Aerófonos y Membranófonos de Cañaris (Ferreñafe
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Aerófonos y Membranófonos de Cañaris (Ferreñafe
Flumen 6 (1): 21-37 (2013) Revista de la Universidad Católica Santo Toribio de Mogrovejo Chiclayo - Perú Aerófonos y Membranófonos de Cañaris (Ferreñafe). Apuntes sobre los instrumentos musicales tradicionales de Lambayeque Aerophones and Membranophones of Cañaris (Ferreñafe). Notes on the Traditional Musical Instruments Lambayeque Juan Javier Rivera Andía (*) Resumen En este texto, brindaré una mirada preliminar de los instrumentos musicales de fabricación e interpretación local en una comarca andina aún poco explorada: San Juan de Cañaris, en la sierra de Lambayeque, al norte del Perú. Algunos de estos instrumentos son más o menos comunes en el área andina; otros en cambio, como la cañareja, constituyen instrumentos únicos en el Perú y, además, en evidente peligro de extinción. Luego de presentar brevemente la región de estudio, describiré la morfología, la fabricación, el uso, la distribución geográfica, las variaciones y la percepción local de los instrumentos musicales de Cañaris. Palabras claves: Andes; Etnomusicología; Cultura material; Lambayeque; Cañaris; Patrimonio inmaterial. (*) Abstract This text considers local, hand-made musical instruments that are played in an little-studied Andean community: San Juan de Cañaris, in the Lambayeque highlands of northern Peru. Some of these instruments are more or less common throughout the Andean area, while others (like the "cañareja") are unique to Peru. Moreover, most of them are in danger of extinction. After briefly introducing the Cañaris region, I will describe the morphology, making, variations, and local perceptions of its musical instruments. Keywords: Andes; Ethnomusicology; material culture; Lambayeque; Cañaris; Cultural Heritage. Antropólogo del Instituto Nacional de Cultura de Lima - PhD. Docente en la Pontificia Universidad Católica del Perú. Correo electrónico: [email protected] Juan Javier Rivera Andía 22 Cañaris: otra área de los Andes sin Etnografía Cañaris -uno de los dos “lugares” en que inicié mis investigaciones de campo a inicios del año 2009-, está adscrito a la provincia de Ferreñafe y al departamento de Lambayeque. Las tierras de Lambayeque ascienden al oriente, desde la costa pacífica y sus amplias y secas llanuras hasta unas abruptas cumbres que bordean los 4,000 m. En el 2007, la población de este departamento superaba el millón cien mil habitantes, número que cuadruplica la cantidad de habitantes registrada hace siete décadas. En el contexto nacional, Lambayeque tiene la cuarta posición entre las regiones más densamente pobladas (80 habitantes por km), aunque sólo el 4% de los peruanos vive allí. Según el Índice de Desarrollo Humano, en el 2005, Lambayeque ocupaba la séptima posición entre todas las regiones del Perú. Su tasa de pobreza (que afecta al 40% de la población), es casi igual al promedio nacional, mientras que la pobreza extrema (que sufre el 7%) es solo la mitad de esa media. A pesar de ello, la reducción de la pobreza –concepto bajo el que localmente se define a distritos como Cañaris-, está por debajo del promedio (BCR 2008: 24 y ss.). Sin embargo, la imagen de pobreza quizá no sea tan fuerte como la no-imagen, la invisibilidad de Cañaris. En Chiclayo, capital de Lambayeque, por ejemplo, poco se sabe acerca de los pueblos de las tierras altas, cuyos rasgos más particulares podrían notarse ya en apenas 3 horas de viaje. De hecho, muy pocos peruanos, incluso si son del norte, incluirían a Lambayeque entre aquellos espacios imaginados como indígenas y quechuahablantes (como Puno, Apurímac o Ayacucho, por ejemplo). Es probable que muchos se sorprendieran si se les dijera que Lambayeque tiene pueblos enteros donde los niños hablan en quechua, a diario y en voz alta. Pero, de hecho, las diferencias culturales entre Cañaris y las tierras bajas de Lambayeque conciernen, más allá de la geografía y el medioambiente, cuando menos a los idiomas, los vestidos, las estéticas, las formas de subsistencia, las dietas, las formas de curación, los rituales y la tradición oral. La suerte de invisibilidad, en la imaginación y los discursos nacionales, regionales e incluso locales, de estas diferenciaciones tan flagrantes puede dar una idea de hasta qué punto es ignorada –y la exotización no es sino una forma más de esta ignorancia- la comarca cañarense. De hecho, la invisibilidad de la sierra de Lambayeque no cunde solo en lo que llamaríamos hoy la sociedad regional o nacional, sino también en el debate académico sobre el mundo andino y, por tanto, también para el conjunto de los estudios amerindios. Podrían mencionarse al menos dos razones para explicar esta situación. En primer lugar, basta una mirada rápida a los autores y textos más representativos del indigenismo en el Perú, para notar la predilección que se ha dado al sur andino en la búsqueda, registro e invención de tradiciones culturales indígenas. En contraste, los estudios del mismo tenor en el norte peruano, no solo han sido menos frecuentes, sino que no parecen haber participado, con la misma intensidad, en los debates “andinistas”. En términos generales, podría afirmarse que, en general, pensar las culturas actuales del norte peruano nos remite casi exclusivamente a un solo tipo de paisaje: los desiertos y páramos de la costa, con sus sorprendentes hallazgos arqueológicos, sus artesanías y su gastronomía. Imaginar las tierras altas del norte, su acervo cultural, en cambio, casi nunca traspasa la magia del publicitado “curanderismo norteño” -que cuenta con estudios de importancia como Sharon (1980), Skillman (1990), Polia (1996) y Arroyo (2004). Evidentemente, y en segundo lugar, tal situación está también vinculada a la escasez etnográfica que persiste en los Andes en general, y en el norte andino en particular. Ahora bien, esta insuficiencia se torna prácticamente en ausencia cuando se trata de la sierra de Lambayeque, particularmente en el caso de Cañaris. Con este panorama, no es, pues, de extrañar que las manifestaciones culturales de estas serranías no participen en la reflexión sobre Aerófonos y Membranófonos de Cañaris (Ferreñafe) 23 las sociedades andinas, y menos aun en los debates en torno a los pueblos amerindios de Sudamérica. habitantes, de los cuales casi la mitad es menor de 14 años. Un 39% de la población es analfabeta