La construcción social del trabajo de mujeres bolivianas en
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La construcción social del trabajo de mujeres bolivianas en
FACULTAD LATINOAMERICANA DE CIENCIAS SOCIALES -FLACSOARGENTINA MAESTRÍA EN ANTROPOLOGÍA SOCIAL La construcción social del trabajo de mujeres bolivianas en verdulerías de Buenos Aires Trabajo, género y etnicidad-nacionalidad Tesis de Maestría en Antropología Social Autora: Susanna Moore Directora: Dra. Cynthia Pizarro Fecha: Julio de 2011 La construcción social del trabajo de mujeres bolivianas en verdulerías de Buenos Aires Trabajo, género y etnicidad-nacionalidad Resumen: El propósito de este trabajo es indagar de qué manera inciden el género y la etnicidad-nacionalidad en el proceso de la conformación del mercado laboral y en los lugares de trabajo en los que participan mujeres bolivianas vinculadas a la comercialización frutihortícola minorista en la Ciudad de Buenos Aires. El abordaje de esta pregunta se basa en un trabajo etnográfico realizado con mujeres bolivianas que se desempeñan en este sector en la actualidad. A partir de las trayectorias laborales y migratorias de estas mujeres, las redes sociales en las cuales se articulan y la construcción social de su imagen como buenas comerciantes, se analiza la conformación particular del mercado laboral de las verdulerías. Asimismo se consideran los lugares de trabajo de las verdulerías en relación a la organización de la fuerza de trabajo y la dinámica de las relaciones sociales que allí se entablan. Este análisis, desde una perspectiva de género y etnicidadnacionalidad, aporta a una emergente discusión sobre la participación de mujeres inmigrantes de origen boliviano en el último eslabón de la cadena frutihortícola en Buenos Aires e invita a reflexionar sobre su posible segmentación por etnicidad-nacionalidad y género. Abstract: This paper inquires into how gender and ethnicity-nationality influence the shaping of the labor market and workplaces of Bolivian women engaged in small-scale fruit and vegetable sales in the City of Buenos Aires. This question is addressed by drawing on ethnographic fieldwork carried out with Bolivian women who currently work in this sector. The unique formation of the labor market of fruit and vegetable stores is analyzed based on these women‘s work and migration histories, the social networks in which they participate and the ways in which their image as good traders has been socially constructed. In addition, the workplaces of fruit and vegetable stores are studied in terms of the organization of the workforce and the dynamics of the social relations established therein. This analysis, from a perspective that contemplates gender and ethnicitynationality, contributes to an emerging discussion on Bolivian immigrant women‘s participation in the last link in the chain of fruit and vegetable production and sales in Buenos Aires. It invites reflection on the possible segmentation of this labor market by ethnicity-nationality and gender. Índice Introducción.................................................................................................. 3 Capítulo 1: Un entramado teórico-metodológico para analizar la vinculación entre mujeres bolivianas y verdulerías en Buenos Aires ..... 9 I. Contextualización y estado del arte ............................................................ 9 I.i. La migración boliviana hacia Argentina en perspectiva histórica ..... 9 I.ii. La inserción laboral de inmigrantes bolivianos en la cadena de producción y comercialización frutihortícola en Argentina ................. 15 I.ii.a. La producción frutihortícola en Argentina y en el cinturón verde de Buenos Aires................................................................... 15 I.ii.b. La comercialización frutihortícola mayorista y minorista en los cinturones verdes de Buenos Aires y Córdoba ........................ 18 I.iii. Antecedentes para el estudio de las migraciones bolivianas hacia Argentina desde una perspectiva de género.......................................... 23 II. Marco teórico ........................................................................................... 28 III. Metodología ........................................................................................... 43 Capítulo 2: La conformación del mercado laboral de las verdulerías .. 50 I. Primer caso: Red migratoria y laboral no familiar.................................... 51 I.i. Estructura y funcionamiento de la red ............................................ 51 I.ii. Trayectorias laborales y migratorias de los integrantes de la red .. 52 I.iii. Análisis del caso desde una perspectiva de género y etnicidadnacionalidad ......................................................................................... 59 II. Segundo caso: Red migratoria y laboral familiar .................................... 72 II.i. Estructura y funcionamiento de la red .......................................... 72 1 II.ii. Trayectorias laborales y migratorias de los integrantes de la red . 75 II.iii. Análisis del caso desde una perspectiva de género y etnicidadnacionalidad ......................................................................................... 83 III. La conformación del mercado laboral de las verdulerías ....................... 96 III.i. La conformación del mercado laboral de las verdulerías en clave de género y etnicidad-nacionalidad ...................................................... 96 III.ii. ¿La comercialización frutihortícola minorista como ―nicho‖ segmentado por etnicidad-nacionalidad y género? ............................. 103 Capítulo 3: Las relaciones sociales en el lugar de trabajo de las verdulerías................................................................................................. 109 I. Primer caso: Establecimiento de tipo empresarial ................................. 112 I.i. Vinculando el tipo de red y de establecimiento con la organización de la fuerza de trabajo en el lugar de trabajo ...................................... 112 I.ii. Las relaciones sociales en el lugar de trabajo de las verdulerías: emprendimientos de tipo empresarial ................................................. 115 II. Segundo caso: Establecimiento familiar ............................................... 130 II.i. Vinculando el tipo de red y de establecimiento con la organización de la fuerza de trabajo en el lugar de trabajo ...................................... 130 II.ii. Las relaciones sociales en el lugar de trabajo de las verdulerías: emprendimientos familiares................................................................ 134 III. Comparación de los casos: emprendimientos étnicos de tipo empresarial versus familiar ............................................................................................ 152 Conclusiones ............................................................................................. 161 Bibliografía ............................................................................................... 174 2 Introducción Las migraciones laborales desde Bolivia a Argentina se caracterizan por ser uno de los flujos migratorios principales de la región, uno de los más permanentes en términos históricos y uno de los más dinámicos en la actualidad. Dicho flujo constituye un proceso social fértil para estudiar cómo se articulan los migrantes mismos con las instituciones sociales que estructuran su migración, tales como los mercados de trabajo y las redes sociales migratorias. Al tratarse de una migración internacional, en tanto implica atravesar fronteras interestatales territoriales, jurídico- administrativas y simbólicas (Pizarro, 2011), es un campo que nos permite considerar además cómo se pone en juego en este complejo proceso un entramado de construcciones sociales y culturales. Entre ellas nos interesa considerar especialmente cómo la etnicidad-nacionalidad de los migrantes bolivianos en Argentina así como los estereotipos de género influyen en la conformación de un mercado de trabajo ―disponible‖ para mujeres migrantes bolivianas en el lugar de destino. Es en esta coyuntura que proponemos analizar de qué manera inciden el género y la etnicidad-nacionalidad en la conformación del mercado de trabajo de la comercialización frutihortícola minorista en la Ciudad de Buenos Aires, incluyendo las relaciones laborales que se desarrollan en los lugares de trabajo en este sector. Para abordar este problema, se precisa considerar la articulación e interjuego entre los diferentes niveles que atraviesa, contemplando e integrando cuestiones de índole estructural, como los mercados de trabajo, y otras enfocadas en los actores, cuyas acciones son mediadas por sus redes sociales, sus trayectorias laborales y migratorias y la construcción social de su imagen estereotipada en la sociedad de origen y la de destino. Esta mirada nos permitirá entender la migración no sólo como un acto primordialmente individual, racional y voluntario, sino además como ―el resultado de fuerzas centrífugas y centrípetas que determinan procesos que conforman parte de redes históricas y culturales que definen una respuesta a una forma específica de presión sobre (ciertos sectores de) la población‖ (Halpern, 2009: 9). 3 Desde este enfoque, la presente tesis analiza el caso particular de las mujeres bolivianas y su inserción y desempeño en las ―verdulerías‖ en la Ciudad de Buenos Aires en relación a dos aspectos fundamentales. El primero indaga sobre cómo se conforma este mercado de trabajo como ―disponible‖ para ellas, mientras el segundo examina cuáles son las dinámicas de las relaciones sociales que se entablan en los lugares de trabajo en este sector. Para la primera parte de nuestra pregunta, analizaremos desde una perspectiva de género y de etnicidad-nacionalidad las trayectorias laborales y migratorias de mujeres migrantes bolivianas que trabajan en las verdulerías, así como las redes sociales en las cuales se articulan, para dar cuenta de la conformación particular de este mercado laboral. Al mismo tiempo, la reconstrucción de sus trayectorias laborales y migratorias, tanto en el lugar de origen como en el de destino, nos permitirá observar cómo se construye una imagen de estas mujeres como ―buenas trabajadoras‖ y ―buenas comerciantes‖, construcción que favorecerá su inserción en este sector. Con respecto al segundo aspecto de nuestra pregunta, se considerarán las articulaciones de los clivajes de género y etnicidadnacionalidad en las relaciones sociales que se entablan en los lugares de trabajo, así como las dinámicas de dominación y subordinación que caracterizan de manera particular a estas relaciones y cómo las mismas se imbrican con las relaciones sociales dentro de las redes sociales migratorias en las cuales están articuladas. Con este objetivo miraremos cómo las mismas trabajadoras en este sector experimentan su situación laboral en el contexto migratorio y cuáles son las formas heterogéneas en que reaccionan frente a sus experiencias de sufrimiento y/o explotación, ya sea a través de prácticas de obediencia, resistencia o sus expresiones mixtas. A la luz de lo analizado sobre estos dos aspectos que aportan a la construcción del mercado de trabajo del comercio frutihortícola minorista en la Ciudad de Buenos Aires, consideraremos en qué medida se puede caracterizar a las ―verdulerías‖ en términos de un ―nicho‖ en un mercado laboral segmentado por género y etnicidad-nacionalidad. Si bien no 4 constituye uno de los objetivos de este trabajo responder a esta pregunta, ya que excede las posibilidades de generalización a partir del mismo, sí se pretende, a través de la construcción de este objeto de estudio, abrir la pregunta como una posibilidad a ser explorada a futuro. ¿Por qué consideramos oportuno plantear este problema particular como un tema emergente en las migraciones bolivianas contemporáneas hacia Buenos Aires? Pues, en la literatura sobre las migraciones regionales a Argentina, incluyendo la boliviana, se ha planteado y examinado de manera extensa la influencia de la etnicidad-nacionalidad en las relaciones de producción y los mercados de trabajo en que se insertan trabajadores migrantes, produciéndose su etnicización (Halpern, 2005), mediante la apelación a categorías y matrices étnico-nacionales. Sin embargo, existe un número contado de trabajos que incorporan una perspectiva de género al estudio de estos y otros procesos vinculados a las migraciones bolivianas a Argentina. El patrón migratorio más documentado históricamente en las migraciones bolivianas hacia Argentina consiste en dos etapas o fases: en la primera los hombres migran solos y de forma temporaria, mientras en la segunda los hombres inician una cadena migratoria en donde son seguidos por su familia—esposa e hijos—para asentarse en Argentina. Frente a la predominancia histórica de este patrón en las migraciones bolivianas, se supone muchas veces que el mismo sigue en pie sin presentar cambios y, como resultado, no se plantean las particularidades de las experiencias de las propias mujeres bolivianas en estos flujos migratorios, menos aún a las que migran en forma autónoma. Aunque esto está cambiando recientemente, en los estudios donde el género ha sido analizado, muchas veces fue contemplado como una variable (Balán, 1990) y no como un concepto teórico central, o bien las mujeres figuran como integrantes de unidades familiares lideradas por hombres (Benencia, 1997). A diferencia de tal cuerpo de literatura existente, y adhiriéndose a una tendencia emergente (Bastia, 2007; Benencia, 2009; Cerrutti, 2009b; Karasik, 1995; Magliano, 2007), la presente investigación pretende incorporar una perspectiva de género a la ya desarrollada perspectiva de la 5 etnicidad-nacionalidad en los debates acerca del flujo migratorio de origen boliviano, especialmente con respecto a las redes sociales que lo alimentan y al mercado laboral que tiene como destino y que estructura sus oportunidades. Así, se propone enfatizar el género no como variable independiente sino las maneras en que se entrecruza con la etnicidadnacionalidad en las subjetividades de las mujeres inmigrantes y en la construcción de ellas como trabajadoras ―deseables‖ para este sector, mostrando cómo estas dimensiones influyen en su incorporación laboral en el país de destino. El abordaje antropológico en los estudios sobre el trabajo que aquí proponemos es también novedoso en tanto tratará de dar cuenta de los aspectos culturales vinculados a los procesos de conformación de los mercados laborales de inmigrantes regionales en Argentina, así como a las peculiaridades que asumen las relaciones socioculturales en los lugares de trabajo. Con respecto al mercado laboral y los principales nichos para los migrantes bolivianos en Argentina, existen importantes antecedentes de investigación sobre la producción frutihortícola (Benencia, 1997 y 2005; Benencia y Quaranta, 2006a y 2006b; Pizarro, 2010) –en la que también se presenta a los trabajadores varones como los principales protagonistas-, pero no así sobre su comercialización (Pizarro, 2007) y menos aún sobre la comercialización frutihortícola minorista. Este último eslabón de la cadena agroalimentaria, relacionado pero distinto y además urbano en este caso, constituye un espacio para plantear nuevas cuestiones o posibles patrones emergentes con respecto a la participación femenina en un mercado laboral segmentado. De acuerdo a cómo hemos planteado el problema en el cual se centra esta tesis, el desarrollo de la misma se llevará a cabo a través de tres capítulos centrales y uno de conclusiones. El primer capítulo brinda la contextualización teórica y metodológica necesaria para luego entrar, en los capítulos dos y tres, en el análisis de los casos etnográficos que informaron este estudio. En el capítulo uno, se esbozará un breve recorrido del contexto histórico de las migraciones bolivianas a Argentina y a Buenos Aires en 6 particular y el vínculo que este flujo ha mantenido con los mercados de trabajo regionales hasta la actualidad. Luego, se brindarán los antecedentes centrales de la inserción laboral de inmigrantes bolivianos en la cadena de producción y comercialización frutihortícola, especialmente en el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA). Se darán a conocer además cuáles son los antecedentes para el estudio de las migraciones bolivianas hacia Argentina desde una perspectiva de género. Luego nos centraremos en cuáles son los conceptos teóricos clave que se adoptarán para el análisis de nuestro problema particular, entre ellos el mercado de trabajo segmentado, la etnicidad-nacionalidad y el género. Estos conceptos nos permitirán adentrar, por un lado, en el proceso de la conformación del mercado de trabajo de las verdulerías, en donde los conceptos centrales son las redes sociales y la imagen socialmente construida de las verduleras como buenas trabajadoras y buenas comerciantes, y, por otro lado, a las relaciones sociales que se entablan en los lugares de trabajo de las verdulerías, en donde los conceptos clave incluyen el sentimiento de la deuda moral y las obligaciones recíprocas, así como la obediencia y la resistencia. Por último, se presentarán las cuestiones metodológicas que guiaron esta investigación y sus implicancias para la construcción del campo, del sujeto y del conocimiento que dan forma a esta tesis. Los capítulos dos y tres se ocupan del análisis en profundidad de dos casos etnográficos contrastantes, en base al trabajo de campo realizado con mujeres bolivianas en el sector de las verdulerías. El capítulo dos aborda el tema de la conformación del mercado laboral de las verdulerías. Para cada caso se presentan la estructura y el funcionamiento de la red social, se reconstruyen las trayectorias migratorias y laborales de sus integrantes y su articulación con dicha red, seguido por un análisis desde una perspectiva de género y de etnicidad-nacionalidad, incluyendo la construcción social de una imagen de las ―verduleras‖ como buenas trabajadoras/comerciantes. Luego, se explicará cómo lo visto sobre las trayectorias laborales y migratorias y las redes en los dos casos da cuenta de la conformación particular de este mercado de trabajo, en clave de género y etnicidad-nacionalidad, para abrir la posibilidad de que la comercialización frutihortícola minorista constituya 7 un ―nicho‖ en un mercado laboral segmentado por etnicidad-nacionalidad y género. El tercer capítulo considera el segundo aspecto del problema de esta tesis: las relaciones sociales en el lugar de trabajo de las verdulerías. Allí se presenta el tipo de establecimiento que caracteriza a cada caso, cómo el tipo de establecimiento se vincula con el tipo de red social migratoria respectiva y con la organización de la fuerza de trabajo en el lugar de trabajo. De este modo se podrá luego examinar cómo son las particularidades y dinámicas de las relaciones sociales que se desarrollan en cada contexto específico, desde una perspectiva de género y etnicidad-nacionalidad. Por último, compararemos los casos presentados en relación a los aspectos antes mencionados referidos a los diferentes tipos de organización y de relaciones laborales. Finalmente, en el último capítulo se presentarán las conclusiones, las respuestas a las preguntas iniciales que guiaron la investigación y otras cuestiones no previstas que han emergido durante el trabajo de campo, así como algunas cuestiones metodológicas que influyeron en la construcción del conocimiento en esta tesis. En base a dichas conclusiones dejaremos dicho cuáles son los aportes que consideramos que brinda este trabajo y el terreno emergente que se abre en este campo de investigación. 