¿Un concilio pastoral?
Transcripción
¿Un concilio pastoral?
Reflexión Reflexión ¿Un concilio pastoral? La relación clave entre Iglesia y mundo Raúl Pariamachi ss.cc. El papa Juan ha realizado la transición de la Iglesia hacia el futuro. (Karl Rahner) ¿En qué sentido el concilio ecuménico Vaticano II es un concilio “pastoral”? Me parece que el análisis de determinadas palabras del papa Juan XXIII durante el anuncio, la convocatoria y la inauguración del Concilio podría contribuir a una respuesta, aunque evidentemente se requiere del concurso de otras entradas a este tema. Mi opinión es que la relación Iglesia-mundo es clave en la naturaleza pastoral del Concilio. 1.El anuncio Antes de referirme al anuncio del Concilio quisiera detenerme en el recuerdo que hiciera Juan XXIII de cómo surgió la idea del Concilio, en su discurso del 8 de mayo de 1962, ante un grupo de peregrinos de Venecia1. Decía el Papa: 10 1 La historia del surgimiento de la idea de un concilio en Juan XXIII no es sencilla; al respecto, puede consultarse Giuseppe Alberigo, “El anuncio del Concilio. De la seguridad del baluarte a la fascinación de la búsqueda”, en Giuseppe Alberigo (dir.), Historia del concilio Vaticano II. Vol. I: El catolicismo hacia una nueva era. El anuncio y la preparación (enero 1959-septiembre 1962), Salamanca, Sígueme, 1999, pp. 21-29. Páginas 226. Junio, 2012. “¿Cómo ha nacido la idea del Concilio? ¿Cómo se ha desarrollado? De una manera que, cuando se cuenta, parece como algo inverosímil. Tan de repente fue el pensar en la posibilidad y, sin más, dedicarse a llevarla a efecto. De una pregunta hecha al Secretario de Estado, cardenal Tardini, en una conversación particular, llegamos a comprobar que el mundo se encuentra inmerso en grandes angustias y agitaciones. Puse de manifiesto, entre otras cosas, cómo por un lado se proclama voluntad de paz y de acuerdo, pero por otro a veces, desgraciadamente, se acaba agudizando las diferencias y aumentando las amenazas. ¿Qué hará la Iglesia? ¿La mística barca de Cristo debe quedar a merced de las olas y ser empujada a la deriva, o no será más bien que se espera de ella no sólo nuevas exhortaciones, sino también la luz de un ejemplo fulgurante? ¿Cuál podría ser esta luz? Mi interlocutor escuchaba en actitud de respeto reverente y de espera. De repente me iluminó el alma una gran idea, advertida precisamente en aquel momento y acogida con indecible confianza en el divino Maestro. Y subió a mis labios una palabra solemne y comprometida. Mi voz la expresó por primera vez: ¡Un concilio!”2. De estas palabras deseo subrayar las preguntas que se hace el Papa. Su punto de partida es la preocupación por la situación de un mundo que se mueve en ambigüedades que afectan la paz de los pueblos. ¿Qué hará la Iglesia?, es una interpelación al corazón de los cristianos. Es claro que se espera de la Iglesia no sólo buenas exhortaciones, sino un ejemplo luminoso. Vemos entonces que ya en la concepción del Concilio en la mente de Juan XXIII, aparecen estrechamente vinculados Iglesia y mundo. A mi entender, será esta temprana vinculación la que hará que este Concilio sea distinto. El 25 de enero de 1959, el papa Juan XXIII –a casi noventa días de su elección– sorprendía a los diecisiete cardenales reunidos en consistorio en San Pablo Extramuros (con ocasión de la clausura de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos), al comunicarles su propósito de convocar a un concilio de la Iglesia3. El Papa comienza su discurso diciendo que el aniversario de la conversión de san Pablo lo ha movido a abrir su ánimo, confiado a la bondad de los cardenales, 2 Alocución a los peregrinos venecianos. Citado por Hilari Raguer, “Su puesto en la historia”, en Josep María Margenat (ed.), Escritos del Papa Juan XXIII, Bilbao, DDB, 2000, p. 79. 