y un 64% habla quechua. Cañaris es también el distrito más alejado de la provincia de Ferreñafe, cuya capital se encuentra en la costa, a pocos kilómetros de las otras dos capitales provinciales del departamento: Lambayeque y Chiclayo. Teniendo como eje a esta última, las distancias a ambas capitales se cubren diaria y rápidamente en sucesivos autos y camionetas. Inserta como una cuña entre Lambayeque y Chiclayo, la provincia de Ferreñafe – que, siendo la más pequeña, incluye a seis de los 38 distritos del departamento- tiene una población que bordea los 100,000 habitantes. Según el último censo nacional, alrededor del 10% de su población es analfabeta y casi el 20% habla quechua (INEI 2008); dos rasgos que se deben sobre todo a Cañaris. El distrito de Cañaris se encuentra a aproximadamente 2,421 m. de altura (López-Mesones 2010). Tiene una población total de 13,038 Los habitantes de Cañaris se llaman a sí mismos “cañarenses”, término que prefieren al de “cañarejo”, que encuentran peyorativo y que parece haber sido antiguamente usado (hoy, como se verá, se los usa aun para denominar un instrumento musical). Desde fuera, se suele percibir y considerar Cañaris partiendo de la toponimia y de algunas evidencias históricas que los convierten en mitmaq antiguamente dispersados a lo largo de todo el imperio de los Incas. Así, se ha considerado la posibilidad de una filiación entre los cañarenses de Lambayeque y los de Loja, en Ecuador. Aunque carecemos todavía de trabajos comparativos arqueológicos, lingüísticos o etnográficos, lo cierto es que los cañarenses, no parecen ahora tener muchos recuerdos ni mayor interés en afirmar esta relación. Los instrumentos musicales de Cañaris Presento, a continuación, solo aquellos instrumentos fabricados localmente. Quedan fuera, por ejemplo, los instrumentos usados por los “marcos musicales”, sobre los cuales bien puede encontrarse ejemplares estandarizados en cualquier tienda especializada. Comenzaré con los membranófonos, y seguiré con los aerófonos. 1. Los membranófonos: las cajas9 que acompañan el pinkullu y la dulzaina La caja se clasifica entre los “tambores de Marco, sin Mango, de Dos Cueros” (INC 1978: 102). En el centro y sur del Perú, el nombre más usado es tinya. En estas regiones, se la toca sola; como, por ejemplo, en los ritos ganaderos del valle de Chancay. En contraste con estos, las herranzas que he visto hasta ahora en la sierra de Lambayeque, no incluyen ningún instrumento musical. Otra diferencia notable es que, en Cañaris y en el resto de la sierra de Lambayeque, solo he visto a hombres tocando las cajas. En algunos caseríos de Incahuasi, sin embargo, he escuchado noticias respecto a mujeres que tocarían la caja cuando esta acompaña a la dulzaina. De hecho, también es esta caja en particular la única que he visto ser percutida por un niño. Esto es algo que los mismos incahuasinos encuentran notable y llamativo. Sin embargo, hasta el momento no he logrado corroborar tales versiones. En otros contextos, la caja es imprescindible, pero siempre se la toca en conjunto con otro instrumento. Con frecuencia, acompaña aerófonos (como los pinkullus y las dulzainas), pero hay un caso en que acompaña también un idiófono: la maraca (aunque podría argumentarse que 24 esta constituye solo un percutor y que, entonces, la caja se toca sola). Discutiré y describiré este caso cuando presente la música recogida en Incahuasi, pues es solo allí que encontré esta combinación cajamaraca. Solo en el caso en que acompaña a la dulzaina, encontramos una persona específica para tocar la caja. En los otros dos tipos de caja, es siempre el mismo músico el que toca ambos instrumentos. Como ya se sugirió, este instrumento, de indudable origen amerindio, tiene una amplia difusión en el Perú. Según el “Mapa de los instrumentos musicales de uso popular en el Perú” (en adelante MIM) del Instituto Nacional de Cultura, la tinya se encuentra en casi todos los departamentos del país, con la excepción de tres de sus extremos: Puno, Madre de Dios y Tumbes (INC 1978: Mapa XXV). Los músicos de la sierra de Lambayeque clasifican la caja en tres tipos, que se diferencian sobre todo por aquello que acompañan: sea un instrumento -el pinkullu y la dulzaina- o una coreografía –la danza del “chimu”-. La morfología de estos tres tipos de caja es casi idéntica, con la excepción de su tamaño. Con todo, vale la pena detenerse un momento en cada una de ellas. 1.1. La caja que acompaña el pinkullu Esta caja es la más pequeña de todas. De hecho, su tamaño reducido es lo que permite al músico sostenerla con un solo dedo de la mano izquierda (el pulgar) –los otros dedos de la misma mano se ocupan de digitar el pinkullu– . Colgada así, es aporreada por la mano derecha (Fig. 1). El conjunto de caja y pinkullu se toca en dos ocasiones: para la “danza del cascabel” y para los bailes de pareja (usualmente como colofón de una fiesta patronal). En este último caso, normalmente basta con un solo músico. En la “danza del cascabel”, en cambio, el ideal es reunir tres músicos. En este último caso, es decir, si hay más de un músico tocando, se establece una sutil diferencia en los tamaños de las cajas. El Juan Javier Rivera Andía intérprete del conjunto constituido por pinkullu de danza y caja, en Incahuasi y Cañaris (y, además, en Penachí, distrito de Salas, provincia de Lambayeque) es llamado con el término Mamita. Aunque todas sean pequeñas en comparación con las que acompañan a otros instrumentos, cuanto más importante sea el Mamita, más grande debe ser su caja. Así, el intérprete más experto (llamado “mamita mayor”) debe tener una caja de dimensiones ligeramente mayores que la del menos experto (llamado “mamita menor”). El tamaño y el buen estado del instrumento se asocian, pues, directamente a la posición que tiene el Mamita en la jerarquía interna del ritual. Esta distinción entre intérpretes tiene también un correlato en la forma de tocar la caja. El Mamita mayor percute solo el parche de la caja, sin tocar el aro o anillo. En cambio, el Mamita menor golpea la caja, alternativamente, sobre el parche de cuero y sobre el aro o anillo. Así, produce dos sonidos distintos que se suceden alternativamente. Veamos más de cerca la morfología de la caja que acompaña el pinkullu (en total, he encontrado alrededor de una decena de cajas de este tamaño en los dos distritos altos de Ferreñafe): a) El casco o cuerpo: tiene entre 12 y 