“LA FELICIDAD ES UN ANTÍDOTO”: CIENTÍFICO COLOMBIANO

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“LA FELICIDAD ES UN ANTÍDOTO”: CIENTÍFICO COLOMBIANO
“LA FELICIDAD ES UN ANTÍDOTO”: CIENTÍFICO COLOMBIANO
Jorge Quintero. Redacción Domingo. El Tiempo.
"Es claro que lo que se puede contar o medir no es suficiente para entender los
aspectos más importantes de nuestras vidas", dice. Por eso, agrega, le ha tocado
estudiar también filosofía, teología, historia y arte. Catalogado como uno de los
genios que van a cambiar el mundo en este siglo.
"Lo que me hace más feliz es no saber", dice el científico colombiano Alejandro
Jadad, que en el 2005 fue escogido por la revista 'Time' como uno de los genios que
cambiarán al planeta en este siglo. El verbo que lo identifica, en consecuencia, es
'preguntar'. Y fue, justamente, con una pregunta -muy simple, en apariencia- que
este anestesiólogo con doctorado en síntesis del conocimiento y tratamiento del
dolor de la Universidad de Oxford causó revuelo internacional: "¿Qué es la salud?",
interpeló a un grupo de expertos reunidos, en el 2008, durante la celebración de los
60 años de la Organización Mundial de la Salud (OMS). El auditorio se quedó en
silencio. También hubo risas. "Me motivó no saber la respuesta. Luego me dijeron,
'usted nos metió en este lío, usted nos saca'. Un año después estaba con 30 expertos
en La Haya, creando un nuevo concepto de salud".
Nacido en Cereté (Córdoba) y de 49 años, Jadad es fundador y director del Centre
for Global eHealth Innovation, de la Universidad de Toronto (Canadá), una red de
más de 3.000 personas en el mundo que apoya proyectos de innovación en los que
participan gigantes tipo Disney y Apple, y asesora a gobiernos, como China y
Luxemburgo, que quieren cambiar sus sistemas de salud para buscar un mayor
bienestar en sus habitantes. Jadad estuvo en Bogotá y habló con EL TIEMPO.
¿Por qué cambiar el concepto de salud?
Según la OMS, salud es "el estado de completo bienestar físico, mental y social, y no
solo ausencia de enfermedad". Con esa definición nadie podría ser saludable porque
cualquier molestia afecta ese bienestar. Nuestra propuesta es que la salud es la
capacidad de las personas o de las comunidades para adaptarse, o para autogestionar
los desafíos físicos, mentales o sociales que se les presenten en la vida.
Entonces, ¿cuál es el papel del médico hoy?
Desde la antigüedad, se decía que es curar pocas veces, aliviar a menudo y consolar
siempre. Pero, desde el descubrimiento de los antibióticos, creemos que podemos
curarlo todo, y lo pusimos al revés: tratamos de curar siempre, aliviar de vez en
cuando y consolar raras veces.
¿Y los sistemas de salud?
No funcionan porque continúan enfocados en eliminar enfermedades, y porque nos
enferman. En Estados Unidos la principal causa de muerte es el sistema sanitario,
por errores médicos, efectos secundarios de medicamentos y complicaciones de
intervenciones, incluyendo infecciones. El 70 por ciento de lo que ocurre en los
hospitales no debería pasar ahí. Ir a una consulta a que le chequeen la presión
arterial es como ir a la tienda de la esquina a comprar leche en helicóptero.
Entonces, ¿para qué son los hospitales?
Para atender solo las enfermedades agudas, como las fracturas, la apendicitis o las
que requieren cuidados intensivos porque la mayoría de las dolencias de la sociedad
contemporánea son crónicas e incurables, como la artritis, la diabetes o la demencia.
Usted habla de cambiar modelos, ¿por qué?
Porque todos los modelos que guiaron nuestras vidas en el siglo XX ya no funcionan,
se han vuelto nuestros enemigos: el sistema sanitario nos enferma y nos mata, el
educativo nos embrutece y el financiero nos empobrece.
¿Y esto qué tiene que ver con la medicina?
Hace mucho que esto dejó de ser un tema de medicina. En nuestra red mundial
estamos tratando de crear un futuro mejor, con nuevos modelos de cómo vivir,
aprender, trabajar, entretenernos, etc.
¿Cree que lo va a lograr?
No, soy un pesimista feliz. Esta es mi estrategia para no frustrarme. No espero que
haya cambios. Esto va a ser cada vez peor. Tal vez no tengamos salvación. Pero, como
dije, me levanto cada día tratando de probar que estoy equivocado y que sí es posible
el cambio. Si no hacemos algo radicalmente distinto, la mejor opción que nos queda
para cambiar sería una pandemia, otra peste que elimine a tres cuartas partes de la
humanidad.
¿Por qué tan trágico?
Primero, nos haría menos soberbios. Segundo, seríamos menos y el impacto en el
planeta sería menor, y por lo menos nos daría la oportunidad para sobrevivir un poco
más como especie. No hay especie que haya sobrevivido dominante ni para siempre.