3 Es proverbial escuchar que la sorpresa fue mayor porque Juan XXIII era considerado un papa de “transición”, debido a que fue elegido pocos días antes de cumplir 77 años de edad, después de un largo pontificado de Pío XII que duró más de 19 años. 11 sobre algunos puntos más luminosos de su actividad pastoral. Me interesa destacar lo siguiente: “Tenemos delante la sola perspectiva del bonum animarum [el bien de las almas] y de una correspondencia muy clara y definida del nuevo pontificado con las exigencias espirituales de la hora presente” –dice el Papa–4. Es decir, antes de comunicar la celebración de un sínodo diocesano para Roma y un concilio general para la Iglesia universal, advierte que tiene en cuenta la perspectiva del bien de las personas (eminente principio pastoral); además, que tal principio está en íntima relación con la correspondencia de su pontificado con las exigencias espirituales de la hora presente. Es verdad que el Papa habla aquí de exigencias “espirituales”, pero estas exigencias espirituales están relacionadas con el bien del mundo. La preocupación por las nuevas situaciones se percibe en otros pasajes de la alocución… Cuando se refiere a Roma: “Una verdadera colmena humana desde la que se extiende un rumor ininterrumpido de voces confusas, en busca de acorde, que fácilmente se entrecruzan y se deshacen, haciendo fatigoso y lento el esfuerzo de unificación de espíritus y de energías constructivas para un orden correspondiente con las exigencias de la vida religiosa, cívica y social de la Urbe”5. Cuando se refiere al mundo: “Alegre [espectáculo del mundo] por una parte, donde la gracia de Cristo continúa multiplicando frutos y portentos de elevación espiritual, de salud y de salvación en todo el mundo, y triste por otra, ante el abuso y el compromiso de la libertad del hombre, que no conociendo los cielos abiertos y rehusando la fe en Cristo (…), organiza la contradicción y la lucha contra la verdad y contra el bien”6. Después de anunciar el sínodo y el concilio (“ciertamente temblando un poco de conmoción, pero a la vez con humilde resolución de propósito”7), el papa Juan concluye augurando buen comienzo, continuación y término a estas tareas, “para luz, edificación y alegría de 12 4Alocución Questa festiva ricorrenza a los cardenales en San Pablo Extramuros, en Luis Marín, Juan XXIII. Retrato eclesiológico, Barcelona, Herder, 1998, p. 418. 5 Questa festiva ricorrenza, p. 419. 6 Questa festiva ricorrenza, p. 419s. 7 Questa festiva ricorrenza, p. 420. todo el pueblo cristiano”8 y para una renovada invitación a los fieles de las Iglesias separadas a que participen en este convite de gracia y unidad. Entre el anuncio y la convocatoria del Concilio, Juan XXIII publica su encíclica Mater et magistra [Madre y maestra], el 15 de mayo de 1961. Un aporte significativo de esta carta es su enfoque de la presencia de la Iglesia en el mundo. Ya en su introducción se dice que aunque la Iglesia tiene como misión principal la santificación de las almas y su participación de los bienes sobrenaturales, también se preocupa por las necesidades que la vida diaria plantea a los seres humanos, no sólo de las que afectan a su sustento, sino de las relativas a su interés y prosperidad sin exceptuar bien alguno y a lo largo de las diferentes épocas9. En este sentido, es bueno reproducir aquella advertencia que hace el Papa hacia el final del documento: “Nadie debe, por tanto, engañarse imaginando una contradicción entre dos cosas perfectamente compatibles, esto es, la perfección personal propia y la presencia activa en el mundo, como si para alcanzar la perfección cristiana tuviera uno que apartarse necesariamente de toda actividad terrena, o como si fuera imposible dedicarse a los negocios temporales sin comprometer la propia dignidad de hombre y de cristiano”10. La cuestión es retomada en la constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo, donde se dice que la espera de una tierra nueva al final de los tiempos no debe debilitar el interés por cultivar la tierra presente: aunque se ha de distinguir progreso temporal y crecimiento del reino de Cristo, “el primero, en cuanto puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa en gran medida al reino de Dios”11. En realidad, se trataría del despegue de lo que será un desarrollo teológico en torno a la relación Iglesia-mundo, en el contexto de las deliberaciones durante el Concilio12. 