Jorge Armony, un argentino que quiere descubrir los secretos del

Transcripción

Jorge Armony, un argentino que quiere descubrir los secretos del
14 diciembre, 2012-Ciencia y Tecnología, Notas de tapa.
Jorge Armony, un argentino que
quiere descubrir los secretos del
cerebro.
Se fue de la Argentina hace más de dos décadas con su título de físico,
descubrió las Neurociencias por casualidad, se doctoró en Estados
Unidos y formó parte del equipo que diseñó el Statistical Parametric
Mapping (SPM), uno de los softwares más utilizados en el mundo para
procesar datos de Resonancia Magnética Funcional. Invitado por la
UNSAM, dio una conferencia en el Campus Miguelete y dijo que quiere
trabajar con la Universidad.
Por Maximiliano de Mingo / Equipo de Comunicación ECYT-UNSAM Fotos Pablo
Carrera Oser.
Jorge Armony se acercó a las neurociencias por casualidad. Fue en la década del ‟90
cuando, ya con su título de físico de la UBA, conoció a un argentino que vivía en Israel
que lo entusiasmó con esa disciplina. Hoy es un especialista: se doctoró en Estados
Unidos, se fue a vivir a Canadá – donde desde hace 10 años es docente en la
Universidad McGil- y formó parte del equipo de trabajo del University College London
(UCL) que diseñó el Statistical Parametric Mapping (SPM), uno de los softwares más
utilizado en el mundo para procesar datos de Resonancia Magnética Funcional.
El SPM es el programa validado a nivel mundial para resonancias magnéticas
funcionales, un instrumento clave para el desarrollo de las neurociencias en humanos
en las últimas dos décadas. Sirve para evaluar la función del cerebro en vivo y en
directo, y si bien no reemplaza a otras técnicas como la Tomografía por Emisión de
Positrones (PET), tiene la ventaja de que, al no ser invasiva, permite mayor cantidad
de estudios que las otras técnicas. “No en vano el premio Nobel de Física 2003 se lo
dieron a dos personas que generaron la posibilidad de adquirir imágenes rápidas que
permitieron el desarrollo de la resonancia funcional”, comenta el doctor Armony,
conferencista internacional y autor de papers y publicaciones científicas que, invitado
por la UNSAM, en la última semana de noviembre visitó el país y el Campus
Miguelete, donde dictó cursos y charlas para especialistas.
¿En qué año se desarrolló la resonancia funcional?
Las primeras imágenes funcionales en humanos se hicieron en 1992, o sea que tiene
20 años. Y realmente de uso, 10 o 15. En los años „90 había diez publicaciones y
ahora hay miles; incluso revistas dedicadas a eso. Y abrís el diario todos los días y
hay un estudio nuevo que descubre algo. Realmente esto revolucionó las
neurociencias cognitivas.
¿Y ahí también llegaste de casualidad?
Sí, totalmente. Mi doctorado lo hice en modelos computacionales para estudiar el
miedo en ratas. Después intenté con monos, pero también resultó muy complicado y
entonces, como lo que yo quería ver era cómo interactúa la emoción con procesos
cognitivos -la atención, la memoria, la toma de decisiones- pasé a trabajar en
humanos. La resonancia para este tipo de preguntas es muy concreta.
¿Cuál fue el primer estudio que hiciste que te haya sorprendido el resultado?
Como decía un ex colega mío: que a fin de mes me depositen en mi cuenta bancaria
(risas). Fue un estudio que me llevó 10 años demostrarlo con resonancia: se trata de
la detección de estímulos emocionales en ausencia de atención. Es decir, cómo
reacciona el cerebro a determinados estímulos aun cuando no se está prestando
atención. La idea es que las personas son muy buenas en filtrar información que se
encuentra en su entorno, salvo en situaciones de amenaza. Por ejemplo: si viene
alguien con un cuchillo y te quiere asesinar, ahí no importa si estás prestando
atención o no; tenés que responder. Mi hipótesis era que tiene que haber un sistema
paralelo que monitoree el entorno y detecte estímulos relevantes; un sistema de
alerta. Esto no se podía demostrar en ratas, entonces empezamos a hacer, con otro
investigador, estudios en resonancia y mostramos que una amígdala respondía a
estímulos emocionales independientemente de dónde esté centrada la atención. Esto
fue publicado en 2001 y fue interesante porque, al mismo tiempo, otro grupo encontró
resultados diferentes y a partir de ahí se creó una especie de discusión amigable, y a
veces no tanto, que sigue hasta el día de hoy.
¿Cuál es la importancia de este estudio?
Encontramos una enzima que está en un lugar del cerebro donde hay mucho ruido. La
importancia del estudio es que pertenece a una segunda generación de
neuroimágenes. La primera era validar la técnica. Una vez que eso avanzó, la gente le
empezó a creer un poco más y entonces ahí se empezaron a hacer preguntas más
interesantes. Una segunda etapa, que es parte de los estudios que nosotros hicimos,
trata de usar esa misma técnica con la rigurosidad de las neurociencias tradicionales:
es decir, intentar controlar los factores para presentar un estímulo de igual
complejidad dinámica. Eso derivó en que esta sea una de las técnicas más
multidisciplinarias que existe porque se necesitan físicos, matemáticos, estadistas,
computadores, psicólogos, biólogos, científicos tradicionales, médicos. Pueden ser
también farmacólogos, sociólogos, antropólogos.