8 Capítulo 1: Un entramado teórico-metodológico para analizar la vinculación entre mujeres bolivianas y verdulerías en Buenos Aires De modo de contextualizar y focalizar nuestro problema de estudio sobre la disponibilidad de mujeres bolivianas en el mercado de trabajo de las verdulerías de la Ciudad de Buenos Aires y sobre la manera en que inciden el género y la etnicidad-nacionalidad en las relaciones sociales en dichos lugares de trabajo, abrimos este capítulo con un breve recorrido histórico del tema de las migraciones bolivianas a Argentina y especialmente a Buenos Aires, en el contexto de las migraciones regionales hacia Argentina. Dicha contextualización se complementa, por un lado, con un esbozo de los antecedentes del trabajo inmigrante boliviano en los diversos eslabones de la cadena de producción y comercialización frutihortícola especialmente en Buenos Aires, y, por otro, con un resumen de los antecedentes de los estudios de las migraciones bolivianas a Argentina desde una perspectiva de género. Así, contaremos con un estado de la cuestión en el cual enmarcar los conceptos teóricos clave que presentaremos en el marco teórico. Dichos conceptos se utilizarán para la construcción y el análisis de nuestro objeto de estudio. Por último, se presentarán las cuestiones metodológicas que guiaron esta investigación, entre ellas los métodos y técnicas utilizados, los criterios de selección de los casos, el proceso de construcción del campo, del sujeto y de los datos y las limitaciones o no que implicaron para nuestro análisis. I. Contextualización y estado del arte I.i. La migración boliviana hacia Argentina en perspectiva histórica En el panorama de las migraciones internacionales, Argentina se destaca dentro de la región de Sudamérica por ser receptor histórico de inmigrantes, tanto regionales como transatlánticos. La historia migratoria desde países limítrofes hacia la Argentina es de larga data, antecediendo la creación de las fronteras nacionales en la región y manteniendo a través del tiempo un carácter espontaneo y constante (Benencia, 1997; Pizarro, 2009; Sala, 2000). La población migrante regional, ―desde el primer Censo 9 Nacional de Población, en 1869, hasta el de 1991, osciló entre un dos y un tres por ciento de la población total del país‖ (Sala, 2000: 338). Este porcentaje se mantendría estable pese a algunas oscilaciones en el número de inmigrantes regionales en el país, las cuales se debían a las variaciones en la demanda de mano de obra temporal para las actividades agrícolas, especialmente en el trabajo cañero, tabacalero y frutihortícola y a la permeabilidad de la frontera que permitía el movimiento entre los países limítrofes y las zonas fronterizas de Argentina (Benencia, 1997; Sala, 2000). Con respecto a la inmigración transatlántica hacia Argentina, ésta tuvo dos olas principales, la primera siendo entre finales del siglo XIX y comienzos del XX y la segunda durante la década de los 40 y principios de los 50 del siglo XX. Según considera Cerrutti, el impacto de ambas olas migratorias provenientes de Europa ―no tiene correlato a nivel internacional‖, mientras la inmigración regional de países limítrofes fue ―históricamente más modesta‖ (Cerrutti, 2009a: 12). Pero, al detenerse la inmigración transatlántica especialmente a partir de los años 50 del siglo XX, ―el peso relativo de los inmigrantes limítrofes dentro del total de extranjeros se incrementa‖ (Cerrutti, 2009a: 12), creciendo de manera exponencial especialmente a partir de los años 50 (Benencia y Karasik, 1994; Cerrutti, 2009a). Fue en ese momento que llegarían a un pico las migraciones hacia Argentina desde países limítrofes –Paraguay, Chile, Bolivia y Uruguay- y Perú, constituyendo uno de los sistemas migratorios intra-regionales más predominantes en Sudamérica (Cerrutti, 2009b). El crecimiento marcado de este sistema migratorio se debió en parte a la demanda creciente de mano de obra temporal en las actividades de la zafra, tabacaleras y frutihortícolas en el interior del país, y especialmente las provincias del norte argentino, las cuales tuvieron una importante participación de trabajadores migrantes bolivianos. Dicha demanda de mano de obra constituyó una fuerte atracción especialmente porque la complementariedad estacional de estas actividades permitía a los inmigrantes contar con las actividades necesarias ―para garantizar la preproducción anual y obtener un ingreso mayor al que proporcionaban las actividades en las unidades campesinas de origen‖ (Sala, 2000: 340). Debido 10 a este atractivo, junto con la asalarización de la mano de obra en estas actividades estimulada por mejoras en los salarios y en las condiciones laborales, se iba prolongando la duración de la residencia de trabajadores inmigrantes en Argentina (Sala, 2000). Esto fue acompañado por la adopción de un modelo de crecimiento basado en la industrialización durante los años 50 hasta los 70 en Argentina, el cual generó la expansión y diversificación de la economía y tuvo como resultado un crecimiento significativo de la migración limítrofe hacia Argentina en los años 60 y 70 (Cerrutti, 2009b). Los procesos que venían consolidándose, especialmente desde los años 50, hicieron que las migraciones limítrofes, incluidas las provenientes de Bolivia, adquirieran un dinamismo propio tal que se sostuvieron a pesar de la crisis que se generaría en las economías regionales en los años 60 y 70. Dicha crisis, generada por ―[l]a reestructuración de los mercados de trabajo regionales operada a raíz de los avances de la agroindustria, la incorporación de tecnologías ahorradoras de mano de obra, la sustitución de cultivos y las crisis de sobre producción‖ (Sala, 2000: 341), llevaría a la disminución del empleo y bajas en los niveles de ingresos de la población rural. Sin embargo, los flujos migratorios supieron adaptarse a las nuevas configuraciones de las economías regionales, incorporando nuevos lugares de destino y nuevos mercados de trabajo. Fue por este motivo que se generó hasta mediados de los años 70, en paralelo a la migración rural-urbana de la población nativa, la reorientación de las migraciones limítrofes hacia las grandes áreas urbanas, tanto en el interior del país como el Gran Buenos Aires (Benencia, 1997; Sala, 2000). Este proceso tuvo como resultado que, de 1980 a 1991, ya se consolidaran las grandes ciudades como principales lugares de destino en Argentina. Según identificado por Sala, dicha reorientación se vincula con dos factores: la inserción laboral en localidades del NOA más dinámicas económicamente como la construcción, el comercio y el servicio doméstico, ―cuyo crecimiento sigue siendo sensible a la oferta de mano de obra abundante y barata‖, y el crecimiento de los cinturones verdes de Buenos 11 Aires, Mar del Plata y Gran Mendoza que representaban importantes oportunidades laborales (Sala, 2000: 341). En relación a la migración boliviana específicamente, debemos considerar además las condiciones en el lugar de origen que estimulan la emigración, ya que, como afirman Benencia y Karasik, ―[e]n todos los casos la migración se explica por causas económicas en los países expulsores y por una funcionalidad con el mercado de trabajo del país receptor, lo que conforma verdaderos sistemas migratorios‖ (Benencia y Karasik, 1994: 69). Algunos motivos estructurales que estimulan la emigración son: ―economías con dificultades para generar empleos al mismo ritmo que crece la población o una distribución de la riqueza entre muy pocos que excluye a proporciones muy importantes de la población del país para alcanzar niveles mínimos de subsistencia‖ (Ibid). En este sentido, Bolivia, entre los años 1945 y 1979, ―presentaba el mayor potencial expulsor entre los tres países [Bolivia, Chile y Paraguay] y las menores posibilidades de absorción interna de su fuerza de trabajo agrícola excedente‖, en tanto tenía tasas de desempleo y subempleo urbanos más elevadas junto con un alcance más limitado de su proceso de ―colonización agrícola‖ (Marshall y Orlansky, 1980, en Benencia y Karasik, 1994: 264). A pesar de demostrar estas condiciones estructurales que caracterizan a los países ―expulsores‖, en su momento Bolivia no generó una población de emigrantes tan importante como los otros dos países. Los cambios estructurales que se generaron en los lugares de origen y de destino a partir de los 80 llevaron a la incorporación de destinos extraregionales en los movimientos migratorios provenientes de la región, así como también implicaron cambios en la conformación de la misma migración intra-regional. Entre estos cambios figuraron la emergencia de nuevos lugares de origen de la emigración, nuevos lugares de destino dentro de los mismos países receptores, y, como denota Cerrutti (2009b), cambios en la composición por género. Con respecto a esto último, se comenzó a observar cada vez mayor participación de mujeres entre las poblaciones migrantes regionales con destino a Argentina. Fue durante este período que el flujo migratorio de origen boliviano con destino de Argentina se volvió uno de los grupos migrantes más dinámicos (Cerrutti, 2009a; Cerrutti, 12 2009b). En el período de 1980-2001, en base a los Censos Nacionales de Población y Vivienda de 1980, 1991 y 2001, este flujo crece de forma sostenida (Cerrutti, 2009a). Los años 80 vieron un aumento moderado, del 21,5%, pero fue en los años noventa que se vio un aumento mucho más considerable, en un 62,3%, debido a ―las desventajosas condiciones económicas de Bolivia sumado a las posibilidades de inserción laboral en la Argentina y a un tipo de cambio favorable‖ (Op. cit.: 14). Como resultado, durante estas dos décadas casi se duplica la población de migrantes bolivianos que residen en Argentina (Ibid). Es también durante este mismo período que el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA) se convierte en un lugar de destino privilegiado en el circuito migratorio boliviano, llegando a concentrar en la actualidad a la mayoría de los bolivianos radicados en el país (Benencia, 2009). De los aproximados 2.000.000 de ciudadanos bolivianos residiendo en Argentina, se calcula que alrededor de 1.500.000 residen en el AMBA (Zalles Cueto, 2002, en Pizarro, 2009b). Según señala Sala, ―la presencia de migrantes bolivianos en las ciudades multiplicó las oportunidades laborales en el mercado de trabajo urbano, porque la disponibilidad de mano de obra migrante a menor costo incrementó la demanda y la presencia de éstos en el largo plazo (Marshall, 1983)‖ (Sala, 2000: 341). Por otro lado, para los inmigrantes bolivianos, la mayoría de los cuales en ese momento eran de origen campesino y otros minero, la incorporación de destinos urbanos en Argentina implicó un ―doble proceso de adaptación rural-urbano y de una cultura a otra‖ (Mugarza, 1985: 101). En términos de su actividad productiva, una altísima proporción de ellos, más que en otros grupos de migrantes limítrofes, son personas en edad activa, es decir que son ―más productivo[s] desde el punto de vista económico, […] más reproductivo desde el punto de vista biológico y […] más móvil‖ (Benencia y Karasik, 1994). La gran mayoría de esta población activa estaba y continúa hasta la actualidad estando inserta laboralmente en actividades que demandan mano de obra no calificada y que son socialmente desvalorizadas, no deseadas por la población local (Pizarro, 2009b). Este patrón de inserción laboral se destaca especialmente en los períodos de 13 restricción de la demanda de empleo, como lo fueron los años 90 1, ya que la ―flexibilidad [de los migrantes limítrofes y del Perú] a la hora de aceptar condiciones laborales más precarias y remuneraciones más bajas que los nativos facilit[a] su incorporación‖ (Cerrutti y Maguid, 2006). A pesar de dichas condiciones, la ventaja económica durante los 90 representó un importante atractivo para muchos migrantes de la región2, sobre todo desde los países más propensos a la emigración debido a factores internos (Cerrutti, 2009b; Kneeteman, 2009). La inherente insustentabilidad del modelo político y económico neoliberal de los años 90 se pondría en evidencia cuando el mismo culminara en la forma de una de las crisis económicas más graves y paradigmáticas de la historia argentina reciente, la cual en el año 2000 ya se manifestaba de manera aguda y que estalló en diciembre de 20013. En materia migratoria, la crisis del 2001 y la devaluación de la moneda argentina como resultado, verían su impacto en una baja en los flujos migratorios regionales (Kneeteman, 2009). Frente a esta situación, la población inmigrante se vio ante la necesidad de ajustar sus estrategias de vida, incluyendo el ajuste de presupuestos familiares, entre otros (Ibid). Sin 1 Halpern (2005) explica cómo se vinculan el modelo de la desindustrialización y las políticas neoliberales de los años 90, las cuales comenzaron a ser instaladas en el país durante la última dictadura militar (1976-1983), con la situación social y laboral que enfrentaron los inmigrantes limítrofes en Argentina en dicha década. Como consecuencia de dicho modelo político y económico, el plano laboral y económico del país durante los 90 se caracterizó por la flexibilización laboral, rebajas salariales, altas tasas de desempleo, pauperización y ―expulsados‖ sociales, que resultaron en una competencia de los trabajadores argentinos locales por trabajos inestables, de baja calificación, históricamente no deseados por ellos y ocupados por migrantes internos o inmigrantes regionales (Halpern, 2005; Kneeteman, 2009). Según Halpern, esta situación afecta a los inmigrantes regionales de manera particular, evidenciándose en esta etapa una ―ofensiva del mismo Estado contra [ellos...] acusados de ser la causa de esa desocupación, empobrecimiento y expulsión‖, y también desde la clase obrera local, cuyas organizaciones disputaban contra los inmigrantes por esos puestos de trabajo (Halpern, 2005: 72). Este último proceso llevaría a lo que Halpern llama la división étnico-nacional del trabajo, división que caracteriza a un proceso más amplio de la etnicización de las relaciones sociales de producción (Ibid). 2 La ventaja económica para los inmigrantes regionales durante los años 90 fue a causa de la sobrevaluación del peso argentino bajo la ―ley de convertibilidad‖ en donde el gobierno fijó el peso argentino al dólar estadounidense, a un valor artificialmente inflado, creando una paridad cambiara que llevaría la denominación ―el uno a uno‖. Dicha ventaja implicaría en esos años ―[e]l aumento significativo en el poder de adquisición de las remesas y los ahorros‖, lo cual explicó el continuo crecimiento de la migración regional pese a altas tasas de desempleo en Argentina (Cerrutti, 2009b: 9). 3 Kneeteman (2009) ofrece una revisión más detallada de las consecuencias de la crisis de 2001 sobre la población boliviana y paraguaya en Argentina, en donde brinda una mayor contextualización de este ya histórico proceso del pasado reciente argentino. 14 embargo, cambios en las políticas macroeconómicas en Argentina y con la región, que se crearon como respuesta a la crisis, hicieron que ―la economía empez[ara] a crecer rápidamente y como consecuencia la demanda de mano de obra inmigrante (en sectores como la construcción, la manufacturera, el comercio y los servicios domésticos) se expandió de manera significativa‖4 (Cerrutti, 2009b: 9). Es así que, a pesar de las recesiones económicas de Argentina, el país siguió siendo un lugar atractivo para inmigrantes regionales incluidos los inmigrantes bolivianos, quienes numéricamente siguieron creciendo para que la Argentina, a comienzos del siglo XXI, ―concentra[ra] a aproximadamente un millón de migrantes regionales quienes representan el 43.2% del número total de inmigrantes regionales en América del Sur‖5 (Cerrutti, 2009b:12). En la composición de este importante contingente migratorio, los flujos provenientes de Bolivia y Paraguay asumirían el mayor protagonismo (Ibid). Esto se evidencia en que el 82,3% de los emigrantes bolivianos que se quedan en la región tiene como destino la Argentina y que los bolivianos representan el tercer grupo más dinámico en la inmigración regional hacia Argentina en la actualidad, luego de los inmigrantes paraguayos y peruanos (Cerrutti y Bruno, 2006). I.ii. La inserción laboral de inmigrantes bolivianos en la cadena de producción y comercialización frutihortícola en Argentina I.ii.a. La producción frutihortícola en Argentina y en el cinturón verde de Buenos Aires Históricamente las actividades agrícolas en Argentina constituyeron un mercado de trabajo que atrajo y absorbió gran parte de la población migrante de origen boliviano en el país (Benencia, 1997; Benencia, 2009; Pizarro, 2009b). Durante la primera mitad del siglo XX ―la mayor parte de ellos se trasladaba temporaria o permanentemente a las provincias limítrofes del noroeste argentino, principalmente debido a la necesidad de mano de obra‖ en estas actividades en la región (Pizarro, 2009b: 37), especialmente 4 5 Texto original en inglés. Traducción propia. Texto original en inglés. Traducción propia. 15 el tabaco en las provincias de Salta y Jujuy, la caña de azúcar en Tucumán y la horticultura en Mendoza y provincia Buenos Aires (Benencia, 1997). Al mismo tiempo, las actividades hortícolas de la época en la Pampa Húmeda, que incluye las áreas metropolitanas de Buenos Aires y Córdoba, eran realizadas por inmigrantes de origen europeo. Históricamente, la monopolización del mercado de trabajo hortícola de Argentina en manos de trabajadores inmigrantes, ya sean europeos o limítrofes, generó su estructuración en nichos o enclaves étnicos que ―dominan los eslabones más importantes de esta cadena agroalimentaria‖ (Benencia, 2009: 1). Benencia señala que fueron los inmigrantes europeos quienes desarrollaron actividades como horticultores desde inicios del siglo XX , sentando las bases para la producción de frutas y verduras en fresco (Ibid), pero a partir de fines del siglo XX y principios del XXI, ―han sido los inmigrantes bolivianos los encargados de continuar la tradición iniciada por aquéllos, y son quienes en la actualidad están comenzando a ejercer su predominio en la producción y también en la comercialización de dichos productos‖ (Ibid). Si bien los inmigrantes bolivianos participaban de la migración temporaria o golondrina brindando mano de obra en actividades agrícolas en provincias del interior de Argentina desde hacía más tiempo, su incorporación a la horticultura específicamente en Buenos Aires comienza a evidenciarse a partir de los años 70 y con mayor presencia en los años 80, momento a partir del cual ésta se generaliza (Benencia, 2009; Pizarro, 2009b). Este proceso ha sido denominado por Benencia como la bolivianización de la horticultura (Benencia, 2005). En las últimas décadas, desde mediados de los años 70 hasta fines de los 90, la producción hortícola en Argentina, especialmente en las provincias de Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe, Mendoza, Río Negro, Chubut, Neuquén, Salta, Jujuy, Tucumán y Corrientes, sufrió un proceso de transformación o reestructuración caracterizado por la expansión de la producción en fresco para el consumo interno, la incorporación de nuevas tecnologías, nuevos hábitos de consumo, diferenciación de productos, nuevas formas de distribución y comercialización y nuevas formas de organización del trabajo favorecidas por la flexibilización de las relaciones 16 laborales (Benencia, 2003; Pizarro 2009a). Según Pizarro, ―todos estos factores incidieron en el surgimiento de una demanda sostenida de mano de obra en el sector‖, lo cual ―conllevó a la contratación de trabajadores bolivianos y a una tendencia al reemplazo creciente de aquellos provenientes de provincias argentinas por los anteriores, sobre todo a través de la inserción de mediería‖ (Pizarro, 2009a: 4). De la mano de dichas transformaciones, emerge el proceso de ―movilidad social vertical de familias bolivianas, generalmente de origen campesino, cuyos jefes se inician como peones agrícolas y culminan accediendo a la categoría de patrones quinteros en la horticultura del cinturón verde de Buenos Aires‖ (Benencia, 2003: 98). Este proceso Benencia lo denominaría la ―escalera boliviana‖ de movilidad social vertical en la horticultura bonaerense, concepto inspirado en el de agricultural ladder acuñado por Lynn Smith en su estudio sobre agricultores familiares en el medio oeste de los Estados Unidos a principios del siglo XX (Benencia, 1997). Según la propuesta de Benencia, este proceso está compuesto por cuatro peldaños, cada uno representando un paso más arriba en la estructura de la organización del trabajo en el contexto de la producción frutihortícola del cinturón verde de Buenos Aires: peón agrícola, medianero –o mediero- hortícola, quintero arrendatario, y quintero propietario. Este proceso de movilidad ascendente en la escalera boliviana, se da a través de la capitalización de familias de origen campesino, que, según Benencia, es factible debido a algunas de las características de la economía campesina, entre ellas: ―la utilización de fuerza de trabajo doméstica, [la] producción de valores de uso, y [una] forma particular de combinar recursos apelando a la reproducción de formas culturales tradicionales y a la creación de otras en contacto con la nueva realidad‖ (Op. cit.: 87). En este sentido se puede afirmar que las estrategias a las cuales apela la población inmigrante de origen boliviano para consolidarse en este mercado de trabajo incluyen el uso de recursos no sólo tradicionales, como lo son la tierra, el trabajo y el capital, sino también de recursos ―menos tangibles‖ como el ritmo, la información, el knowhow, las redes sociales y la identidad (Op. cit.: 70). 