Contenido Madre de Misericordia. Una expresión musical del amor
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Contenido Madre de Misericordia. Una expresión musical del amor
Contenido Madre de Misericordia. Una expresión musical del amor a María en nuestro carisma ... 1 Amor a María.................................................................................................................... 3 La misión de la mujer en el mundo y en la Iglesia ........................................................... 4 «María, modelo de virtudes a imitar»............................................................................. 10 Mercy in the Charism of the Consecrated Women of Regnum Christi .......................... 12 Madre de Misericordia. Una expresión musical del amor a María en nuestro carisma Marcela de Maria y Campos Tenía ganas de componer un canto para la Virgen que pudiera expresar a través de la música su cercanía de Madre, especialmente en nuestros momentos de dificultad, de miseria, de pequeñez. ¡Cuánto necesitamos todos del abrazo maternal de María! Es un abrazo de misericordia que es capaz de abrazar nuestra alma, consolarla, fortalecerla y moldearla para que se parezca más a su Hijo, que es la Misericordia misma hecho carne. Después de la experiencia que hemos vivido todos juntos en el Regnum Christi, creo que hemos descubierto más y mejor el papel de la misericordia en nuestra historia, en nuestra vida personal y la necesidad de estar cobijados por el abrazo de la Madre de Misericordia. El 1 de mayo del 2014 me desperté con la idea completa de la melodía y en un rato de oración pude completar el texto del canto “Madre de Misericordia”. Pudimos cantarla en las ordenaciones sacerdotales con el coro de legionarios y consagradas y un arreglo de orquesta que me regalaron para el Año de la Misericordia. Creo que nuestros corazones de hijos se identifican con lo que dice el texto de la canción, y estoy segura que la Madre de la Misericordia lo escucha con mucho gusto. 1. Hoy venimos ante ti con nuestras miserias, Ábrenos tu corazón y tu compasión. Tú, de pie junto a la cruz, la Corredentora. Madre en la crucifixión y en la resurrección. Madre de Misericordia, María, Madre mía. Madre de Misericordia, ¡ruega por nosotros! 2. En tu seno se encarnó la Misericordia; Y engendró tu corazón a la humanidad. Junto a ti pueden sanar todas las heridas; Eres bálsamo de paz y consolación. Madre de Misericordia, María, Madre mía. Madre de Misericordia, ¡ruega por nosotros! 3. En tu abrazo maternal nos abandonamos, Madre de fidelidad, Madre del dolor. Reina de la intercesión, Madre de esperanza, Madre de la redención, Madre del Amor. La canción se puede escuchar y está disponible en iTunes en el álbum “María”: https://itunes.apple.com/mx/album/maria/id950262602 Al inicio de este video de las ordenaciones sacerdotes del 2015, un coro de legionarios y consagradas cantan “Madre de Misericordia” bajo la dirección de Marcela de Maria y Campos. Se cantó con una estrofa especial que Marcela compuso para el tiempo de Adviento: https://www.youtube.com/watch?v=l7pLEKmRcoY Amor a María José Fernando Muñoz, L.C. Si hay algo en particular que todo miembro del Regnum Christi lleva en el corazón es el amor a María, nuestra Madre. Pues bien sabemos que no podemos caminar solos ni realizar nuestra misión cristiana y de apóstoles sin su ayuda. Esta singular devoción nace en primer lugar, de una experiencia muy personal en el corazón de cada uno. Por otra parte, esta experiencia nace de un estilo común en nuestra consagración en el Movimiento. Nuestros Estatutos y nuestras Constituciones nos presentan a María principalmente como Madre y como Modelo. Estas dos características nos llevan a vivir una peculiar devoción hacia ella por el amor tierno y filial y, aunque no solamente, expresándolo de modo especial en la imitación de sus virtudes y confiando en su ayuda e intercesión en nuestra misión apostólica. Me llama especialmente la atención el hecho de que nuestras normas hagan énfasis en estas dos características y en el modo en que nos anima a vivir y manifestar concretamente nuestra relación con María. Creo que para todos nosotros, María tiene un papel muy especial en nuestra vocación, es realmente nuestra Madre e incluso la consideramos como la principal promotora y protectora de nuestra vocación. En nuestra vida consagrada y en nuestro sacerdocio, aspiramos a la santidad, a la vivencia de las virtudes que Cristo vivió. Es parte de la finalidad del Movimiento el dar gloria a Dios y el extender su Reino por la propia santificación y la ardiente acción apostólica. Al presentar a María como Modelo, miramos en María la santidad a la cual aspiramos, le