Pilato se lavó las manos, pero no escapó a su fatal destino
Transcripción
Pilato se lavó las manos, pero no escapó a su fatal destino
Pasó la época de los archivos muertos; hoy los archivos vivos salen de la gaveta para restaurar nuestra identidad. La Crónica de Culiacán Adrián García Cortés Culiacán Rosales, Sinaloa Miércoles 04 de abril de 2012 Director Cronista Oficial Núm. 365 Hace 145 años se gestó en la ciudad de Puebla el Waterloo de la aventura imperialista en México Anteayer, lunes, se cumplieron 145 años de la batalla que significó el Waterloo de la intervención francesa en nuestro país, gesta registrada en Puebla el dos de abril de 1867, es decir, cinco años después de la gloriosa epopeya que, también en esa ciudad, tuvo lugar el cinco de mayo de 1862. En menos de un lustro se escribieron en Puebla dos épicos capítulos de la aciaga etapa que, para nuestro todavía bisoño país, significó la aventura imperialista apoyada por Napoleón III. Al principio fue Ignacio Zaragoza; al final fue Porfirio Díaz. Dos nombres protagónicos de sendas gestas gloriosas, una el preámbulo, la otra, el principio del epílogo. Para dar una idea de la significación que tuvo la toma de Puebla, en 1867, se reproduce a continuación la proclama que el general Porfirio Díaz expidió con motivo de aquel memorable acontecimiento: general en jefe del Ejército de Oriente, a sus subordinaEldos¡Compañeros vencedores en Puebla: de armas! Quiero ser el primero en pagar tributo a vuestro heroísmo. La nación toda y la posteridad vendrán después a perpetuar vuestra gloria. Habéis escrito otra fecha memorable en la ciudad donde Zaragoza eternizó su nombre el 5 de mayo. El 2 de abril de 1867 se registrará desde hoy en el calendario de las glorias nacionales. Mucho esperaba de vosotros: os he visto acudir sin armas al llamamiento de la patria, para armaros en Miahuatlán y en La Carbonera, en Jalapa y en Oaxaca, con los fusiles quitados al enemigo. Habéis combatido desnudos y hambrientos, dejando a la espalda un rastro de gloria y, sin embargo, vuestras hazañas en Puebla han ido más allá de mi esperanza. Una plaza, no sin razón denominada invicta, y que los primeros soldados del mundo no pudieron tomar por asalto, ha cedido a un solo empuje de vuestro brío. La guarnición toda y el Inmenso material de guerra, acopiado por el enemigo, son el trofeo de vuestra victoria. Soldados: merecéis bien de la patria. La lucha que la desgarra no puede ya prolongarse. Acabáis de dar la muestra de vuestro valor irresistible. ¿Quién osará medirse con los vencedores de Puebla? La independencia y las instituciones republicanas no vacilarán ya; está seguro de no ser conquistado ni oprimido el país que tiene hijos como vosotros. Intrépidos en el combate, y sobrios en el uso de la victoria, habéis conquistado la admiración de esta ciudad por vuestro denuedo, y su gratitud por vuestra disciplina. ¿Qué general no tendría orgullo en hallarse a vuestra cabeza? Mientras cuente con vosotros, se reputará invencible vuestro amigo Porfirio Díaz. (Tomado de México a través de los siglos) Pilato se lavó las manos, pero no escapó a su fatal destino Calle por calle se luchó en la toma de Puebla. El control presupuestario municipal, hace 110 años Los Regidores conocían asuntos que hoy parecerían inadecuados Un fragmento del preliminar correspondiente al tomo VI del Catálogo de Actas de Cabildo, producido por el Instituto La Crónica de Culiacán, revela el control presupuestario que en 1902 ocupaban la agenda de las sesiones edilicias, y el cual abarcaba asuntos que hoy parecería inadecuado ventilar en una sesión colegiada del Municipio. E n 1902, hace 110 años, los asuntos que más ocupaban a los ediles con la transformación urbana se proyectaban en obras públicas para las que no se tenían los recursos necesarios ni las regulaciones normativas. El mercado, los rastros, las plazas públicas, las reparaciones de oficinas oficiales, la alineación de calles, la mensura de los lotes, la asignación de los derechos de propiedad, las ampliaciones de avenidas, la cárcel, la limpieza pública, los servicios de agua domiciliaria y del alumbrado eran preocupaciones cotidianas para las que no se tenían respuestas inmediatas. Los presupuestos del gasto público eran minuciosamente analizados y en ocasiones se retrasaban por no tener criterios sobre el gasto mismo, y las aprobaciones quedaban pendientes de centavos (que a la sazón valían más que los pesos de nuestros días. La siguiente relación es un ejemplo descriptivo de los detalles en que los presupuestos se discutían y aprobaban. El presupuesto de 1902 hacía resaltar en el ramo de Ingresos y Egresos los impuestos a recaudar por tráfico de canoas, hasta la discusión de las primeras siete partidas, como sigue: 1) el sueldo de un conserje para el Palacio Municipal; 2) el sueldo de un oficial para la Tesorería Municipal; 3) la anulación de una plaza de maestro de música para las escuelas de niñas; 4) la reducción de una escuela en Quilá, Bachigualato, Bachimeto, y la subvención a la Escujela de Varones de Imala; 5) la rebaja de sueldos al comandante de policía, dos cabos y cuatro agentes montados; el aumento de agentes diurnos y nocturnos; la supresión de la plaza de mozo del servicio público de Quilá, la compra de uniformes de policía, y gastos extraordinario; 6) la estipulación de sueldo al alcaide de la