Leer más / Descargar
Transcripción
Leer más / Descargar
Ecuador: la vida en estado puro* Rodolfo Kronfle Chambers PABLO CARDOSO Lejos cerca lejos, 2004 / Instalación / Reproducciones en pintura de trescientas veinte instantáneas fotográficas * Una versión de este texto acompañó la curaduría del mismo nombre en la Bienal del Museo del Barrio (S files 2007) que tuvo a Ecuador como país invitado. El análisis del paisaje desde perspectivas culturales y sociales tiene el potencial de develar la huella significante del trajín histórico que lo ha marcado y, a su vez, construido. A través de un puñado de obras recientes, apenas una pequeña muestra de las numerosas que conectan con este enfoque, procuraré generar un diálogo que partirá de un entendimiento más amplio en torno al género del paisaje tradicional. En estos trabajos el paisaje será enfocado como un telón de fondo que ayude a situar un conjunto de condiciones propias del contexto. Se busca así propiciar la generación de múltiples sentidos que se conviertan en herramienta de conocimiento, no solo de la escena de arte local, sino del país y su gente. El título de este ensayo se deriva del slogan oficial de la campaña promocional del Ecuador, cuya imagen turística se centra en el paisaje. Al igual que en iniciativas similares de otros países de Latinoamérica, de este mercadeo del país como un destino atractivo se desprenden imaginarios dominados por una magnificente y prodigiosa naturaleza, en la cual conviven pulcros y amables representantes de las etnias que la habitan. Contrario a ello, una emergente generación de artistas ha venido redisponiendo estas idílicas imágenes del mundo compartido para configurar otras donde el panorama resulta ciertamente más convulso y difícil. Una compleja reflexión sobre la Historia en sí, sobre los impulsos de cómo y quiénes la escriben, se manifiesta en la obra Que la multitud conviva (2003, 2007) de Saidel Brito, donde espacios abiertos del mundo andino son recreados como locación de una gesta de carácter épico. Se trata de una suerte de «vía crucis» inspirado en el levantamiento indígena que sacudió al país en el año 2000 y que 63 MIRADAS SAIDEL BRITO (Cuba-Ecuador) Que la multitud conviva, 2003-2007 / Murales / Reproducción de pinturas de los indígenas de la comunidad de Tigua y textos logró derrocar al presidente Jamil Mahuad, un episodio más del tragicómico y convulso trajín gubernamental de este país, que ha producido diez mandatarios en los últimos quince años. Brito parte a menudo de ingeniosas estrategias de apropiación, empleando referentes que no son fácilmente reconocibles, pero cuya aguda elección apela sin embargo a densas significaciones culturales. Si la apropiación como herramienta creativa se ha encargado sobre todo de lidiar con imágenes de formas culturales dominantes, aquí hay una desviación importante que se enfoca en subordinadas tradiciones locales fruto del sincretismo y la hibridez: lo que el artista reproduce –magnificando sustancialmente la escala y trastocando el alegre tratamiento cromático– son las pinturas elaboradas por los indígenas de la comunidad de Tigua, las que, a pesar de haber surgido de inicio para decorar objetos utilitarios, fueron desplazadas de su ordenamiento antropológico de origen hacia el sistema-arte para su explotación comercial (esto otorgaría sentido al enmarcado que hace Brito de sus escenas con rutilantes molduras doradas). Del traslado que ha sufrido la finalidad de estas representaciones, desde una honesta manifestación cultural hasta su inserción en el mercado de baratijas artesanales, se pueden ensayar aproximaciones metafóricas proyectadas sobre el protagonismo de los propios pueblos indígenas en tanto instrumentos de poder político y ficha clave en el accionar electoral y perfil ideológico del presente gobiernista. Si aquello era patente y se perfilaba como una lectura de múltiples ramificaciones cuando Brito realizó una reversión del trabajo en el 2007, más recientemente la obra nos brinda una nueva vuelta de tuerca en cuanto a sus implicaciones políticas: a menos de un año de asumir su mandato, aupado en el apoyo indígena, el presidente Correa recibió amenazas de las mismas comunidades