miramos como modelo de las virtudes y como intercesora de las gracias que necesitamos para llegar a la santidad. “Mientas la Iglesia ha alcanzado en la Santísima Virgen la perfección, en virtud de la cual no tiene mancha ni arruga (cf. Ef 5, 27), los fieles luchan todavía por crecer en santidad, venciendo enteramente al pecado, y por eso levantan sus ojos a María, que resplandece como modelo de virtudes para toda la comunidad de los elegidos” (LG 95). En seguida, el mismo documento nos dice que María ha sido ejemplo del amor maternal con el cual es necesario que estén animados todos los que cooperamos en la regeneración de la humanidad. Y esta regeneración de la humanidad es lo que buscamos alcanzar como legionarios y como miembros del Regnum Christi en el establecimiento del Reino de Cristo en los corazones de los hombres. “La persona consagrada encuentra, además, en la Virgen una Madre por título muy especial. En efecto, si la nueva maternidad dada a María en el Calvario es un don a todos los cristianos, adquiere un valor específico para quien ha consagrado plenamente la propia vida a Cristo. «Ahí tienes a tu madre» (Jn 19, 27)” (VC 28). Es el mismo Corazón de Cristo quien nos ha regalado la maternidad de María y es por ello que al pensar en María, pienso en el amor que Cristo me tiene, pienso en la Madre en cuyo regazo ha nacido mi vocación, pienso en quien me ha acompañado de modo muy especial y particular en mi vocación, haciéndola madurar y florecer, pienso en quien intercede por mí en mi trabajo apostólico y trabaja también en los corazones de las almas que buscan a Cristo. ¡Gracias María, gracias Madre mía! La misión de la mujer en el mundo y en la Iglesia P. Francisco Javier Oseguera Valles, L.C. Hace unos meses una chica católica, que cultiva cuidadosamente su vida espiritual, me dijo en tono muy serio lo siguiente: “No entiendo la misión de la mujer en la Iglesia. Entiendo la necesidad de los sacerdotes y los admiro mucho, pero no acabo de entender la misión de la mujer en la Iglesia y menos la de la mujer consagrada”. Al escuchar esto, lo primero que me vino a la mente y al corazón fueron las palabras del concilio Vaticano II, que Juan Pablo II refiere en su carta Mulieris Dignitatem: “Llega la hora, ha llegado la hora, en que la vocación de la mujer se cumpla en plenitud, la hora en que la mujer adquiere en el mundo una influencia, un peso, un poder jamás alcanzados hasta ahora. Por eso, en este momento en que la humanidad conoce una mutación tan profunda, las mujeres llenas del espíritu del evangelio pueden ayudar mucho a que la humanidad no decaiga.”1 Al recordar estas palabras tuve la sensación de estar contemplando una verdad tan grande que nos supera y que esta chica necesitaba conocer. Pero, ¿cómo explicarlo a la mujer de hoy? Este escrito nace, en primer lugar, como respuesta a esta chica. Pero, además, espero que sea a través de estas Semillas de Espiritualidad una ayuda a todas las personas que lo lean, y especialmente para aquellas personas que han recibido de Dios el maravilloso don de ser mujer, para el bien del mundo y de la Iglesia. 1. La misión de la mujer en el mundo. ¿Por qué quiso Dios crear a la mujer? Creo que para entender mejor la misión de la mujer en la Iglesia primero hemos de entender la naturaleza y misión de la mujer en el mundo. Es decir, entender lo propio de ser mujer en el mismo plan de Dios sobre la Creación, para después poder entender mejor el plan de Dios en el orden de la salvación y de la gracia, que es el lugar donde se inserta la Iglesia. Creo que esto lo necesitamos entender todos los seres humanos, especialmente en unos tiempos en que se confunde cada vez más lo esencial y propio de ser hombre y de ser mujer… Pero creo que las primeras que necesitan descubrir plenamente esta verdad son ellas mismas, las mujeres. Vayamos pues “al principio”, al origen de la creación a buscar esta verdad. En el libro del Génesis siempre me ha iluminado y encandilado la siguiente frase: “Dijo luego Yahveh Dios: «No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada».”2. Es la frase con la que se introduce la creación de Eva en el segundo relato de la Creación. La mujer es revelada por Dios como una “ayuda adecuada” para el hombre, como don de Dios para el hombre, para toda la humanidad. Pero, una “ayuda adecuada” ¿Para qué? ¿En orden a qué? ¿Sólo a un nivel natural o también en orden a lo sobrenatural? Pues, le cedo la palabra a Juan Pablo II: “No lo preguntes a los contemporáneos, sino a Miguel Ángel… pregunta a la Sixtina. ¡Cuánto se dice en estas paredes!3 Sí, quizá contemplando una imagen se haga más visible esta verdad revelada 1 Mulieris Dignitatem, n. 1. Gen. 2, 18. Biblia de Jerusalén. 