastra irresistiblemente hacia el futuro, al cual vuelve las espaldas, mientras el cúmulo de ruinas crece ante él hasta el cielo. Este huracán es lo que nosotros llamamos progreso” (Walter Benjamin, 1940, Tesis sobre la historia IX). Al inicio del trabajo sugeríamos la necesidad de liberar al “cidio” del debate que propone sujetarlo a una clasificación jerárquica según una magnitud de escalas u otra de ordenamiento ontológico. Sugeríamos también, en nuestra introducción y en idéntico sentido, que estos debates académicos y jurídicos orientados a su prevención, se originan y suceden invariablemente dentro de ámbitos de discusión cuya perspectiva no desborda la legitimidad del orden sistémico. Es decir que, la prevención, se orienta siguiendo un modelo de problemas y soluciones que no cuestionan ese orden. La evidencia recurrente de un mismo perpetrador, el poder punitivo del estado-nación moderno y la de una misma víctima, el “otro” construido por la racionalidad eurocéntrica, orientan o debieran orientar la necesidad de problematizar sus conclusiones desde una perspectiva diferente, en tanto estas, al abordar taxativamente a la víctima según el carácter fragmentado y específico de la modalidad del crimen ejecutado, dispersan la atención sobre el carácter institucional del victimario, resultando invariablemente excluido como sujeto en la comisión de la casi totalidad de los crímenes de masa. 10 III Jornadas de Historia / UPMPM / 2013 – Fernando Lipina Genocidio y Colonialidad: el carácter genocida del estado-nación de la modernidad Creemos que la problematización del genocidio debe operarse de modo inverso. Es decir, si su condición de posibilidad reside en quien detenta la hegemonía del poder, siendo la institución del estado nación moderno un instrumento consensuado y legítimo para el ejercicio del poder, nuestra atención debiera posarse en las motivaciones del perpetrador y el discurso en que se sustenta. Resulta apropiado, tal como propone Feierstein en su posfacio al estudio de Zaffaroni, descartar la idea banal de que los crímenes de masa serían el resultado de la toma del poder por alucinados racistas o alienados mentales (Feierstein, 2010) presente, incluso, en obras académicas que postulan con aires científicos que el genocidio es resultado de una patología. Preguntándose por las funcionalidades sociales diferenciales que resuelven los crímenes de masa modernos, destaca el análisis de Zaffaroni que ubica la genealogía del crimen de masa en las transformaciones del poder punitivo que concluyeron en un modo de ejercicio de las técnicas de saber, las técnicas de poder y la articulación entre estos sistemas (Feierstein, 2010). Más adelante en su desarrollo, Feierstein afirma que, “el objetivo de los crímenes de masa modernos no radica en aquellos sujetos a los que se aniquila sino en el efecto del proceso de aniquilamiento en toda la sociedad, los efectos que produce la muerte en aquellos que quedan vivos (…) en los crímenes de masa modernos, el aniquilamiento no es el fin sino la herramienta” (Feierstein, 2010) y, citando a Lemkin, describe las dos etapas que desarrolla el genocidio, “una, la destrucción del patrón nacional del grupo oprimido; la otra, la imposición del patrón nacional del opresor” (Lemkin, 1943). Finalmente concluye que el aniquilamiento constituye un modo de opresión equiparable al del borramiento de los trazos históricos de la constitución de las identidades nacionales (Feierstein, 2010). La homogeneización racial y cultural operada durante la formación del Estado-nación argentino, se reconoce en esta idea y en la materialización de las dos etapas descriptas por Lemkin. La condición de posibilidad del crimen de masa en las técnicas articuladas del ejercicio del poder como postula Zaffaroni, asociadas al recorrido histórico de la modernidad / colonialidad, dan cuenta de la violencia constitutiva original del sistema mundo capitalista. La producción teórica que se entroncó con los proyectos políticos de las naciones potencia, naturalizó esta violencia justificándola con el avance del “espíritu civilizatorio”. Es decir que, la estructuración social codificada en la “diferencia colonial”, el ejercicio moderno del poder y la producción teórica en que se sustentan, no solo sugieren descartar la idea banal del origen patológico de los crímenes de masa, también impiden pensar a la víctima como un “efecto colateral” del “progreso”. Ambos argumentos tienden a relativizar la comisión de un crimen que es político y, por eso, ocultado por el sistema. 