17 Todos estos recursos, los tangibles y los no tangibles, son los que permitirán y se observarán en los procesos de incorporación y consolidación de los inmigrantes bolivianos en otros eslabones de la cadena frutihortícola en Argentina, como la comercialización de frutas y verduras, tanto mayorista, en mercados concentradores, como minorista, en verdulerías y puestos callejeros. Entre los recursos no tangibles, el de las redes sociales se destaca como factor principal que posibilitó la movilidad ascendente de trabajadores bolivianos dentro del sector. Pizarro (2010) explica cómo funciona la activación de redes sociales para reclutar nueva mano de obra, permitiendo así la movilidad de los que más trayectoria y capital han acumulado en las quintas. Según la autora, ―[l]a movilidad dentro del sector fue posible para algunos bolivianos que, habiéndose iniciado como peones o como medianeros, lograron convertirse en productores e, incluso, en comercializadores y/o consignatarios quienes a su vez contratan a inmigrantes bolivianos más recientes como mano de obra para realizar los trabajos más sacrificados y peor pagos del sector‖ (Pizarro, 2010: 23). Así, las redes sociales constituyen uno de los recursos que tienen a su disposición los trabajadores bolivianos y al mismo tiempo una institución que estructura el mercado de trabajo de la producción frutihortícola, ya que ―pertenecen al grupo étnico-nacional que es (auto) marcado como idóneo para ese tipo de tareas sacrificadas y disponen de lazos fuertes en el marco de las redes sociales migratorias que los vinculan con este nicho laboral‖ (Op. cit.: 25). I.ii.b. La comercialización frutihortícola mayorista y minorista en los cinturones verdes de Buenos Aires y Córdoba Además del predominio que consolida la población inmigrante de origen boliviano sobre la producción frutihortícola en casi todos los cinturones verdes de la Argentina en los años 90, a partir de principios del siglo XXI miembros de esta población también comenzaron a ocupar otros eslabones clave de esta cadena en el país, particularmente el eslabón comercial (Benencia, 2009). Antes de ver cómo fue este proceso, nos resulta útil delinear cuáles son las tres etapas del sistema tradicional de 18 comercialización de hortalizas en la región metropolitana de Buenos Aires (García, Le Gall y Mierez, 2008, en Benencia, 2009). La primera etapa es la convergente, en la cual la producción de las quintas se centraliza en los mercados concentradores. Se refiere a la segunda etapa como el punto de concentración e inflexión, que es cuando se fija el precio de la producción y se genera un ingreso y tiene lugar en los mercados concentradores, ya sea el Mercado Central, los mercados satélites o los ―nuevos mercados‖ organizados por la colectividad boliviana. La tercera etapa es la divergente, que es cuando los productos hortícolas son disgregados por agentes minoristas que lo ofrecen al consumidor final (Benencia, 2009). La población inmigrante boliviana avanzó durante los últimos 15 años en las primeras dos etapas, las cuales se vinculan con la comercialización mayorista frutihortícola en mercados concentradores de la zona peri-urbana de distintas áreas metropolitanas en Argentina, particularmente en la de Buenos Aires. Un factor estructural que posibilitó el avance de las familias bolivianas sobre el eslabón comercial de la cadena frutihortícola fue la expansión de los mercados concentradores ya que ―[e]n la década de 1990, en el marco de las políticas económicas neoliberales del gobierno de Menem, la desregulación favoreció la aparición de una serie de mercados mayoristas en el área hortícola bonaerense (Durand, 1997), paralelamente al ya existente Mercado Central ubicado en el periurbano de la Ciudad de Buenos Aires‖ (Pizarro, 2007: 6).6 La administración de muchos de estos ―nuevos mercados‖ estaría a cargo de organizaciones de inmigrantes bolivianos (Pizarro, 2009b). Siendo un fenómeno aún relativamente nuevo, su avance sobre el eslabón comercial de esta cadena sería denominado por Benencia y Quaranta como una nueva escalera boliviana (Benencia y Quaranta, 2006b), a través del cual no sólo se crean mercados mayoristas administrados por la colectividad boliviana, sino que algunos quinteros adquieren sus propios puestos en los Mercados frutihortícolas de los 6 Para mayor contextualización histórica de las transformaciones que se generaron en los mercados frutihortícolas, especialmente en el cinturón verde bonaerense a partir de 1980, y que resultaron en la creación de aproximadamente ocho ―mercados bolivianos‖ en el AMBA, ver Benencia (2009). 19 cinturones verdes del país y otros empiezan a trabajar además como transportistas. Demostrando cómo se vinculan las actividades en la producción que ya venían siendo desarrolladas por la población boliviana en Argentina, Pizarro encontró en un estudio en el cinturón verde de la ciudad de Córdoba que son a menudo los mismos quinteros bolivianos los que tienen puestos en el Mercado Municipal, lugar donde venden su producción, y que ―algunos se han dedicado a la comercialización, al transporte y a la distribución de productos hortícolas no perecederos desempeñándose como consignatarios, fleteros (…), y también como transportistas‖ (Pizarro, 2009a: 6). Como plantea Pizarro, este avance de algunos inmigrantes bolivianos sobre el eslabón comercial de la cadena frutihortícola, una vez que llegaron a ser quinteros, puede relacionarse con su ―tendencia al cuentapropismo‖, la cual también se ha identificado entre inmigrantes bolivianos que trabajan en los rubros de la confección textil o en la construcción quienes ponen sus propios talleres textiles o se convierten en ―contratistas‖ respectivamente (Pizarro, 2009b). Esta tendencia se ve posibilitada por varios factores, entre ellos ―la posibilidad de aprender el oficio trabajando para patrones (paisanos o no) y la disponibilidad de redes sociales que les permitieran conseguir mano de obra para su emprendimiento‖ (Op. cit.: 39). Así, la consolidación de varios eslabones de la cadena frutihortícola en manos de inmigrantes bolivianos está facilitada, en parte, por la mano de obra abastecida por parientes y paisanos con quienes se articulan a través del uso de sus redes sociales, que son interpretadas como redes étnicas (Ávila Molero, 2001, en Pizarro, 2009b). Este uso de las redes para el reclutamiento de nueva mano de obra, que permite a los de mayor trayectoria instalarse como cuentapropistas en este mercado de trabajo, se observa en el hecho de que muchos de los recién llegados a las zonas periurbanas argentinas ―trabaja[n] como peones o ‗medianeros‘ en las quintas o, también, en los mercados frutihortícolas ya sea atendiendo los puestos de sus parientes o como ‗changarines‘‖ (Pizarro, 2009b: 39). Con respecto al avance de los inmigrantes bolivianos sobre el eslabón de la comercialización frutihortícola mayorista, es iluminador el 20 caso del Mercado Frutihortícola de la Colectividad Boliviana de Escobar en el cinturón verde de Buenos Aires. En este mercado, administrado por una organización de inmigrantes bolivianos desde 1991, existen vínculos entre las actividades de la producción y la comercialización. En el mercado trabajan dos tipos de puesteros –u ‗operadores‘: ―consignatarios‖ quienes ―se dedican exclusivamente al transporte y a la comercialización‖, versus ―los productores que venden su producción en el mercado‖ (Pizarro, 2007: 7). Los puestos están atendidos por los mismos operadores o por ―algún familiar o conocido al que se le ‗pide ayuda‘ y se le paga por día (…) según la necesidad, pudiendo en algunos casos recibir un pago mensual que no excede los 400$, hecho que fue considerado (…) como una de las maneras en que ‗los paisanos explotan a los paisanos‘‖ (Ibid). Es relevante observar que los operadores del Mercado de Escobar son inmigrantes bolivianos que ―residen en Argentina desde hace más de diez años y han logrado ascender en la escalera boliviana atravesando los distintos escalones de la producción hortiflorícola: peones, medieros, arrendatarios/propietarios‖ y que algunos dejaron la producción para dedicarse exclusivamente a la comercialización y al transporte (Op. cit.: 8). Pizarro explica que, además, los operadores ―cuentan con una trayectoria que los distingue social, política y simbólicamente‖, hecho que les permite ―hace[r] participar a sus paisanos no sólo en sus emprendimientos comerciales –ya sea como trabajadores de la quinta o del Mercado- sino también en las redes sociales locales, regionales y transnacionales‖ (Ibid). De esta manera, ―se establecen vínculos de padrinazgo o de parentesco que implican relaciones de reciprocidad asimétrica (Sahlins 1983) fundadas en lealtades primordiales‖ (Ibid). Debido a estas características de la organización de la fuerza de trabajo y de la regulación de las relaciones laborales, Pizarro considera que es posible caracterizar a este Mercado como un enclave étnico ―que permitiría a algunos paisanos adaptarse exitosamente en la economía local mediante relaciones de parentesco y paisanaje que obliteran la posible emergencia de asociaciones gremiales, aún cuando esto sea logrado a través de la explotación de los propios paisanos‖, y lo cual facilita el control que 21 los empleadores tienen sobre sus empleados (Op. cit.: 23). Los mercados frutihortícolas también han sido interpretados en términos de negocios étnicos (Benencia, 2007, en Pizarro 2009b). Poco después del surgimiento de este Mercado Frutihortícola de la Colectividad Boliviana de Escobar, surgieron varios otros en el cinturón verde de Buenos Aires, cuyos ―fundadores‖ estuvieron vinculados con el crecimiento del de Escobar (Pizarro, 2009b). Así se pudo observar cómo ―algunos inmigrantes bolivianos que residían en los otros partidos consideraron viable y oportuno desarrollar emprendimientos económicos similares‖, lo cual fue posible debido a que ―conocían la tarea ya fuera porque habían participado en la [Colectividad Boliviana de Escobar] o porque estaban informados sobre el tema a través de sus redes sociales‖ (Pizarro, 2009b: 44). Por este motivo nos señala Benencia que la conformación de las organizaciones productivas de inmigrantes bolivianos ―se basa en la construcción de oportunidades sobre la base de redes de relación que se ponen en movimiento a partir de un tipo de información que circula entre los actores a través de diversas formas de vinculación (sea hacia familiares, amigos o vecinos del lugar de donde partieron)‖ (Benencia, 2009). De esta manera se ha podido identificar el papel fundamental que juegan las redes sociales migrantes en la conformación de los mercados de trabajo que concentran a los inmigrantes bolivianos en Argentina, permitiendo apreciar la existencia de enclaves étnicos (Ibid). Del sistema tradicional de comercialización de hortalizas en la región metropolitana de Buenos Aires, la tercera etapa, o la etapa divergente, está constituida por la comercialización minorista. Aquí el producto llega al consumidor final a través de agentes minoristas mediante las verdulerías así como bares, restaurantes y comedores (Benencia, 2009). Si bien se ha estudiado poco sobre la participación de inmigrantes bolivianos en esta etapa del eslabón comercial, puede ser considerada como una dimensión adicional de la nueva escalera boliviana. Como remarca Pizarro (2009b), son los mercados concentradores del periurbano del AMBA los que abastecen las hortalizas a la ciudad de Buenos Aires, ―[e]sto es así porque proveen a las verdulerías, muchas 22 de las cuales pertenecen o son alquiladas por co-nacionales‖ (Pizarro, 2009b: 44). Pizarro afirma lo significativo de este hecho ya que representa otro ―mecanismo de movilidad económica entre los inmigrantes bolivianos‖ (Ibid). La autora encontró que muchos trabajadores bolivianos en la venta ambulante o en las quintas o hasta en la construcción tienen la aspiración de ―tener una verdulería‖ (Ibid). También señala la importancia del hecho de que ―muchos conocen los pormenores de la comercialización de la fruta y verdura por haber trabajado o hacerlo en la actualidad en alguna actividad vinculada con la misma, o por tener algún amigo, familiar o conocido que lo haya hecho, cuentan con cierta información y conocimientos como para poder embarcarse en ese tipo de negocios‖ (Pizarro, 2009b: 44). Así, en el proceso de la inserción en el mercado de trabajo de las ‗verdulerías‘ aparecen las redes sociales como articuladoras entre las etapas de producción y comercialización y de los trabajadores bolivianos que se mueven en este circuito. I.iii. Antecedentes para el estudio de las migraciones bolivianas hacia Argentina desde una perspectiva de género Como se señaló arriba, uno de los cambios ocurridos en la configuración de los flujos migratorios regionales hacia Argentina a partir de los años 80 fue en su composición por género (Cerrutti, 2009b). Se comenzó a observar una creciente participación de mujeres en las poblaciones migrantes con destino a Argentina y una mayor intensificación de la feminización de las migraciones en los grupos más recientes y más dinámicos, que son las que provienen de Perú especialmente pero también de Paraguay y Bolivia (Ibid). De hecho, ―para el año 2000, no existía ningún grupo migratorio en el cual la cantidad de hombres supera a la de mujeres de manera significativa‖ (Op. cit.: 17). Si bien en la literatura sobre las migraciones desde América Latina hacia países centrales como los Estados Unidos y países europeos se le ha dado cada vez más importancia a la participación y las experiencias de las mujeres en estos movimientos, desde una perspectiva de género (Hondagneu Sotelo, 1994; Hondagneu-Sotelo, 1999; Mahler y Pessar, 2001; Mahler y 23 Pessar, 2003; Pessar, 1999; Boyd y Grieco, 2003), hasta el día de hoy este tema ha recibido relativamente poca atención en las investigaciones sobre las migraciones regionales hacia Argentina (Cerrutti, 2009b), especialmente las provenientes desde Bolivia. Este hecho se debe en parte a la caracterización histórica de la migración boliviana como una migración predominantemente masculina autónoma, en la que se consideraba que cuando participaban las mujeres era en el marco de una migración asociativa y familiar, en donde las mujeres ―siguen‖ a los hombres jefes de familia. Jorge Balán examinó esta tendencia en más profundidad en su estudio pionero: ―La economía doméstica y las diferencias entre los sexos en las migraciones internacionales: un estudio sobre el caso de los bolivianos en la Argentina‖ (1990). En su análisis, el autor Balán adoptó el sexo ―como una variable decisiva por su influencia en la división del trabajo y en el proceso decisorio familiar en la sociedad de origen, así como en las distintas oportunidades que ofrece a hombres y mujeres el mercado de trabajo en la sociedad de destino‖ (Op. cit.: 270). Encontró que, en la localidad rural estudiada, las mujeres no tenían casi incentivo de migrar porque gozaban de relaciones de género relativamente igualitarias debido a su rol indispensable en el proceso productivo y su protagonismo y dominación de los mercados regionales. Su participación en los procesos tanto de producción como de comercialización les garantizaba a las mujeres una fuente de ingresos que era manejada por ellas mismas, un alto grado de movilidad espacial y autonomía, además de un estatus social elevado (Balán, 1990). Desde el estudio de Balán (1990) se publicaron pocos trabajos que priorizaran de esa manera la participación y las experiencias de las mujeres en tanto éstas se diferencian de las experiencias de los hombres en el proceso migratorio. Sin embargo, aquí pretendo brindar un breve panorama de la demás literatura existente en este respecto. En un estudio sobre la ―presencia y ausencia boliviana en la ciudad de Buenos Aires‖ durante los años 60 y 70, Mugarza nos señala algunos antecedentes de la participación de mujeres bolivianas en el comercio: ―[l]a mujer boliviana, en tanto busca mantener su independencia y apela a sus 24 habilidades comerciales con la que suplementa y en muchos casos reemplaza el ingreso masculino, a través de su activa participación en una amplia red de mercados de la ciudad de Buenos Aires y fuera de ella, algunas con locales fijos y otras como vendedoras ambulantes con circuitos semanales en diferentes ferias y lugares‖ (Mugarza, 1985: 102). Entre lo que vendían estaba la fruta y verdura. En el mismo estudio, la autora señala dimensiones étnicas así como de género con respecto a la concentración de mujeres bolivianas en el comercio minorista: ―[l]a preservación de una identidad étnica en situaciones hostiles puede deberse no sólo a la supervivencia de ciertas pautas de comportamiento de la comunidad de origen sino a la necesidad de refuerzo ante las dificultades cada vez mayores de la pobreza urbana‖, destacando el caso de las vendedoras ambulantes, para quienes ―dicha identidad permite un cierto monopolio de empleos y clientes o la implementación de determinadas estrategias domésticas‖ (Op. cit.: 106). Tal como señaló Mugarza, Benencia y Karasik (1994) encontraron que, entre 1960 y 1970, la mayor parte de las mujeres bolivianas en Buenos Aires trabajaba en los servicios personales, aunque la industria y el comercio iban adquiriendo un mayor peso. Como antecedente para el tema de esta tesis, es relevante notar que, si bien hasta aquí se detecta una presencia de las mujeres bolivianas en el sector del comercio, es a partir de la primera parte de los 70 cuando en las calles de Gran Buenos Aires y la Ciudad de Buenos Aires ―se comienza a ver más frecuentemente la imagen hoy característica de ‗la boliviana que vende ajo y limones‘ en las puertas de ferias y mercados‖ (Op. cit.: 273). A partir de los años 80, la selectividad por género en la inserción laboral sigue siendo alta, y las mujeres bolivianas solían trabajar de empleadas domésticas, vendedoras callejeras, artesanas o cosedoras (Dandler y Medeiros, 1991, en Benencia y Karasik, 1994). Como ya se vio, al aumentar los flujos migratorios provenientes de Bolivia durante los 80 se vio para los hombres una inserción en nuevos espacios del mercado de trabajo de Buenos Aires, como la horticultura de los cinturones verdes, y para las mujeres se expandió su inserción en actividades como la venta ambulante de verduras en áreas urbanas, ambas tareas ligadas a la 25 agricultura (Benencia y Karasik, 1994). Para el año 1994, los autores ya describían la actividad de de vendedoras ambulantes de verduras como algo ―muy característico‖ de las mujeres bolivianas. En relación a la participación de mujeres bolivianas en el eslabón de la producción en la cadena agroalimentaria en Argentina, Benencia (1997) destaca el importante rol de las mujeres en las familias que son quinteros arrendatarios, quienes, además de encargarse de las tareas reproductivas, ―trabajan a la par del marido‖ y ―tienen gran incidencia en las decisiones que se tome el esposo (en la compra de algún implemento, sobre la opinión de alguna persona que se relacionan con ellos, como vendedores u otros quinteros, etcétera)‖ (Benencia, 1997: 80). En un estudio posterior, sobre el avance de los inmigrantes bolivianos sobre el eslabón comercial de la cadena agroalimentaria en Buenos Aires, Benencia (2009) nuevamente atribuye especial importancia al rol de las mujeres, ahora en los mercados concentradores frutihortícolas. Sobre el último eslabón de la cadena frutihortícola –el comercio minorista- el trabajo de Karasik (1995), ―Trabajadoras bolivarianas en el conurbano bonaerense. Pequeño comercio y conflicto social‖, constituye uno de los pocos textos que se ocupa del mismo, además a partir de un análisis cualitativo con perspectiva de género. Otras autoras que fijaron antecedentes para la incorporación de la perspectiva de género en las migraciones bolivianas son Cerrutti, Maguid y Cacopardo, quienes aportan un análisis más cuantitativo que cualitativo con respecto a la participación femenina en los movimientos migratorios así como la inserción laboral en la Argentina (Cacopardo, 2004; Cacopardo y Maguid, 2003; Cerrutti y Maguid, 2007; Cerrutti 2009b). Cacopardo y Maguid (2003) abordan las diferencias de género en las modalidades de inserción de migrantes limítrofes en el mercado laboral del AMBA, iluminando algunas consecuencias empíricas de cómo opera el género en el mercado laboral, pero el hecho de que los datos no estén desagregados por país dificulta una diferenciación de los patrones por género en las migraciones bolivianas específicamente. Por otro lado, los trabajos de Cerrutti (2009a; 2009b) y de Cerrutti y Maguid (2007) brindan datos cuantitativos desagregados por género y origen nacional dentro de la 26 población migrante regional, permitiendo entender mejor la situación particular de mujeres bolivianas que residen en Argentina, al mismo tiempo que acompañan los datos cuantitativos por información cualitativa que los contextualiza. De esta manera, Cerrutti pudo afirmar que, con respecto a otras poblaciones inmigrantes regionales en Argentina, es entre las de origen boliviano que se evidencia una proporción más baja de mujeres, a pesar de haya habido un ―crecimiento considerable‖ en su participación desde fines de los 90 (Cerrutti, 2009b). La autora postula que esta diferencia, especialmente con respecto a las migraciones paraguayas y peruanas, se debe a que ―la migración de Bolivia pareciera gobernarse por otras normas sociales y culturales‖, como ―la centralidad de la familia en la decisión de mudarse‖ (Op. cit.: 28). En esta afirmación Cerrutti confirma lo que sostendrá Magliano (2007) en su estudio sobre cambios y continuidades en las relaciones de género entre inmigrantes bolivianos de que las decisiones de las mujeres tradicionalmente se daban como parte de una estrategia familiar y que, si bien esto está cambiando en los últimos años con un aumento en la migración independiente de las mujeres bolivianas7, el patrón de la migración familiar sigue siendo predominante entre los bolivianos en Argentina. El estudio de Magliano (2007) representa un importante antecedente para la incorporación de una perspectiva de género en el estudio de las migraciones bolivianas hacia Argentina porque introduce autoras del campo de migraciones y género a nivel internacional, como Hondagneu-Sotelo, Boyd y Grieco, Sassen y Suárez Navas, al diálogo sobre las migraciones bolivianas, retomando trabajos pioneros como el Balán, y el de Dandler y Medeiros (1991) que afirman que ―la mayor parte de las mujeres bolivianas desarrollan actividades que generan ingresos para el mantenimiento cotidiano de sus familias desde edades muy tempranas, especialmente en actividades domésticas y agrícolas tanto en las zonas rurales como urbanas‖ (Magliano, 2007). La autora señala que ―[l]a importancia de la participación de la mujer boliviana en actividades tanto laborales como familiares se 7 Cerrutti (2009b) explica cambios en la participación de mujeres en la esfera pública que ocurrieron a nivel regional durante las últimas décadas y redundaron en una mayor aceptación social de la migración independiente de las mujeres. 