3 Juan Pablo II, Tríptico Romano, parte II, poema 2, Imagen y Semejanza. Ed. UCAM. 2 por Dios y se comprenda mejor. La imagen que ofrezco es la que plasmó Miguel Ángel en la capilla Sixtina refiriéndose a este pasaje del Génesis: Al contemplar esta imagen se puede intuir mejor el sentido de esa “ayuda adecuada”. La mujer, creada por Dios en igual dignidad que el hombre, está colocada como un cierto tipo de puente natural entre el hombre y Dios. Entre el hombre terrenal, dormido (caído) y Dios. Entre la tierra y el cielo (ver el trasfondo de la imagen). Entre el mundo de lo natural y de lo sobrenatural. Al menos se intuye mejor que ha sido llamada por Dios a ser ese puente o lugar de encuentro desde el orden de lo natural, orientado a lo sobrenatural, desde la misma Creación. Veo en Eva, en la mujer cuando está orientada hacia Dios, la vocación a ser una “ayuda adecuada” para que el hombre y la humanidad puedan levantarse y orientarse naturalmente a Dios. No me parece casualidad que Miguel Ángel haya querido colocar esta imagen al centro mismo de la bóveda de la capilla Sixtina, como “piedra angular” de su representación de la obra de la Creación: Y no me parece tampoco casualidad que el demonio haya querido atentar primero contra Eva, la primera mujer, para que desviándola a ella del Creador después poder desviar a Adán y al género humano4. Creo que a esta verdad, en positivo, se refiere el mismo Juan Pablo II cuando afirma: “La fuerza moral de la mujer, su fuerza espiritual, se une a la conciencia de que Dios le confía de un modo especial el hombre, es decir, el ser humano. Naturalmente, cada hombre es confiado por Dios a todos y cada uno. Sin embargo, esta entrega se refiere especialmente a la mujer –sobre todo en razón de su femineidad- y ello decide principalmente su vocación.”5 Ahora quizá se entiende mejor que, esta “ayuda adecuada,” implica la vocación a ser plenamente “mujer”. Es decir, mujer orientada hacia Dios, para ser un puente natural, un lugar de encuentro entre el hombre confiado a ella y Dios. Ofrezco ahora otra fuente de luz para comprender mejor esta verdad. Creo que aclara mejor el modo concreto como la mujer está llamada a realizar esta misión en el mundo. Se trata de la introducción a un libro de Edith Stein sobre la naturaleza y misión de la mujer. Es tan rico este texto, que transcribo literalmente algunos extractos pues creo que se explican solos: “Edith Stein descubre en su análisis de los relatos de la Creación una triple vocación común al hombre y a la mujer: (1) el dominio y cuidado de la creación, (2) la continuidad de la especie humana, y (3) la de ser imagen de Dios. Vocación inscrita en todo ser humano... La distinción entre el hombre y la mujer viene dada por el modo peculiar de realización de esta triple vocación. Mientras que para el hombre el dominio y cuidado de la creación es vocación primaria, para la mujer es la secundaria, siendo la primaria la de continuidad de la especie (el cuidado del hombre)… Junto con la vocación de “ser madre”, la mujer recibe un cuerpo y unas cualidades anímicas, que la predisponen de modo especial para poder desempeñar exitosamente esta vocación. (Pero) la maternidad es algo mucho más profundo que una simple configuración física. Determina el modo de ser de la mujer. Así su modo de conocer la realidad es intuitivo y experimental, es decir, se orienta a lo concreto y a lo vivo, a la persona… (Por eso) su presencia es necesaria en todos los sectores profesionales, precisamente para evitar la cosificación…”6. En el texto anterior creo que se pone en evidencia lo propio de la mujer en una vocación complementaria con el hombre. Pero, vayamos más a fondo y pongamos más en evidencia lo propio de la mujer en la vocación común al amor, siguiendo la misma fuente: “La fuerza de la mujer es su vida afectiva”. Con tal afirmación Edith Stein pretende decir: por un lado que la mujer siente la necesidad profunda de amar y ser amada y por eso está más cualificada para desempeñar la “maternidad” como entrega total al hijo y como educadora-formadora (y por extensión y sublimación esta tarea la realiza más cualificadamente fuera del ámbito de la maternidad física)… Del relato de la Creación Edith recoge esta afirmación referente a la creación de la mujer: “una ayuda adecuada”, que ella interpreta como compañera: “Su dote y gozo es compartir la vida de los otros seres humanos… El hombre va a “su cosa”… le es difícil en general ocuparse de los otros 4 Cf. Gen. 3. Mulieris Dignitatem, n. 30. 6 F.J. Sancho Fermín, introducción al libro de Edith Stein: La Mujer, su naturaleza y misión. Ed. Monte Carmelo, Burgos, 1988. 