que antes decidieron apoyarlo. El trabajo asume de esta forma las connotaciones de una metáfora moralizante que señala al ejercicio del poder en el Ecuador como una caminata por la cuerda floja. Los textos inscritos en las pinturas de Tigua acompañan ahora las «estaciones» de la obra de Brito en pequeños bastidores templados con piel de borrego. La densa carga alegórica no hace sino demostrar la necesidad de ciertos actores postergados de convertirse en protagonistas de una nueva historia, preñada de reivindicaciones y empoderamiento que reposicione estratégicamente su ubicación en el ajedrez de las fuerzas políticas locales. Más allá de un guiño a la relación ascendente del muralismo mexicano sobre la pintura indigenista ecuatoriana, es probable que sea el talante heroico de los sucesos representados lo que lleva a Brito a emplear el lenguaje mural, no sin una decantada cavilación sobre su destino final: cada presentación de este ciclo pictórico involucra que el artista pinte directamente sobre las paredes, dejando abierta la posibilidad, siempre consumada, de que se borre lo dicho. Historia e identidad se entretejen en la doble hélice que atraviesa el ADN de un país cuyos habitantes solo recientemente comienzan a analizar, a cuestionar, a increpar seriamente la materia misma que los estructura como sujetos. Desde las retóricas del autorretrato, Fernando Falconí revisita, en las pinturas de la serie Excursiones (2007), escenarios epocales signados por imágenes que se imprimieron en la conciencia colectiva de generaciones enteras de estudiantes primarios. Interviniendo con sutiles dosis de humor negro y algo de lubricidad púber, con las idílicas ilustraciones de la costa, la sierra y el oriente que sirvieron de portada a los textos escolares oficiales en diversas décadas del siglo xx el artista propicia, no solo la nostalgia de quienes se ven reconocidos en fragmentos de su infancia, sino también una mirada que los impulsa a indagar en la endeble conformación –desde la oficialidad– de una utopía de armonía y progreso que no halla un reflejo consecuente en la realidad. La lúdica poética de engañosa inocencia que cuestiona la convivencia idílica en las pinturas de Falconí encuentra un contrapeso en la implacable retórica del lenguaje fotográfico que emplea María Teresa Ponce en su serie Oleoducto (2006). Ponce ha fotografiado paisajes atravesados por el paso de esta gran tubería que traslada el petróleo desde la Amazonía hasta las refinerías en distintos puntos del país. A merced de su precio y manejo, el país ha vivido entre los extremos de la bonanza y la ruina; la huella que ahora vemos en la tierra –a veces espectral, subterránea, otras veces superficial, evidente– recorre metafóricamente décadas de impronta en el destino común, aquello inferido en las actividades humanas que a sus pies se despliegan, donde la vida transcurre «a pesar de». De clara raigambre jeffwallesca, tan cara para toda una generación de artistas que mediante manipulaciones digitales o esquemas teátricos han encontrado en la fotografía un medio ideal para crear ficciones narrativas antes asociadas a medios como la pintura, Ponce reconstruye en únicas tomas distintas instancias de labores o actividades varias en estos parajes, los que abren un diálogo con la obra del más importante paisajista ecuatoriano, Rafael Troya (1845-1920), adiestrado en las convenciones del paisajismo científico del siglo xix, cuyas fórmulas compositivas son trastocadas por la artista dando preeminencia en el primer plano al hombre, antes trata- do como figura de carácter anecdótico, confundido en el envoltorio de la imponente naturaleza. En tiempos de la naciente geopolítica de la región, el país sufrió significativas mermas de su territorio oriental, y el fantasma de estas amputaciones ha merodeado siempre el herido orgullo nacional. En 1995 se inicia la más reciente reyerta armada que el país entabló con Perú; el diferendo territorial se concentraba en las coordenadas de un punto llamado Tiwintza, que se convirtió –por virtud del discurso nacionalista exacerbado en tiempo de guerras– en el foco pasional que concentraba con mayor potencia el sentido largamente extraviado de un