27 traslada a la comunidad de destino‖ (Ibid). Durante este proceso, si bien pueden generarse cambios en las relaciones de género, éstos pueden variar ―desde el empoderamiento hasta la pérdida de status‖ (Ibid), por lo cual es preciso evitar la ―concepción etnocéntrica que considera que las sociedades de acogida ofrecen a las mujeres de los países pobres grandes oportunidades para su liberación personal y su empoderamiento (Ramírez et. al., 2005)‖ (Ibid). Por último, es de relevancia notar un trabajo de Bastia (2007) que considera la influencia de la condición de género y étnico-nacional de los inmigrantes bolivianos en Argentina, y de las redes sociales en las cuales se articulan para insertarse laboralmente, sobre la conformación del sector de la confección textil como un nicho étnico en el mercado laboral argentino. Argumentará la autora que son ambas, las redes sociales y la segregación por género del mercado de trabajo en Argentina, factores responsables por el hecho que este nicho en particular sea una fuente de empleo más importante para migrantes mujeres que hombres (Bastia, 2007: 656). Los antecedentes sentados por estos autores que incorporaron una perspectiva de género al estudio de las migraciones bolivianas a Argentina, nos servirán en el presente trabajo para analizar desde una perspectiva de género tanto las trayectorias laborales y migratorias de los sujetos migrantes así como las relaciones sociales que caracterizan a sus redes sociales y las relaciones sociales que se entablan en los lugares de trabajo. II. Marco teórico El problema planteado en esta tesis se centra, al nivel estructural, en la cuestión de los mercados de trabajo y su segmentación en términos de etnicidad-nacionalidad y género. Del análisis de dicha estructura se desprenden los dos procesos que involucran a instituciones y sujetos. Estos procesos son, por un lado, la conformación del mercado laboral de las verdulerías influidos por las trayectorias laborales y migratorias, las redes sociales y la construcción de una imagen de las mujeres bolivianas como trabajadoras y comerciantes, y, por otro lado, el desarrollo de las relaciones 28 en los lugares de trabajo de las verdulerías, donde se ponen en juego un sentimiento de deuda moral, de obligaciones recíprocas, así como expresiones mixtas de obediencia y resistencia. De modo de disponer de las herramientas teóricas para analizar estas problemáticas que se deprenden del tema de estudio, miraremos primero las categorías del mercado de trabajo, especialmente la conformación de mercados de trabajo ―segmentados‖ o ―etiquetados‖. Luego, para establecer cómo operan la etnicidad-nacionalidad y el género en este proceso, se definirá además qué entendemos por cada una de estas categorías en el contexto migratorio. En oposición a la concepción neoclásica del mercado de trabajo en donde ―migrantes y nativos compiten por los mismos puestos de trabajo en un mercado homogéneo, y el efecto de la migración es básicamente negativo, aumentando la desocupación y facilitando la caída de salarios‖ (Cerrutti y Parado, 2001), la perspectiva de los mercados de trabajo segmentados entiende que el mercado de trabajo es heterogéneo y desigual. Este enfoque plantea que existen dos sectores, uno primario y otro secundario, conformando a veces este último los enclaves de economía étnicos que, como veremos, tienen sus propias características. Mientras el sector primario engloba las actividades mejor calificadas y con salarios más altos y mayor estabilidad laboral, el secundario tiene las características opuestas, como la alta inestabilidad laboral, salarios más bajos, y condiciones laborales precarias y peligrosas (Gordon, 1995; Piore, 1979, en Benencia, 2008). Desde esta perspectiva, al ser actividades ―no deseadas‖ y de baja calificación las del mercado de trabajo secundario, se produce una escasez de mano de obra local en el mismo frente a la cual los empleadores recurren a mano de obra inmigrante para ocupar los puestos (Ibid). Otra postura es la de Herrera Lima (2005), que define a este tipo de mercados de trabajo segmentados como mercados de trabajo ―etiquetados‖, o ―nichos‖. Según este autor, los mismos se ubican por fuera de los sectores primario y secundario, ya que se caracterizan por otro tipo de restricciones, ya sean de tipo étnico-nacional, de género u otras categorías, así como por una movilidad restringida de los trabajadores. Se refiere a ―[n]ichos de 29 trabajo etiquetados como nichos de inmigrantes recientes‖, en donde ―los patrones tienden a ser personas pertenecientes a inmigraciones anteriores, que han podido abandonar los trabajos más descalificados y peor pagados (…) para ubicarse como propietarios de negocios pequeños y medianos‖ y ―quienes trabajan en forma mayoritaria en esos establecimientos, se identifican por su condición de migrantes recientes y, en general, indocumentados y pertenecientes a muy diversos orígenes‖ (Op. cit.: 181). Son ―nichos de mercado en actividades económicas que de hecho no podrían existir o renovarse a lo largo del tiempo si no fuera por la presencia renovada de sucesivas olas de inmigrantes‖ (Herrera Lima, 2005: 171). En el marco de estos mercados laborales segmentados o etiquetados por etnicidad-nacionalidad, algunos autores analizaron ciertos emprendimientos o negocios étnicos que concentran mano de obra boliviana en Argentina (Benencia 2007, en Pizarro, 2009b; Benencia, 2008; Pizarro, 2007). En referencia a la participación de inmigrantes bolivianos en la horticultura bonaerense, Benencia (2008) señala que, ―analizado desde la perspectiva de la solidaridad étnica y de los mercados de trabajo segmentados, permite explicar el hecho de que pueden acceder a ocupaciones que estén por fuera del mercado de trabajo secundario, por estar insertos en un enclave étnico‖ (Benencia, 2008: 23-24). De esta manera, el enclave étnico se define como ―un grupo de inmigrantes que se concentra en un espacio distintivo y organiza una serie de empresas que sirven para su propia comunidad étnica y/o para la población en general‖ (Wilson y Portes, 1980, en Benencia 2008: 24). La hipótesis que sustenta esta definición de los enclaves étnicos entiende que ―dicha economía representa una oportunidad alternativa que permite a los migrantes mejorar su situación y producir retornos de capital humano similares a los que obtienen los trabajadores que se encuentran en un mercado de trabajo primario‖, proporcionando así a los inmigrantes ―un nicho protegido de oportunidades para hacer una carrera con movilidad y lograr su ‗autoempleo‘, que no sería posible en el mercado de trabajo secundario, lo cual supone que el enclave étnico moviliza una solidaridad 30 étnica que crea las oportunidades para los trabajadores inmigrantes (Portes y Bach, 1985)‖ (Benencia 2008: 24). Si bien los enclaves étnicos pueden producir beneficios para los inmigrantes en tanto facilitan la inserción laboral en un primer momento, al mismo tiempo constituyen nichos del mercado de trabajo segmentado que se estructuran principalmente por esquemas de segregación y por redes sociales ―que habilitan, naturalizan y legitiman ciertas relaciones laborales opresivas y condiciones de trabajo precarias‖ (Pizarro, 2010: 1). Este tipo de segmentación de la fuerza de trabajo ―ordena jerárquicamente a los grupos y categorías de trabajadores y […] re-crea continuamente en el nivel simbólico diversas distinciones culturales (étnico-nacionales, raciales, de género, entre otras)‖, condición necesaria del sistema de acumulación capitalista (Ortiz, 2002; Pizarro, 2010). En este sentido, la segmentación del mercado ―constituye una forma de regulación sociocultural –vía la construcción social de las identidades laborales– que legitima cierto tipo de contrataciones y condiciones laborales sumamente desfavorables para los trabajadores segregados y discriminados‖ (Pizarro, 2010: 2-3). Para abordar cómo opera la categoría de la etnicidad-nacionalidad en el contexto migratorio, inclusive en la conformación de los mercados de trabajo ―etiquetados‖, es preciso que primero la definamos. Para entender este concepto es necesario establecer que existen dos tipos de etnicidad. Uno se refiere a la etnicidad indígena, considerada como tal por ser una forma de marcación de la pertenencia a pueblos originarios, que antecedieron a la creación del estado-nación moderno. El otro se refiere a la etnicidadnacionalidad, en donde la etnicidad remite a la condición de ―extranjero‖ o minoría no nacional. Un mecanismo a través del cual se delimitan grupos definidos como ―étnicos‖, entre ellos los que se consideran como tal por su pertenencia nacional minoritaria, se denomina la etnicización (Briones, 1998; Briones, 2005). Este proceso consiste en la marcación hegemónica de otros diferentes por parte de un sector imaginado como no étnico y, en el caso de la marcación de ―otros‖ inmigrantes, como nativo o nacional (Pizarro, 2011). 31 Fenton y May explican esta asociación entre lo ―étnico‖ y la condición inmigrante no nacional: ―la asociación del grupo étnico con el estatus minoritario no es necesariamente nueva, es decir, no está anclada en el significado original del término, que se derivaba del término griego de ‗pueblo‘ o ‗tribu‘. Pero que los usos más tempranos registrados de este término en el idioma inglés, llegó rápidamente a cobrar el significado de extranjero, ajeno y nocristiano en tanto se aplicaba en una cultura cristiana. (…) Esta asociación etimológica fue un precursor de la construcción peyorativa de grupos étnicos que aún hoy en día observamos con frecuencia en relación a los estados nación modernos en donde la identificación de la etnicidad, como una característica sobresaliente de la identidad, suele seguir siendo relacionado con ambos, el estatus ‗minoritario‘ y ‗forastero‘ (Chapman, et al., 1989)‖ (Fenton y May, 2002: 9).8 Siguiendo esta idea, Fenton y May postulan que ―si las naciones son personas que se ven a sí mismo como ya ‗en su lugar‘, las minorías étnicas son personas que pueden ser vistas, a regañadientes, como estando in situ, pero quienes siguen, según las definiciones exclusivistas de la nación utilizadas con tanta frecuencia, invariablemente ‗fuera de lugar‘‖ (Op. cit.: 14)9. Es así que se llegó a asociar el inmigrante ―extranjero‖ u ―otro‖ nacional con un ―otro‖ étnico, por su estatus minoritario en el marco de los estados-nación en donde se convierte en ―étnico‖ todo lo que no entra en la matriz de identidad nacional hegemónica. Si bien apelaremos principalmente a la segunda acepción de lo ―étnico‖ en esta tesis, esa que refiere a la etnicidad-nacionalidad, debido a su relevancia en el contexto migratorio, notemos que en Argentina la mayoría de los inmigrantes bolivianos han sido doblemente etnicizados: por su etnicidad indígena y por su etnicidad-nacionalidad (Pizarro, 2011). La categoría de la etnicidad-nacionalidad, al mismo tiempo que constituye un ―sistema clasificatorio reproducido socialmente y […] un conjunto de lazos sociales [que] ocurre dentro de contextos más amplios, de los cuales los más importantes son políticos y económicos‖ (Barot et. al., 1999: 8)10, no se limita a esto. En cambio, se trata, en el fondo, de una ―dimensión de las relaciones sociales, relaciones que se estructuran simultáneamente alrededor de otros principios más allá de la etnicidad‖ (Op. 8 Texto original en inglés. Traducción propia. Texto original en inglés. Traducción propia. 10 Texto original en inglés. Traducción propia. 9 32 cit.: 6)11. Esta definición nos permitirá aplicar la categoría de la etnicidadnacionalidad junto con otras categorías, ya sean la etnicidad indígena, el género, la edad, entre otras. Del mismo modo, para entender cómo el género opera en tanto una dimensión de las relaciones sociales que se estructuran por múltiples principios, apelaremos al enfoque teórico de la interseccionalidad (Anthias, 2006; Barot et. al., 1999; Berger y Guidroz, 2009; Hondageu-Sotelo, 1999; Yuvral-Davis, 2009). Dicho enfoque fue introducido originalmente por Kimberlé Crenshaw en 1989 en relación a la temática del empleo de las mujeres negras en Estados Unidos (Yuval-Davis, 2009), para demostrar cómo se intersectan la raza, la clase y el género en las posiciones y las vidas de los sujetos en el mundo social (Berger y Guidroz, 2009). Al ser ampliamente acogido en disciplinas de las humanidades y las ciencias sociales, ahora, además de la raza, la clase y el género, el enfoque de la interseccionalidad es utilizado para contemplar también la etnicidad, la nación, la edad y la sexualidad (Ibid). Este enfoque teórico trata de ―ubicar socialmente a los individuos en el contexto de la ‗vida real‘ (Weber, 2004)‖12 para ―examinar cómo los sistemas formales e informales de poder se despliegan, se mantienen y se refuerzan a través de los ejes de la raza, la clase y el género (Collins, 1998; Webber, 2006)‖13 (Berger y Guidroz, 2009: 1). Siendo el género y la etnicidad-nacionalidad los ejes principales cuya intersección se contemplará en relación a la condición migrante, consideramos oportuna la propuesta de Anthias (2006): ―La interseccionalidad (…) tiene que ver con la importancia de conectar entre sí las divisiones y las identidades de género, etnicidad y clase social, […pero] ellas no experimentan la subordinación como individuos de una manera separada. No puedo sumar el hecho de que estoy oprimida como mujer, de que estoy oprimida como migrante y que estoy oprimida como miembro de una clase social. Esto no funciona así. Lo importante es el modo en el que se entrecruzan las divisiones sociales, el modo en el que intersectan y que dan como resultado formas particulares de discriminación de género. […] Por supuesto, el hecho de que sean migrantes produce tipos particulares de estereotipos de género, por lo que no es fácil simplemente sumar las discriminaciones y desventajas. La 11 Texto original en inglés. Traducción propia. Texto original en inglés. Traducción propia. 13 Texto original en inglés. Traducción propia. 12 33 misma subordinación de género se transforma según diferentes contextos, en un contexto migrante, en un contexto de clase social‖ (Anthias, 2006: 67). Siguiendo esta propuesta, apelaremos a la mirada teórica de la interseccionalidad porque sostenemos que ―no podemos pensar el género sin pensar también en su sentido etnizado, racializado y de clase, y que no podemos pensar en la etnicidad y la migración sin pensar en el género y en la clase‖ (Ibid). Sustentado en este supuesto, consideramos al género no como una mera variable, sino como un concepto teórico central y un principio organizador central en las migraciones (Hondagneu-Sotelo, 1994; Hondagneu-Sotelo, 1999; Pessar, 1999). Ahora veamos cuáles aspectos del proceso migratorio, y cuáles ámbitos atravesados por este proceso, son los más importantes para contemplar cuando aplicamos este enfoque. Si bien las instituciones sociales de micro-nivel -como la esfera doméstica-, así como de meso-nivel -como la familia, las instituciones comunitarias y las redes sociales- son espacios importantes en donde el género y la etnicidadnacionalidad operan como principios organizadores de las relaciones sociales y los patrones migratorios (Hondagneu-Sotelo, 1994; Pedone, 2006), el género y la etnicidad-nacionalidad también inciden en el nivel macro-social y estructural, como por ejemplo los mercados de trabajo (Barot, Bardly y Fenton, 1999; Hondagneu-Sotelo, 1999; Mills, 2003). Esto queda demostrado en el hecho de que se evidencia en muchas sociedades la segregación por género de los mercados de trabajo, lo cual genera una demanda de fuerza de trabajo y patrones migratorios con una alta selectividad de género (Hondagneu-Sotelo, 1999; Mills 2003). Ahora bien, en base a la definición de los primeros conceptos, podemos adentrar en el primer proceso concerniente a este tema. Así, nos centraremos en las herramientas teóricas para analizar la conformación del mercado de trabajo de las verdulerías a través de las trayectorias laborales y migratorias y las redes sociales, así como la construcción social de una imagen de las mujeres bolivianas como buenas trabajadoras y buenas comerciantes, la cual favorece su inserción en este sector. Para esta tarea, los 34 conceptos ya considerados, de ―enclave étnico‖ y ―nicho‖ nos permiten indagar en la articulación entre el nivel estructural de los mercados de trabajo y un nivel intermedio, donde se articulan las redes sociales, las trayectorias migratorias y laborales y la imagen socialmente construida de los trabajadores, en la conformación del mercado laboral. El enclave étnico invoca la cuestión de las redes sociales en tanto su función en el reclutamiento de los trabajadores para satisfacer la necesidad de mano de obra que en ellos se genera. En este sentido, Benencia y Quaranta se refieren a ―la centralidad de las redes de relaciones sociales en la explicación de las migraciones laborales‖, y que dicha centralidad da cuenta de la relevancia de las redes sociales ―en el traslado, la instalación en el lugar de destino, [y] la obtención de empleo‖ (Benencia y Quaranta, 2006b: 414). Para explicar de qué manera las redes sociales conectan a los sujetos en el lugar de origen con el lugar de destino, de modo de fomentar el traslado y la inserción de los trabajadores inmigrantes en el mercado laboral en el lugar de destino, emplearemos un análisis antropológico del mercado laboral que contemple cómo la movilización de redes de parentesco y amistad brindan a los trabajadores la posibilidad de aprender información e oportunidades trabajos (Ortiz, 2002). Ortiz también remarca la efectividad de dichas redes en vincular los potenciales migrantes que buscan trabajo con las comunidades de parentesco y co-nacionales asentados en el lugar de destino, convirtiendo a la comunidad de destino en una satélite que abastece mano de obra (Ibid). Contar con la comunidad de origen como fuente de mano de obra a movilizar a través de las redes sociales, implica que las mismas ―importan relaciones preexistentes al lugar de trabajo‖ (Pizarro et al, 2009: 14). Al encontrarse fuera de su contexto nacional de origen, la etnicidadnacionalidad de los trabajadores integrantes de las redes se convierte en un eje puesto en juego en su organización a través de las redes sociales, a veces llamadas ―redes étnicas‖ (Ávila Molero, 2001), que constituyen una de las ―estrategias simbólicas y materiales a las que recurren muchos migrantes, e incluso sus hijos‖ (Ibid). 35 Sin embargo, Herrera Lima nos señala que, además de brindar estos importantes recursos, las redes sociales migrantes ―en determinados contextos, pueden tener efectos limitantes en el terreno laboral‖ (Herrera Lima et. al., 2007: 13), especialmente en términos ―del enclaustramiento de las personas en nichos de trabajo de baja calidad, debido a la inexistencia de vínculos (lazos débiles) que conecten a sus redes con otras que puedan tener acceso a otros nichos del mercado de trabajo que cuenten con mejores condiciones‖ (Herrera Lima, 2005: 188). Herrera Lima retoma así la hipótesis de Granovetter (1973) de lazos débiles y lazos fuertes en las redes sociales, en donde los lazos fuertes son entre personas que comparten vínculos de intimidad, parentesco o amistad, mientras los lazos débiles son entre personas conocidas o contactos indirectos pero que pueden tender puentes a otros circuitos de información o trabajo. En este sentido, se propone que las redes caracterizadas por lazos fuertes enclaustran a sus integrantes, restringiendo sus oportunidades y limitando su posibilidad de asenso laboral, mientras las redes caracterizadas por lazos débiles se caracterizan por una mayor movilidad laboral de sus integrantes (Granovetter, 1973; Granovetter, 1983; Hererra Lima et. al., 2007). Se determinan de diferentes maneras las limitaciones y oportunidades brindadas por una red social migrante de acuerdo a la configuración de poder dentro de la misma. Pedone plantea que las relaciones de poder se configuran ―a medida que se afianzan [las] cadenas y redes migratorias‖, otorgando ―cierta verticalidad e intervienen en la selectividad de los futuros migrantes (…) de modo que es imprescindible tener en cuenta los diferentes tipos de roles que los propios migrantes definen para que las redes presenten relaciones de verticalidad y horizontalidad‖ (Pedone, 2006: 102). La incorporación de la cuestión de la configuración de poder dentro de las redes nos es una importante herramienta en tanto permite plantear la dinámica de poder en las relaciones de género y generacionales al interior de la red (Hondagneu-Sotelo, 1994; Pedone, 2006). El hecho de que las redes movilicen relaciones preexistentes, o de la comunidad de origen, y que tienen ―un peso determinante en la 36 estructuración de las trayectorias laborales‖ (Herrera Lima, 2005: 185), nos invita a considerar cómo las trayectorias migratorias y laborales de los/as (potenciales) migrantes inciden en la construcción social de su imagen como trabajadores/as tanto en la sociedad de origen como en la de destino. Pedreño explica que las trayectorias laborales de los trabajadores inmigrantes comienzan en su lugar de origen y que ―tenerla en cuenta a la hora de estudiar el proyecto migratorio de estas personas es fundamental para entender sus expectativas y frustraciones, sus habitus y estrategias de inserción las apuestas en las que se empeñan y las decisiones que adoptan, sus satisfacciones y sus insatisfacciones, etcétera‖ (Pedreño, 2006: 226). Las trayectorias laborales de los trabajadores interactúan así con el contexto de trabajo, en tanto ―habilita[n] la puesta en acto específica de capacidades o cualidades diferenciales susceptibles de valoración -tanto positiva como negativa- por parte del conjunto de actores intervinientes según su situacionalidad en el sistema‖ (Pizarro et al, 2009: 18). Con respecto a las mujeres bolivianas que se desempeñan en el comercio minorista, para poder articular sus trayectorias laborales con la construcción social de su imagen como buenas comerciantes (Benencia, 2009; Karasik, 1995) y de las valoraciones asociadas a dicha imagen en el sector del comercio urbano informal, tomaremos como referencia a las propuestas de Seligmann (1998; 2001) y Sikkink (2001) con mujeres comerciantes en Perú y Bolivia respectivamente. Para Seligmann la figura de la ―chola‖ en Perú constituye una categoría social que denota una imagen de comerciante pero también de ―intermediaria‖ entre dos realidades: una urbana y otra rural, una indígena y otra mestiza, mientras su lugar de trabajo –el mercado- representa una intersección de estas dos realidades (Seligmann, 1998: 2). La valoración positiva de dichas habilidades de ―buena comerciante‖ y de ―intermediaria‖ resulta en que son las ―cholas‖ las que ―operan directamente en el lugar del mercado‖ (Op cit: 5). La construcción de esta imagen se basa en sus trayectorias laborales, en tanto ―la tradicional división del trabajo en el campo alienta y prepara a las mujeres para esta ocupación -manipulación, procesamiento, y oficio de servir comida; y control del flujo de efectivo (ver Andreas 1985, Mintz 37 1971: 248-249, Nash 1979, Silverblatt 1987, Wolf 1965); las mujeres pueden ser más exitosas que los hombres como vendedoras ya que la mayoría de compradores también son mujeres‖ (Op cit: 6). Al mismo tiempo, Sikkink (2001) reconoce el rol tradicional de las mujeres rurales en Bolivia como asociado a la gestión de recursos en el hogar y a las relaciones de intercambio, además de que son las mujeres las principales vendedoras en los mercados andinos rurales -regionales y urbanos- (Sikkink, 2001). De acuerdo a ambas autoras, sus trayectorias laborales junto con las dimensiones étnico-nacionales y, fuertemente, de género inciden en la construcción social de la imagen de las mujeres comerciantes (Seligmann, 1998; Sikkink, 2001). Por último, ambas autoras tambien señalan que dicha imagen como buena comerciante está construida desde afuera y desde adentro. Es decir, ―las mujeres vendedoras se consideran a sí mismas emprendedoras inteligentes que ayudan a aportar ingresos extras a sus hogares‖ y ―están bien conscientes de cómo los demás las perciben y tienen la capacidad de utilizar aquellas caracterizaciones de modo de mejorar sus ventas‖ (Sikkink, 2001: 212)14. Por esto motivo, ―las ideologías de género […] pueden ser una fuente de fuerza en tanto las mujeres vendedoras recurren a ellas para construir presentaciones de sí mismas que facilitan las ventas exitosas‖ (Seligman, 2001: 7)15. De este modo las estrategias de comercialización de las vendedoras van formando las caracterizaciones de su propia identidad y etnicidad así como las percepciones que tienen otros de ellas (Sikkink, 2001). Como resultado de este proceso, las vendedoras llegan a ser vistas como representantes de las mercancías que venden, y, al mismo tiempo, representadas por dichas mercancías. En fin, ―uno debe considerar ambos procesos, de auto-identificación y de cómo los clientes y la sociedad las caracteriza a las comerciantes en general‖ (Op. cit.: 218)16. Así como se construye una imagen de las mujeres bolivianas de ―buenas comerciantes‖, también se ha identificado una imagen de ―los bolivianos‖ como ―buenos trabajadores‖, construida ―desde adentro‖ –en la 14 Texto original en inglés. Traducción propia. Texto original en inglés. Traducción propia. 