5 seres humanos... A la mujer, al contrario, le es natural y es capaz, empatizando y entendiendo, de penetrar en campos de cosas que de por sí le son extrañas y por las cuales nunca se molestaría, si no la llevase el interés por la persona”. Y aquí se muestra contundente: la mujer, viva el estado que viva (soltera, casada, consagrada), o realice cualquier profesión… tiene que saber realizar allí su feminidad. Si renuncia a ello está frenando el desarrollo de su ser, y está privando a la humanidad el don de su feminidad…”7. Por tanto, a modo de resumen de lo visto hasta ahora, creo que podemos decir que en el mundo y en el mismo orden de la creación el llamado a ser mujer implica una triple vocación, que comparte con el hombre dentro de una complementariedad, en la que destaca como algo propio del ser mujer un cuidado especial por el ser humano especialmente en el ámbito del amor. Pero esta vocación a ser mujer no solo toca el amor en el orden de lo natural, sino también en el de lo sobrenatural. Es decir, no solo implica la relación de la mujer con el hombre y con el resto de seres humanos, sino también la misma relación con Dios. Motivo por el cual Dios confía el hombre a la mujer, para que la vivencia plena de su feminidad sea esa “ayuda adecuada” al hombre, a todo hombre; no solo para que los seres humanos puedan valorar y conservar la centralidad de la persona y del amor interpersonal, sino también para que los seres humanos puedan entrar también en una plena comunión con el amor de Dios. 2. La misión de la mujer en la Iglesia. Habiendo considerado la misión de la mujer en el mundo, en el orden de la creación, consideremos ahora la misión de la mujer en la Iglesia, en el orden de la gracia. La mujer de Dios, orientada hacia Dios, “llena de gracia”8, se revela como indispensable para la obra de la salvación y por tanto para la misión de la Iglesia. Así lo ha querido Dios. Por eso dice Juan Pablo II: “La mujer perfecta (cf. Prov. 31, 10) se convierte en un apoyo insustituible y en una fuente de fuerza espiritual para los demás, que perciben la gran energía de su espíritu… una atenta lectura del paradigma bíblico de la “mujer” – desde el libro del Génesis hasta el Apocalipsis- nos confirma en qué consisten la dignidad y la vocación de la mujer y todo lo que en ella es inmutable y no pierde vigencia, poniendo su último fundamente en Cristo”9. Su feminidad está llamada a ser esa “ayuda adecuada” para descubrir y experimentar el amor, no solo en el orden de lo natural (amor humano) y sino también en el orden de lo sobrenatural (amor de Dios) donde es plenamente mujer. El paradigma y modelo más elocuente de esta verdad lo encontramos en la vocación y misión de la santísima Virgen María. Pero esta verdad vale no solo para la Virgen María sino para toda mujer. Retomando el texto tan iluminador del libro de Edith Stein sobre la mujer10: “En María, la nueva Eva, se descubre el estado original de la mujer antes de la caída, y al mismo tiempo ella es la imagen perfecta de la Iglesia… por razones teológicas y antropológicas ella es el punto de referencia de la mujer cristiana. Nuestra autora propone diversas imágenes que concentran teológicamente el ser de María, y por tanto de toda mujer cristiana: mater-virgo, sponsa Christi, ancilla Domini (madre-virgen, esposa de 7 Ibid. Lc. 1, 28. 9 Mulieris Dignitatem, n. 30 10 F.J. Sancho Fermín, introducción al libro de Edith Stein: La Mujer, su naturaleza y misión. Ed. Monte Carmelo, Burgos, 1988. 8 Cristo, sierva del Señor)… Pero se añade una “nueva vocación” para la mujer a partir de la Nueva Alianza, llevada a cabo por Cristo: la de la virginidad consagrada. Para Edith Stein, esta “vocación sobrenatural” se adecúa perfectamente a la vocación natural de la mujer, y le da la posibilidad de ejercitar, como colaboración en el proyecto de la redención universal, la “maternidad espiritual”. A la luz de estas reflexiones se entiende mejor la misión de la mujer en la Iglesia, como esa mujer que imitando a María, llena de gracia, busca ser un puente natural entre la humanidad y Dios y que crece en esta vocación siguiendo un itinerario de virgen, esposa y madre. Pero estas reflexiones también nos ayudan específicamente a entender el porqué de la vida consagrada femenina. Es decir, se entiende que Dios tiene una misión importante en el orden de la salvación para toda mujer, en cuanto mujer, llevando a plenitud su feminidad. Pero además que ha querido llamar a algunas mujeres a ser plenamente suyas, mujeres de Dios, consagrándose a Él al servicio del mundo y de la Iglesia, para que puedan ser con su consagración (virginidad, esponsalidad, maternidad) un signo vivo en el mundo y en la Iglesia del llamado universal a toda mujer a ser “mujer de