15 centímetros de alto, puede estar hecho de madera de cedro, cabuya, “huairul” o “mamaq”. Vale la pena también anotar que, en Penachí (distrito de Salas, provincia de Lambayeque), todas las cajas que hemos visto son más pequeñas que las aquí descritas. b) Los parches: tienen entre 20 y 25 centímetros de diámetro en cada lado del casco o cuerpo. Los parches son de cuero: sea de venado, de zorro o de perro. Se afirma, a menudo, que los parches de una buena caja deben estar hechos de tipos de cuero distintos. De ese modo, explican, los cueros de un perro y de un zorro, “pelean entre sí” y eso produce un sonido mejor. Testimonios similares se han recogido en otras regiones del Perú (Jiménez Borja 1951; Villarreal 1959; Quijada 1957 y 1982; Aerófonos y Membranófonos de Cañaris (Ferreñafe) García 1989; INC 1978: 104); se han reportado incluso casos en los que se colocan, dentro del instrumento, un ají, un diente de ajo o incluso un pajarillo de pico muy agudo (llamado “shilishito”) (Jiménez Borja 1951). En ocasiones, he encontrado que se usan a veces tambores pequeños comprados en la ciudad, similares a los tambores de juguete para niños, que suelen estar pintados de colores vivos (amarillo o azul) en el casco. Estos tambores están hechos de un plástico de cañería (llamado “caucho”), de lata y de otros materiales industriales. Aunque todos notan la diferencia entre estos tambores y las cajas hechas con materiales vegetales y animales, nadie parece considerar esta sustitución de manera muy dramática: “lo importante es que sea bien sonante”. c) El tiento o “atadura en M”: está hecho de cabuya; tiene un grosor de 4 milímetros y alcanza hasta 15 centímetros. d) Los tensores o presillas: están hechos de cuero de res. Tienen 3 centímetros de largo; y la distancia entre sus ataduras en los bordes del casco suele ser de diez centímetros aproximadamente. e) El aro o anillo: puede ser fabricado de dos plantas, una llamada “rosario” y la otra yana qero. 25 f) Orificio: el casco suele tener un agujero rectangular de aproximadamente 1 centíme tro de largo y de 1 ó 2 centímetros de ancho. Suele encontrarse más o menos a la misma distancia de ambos bordes del casco. g) Bordón: este hilo, que se sobrepone al diámetro de uno de los parches, suele ser hecho de cabuya. A menudo, hay un diminuto objeto atado al centro del bordón: puede ser el fruto de un cierto tipo de paja, del trigo o de la alverja. A veces, se usa simplemente una esfera de plástico que tenga un agujero; o también se puede simplemente hacer un nudo en el bordón. En todos los casos, se tiene un objeto redondo que golpea el parche con las vibraciones producidas por el percutor en el otro lado de la caja. h) Percutor: se utiliza solamente uno, de aproximadamente quince centímetros de largo y de un centímetro de diámetro. Aunque no parece dársele mucha importancia a la madera de la cual está hecha, suele ser de “chilca”, un arbusto de madera algo frágil. En casi todos los casos, los percutores son un simple madero recto. En ocasiones, sin embargo, se encuentran percutores tallados –aunque siempre con cierta sencillez –. Figura 1. Caja que acompaña al Pinkullu Juan Javier Rivera Andía 26 La caja de tamaño medio es la que acompaña a la dulzaina. En este caso, cada instrumento es tocado por una persona distinta. Ambos músicos utilizan sus dos manos para tocar sus instrumentos (Fig. 2). Esta caja es golpeada pausadamente y por dos percutores (en contraste con la caja del pinkullu de danza, que usa solo un percutor y se bate velozmente). En la mayoría de los casos, la caja suele ser tocada por un adulto de aproximadamente la misma edad que el dulzainero – en torno a los cincuenta –, y que es tratado con la misma deferencia. a) El casco o cuerpo: tiene alrededor de veintitrés centímetros de alto. Para su fabricación, suele preferirse la madera del cedro que crece en la “bajera” (esto es, aquellos ejemplares de las tierras más bajas). La caja que acompañaba la dulzaina en la costa de Lambayeque era hecha también de un cedro de tierras calientes, pero que más bien “provenía… de bosques al otro lado de las cordilleras” (Jiménez Borja 1951: 48). b) Los parches: tienen unos treinta y tres centímetros de diámetro. Los cueros usados son de cordero y de chivo, siempre cada parche es de un cuero distinto. En la costa de Lambayeque, también se hacían los parches de cuero de chivo, pero aparentemente no se usaban distintos animales en un mismo instrumento (ibíd.). La caja que acompaña la dulzaina es, sin embargo, el único instrumento que he visto tocar a un niño en público. En algunas de las fiestas en que participé, el dulzainero más solicitado de Incahuasi acudía acompañado de un niño, de aproximadamente diez años. Cuando lo veían tocar la caja a su lado, los presentes lo toman siempre de buen talante y hacen bromas respecto a la estatura del dulzainero. Este se mantiene jovial, aunque mantiene la formalidad apropiada (por momentos, eso sí, juega con la caja como lo haría cualquier niño). Recibe más o menos los mismos honores que el dulzainero, pero con una excepción: no se le invita aguardiente. Esta misma excepción se aplicó, siempre sin aspavientos, a los jóvenes de aproximadamente 14 ó 15 años, que vi participar en la danza del cascabel en Incahuasi y también en Penachí (distrito de Salas). Ellos pudieron servir aguardiente a los adultos, pero en ningún momento, lo bebieron. g) El bordón: está hecho de cabuya, y tiene también una diminuta semilla o esfera de plástico atada al centro. Los datos morfológicos de la caja que acompaña la dulzaina –no he visto más de cuatro cajas de este tipo en Cañaris e Incahuasi – son los siguientes: h) El percutor: esta es la única caja que usa dos baquetas. Ambos tienen unos veintitrés centímetros de largo y un centímetro de diámetro. c) Los tensores o presillas: están hechos de cuero de res, tienen aproximadamente 4 centímetros de largo cuando atan los tientos. d) Tiento o atadura en M: está hecho, usualmente, de cabuya. e) El aro o anillo: está hecho de la madera llamada yana qero, previamente curvada. f) El orificio en el casco o cuerpo: es cuadrado, y tiene un centímetro en cada lado. Se ubica a la misma distancia de los aros o anillos. Aerófonos y Membranófonos de Cañaris (Ferreñafe) 27 Figura 2. Caja que acompaña a la Dulzaina Como ya se mencionó, además de estas dos cajas, hay una tercera que en vez de aerófonos, acompaña un idiófono; y que será descrita en el texto sobre la música de Incahuasi. 