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26 LA VANGUARDIA CULTURA JUEVES, 23 AGOSTO 2012 La novelista de origen turco Elif Shafak tiene nueva novela traducida, ‘El fruto del honor’, un relato sobre las tradiciones en una sociedad patriarcal Si el asesino es la autora Me desfogo con el Fogo E RICARDO GINÉS Estambul L n el patio de casa teníamos plantada una gran viña virgen que hundía sus raíces en una torrentera. Se enramaba por una pérgola, con unas grandes columnas y unas traviesas de obra. Y se enroscaba en la cortina del comedor, que era de plástico verde: cada tubito tenía un peso en el extremo. En el portal había dos tilos. Y entre la viña virgen, los tilos y las huertas de Can Torrent, que en esta época estaban llenas de dalias (mi preferida era la Dahlia pompom, prieta y roja), había moscas por todas partes. Yo no veo ahora ningún bar ni restaurante en que las moscas provoquen tanto trajín como en el hostal de casa. Por la mañana, mientras preparábamos el desayuno, tenía que estar todo cerrado. A las ocho u ocho y media, venía una chica de la pastelería Mir con unas bandejas de ensaimadas recubiertas de un polvillo blanco finísimo. Entraba por el office y la cortina metálica producía un gran estrépito. Si después del desayuno había sobrado alguna ensaimada, que corría por el mostrador tapada entre dos platos, el azúcar se fundía hasta que quedaba una película pegajosa sobre la pasta seca. Terminado el desayuno, a eso de las once, abríamos las ventanas del comedor y era la gran hora de las moscas: volaban por encima de los paquetes rasgados de bizcotes, de las bandejas con mermeladas y de las porciones de mantequi- a escritora se ha convertido en un asesino. Al menos, en la portada de la edición turca de El fruto del honor (Lumen) la novelista Elif Shafak (Estrasburgo, 1971) aparece con un traje de corte masculino, los brazos cruzados y una mirada inquietante. Se ha transformado, como reza el título en el original, en “Iskender” o Alejandro, el homicida de su propia madre. “Él piensa que el honor, la reputación de su familia, es lo más valioso que posee y que lo tiene que salvaguardar al precio que sea. Por tanto, tendrá que mantener a las mujeres de su familia bajo control”, explica Safak a La Vanguardia apuntando a los móviles de un asesinato, el suyo propio como escritora en la piel de Iskender. Como trasfondo está el sudeste de Turquía, donde como en otras regiones del Mediterráneo, se puede matar por el honor (seref onur en turco). La familia que tiene buena reputación es una familia fuerte, poderosa en la región, y en este nuevo libro Safak nos introduce de lleno en una familia así con raíces en un pueblo cercano al Éufrates a mediados de los cuarenta. Desde entonces hasta el Londres de La novela tiene como eje principal un crimen de honor y reflexiona el lastre de la honra en el camino de la felicidad finales de los setenta conoceremos por qué Iskender decidió matar a su madre. Es decir, el cómo, a juicio de muchos turcos y kurdos, ninguna mujer puede vivir fuera del marco de su honor (namus). “Ese concepto de honor vuelve a la gente muy infeliz porque hace imposible el amor, la libertad, la felicidad”, asevera Safak. Habiéndose criado como hija de madre divorciada, a ella siempre la intrigó el fenómeno familiar. Esa fue su motivación principal a la hora de arrancar su nuevo volumen: la curiosidad que para ella destila este tipo de vida en grupo. “Tenía el deseo de escribir sobre una familia patriarcal, cómo está construida, cómo los roles de género se perpetúan de una generación a otra”, explica. Curiosamente, para una escritora que se ha comprometido a luchar contra el culto al padre, ya sea el familiar, o el Baba Devlet (Papá Estado), Elif nunca contó con un padre presente a lo largo de su vida. “Es una diferencia enorme y me influyó en gran manera tanto en mi personalidad como en mi escritura”, resalta. La novelista hizo un doctorado en Ankara precisamente sobre papeles masculinos tanto en el marco laico como en el islámico. Poco después llegó a trabajar en una cátedra de estudios de género en Arizona. “Es muy difícil cambiar los papeles, los estereotipos de género”, enfatiza. “Incluso para el hombre, aunque no lo quiera así. Tienes a la sociedad interfiriendo en la vida de pareja y se trata de una presión enorme cuando se trata de cuestiones de género”, concluye. Siendo Turquía