8 Questa festiva ricorrenza, p. 421. 9Cf. Mater et magistra, n. 3. 10 Mater et magistra, n. 255. Un poco más adelante el Papa dice: “La ardua misión de la Iglesia consiste en ajustar el progreso de la civilización presente con las normas de la cultura humana y del espíritu evangélico” (n. 256). 11 Gaudium et spes, n. 39. 12 La teología latinoamericana de la liberación tradujo este problema a la cuestión de la relación entre proceso histórico de liberación del ser humano y reino de Dios, concluyendo que “puede decirse que el hecho histórico, político, liberador es crecimiento del Reino, es acontecimiento salvífico, pero no es la llegada del Reino, ni toda la salvación”. Gustavo Gutiérrez, Teología de la liberación. Perspectivas, Lima, CEP, 1971, p. 228. 13 2.La convocatoria El papa Juan XXIII convoca el Concilio el 25 de diciembre de 1961. El Papa fija su mirada sobre un mundo que padece los daños de un ordenamiento social equivocado; no obstante, quiero destacar aquí el talante esperanzado de su visión. “Sabemos ciertamente que la contemplación de estos males impresiona los ánimos de algunos hasta tal punto que no ven sino tinieblas que piensan que envuelven completamente este mundo. Sin embargo, Nos preferimos poner toda nuestra firmísima confianza en el divino Conservador del género humano, quien no ha abandonado a los hombres redimidos por Él. Más aún, siguiendo los consejos de Cristo el Señor que nos exhorta a reconocer los signos de los tiempos (Mt 16, 3), en medio de tinieblas tan sombrías, percibimos numerosos indicios que parecen auspiciar un tiempo mejor para la humanidad y para la Iglesia”13. Me parece que esta mirada crítica y esperanzada a la vez marcará el carácter del Concilio. La esperanza de Juan XXIII se enraíza en la confianza en Jesucristo, al punto que al discernir los signos de los tiempos descubre los indicios de un tiempo mejor para la humanidad y la Iglesia. El Papa sale al frente de quienes –quizá en su propio entorno– sólo ven tinieblas, desconfiando finalmente de la providencia de Dios14. Cabe subrayar que esta visión esperanzadora tiene como correlato el compromiso de toda la Iglesia en la acción transformadora del mundo. 14 “Ante este doble espectáculo: por una parte, la humanidad que sufre una grave escasez de bienes espirituales; por otra, la Iglesia de Cristo pletórica de vitalidad, ya desde el comienzo de nuestro pontificado ( ) juzgamos que formaba parte de nuestro deber apostólico el llamar la atención hacia esto, para que, con la colaboración de todos nuestros hijos, la Iglesia sea cada vez más capaz de solucionar los problemas del hombre de nuestro tiempo. Por esta razón, acogiendo como venida de lo alto una voz íntima de nuestro espíritu, pensamos que los tiempos es- 13 Constitución apostólica Humanae salutis, en Concilio Ecuménico Vaticano II. Constituciones, Decretos y Declaraciones, 3ª reimp., Madrid, BAC, 2004, p. 1068. 14 Adelantándome diré que en la inauguración el Papa hablará de los “profetas de calamidades”, aquellos que “en los tiempos modernos no ven otra cosa que prevaricación y ruina; van diciendo que nuestra época, en comparación con las pasadas, ha ido empeorando; y se comportan como si nada hubieran aprendido de la historia, que también es maestra de vida”. Alocución Gaudet Mater Ecclesia en la inauguración del Concilio Vaticano II, en Luis Marín, o.c., p. 431. tán ya maduros para que demos a la Iglesia católica y a toda la familia humana un nuevo Concilio ecuménico”15. Queda suficientemente claro que el Concilio se ubica en aquella doble realidad a la que alude el Papa: el mundo y la Iglesia, en la perspectiva de que la Iglesia sea capaz de contribuir a la solución de los problemas del mundo. Por supuesto, Juan XXIII alude a los asuntos doctrinales y prácticos que tratará el Concilio sobre los bienes espirituales; sin embargo, advierte acerca de su relación con los bienes temporales. “Aunque la Iglesia no tiene un fin primordialmente terreno, no puede, sin embargo, desinteresarse, en su caminar, de las cuestiones relativas a los bienes temporales ni descuidar los trabajos que éstos generan. Sabe perfectamente cuánto ayudan y defienden al bien espiritual aquellos medios que contribuyen a hacer más humana la vida del hombre cuya salvación eterna hay que procurar”16. En una hermosa frase dice el papa Juan que su anuncio del 25 de enero de 1959, acerca de la celebración del Concilio, fue como si hubiera arrojado una pequeña semilla con ánimo y mano vacilantes, sostenido por la ayuda divina. 