Historias en el río Besós Este cuento consta de cuatro
Transcripción
Historias en el río Besós Este cuento consta de cuatro
Historias en el río Besós Este cuento consta de cuatro historias que acontecen en un lugar muy inspirador para mí que es el río Besós y que tienen un proceso de cambio en sus vidas. Las cuatro historias son: Toby, cruce de miradas, volver a caminar y barquitos de papel. Toby Cada mañana mi dueño se va a trabajar temprano, entonces me bajan mis otras dueñas. Hace ya casi un año que me fui de la protectora de Málaga. Ahora vivo en un piso de Santa Coloma. Muy a menudo me bajan a pasear por el paseo del río Besós. Mi urgencia siempre es hacer el primer pipí en cualquier pared o árbol después ya me dispongo a contemplar mi alrededor. Juego con otros perros, nos olemos... Pero a veces les ladro, ¡son tan pesados! La verdad esque prefiero el trato con los humanos. En la ribera del río corro, orino, huelo, ladro, salto.. Y sobre todo disfruto de la compañía de mis amos. A pesar de todo, de lo bien que llego a estar con mi nueva familia, me vienen imágenes de mis anteriores dueños: ellos que no conocían el amor, que me dejaban días sin comer, que no me llevaban a ver el Sol, que hasta me maltrataban... Tiemblo. Al rato con una caricia de los nuevos se me pasa. En el río y en su compañía se lo que es amar. El Sol da en mi cuerpo, en mis patitas y entonces es como si soñara despierto, mi cola se mueve de felicidad. Cruce de miradas Soy una joven deportista, siempre me ha gustado estar en forma y sentirme enérgica. Desde que me mudé hace un año a Santa Coloma de Gramenet por trabajo, bajo cada mañana al paseo del río Besós a correr por las mañanas. Voy hasta la playa de Sant Adrià hay unos cuatro kilómetros de distancia desdel punto donde empiezo. Trabajo, casa, deporte... Todo era bastante rutinario. Hasta aquel día. Una mañana cualquiera le empecé a ver, y apareció ese cruce de miradas. Él iba paseando con su mochila dirección al mar, yo iba corriendo pero pasaba por delante de él y no podía evitarlo, me giraba a mirarle. Él también se paraba a mirarme, a contemplarme, hasta aquel día... Entonces se paró y llamó mi atención. Empezamos a intercambiar frases, miradas, más frases, más miradas...”Me llamo Andrés, vengo de Uruguay. Llegué hace poquito acá. Y me encanta pasear por este lugar, es inspirador...” Tras su presentación tocó la mía. Y sin darnos cuenta ya estábamos en el mar. Yo bajé el ritmo, pero el ritmo de mi corazón aceleró. ¿Amor a primera vista? ¿O era todo por aquella atmósfera inspiradora? Fuera lo que fuese llegamos al mar, y nos conocimos mejor. No quería mirar atrás, mis antiguos amores, mis antiguos trabajos, mis miedos, solo vivir el presente y vivirlo con Andrés. Y todo lo que viniera sería bueno, sería paz, amor, curiosidad., belleza.. Aquel paseo desencadenó en paseos sucesivos. Hasta que no pudimos despegarnos el uno del otro y el amor nos tocó. Llegó el primer abrazo, el primer beso, el primer te quiero, el primer piso juntos, el primer hijo... Aun bajamos a pasear por el río hasta el mar donde nos conocimos. Nuestro río del amor. Volver a caminar El miedo y la pena te cierran puertas al mar, a soñar, a vivir, a crecer... El miedo te paraliza. Te envuelve en un bucle cerrado y sinsentido. Así es como me sentía tras la muerte de mi marido Mario. Llevábamos juntos más cuarenta años. Una vida de alegrías, un matrimonio unido pese a los infortunios como el de no poder tener hijos. Me aferré a la tristeza, estuve más de dos años encerrada en casa. Recibía visitas de amistades y familiares. Hundida en la depresión no era capaz de superar tal duelo, de conciliar ese dolor. Yo que había trabajado tanto por el dolor de almas ajenas con mi profesión, antes de mi jubilación era psicóloga en el centro de salud mental de Santa Coloma de Gramenet. Recibía muchos casos, y muchas veces me quedaba con la sensación que no contaba con el tiempo suficiente para poder ayudarles, pero aun así muchísimo del instinto de superación de cada una de las personas que traté. Recuerdo el caso de una joven diagnosticada de trastorno esquizoafectivo que decidió apuntarse a un taller de música que se coordinaba desde nuestro centro y que perdió el miedo a relacionarse con los demás, y poco a poco fue aumentando su autoestima, su seguridad, y por supuesto su calidad de vida. Me sentía muy mal por no poder ser feliz, mis días eran gris oscuro sin Mario. Mi alma se encogía. Me resistía a ir a terapia, a un grupo de duelo... Sólo tomaba fármacos antidepresivos pero no acudía a mi profesión para