¿Existen otras aplicaciones?
Ahora está muy en boga el término “neuromarketing”, que nació en el estudio de la
toma de decisiones. Lo más importante es cómo afecta la emoción a la toma de
decisiones. Hay un fundamento racional o irracional en la toma de decisiones que se
puede estudiar y las compañías de marketing las tienen muy en cuenta. También está
la neurociencia social, que busca las interacciones entre personas a través del
cerebro, entonces se pone a dos individuos en dos resonadores diferentes y se los
hace interactuar en base a juegos para ver cómo responden a determinadas
situaciones que les generan distintas emociones.
¿Hacia qué área te gustaría dirigirla?
El objetivo en última instancia es ayudar a la gente con problemas relacionados con el
cerebro, sean neurológicos o psiquiátricos. Hay casos puramente clínicos, donde se
ve dónde tocar o qué evitar en caso de una operación, por ejemplo. También está la
investigación clínica, quizás no en un paciente en particular sino en un grupo de
sujetos similares; ver los efectos de una terapia, de una droga. Ver no sólo cómo
mejoran conductualmente, sino cómo se reorganiza el cerebro. Otra es ver cuáles son
los correlatos neuronales de ciertos déficits cognitivos o emocionales que se
presentan en algunas poblaciones con casos psiquiátricos. Y la última es entender
cómo funciona el cerebro. Entonces, tengo que saber cómo funciona el sistema
emocional sano para saber qué es lo que deja de funcionar y con qué compararlo.
¿Hay resonadores en Argentina?
Hay bastantes, no de tan alto campo como en Estados Unidos o Canadá, pero hay. La
gran diferencia es que todos los resonadores son para uso clínico y no se usan para
investigación. Es lógico porque son muy caros –entre 2 y 3 millones de dólares-; y el
mantenimiento también es muy caro. Hay modelos como el de Canadá en el que los
investigadores pagamos 500 dólares la hora para usarlos, con subvenciones por
supuesto. Y otros, como en México, que son compartidos: se usa el resonador en las
clínicas durante un número de horas para facturar y cubrir el costo, y el resto del
tiempo para investigación.
¿Hay posibilidades de usarlo en la Argentina para investigación?
En Argentina sería impensado. No sólo por el costo, que para los investigadores es
muchísimo, sino además porque todavía no está instalado que todo un equipo
multidisciplinario esté trabajando en esto. Es un poco la discusión del huevo o la
gallina: si no tenés acceso no te vas a formar en el tema, ¿para qué? Mientras uno
construye, empieza a ver grupos de investigación que se empiezan a meter dentro de
la clínica y atraen a nuevos estudiantes. Una de las preguntas que me hacen todo el
tiempo cuando vengo al país es: “¿Tenemos los recursos humanos para tener un
resonador?”. La verdad es que no los vamos a tener hasta que no tengamos el
resonador. Si sabés que existe la posibilidad, aunque sepas que es difícil, lo vas a
pensar.
¿Y cómo se resuelve? ¿Quién tiene que tomar la decisión si es el huevo o la
gallina?
Mi visión es que hay suficientes recursos humanos para empezar a hacer. O sea que
lo que falta es el resonador. Que alguien ponga la plata y haya una decisión política, a
pesar de que genere pérdidas. Porque la investigación es una inversión: hoy da
pérdidas, pero en algún momento va a producir. El día que empiece a haber
investigación en resonancia, también van a haber subvenciones del CONICET, de la
Agencia, etc. Eso solventa la investigación más aplicada. Hay muchas universidades
que tienen acuerdos con empresas, sobre todo en áreas como genética o
biotecnología, donde se vende la patente y uno puede pensar más a largo plazo.
¿Cómo llegaste a la UNSAM?
Conocí hace algunos años a la doctora Mirta Villarreal y a Jorge Calvar; se empezó a
hablar la posibilidad, tal vez, de algún día comprar un resonador. La idea resurgió
ahora, cuando me contactó Gabriela De Pino – investigadora de UNSAM y Fleni – y
fui invitado oficialmente por la Universidad para dar las charlas. Son los primeros
eventos que se organizan en el área de Resonancia Magnética Funcional. Entonces la
idea es hacer el huevo y la gallina al mismo tiempo. O sea, ver la posibilidad de
comprar un resonador, explorar todas las opciones, pero al mismo tiempo generar
estos recursos humanos. Empezar a publicitar un poco lo que se puede hacer con el
resonador para que a la gente le interese y que en los pasillos se diga “es una buena
idea comprarlo”.
¿Qué expectativas tenías con el curso y que imagen te llevás?
Me llevo una muy buena impresión porque vi mucho interés, intuición, aprendizaje y
ganas de saber. La verdad es que eso le da a uno más confianza para seguir
adelante. Entonces, hay que comenzar a girar esa rueda. Me voy con una imagen,
sinceramente, positiva. El hecho de que la Universidad me trajera, representa interés
y voluntad institucional. Me interesa seguir involucrado con la UNSAM. No quiero que
esto sea un evento aislado. Me interesa tener un papel activo en esto.