16 Texto original en inglés. Traducción propia. 15 38 autopercepción de los propios bolivianos- y ―desde afuera‖ –por la sociedad en el lugar de destino (Caggiano, 2005; Pizarro et. al., 2011). Ya sea una percepción ―desde adentro‖ o ―desde afuera‖, la valoración de la imagen del ―buen trabajador‖ suele ser positiva, ya que se considera como una ―virtud‖ ―intrínseca‖ de ―los bolivianos‖ el tener una supuesta ―aptitud natural‖ para soportar el trabajo duro en condiciones inclementes y precarias (Caggiano, 2005; Pizarro et. al., 2011). De esta manera se puede considerar que, en tanto construcción social que se reproduce históricamente, la imagen de las mujeres bolivianas como ―buenas comerciantes‖ y como ―buenas trabajadoras‖ constituyen narrativas o mitos que justifican los procesos de segmentación étnica y por género del mercado laboral como condición necesaria del sistema capitalista (Pizarro, 2007; Pizarro et al, 2011; Morberg, 1996). Dichas narrativas, en tanto su valoración positiva, pueden facilitar la inserción laboral de dichas mujeres y ser así una ―estrategia de inserción‖17 para ellas en un mercado de trabajo segmentado (Pizarro et al, 2011). Ahora bien, para el análisis del segundo proceso concerniente a nuestro tema, el desarrollo de las relaciones sociales en los lugares de trabajo, plantearemos como conceptos teóricos centrales los de deuda moral y obligaciones recíprocas que se generan en vínculos laborales de tipo paternalistas, así como las formas de obediencia y de resistencia de los trabajadores ante su posición subordinada en la relación de dominación. Para la consideración de este tema en relación a las verdulerías, adoptaremos la perspectiva antropológica y sociológica propuesta por autores como Benencia y Quaranta, quienes retoman a Mauss, así como Pizarro, Holmes y Torres, quien retoma a Scott. Partiendo del planteo básico de Benencia y Quaranta de que ―los mercados sólo pueden existir insertos en una determinada estructura social‖, entendemos que una ―sociedad está organizada a partir de complejos de sociabilidad estructurados por el 17 entrelazamiento de factores La apelación a las mismas se considera una ―estrategia‖ en tanto ―dependen más de las pautas de juego del mercado laboral y de la adecuación del trabajador a ciertos estereotipos que de un supuesto conjunto de cualidades inherentes a los trabajadores‖ (Pizarro et. al., 2011: 29). 39 sociorganizativos de reciprocidad y de asociación‖ pero que ―las relaciones de reciprocidad no implican igualdad‖ (Benencia y Quaranta, 2006a: 88). Al operar relaciones sociales desiguales en los lugares de trabajo, ―el abordaje de los mercados de trabajo requiere la comprensión de los regímenes, arreglos, normas e instituciones que estructuran las relaciones entre puestos de trabajo, empleadores y trabajadores‖ (Ibid). Es preciso destacar que, además, en las relaciones sociales en los lugares de trabajo ―confluyen una serie de percepciones, sentimientos, comportamientos y experiencias‖, las cuales ―ligan la cultura de los trabajadores con la reproducción de la fuerza de trabajo en situaciones determinadas‖ (Pizarro et al, 2009: 4). La indagación sobre estos aspectos que operan en los lugares de trabajo contribuirá a entender la dinámica de los mercados de trabajo. Para indagar acerca de estos aspectos, es necesario enmarcarlos no sólo en los lugares de trabajo como establecimientos aislados sino en el contexto de las redes sociales migrantes, las cuales son utilizadas como estrategia de reclutamiento y abastecimiento de la fuerza de trabajo de dichos emprendimientos. Nos señala Pedone que por la ―ayuda‖ brindada a través de las redes, ―se propici[a] la entrada al círculo de la migración internacional de la mano de algún pariente o amigo con el que además, contraería deudas‖ (Carpio Benalcázar, 1992)‖ (Pedone, 2006: 81), deudas que ―sientan las bases para el incumplimiento por parte del patrón‖ (Pizarro, 2010: 12) una vez instalado en el lugar de destino. Para explicar cómo dichas ―deudas‖ generan una relación de reciprocidad asimétrica en las relaciones laborales, resulta útil el concepto del don y el contra-don, según planteado por Mauss (1966). Según Mauss, la institución de la prestación y la contra-prestación funciona de acuerdo a la teoría de las tres obligaciones: la obligación de dar, de recibir y de pagar, y que existe ―una serie de derechos y deberes sobre el consumir y el pagar [de las prestaciones] que coexiste con los derechos y los derechos y deberes del dar y del recibir‖ (Mauss, 1966: 11)18. Se sostiene que en este sistema ―nada es casual‖: ―contratos, alianzas, transmisión de bienes, lazos creados a través de estas transacciones—cada etapa del proceso está regulado moral y 18 Texto original en inglés. Traducción mía. 40 económicamente. La naturaleza y la intención de las partes contractuales y la naturaleza de lo que se presta son indivisibles‖ (Op. cit.: 58-59)19. A través de esta explicación, entendemos cómo las obligaciones morales son contraídas entre ambas partes, operando una cuestión de la moralidad en las relaciones de trabajo. A esto se refieren también Benencia y Quaranta cuando hablan del compromiso ―moral‖ que se construye entre un empleado y su empleador a través de las instancias de regulación social que intervienen en los mercados de trabajo, como ocurre en la producción hortícola en el AMBA (Benencia y Quaranta, 2006a: 104). Es en el contexto de este tipo de lazos, basados en principios de reciprocidad y moralidad, que opera el segundo tipo de dinámica que consideraremos en las relaciones de trabajo: la dinámica de dominación/subordinación y las formas de resistencia y obediencia que ponen en práctica los sujetos participantes de dicha relación. En los lugares de trabajo, Holmes (2007) propone observar la organización de la fuerza de trabajo en términos de una jerarquía estructurada de acuerdo a las asimetrías de la sociedad más amplia, ya sean de etnicidad, nacionalidad, ciudadanía, clase y/o género. Esta mirada permitirá estudiar los procesos a través de los cuales estas desigualdades -las cuales producen el sufrimiento de los trabajadores- se normalizan y justifican, entre ellos la percepción de diferencias étnicas en los cuerpos de los trabajadores. Para analizar cómo los trabajadores lidian con las experiencias de sufrimiento y explotación causadas a raíz de las relaciones desiguales en las jerarquías laborales, Torres y Scott proponen apelar al concepto de la agencia humana. Este concepto es de utilidad en tanto permite ―definir las capacidades transformativas y ver cómo éstas operan, lo que significa conocer la manera en que los trabajadores logran cambiar las condiciones sociales en las que viven‖ (Torres 1997: 14). Como denotan Pizarro et al (2011), pueden coexistir la reproducción de la subordinación junto con formas de resistencia llevadas a cabo por los trabajadores: 19 Texto original en inglés. Traducción mía. 41 ―[A]ún cuando la cultura laboral […] subsidia al capital en la medida en que las relaciones étnico-nacionales y las características culturales son aceptadas y reproducidas, o al menos no son contestadas abiertamente por los trabajadores, existen algunos intersticios tales como la ironía que dan cuenta de ciertas estrategias de resistencia‖ (Op cit: 4-5). Scott se refiere a dichas estrategias como formas cotidianas de resistencia (Scott, 1985), que incluyen, entre otros, el boicot, el paro, el robo y el chisme, y también la consciencia y la creencia como formas de resistencia cotidiana ideológicas. Diferenciar entre la resistencia material y la simbólica o ideológica, permite pensar que ―por detrás de una fachada de conformidad en el comportamiento, las clases subordinadas llevan a cabo innumerables actos de resistencia simbólica, así como detrás de una aparente conformidad ritual y simbólica, existen innumerables actos de resistencia ideológica‖20 (Op cit: 304). Esta perspectiva de Scott nos permitirá dar cuenta de la dimensión simbólica de las relaciones sociales que se desarrollan en los lugares de trabajo (Reygadas, 2002). Similar a Scott, Torres (1997) reivindica la agencia humana y la capacidad de resistencia de los actores, pero enfatiza en mayor grado la heterogeneidad de los actores y la necesidad de conocer ―la diversidad de las condiciones de vida a que están sujetos, las solidaridades que se prestan entre sí, con los patrones, [y] los compromisos que se reflejan en las rutinas de trabajo‖ (Torres, 1997: 14). Torres sostiene que en esta heterogeneidad, se observa una conducta social muy diferenciada, que va desde la pasividad hasta la rebelión (Ibid), pero que la heterogeneidad y las complejidades de la vida cotidiana de los trabajadores se observan no sólo entre distintas personas en una clase social, sino también existen contradicciones inherentes en un mismo sujeto, manifiestas en las relaciones que él o ella tiene con otros. El enfoque de Torres permite ―entender el proceso de dominación/subordinación como algo inconcluso y como resultado de circunstancias de la vida que están por definirse, en las cuales los trabajadores saben que pueden desarrollar conductas diversas a las subordinadas, aunque también, por diversas razones, pueden llegar a consentir su propia subordinación‖ (Op cit: 13). Por este motivo, ―al 20 Texto original en inglés. Traducción mía. 42 momento de estudiar las relaciones de poder inscritas en cualquier situación de trabajo, tiene que considerarse que toda relación de poder es un camino de doble sentido‖, o sea ―toda relación humana se expresa al mismo tiempo como un proceso de autonomía y de dependencia‖ (Op cit: 29). Los conceptos teóricos presentados hasta ahora orientarán nuestro análisis de la construcción social del trabajo de mujeres bolivianas en verdulerías de Buenos Aires, desde una perspectiva de los mercados de trabajo segmentados que, al mismo tiempo, contempla los clivajes de género y de etnicidad-nacionalidad. Antes de introducirnos en el estudio los casos etnográficos desarrollado en los capítulos dos y tres, delinearemos cuál fue la metodología utilizada así como algunas de sus implicancias para la construcción y el análisis de nuestro problema. III. Metodología Para llevar a cabo esta investigación, realicé trabajo de campo etnográfico con mujeres bolivianas que se encontraban trabajando en el sector de la comercialización minorista de frutas y verduras en la Ciudad de Buenos Aires, así como otros integrantes de sus entornos laborales y/o domésticos, en el periodo de 2009 y 2010. Para este trabajo empírico, seleccioné dos casos distintos, cada uno constituido por una red social que se articula con el mercado de trabajo de las ―verdulerías‖. Fue a través de estas redes que accedí a los interlocutores de este estudio, ya que las redes sociales implican una constelación de personas conectadas por relaciones de parentesco real o ficticio y/o relaciones de trabajo. La selección de dos casos contrastantes se fundamentó en el interés por hacer un contrapunto ya que cada una de las redes presenta características diferenciales en cuanto a los siguientes atributos de sus integrantes: (1) momento migratorio; (2) lugar de origen; (3) contexto familiar; (4) etapa de su ciclo vital. Los dos casos, o redes, pertenecen a distintos momentos migratorios, habiendo sus miembros iniciado sus trayectorias migratorias en distintos momentos históricos. Aunque ambas redes están compuestas por personas de pertenencia étnica quechua, una red 43 proviene de Cochabamba y la otra principalmente de Potosí. Las mujeres que participan en las dos redes provienen de distintos contextos familiares en sus lugares de origen. Dependiendo de la red de la cual forman parte, las mujeres están además en distintos momentos de sus ciclos vitales, con o sin pareja e hijos. Tal contrapunto de dos casos contrastantes dentro del mismo mercado de trabajo permitiría contemplar de manera diacrónica los procesos bajo estudio y reconocer la heterogeneidad de los casos empíricos, complejizando pero al mismo tiempo contribuyendo a enriquecer el análisis sobre este sector del mercado de trabajo. Llegué a ambos casos a través de personas conocidas, quienes eran clientes de algún emprendimiento de cada caso, y quienes me sugirieron sus ―verduleras‖ a la cuales ya conocían, aunque no en profundidad, por verse cuando iban al negocio. En ambos casos fui presentada a una de las mujeres verduleras, quienes vendrían a ser mis interlocutoras clave, por medio de mis contactos - sus ―clientes‖. En el primer caso que se presentará en este trabajo, la mujer a quien me presentó mi contacto con ese establecimiento, y a través del cual entré en contacto con el primer caso, fue una empleada del mismo, mientras en el segundo caso mi contacto me puso en contacto directo con la dueña de la verdulería. Esta diferencia con respecto a mi ―punto de entrada‖ a cada red condicionaría el posterior acceso a información de maneras diferentes en cada caso. En el primer caso, al haber entrado por las empleadas, entré ―desde abajo‖-en términos de la jerarquía ejercida en la red- y no ―desde arriba‖ con la ―autorización‖ del dueño. Esto implicó una dificultad importante en acceder a información sobre el patrón de las verdulerías contempladas, lo cual implicó un desafío para entender plenamente su funcionamiento. Sin embargo, dicha dificultad de acceso a cierta información sobre la autoridad de la red también constituiría un importante dato en sí, ya que reflejaría el control ejercido por el patrón sobre sus empleadas, cuestión que será analizada con mayor detenimiento en el capítulo 3. Al mismo tiempo, se puede suponer que mi ―punto de entrada‖ a esta red también permitió que las trabajadoras tuvieran más confianza para compartir conmigo sus 44 sentimientos con respecto a su relación con el dueño, incluyendo reclamos y ―quejas‖ en torno a su situación laboral, así como sus deseos y planes de abandonar el lugar de trabajo. En el segundo caso, al haber entrado por la dueña de la verdulería, o ―desde arriba‖ siendo ella la autoridad de la red, tendría acceso a más información sobre la estructura, funcionamiento y trayectoria de la red, pero ya no la confianza y complicidad de los empleados, como sí se generó en el primer caso al haber entrado ―desde abajo‖. En este sentido, entrar ―desde arriba‖ también tiene sus beneficios desde el punto de vista antropológico, así como sus limitaciones en el acceso a información. Esto se vio manifiesto especialmente en que, si bien hablé mucho con los ―empleados‖ de la verdulería de esta patrona, ellos nunca me expresaron sentimientos negativos ni quejas ni reclamos sobre su situación laboral ni tampoco sobre las relaciones sociales que la caracterizaban, sino que guardaban silencio al respecto. Se verá a lo largo de esta tesis cómo este hecho no es, necesariamente, porque no tuvieran tales sentimientos, sino porque no sentirían la confianza de expresar ese tipo de valoración ante mi presencia, debido en parte a que ingresé a la red a través de su figura de autoridad. El lugar de las mujeres a través de las cuales ingresé a cada red en la jerarquía de la misma y de los lugares de trabajo, también incidiría en cuántas y cuáles otras personas de la red llegarían a entrar en contacto conmigo. Durante el periodo de mi trabajo de campo, aunque estuve en contacto con un mayor número de personas pertenecientes a cada caso, seleccioné a entre ocho y nueve personas principales de la red para reconstruir su estructura, funcionamiento e historia. Por otro lado, fue con entre cuatro y cinco de ellos en cada caso que tuve mayor y más regular contacto durante el periodo de mi trabajo de campo y quienes constituyeron mis interlocutores clave. Por lo tanto, fueron las instancias de hablar, entrevistar y hacer observación participante con ellos/as lo que informaron en mayor grado los datos de mis estudios de caso. En el primer caso todas mis interlocutoras eran empleadas de las verdulerías, mientras en el segundo caso se dividían entre verduleras cuentapropistas y empleados/as, 45 demostrando así cómo el punto de entrada ―desde arriba‖ permite acceso a personas de mayor rango y trayectoria dentro de la red. La selección de personas fue realizada por su relevancia al tema de investigación pero también fue algo que se definió en la medida en que la información y los contactos obtenidos permitieron articular sus trayectorias migratorias y laborales con las de los otros miembros de su red, reconstruyendo así las relaciones dentro de la misma y las formas en que sus redes se articulan con los procesos más amplios bajo estudio, como la conformación de un mercado laboral segmentado y las relaciones que se entablan en los lugares de trabajo. En principio, me guiaba por los siguientes criterios en la selección de los interlocutores clave en ambas redes: (1) ser mujer; (2) ser de origen boliviano; (3) ser de pertenencia étnica quechua; (4) trabajar en un comercio minorista de verduras en la Ciudad de Buenos Aires; (5) poseer entre 18 y 40 años de edad. La única variación con respecto a esta guía que ocurrió durante la realización de mi trabajo de campo fue que, debido al contexto familiar y por su composición mixta en términos de género, en el segundo caso se flexibilizó el primer y último criterio, incorporándose dos interlocutores clave varones y, debido a la diversidad etaria en la red, uno de ellos era menor de 18. Debido al contexto particular de esta red, su incorporación fue necesaria ya que permitiría considerar cómo inciden los vínculos familiares y de género en la organización de la fuerza de trabajo en el emprendimiento y en las relaciones sociales que allí se entablan. El periodo del trabajo de campo tuvo una extensión de trece meses, habiendo comenzado en marzo de 2009 y terminado en marzo de 2010. Durante este lapso de tiempo, hubo meses en los cuales realicé un trabajo más intensivo que en otros, lo cual dependía de la disponibilidad de los mismos interlocutores así como de la mía. Con la excepción de visitas a sus barrios de residencia y/u hogares en el caso de las interlocutoras clave que trabajan en la Ciudad de Buenos Aires pero residen en el AMBA, todo el trabajo de campo tuvo lugar en la Ciudad de Buenos Aires. En los tipos de lugares en donde realicé mi trabajo de campo, también se puede ver cómo incidió el hecho de haber entrado a la 46 red ―desde abajo‖ o ―desde arriba‖. En el primer caso, mi trabajo de campo transcurrió en el lugar de trabajo de las mujeres verduleras y en lugares públicos donde se podía preservar el anonimato y no compartir la intimidad del hogar -como lo son los cibercafés y recorridos de paseo en el barrio porteño de Liniers. En cambio, en el segundo caso, la gama de lugares en donde realicé el trabajo de campo fue distinta. Incluía los lugares de trabajo de las verdulerías, lugares públicos como el barrio porteño de Liniers y otros sitios públicos en el barrio donde residían las interlocutoras, pero, a diferencia del primer caso y muy significativo, también incluyó los hogares de las mujeres verduleras. En este caso, el