recuperarme. No tenía ganas de hacer nada en todo el día. No hay mal que supere el dolor de la muerte de un ser querido. Un día me levanté temprano, dos años después de la muerte de mi ser querido y volví a escribir en mi diario. Estuve más de una hora escribiendo. Pensé que sería bueno que aquello que relataba en mi diario fuera compartido con alguien, con algún profesional a aliviar esta soledad, este miedo y esta pena condensada. Entonces fue cuando abrí mi agenda de contactos de otros psicólogos y marqué el número de Montse, una terapeuta te carácter cognitivo de la que me habían hablado muy bien y a la que una vez fui a ver a una conferencia sobre la resiliencia. Aquel día, el de la primera visita con ella no pude dormir. Ya en la consulta fuimos paso a paso, realmente fueron semanas y meses para producir cambios, pero mi alma brillaba en su compañía. Una de sus recomendaciones fue que aprovechara a salir a caminar por la ciudad, ya no lo hacía desde la muerte de mi marido. Que paseara, que el deporte segregaba serotonina una sustancia química que produce nuestro cuerpo y que se relaciona con la felicidad. Tardé semanas en hacerle caso, hasta que una mañana, harta de verme en casa, me calcé mis deportivas, me puse ropa cómoda y de poco abrigo y me dirigí a la salida más cercana al río Besós. Empecé a caminar por la ribera del río, a contemplar el paisaje, y a contemplarme, a escuchar mis emociones, a pensar en Mario pero desde otra perspectivo. Sentía que el me acompañaba en el camino. Entonces de una de las paredes del paseo del río leí una frase: “Viure és provarho infinites vegades” Y pensé en lo cierto de esa frase, en que tenía que intentarlo de nuevo, volver a caminar, volver a sonreir, volver a vivir, dejarla tristeza a un lado, y dejarme ayudar para entrar en un proceso de mejora de mi vida diaria. Poco a poco me fui disciplinando y ya esa automático, bajaba al rio sin pensarlo. Mis recorridos iban variando, cada vez caminaba más kilómetros hasta llegar a la playa de Sant Adrià. Me senté en la arena, era por octubre no hacía ni calor ni frío, me quedé tranquila, en paz. Miraba el mar y el mundo parecía que se habría, que tendría infinitas ocasiones para intentar ser feliz. Barquitos de papel Los barquitos de papel de periódico empezaban a flotar en el río Besós. Mi nieto Marcos reía, saltaba de alegría. Con solo cinco años su mundo se paraba a contemplar flotar el barco, y mi mundo se paraba para contemplarlo a él, su sonriente cara, sus frases complejas para su edad. Sus recuerdos que evocaban aquellos barquitos de papel. Es mi primer nieto. Dicen que ver crecer a un hijo es una maravilla, pero aun más maravilloso es comprobar que tus hijos crecen y hacen felices a sus hijos e hijas. Aquellos barcos a Marcos le recordaban sus viajes con sus padres a Menorca. Conocía todos los barcos habidos y por haber, su memoria era privilegiada. Cada vez que iba a buscarlo a su casa hacíamos el mismo paseo, pasear por el río, jugar a hacer barquitos de papel, salir a la calle y tomarnos un refresco y unas patatitas con allioli que servian de tapa gratis en el Bar del Tele. A mi nieto y a mi nos encantaban. Era nuestra felicidad compartida pasar aquellos momentos juntos. Ya en el bar solíamos leer juntos a Fred, el perro de las viñetas de la Vanguardia y hacer los ocho errores juntos. Disfrutaba con la sencillez de las cosas buenas de la vida que al fin y al cabo son las más importantes. Las que te llevas a la mente cuando envejeces. Y con los años los barquitos de papel con hojas de periódico que le hacían dejaron de interesarle por la edad. Pero seguíamos quedando domingo si domingo no para pasear por el río por las mañanas, que nos tocara el Sol, oir el agua moverse, notar el césped mojado en nuestros pies, y disfrutar de nuestras amenas y gratas conversaciones sobre fútbol, política, relaciones humanas, programas de la tele, las asignaturas del instituto, y sus dificultades en el día a día. Esa semana cumplía ya dieciseis años, ¡todo un hombretón! Seguíamos nuestro paseo con parada en el bar de las patatitas gratis, y mirabamos el Fred que aun siguen alegrándonos el día con su gran dosis de humor. El otro día en el paseo le comenté si aun se acordaba de aquellos días en el río jugando a ser marineros queriendo flotar aquellos barquitos de papel y el me respondió que por supuesto que se acordaba, que pese a que siempre se hundían su abuelo, él, no perdía la fe y siempre disponía uno en el agua. Y sobre todo del cariño y de esos paseos al Sol por el río Besós, y de la mano de su querido abuelo. Laura Jareño