Dios”. Más concretamente, se entiende mejor que Dios quiera llamar a algunas mujeres a ser un signo visible de esta necesidad que tiene el mundo y la Iglesia de “mujeres de Dios”. Un llamado a ser plenamente mujer desde la consagración. Se entiende así que en los Estatutos de las Consagradas del Regnum Christi se hable dentro de su Fin y Misión de “la vivencia de la consagración esponsal al amor de Cristo, siendo signo escatológico en medio de las realidades temporales”11. Que se busque “el testimonio y anuncio del amor misericordioso de Cristo a todos los hombres, desde su maternidad espiritual, con alma ardiente de apóstol”12. Y que “la experiencia del amor personal de Cristo y su amor por la salvación de las almas, genera en cada consagrada la urgencia interior de entregarse a la extensión de su Reino, para que las personas se encuentren con Él y se conviertan en sus apóstoles”13… “Mediante el aporte del genio femenino humanizador en la vida de la Iglesia”14. Llamadas a ser plenamente mujer, plenamente feliz, signo y modelo de la “mujer de Dios” para el mundo y la Iglesia. Toda mujer, independientemente del estado de vida al que ha sido llamada, encontrará en María su modelo. Ella es la mujer que Dios eligió para ser madre de su Hijo y madre nuestra: “Se trata de la maternidad “según el espíritu” en relación con los hijos y las hijas del género humano”15. Contemplando su itinerario espiritual, identificándose con ella, creo que toda mujer se verá más invitada al reconocimiento de su propia identidad y misión, plenamente femenina. Reconociendo el llamado a ser “mujer de Dios”, deseará cuidar con más convicción cada etapa de este itinerario. Reconociendo el don de ser mujer, de su feminidad tal y como Dios la pensó, deseará cuidar mejor este don por medio de la pureza y de la virginidad, para donarlo plenamente después en una relación de amor esponsal, y abrirlo así plenamente a la fecundidad en el amor como madre (en el orden de lo natural y de lo sobrenatural). Contemplando la vocación y misión de María, de su itinerario espiritual de virgen, esposa y madre, toda mujer podrá descubrir mejor su vocación y misión dentro del mundo y de la Iglesia. 11 ECRC, n. 4, párrafo 1. ECRC, n.4, párrafo 2. 13 ECRC, n.5. 14 ECRC, n.5, párrafo 5. 15 Mulieris Dignitatem, n. 22. 12 Agradezco al Señor por todas las “mujeres de Dios” que él ha querido poner en mi camino. Son tantas que no me atrevo a mencionarlas, pero creo que ellas saben quiénes son. Doy fe de esa “ayuda adecuada”, insustituible, que son y que están llamadas a ser en plenitud para el bien del mundo y de la Iglesia. Con su feminidad orientada a Dios me han ayudado a ser plenamente hombre, esposo, consagrado y sacerdote, mucho más de lo que quizá se han imaginado. Muchas gracias. Concluyo este escrito con las mismas palabras de Juan Pablo II, pues no encuentro otras mejores: “Si conocieras el don de Dios” (Jn. 4, 10)”… “La presente reflexión, que llega ahora a su fin, está orientada a reconocer desde el interior del “don de Dios” lo que Él, creador y redentor, confía a la mujer, a toda mujer. En el Espíritu de Cristo ella puede descubrir el significado pleno de su femineidad y, de esta manera, disponerse al “don sincero de sí misma” a los demás, y de este modo encontrarse a sí misma. En el Año Mariano la Iglesia desea dar gracias a la Santísima Trinidad por el “misterio de la mujer” y por cada mujer, por lo que constituye la medida eterna de su dignidad femenina, por las “maravillas de Dios”, que en la historia de la humanidad se han cumplido en ella y por medio de ella.”16 . 16 Mulieris Dignitatem, n. 31. «María, modelo de virtudes a imitar» Emanuelle Pastore Los Estatutos de las Consagradas del Regnum Christi presentan a María, la Santísima Virgen, como la Madre, la Amiga y la Compañera que inspira nuestro caminar en el seguimiento de Cristo (Cf. ECRC nº12). Desde esta relación filial y amistosa que nos une a Ella, somos invitadas a considerarla como un “modelo de virtudes a imitar”. Hoy, quisiera preguntarme cómo podemos inspirarnos de la mujer que ocupa la más alta dignidad en la historia de la Iglesia. ¿Cómo podemos, desde nuestra pequeñez y limitación humana, “imitar” a la que es “bendita entre las mujeres” por ser la “llena de gracia”? ¿Realmente la Virgen María es imitable? ¿En qué sentido? Me parece que no estamos exentas de dos peligros. Por un lado, el peligro de considerar a la Virgen como un ser angelical, por tanto como un “ideal inalcanzable” que llevaría inconscientemente al desánimo espiritual. Por otro lado, el peligro de convertir nuestra vida en una búsqueda de virtudes, entendida como un perfeccionismo exterior o un voluntarismo moral. Intentemos considerar