hecho de haber entrado por la autoridad de la red me permitió tener acceso a la intimidad del hogar, el barrio y la familia y vecinos que allí residían. Este hecho me permitiría comprender mejor la dinámica de las relaciones en la red desde un punto de vista más integral y desde más diversos puntos de vista, así como poder observar cómo se imbrican dichas relaciones entre el ámbito productivo y el reproductivo. A partir del trabajo de campo, se utilizaron métodos cualitativos para la construcción de datos. Como fuente primaria, utilicé la técnica de la observación participante en los diversos espacios donde transcurrió el trabajo de campo, así como la realización de entrevistas informales tanto en el lugar de trabajo como en los demás ámbitos en los cuales interactuamos y en los cuales percibí la posibilidad de entablar dichos intercambios. También utilicé la técnica de la entrevista formal semi-estructurada en sus lugares de trabajo. En relación al tipo y alcance de las técnicas utilizadas, es preciso advertir sobre las dificultades con las cuales me encontré, no en la observación ni las entrevistas informales, sino en las entrevistas formales específicamente. Si bien durante el periodo de mi trabajo de campo se formaron vínculos de relativa confianza con los interlocutores de ambos casos, fue difícil concretar espacios y momentos adecuados para la realización de entrevistas formales, ya sea por la reticencia a hablar de ciertos aspectos debido al control ejercido por el patrón, en el primer caso, o por la presencia de otros familiares, en el segundo. En estos contextos se veían restringidos el contenido que se podía abordar, las respuestas o 47 información que podía obtener a través de las entrevistas y la extensión de las mismas. Por este motivo las entrevistas informales en combinación con la observación participante terminaron constituyendo las dos principales técnicas de recolección de información. Esto implicó una importante limitación con respecto a los datos con los cuales proyectaba contar previo a la realización del trabajo de campo, convirtiéndose en técnicas que, con paciencia y a veces a través de visitas cortas y repetidas, me permitirían recolectar la suficiente información para llevar a cabo mi investigación. Como fuente secundaria, se recurrió a datos estadísticos sobre los flujos migratorios bolivianos a Argentina y a la Ciudad de Buenos Aires en particular y especialmente sobre la participación de mujeres en estos flujos y en las estadísticas ocupacionales por sexo, país de origen y actividad laboral en el destino. Al considerar el desarrollo del trabajo de campo y la producción de datos para esta tesis, es preciso plantear de entrada las condiciones subjetivas que se pusieron en juego, de modo de desmentir cualquier suposición silenciosa de ―objetividad‖ o ―neutralidad‖ en este respecto. Sostengo que las particularidades de las subjetividades condicionan nuestra visión así como la producción de los datos, generando cegueras, influencias y presunciones no siempre explicitadas. Por este motivo buscaré explorar brevemente algunas de las formas en que influyó mi subjetividad en ambos aspectos de este proceso: el trabajo de campo y la producción de datos. Primero, mi aproximación hacia los interlocutores de este estudio se dio en los términos de la relación de interlocutora e investigadora, hecho que los condicionó a ellos como sujetos al momento de responder a mis indagaciones. Además, otro condicionamiento de la relación que pude establecer con mis interlocutores es la distancia cultural particular que resulta del hecho de que yo soy de Estados Unidos y ellos de Bolivia. Complejizando esta diferencia es el hecho de que nuestros caminos se hayan cruzado en Argentina, lugar en donde nuestras extranjerías cobran sentidos distintos pero también nos ayudan a identificarnos los unos con los otros. Es decir, en el imaginario hegemónico sobre los extranjeros que opera en gran parte de la Ciudad de Buenos Aires, ―los bolivianos‖ y ―los 48 estadounidenses‖ ocupan lugares distintos en términos del estigma y la discriminación dirigidos hacia ellos, hecho que condiciona nuestras experiencias –divergentes- en el país. Sin embargo, el ―no ser de acá‖ también generó cierta congenialidad entre ambas partes, ya que no existía reticencia de su parte en hablar de cómo vivían y sufrían la discriminación desde ―los argentinos‖ u otras opiniones que se hayan formado sobre el país de destino. Ser mujer y joven también generó cierta complicidad con los interlocutores, en su mayoría mujeres jóvenes o adultas, quienes compartían conmigo vivencias y opiniones acerca de noviazgos, parejas y normas de género en sus países y en el contexto migratorio. Por otro lado, es necesario considerar cómo estos aspectos de mi propia subjetividad como investigadora influyeron no sólo en las relaciones que entablé con mis interlocutores durante el trabajo de campo, sino también en la posterior producción de datos. En el hecho de que no soy de Argentina, si bien puede haber representado ciertas limitaciones o sesgos en mi conocimiento y visión sobre las problemáticas propias de la región, al mismo tiempo, una mirada ―desde afuera‖ también puede estar abierta a ver otros aspectos de las situaciones analizadas, o a verlas de otra manera. Resta por agregar que es imposible arribar a un conocimiento pleno de una realidad cultural diferente sin impregnar tu representación de ella con la propia mirada. Sin embargo, busqué tener esto presente de modo de, por lo menos, superar algunas evitables cegueras en la investigación etnográfica y la construcción del conocimiento. Finalmente, debido a los escasos antecedentes escritos sobre la participación de inmigrantes bolivianos en el eslabón de comercialización frutihortícola de la cadena agroalimentaria argentina, así como su análisis desde una perspectiva de género y etnicidad-nacionalidad, esta tesis no pretende ser conclusiva sobre lo que plantea en relación a esta temática. En cambio, constituye una aproximación inicial, una propuesta de investigación y análisis de carácter exploratorio y descriptivo que espero sirva como insumo referencial para posteriores estudios en relación a este tema. 49 Capítulo 2: La conformación del mercado laboral de las verdulerías Con el objetivo de analizar las articulaciones de los clivajes de género y etnicidad-nacionalidad en las trayectorias laborales y migratorias de las mujeres bajo estudio -tanto en el lugar de origen como en el de destino- y en las redes sociales en las que se articulan de modo de dar cuenta de la conformación particular del mercado laboral de las ―verdulerías‖, nos basaremos en nuestros dos casos empíricos contrastantes. Para la reconstrucción de cada caso de estudio, se presentará un análisis de los siguientes aspectos: la estructura y funcionamiento de la red, cómo la misma está constituida y cómo esto se vincula con el ingreso de sus integrantes al mercado de trabajo de las verdulerías; la trayectoria laboral y migratoria de los distintos integrantes y cómo está inserto cada uno de ellos en la red; y, por último, se analizarán los datos presentados para cada caso tomando en consideración la influencia de la etnicidad-nacionalidad y el género. En este entramado analítico, apelaremos a la propuesta de Pedreño, en tanto consideramos que el estudio de las trayectorias laborales y migratorias de los inmigrantes es un método privilegiado para entender las estrategias de trabajo que emplean, entre ellas la utilización de las redes sociales y la construcción de una imagen como trabajadora/comerciante, ya que nos permiten adquirir ―conocimientos prácticos, con la condición de orientarlo hacia la descripción de las experiencias vividas en primera persona y de contextos en los que esas experiencias se han desarrollado‖ (Bertaux, 2005: 21, en Pedreño, 2006: 226). El análisis de los casos permitirá explicar cómo lo visto sobre las trayectorias laborales y migratorias y el funcionamiento de las redes sociales en los dos casos operan de manera conjunta para conformar este mercado de trabajo particular de las verdulerías, en clave de etnicidad-nacionalidad y género. Se verá cómo funciona la construcción social de una imagen de las mujeres bolivianas como buenas trabajadoras y comerciantes y de qué modo facilita su inserción en este sector, así como la forma en que la etnicidadnacionalidad constituye una bisagra para la inserción en este sector. 50 Finalmente, iluminando las particularidades del mercado laboral en discusión, se planteará si la comercialización frutihortícola minorista puede ser pensada en términos de ―nicho‖ en un mercado laboral segmentado por etnicidad-nacionalidad y si las formas de ingreso de las mujeres en este mercado laboral indican además su segmentación por género. I. Primer caso: Red migratoria y laboral no familiar I.i. Estructura y funcionamiento de la red El primer caso que contemplo en este trabajo se trata de una red social migrante constituida por un empleador -dueño de tres verdulerías en la Ciudad de Buenos Aires-, y el y las trabajador/as que brindan la mano de obra en dichas verdulerías. Todos los integrantes de la red son de origen boliviano, aunque no del mismo lugar de origen dentro de Bolivia. Si bien la mayoría de las trabajadoras mujeres comparten entre sí lazos familiares y/o de vecindad de su lugar de origen, el dueño de los negocios, quien inició la red hace más de ocho años y quien la mantiene activa como mecanismo de reclutamiento de mano de obra, no es pariente de ellas ni tampoco es del mismo lugar de origen. En este sentido, lo que une a todos los integrantes de esta red no es un lazo familiar sino laboral, por lo cual se puede considerar que se trata de una red migratoria y laboral pero no de parentesco. Si bien el dueño de los negocios cuenta con la ―ayuda‖ de su hermana y de un ayudante para algunos aspectos de la manutención de los negocios, todas las personas que brindan la mano de obra permanente en los negocios, incluyendo la atención a los clientes, el ordenamiento y control de la mercadería dentro del local y las cuentas, son mujeres jóvenes entre dieciocho y treinta años de edad. Con la excepción de una mujer que es de Sucre, Bolivia, todas ellas, que en total varían entre siete y ocho mujeres, provienen de una misma comunidad rural ubicada en el municipio de Vinto, provincia Quillacollo, departamento de Cochabamba, Bolivia. En el momento en que las mujeres trabajadoras que integran la red vinieron a Argentina, tomaron su decisión de desplazarse de sus lugares de origen en Bolivia directamente a la Ciudad de Buenos Aires específicamente para 51 desempañarse como ―verduleras‖ contratadas en uno de los tres negocios del mismo dueño en la ciudad. En este sentido, la migración de las mujeres integrantes de esta red puede considerarse una migración laboral, que es motivada en gran parte por factores económicos. De modo de poder analizar el funcionamiento de la red como mecanismo posibilitador de la migración y la inserción laboral, así como su rol en la conformación del mercado de trabajo de las verdulerías, se presentará primero a sus integrantes principales con un breve esbozo de sus trayectorias laborales y migratorias y su articulación con la red. I.ii. Trayectorias laborales y migratorias de los integrantes de la red Durante mi trabajo de campo con este caso, entré en contacto con la mayoría de los protagonistas de esta red laboral y migratoria, incluyendo con el dueño y su ayudante y siete de las mujeres trabajadoras. Son éstos los individuos cuyas trayectorias laborales y migratorias se presentan a continuación. Como se ha dicho, el que articula y activa esta red es un hombre de origen boliviano que, al mismo tiempo, es dueño de tres comercios minoristas de frutas y verduras en la Ciudad de Buenos Aires. Aunque las trabajadoras se refieren a su persona como ―el jefe‖, yo me lo referiré como el dueño de los negocios en donde se concentra la mano de obra de las trabajadoras. Si bien me lo crucé a este individuo en varias oportunidades, en uno de los locales que maneja, en estas oportunidades él nunca me dirigió la palabra ni la mirada directa, ni siquiera para saludar, y nunca se dio una oportunidad para que yo interactuara con él de manera directa. Por lo tanto, lo que pude reconstruir sobre su trayectoria laboral y migratoria se basa en información que recopilé a través del periodo de mi trabajo de campo basándome en los relatos de las mujeres que trabajaban en sus negocios, quienes guardaban particular silencio sobre todo aspecto de su persona, desde su lugar de procedencia y su relación con él, hasta sus actividades en Buenos Aires. A pesar de este contexto particular y los desafíos que implicó, logré saber, aunque de manera fragmentada, algunos datos centrales con respecto 52 a la trayectoria laboral y migratoria del ―dueño‖. Es de origen boliviano, de un área rural del departamento de Potosí, y es hablante nativo del quechua, compartiendo así la cuestión étnico-nacional boliviana y la etnicidad quechua con las trabajadoras. Es de edad relativamente joven, con alrededor y no más de 40 años y, aunque vive en Argentina hace más de diez años y hace ocho que tiene verdulerías, vino soltero y en el tiempo que lleva en Argentina aún permanece soltero, sin pareja ni hijos. Sí tiene en Buenos Aires a primos y a su hermana, quien lo ―ayuda‖ cocinando la comida diaria para las empleadas de sus tres negocios. Con respecto a su actual desempeño laboral, ―trabaja todos los días‖, incluyendo los sábados, cuando pasa por el negocio ―antes de ir a la quinta‖, y los domingos, día en que también va a la quinta. Aunque, según las empleadas de los negocios, él no es dueño de dicha quinta21, a la cual ellas siempre aluden, sí mantiene una relación estrecha con la misma y su trabajo articula la quinta con sus negocios en la Ciudad de Buenos Aires, ya que junto a su ayudante lleva la mercadería en un camión propio directamente de la quinta a los tres negocios en donde la deposita. De las trabajadoras con quienes más contacto tuve, la que más tiempo lleva en Argentina y en la red es Juliana22. Es la hermana mayor de Yésica, otra de las integrantes e interlocutoras principales de la red. Juliana y Yésica son dos de cinco hermanos. Tienen una hermana mucho mayor que ellas y dos hermanos también mayores pero que les son más cercanos en edad. Hasta que migró por primera vez con destino de Buenos Aires, Juliana vivió con su familia en su comunidad rural de origen donde se dedicaba a la producción de verduras en un terreno familiar que explotaba junto a su familia. Siempre trabajó en la producción en este contexto y, como también lo hacían otros miembros de su familia, llevaba los productos a vender en el mercado mayorista en la Ciudad de Cochabamba, que queda a una hora de viaje de su comunidad. A diferencia de su trabajo en Buenos Aires, esa 21 Si bien las empleadas me afirmaron que el dueño de las verdulerías no era también dueño de la quinta de la cual abastece la mercadería de sus comercios, no fue posible desentrañar su relación exacta con la quinta debido al silencio que guardaban las mujeres con respecto al dueño y sus actividades. 22 Para preservar la identidad de los interlocutores, todos los nombres utilizados en este trabajo son pseudónimos. 53 experiencia en la comercialización la consideraba diferente porque ―allá vendes pero a intermediarios‖ que tienen puestos en grandes mercados al aire libre y quienes ―son los que venden a los comerciantes‖. Juliana dice que siempre le gustó vender, y hasta le gusta más vender que producir. Empezó a tener dedicación exclusiva a dichas actividades con diecisiete años de edad, momento en que abandonó sus estudios, faltando un año para completar la escuela secundaria. De su familia, sólo migraron al exterior de Bolivia las tres hijas mujeres mientras los dos varones no; estos últimos viven en la comunidad de origen y todavía trabajan la tierra de la familia. El orden de migración de las tres hermanas fue primero su hermana mayor, seguida por ella, y, por último, la más joven, Yésica. Es de notar que su hermana mayor vino primero a Argentina hacía muchos años con su marido para trabajar, con quien logró tener una casa propia en zona sur de Provincia Buenos Aires, y luego, en el año 2002, se fue con el marido a España donde actualmente viven con su hijo que nació allá. Una vez estando en Argentina Juliana, su hermana mayor la ―llamó‖ desde España ofreciéndole un trabajo que tenía ―listo‖ para ella allá, para que se fuera a trabajar y vivir. Juliana no aceptó la oferta porque consideraba que ―es más caro‖ ir a España –se necesita mucho más dinero ahorrado- y porque, con respecto a Bolivia, España queda mucho más lejos que Argentina, dificultando la posibilidad de volver a su familia. Juliana vino por primera vez a Argentina acompañada por una amiga a la edad de 22 para iniciar su trabajo en las verdulerías del dueño, motivo de su migración, y tenía 26 años de edad en el momento que yo la conocí en marzo de 2009. Vino directo a vivir en una casa en el barrio porteño de Chacarita que hasta el momento compartía con las otras mujeres trabajadoras que integraban la red migratoria, y a desempeñarse como ―verdulera‖ en el negocio donde trabajaba en el periodo de mi trabajo de campo. Antes de venir a Argentina, dijo haber sabido únicamente que trabajaría en una verdulería, pero que no sabía dónde o cómo iba a ser, ni qué tendría que hacer allí. A pesar de sus antecedentes en la agricultura a pequeña escala, para lo que haría en el comercio en Buenos Aires tuvo que ―aprender todo‖ cuando llegó, lo cual le resultó ―difícil‖. Durante su tiempo 54 en Argentina, trabajó en dos verdulerías del mismo dueño, ella misma pidiendo el paso de una a otra. Aunque su migración fue por motivo laboral, expresó que ―tenía ganas de venir‖ porque, además de trabajar, ―quería conocer‖ y que al principio le gustó. Pero, durante los cuatro años y medio que llevaba trabajando ―en lo mismo‖, con un solo viaje a Bolivia cuando ya llevaba cuatro años en Argentina, hizo que cambiara su perspectiva para considerar que ―ya es mucho tiempo‖ y que ―extraña mucho‖. A fin de 2009 ambas hermanas propusieron al dueño irse y en enero de 2010 regresaron a Bolivia. Yésica es la hermana menor de Juliana y la más joven de los cinco hijos de sus padres. Proviene del mismo lugar de origen y contexto familiar y productivo que Juliana, detallado anteriormente: contexto rural y con cuatro hermanos, de los cuales ambas mujeres migraron y ambos varones no tienen antecedentes en la migración. Yésica también trabajaba en la producción en la tierra de la familia, junto a sus padres y hermanos, y también tenía experiencia llevando los productos a venderlos en el mercado en la Ciudad de Cochabamba. También dejó sus estudios secundarios antes de completarlos, pero a una edad más joven que su hermana, ya que a ella le faltaban tres años para terminar. Expresó dificultades económicas en el ámbito familiar como motivo del abandono, en relación a la imposibilidad de sus padres de ―apoyarla‖ con los costos elevados que implicaba que los hijos estudiaran. A diferencia de Juliana, antes de venir a Argentina Yésica migró internamente en Bolivia, viviendo en la Ciudad de Cochabamba durante dos años donde trabajaba en un negocio, aunque desvinculado del sector hortícola o ―verdulero‖, experiencia que no le agradó por haber tenido que estar ―adentro todo el día‖, asociando el estar ―en la sombra‖ con condiciones de trabajo insalubres. Durante ese tiempo, una o dos veces por mes viajaba a su casa en el campo, que quedaba a una hora de viaje, para ver a su familia. También a diferencia de Juliana, Yésica vino a Argentina por primera vez a una edad más joven –con dieciocho años-, tres años después de que migrara Juliana y un año antes de que yo la conociera. Habiendo venido después de su hermana, cuando migró ya sabía qué la esperaba en Buenos Aires y de qué se trataría el trabajo en el cual se desempeñaría, pero, 55 de todas formas, dijo tener que aprender las nuevas tareas al llegar. Desde que llegó a Buenos Aires, trabajó en la misma verdulería en el mismo barrio. María, una de las dos integrantes más jóvenes de la red, proviene de la misma comunidad que sus compañeras en Vinto, Cochabamba, a quienes conoce desde su niñez. En ese lugar vivió siempre con sus padres y, hasta que se fueran de la casa para hacer sus propias familias, también vivió con sus tres hermanas mayores, ella siendo la menor. Junto a ellos se dedicaba a la producción de verduras en el terreno familiar. A los catorce años abandonó sus estudios secundarios, faltando tres años y medio para completarlos, con el motivo de ―ayudar‖ a su madre en la producción, y dice que además ―no tenía ganas de seguir‖ estudiando. Con su familia producían y vendían una variedad de verduras y, como actividad secundaria, también criaban animales. La familia, incluida María, llevaba la producción hortícola a venderla hasta tres veces por semana en el mercado mayorista de la Ciudad de Cochabamba. Dice que le gusta la actividad con la verdura, refiriéndose a la producción y venta a mayoristas, y resume el constante de su trayectoria como: ―siempre la verdura‖. Además de las actividades con su familia, trabajaba en forma remunerada para su tía, llevando frutas a vender en el mercado de La Paz, Bolivia. Hacía sola el viaje de seis horas en autobús dos veces por semana y pasaba la noche en La Paz, y, según consideraba María, ganaba bien haciendo eso ya que fue remunerada con lo equivalente de 100 dólares estadounidense por mes. De las cuatro hermanas, sólo ella y una de sus hermanas mayores tuvieron experiencias en la migración. La hermana de ella tuvo como destino España, donde estuvo durante 19 meses trabajando en la producción agrícola, lo cual le permitió ahorrar para luego volver a Bolivia, construir una casa y comprar un auto. La hermana volvió también a su hijo, a quien había dejado en Bolivia bajo el cuidado de la abuela y la bisabuela. Las otras dos hermanas nunca migraron, y una de ellas vivía en la casa de los padres en el momento que yo comencé mi trabajo de campo pero luego se fue de la casa, dejando a los padres solos, hecho que implicó una carga moral para María, la hija menor, y constituiría un motivo parcial de su posterior regreso a Bolivia. De las tres hermanas que viven en Bolivia, todas viven ahora con 56 sus propias familias en su misma comunidad, pero algunas de ellas siguen ―ayudando‖ a trabajar el terreno de los padres. María comenzó su trayectoria migratoria a la edad de dieciséis años, cuando vino directo a Buenos Aires a trabajar en las verdulerías pertenecientes a esta red. Según relata, vino con el objetivo exclusivo de trabajar y ahorrar. En su primera venida, la ―trajo‖ su padre, quien ya conocía la Argentina porque el padre de él –abuelo paterno de María- había vivido muchos años en el país, aunque ya falleció. Aunque vino acompañada por su padre, hecho que no ocurrió en el caso de las otras trabajadoras quienes en su mayoría vinieron con por lo menos dieciocho años de edad, ella se quedaría ―sola‖ –sin padres o hermanas- en Buenos Aires, compartiendo la casa con sus ―amigas‖ (vecinas del lugar de origen y primas) que ya vivían en Argentina y trabajaban en las diferentes verdulerías de la misma red social. La decisión de venir a Argentina, dice haberla tomado sola y que a sus padres ―yo les dije que me iba a Argentina por una semana o un mes‖, que no sabía cuánto tiempo y ―no me apoyaron pero tampoco me dijeron que no‖, sólo dijeron ―es tu decisión‖, ―me dieron mis gustos‖ (Notas de entrevista con María, 14 de abril de 2009). En el momento que yo conocí a María ella tenía 18 años -habían pasado dos años desde que vino aquella primera vez a Argentina-, y siempre trabajó en el mismo negocio del ―jefe‖. Después de dos años, relata que lo que más extraña es la familia, que esto es lo más difícil para ella y se convertiría en un motivo de su regreso, entre otros. Así como su decisión de venir fue autónoma, también dice que cuando se vaya ―depende de cuándo decido yo‖, y nunca supo por cuánto tiempo se quedaría: ―podría irme mañana así como me podría quedar‖ (Notas de entrevista con María, 14 de abril de 2009). Esta indecisión de permanecer en Argentina o no, que expresó en múltiples ocasiones, se vio materializada en su trayectoria migratoria. Durante el trayecto de dos años desde que vino a Argentina por primera vez, volvió dos veces a Bolivia. La primera vez se fue por un mes y medio después de haber estado en Argentina cinco meses, y la segunda vez se fue por un mes; ambas veces con la idea de quedarse allá y no regresar. Pero, siempre regresó porque la ―llamó‖ el dueño para pedir que volviera. 