la envidia - Delegació de Pastoral Familiar de Barcelona
Transcripción
la envidia - Delegació de Pastoral Familiar de Barcelona
nº. 88 Delegación Diocesana de Pastoral Familiar Arzobispado de Barcelona LA ENVIDIA 1. El trasfondo de la publicidad Los anuncios publicitarios pretenden incidir en las decisiones de los compradores. Sus autores analizan a fondo el comportamiento humano y explotan de modo astuto el ámbito de los deseos. Saben que la lujuria, por ejemplo, puede determinar una adquisición, pero que la envidia es aún mucho más poderosa. Se trata de no ser menos que los demás, que nadie me pueda pasar por la cara que es más que yo o que tiene más cosas… Un sentimiento profundo que puede llevar al extremo del odio. El anuncio de un coche de una prestigiosa marca alemana exhibe un fragmento lateral con la manecilla de la puerta. Una raya horizontal bien hecha con un objeto punzante rompe la armonía. El título del anuncio es “Envy” (envidia), y lo firma “Artist Unknown” (artista desconocido). Una forma sutil de presentar la reacción de envidia por un coche excelente. El mensaje es que todo lo bueno, magnífico, de gran calidad, de acceso minoritario… solo puede ser adquirido o envidiado. Quien no puede disfrutarlo, tiene tendencia a destrozarlo. Objetos, personas, relaciones… La envidia es altamente destructiva. El problema recae en el hecho que, a menudo, lo ignora la persona que sufre este sentimiento enfermizo, la envidia es también autodestructiva. Un sufrimiento intenso para no disfrutar del bien de los demás. 2. El paraíso perdido John Milton escribió una obra maestra titulada “El paraíso perdido”. Este título refleja muy bien la experiencia de la persona envidiosa: la felicidad perdida y el dolor perpetuo. Se experimenta la sensación de pérdida, de duelo, de tara, de falta. El protagonista se pregunta de donde proviene este sentimiento. Busca en el pasado, en la infancia. La causa de sus desgracias. Quizás hubo una época maravillosa, pero algo ha fallado y nada es como antes. Los demás disfrutan de todo aquello que le falta a él. Si lo tuviese sería feliz, pero, si lo consigue, la dinámica perversa se fija en otra cualidad y vuelve al terreno de la envidia. Las dos primeras pasiones que narra el Génesis son el orgullo de querer ser como Dios y la envidia de Caín por considerarse menos que su hermano. Ambas llevan a la desgracia. La primera perdió el paraíso. La segunda convierte la vida en una guerra y en un infierno. En lugar de curar el sentimiento enfermo, se elimina a la persona odiada, a Abel. El agricultor enfrentado al pastor. ¡Tantas páginas de la historia han sido escritas por esta pasión! La actualidad nos da también numerosos ejemplos. El valor de la igualdad se desvirtúa con un malentendido “café para todos”. La diferencia es vivida como discriminación. 3. La voracidad del vacío El envidioso no se fija en sus propios valores y talentos. Sólo mira hacia fuera. Esta actitud le genera un vacío interior que lo consume. En lugar de trabajar las propias cualidades quiere engullir la de los demás a través de la envidia, pero no le funciona. Quiere llenar este vacío con una mezcla de emociones, condenado a una insatisfacción continua. Nunca tiene suficiente. Se abandona a un masoquismo, que no le deja vivir en plenitud. Las necesidades son limitadas, pero sus deseos no tienen freno. Cuanto más observa a los demás, ve que le faltan más cosas. Piensa que sólo será feliz si tiene todo lo que desea. Un grave error. La felicidad proviene de trabajar lo que se tiene y de hacerlo fructificar. No resulta extraño que los monjes presentasen la envidia como tristeza. Evagrio Póntico afirma que “la tristeza, unas veces sobreviene por la frustración de los deseos, otras acompañada de cólera”. Tristeza y rabia ante el bien de los demás: cualidades personales, belleza, triunfo, trabajo, dinero, relaciones sociales, objetos, atenciones recibidas… Tristeza y rabia que acentúan la sensación de vacío interior. 