país unido. En la obra Twintza Mon Amour (2005), Manuela Ribadeneira trabaja en torno a las demarcaciones fronterizas y el papel que desempeñan en la conformación de las identidades nacionales. La obra representa, en escala 1:1000, el kilómetro cuadrado de selva que el arbitrio internacional confirió al Ecuador en régimen de propiedad privada dentro de territorio peruano como parte de los acuerdos de paz. En la retórica nacionalista que siempre surge en tiempos de guerra, este punto geográfico llegó a simbolizar una causa de unión inédita al interior de un país gravemente fragmentado por fisuras regionales y de clase. Ribadeneira alude a todo este conglomerado de intensidades identitarias que el imaginario Tiwintza desata, pero lo emplaza en una plataforma con ruedas, volviéndolo un símbolo móvil de significaciones que fluctúan según las mismas condiciones que diferencian a quienes su invocación llegó a unificar en algún momento del tiempo. El objeto aparece en el mapa cultural del Ecuador una década después de la guerra, y por lo tanto evade el comentario de la coyuntura para adentrarse en un terreno de reflexividad más profunda y distanciada, lejos del desbocado apasionamiento. Contornos territoriales como Tiwintza pueden, en la memoria colectiva, llegar a adquirir connotaciones míticas, y sin embargo, al ser sacudidos –como en este trabajo– suenan huecos, pueden resultar nimios y pueden asimismo revelar su «artificialidad». Los elementos para elaborar maquetas que simulan la exuberante naturaleza enfatizan esta cualidad. En este sentido la obra nos revelaría entonces –siguiendo a Žižek–cómo el Estado-Nación «sublima» las formas de identificación orgánicas y locales en una identificación universal «patriótica».1 Tiwintza puede significar hoy en día muchas cosas: un premio-consuelo, un trofeo de guerra, un expolio de invasión, un lapsus brutus diplomático, una herida abierta en la memoria, etcétera, y por qué no, un nuevo símbolo patrio, todo depende de una toma de posición y de la latitud desde donde se mira, pero es en la ambigüedad que despierta esta operación donde podría residir una parte de las intenciones de Ribadeneira: el develar la complejidad de estos mecanismos. Si la obra de Ribadeneira promueve una resubjetivación de la experiencia colectiva, la de Pablo Cardoso permite echar una mirada plural sobre su experiencia personal. Lejos cerca lejos (2004) narra, en una azarosa secuencia de imágenes, la travesía del artista desde que partiera de su hogar en Cuenca hasta que arribara al parque Ibarapuera, sede de la Bienal de São Paulo. La obra, un tour de force técnico que traduce de forma literal a la pintura trescientas veinte instantáneas fotográficas, fue elaborada específicamente para exhibirse en esa Bienal. Este recorrido encierra inquietudes de diverso tipo, pero en última instancia se trata del traslado desde la «periferia extrema» al centro. La odisea, desde una ciudad andina relativamente pequeña y de marcado carácter colonial (donde el arte contemporáneo sigue siendo un fenómeno al que accede un círculo muy reducido de iniciados), hasta una megalópolis convertida en la meca del panorama cultural sudamericano, refleja las difíciles condiciones en que se desarrolla la producción artística actual en el Ecuador y muestra el contraste de las relaciones culturales globales Žižek, Slavoj, En defensa de la intolerancia, Madrid: Ediciones Sequitur, 2007, p. 54. 1 rodolfo kronfle chambers. Curador indepen- diente de Guayaquil. Entre sus más recientes muestras se encuentran Ecuador: la vida en estado puro para el Museo del Barrio en Nueva York, Lo que las imágenes quieren_video desde Hispanoamérica para la Fundación ICO en Madrid y Tensa Calma en la Casa del Cultura de Cuenca. Es director de Río Revuelto una bitácora virtual de arte contemporáneo ecuatoriano. María Teresa Ponce Kilómetro 262. De la Serie Oleoducto, 2006 / Fotografía / 110 x 220 cm 65 MIRADAS
Documentos relacionados
Ecuador: “la vida en estado puro”
la Bienal de Sao Paulo. La obra, un tour de force técnico que traduce literalmente a la pintura trescientas veinte instantáneas fotográficas, fue elaborada específicamente para exhibirse en esa Bie...
Más detalles