Meditando el Evangelio 26 de Octubre 30º Domingo durante el año
Transcripción
Meditando el Evangelio 26 de Octubre 30º Domingo durante el año
REFLEXION Reino de Dios: reinado del amor Aunque a primera vista no lo parezca, el evangelio de hoy complementa al del domingo pasado. Veíamos, en efecto, que a Dios hay que darle lo que es de Dios… Y nos preguntamos: ¿Qué es lo debido a Dios? O de otra forma: ¿En qué consiste la ley fundamental del Reino de Dios? A esta pregunta responde hoy Jesús en uno de los textos más conocidos por nuestros oídos cristianos: el Mandamiento principal es éste: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Éste es el más grande y el primer mandamiento». Pero a continuación añade: «El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo». Meditando el Evangelio 26 de Octubre 30º Domingo durante el año (Ciclo A) «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Éste es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo». Del Evangelio según san Mateo (Mt 22, 34-40 ) Cuando los fariseos se enteraron de que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron con él, y uno de ellos, que era doctor de la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: "Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?". Jesús le respondió: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Éste es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas". La pregunta le había sido formulada a Jesús por un fariseo, miembro del partido defensor de la Ley. Más de 600 eran las prescripciones religiosas que debían cumplir los judíos piadosos. Sin embargo, Jesús agregó: «De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas». La respuesta de Jesús no era, en realidad, una novedad en la Biblia, como lo confirma, entre otros textos, la primera lectura de hoy, tomada del libro del Éxodo. Pero vista desde la perspectiva del Reino nos ofrece nuevos motivos de reflexión, completando conceptos ya señalados en domingos anteriores. La expresión «Reino de Dios» siempre nos asusta un poco y nos complica la vida más de lo necesario, porque la palabra «reino» - al menos en los tiempos en que vivimos - tiene cierta carga afectiva que no nos ayuda mucho para entender la expresión evangélica. Quizá por eso el evangelista Juan prefirió omitirla, por lo general, en su Evangelio, hablando más bien de la Verdad, de la Vida Nueva, de la Luz y, sobre todo, del Amor. Es él - o quien fuese en su lugar - quien en su primera carta define a Dios diciendo simplemente: «Dios es Amor». Si Dios es Amor, su Reino es el del amor, y quienes entran en él no pueden vivir sino del amor. Y eso aunque haya por allí alguien que diga que “no se puede vivir del amor”. Lo que pasa es que amar no es solamente la ley del Reino; es la necesidad más profunda de todo ser humano que quiera vivir plenamente. Sin amor no se puede vivir, pues amar es dar vida, es construir la comunidad humana, es buscar la paz, es aportar desde el propio lugar a la gestación de una sociedad más fraterna y solidaria, es casarse, es tener hijos, es hacerse cargo de los demás, es compartir la misma historia con otros e intentar hacer realidad desde allí ese “otro mundo posible” con el que muchos soñamos. Es por eso que no cabe pensar y afirmar - como algunos hacen - que el Reino de Dios es incompatible con una sociedad edificada sobre bases justas; porque es exactamente a eso a lo que apunta el proyecto del Reino. Lo que sucede es que cuando la sociedad postula ciertos principios que atentan contra el amor y la solidaridad, cuando favorece un modo de vida que pone por encima de todas las cosas el dinero, el poder, el prestigio, la búsqueda compulsiva de placer a cualquier precio, etc., entonces el proyecto del Reino se transforma en denuncia de una vida inauténtica e inhumana. Si la ley del Reino es el amor - amor incondicional, sin limitación alguna -, justo es que nos preguntemos por la función que debe cumplir la comunidad cristiana - y la misma Iglesia - en el mundo. De hecho son muchos los que se preguntan si realmente la Iglesia es hoy un signo auténtico del único “mandamiento” del amor, o si también ella no está aplastada bajo el peso de cientos y cientos de leyes y normas que la aprisionan y le hacen perder de vista lo esencial y lo verdaderamente importante. Si los cristianos hubiéramos hecho de estas palabras de Jesús nuestra ley suprema, seguramente nos hubiéramos evitado a lo largo de los siglos un sinfín de luchas, de odios, de guerras y de divisiones que, bajo la apariencia de fidelidad religiosa, han escondido siempre mezquindades y ruindades humanas. Hoy podemos llegar a una clara conclusión: el Reino de Dios se hace presente - dentro de cada ser humano, como en el seno de las instituciones, laicas o religiosas - en la medida en que se vive en el amor, con amor y por amor. Pero con un amor no sólo declamado sino vivido con hondura e intensidad y en toda circunstancia: en las cosas simples y pequeñas de cada día, pero también en los momentos decisivos y ante las opciones más importantes de la vida. Fuera de esta perspectiva, los que nos decimos creyentes podremos hacer muchas cosas: actos de culto, oraciones, levantar templos, obras misioneras y de servicio al prójimo; podremos ser modelos de personas cumplidoras y de moralidad intachable, y mucho más aún… Pero aún así, todavía estaríamos muy lejos del Reino anunciado e inaugurado por Jesús… Esta - la del amor - es la ley fundamental que nos permite dirimir toda duda de conciencia, todo conflicto generacional o institucional: lo primero y lo más importante siempre es respetar el derecho fundamental que todos tenemos de amar y de ser amados. Todo lo demás es accesorio y secunario, y ya va siendo hora de que lo comprendamos.