4. La vorágine de la comparación La envidia se nutre de la comparación. La vida social es el ámbito propicio para que surja con más fuerza este sentimiento. Cuando se observa a los demás, se ven las diferencias, que son vividas como agresiones o como provocaciones. La desvalorización que la envida hace de los propios talentos acentúa la importancia de las cualidades ajenas. Para superarlo, se critican erróneamente las cualidades de los demás. Aparece la murmuración, la crítica destructiva, las insinuaciones maliciosas, el insulto… Todo vale para destrozar al otro y salir triunfante de la comparación. Se puede ganar una batalla, pero siempre se perderá la guerra. Siempre hay nuevas comparaciones que presentan la vida social, la vida de familia, la vida profesional. Como Sísifo, cuando piensa que ya ha llegado a la cima con la piedra, esta vuelve a rodar hasta la falda de la montaña. Y vuelve a comenzar. El monje Juan Cassià observa que no hay que mirar hacia fuera, sino que “las causas de las ofensas y las semillas de los vicios están escondidas en nosotros mismos”. La comparación es una relación que establece cada uno. ¿Qué necesidad hay de hacerla? Es necesario tener el último modelo de cada cosa? ¿Por qué alguien lo tenga, es indispensable que lo tenga yo también? Muchas personas dicen que están en contra de la corrupción. En el fondo, están contra aquellos que roban más que ellos. Corrupción, sí, pero más envida, si cabe. 5. La destrucción de la alteridad El otro, si disfruta de alguna cualidad envidiable, se convierte en enemigo. Los celos se mezclan con la envidia. La comparación no se hace soportable. En lugar de hacer un trabajo interior para desactivar este sentimiento tan pernicioso, se programa la destrucción del otro. Todo vale: pensamiento, palabra y obra. Conversaciones privadas y redes sociales. Insinuaciones y falsas pruebas. Caín estaba convencido que tenía que matar a Abel. La guerra que lleva a la destrucción de la fraternidad. El odio a la diferencia y a la pluralidad. Falta total de respeto por la diversidad. Todos iguales porque yo no sea menos que los demás, y, sobretodo, que los demás no sean más que yo. Destrucción por tierra, mar y aire. Para evitar, aparentemente, compararse con los demás, el envidioso se cree especial, diferente, incomprendido. Se sitúa fuera de las reglas del juego. No hay comparación posible. Una forma sutil de eliminar al otro. Quiere convertirse en envidiado. Un plan abocado al fracaso. En su ingenuidad, se cree original, olvidando que cada persona lo es, porque, a pesar de todo, cada persona es única. Vivir en grupo se convierte en un tormento, pero necesita el grupo para desfogar su envidia, para arrojar su resentimiento, para sentirse bien contemplando los cadáveres de sus enemigos. Muchas luchas tienen este origen. 6. Las caras de la tristeza El precio que paga es alto, muy alto: tristeza, depresión, sufrimiento, vacío existencial, desamor, desvalorización personal, dependencia, rechazo, odio, parálisis, sentimiento de carencias… El envidioso ni hace ni deja hacer. Ni disfruta de la vida ni la deja disfrutar. Esta mueca de tristeza proviene de un corazón encogido, de una incapacidad de amarse que le impide amar. El hermano mayor de la famosa parábola del hijo pródigo, incapaz de participar en la fiesta de reencuentro de su hermano y de compartir el gozo que experimenta su padre, ni acude a la fiesta ni deja que los demás tengan una jornada feliz. Tiene que dar la nota. Quedarse fuera, en la puerta, escuchando la música pero incapaz de bailar, oliendo los manjares pero incapaz de probarlos y de disfrutarlos. La envidia ataca directamente al corazón de la fraternidad y de la convivencia. En el exterior, fuera de la fiesta, sólo hay espacio para la tristeza y el odio. 7. Caminos de superación La envidia tiene sus antídotos. Dante, en la Divina comedia, después de pasar por el infierno, donde no hay ninguna esperanza, ha de superar el