3.La inauguración En la mañana del 11 de octubre de 1962, el papa Juan XXIII inauguró el concilio universal Vaticano II en la nave central de la basílica de San Pedro, ante cerca de 2,500 padres conciliares venidos de todas partes del mundo, esperando la palabra del papa. La alocución es una de las expresiones más logradas de cómo Juan XXIII veía el Concilio, quien dijo que había escrito el discurso con “harina de su propio costal”17. Retrocediendo un poco cabe recordar el radiomensaje que Juan XXIII dirigió al mundo el 11 de septiembre de 1962 (treinta días antes de la inauguración del Concilio), donde se refirió a la vitalidad ad intra y la actividad ad extra de una Iglesia que se sitúa ante las necesidades y las exigencias de los pueblos. El Papa dice que la razón de ser del Concilio es la reiteración enérgica de la respuesta del mundo moderno al testamento del Señor (cf. Mt 28, 19-20). Del mensaje también han quedado grabadas aquellas palabras tan sentidas y tan 15 Humanae salutis, p. 1069. 16 Humanae salutis, p. 1069. 17 Cf. Andrea Riccardi, “El tumultuoso comienzo de los trabajos”, en Giuseppe Alberigo (dir.), Historia del concilio Vaticano II. Vol. II: La formación de la conciencia conciliar. El primer período y la primera intersesión (octubre 1962-septiembre 1963), Salamanca, Sígueme, 2002, p. 31. 15 atesoradas para la teología y la pastoral de la Iglesia latinoamericana: “Frente a los países subdesarrollados, la Iglesia se presenta como es y quiere ser, como la Iglesia de todos, particularmente la Iglesia de los pobres”18. Volviendo al día de la solemne apertura, me interesa destacar aquí la relevancia de la alocución inaugural del Papa. En efecto, este discurso puede ser considerado como la clave para la comprensión del significado del acontecimiento y de los documentos del Concilio, como “una llave maestra para abrir la puerta principal del edificio conciliar”19, en el sentido de que el discurso ofrecería un principio formal. Antes que nada, el papa Juan sostiene que atañe principalmente al Concilio que el depósito sagrado de la doctrina cristiana sea custodiado y enseñado de modo eficaz; en seguida, añade que tal doctrina abraza al ser humano entero, compuesto de alma y de cuerpo, como peregrino a la patria eterna: “se debe ordenar nuestra vida mortal de modo que cumplamos nuestros deberes de ciudadanos de la tierra y del cielo”20. Vemos cómo el Papa relaciona la perfección cristiana con la utilidad social, al mismo tiempo sugiere que se debe profundizar la doctrina en sintonía con la época moderna21. Voy a fijarme en tres pasajes del discurso inaugural que son considerados como los tres puntos principales que permiten reconocer la forma excepcional del Concilio en la tradición conciliar22. Si bien Juan XXIII ha señalado la tarea que tiene el Concilio de cuidar el tesoro precioso de la verdad, también busca precisar en qué consiste para este Concilio una penetración actualizada de la doctrina cristiana. “El punctum saliens [el punto esencial] de este Concilio no es, por tanto, una discusión sobre éste o aquel tema de la doctrina fundamental de la Iglesia, en extensa repetición de la enseñanza de los Padres y de los teólogos antiguos y modernos, que se supone siempre bien presente y familiar al espíritu. Para esto no era necesario un Concilio. Pero, de la renovada, serena y tranquila adhesión a toda la enseñanza de la Iglesia, en su integridad y precisión, como todavía resplandece en las actas de 16 18 Radiomensaje al mundo Lumen Christi, Ecclesia Christi, en Luis Marín, o.c., p. 425. 