aquí la invitación que nos hace el nº12 de los Estatutos a “imitar sus virtudes” evitando ambos extremos. En primer lugar consideremos por qué María supera a todas las mujeres (y hombres) y por qué puede aparecer como alejada de nuestra condición de pecadores. Empecemos por recordar que María no “juega un papel” en el designio eterno de Dios. Es mucho más que esto. María es como el detonador de toda la historia de la salvación. Dios no ha querido obrar “sin” ella. Dios ha obrado con ella y a través de ella. La salvación de toda la humanidad estaba suspendida a sus labios, como lo ha descrito tan bellamente san Bernardo en varias de sus homilías. El “sí” de esta joven mujer desencadenó el acontecimiento central de la historia: ¡Por medio de ella la eternidad entró en el tiempo! ¡Por medio de ella, Dios se pudo revestir de la naturaleza humana para vivir entre nosotros y revelarnos la plenitud a la que estamos llamados! ¡Es un misterio deslumbrante para la razón humana! María es verdaderamente la “estrella de la mañana” que precede la llegada del sol. Su hijo, que es el Mesías esperado y el Hijo de Dios, Jesucristo, es la verdadera luz del mundo. En segundo lugar, hay que considerar que el designio de Dios que se realiza a través de María le supera inmensamente. Como nosotros, María conoce su pequeñez. Sabe que Dios –con su locura divina- no tiene miedo en poner toda su confianza en su creatura. María lleva en sus entrañas la alianza última y definitiva entre Dios y los hombres. Ella nos entrega a Cristo, aquel que lleva a plenitud las profecías del Antiguo Testamento. Las entrañas de María se pueden comparar al Santo de los Santos del Templo de Jerusalén. Así como el Arca contenía la ley de Dios grabada en tablas de piedra, María llevaba en ella al Verbo de Dios hecho carne, la nueva ley, la Palabra salida de la boca de Dios. De la misma manera que el Arca contenía el maná del desierto, pan milagroso caído del cielo, María tiene en su seno a Aquel que se revela como el Pan de Vida que sacia a todo hombre (cf. Jn 6, 35). El arca contenía igualmente el cayado de un sacerdote de la antigua alianza. María trae al mundo a Jesucristo, sacerdote eterno, que intercede para siempre por cada uno de nosotros ante el Padre. ¿Era consciente María de todo esto? ¿De todo lo que esto significaba no sólo para sí misma, sino para toda la humanidad, no sólo para su tiempo, sino para todos los tiempos…? Obviamente, no. Sin duda alguna, es su actitud de sencillez y de confianza en la respuesta a Dios que deben guiarnos en nuestra vida de consagradas. No me imagino a María preguntarse si era generosa, dócil, servicial, etc, y hasta qué grado lo era. Más bien me imagino a María, asombrada en el silencio de su corazón y luchando contra el miedo ante el misterio de su elección. Habiendo escuchado la palabra de Dios a través del ángel, segura en Dios, anclada en la fe de su pueblo, María había dicho “sí”. Pero decir “sí” no quita el combate. Mientras caminamos en la noche de la fe, siempre habrá combate. La vida es una carrera en la fe. No es una victoria ya alcanzada para siempre. Incluye tomar riesgos, sobre todo el riesgo de la fidelidad. María nos invita a caminar hacia delante y a confiar en Dios. Sí, en este sentido, María es imitable. Su fiat nos anima y nos invita a seguirla. Además, no sólo nos da su ejemplo, pero nos va acompañando como Madre, Amiga y Compañera (Cf. ECRC nº12). La otra pregunta que nos hacíamos al inicio era ¿cómo es María un modelo de virtudes a imitar? Sería muy equivocado pensar en María como en “un catálogo de virtudes” que se me presentan y que puedo alcanzar echándole ganas… Un proverbio judío dice que la fuente de todas las virtudes es la escucha. María nos enseña en primer lugar a escuchar a Dios. Escuchar y obedecer son una misma cosa -no sólo en su etimología (akouo – upakouo, en griego / audire, en latín)-, pero también en la dinámica de la fe de Israel (shema Israel, escucha Israel, en Deuteronomio 5,1) y por tanto en la nuestra. Jesús alaba a María reconociendo en ella esta misma cualidad: « Felices más bien los que escuchan la Palabra de Dios y la practican » (Lc 11,28). El que escucha obedece. Dicho de otra manera, escuchar es obedecer. Pero se trata de una obediencia que nace de una relación, nace de haber escuchado una palabra de parte de alguien. No es una escucha/obediencia en lo absoluto como un concepto desencarnado. La obediencia siempre está ligada a la relación amorosa con el que habla. “Amorosa”, sí, porque sólo se escucha al amado. Al que no amas, quizás lo oyes, pero no lo escuchas. Así entendida, la escucha/obediencia a Dios no llevará nunca a un perfeccionismo externo y frío o a un actuar virtuoso