purgatorio de los pecados capitales. Cuando llega a la envidia, el sistema de curación es bastante impactante. Los envidiosos tienen cosidos los párpados con alambres. Genial intuición de Alighieri. ¿Por qué? La envidia proviene de una mirada errónea del exterior. Si dejan de mirar hacia fuera, dejarán de compararse. Primer paso. Hay, pues, un segundo. Mirarse dentro. Descubrir y valorar las propias cualidades y talentos, trabajarlos con constancia y con alegría. Todos somos limitados, pero capaces de ser felices. Convencerse que no falta nada, que se tiene lo suficiente para vivir la vida con alegría. La envidia provoca insatisfacción. Su antídoto es complacer no resignarse. Contento de lo que soy, contento de lo que tengo, contento de los dones recibidos. Siempre como punto de partida y sin impedirme mejorar. El objetivo viene del interior y no sale de la comparación con los demás. Vivir la propia vida y no la de los otros. No centrarse en los defectos, sino trabajar las cualidades. Se cree que el dinero da la felicidad. Una visita a los países pobres permite concluir que no existe una relación entre dinero y felicidad. Debe haber un mínimo, pero la acumulación a menudo da más problemas que satisfacciones. Esclavos de los objetos. Otro antídoto es la ecuanimidad. Saber valorar las cosas en su justa medida, sin altibajos. En lugar de engullir a través de la envidia las cualidades ajenas, ser capaz de dar amor, de amar a cada persona por su originalidad, de respetar las diferencias, de disfrutar de los dones que cada uno posee, valorar los talentos recibidos y hacerlos fructificar. Así caerán los alambres y la vida será un estallido de luz. Preguntas para reflexionar 1. ¿Qué ideas de este texto te llaman más la atención? 2. ¿Reconozco en mí el sentimiento de envidia? ¿Cómo vivo mi relación con otras personas? 3. ¿Me comporto con amor y con respeto hacia los otros? ¿Qué hago cuando siento envidia? 4. ¿Qué caminos de superación debería trabajar más para no dejarme llevar por la envidia y relacionarme con los demás desde el amor y la aceptación de su realidad? Citas bíblicas Pr 28,22: El ambicioso tiene prisa por ser rico, pero ignora que sobre él vendrá la pobreza. Sir 14,3: El tacaño no merece la riqueza; no merece tener oro el avaro. Sir 18,18: El estúpido critica sin miramientos, y dar algo de mala gana es motivo de llanto. Sir 14,18:. Mala persona es el avaro; vuelve la vista sin prestar atención a nadie Sir 37,10: No pidas consejo a tus enemigos ni cuentes tus planes secretos a quienes te envidian. Sir 45,18: Los de otras familias se enojaron con Aarón y le tuvieron envidia en el desierto. Pr 14,30: La mente tranquila es vida para el cuerpo, pero la envidia corroe hasta los huesos. Pr 24,1: No tengas envidia de los malvados ni ambiciones estar en su compañía. Mt 20,15: Es porque tengo el derecho de hacer lo que quiera con mi dinero. ¿O quizá te da envidia el que yo sea bondadoso? Mc 15,10: Porque comprendía que los jefes de los sacerdotes lo habían entregado por envidia. Rm 1,29: Están llenos de toda clase de injusticia, perversidad, avaricia y maldad. Son envidiosos, asesinos, pendencieros, engañadores, perversos y chismosos 1 Co 13,4: Tener amor es saber soportar, ser bondadoso; es no tener envidia, no ser presumido, orgulloso. Fl 1,15: Es cierto que algunos anuncian a Cristo por envidia y rivalidad, pero otros lo hacen con buena intención. Bibliografía J. CASIANO (2000). Instituciones cenobíticas. Zamora: Ediciones Montecasino/ECUAM. (2000) C. JAMISON (2009). El don de la felicidad. Barcelona: Ediciones B, S.A. L. SERRA (2012) El eneagrama de las pasiones. Barcelona: La Teca Ediciones. [El eneagrama de la envidia, pp. 118-150]. C. CASTILLA DEL PINO (et al.) (1994). La envidia. Madrid: Alianza Editorial. Barcelona, Febrero de 2014 Delegación Diocesana de Pastoral Familiar. – Diputación 231 – 08007 Barcelona. E-mail: [email protected] Web: www.pastoralfamiliarbcn.cat Depósito Legal: B-46.502-2005