2. Los aerófonos: los pinkullus y la dulzaina En términos locales, hay cuatro tipos de instrumentos de viento que se fabrican y tocan en la sierra de Lambayeque: la dulzaina, el kinran pinkullu (Q.), el pinkullu de danza y el lanchi pinkullu (Q.). Aunque todos ellos están hechos de madera, cada uno tiene características bastante distintivas (con excepción de los dos últimos, que solo varían en tamaño). Existen variantes de estos aerófonos en casi todas las otras regiones andinas del Perú y también en el mundo europeo, con una excepción. Esta excepción es el kinran pinkullu, una flauta traversa cuya morfología solo tiene paralelos amazónicos y prehispánicos, y que se describirá en un próximo estudio dedicado a nuestros hallazgos en el distrito de Incahuasi. Hay, además, un aerófono en una región más o menos fronteriza entre Cañaris e Incahuasi, del que, hasta ahora, solo tengo referencias indirectas. Algunos afirman que, antes, muchos cultivaban la antara (Q.). Incluso, he recogido testimonios de la existencia de intérpretes – sobre todo en los caseríos que antes pertenecían a las haciendas que tocaban este instrumento junto con un tambor– un conjunto que parece haber sido popular también en Taquile (Bellenger 2007: 139). Aunque parece haber aun algunas personas que saben tocar la antara, no nos ha sido posible aun encontrarlos. Como se puede apreciar, un trabajo de campo prolongado previo a la grabación puede hacer que, incluso en un espacio no muy grande (dos comunidades campesinas dentro de dos distritos), el universo musical encontrado requiera de más de un momento de grabación. Juan Javier Rivera Andía 28 Si la antara estaría casi en extinción, el kinran pinkullu no está muy lejos de tal situación: hasta ahora hemos visto tocarlo a las mujeres de un solo caserío. Aunque los que dominan los pinkullus y dulzainas en la sierra de Lambayeque no son muchos, todavía pueden encontrarse varios intérpretes en casi todos sus caseríos. En el caso del pinkullu, he visto tocar varios intérpretes simultáneamente. En cambio, en el caso de las dulzainas, cuando coinciden en la misma fiesta, tocan siempre alternativamente. Ambos aerófonos se distinguen por su tamaño, por el material con que se fabrican y por aquello que se toca con cada uno. Desde el punto de vista morfológico, de hecho, se los podría considerar el mismo instrumento: son “flautas de pico abiertas, de 3 agujeros, con orificio posterior” (INC 1978: 228). Mantenemos aquí, sin embargo, un punto de vista más cercano a algunos de los propietarios y herederos de estos instrumentos. Así, según su tamaño, estos aerófonos masculinos reciben dos nombres y usos distintos: 2.1. · El denominado lanchi-pinkullu es usado para los bailes de parejas. Hoy, sin embargo, en las fiestas en que los hombres danzan en pareja con las mujeres, se prefiere muy a menudo usar equipos electrónicos (que usan cintas magnetofónicas, o incluso archivos digitales). Hasta el momento, solo he encontrado este instrumento en Incahuasi. · El llamado “pinkullu de danza” es el más pequeño y se toca para acompañar el baile de tres de las comparsas que integran la “danza del cascabel”. He encontrado este instrumento en Cañaris y en Incahuasi. Este instrumento es más común que el lanchi-pinkullu. A diferencia de este, y también de la cañareja y la dulzaina, que son más bien escasos, muchos hombres de la sierra de Lambayeque tienen un “pinkullu de danza” y saben, o han intentado, tocarlo. En consecuencia, su grado de desuso o la posibilidad de su desaparición parecen menos graves que en los otros casos. Los pinkullus Como ya se dijo, para los habitantes de la sierra de Lambayeque, existen tres tipos de pinkullu. Aquí solo trataremos de dos de ellos: el “pinkullu de danza” y el lanchi pinkullu. En el MIM son clasificadas como “Flautas, con canal de insuflación, interno, aisladas” o simplemente “flautas de pico” (INC 1978: 225). Ambas flautas de pico son, de lejos, los aerófonos más usados en la sierra de Lambayeque. Se trata de la “flauta de una mano” difundida en casi todo el Perú, aunque nunca en el “sector criollo” (INC 1978: 226). Sobre la difusión de este instrumento, llama la atención una frontera en particular: Desde Huánuco al norte, la Flauta de Una Mano es de uso muy intenso y tiene pocas variantes morfológicas, en tanto que de Huánuco al sur, el instrumento se emplea con menor intensidad, existiendo una gran variedad de tamaños en las flautas; además su uso es frecuentemente aislado (Ibid.). Este lindero en torno a Huánuco no deja de llamar la atención, si consideramos que es allí también donde se ubica una clara frontera mítica. Este es el límite septentrional de la creencia en la Pachamama y el límite meridional del mito de la Aĉakay (Q.), la ogresa devoradora de niños y origen de las alimañas. Como en el resto del mundo andino, ambas son tocadas solo por varones. Hasta donde sé, resulta impensable en la zona que una mujer toque este instrumento. Veamos la morfología del “pinkullu de danza” (he encontrado poco más de una docena en Cañaris y en Incahuasi): a) Cuerpo o cilindro: · Largo: tiene una longitud que va de los 20 a los 36.7 centímetros. Esto lo hace, hasta el momento, el más pequeño de todos los aerófonos de la zona. Sus medidas oscilan, por ejemplo, entre los tamaños de las Aerófonos y Membranófonos de Cañaris (Ferreñafe) dos flautas de pico más pequeñas de Taquile (Bellenger 2007: 128): pinkillu ajora (de 37 cm) y pinkillu chible (de 18 cm). · Diámetro: nunca es mayor de un centímetro (un tamaño también menor que el de los otros instrumentos de viento). · Material: se hace de un carrizo llamado “tungula” o de otra planta llamada “mamaq amarillo” (una especie de bambú bastante grueso). El espesor de las paredes del cilindro – de un tono entre amarillo y marrón no suele pasar de los 5 milímetros. b) Embocadura (localmente llamada “lengüita”): uno de los extremos del cilindro se amolda o talla de modo que pueda colocarse una lengüeta. Esta es fabricada de madera de aliso o de “andanga” (un árbol cuya corteza y frutos también son muy usados para teñir los ponchos). La lengüeta tiene entre 0.8 y 2.2 centímetros de largo. c) Bisel: tiene un centímetro de largo, 0.5 centímetros de ancho, y está ubicado a aproximadamente 2 centímetros de la embocadura. d) Orificios anteriores: son siempre dos. Con respecto al extremo abierto del cilindro, uno