o “moralmente bueno y correcto”. Si en nuestros Estatutos, María es presentada como un modelo, es porque nos recuerda que no podemos participar en la obra de Dios más que por el don total de nuestra pequeñez, desde la escucha en la Palabra de Dios, cada día. Como María, desde la fe, con nuestro sí, estamos llamadas a convertirnos en el lugar de encuentro entre lo divino y lo humano, entre el cielo y la tierra. Mercy in the Charism of the Consecrated Women of Regnum Christi Taniele Tucker I am in love with Mercy because Mercy has made love to me. Mercy transforms the soul. It is given from an abundant source. This extraordinary jubilee year of mercy will bless us with extraordinary graces in the living out of our charism. At the mention of certain virtues it is easy to conjure up names and faces of saints who have exemplified this virtue. When I think of mercy, St. Faustina and Blessed Mother Teresa come to mind; the former of whom won my devotion through her devotion to me. Both saints reveal aspects of God’s mercy through their heroic lives. As great as their witnesses were, which raised them to the altars, they reflect barely a glimmer of the majesty, which we find in God. Their heroic lives – a drop in the ocean of the God of Love, a morsel that fell from the heavenly table. Yet, a morsel we savor because it tastes of God. What does God’s mercy taste like in Regnum Christi? We can also ask, “How does a consecrated woman in Regnum Christi live out mercy in a charismatic way?” If “the goal of a virtuous life is to become like God,”17 and all virtue comes from God18 then to determine how we are called to live virtue we must first look at how we have received it. That which is charismatic is common to all members in a particular group. Mercy has been given to us all in an abundant way. The specific actions the Church has shown towards us since 2007 is more than a moment of mercy. It demonstrates that she is indeed mother – tender yet strong, merciful and wise in her judgments. There is need for respect for the interior motions many sisters and brothers underwent when Mother Church exhibited her great mercy. It was a shared event involving many personal experiences that cannot be naively congealed. I would like to place the spotlight, not on certain ‘events’ throughout our renewal process, but from where these acts were born. 1. The eternal wisdom of God, the Father – we learn to trust that God is creating a masterpiece with our individual lives and in the family portrait of Regnum Christi. His reasoning is not narrow like ours. Although he knows and sees everything he is not afraid of the mess others make in our lives, the mess we make in ourselves or that we make for others. His all-knowing gaze is one of love. 2. The pierced heart of the Son who reveals “the merciful love of his heart from the Incarnation until the culminating moment of the cross and resurrection.”19 With a spirituality that is eminently Christ-centered we contemplate the Lordship of Christ through mysteries of his entire earthly life. He has revealed himself as Lord and King over our fallen nature. 3. The womb of Mother Church where saints are nurtured through the anointing of the Holy Spirit. “The Holy Spirit, artificer of holiness, engenders Christ’s life in the 17 St. Gregory of Nyssa, De beatitudinibus, 1:PG44,1200D cf CCC 1812 19 SCWRC 8 Christ Centeredness 18 soul and brings fruits to her spiritual and apostolic life” (Statutes #41). The new life in the Spirit we are called to through our baptism engenders Christ within us. The mercy received is an act of Trinitarian love. How can we repay Mother Church for extending her hand of mercy towards us? In short I would propose gratitude as the only adequate response. It is the kind of gratitude that transcends a restless pursuit in attempt to repay the Giver. This gratitude exudes from the heart of someone who moves from imitating, to possessing that is, taking on the sentiments of the Giver. The Jesus we proclaim in Regnum Christi is a victorious King who has conquered our personal sin without bringing any harm to our souls. He acts much like a master craftsman who will not consume what he came to save. Statutes number 5 expresses, “The experience of Christ’s personal love and his desire for the salvation of souls generates in each consecrated woman an intimate urgency to dedicate herself to extending his Kingdom, so that others may encounter him and become his apostles.” A mere glance at our recent past reveals the deluge of Christ’s merciful love toward us in a charismatic way. Here focus is only on the recent past, yet another drop in this vast ocean of life for “one day is like a thousand years, and