57 De las trabajadoras en otros negocios del mismo dueño durante el periodo en que realicé mi trabajo de campo, tuve la oportunidad de conocer a tres de ellas, dos de las cuales son hermanas entre sí y primas de María: Cristina y Gisela. Cristina tenía 26 años en el 2009 y es la hermana mayor de Gisela, quien tenía dieciocho años en el mismo año. De todas las trabajadoras en ese momento, Cristina es la que más tiempo llevaba en Argentina trabajando en las verdulerías del dueño –ocho años. Gisela tiene la misma edad que María, con quien tiene una relación cercana y con quien habla casi exclusivamente en quechua, pero vino a Argentina por primera vez hacía menos de un año, con la edad de diecisiete. Además de ser primas de María, Cristina y Gisela son de la misma comunidad de origen, habiendo sido también vecinas de Juliana y Yésica. En su lugar de origen, ambas se dedicaban a las actividades de producción de verduras en el terreno familiar y de comercialización a vendedores mayoristas como las otras mujeres aquí presentadas. Cuando migraron, vinieron directamente a Buenos Aires para trabajar en las verdulerías de esta red. De las trabajadoras de las otras verdulerías, la tercera mujer que tuve la oportunidad de conocer pero con quien tuve menor posibilidad de interactuar, es Alejandra. Es una mujer joven con la edad de 20 años, también de origen étnico-nacional boliviano y de etnicidad indígena quechua y habla quechua pero, a diferencia de las otras trabajadoras presentadas hasta ahora, no proviene de Cochabamba, sino de la ciudad de Sucre, Provincia Oropeza, Departamento Chuquisaca, Bolivia. Proviniendo de un contexto urbano, y no rural, también tuvo mayor acceso a la educación, habiendo completado los estudios secundarios. En Buenos Aires, convive en la misma casa que las demás mujeres y trabajaba en el mismo negocio que Cristina, pero no comparte vínculos de parentesco o vecindad del lugar de origen con las demás trabajadoras. Debido a la información limitada que tengo sobre la trayectoria y la situación de Alejandra, y dado que la información a la cual sí accedí no refleja similitudes con las demás mujeres, ella en muchos casos representará una excepción a la descripción de los rasgos generales descriptos sobre las demás trabajadoras en este apartado. 58 Mónica proviene de la misma comunidad de origen que las demás trabajadoras y tiene antecedentes en las mismas actividades de producción hortícola en el contexto rural. Vino a Argentina en julio de 2009 con la edad de 23 años, un mes antes de que María regresara a Bolivia con la intención de quedarse. En ese momento, Mónica vino sola a Argentina y fue directamente a trabajar en una de las verdulerías del dueño y, cuando Yésica y Juliana volvieron a Bolivia en enero de 2010, la trasladaron al mismo local de María. Además de ser vecina de María, se consideran ―muy amigas‖ y esto como algo positivo ya que Mónica no es pariente de ninguna de las otras trabajadoras que integra la red. Como ellas, Mónica habla quechua y se destaca por hablarlo siempre con sus compañeras y de hablarlo muy bien. Álvaro es un hombre joven de origen boliviano, de Potosí, de aproximadamente veinte años de edad, hablante quechua, que integra a la red pero no principalmente en la atención al público como ―comerciante‖, como hacen las integrantes mujeres de esta red, sino como ayudante del dueño de los negocios, a quien acompañaba en el camión mientras realizaban la entrega de la mercadería a los locales. Álvaro guardaba mucho silencio con las ―verduleras‖, según ellas por ser ―tímido‖, hasta el momento en que empezó a ―ayudar‖ en la verdulería de Juliana y Yésica, cuando María regresó a Bolivia. I.iii. Análisis del caso desde una perspectiva de género y etnicidadnacionalidad Según lo propuesto, aquí se analizará cómo el género y la etnicidadnacionalidad se ponen en juego en lo que se presentó sobre este caso y sus integrantes, especialmente la incidencia de ambas dimensiones en las trayectorias laborales y migratorias y en la red migratoria. Trayectorias laborales Con respecto a las trayectorias laborales de las mujeres interlocutoras de este estudio, es preciso tomar en cuenta que la población en su comunidad de origen se dedica de manera casi exclusiva a la producción frutihortícola en explotaciones familiares. Aunque estas 59 actividades se combinan con la actividad comerciante en Bolivia rural, siempre aparece como actividad primaria la producción y como actividad secundaria la comercialización. Aunque se diferencien sus tareas actuales en la comercialización de las que realizaban en su lugar de origen, ya que ésta era a intermediarios mayoristas y no el comercio minorista, es importante reconocer que dichas actividades también constituyeron una forma de participar de la cadena de producción y comercialización frutihortícola en la cual ahora están insertas en otro lugar. Para su tarea actual, todas dijeron haber tenido que aprender nuevas tareas una vez incorporadas a su lugar de trabajo, y algunas de ellas identificaron su preferencia por vender más que por producir, y otras al revés. Sin embargo, se reconoció la continuidad de ―siempre la verdura‖, expresando cierto gusto y predisposición de trabajar con la verdura en general, como un área en la cual, de alguna manera, se consideran aptas, posiblemente por siempre haber trabajado en relación a ella. Es relevante notar aquí que ninguna de las mujeres terminó sus estudios secundarios, todas habiendo dejado antes y empezando a tener dedicación exclusiva a tareas productivas desde la adolescencia, ―ayudando‖ en las tareas de producción y comercialización frutihortícola a nivel familiar. Una vez dedicadas ya no a los estudios sino a las tareas productivas, dos de ellas se desplazaban internamente en Bolivia solas desde muy jóvenes por trabajo; sea viajando en relación a la comercialización frutihortícola, como hacía María, o participando de una migración ruralurbana para trabajar en una tarea remunerada en el sector del comercio, aunque desvinculado de lo frutihortícola, como hacía Yésica. Más allá de estas variaciones, entre ellas no se presenta gran diversidad en sus trayectorias laborales –exceptuando a Alejandra-, y todas guardan como elemento común lo agrícola. Los antecedentes aquí descriptos contribuyen a la construcción de una asociación étnico-nacional con las tareas vinculadas a la producción y comercialización frutihortícola, asociación que verbalizan las mismas mujeres, según se aprecia en comentarios de varias de ellas. Tal como dijo María: ―en las verdulerías están casi siempre bolivianos‖. En este tipo de 60 afirmación, si bien no emerge de manera tan clara una diferenciación por género, sí queda evidenciado que, basado en su experiencia estando insertas en este sector, se percibe a los/as bolivianos/as como una imagen ―representativa‖ del trabajo en este sector (Sikkink, 2001). Al buscar una explicación de esta observación, cuestión planteada por mí, María dijo ―no sé, debe ser porque es trabajo pesado y otros no lo quieren hacer‖ (Notas de campo, 20 de junio de 2009). Luego María misma aludió a una imagen generizada del verdulero, ya que, al seguir con su relato, comparó las mujeres bolivianas con otras mujeres migrantes regionales, quienes, según su juicio, no estarían dispuestas a hacer el trabajo que implica la verdulería. Dijo que las mujeres de origen paraguayo y peruano son ―puras empleadas domésticas‖, despreciando este último rubro como algo de menos valor o un trabajo más fácil, y revalorizando su propio trabajo con un tono de orgullo étnico (Holmes, 2007) por su disposición para el trabajo pesado. Así, ella misma reproduce una imagen socialmente construida de las mujeres bolivianas como ―buenas trabajadoras‖, naturalmente (pre)dispuestas para el ―trabajo pesado‖ por su adscripción étnico-nacional. En esta y otras oportunidades María, así como también Juliana y Mónica, asociaron su trabajo en las verdulerías con la idea de que ellas saben hacer ―trabajo pesado‖ desde que son niñas –ya sea lavando su propia ropa a mano y yendo solas a la escuela cargando sus propias mochilas desde los cuatro años de edad, así como cargando cajas y ayudando en otras tareas vinculadas a la producción en el entorno familiar-, hecho que afirmaron con seguridad y de forma orgullosa de cómo fueron criadas. En este sentido ellas mismas refuerzan estereotipos de que son ―capaces‖ o dotadas para realizar el ―trabajo pesado‖, término que, además de asociarse con su crianza y las actividades que realizaban en su lugar de origen, también surgió con regularidad en nuestras conversaciones en relación al trabajo que realizaban en la verdulería. Si bien María expresó dificultades para realizar el ―trabajo pesado‖ en la verdulería por una condición de salud para la cual necesitaba tratamiento, en general mis interlocutoras caracterizaban a este rubro de trabajo como algo para lo cual estarían naturalmente calificadas por el contexto (familiar y laboral) de donde provienen y, posiblemente, por ciertas 61 características físicas y psíquicas que ellas mismas marcan como naturales de las mujeres bolivianas. Viene al caso el análisis que hizo el antropólogo Holmes en su estudio sobre trabajadores inmigrantes indígenas de México (Triquis) que se desempeñaban en la producción frutihortícola en Estados Unidos. Allí, el autor encontró entre los mismos trabajadores discursos etnicizados y racializados que justificaban su propia explotación, como por ejemplo ―las pesticidas sólo afectan a los americanos blancos (gabachos) porque sus cuerpos son delicados y débiles‖, o que ―los triquis somos fuertes y aguantamos‖ (Holmes, 2007: 59)23. Según analiza Holmes, los mismos Triquis ―internalizan su posición social a través de una forma de orgullo étnico en las diferencias corporales percibidas‖, y que este orgullo ―los ayuda a aguantar condiciones de trabajo difíciles, pero también, irónicamente, se presta a la naturalización y la reproducción de las estructuras de su explotación‖ (Ibid)24. Igual a lo que observa Holmes en el discurso de los informantes Triquis, las mujeres en nuestro estudio de caso también trabajadoras agrícolas inmigrantes en un contexto de explotación laboral legitimado por jerarquías étnico-nacionales- usan un discurso que vincula aspectos de su pertenencia étnico-nacional como bolivianas con una predisposición ‗natural‘ para el trabajo en este sector del mercado laboral, convirtiéndose ésta en una fuente de orgullo que ayuda a la reproducción de su explotación. Dicha asociación racializada y etnicizada que atribuye a ciertas características físicas y culturales de quienes nacieron en determinado territorio la predisposición para realizar determinados trabajos (Pizarro, 2009c; Pizarro, 2010) forma parte no sólo de los discursos de las mujeres interlocutoras, sino también de las prácticas y dichos de su empleador – el ―dueño‖ de los negocios. Además de lo meramente observable –que todas las trabajadoras sean mujeres del mismo origen étnico indígena y étniconacional-, según informaron Juliana y Yésica, cuando el dueño busca nuevos empleados ―los trae de allá‖ ya que ―no quiere nadie de acá‖ porque 23 24 Texto original en inglés. Traducción propia. Texto original en inglés. Traducción propia. 62 considera que ―la gente de acá no trabaja bien‖, ―no sabe trabajar‖ (Notas de campo, 16 de octubre de 2009). Siendo del mismo origen étnico-indígena y étnico-nacional, pero con la diferencia de que es hombre y ocupa el lugar de autoridad en la jerarquía laboral y de la red, el discurso del dueño, al despreciar a los trabajadores argentinos en comparación con los bolivianos, no sólo naturaliza la caracterización de los bolivianos como ―buenos trabajadores‖ por el simple hecho de su pertenencia étnico-nacional, sino también esta misma ―preferencia‖ oculta otros posibles motivos de querer sólo a trabajadores inmigrantes bolivianos, como pueden ser la facilidad para el empleador de mantener a los trabajadores en condiciones de dependencia y vulnerabilidad. En este sentido, en un estudio sobre un cortadero de ladrillos en Córdoba, Argentina, en donde el dueño es de ascendencia europea y la fuerza de trabajo está constituida por inmigrantes bolivianos, Pizarro encontró un patrón similar en donde el patrón, si bien no es boliviano, recurre a las mismas herramientas discursivas que el patrón de las verdulerías en nuestro caso, para asignar a los inmigrantes bolivianos ―el rol de trabajadores dispuestos a trabajar en condiciones precarias‖ (Pizarro, 2009c: 5). Pizarro relevó la opinión del patrón del cortadero de ladrillos al respecto: ―los argentinos ya no quieren trabajar en esa actividad porque es un trabajo ‗duro‘ y expuesto a las inclemencias del tiempo‖ (Ibid). Con respecto a por qué los argentinos no quieren trabajar más en ese sector, en lugar de vincularlo a la precarización y flexibilización del trabajo en ese sector y a que los argentinos ―no aceptan contratos laborales tan desfavorables como lo hacen los inmigrantes,‖ el patrón del cortadero de ladrillos explicó la segmentación étnica del mercado laboral ―en términos de las características psico-físicas que ‗los bolivianos‘ tendrían‖ (Ibid). Según Pizarro, esto constituye una ―estrategia discursiva revitalizante [que] justifica tanto la segmentación étnica del mercado laboral […] como las relaciones de desigualdad y de poder en el marco del proceso productivo‖ (Op. cit.: 9). En este sentido, reafirmando lo relevado en el caso de las verdulerías y el cortadero de ladrillos en Argentina, Holmes (2007) encontró entre los 63 trabajadores agrícolas Triqui en Estados Unidos que ―la violencia estructural inherente al trabajo segregado en la quinta se borra de manera tan efectiva precisamente porque su desaparición ocurre al nivel del cuerpo, y así es entendida como algo natural‖ (Holmes, 2007: 60)25. Según Holmes, ―estos mecanismos de hacer invisible la desigualdad [en el lugar de trabajo] se activan vía la internalización en concepciones étnicas de orgullo‖ (Ibid)26. Como vimos, este mismo proceso ocurre en el caso de las verdulerías, a diferencia de que en nuestro caso los mecanismos observados están puestos en marcha a través de los discursos tanto de las empleadas como del patrón. El compartir la adscripción étnico-nacional con sus empleadas, facilita la utilización de este discurso por parte del patrón, ya que una apariencia de solidaridad étnica vuelve aún más invisible su funcionalidad para mantener a las trabajadoras en condiciones de precariedad y explotación laboral. Trayectorias migratorias Con respecto a las trayectorias migratorias de las mujeres que trabajan en articulación con esta red, para todas ellas haber venido a Buenos Aires para trabajar como ―verduleras‖ fue su primera experiencia en la migración internacional, y para la mayoría fue su primera experiencia en la migración en general, no habiendo participado de la migración interna dentro de Bolivia con anterioridad, con la excepción del caso de Yésica. Sin embargo, algunas de ellas, como María y Gisela, tuvieron un mayor grado de movilidad dentro de Bolivia desde edades jóvenes. También, en Bolivia, en la cotidianeidad algunas de ellas demostraron haberse desplazado más y/o haber tenido mayor grado de libertad de movimiento, sea por trabajo o por ocio. En relación a este tipo de autonomía de mujeres bolivianas en Bolivia, Benencia y Karasik (1994) señalan que ―diversas investigaciones sobre la sociedad boliviana dan cuenta de un patrón de práctica femenina diferente del de otras sociedades, tanto urbanas como campesinas‖, y que 25 26 Texto original en inglés. Traducción propia. Texto original en inglés. Traducción propia. 64 ―más que en otras regiones de Bolivia, las mujeres de Cochabamba acostumbran realizar viajes prolongados por la actividad comercial y tener una gran autonomía en el manejo de recursos económicos en este campo (Dandler y Medieros op. cit.: 52; Calderón y Rivera op.cit.)