se encuentra a una distancia que va de 2 a 2.5 centímetros, y el otro a una distancia que va de 3.2 a 4 centímetros. Ambos tienen un diámetro que oscila entre 0.4 y 0.5 centímetros. e) Portavoz o agujero posterior: se encuentra a una distancia que va de 7.7 a 10 centímetros del extremo abierto del cilindro. A menudo, antes de tocar el pinkullu, los músicos vierten aguardiente en su interior algo que también se hace con la dulzaina-. El pinkullu se toca con una sola mano. El extremo proximal es sostenido por la boca, que al mismo tiempo introduce aire en el cilindro. El otro extremo se sostiene con la mano izquierda. Los dedos de esta mano se 29 distribuyen de la siguiente forma. El pulgar cubre el portavoz u orificio posterior y, además, sostiene, por medio de una cuerda, la caja que aporrea el mismo músico. El dedo índice y el dedo medio cubren, según las evoluciones de las canciones, los orificios anteriores (el índice el que está al lado del extremo proximal y el mayor el que está en el lado distal). Es de notar que el dedo mayor suele moverse solo. Mientras que el pulgar y el índice suelen moverse simultáneamente (aunque, a veces, el índice se libera el orificio que cubre mientras que el pulgar se mantiene en su sitio). Finalmente, el dedo anular hace presión sobre el extremo distal, llegando a veces a cubrirlo por completo. Aunque esta flauta de pico es abierta, la forma en que a veces se coloca el dedo sobre el orificio distal podría hacer que se la considere, cuando se la toca, como un aerófono de “medio tapadillo” (INC 1978: 227). La lengua también cubre la embocadura en ciertos momentos de la canción. Esto permite, según los músicos, “dar vuelta” los tonos. Un intérprete de pinkullu, en un contexto ritual, es llamado “mamita” (que, en esta acepción, es siempre un sustantivo de género masculino: se dice “un mamita” y “el mamita”). Los “mamitas” tocan para que bailen las distintas comparsas de “la danza del cascabel”. Y a cada comparsa le corresponde un “mamita” en particular. Así, cuando la danza se desarrolla con la totalidad de sus comparsas, pueden apreciarse hasta tres intérpretes de pinkullu. En estos casos, los “mamitas” tocan al mismo tiempo y, usualmente, desde la misma posición (por ejemplo, en el altar de la iglesia o delante de una imagen en procesión). Con todo, los habitantes de la sierra de Lambayeque afirman que los danzantes solo oyen al pinkullu del “mamita” que corresponde a su comparsa. Recuérdese que los que tocan pinkullu, tañen al mismo tiempo las cajas, y que estas son aporreadas de manera distinta por cada mamita. Así, el “mamita menor” debía aporrear, alternativamente, el aro y el parche; mientras que el “mamita mayor”, Juan Javier Rivera Andía 30 solo el parche. En suma, el “mamita” de mayor jerarquía tocaba de forma más simple su caja que el “mamita” inferior. Con el “pinkullu de danza”, esta distinción parece traducirse en el número de temas musicales (llamados “tonos”) que cada intérprete debe tocar. Así, el “mamita menor” tocaría mas tonos que el “mamita mayor”. Así, pues, es interesante notar que también aquí es al “mamita menor” a quien se le adjudica una mayor complejidad. A pesar de ser de jerarquía inferior, no solo debe aporrear de dos maneras su caja sino que, además, debe tocar un mayor número de tonos. Ambos instrumentos parecen obedecer a un principio tácito que asocia la mayor simplicidad a la mayor jerarquía. Esta distinción musical tiene correlatos en la forma de bailar que no podemos detenernos a detallar aquí, pero que bien valdría la pena considerar en otro trabajo. Ahora presentaré los datos morfológicos de la otra flauta de la sierra de Lambayeque: el lanchi-pinkullu (solo he encontrado un ejemplar hasta ahora). (Fig. 3) a) Cuerpo o cilindro: · Largo: alcanza una longitud de 45 centímetros. · Diámetro: mide alrededor de 1.5 centímetros. · Material: Está hecho usualmente de una planta llamada “mamac rojo”. b) Embocadura (localmente llamada “lengüita”): un extremo del cilindro se amolda para que se pueda colocar una lengüeta hecha de una madera llamada “pichana” o de otra llamada “lamacha”. Tiene 1 centímetro de largo. c) Bisel: tiene 1 centímetro de largo y 0.5 centímetros de ancho. Está ubicado a pocos centímetros de la embocadura. d) Orificios anteriores: son dos, uno se encuentra a 3.5 centímetros del extremo distal del cilindro, y el otro a 6 centímetros. e) Portavoz o agujero posterior: se ubica a 12 centímetros del extremo distal del cilindro. El término lanchi, incluido en el nombre de este instrumento, no pudo ser traducido por ninguna de las personas que conozco en la región. Al mismo tiempo, todos conocen una planta llamada “lanchi”, un árbol maderable, que crece entre los 1600 y 3000 m. Su madera es muy resistente y tiene diversas utilidades. Es posible, aunque no seguro, que uno de los usos de esta madera haya sido –al menos así lo aceptan algunos de los interpretes– la fabricación del lanchi pinkullu, aunque es necesario registrar mas documentos para verificarlo. Otra posible relación entre esta flauta y el “lanchi” podría asociarse al “culto” o carácter “sagrado” de este árbol en la zona. En efecto, en algunos parajes (de los que bien valdría la pena hacer un mapa) se veneran algunos “lanchis” cuya forma recuerda, a los habitantes de la sierra, una cruz. De hecho, tal puede ser una de las razones por las cuales, a veces, se prefiere poner, en vez de una cruz, un tronco de “lanchi” en las tumbas de los cementerios. Estos árboles-cruces son discretamente visitados por aquellos que les tienen fe, sobre todo al alba. En sus ramas, atan bolsas plásticas que contienen tierras de sus parcelas, lana de sus ganados e incluso cabellos de sus parientes. Al pie del tronco, además, se encienden velas, bien protegidas del viento por grandes piedras. El “culto” a estas cruces parece ser antiguo, al menos así lo sugiere una de las acuarelas del siglo XVIII del obispo Martínez de Compañón (1985), en que se representa un árbol en forma de cruz (la estampa No. 92, del volumen IV, intitulada "Figura de crucifijo naturalmente formada"). ¿Es este un árbol de lanchi? ¿Está insinuando algún culto propio de la región norte del Perú en esos años? ¿Se dejan o dejaban los lanchi-pinkullus en este arbusto tal como se dejan hoy las metonimias de las parcelas, los hatos y las personas? ¿Tiene algo que ver el árbol de “lanchi” con la afinación mítica de este instrumento –tal como, en otras regiones, lo tienen las sirenas–? En una de las fronteras del área cultural Cañaris –mas precisamente, la frontera entre Incahuasi y Penachí– se venera Aerófonos y Membranófonos de Cañaris (Ferreñafe) una cruz dentro de una caverna, donde además se velan ciertos instrumentos (como el pinkullu, la dulzaina y la caja). Son preguntas que solo una etnografía más detallada y profunda podrían resolver. Es de notar que las flautas de pico con una morfología similar a la del lanchi pinkullu y del pinkullu de danza no se encuentran registradas por el MIM en el departamento de Lambayeque. Solo se señala la existencia de instrumentos parecidos –aunque siempre más grandes– en Huánuco (donde son llamados “pincullo o pito o flauta” y alcanzan entre 30 y 40 cm de largo), Cajamarca, Lima, Pasco, La Libertad (donde son llamados “quena rayan”, “roncador” o “flauta” y alcanzan entre 60 cm y 1 m de largo) y Ancash (donde son llamados “chisga”, “chiroco” o “quena huari” y alcanzan entre 60 cm y 1 m de largo). Sabemos, pues, ahora que existe también en la sierra de Lambayeque y que es además aquí donde se encuentra su versión más pequeña (en el pinkullu de danza). 31 La dulzaina Este instrumento –que aparece clasificado en el MIM como un “Oboe, Aislado, de Tubo cónico, con Agujeros” (INC 1978: 253)– es de larga data en el Perú. En Lima, el 15 de junio de 1556, se recibió con dulzainas a un virrey (Jiménez Borja 1951: 46). En el siglo XVI, la dulzaina se tocaba con ocasión de varias actividades de importancia: “elección de alcaldes, autos de fe, paseo de estudiantes, paseo del pendón real, etc.” (ibíd.). Otro documento, de 1575, menciona explícitamente que los “indios” tocaban “trompetas y chirimías” (ibíd.). En otras regiones del Perú, y del mundo hispanoamericano, este aerófono se llama “chirisuya”, “chirimía” o “chirimoya” (INC 1978: 253). Según el MIM –que no registra el término “dulzaina”–, en el norte, al menos en Lambayeque y Piura, parece predominar el nombre de “chirimía”. Lo mismo sucede en buena parte de Centroamérica (McNett 1960) y en España. En la sierra de Lambayeque, hemos visto este instrumento en Cañaris, Incahuasi y Penachí –en las alturas del distrito de Salas, donde Sevilla (2005: 42) lo registra también en los noventa–. Por otro lado, hay referencias de su existencia hasta hace poco en los pueblos de la costa, al menos entre Ferreñafe y Lambayeque (Jiménez Borja 1951: 46-48). Describo, a continuación, la morfología que tienen las dulzainas que he logrado ver en Cañaris: a) El cuerpo: Figura 3. Pinkullu · El largo: oscila entre los 10 y 28 centímetros. Para el departamento de Lambayeque, el MIM registra una chirimía de 30 cm y otra de 32 cm (INC 1978: 254-255). · El diámetro: alcanza entre 5 y 6 centímetros en el extremo distal (esto es, en su parte más ancha, también llamada “campana”), y entre 1 y 1.5 centímetros en su parte más angosta (correspondiente al extremo proximal). Juan Javier Rivera Andía 32 · El material: puede ser hecho de la madera de las siguientes plantas: “pauca”, “huairul”, “mámac” y “macmac”. En la costa de Lambayeque, se usan “chachacoma” o “limoncillo” (Jiménez Borja 1951: 47). agujero de la cara anterior” (Jiménez Borja 1951: 48). Encontramos exactamente la misma característica en la variante de este instrumento en Cataluña, donde se la llama “grai de pastor” (Violant y Simorra 1954: 361). · Los refuerzos: a veces, se rodea el cilindro con anillos de metal, de plástico o de cuerda, para reforzar su estructura y evitar que se raje longitudinalmente. · Los motivos decorativos: he encontrado dulzainas decoradas con motivos abstractos –sobre todo en torno al extremo distal–, usualmente hechos en color blanco: líneas y equis. c) L a l e n g ü e t a . E n l a c o s t a d e Lambayeque, según Jiménez Borja (1951: 47), está hecha de “una caña especial llamada “succha” que se raspa con mucho esmero hasta convertirla en una lámina muy fina”. En Huánuco, la lengüeta se hace de plumas de cóndor (INC 1978: 255). En Cañaris, donde se la llama localmente “pajuelo”, la lengüeta suele medir unos 6 cm y está compuesta de los siguientes elementos: b) Los orificios: · Los orificios anteriores: Los orificios son hechos con un fierro caliente llamado “huiroshucsho”. Tienen forma circular, y son de un centímetro de diámetro. Varían en número: he encontrado ejemplares de solo tres orificios y otros de hasta seis. El MIM registra ejemplares que tienen de cinco a ocho agujeros anteriores (INC 1978: 255). · El orificio posterior: este también es de forma circular, y suele encontrarse -contando a partir del extremo distala la altura del tercer orificio anterior. · El orificio adicional: algunas dulzainas tienen, además, un orificio ubicado en el costado derecho (desde la perspectiva del intérprete). Este agujero suele tener una forma rectangular. Se encuentra a una distancia de 1.5 centímetros del orificio anterior más cercano. Aparentemente, sirve para que la saliva que entra por la embocadura salga al exterior. Una chirisuya –de 50 cm. de largo– proveniente de los Andes centrales (Laraos, provincia de Yauyos, departamento de Lima), tiene dos agujeros “ubicados en las caras laterales inmediatos al último · El cilindro: el interior de la lengüeta consiste en un cilindro de 2 centímetros de largo y 1 centímetro de diámetro. Este cilindro es usualmente de lata. La pieza de plástico: en este cilindro, se engarza una pieza de plástico, de forma circular que suele sacarse de los canutos de hilo industrial que venden en las tiendas. · El tuyu (Q.): es la pieza más importante y delicada, y está hecha de la hoja seca de una bromelia llamada de la misma forma. Esta bromelia suele abundar en las tierras más húmedas, donde el tuyu puede acumular, entre sus hojas, el agua de la lluvia (que bien pueden aprovechar los caminantes a quienes apremia la sed y las aves que desean refrescarse). Encontrar el tuyu adecuado para una dulzaina no es una empresa muy sencilla. La parte de la planta que se utiliza son las hojas exteriores, que ya han sido resecadas por el sol. Además, la hoja tiene que ser de coloración roja para que proporcione un “buen sonido” a la dulzaina. En Cañaris, por ejemplo, este material solo puede ser encontrado en un solo paraje. Se llama Huamana, y es un precipicio con una enorme roca. Solo en sus resquicios Aerófonos y Membranófonos de Cañaris (Ferreñafe) 33 se puede encontrar el tipo de tuyu