a thousand years like one day” (2 Pet 3:8). I wonder at recent encounters, which occurred in a consecutive fashion over the course of Holy Week. These encounters allowed me to mingle tears with souls in search of mercy. It was due to their consecutive nature that I could recognize a common factor among these people, although their situations were so unique. The first pattern I recognized was that at some point in their lives they were immersed in the Regnum Christi spirituality with the strong encouragement of legionaries or consecrated in their lives, but they now felt alone. One sense of loneliness was that geographically speaking, they do not having the company of anyone in the RC family. The other type of loneliness was what they were experiencing as they opted for experiences which led them away from the life of grace. None of these people live near me, we had not been in contact for years, and some were introducing themselves to me for the first time. It was mysterious to me how despite not having a significant relationship with any of these people, they sought me out as someone they believed could know them instantly. Although surrounded by friends, they felt unknown and they desired deeply to be contemplated, known and loved. It was obvious that these people were seeking to encounter God, they wanted hope and decided to seek him out in a consecrated woman of Regnum Christi. How could I transmit the merciful gaze of the Father to people who only listened to my voice? The ache that swelled in my heart for them made me desire to hold them tightly, to look into their eyes and to transmit if possible, the love of the Father by osmosis. I could do neither, but I could speak and point them towards God. I could remind them that their cry was a prayer that reached God’s ears. The thought that ‘this’ was their prayer was enough to slightly lift the veil that made them believe God had abandoned them because they had stopped praying. They want to believe as they once did before – that they can be more than good, that they can be holy and that God can do something with the “mess” of their lives. I am amazed as I witness them renewing their trust in the God who knows and loves them. These encounters also taught me that the Jesus these people were looking for is a real man who can identify with their suffering, a true friend, non-imposing yet someone powerful, victorious – a King. This combination revealed the face of someone they could place all their hope in. His victory would also mean their personal victory over sin. I listened to their stories, heard their struggles and as if with one voice they asked, “Who will give me a message of hope? Is the Jesus I once knew and loved, and who I knew loved me mere fantasy?” They are battered by the waves in this world that try to pound out morality and faith from their lives. They search for a deeper relationship with the one who has the power to save them, “Who is he, that I may believe?” (John 9:36) To walk on this Christian path, full of brambles requires faith in Jesus, but also in the one he sent. Each one of these people, baptized, confirmed, connected to Regnum Christi at point pleaded for a new life that only the Spirit of God gives. Who, but the Holy Spirit, could intercede and present the inexpressible groaning of their hearts to God the Father? After the days of Christ´s Passion the apostles hid in fear and shame. This Holy Week in the extraordinary jubilee year of mercy introduced me to people gripped by fear and shame. They desired freedom and courage. In the outpouring of his gifts at Pentecost the Holy Spirit emboldened the apostles. The passion these people were experiencing would also be their door to a new life involving personal conversation and the proclamation of the gospel. The Spirit of God enables us to preach the gospel, for we cannot even say the name of Jesus without the help of the Holy Spirit. God’s mercy was reaching out and entering their lives. They continue on their journey of personal conversion. Though in their present circumstances they were not living in accord with the gospel, they experienced a sense of desperation that they could not proclaim the gospel. They wanted to announce the good news, to evangelize! In humility they each sought to seek the light of Christ in people unknown, yet familiar. We, spiritual mothers, must know how to direct their gaze towards the God of mercy, revealed to us in his son Jesus Christ and in the power of the Holy Spirit, the giver of life. We can because we have encountered mercy in the Father, Son and the Holy Spirit. We should because “it is impossible not to speak about what we have seen and heard” (Acts 4:20).