DOMINGO 22 ordinario Pbro. Jorge Antonio Luna Casillas Todo el
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DOMINGO 22 ordinario Pbro. Jorge Antonio Luna Casillas Todo el
DOMINGO 22 ordinario Pbro. Jorge Antonio Luna Casillas Todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido. El orgullo siempre es suicida, en el cielo y en la tierra. Allá en el cielo, Luzbel no quiso servir a Dios, su creador y fue condenado al infierno. En la tierra Eva pretendiendo ser igual a Dios, como se lo propone el diablo, desobedece a Dios y nos arrastra a nosotros y a la humanidad entera a la desgracia. Por eso Jesús nos enseña: todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido. Por eso hemos de desmenuzar esta enseñanza divina, hablando del orgullo y de la humildad. Antes que nada conviene adelantar, que la lección que nos da el Señor, cuando nos habla de los sitios en el banquete, no pretende ser una lección de astucia, sino que el comportamiento humano nos sirve por analogía, para señalar la actitud que debemos tener para con Dios. El orgullo es el amor desordenado de la propia excelencia. Este amor desordenado tiene distintas manifestaciones: Las personas pueden sentirse satisfechas de sí mismas, y se glorían de sus cualidades naturales: se consideran más fuertes, más hermosas, más astutas que los demás. O en cambio se sienten satisfechas por los bienes sobrenaturales, como si los tuvieran por sí mismos y no los tuvieran de Dios. Pueden las personas gloriarse de algo como debido a sus propios méritos; o de un bien que no tienen; o se busca la preferencia de los demás, mientras que a ellos se les desprecia. El Orgullo da frutos muy venenosos: Produce la ambición, que es el amor desordenado de dignidades, de puestos y de honores. Del orgullo brota la presunción. Por eso no se aceptan las propias limitaciones, y se juzgan las personas capaces de todo. De esto provienen las caídas estrepitosas. La vanidad es un fruto más del orgullo. La vanidad es el deseo desordenado de alabanza y de aplauso. No se cae en la cuenta de que lo que verdaderamente se provoca es la risa, la burla de los demás y en el mejor de los casos una mirada de lástima. La vanagloria, cuando las personas presumen de cualidades que no tienen. A esta clase de personas se les considera monedas falsas. En cambio la humildad es hacer de Dios el centro de nuestra vida, como cuando en la escuela se aprende que es la tierra la que gira alrededor del sol, mientras que de niños juzgábamos que era el sol quien giraba alrededor de la tierra. La persona humilde sabe reconocer sus propios errores, defectos y pecados, y sabe también advertir las virtudes ocultas de los demás. La Virgen Santísima nos da un gran ejemplo de humildad, pues cuando se le invita de parte de Dios, para que sea la madre de Cristo, ella inmediatamente reconoce a Dios como el centro de su vida, dice inmediatamente al ángel “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”.