Creo en la Hipótesis Gaia (James Lovelock), que considera a la Tierra como un
superorganismo que se autorregula, en el que nosotros nos hemos convertido en una
infección. El calentamiento global es como la fiebre; los terremotos, como escalofríos
y los tsunamis, como una gripa. La Tierra se está defendiendo y se va a deshacer de
nosotros, si no nos portamos bien.
¿Qué podemos hacer?
Entender que está en juego nuestra supervivencia como especie y que los desafíos
que enfrentamos necesitan respuestas que trasciendan los nacionalismos o
regionalismos triviales. Las tecnologías de la información, en particular las móviles,
nos están dando la oportunidad de unir esfuerzos a nivel global para promover altos
niveles de bienestar para nosotros y el planeta. Y hay recursos para hacer esto
posible. No hay justificación para que más de mil millones de personas en el mundo
tengan hambre y no tengan techo, mientras que el consumismo de una minoría
amenaza con acabar los recursos finitos que tenemos. Y no son felices.
¿Cómo un científico de Oxford termina hablando de este tema?
Porque lo considero el estado más importante al que podemos aspirar los humanos.
¿Qué puede ser más importante que tener la vida más plena y feliz hasta el último
suspiro?
¿Cómo llegó a la felicidad?
He visto a mucha gente infeliz al final de la vida. Empecé como médico para curar.
Luego, me convertí en anestesiólogo para calmar el dolor, pero vi que el dolor y el
sufrimiento seguían; entonces me doctoré en tratamiento del dolor. Y, cuando
trabajé con desahuciados, descubrí que hay otro dolor más allá del físico.
¿Cómo es ese dolor?
Usualmente, es causado por una carga tremenda de remordimientos, de cosas que
dejamos sin hacer, de darle poca importancia a lo que es esencial en nuestras vidas
y darnos cuenta muy tarde.
¿Y estudió científicamente el tema?
Sí. Descubrí gran cantidad de estudios con respecto a lo que nos puede ayudar a
lograr niveles óptimos de felicidad. En mis años de formación, nadie me habló de lo
que era una buena vida y una buena muerte, o de mi papel para lograrlo. Ahí, decidí
que no iba a ser el médico tradicional y que quería aliviar esos dolores.
¿Cómo podemos hacerlo nosotros?
Entendiendo que es posible, y una vez tengamos nuestras necesidades básicas
satisfechas. Y reconociendo que hay mucho que podemos hacer para aumentar
nuestros niveles de felicidad y que, en la mayoría de los casos, no cuesta dinero. Todo
parece indicar que el 50 por ciento de nuestros niveles de felicidad son determinados
genéticamente; el 10, por lo que la plata puede comprar y el 40 restante, por lo que
hacemos y pensamos; en esto último están nuestras oportunidades.
Entonces, ¿el dinero no compra la felicidad?
Hasta cierto punto. Luego de satisfacer nuestras necesidades básicas, parece existir
un tope. En Estados Unidos es de unos 70.000 dólares al año. De ahí para allá, no
solo no te hace feliz, sino que te perturba.
¿Esto es científico?
En su mayoría. Casi todo se puede medir. Hay métodos y muchísimos estudios
serios. Se puede, incluso, evaluar el nivel de felicidad que tenemos individualmente
y, aun, como naciones. Bután comenzó esta tendencia. Ahora, países como Gran
Bretaña y Francia están implementándolo para guiar sus decisiones de gobierno.
¿Somos más felices ahora?
Las cifras de EE. UU. muestran que en los últimos 60 años los niveles de felicidad no
han aumentado, aunque los niveles de ingresos sí. Sorprendentemente, las mujeres
parecen estar menos felices en la mayoría de los países más avanzados del mundo,
no obstante lo logrado con la igualdad de género.
¿Cómo podemos buscar la felicidad?
Preguntándonos qué es lo que más nos hace felices e identificando el verbo que mejor
lo representa. En mi caso, lo que más feliz me hace es no saber. Por lo tanto, mi verbo
es preguntar. Una vez hayamos definido esto, hay que buscar la mejor manera para
conjugarlo tan frecuentemente como sea posible y ayudar a todas las personas a que
conjuguen el suyo. Esta tarea, usualmente, no se puede hacer solo: uno necesita
ayuda. Me di cuenta de que mi peor enemigo soy yo. Que nadie como yo puede
hacerme daño, y por eso creé una junta directiva personal, que incluye a mis hijas,
Alia y Tamen, y a mi esposa Martha. Ella me enseñó la importancia de pensar en la
máscara de oxígeno.
¿Qué máscara?
Yo tenía la manía de complacer a todo el mundo. Mi esposa me decía: "Primero tú".
Nunca entendí. Una vez, en un avión, escuché las recomendaciones de seguridad,
esas que hablan de las máscaras de oxígeno. "Colóquese la máscara primero, aun si
viene con niños", y solo ahí la entendí. Preguntarse lo que lo hace a uno más feliz y
proteger su verbo es equivalente. Solo si eres feliz puedes ayudar a los demás. ¿Sabes
qué es lo que más feliz te hace? ¿Cuál es tu verbo? ¿Tienes puesta tu máscara de
oxígeno?