un país que en deter- Julià Guillamon No veo ahora ningún bar ni restaurante en que las moscas provoquen tanto trajín como en mi casa ARCHIVO Cosmopolita. Hija de una diplomática divorciada, en la biografía de Elif Shafak no existe una figura paterna, de ahí su interés por el tema minados ámbitos todavía muy conservador, destaca su ambivalencia en materia femenina. El porcentaje de catedráticas, arquitectas o doctoras es aquí más alto que en muchos países europeos. Quizá por eso el país también ha producido una fuerte tradición de literatura escrita por mujeres, ya se consideren feministas o no. Desde Halide Edip Adivar, compañera de Atatürk (el “padre”, de nuevo, de los turcos) hasta Duygu Asena, con su libro Mujer sin nombre… cuando hoy en día las novelistas Elif Shafak o Perihan Magden o la poetisa Bejan Matur escriben son conscientes de este legado histórico que es escasamente conocido allende el Bósforo. Pero Elif –turco para Aleph, la primera letra del alfabeto hebreo y persa– no quiere limitarse a dilemas de género. Tanto es así que en su previo volumen traducido al castellano, El bastardo de Estambul (Lumen, 2010) se metía de lleno en la piel de una americana de origen armenio. La autora no sólo es rara avis debido a la ausencia de padre en su crianza o sus opiniones bien marcadas, también porque el haberse educado fuera de Turquía –su madre era diplomática– le permitió acceder a un cosmopolitismo que convirtió al inglés en su segunda lengua. De hecho, sus últimos libros –como El fruto del honor– los es- cribe primero en este idioma y luego son traducidos por otros al turco. eso sí, el último cincel, de nuevo, lo tiene ella. Con una lengua turca, además, rica en expresiones místicas, vocablos otomanos o procedentes de otras lenguas, algo poco habitual, pues Atatürk consiguió en gran parte desterrar las influencias extranjeras de la lengua turca, empobreciéndola. No, definitivamente Elif no quiere etiquetas, lo suyo es sobre todo “contar historias, las que me interesan, las que tratan de personas que han sido empujadas hacia los márgenes”. Su literatura por ello desea ir más allá, abrazar la contingencia de lo inesperado en cada personaje. “Independientemente de si somos mujer u hombre, todos tenemos el universo dentro de nosotros. Es una cuestión de grados. Y esto es muy bello, la multiplicidad”, añade la escritora. Reivindica así el universo propio de todo escritor que se precie extrapolándolo de forma generosa al interior de cada individuo. Fiel a ello Elif Shafak hace hincapié en que no juzga a sus protagonistas sino que desea tan solo transformarse en ellos, vivir bajo su piel. Si tiene un universo dentro de sí misma debe de estar circunscrito a una armonía revitalizadora, la que inspiran sus ojos verdes que lucen como el alba. Safak o shafak, en turco.c lla de Can Puig, de la calle Xuclà, que llevaban dibujada, en verde, una montaña suiza con una vaca. Caminaban a sacudidas por los manteles y por el borde de las tazas sucias de café con leche. La regla de oro era no abrir la puerta que separaba el comedor de la cocina, donde mi abuela preparaba el almuerzo y donde se clasificaban, antes de guardarlos en la nevera, los paquetes de carne de Ca l’Arimany, con costillas y chuletas, piernas rebanadas y conills de vedella (a mí me hacía gracia que existiera una cosa que se llamaba conill de vedella). Cuando ya habíamos preparado las mesas para la comida, era la hora de tirar insecticida. Eran las doce y los clientes almorzaban a las dos: si alguna mosca muerta caía sobre la mesa o en un plato (los vasos los poníamos boca abajo) la eliminábamos discretamente. Como que era el chico de la casa y tirar insecticida con un spray es divertido, lo hacía yo. Una vez eliminadas las moscas, ya podíamos montar los entremeses, sin que se pasearan por encima. Almorzábamos antes de la una con todas las ventanas y puertas cerradas. A aquella hora pasaban algunos viajantes. Si uno de ellos se quedaba entre la cortina metálica comentando la jugada, mi madre le gritaba: “¡Las moscas!”. Antes de ayer, en la playa, hacía un calor pegajoso y las moscas estaban, como se acostumbra a decir, muy pesadas. Mi hijo estaba aburrido porque no habían llegado aún los de su panda. Yo miraba las moscas, cómo van buscando siempre los bordes, los repliegues, las heriditas. Con un gesto rápido de la mano pilló una. “Déjala en paz, va”.