adecuado. Cuando fuimos allí, con don Víctor Quispe Huamán, vecino de Cañaris, nos costó no poco trabajo arrancar esta planta de la roca. · Hilo: Finalmente, el tuyu es firmemente atado al cilindro y a la pieza de plástico, con varias vueltas de un hilo de algodón. · Tapón: no hemos encontrado dulzainas que tengan una tapa o cubierta especial para proteger la siempre delicada lengüeta. Lo que suelen hacer los músicos –cuando van a transportar el instrumento sin tocarlo- es insertar la lengüeta en la campana, de modo que aquella quede protegida por sus bordes. Como se hace con los pinkullus, se puede “afinar” la dulzaina haciendo pasar aguardiente de caña de azúcar por su interior. Sobre todo, es importante que se humedezca bien el tuyu. Solo así, se dice, es posible obtener un sonido tan potente que pueda ser escuchado desde muy lejos. Abreviaturas · (Q.): quechua · MIM: Mapa de los Instrumentos musicales de uso popular en el Perú. Agradecimientos Quiero agradecer, antes que nada, a los buenos amigos que ahora tengo en Cañaris y en la "Dirección de Registro y Estudio de la Cultura en el Perú Contemporáneo" del INC, sin cuyo apoyo este estudio habría sido imposible. Me gustaría destacar la participación de la dirección regional del INC en Chiclayo, en manos de Carlos Mendoza, como parte integrante del proyecto. En las tierras bajas de Lambayeque, agradezco la bienvenida y generosidad de Matilde Jiménez, Hernán Meoño Larraín, Car-los Elera, Julio César Fernández, Mario LópezMesones, Pedro Alva Mariñas y Osterli Campos. Finalmente, agradezco la colaboración, desde el campo y los gabinetes, de Luz Martínez Santamaría, Marieka Sax y Tatiana Gossuin. Referencias Bibliográficas Alva M., P., 1995. Pachacamac en la serranía de Lambayeque. Utopía Norteña No. 2. Lambayeque: FACHSE. Universidad Nacional Pedro Ruiz Gallo. Lambayeque. Lima: BCR. Consultado en línea en: http://www.scribd.com/doc/ 13744443/COMPLETO-InformeEconomi co-y-Social-Lambayeque Alva M., P., 2008. Don Víctor Huamán Reyes: el Cacique moral de Cañaris. Bulletin de l'Institut Français d'Études Andines, 37(1): 257-270 Bellenger, X. 2007. El espacio musical andino. Modo ritualizado de producción musical en la isla de Taquile y en la región del lago Titicaca. Lima: IFEA, CBC, PUCP, IRD. Ayasta, J., 2003. 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Leyendas ancashinas: plantas alimenticias y literatura oral andina. Lima: CONCYTEC. 3 Con todo, además del curanderismo, la etnografía andina del norte del Perú también cuenta con algunos trabajos dedicados a la tradición oral, el ritual y la música que no pueden dejar de mencionarse. Véase, por ejemplo: Otter (1985), Yauri (1990) y la Red de Bibliotecas Rurales de Cajamarca (Bibliotecarios Rurales de Cajamarca 1989 y 2009). 5 Casi desde el inicio de mi trabajo de campo en la región, resulto más o menos evidente que Cañaris – o más precisamente sus partes altas- eran parte de un área cultural cuyos límites precisos aun están por definirse pero que ciertamente incluiría las tierras altas de los distritos de Incahuasi y Salas, y las áreas contiguas de otros departamentos. En torno a Cañaris e Incahuasi, también se habla quechua en los caseríos de las alturas de Penachí y Santa Lucía (adscritas al distrito de Salas, provincia de Lambayeque, pero muy cercanas a Canchachalá, en Incahuasi). El quechua hablado en Incahuasi y Cañaris –que es prácticamente idéntico- no se restringe a los tres distritos mencionados, sino que es hablado también en buena parte de las áreas contiguas de Cajamarca y Piura. Se lo usa, por ejemplo, en el noroeste de Cutervo, en el sudoeste de Jaén y en Chota; todas, provincias del departamento de Cajamarca. En el departamento de Piura, asimismo, se habla quechua en el distrito de Huarmaca y en un “paraje” llamado La Pilca (Fabre 2005: 38). Además de sumar, también es importante restar, pues las partes bajas de los distritos de Cañaris e Incahuasi no hablan ya quechua y, en distintos grados, no comparten ni conocen muchas de las características culturales aquí descritas. Esto parece corroborarse también en lo que respecta a los ritos y, más importante para nosotros ahora, a la tradición musical. Así, hasta donde he podido verificar por mis propias investigaciones de campo, el dominio del quechua parece coincidir casi exactamente con el de ciertos instrumentos musicales que podrían considerarse “endémicos” de estas tierras. 4 Con todo, existen autores locales que han dedicado esfuerzos a describir las manifestaciones culturales y otros aspectos de Cañaris, como, por ejemplo, Meoño Larraín (1994), Alva Mariñas (1995 y 2008), Torre Villafane (2009), Julio César Fernández (2009a y 2009b) y Huamán Rinza (1996, 2003 y 2008). Este último además, ha dirigido una revista de publicación ocasional desde 1995 hasta la fecha: “Rimashum Kañaripe” (Huamán 1999, 2002 y 2005). 6 Existen, sin embargo, algunos intentos comparativos explícitos recientes, como, por ejemplo, una breve compilación que reúne a arqueólogos de ambos países (Olivera 2009). Por otra parte, los estudios lingüísticos de Torero (1968), Escribens (1977), Taylor (1982a, 1982b, 1987, 1994, 1996, 1999, 2005), Shaver (1989 y 1992), y D. y G. Shaver (1992) sobre el “quechua de Ferreñafe” no aportan ninguna evidencia a este respecto. 2 Al mismo tiempo, no tendría caso negar que, sin embargo, también hay fuertes puntos en común entre ambos mundos (lo que, de paso, vuelve aun más complejo este contraste). Así, comparten, un cierto catolicismo popular y una cierta consciencia de ser parte de la misma nación. Los niños de Cañaris, por ejemplo, pueden curarse con el agua que mana a los pies de la cruz de Motupe, uno de los santuarios religiosos más importantes de la costa norte. Y por supuesto que otros productos de la costa –sobre todo los manufacturados- son bienvenidos en Cañaris. La escuela, los centros de salud y los pocos agentes estatales presentes reafirman esta tendencia. Es importante anotar un punto importante con respecto a este contraste. Cañaris es distinta sin una voluntad explícita de serlo, se distingue sin necesidad de agentes externos que “refuercen su identidad”; tal es su fortaleza, pero también, solo quizá, su debilidad. Aerófonos y Membranófonos de Cañaris (Ferreñafe) 7 Esto es quizá aun más notable si se toma en cuenta que ciertas organizaciones internacionales han financiado proyectos que van en tal dirección. Con el apoyo de la