19 Cf. Vicente Botella, El Vaticano II ante el reto del tercer milenio. Hermenéutica y teología, Salamanca, San Esteban, 1999, p. 89s. 20 Gaudet Mater Ecclesia, p. 432. 21 Más adelante señala el Papa: “Nuestro deber no es sólo custodiar ese tesoro precioso, como si nos ocupásemos únicamente de la antigüedad, sino también dedicarnos con diligente voluntad y sin temores, a aquella labor que exige nuestro tiempo” (Gaudet Mater Ecclesia, p. 434). 22 Cf. Vicente BOTELLA, o.c., pp. 104-112. Trento al Vaticano I, el espíritu cristiano, católico y apostólico del mundo entero espera un paso adelante hacia una penetración doctrinal y una formación de las conciencias, en correspondencia más perfecta a la fidelidad a la auténtica doctrina, también ésta estudiada y expuesta a través de las formas de la investigación y de la formulación literaria del pensamiento moderno23. Esto significa que si bien el Concilio debe cuidar la doctrina, no deberá repetir lo dicho (para esto no era necesario un Concilio); más bien tiene que dar un paso adelante, a través de una penetración de la doctrina y una formación de las conciencias en diálogo con la investigación científica y el pensamiento moderno. Para tal efecto, se distinguirá entre el depósito mismo de la fe y la manera como se expresa. “Una cosa es la sustancia de la antigua doctrina del depositum fidei [el depósito de la fe], y otra es la formulación de su revestimiento: y es esto lo que se debe –con paciencia, si es necesario– tener muy en cuenta, midiendo todo en las formas y proporciones de un magisterio de carácter prevalentemente pastoral”24. En mi opinión estamos aquí ante la afirmación central del discurso, en la medida en que el Papa está diciendo que para la presentación actualizada del mensaje cristiano es necesario atender a las exigencias de un magisterio pastoral. Finalmente, Juan XXIII no niega la existencia de errores que la Iglesia ha condenado con la máxima rigurosidad, pero en el presente prefiere la misericordia a la severidad. “Ahora, sin embargo, la Esposa de Cristo prefiere usar la medicina de la misericordia mejor que de la severidad: piensa salir al encuentro de las necesidades de hoy mostrando la validez de su doctrina, mejor que renovando condenas”25. Espero que este breve análisis de algunos pasajes de los discursos de Juan XXIII durante el anuncio, la convocatoria y la inauguración, avale la opinión de que la relación Iglesia-mundo es clave para entender el carácter pastoral del Concilio. En principio, debemos rechazar que la naturaleza pastoral del Concilio se mueva en el marco teórico de quienes reducen la pastoral a la actividad del pastor en la Iglesia. Es evidente que el Concilio ofrece orientaciones, criterios y acciones para los ministros de la Iglesia, 23 Gaudet Mater Ecclesia, p. 434. 24 Gaudet Mater Ecclesia, p. 434. 25 Gaudet Mater Ecclesia, p. 434. 17 pero su peculiaridad pastoral no radica aquí. Dicho esto, deberíamos evitar también la posición de quienes se limitan a distinguir (incluso a oponer) lo doctrinal y lo pastoral. No descarto que ésta sea una distinción válida en algunos casos; por ejemplo, el propio Juan XXIII la aplica en ciertas ocasiones26. Lo que digo es que esta distinción no es suficiente para ponderar la calidad pastoral del Concilio (además se corre el riesgo de minusvalorar el Vaticano II porque “sólo es un Concilio pastoral”). Una comprensión ajustada de la propiedad pastoral del Concilio tiene que partir de un concepto preciso de pastoral que supere la visión limitada de la pastoral como un campo de simples aplicaciones de la doctrina (análogamente como si la teología práctica fuera una mera aplicación de la teología dogmática). Parece que esta visión limitada de la pastoral comenzó a determinar el trabajo conciliar, hasta que durante el desarrollo del Concilio los padres fueron tomando conciencia de que lo doctrinal y lo pastoral están en una relación dialéctica, en un movimiento de ida y vuelta27. En