11 III Jornadas de Historia / UPMPM / 2013 – Fernando Lipina Genocidio y Colonialidad: el carácter genocida del estado-nación de la modernidad Advertíamos en nuestra introducción la dificultad que supone continuar abordando el genocidio desde los límites epistémicos que el paradigma dispone para preservar la hegemonía de sus presupuestos teóricos. Las conclusiones y políticas de prevención del delito de lesa humanidad, producidas por instituciones académicas y jurídicas creadas por el propio sistema, excluyen y por lo tanto preservan de toda discusión, las funcionalidades sociales diferenciales del modelo de producción que origina un ejercicio de poder potencialmente criminal y la red institucional en la que se asienta su “destino manifiesto”. La alternativa de la condena moral no impidió la repitencia de comisión de un crimen que, salvo excepciones, ha quedado invariablemente impune en tanto tiene por objetivo el disciplinamiento social. “Nuestros intereses”, “progreso”, “espacios vitales”, “desierto”, “estado de naturaleza” y otros tantos eufemismos intercambiables en el tiempo, tuvieron y tienen por objeto preservar al victimario y ocultar a la víctima. El sentido de un recurso retórico que impide la identificación de estos sujetos, es el de subvertir la intolerancia constitutiva del sistema para legitimar un constructo teórico que, desde el S.XVI y con mayor frecuencia desde el S.XVIII, ha descartado y descarta materialmente una parte de la humanidad en nombre de las ganancias. La operación se completa siempre con la emergencia de una “amenaza” y la definición de un “enemigo” capaz de encarnarla. Es “enemigo” aquel o aquello que impide o interfiere la expansión a perpetuidad del capital y la apropiación de recursos. Los Estados-naciones, en tanto agencias terminales del sistema, resuelven los “abstractos” localmente recreando y/o produciendo otras tantas “emergencias”, “amenazas” y “enemigos” funcionales al despliegue del poder punitivo constituido en “reserva moral de los valores de la patria” o de “la libertad y la democracia”. Es por eso que, en el proceso de cosificación y deshumanización, a veces nos constituimos en primitivos, otras en delincuentes subversivos, bárbaros o populistas. Esta práctica, en general con complicidad mediática, se desarrolla operando procesos de criminalización y estigmatización de sectores sociales, grupos humanos o ideologías y proyectos políticos resistentes a la acumulación concentrada. La categoría “enemigo” es un sucedáneo del constructo mental de “otredad”. Así como en el decurso de sustitución de la religión por la razón no se modificaron las relaciones de dominación que constituyeron al “otro” como sujeto opuesto e inferior al “blanco/europeo”, tampoco se hizo durante la configuración sucesiva de “enemigos”. El enemigo resultó ser casi siempre un no-blanco/europeo y, por lo tanto, una continuidad de la voluntad que estructuró la sociedad del sistema mundo en función de jerarquías raciales. Tal estructura, desarrolló la 12 III Jornadas de Historia / UPMPM / 2013 – Fernando Lipina Genocidio y Colonialidad: el carácter genocida del estado-nación de la modernidad secuencia de significantes “otro”, “enemigo externo” y “enemigo interno”, cuyos sentidos e identidades, fueron variables oportunas determinadas por el patrón central de dominación global. Frente a la insistente recurrencia del crimen de masa, creemos indispensable un debate profundo sobre una posibilidad cierta y efectiva de la prevención del delito de lesa humanidad. Se trata, en palabras de Fermín Chávez, de abordar su contingencia significándola desde una epistemología periférica. El debate debe convocar la implementación de estrategias culturales cuyas perspectivas no eludan las variables colonialidad del saber / colonialidad del poder. La desarticulación de las condiciones que promueven y motivan la comisión del crimen de masa son impensables sin la construcción de sociedades solidarias. -- Bibliografía Carli, Sandra. Niñez, pedagogía y política. Buenos Aires: Miño y Dávila Editores, 2012. Argumedo, Alcira. Los silencios y las voces en América Latina: notas sobre el pensamiento nacional y popular. Buenos Aires: Ediciones del Pensamiento Nacional ‐ Colihue, 2009. Delrio, Walter, y otros. Del silencio al ruido en la historia. Prácticas genocidas y Pueblos Originarios en Argentina. Seminario. Buenos Aires, 2010. Forster, Ricardo. La letra inesperada ‐ Capítulo 4 ‐ Para todos y todas. 2013. <http://www.youtube.com/watch?v=V‐C4LrF4HTE>. Galasso, Norberto. De la Historia Oficial al Revisionismo Rosista Corrientes historiográficas en la Argentina. Buenos Aires: Cuadernos para la Otra Historia Centro Cultural “Enrique S. Discépolo” , 2004. Jones, Adam. «Nombrando al genocidio: Raphael Lemkin.» Jones, Adam. 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