cárcel, la eliminación de vacantes de dos cabos, ocho guardias; la adquisición de uniformes de lienzo destinados a diez plazas, y 7) la baja también del salario del inspector de mercados. Así, asuntos que hoy son ventilados en otras instancias operativas y administrativas, eran materia de la orden del día en las sesiones de Cabildo de hace 110 años. En carta a Tiberio César pretendió justificar la muerte de Jesucristo en aras de evitar la rebelión de los judíos que pidieron la crucifixión Una de las circunstancias que propiciaron la muerte de Jesucristo, recordada en estos días, fue la pusilanimidad de Poncio Pilato, gobernador de la Provincia de Oriente, quien no tuvo la entereza de oponerse en función de la ley y la justicia, y cedió a la presión de los judíos que demandaron la crucifixión del Nazareno. Pese a su determinante participación en ese infame juicio, poco se sabe sobre la suerte que corrió Pilato quien a su vez fue condenado a muerte por el emperador romano Tiberio César, como desenlace de los acontecimientos que registran los llamados textos Apócrifos, y de los cuales se extractan a continuación algunos párrafos. En ellos se revela una última actitud contradictoria de Pilato, a quien el haberse lavado las manos no libró de su fatal destino. (En los textos aludidos se le identifica como Poncio Pilato, y no Pilatos, como es más usual llamarlo.) Tiberio César quería que Jesucristo lo curara E ncontrándose Tiberio César, emperador de los romanos, aquejado de una grave dolencia, y enterado de que había en Jerusalén un médico de nombre Jesús, que curaba todas las enfermedades con su sola palabra, y no sabiendo que Pilato y los judíos habían provocado su muerte, dio esta orden a uno de los empleados de su palacio, llamado Velusiano: —“Ve al otro lado del mar, lo más pronto que puedas, y di a Pilato, mi servidor y amigo, que mande aquí ese médico para que me devuelva mi antigua salud”. Velusiano, atendiendo el mandato del emperador, salió en seguida y fue ante Pilato, tal como le habían ordenado, y expúsole el deseo del César: —“Tiberio, emperador de los romanos, y señor tuyo, enterado de que en esta ciudad mora un médico que con solo su palabra cura las enfermedades, te apremia para que se lo envíes, a fin de que le cure sus dolencias”. Primero denostó a Jesús para justificar su muerte Pilato, al oírlo, se amedrentó por haber hecho matar a Jesús, conforme al deseo de los judías y, en un intento por justificarse, contestó al emisario: —“Ese hombre era un malhechor y un sedicioso que pretendía atraerse al pueblo hacia sí, por lo cual, y en vista del consejo de los varones prudentes de la ciudad, lo he mandado crucificar”. Posteriormente, en un pretendido acto de reparación, Pilato envió al emperador Tiberio César una carta en los siguientes términos: “Jesucristo, de quien te hablé claramente en mis últimas relaciones, ha sido finalmente entregado a un duro tormento a ruegos del pueblo, cuyas instigaciones seguí de mal grado y por temor. Este era un hombre, por vida de Hércules, tan piadoso y austero que como éste no existió ni existirá nunca en época alguna. “Pero se dieron cita para conseguir la crucifixión de este enviado de la verdad, de un lado, el extraño empeño del mismo pueblo y, del otro, el acuerdo de todos los escribas, jefes y ancianos, contra las advertencias que les daban sus profetas y, a nuestro modo de entender, las síbilas. Y, mientras estaba pendiente de la cruz, aparecieron señales que sobrepasaban las fuerzas de la naturaleza y que presagiaban, según la opinión de los físicos, la destrucción de todo el mundo. “Decretó su muerte para evitar una revuelta judía” “Viven todavía sus discípulos, que no desmienten al Maestro ni en sus obras ni en la austeridad de su vida; aún más, siguen haciendo gran bien en su nombre. Si no hubiera sido, pues, por miedo a que surgiera una revuelta en el pueblo, quizá viviera todavía aquel insigne varón. “Atribuye, entonces, más a mis deseos de serte fiel, que a mi propia opinión, el que no me haya resistido con todas mis fuerzas a que la sangre de un justo inocente de toda culpa, pero víctima de la maldad humana, fuera inicuamente vendida, y padeciera la pasión; y además que, como dicen sus escrituras, esto tenía que suceder en su propia ruina. Adiós. Día 28 de marzo.”. En respuesta a esa misiva, Tiberio César puso la sentencia de su puño y letra y se la envió a Poncio Pilato con el mensajero Raab, a quien acompañaron, además, soldados en número de dos mil. El que a hierro mata, a hierro ha de morir El emisario se hizo cargo de Pilato, de Arquelao y Filipo, de Anás, de Caifás y de todos los importantes entre los judíos, quienes, cargados de cadenas, fueron puestos camino de Roma. Y sucedió que, al pasar por una isla llamada Creta, Caifás murió de una manera violenta y miserable. Una vez en Roma, el emperador ordenó que tuvieran encerrado a Pilato hasta decidir, con consejo de los prudentes, lo que convenía hacer con él. Algunos días más tarde si dictó una sentencia que preveía para Pilato una muerte muy ignominiosa, y Pilato, enterado, se mató con su propio cuchillo, y puso así fin a su vida. Sabedor el César de la muerte de Pilato, dijo: —“Verdaderamente ha tenido una muerte bien ignominiosa, pues ni su propio cuchillo le ha perdonado”. Y el cuerpo de Pilato, atado a una gran rueda de molino, fue lanzado al río Tíber.