realidad es necesario que demos un paso más. La pastoralidad del Vaticano II debe mucho a aquella reiterada relación que establece Juan XXIII entre Iglesia y mundo en sus discursos. Como hemos visto, esta estrecha relación está presente en el origen de la idea que tuvo el Papa de convocar a un Concilio; en su preocupación por la situación que percibía en Roma y el mundo; en las correspondencias iniciales que establece entre perfección cristiana y actividad terrena o entre bienes espirituales y bienes temporales; en su mirada crítica y esperanzada del mundo; en su sugerente icono de la Iglesia de los pobres; en su deseo de que este concilio exponga la auténtica doctrina en respuesta a los desafíos del siglo, asumiendo un fecundo magisterio pastoral; en su decisión de mostrar al mundo la validez de la doctrina en vez de repetir las condenas. La pastoral debe entenderse como la realización de la Iglesia por su praxis en las concretas condiciones históricas; por una parte, se considera la acción que despliega la Iglesia en el cumplimiento de su misión; por otra parte, se considera que la acción de la Iglesia está 18 26 En realidad también me interesa advertir sobre una inadecuada relación entre teoría y praxis, sea que alguien se deje atrapar por el dogmatismo de la doctrina o sea que se deje obnubilar por la dictadura de la práctica. 27 De hecho, los conflictos que surgieron entre la comisión teológica (encargada de las materias doctrinales) y otras comisiones preparatorias (encargadas de las materias prácticas), se explican en parte por la visión limitada de lo pastoral que algunos tenían. determinada por las coordenadas socio-históricas28. Esta perspectiva permite situar la naturaleza pastoral del Concilio en un concepto de pastoral que ha transitado de la actividad del pastor a la acción de toda la Iglesia en la historia… donde toda la Iglesia aparece como sujeto de una praxis histórica en el mundo29. En consecuencia se produce el tránsito de la triple acción del ministro de la Iglesia (sacerdote, maestro y pastor) a la cuádruple acción de la Iglesia (comunión, liturgia, enseñanza y servicio). El Concilio está signado por la conciencia de que la múltiple acción pastoral de la Iglesia se realiza en el mundo: la vida cristiana interpela la relación Iglesia-mundo y el devenir histórico coloca hitos a la práctica eclesial (M. Donzé)30. En la noche de la jornada inaugural del Concilio, el Papa se asomó a la plaza de San Pedro, que estaba abarrotada de peregrinos con antorchas que evocaban el concilio de Éfeso (431). Juan XXIII emocionado dijo que parecía que incluso la luna se hubiera apresurado aquella tarde para mirar tal espectáculo. Hacia el final de su breve discurso, envió un saludo afectuoso a los hombres y las mujeres del mundo: “Regresando a casa, encontraréis a los niños; hacedles una caricia y decidles: ésta es la caricia del papa. Tal vez encontraréis alguna lágrima que enjugar. Tened una palabra de aliento para quien sufre. Sepan los afligidos que el papa está con sus hijos, especialmente en la hora de la tristeza y de la amargura. En fin, recordemos todos, especialmente, el vínculo de la caridad y, cantando, o suspirando, o llorando, pero siempre llenos de confianza en Cristo que nos ayuda y nos escucha, procedamos serenos y confiados por nuestro camino”31. La Iglesia con un nuevo rostro ante el mundo. ¡Un Concilio pastoral! 28 Cf. Álvaro Granados, Identidad y método de la teología pastoral. Ocho protagonistas del debate contemporáneo, Valencia, Edicep, 2010, pp. 25-35. 29 Permítaseme agregar que en esta perspectiva se desarrolló también la teología de la liberación cuando se autocomprendió como una reflexión crítica de la praxis histórica a la luz de la palabra de Dios creída y vivida, en el contexto de la liberación de los pobres. 30 Cf. Juan Manuel TORRES, “El método de correlación en la teología práctica”, en Theologica Xaveriana N° 171 (Enero-Junio 2011), p. 246ss. 31 Saludo improvisado a los fieles tras la inauguración del Concilio, en Luis Marín, o.c., p. 440. 19