Cata a ciegas - Gustavo Vignera
Transcripción
Cata a ciegas - Gustavo Vignera
Cata a ciegas Autor: Gustavo Vignera – www.gustavovignera.com.ar El sommelier explicaba en detalle cuales eran los descriptores de cada uva y vertía en las elegantes copas pequeñas cantidades de cada uno de los vinos. Los seis invitados habían sido cuidadosamente seleccionados entre las personalidades más influyentes de la ciudad vitivinícola. Entre ellos estaba él, el que lo había sometido a las más bajas humillaciones y había tratado por todos los medios de cerrarle todas las puertas para que tuviese que emigrar definitivamente de su ciudad natal. Él no lo había reconocido, era como que el paso del tiempo lo había borrado por completo de su mente, había borrado su imagen y también aquellas situaciones en las que lo había degradado, todo parecía haber ocurrido en otro plano, en otra vida, a otra persona. Siempre, sin causa aparente lo había hecho sentir como un ser despreciable e intrascendente y todo ese recuerdo se le había hecho presente en ese instante. El jamás lo había olvidado. Si el azar existe se había influenciado por una fuerza maléfica que había colocado a ambos uno frente al otro en la larga mesa de roble macizo. Infinitas combinaciones podrían haberlos ubicado, pero el destino había dicho que deberían volver a enfrentarse, al menos con dos copas que los mantuviesen equidistantes. Los invitados hacían estúpidas acotaciones a cada una de las explicaciones que el sommelier brindaba con absoluto profesionalismo. El gerente de la bodega miraba la escena desde su diestra, entendiendo que todo valía con tal de conseguir inversiones para mejorar la producción del año entrante. El sommelier miraba a los comensales uno por uno, pero siempre se detenía frente a su enemigo tratando de que este pudiera reconocerlo y demostrarle que a pesar de todas las piedras que este le había puesto en el camino, él había logrado su objetivo, ser la persona de referencia de una de las principales bodegas del país. Frutas rojas y negras maduras fueron la característica del Merlot, el atractivo de su aroma a tabaco y chocolate habían logrado el halago de toda la comitiva. Era sin duda una gran cosecha, a pesar que siempre se habían caracterizado por tener un excelente Cabernet y un mejor Malbec. En ese momento varios mozos trajeron unas achuras para poder acompañar a los vinos. Las humoradas seguían su curso y los tonos de voz aumentaban sus decibeles en la medida que las copas iban apareciendo unas tras otras. Los invitados comenzaron a ostentar su patrimonio, sus autos, sus barcos, sus fincas y continuaron promulgando sus hazañas amatorias como si se estuvieran autodefiniendo como vigorosos sementales. Él sin ningún tipo de vergüenza describió al mínimo detalle sus reiteradas relaciones con una de sus ex empleadas, la cual, el sommelier, no dudó en reconocer como su entrañable amor adolescente cuando tenían que aguantarlo todo con tal de no perder el empleo. Ya se había olvidado de esas épocas en que la convivencia se había convertido en una amenaza latente. En un momento la persona que tenía frente a él empezó a mirarlo con su ceño fruncido, como quien quiere recordar algo que no le viene a la mente. El alcohol parecía que lo estaba cegando. El sommelier bajo la vista y prosiguió describiendo otro de los orgullo de la bodega, un blend de cinco cepas por el que apostaban arrasar con las mejores premiaciones en los certámenes internacionales. Malbec, Merlot, Cabernet, Pinot Noir y un porcentaje poco predecible de Cabernet Fran que haría esa diferencia que sumado a sus dos años de añejado en barrica de roble francés brindarían una potencia y personalidad pocas veces vistas. El sommelier sirvió las copas de los invitados con mucho más de lo que venía sirviendo en las copas anteriores, tuvo que descorchar otra botella para poder completar la vuelta. El conocido había empezado a ampliar sus bravuconadas sobre sus empresas y la insignificancia de sus empleados, sobre su poder y sobre todo lo que había logrado en este mundo gracias su inteligencia superior al resto de los mortales. Las bandejas de carne aparecieron y los comensales empezaron a comer como cerdos desesperados después del ayuno y la abstinencia. Ya no importaban las cepas, ni las cosechas, todo era cuestión de engullir y embriagarse como seres asquerosos. El sommelier los miraba como quien mira a las fieras del zoológico, no los veía como personas, principalmente a él, que había hecho tanto daño en su vida pasada. Luego de que quedaron satisfechos, sugirió que los mozos podrían lavar las copas para poder degustar la sorpresa de la noche como correspondía. Él tomó su copa y la de su enemigo. Servicial como de costumbre acompañó al personal a la cocina para lavarlas. Al rato volvió con sus dos copas una en cada mano, extendió la de su derecha y se la dio mirándolo a los ojos con una inmensa sonrisa en su boca. Él se colmó de desconfianza, había algo en esa mirada que lo llevaba al pasado, sabía que era una cara conocida, pero no terminaba de identificarlo. Las copas aún estaban húmedas, como con restos de agua dentro de ellas. Descorchó un botellón y le pidió a los mozos que sirvieran, mientras él explicaba la procedencia y la elaboración de ese fabuloso néctar. Todos bebieron y rieron. Su oponente invitó a un aplauso encendido por el asador. Estaban felices, era una verdadera fiesta. En unos pocos minutos la palidez se fundió en su rostro, las paredes empezaron a moverse como si fueran de cartón y el piso se ablandaba como un dulce que se cocina sobra la hornalla. Un hormigueo insoportable cubrió sus extremidades hasta que su cuerpo se quebró como una rama seca. El final llegó pronto y se desplomó con su historia en el suelo de la sala. Los gritos de desesperación inundaron la sala. Sus compañeros llamaron espantados a una ambulancia, el sommelier sabía que ya era tarde. El fluoroacetato de sodio había surgido efecto, por suerte las características del exquisito vino no se habían modificado. Brindó y tomó su último trago. Fin