EL CAMPANARIO El pequeño filósofo de lo cotidiano Por Orlando

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EL CAMPANARIO El pequeño filósofo de lo cotidiano Por Orlando
EL CAMPANARIO
El pequeño filósofo de lo cotidiano
Por Orlando Cadavid Correa
El título corresponde a la denominación que el mismo Luis Tejada eligió cuando le preguntaron por su
ocupación u oficio. “Soy un pequeño filósofo de lo cotidiano”.
Nacido el 7 de febrero de 1898, en Barbosa Antioquia, falleció el 17 de septiembre de 1924, en
Girardot, Cundinamarca. La temible Parca se lo llevó prematuramente, cuando acababa de llegar a la
vida. Apenas contaba 26 años, siete de los cuales consagró al ejercicio del periodismo en diversas
ciudades del país: Bogotá, Medellín, Barranquilla, Pereira y Manizales.
Maestro de uno de los géneros más difíciles del oficio, fue coronado por sus propios colegas de los años
20 como el Príncipe de la Crónica periodística.
El viejo Caldas ocupó un breve pero fundamental espacio en el fugaz paso de Luis Tejada por el mundo
terrenal. En estas tierras benditas escribió sin descanso, se casó en el Perla del Otún con Julia Gaviria
Jaramillo, (unión de la que hubo un niño que murió recién nacido). Y le alcanzó el tiempo para la
docencia en un colegio de propiedad de su hermana María, en Circasia.
Además de su nombre de pila, escribió con los seudónimos de Valentín, Lis y LT, sus iniciales. Sobrino
de la legendaria líder sindical María Cano, “La flor del trabajo”, fue duro, rudo, despiadado, en sus
diatribas contra el poeta Guillermo Valencia, el padre de “Anarkos”, y del presidente Guillermo León.
Salía de vez en cuando, en sus columnas, con unas propuestas traídas de los cabellos, en las que dejaba
patas arriba lo que estaba patas abajo: 1) Que los seres humanos no durmieran tendidos por completo,
en sus camas, sino semisentados, por razones de seguridad (poder reaccionar a tiempo en caso de
terremoto, incendio, asesinato o trombosis). 2) Hacer de la pobreza, por sus grandes ventajas, un
método necesario de la vida, una base de seguridad personal y una garantía de existencia, porque la
demasiada riqueza se había convertido en un peligro para su poseedor. 3) Su andanada contra el suizo
que inventó el reloj porque le causó, según él, un gran daño a la humanidad, al hacerle comprender la
pequeñez de la vida y lo efímero del tiempo.
Dos exigentes críticos literarios lo vieron así: “Luis Tejada el muchacho que asombró a “Los Nuevos” con
sus geniales adivinaciones del mundo, fue una superación del gene antioqueño en moldes chaplinescos;
las minorías letradas saben, sin haberlo leído, que fue el prosista más ágil , penetrante y humano de sus
tiempos”. (Javier Arango Ferrer).
“El libro de Crónicas, de Luis Tejada, sigue siendo un breviario inapreciable de humor sutil, de sencillez,
transparente, de recóndita poesía y de gracia alada, escrito por un filósofo de lo pequeño, de lo fugaz, y
lo transitorio”. (Lino Gil Jaramillo).
En el prólogo del libro Nueva Antología de Luis Tejada, que publicó la Editorial de la Universidad de
Antioquia, el filósofo Gilberto Loaiza Cano nos enseña a conocer más a fondo el personaje: “Eligió
temprano la otra cara de la realidad. Era un escritor entretenido, que tenía el talento de divertir y
criticar al mismo tiempo, de tal modo que los temas serios no eran aburridos ni para el lector, ni para el
propio escritor”.
En los meses postreros de 1921, cuando pasó por la redacción del diario manizaleño “Renacimiento”,
(fundado en 1914 y cerrado en 1923), Tejada desparramó fina ironía al replicar al columnista anónimo
de un periódico rival de la plaza, que se ocultó en el fácil “Señor X”, para tratar de mofarse de uno de
sus escritos. Degustémoslo: “Señor Director; ante todo, le confieso que he tratado en vano de
encontrar un seudónimo apropiado a las circunstancias. ¡Imposible! La larga lista de los seudónimos
usuales se ha agotado ahora en Manizales, hasta producirse el fenómeno curioso de que dos personas
distintas tengan que guarnecerse bajo un solo nombre supuesto, antes que resignarse cualquiera de
ellas a sufrir el horrible peso de la popularidad. Si, señor mío; hay una verdadera epidemia de
modestia, una sed de oscuridad, una ansia de pasar inadvertidos, de ocultar los méritos personales a la
admiración y al aplauso de ese monstruo detestable que llaman público”.
La apostilla: En la primera fila de los odios de Luis Tejada estuvieron, en su fugaz existencia, los que él
llamaba “impertinentes relojes públicos”; los chaplinescos sombreros de copa y el injustamente
vilipendiado y arrinconado verbo poner, que sustituía por el detestable “colocar”. (En esta parte de su
historia sentimos deseos de “colocarnos” a llorar).