Comisión Europea, un libro reciente pensado como “una propuesta binacional para la integración andina” y titulado “antiguas civilizaciones en las fronteras de Perú y Ecuador” incluye, por ejemplo, un breve texto sobre los Cañaris de Lambayeque (Fernández 2009a). En el año 2000, OXFAM América financió un encuentro entre pobladores de ambas regiones por medio de visitas mutuas de comuneros de la provincia ecuatoriana de Cañar y del distrito de Cañaris, en Lambayeque: “la delegación se encontraba entonces en el territorio de los cañaris y allí los esperaba un nutrido grupo de autoridades y dirigentes. Casi sin abrazos y hasta silenciosos se pusieron de acuerdo en celebrar este «reencuentro de los 500 años» como lo denominaron. Para conmemorarlo colocaron dos mojones de piedra a manera de «huancas» en señal imborrable de este histórico reencuentro. Luego tuvieron lugar los discursos y cuando le tocó el turno al líder de los visitantes escuchamos la versión de cuando la nación cañar se enteró de la captura del inca Atahuallpa... inmediatamente se enviaron con destino a Cajamarca cien mil guerreros cañaris con la finalidad de liberar al Inca... en el camino se enteraron que lo habían asesinado... y casi todos emprendieron el camino de regreso. Pero hubo algunos hermanos que no regresaron por varios motivos y se quedaron a vivir en tierras pobres, solos y abandonados, resistiendo a los invasores. Luego de 500 años venían de Cañar para reencontrarse con sus hermanos de sangre”. (Alva 2008: 260). Llama la atención, finalmente, que un recuento bibliográfico dedicado por completo a la “zona de encuentro entre los andes ecuatorianos y peruanos” como el editado por Anne-Marie Hocquenghem et al. (1999), se concentre en cuestiones relativas a la geografía, la paleontología, la botánica y la historia ambiental, pero no mencione ningún trabajo lingüístico ni etnográfico. 8 Los nombres incluidos aquí de los materiales con los que están hechos los instrumentos musicales (tipos de madera, de hoja, de cuero, etc.) fueron tomados de los testimonios de sus propietarios. No ha sido posible aun corroborar, con los especialistas respectivos, el nombre científico preciso de tales materiales. En general, ninguno de los propietarios de los instrumentos aquí descritos no tiene ya mucha certeza respecto a los materiales específicos usados en su fabricación. 9 Este nombre dado al tambor en la sierra de Lambayeque y en otras regiones norteñas de los Andes, se encuentra también en el diccionario de la Real Academia Española. 10 Otros nombres son: “tinguia”, “tinyacha”, “tintaya”, “wancartinya” y “huancartinya” (INC 1978: 103). El complejo de caja y pinkullu se llama “didín” en Lamas (departamento de San Martín) (ibíd.). Sobre la importancia del antiguo Perú en el desarrollo y distribución del tambor en América, sigue siendo de interés el clásico artículo de Izikowitz (1931). 11 Este último nombre quiere decir “palo o madero negro”. 12 En el valle de Chancay (Rivera 2003), este orificio es usado para introducir humo de tabaco dentro del caso o cuerpo. No hemos observado la misma práctica en la sierra de Lambayeque. Según Jiménez Borja, en Ambor, también Chancay, “[al tambor] se le sahúma con humo de cigarro “para que se caliente” etc.” (Jiménez Borja 1951) 37 13 En el departamento de Huánuco, las baquetas reciben un nombre específico: “wiruman” (INC 1978: 1014). 14 En la costa, se hacen los percutores de “guayabo” (ibíd.). 15 Las quenas en la región son del mismo tipo que las descritas en la mayoría de las regiones del Perú. Y, como en muchas otras regiones, además, son hechas en su mayoría de un tipo plástico (usualmente vendidas en las ferreterías de las ciudades como tuberías de agua para casas) llamado PVC, pero también encontramos otras hechas de metal. En el caso de las “bandas típicas” de Cañaris, he visto tocar hasta tres quenas al mismo tiempo. Aunque se dice localmente que, antes, las quenas eran mucho más populares que hoy, aquí nos concentraremos en los aerófonos que son fabricados en la misma región, con materiales y conocimientos locales. 16 La importancia local, al menos simbólica, de ambas plantas -tungula y mamac- puede notarse por la existencia de caseríos en la zona llamados precisamente Tungula y Mamacpampa. 17 El diccionario del quechua “Cajamarca-Cañaris” de Quesada menciona un “árbol silvestre de tallo ahuecado”, que se llama “pinkullu” y que es usado “en la confección de flautas”. 18 En las partes más altas, aparece una variante llamada rumi lanchi, muy usada para infusiones. 19 Una posible explicación sería que, así como el término kinran (incluido en el nombre de la flauta traversa de Incahuasi) hace alusión directa a la posición del instrumento (horizontal), del mismo modo lanchi pueda estar aludiendo a la posición en que se toca este pinkullu: verticalmente. Sin embargo, esta traducción no es aceptable para los lugareños (aunque podría tratarse de un vocablo reemplazado por el castellano que, sin embargo, sobrevive en este nombre propio especifico). 20 He encontrado y visto estas cruces en las afueras de Incahuasi y tengo referencias de su existencia incluso hasta en las tierras cálidas de Laquipampa (un caserío dentro de un refugio de vida silvestre ubicado en los limites más bajos del distrito), donde ya no se habla quechua ni se conserva la forma de vestir incahuasina. 21 Evidentemente, dentro de la misma España, los nombres varían según las regiones. Así, por ejemplo, en Cataluña, la dulzaina se llama grai o grall (Violant y Simorra 1953 y 1954). En el pasado, la difusión de este instrumento abarcaba buena parte de la Europa medieval y también de Asia. 22 En su diccionario, Quesada (1976) registra el término como “Planta silvestre algo semejante a la penca que crece en los cerros”. Existe una tesis sobre las bromelias en Lambayeque (donde las muestras parecen tomadas más exactamente de Incahuasi), que ha sido sustentada, por José Ayasta Barona (2003), en la facultad de biología de la Universidad Pedro Ruiz Gallo. 23 En la mitología narrada en la zona, el tuyu tiene, además, un papel importante. Así, es un ayudante de los niños que huyen de la aĉakay que los intenta devorar. Para unos análisis y recopilaciones de las variantes de este mito en otras regiones andinas, véase, entre otros, los trabajos de Souffez (1992), Benavides (s/f), HowardMalverde (1986), Taylor (2008), Ortiz Rescaniere (1973) y Villar Córdova (1933).