‖ (Op cit: 285). Los autores señalan además que, por otra parte, ―el modelo de práctica femenina en contextos campesinos de Bolivia y otros países andinos reserva espacios de decisión y autonomía desconocidos en muchas sociedades, que requieren un abordaje cuidadoso de la subordinación de género‖ (Ibid). Entonces, reconocemos que, a primera vista, el haber venido a Argentina y permanecer en el país ―solas‖ –sin depender de figuras paternales o de parejas- y demostrar cierta autonomía en su decisión y forma de migrar así como de plantarse para volver a Bolivia cuando así lo deseen, podrían parecer actos de autonomía en términos de género por parte de estas mujeres. Sin embargo, el conocer en mayor detalle su situación en su lugar de origen y en el lugar de destino nos obliga a tener cautela con dicha interpretación. Esto es así porque, de acuerdo a lo indicado por Benencia y Karasik (1994), los comentarios de las mismas interlocutoras de nuestro estudio demostraron que en Bolivia solían tener mayor interacción con la sociedad, incluyendo la libertad de movimiento e independencia, en comparación con su vida en Argentina. Si bien esto se relaciona con los controles que, desde el ámbito laboral, se ejercen sobre los otros ámbitos de sus vidas en Buenos Aires, como se verá en el capítulo tres, los mismos implican importantes limitaciones para su autonomía en Argentina. Además de estos factores individuales de las mujeres abarcadas en mi caso de estudio, resulta útil pensar su migración en relación al contexto histórico de la emigración de Cochabamba a Argentina, iluminando aspectos menos visibles que motivan dichos flujos migratorios. Hinojosa Gordonava (2008) nos señala que las sociedades en los valles centrales de Cochabamba ―se identificaron por su permanente movilidad y utilización de diferentes espacios geográficos, de tal manera que la migración fue una constante en sus prácticas de supervivencia y reproducción social‖ (Hinojosa Gordonava, 2008: 97). Según el autor, esta dimensión histórico-cultural de las migraciones cochabambinas nos permite pensar estos desplazamientos ya no 65 simplemente como ―estrategias modernas de supervivencia, sino de un ‗habitus migratorio‘ (Ibid). La perspectiva histórica y holística que brinda este autor con respecto a la emigración de Cochabamba nos permite contemplar simultáneamente los motivos económicos de supervivencia así como los que se vinculan con un imaginario y habitus migratorio instalados en las poblaciones de esta región, ambos aspectos que se destacan en los relatos de las mujeres de este caso. Sin embargo, por ser el imaginario y el habitus fenómenos y construcciones más naturalizados en los sujetos, y por ende menos conscientes, se observará que es la dimensión económica la que más predomina en los relatos de las mujeres. Se entiende entonces que, además de las necesidades económicas que motivan la migración de manera consciente, el imaginario migratorio instalado en el lugar de origen es un factor que facilita su desplazamiento, y que también genera expectativas, en gran parte económicas, al momento de tomar la decisión de migrar. Según lo observado entre las interlocutoras de ambos casos de este trabajo, dichas expectativas –aún si inconclusas- suelen ser la esperanza de poder ahorrar dinero y volver a Bolivia para allí disfrutar de un mejor nivel de vida. Esto lo afirman además Benencia y Karasik (1994) cuando explican que ―[d]entro de esa ‗forma de migrar‘ a la Argentina, es fundamental el patrón de retorno y reinversión local‖ y que ―[p]ara gran parte de la población de Cochabamba, la migración hacia la Argentina representa una de las posibilidades de seguir viviendo en Bolivia y de mejorar las condiciones de vida en su país de origen‖ (Benencia y Karasik, 1994: 282). En diferentes conversaciones sobre este tema con las mujeres en la verdulería, me comentaron al respecto. Juliana afirmó que las personas vienen de Bolivia a Argentina sólo por la posibilidad de ahorrar, permitida por la diferencia en el cambio del peso argentino relativo al peso boliviano. En su opinión, éste es el factor excluyente que hace que las personas sigan viniendo a Argentina, y si dejara de existir: ―no vendrían más‖. Según Juliana y María, debido a la devaluación del peso argentino desde la crisis del 2001, y que por lo tanto deje de haber tanta ventaja cambiaria que permite el ahorro, ahora hay menos incentivo y menos personas que migran 66 a Argentina para trabajar. En este sentido opinó María que ―antes iban más a Argentina‖ pero ahora ―se cansaron‖ y vienen menos27. En cambio, según Juliana y María, más personas de su comunidad ahora participan de la migración laboral hacia España, sobre todo ―muchas chicas jóvenes de entre 20 y 30 años‖ (Notas de una conversación con María, 11 de junio de 2009) 28 . Este cambio en el destino migratorio, indicado por las mismas verduleras y por Hinojosa Gordonava (2008), nos demuestra la importancia de las expectativas de ―ganar bien‖ radicadas en el imaginario migratorio. Por ejemplo, las mujeres verduleras consideraban que en Argentina ―ya no se gana tan bien‖ y además ―tenés que trabajar mucho‖ (Notas de campo, 11 de junio de 2009). En cambio se cree que en España si bien uno también tiene que trabajar mucho, como los parientes de María, Juliana y Yésica que viven o vivieron en España, en la producción frutihortícola española ―por lo menos ganas bien‖. Estas valoraciones también demuestran el carácter principalmente económico y laboral del movimiento migratorio en el cual participan las mujeres interlocutoras que ellas marcan como el principal. Este aspecto no está desvinculado de la tendencia que, como comentó Juliana, muchas personas de su comunidad de origen migran ―pero muchos regresan‖, ya que en la migración laboral, si bien el proyecto puede transformarse con el tiempo, existe en principio el objetivo de ahorrar para poder eventualmente regresar a Bolivia. El deseo de regresar a Bolivia, a veces obstaculizado, se vio evidenciado en este caso. Las interlocutoras expresaron no saber por cuánto tiempo vienen a Argentina ni por cuánto tiempo se van a quedar una vez que están en el país, y, cuando regresan a Bolivia, dijeron no saber si van a volver a Argentina. Este discurso también se vio materializado en las prácticas migratorias. Por ejemplo, María volvió a Bolivia tres veces en dos 27 En su texto ―Procesos migratorios transnacionales en Bolivia y Cochabamba‖ (2010), Hinojosa Gordonava brinda una detallada explicación de las transformaciones en los flujos migratorios desde Bolivia hacia Argentina, especialmente relevante para considerar los cambios de los años 90 a los cuales se refieren las verduleras. 28 Esta tendencia fue comentada por las mismas mujeres en base a lo que observaban en su lugar de origen, y se sustenta además en estudios sobre la emigración de Cochabamba hacia el exterior. Ver ―España en el itinerario de Bolivia‖ de Hinojosa Gordonava (2008). 67 años siempre con la intención de quedarse allá y siempre volvió a pedido del dueño del negocio que la ―llamaba‖ para que volviera. Esta falta o transformación de un proyecto migratorio, en este caso entre mujeres migrantes jóvenes, puede relacionarse con una cultura migratoria caracterizada por movimientos temporales, no necesariamente internacionales. En este sentido, Benencia y Karasik nos señalan que ―[l]os migrantes bolivianos, más que tales, se consideran trabajadores‖ y que ―[i]r a trabajar o conseguir un trabajo no implica, necesariamente, una migración en el sentido formal‖ (1994: 275). Basándose en Dandler y Medieiros (1991), los autores explican que esto se observa en tanto ―se mueva el migrante al exterior o por el interior del país, su disposición es la de moverse cuando le parezca conveniente‖, y que, para la mayoría de los migrantes, ―la migración a Buenos Aires es una entre varias opciones, semejante a las que tienen en Bolivia‖ (Dandler y Medeiros, 1991, en Benencia y Karasik, 1994: 275). Además de la existencia de un imaginario general instalado en su región de procedencia, como afirma Hinojosa Gordonava, el cual facilita su participación en la migración -en el sentido de que abre la posibilidad de migrar como una idea factible y socialmente aceptable-, existe otro factor más concreto y cercano en la vida de las mujeres que también facilita su desplazamiento a través de las fronteras nacionales. Esto es tener parientes y vecinos en sus lugares de origen con antecedentes en la migración con anterioridad a que ellas participaran. Esto se vio en este caso, ya que las mujeres que vinieron en general tienen por lo menos un/a hermano/a mayor que migró antes –como en el caso de varias de ellas fue una hermana mujer. Su propia migración se ve facilitada más aún en el caso de tener parientes que viven o vivieron en Argentina y específicamente en Buenos Aires, lo cual tienen todas, aunque no necesariamente se vinculen mucho con esas personas. Pensando en estos factores, es interesante notar que en las familias de las mujeres que participan en esta red laboral, migraron más las hijas mujeres, y estando solteras, que los hijos varones. Como se notó arriba, migrar jóvenes y solteras probablemente constituya un rasgo que indica una 68 migración pensada como no permanente, sino como un mecanismo para ―ayudar‖ a sus familias y ellas mismas volver con cierta suma de capital para empezar una vida en pareja en Bolivia. En este respecto, es interesante notar que, si bien ―allá la gente se junta temprano‖ (Notas de una conversación con Juliana, 16 de octubre de 2009), al irse del país solas a una edad considerada apropiada socialmente para el matrimonio, las prácticas de estas mujeres en cierta forma desafían esa norma social, postergando la formación de una pareja y familia a cambio de la migración. Si bien varias de ellas comentaron sostener como proyecto casarse con un boliviano y tener hijos, se genera una diferencia en el plazo temporal en el cual lo vayan a concretar. En este sentido, mantienen la idea de que la pareja tiene que ser boliviano necesariamente, ya que ―no se juntarían con un argentino‖ y, aunque algunas de ellas critican la idea de tener un marido así como algunos roles de género normativos, les sigue pesando el valor social de ser madre y esposa, como mandato social fuerte. El migrar solteras y jóvenes de forma autónoma se puede vincular con que, además del motivo laboral, varias de ellas expresaron que en un primer momento tenían ―ganas‖ de venir a Argentina y conocer. Sin embargo, todas reconocieron luego ―extrañar mucho‖ y algunas que ―allá la vida es mejor‖, por lo cual ya ―no vale la pena‖ estar viviendo afuera ―sólo para ahorrar‖, porque uno ―no la pasa muy bien‖ cuando no tiene a su familia cerca (Notas de campo, 7 de noviembre de 2009). Aunque muchas de ellas tienen primos u otros parientes en Argentina, no lo consideran lo mismo que tener a sus hermanos. Como se mencionó arriba, el imaginario del ―volver‖ vinculado a la migración de su región hacia Argentina se plasma entonces en el desarraigo. Es decir, la migración es vista en primer lugar como un recurso económico que permite ahorrar y no como algo permanente, por lo cual la posibilidad de regresar a Bolivia siempre está en el horizonte, como algo añorado. Esta fuerte cuestión del desarraigo emerge en los relatos y prácticas de las mujeres interlocutoras y se manifiesta en sus añoranzas por Bolivia, incluyendo por lugares conocidos, tradiciones de vestimenta, cocina y música, pero, sobre todo, por sus familias -hermanos/as 69 y padres-, lo cual se convierte en uno de los principales motivos del ―volver‖. Red social En este análisis, la red social de la cual forman parte los individuos que participaron de este estudio de caso, es de importancia porque nos permite articular sus trayectorias laborales y migratorias con su inserción en este mercado de trabajo particular de las verdulerías en Buenos Aires. Aquí se explorarán algunos factores que emergieron como aspectos que facilitaron su entrada al mismo y de qué forma lo hicieron. La red laboral que activa el dueño de los negocios para reclutar mano de obra, si bien no es familiar, se arma sobre redes familiares y vecinales ya existentes en el lugar de origen. Este mecanismo de reclutamiento está posibilitado por el hecho de que la mayoría de las mujeres trabajadoras se conocen con anterioridad de participar en esta red laboral. Así, en la comunidad de origen los comentarios sobre la existencia de los trabajos en las verdulerías del dueño llegan a las mujeres que migrarán de parte de las mujeres que ya viven y trabajan en Buenos Aires. Que el dueño cuente con redes ya armadas en una comunidad en Bolivia como fuente de mano de obra a movilizar a través de las redes sociales migrantes, implica que dichas redes ―constituyen algo más que fuentes de información, ya que son factores independientes que moldean el empleo y la contratación en los lugares de trabajo‖ (Pizarro et. al., 2011: 14). El hecho de que las redes movilicen e importen al lugar de trabajo relaciones preexistentes de la comunidad de origen, remarca la importancia de considerarlas en relación a las trayectorias migratorias y laborales de los/as migrantes para entender cómo llegaron a insertarse laboralmente en el lugar de destino. Cuando el dueño tiene que renovar mano de obra en sus negocios, espera que la empleada que se va le avise con un mes de anticipación, como me informó Juliana, ya que considera que este es un plazo de tiempo necesario para realizar el proceso de reclutamiento a través de la red. En esta situación, dentro de lo posible, llama a las mismas trabajadoras que regresaron a Bolivia para que vayan a trabajar de nuevo, como hizo 70 múltiples veces con María, quien se fue y regresó tres veces en dos años, siempre volviendo a pedido del dueño. En caso contrario, busca nueva mano de obra de la misma comunidad, especialmente personas que ya tengan vínculos con las otras empleadas. Si bien dijeron que el dueño ―va a buscarlas o las llama‖, en los casos de todas las mujeres con las cuales hablé, fueron informadas del trabajo y vinieron solas, con una amiga oriunda que también venía a Buenos Aires, o la traía algún familiar. De todas formas, este mecanismo de comunicación permite que las mujeres se enteren de la oportunidad laboral antes de venir a Argentina, y saben antes de migrar que van a tener trabajo en una verdulería, aunque dicen no saber más detalles sobre cómo sería su trabajo específico. Sin embargo, la información que obtienen antes de tomar la decisión de migrar –saber que tienen asegurado un trabajo con vivienda- es lo suficiente para permitir la toma de dicha decisión, ya que afirman que sin saber esto, no hubieran migrado. En este sentido, se puede considerar que la red social posibilita su migración. Sin embargo, la red facilita el acceso no sólo al trabajo en el lugar de destino sino también, y a través del trabajo, a la vivienda. Es decir, parte del ―contrato‖ laboral es la inclusión de la vivienda además de la remuneración monetaria. Por lo tanto, las empleadas de los tres negocios conviven todas en una casa en el barrio porteño de Chacarita, no muy lejos de los negocios en donde trabajan. El hecho de que los tres negocios en donde trabajan las mujeres estén articulados entre sí, y que, además, todas las mujeres convivan en un mismo espacio, hace que la red exista no sólo al nivel de una estructura que posibilita la migración y como un mecanismo que posibilita el reclutamiento de la mano de obra sino que también funciona como tal en la cotidianeidad de las mujeres trabajadoras, cuyos ámbitos productivos y reproductivos están imbricados debido al hecho que ambos están articulados dentro de la red. Debido a que este tipo de redes étnico-nacionales facilitan no sólo la migración sino también la inserción laboral y el acceso a la vivienda, entre otros recursos una vez en el lugar de destino, resulta en que ellas sean las que mejor funcionan para que al principio un trabajador pueda insertarse y para que el empleador se asegure de la mano de obra para su 71 emprendimiento en este nicho laboral etnicizado. Sin embargo, aún cuando al principio la red constituye una ―ayuda invaluable para obtener información acerca de posibles trabajos e incluso una vía excelente para obtener recomendaciones que facilitan el reclutamiento‖ (Herrera Lima, 2005: 188), los mismos lazos fuertes que permitieron dicha ayuda pueden luego obstaculizar que sus integrantes construyan lazos débiles con personas fuera de la red. Este hecho dificulta una posterior diversificación laboral como sería poder participar en otras redes para insertarse en trabajos de otros sectores del mercado de trabajo, ya sean estos etnicizados o no. Así, las redes ―pueden llegar a ser la explicación del enclaustramiento de las personas en nichos de trabajo de baja calidad‖ (Ibid). II. Segundo caso: Red migratoria y laboral familiar II.i. Estructura y funcionamiento de la red El segundo caso a analizar consiste en una red migratoria y laboral constituida exclusivamente por miembros relacionados por vínculos de parentesco, todos de origen nacional boliviano -aunque no del mismo lugar dentro de Bolivia- y etnicidad quechua, y con diferencias de género y generacionales entre ellos. La integrante que activó la red tal como se configura en la actualidad -Juana- es la hija mayor de una familia de Potosí, Bolivia. Juana vino a Buenos Aires por primera vez hace veinte años, momento desde el cual empezó a ―traer‖ paulatinamente a la mayoría sus hermanos. De esta manera se fue constituyendo y articulando esta red tal como existe en la actualidad. En Argentina, todos los integrantes de la red viven en un barrio en la localidad de Villa Domínico, partido de Avellaneda en el AMBA, pero tienen sus negocios en zonas diferentes, la mayoría en la Ciudad de Buenos Aires. Si bien en este segundo caso la red se nuclea alrededor de una familia boliviana de origen potosino, en su funcionamiento ésta articula además, y en diferentes grados, a personas vinculadas a dicha familia por lazos de parentesco ―político‖: maridos y familiares de los maridos de las mujeres de la familia central. Algunos de estos individuos estarán 72 contemplados en el estudio a pesar de no trabajar de forma exclusiva o directa en el sector del comercio frutihortícola minorista, sino porque están vinculados a las verdulerías por trabajar en conjunto con otros familiares que sí lo están, y porque son parte íntegra de muchos otros aspectos del funcionamiento de la red. Durante mi trabajo de campo con este caso, tuve la oportunidad de conocer a la gran mayoría de los protagonistas de esta red laboral y migratoria, incluyendo a las tres hermanas dueñas de negocios, y a otra hermana que, durante mi trabajo de campo, pasa de ser ―empleada‖ en la verdulería de su hermana mayor a manejar su propia verdulería, así como con otro hermano empleado de la verdulería, los maridos e hijos de las mujeres y otros parientes y vecinos. Sin embargo, fue con cuatro de los hermanos, y el marido e hijos de una de ellas con quienes mayor y más regular contacto mantuve durante el periodo de mi trabajo de campo: Juana, Judith, Elizabeth y Raúl, así como Roberto y los tres hijos que tiene con Juana. Fueron estas personas quienes, por lo tanto, informaron en mayor grado los datos de mi estudio de caso. En relación al primer caso, en el cual casi todos los integrantes provenían del mismo lugar de origen y tenían antecedentes laborales y migratorios más parejos entre sí, esta red, siendo familiar, está constituida por integrantes que presentan mayor diversidad entre sí, no sólo etaria y de género sino también en sus trayectorias migratorias y laborales. La mayoría de ellos vinieron a Buenos Aires para trabajar pero no específicamente como ―verduleras‖ o ―verduleros‖. Sin embargo, después de llevar un tiempo en el lugar de destino trabajando en otros rubros, el mercado de trabajo de las ―verdulerías‖ se les abrió como oportunidad laboral, siempre a través de un pariente de la red que ya estaba inserto en este sector. En este sentido se puede considerar que en este caso se trata de una red migratoria laboral y familiar. Esta modalidad de inserción en este sector, a través de familiares, se ve facilitado por el hecho de las diferencias generacionales/etarias y de trayectoria migratoria que presentan entre sí. Algunos de los integrantes, quienes llevan más tiempo en Argentina y han acumulado mayor capital 73 económico y social, manejan sus propias verdulerías en la Ciudad de Buenos Aires y, como mecanismo de reclutamiento de mano de obra, recurren a familiares de menor edad a quienes ―traen‖ de Bolivia, en general con el objetivo de que los ―ayuden‖ en sus negocios. En este sentido, es una ―ayuda‖ recíproca –pero no simétrica- entre los cuentapropistas que traen a sus parientes más jóvenes de Bolivia para que los ―ayuden‖ en sus negocios. Por un lado, los integrantes más nuevos consideran su trabajo como una ―ayuda‖ a los que manejan los negocios ya que éstos tienen la necesidad de contar con quienes los ―ayuden‖ en sus negocios. Por otro lado, los cuentapropistas, a cambio de la ―ayuda‖ en mano de obra que recibirán de sus parientes, tienen que ―ayudarlos‖ a estos últimos facilitándoles la inserción laboral, el acceso a la vivienda y a otros recursos como pueden ser el trámite de la residencia, préstamos, entre otros. No todos los integrantes de la red trabajan en relación directa entre sí, sino que varios de ellos tienen sus propios negocios en el mismo mercado de las ―verdulerías‖, la mayoría dentro de la Ciudad de Buenos Aires y una afuera de la ciudad, en el barrio donde reside. Por el motivo notado arriba, para los integrantes de la red que sí mantienen vínculos laborales directos entre sí, a diferencia del primer caso, aquí se resalta como primordiales las relaciones de parentesco, las cuales condicionan las relaciones laborales. Aunque se profundizará la incidencia de esta cuestión en las relaciones laborales en el capítulo 3, es importante destacar que en este caso se observa una fuerte imbricación entre ámbitos y relaciones familiares y laborales. La diversidad etaria y de género en la constitución de esta red así como la importante incidencia de los vínculos familiares en los vínculos laborales resulta en una jerarquía dentro de la red que es más compleja que en el primer caso, aunque no más desigual. Este hecho se tomará en cuenta para el análisis del funcionamiento de la red. De modo de poder analizar a lo largo de este trabajo el funcionamiento de la red como institución/mecanismo articulador de mano de obra para la conformación del mercado de trabajo de las verdulerías, se presentará primero a sus integrantes principales resumiendo sus trayectorias migratorias y laborales y cómo está inserto cada uno de ellos en la red. 74 II.ii. Trayectorias laborales y migratorias de los integrantes de la red La interlocutora principal de esta red, y por quien accedí a la misma, se llama Juana. Nació en una comunidad rural de la provincia de Potosí, Bolivia, donde su familia se dedicaba a la producción agrícola en un terreno familiar. De chica Juana nunca ingresó a la escuela, y cuando ella tenía apenas siete años de edad falleció su madre. Al poco tiempo de fallecida su madre, el padre dejó de trabajar la tierra y empezó a mandar a sus hijas a trabajar de forma remunerada afuera de su comunidad. Siendo la mayor de tres hijas que tuvieron sus padres, a la edad de nueve años Juana empezó a salir a trabajar para ayudar a su padre. Viajaba de su casa en el campo donde vivía con su padre y sus hermanas, a trabajar lavando platos en un restaurante en la ciudad en donde le pagaban con dinero y comida a cambio de su trabajo. Cuando sus dos hermanas menores ya tenían la edad de diez años, ambas también se habían inserto en trabajos remunerados. Luego, su padre mandó a Juana a vivir con sus padrinos en la Ciudad de Cochabamba, donde fue criada durante la adolescencia hasta que viniera a Argentina por primera vez con la edad de dieciocho años. Refiriéndose a sus largos años como trabajadora, que empezaron a una temprana edad, Juana afirma que ―siempre trabajé‖, motivo por el cual nunca empezó la primaria y no tiene escolarización. En su trayectoria laboral, trabajó poco en la producción de verduras porque, aunque tenían campo con su padre, no lo trabajaron más tras el fallecimiento de su madre. Pero sí cuenta haber trabajado mucho en la comercialización de verduras en Bolivia, entre otros trabajos asalariados. Esto le permitió a los dieciocho años, antes de venir a Argentina, comprarse ella sola un terreno con una ―casita‖ en Cochabamba, lugar a donde vuelve cuando regresa a Bolivia hasta el día de hoy. Según relata, sus largos años trabajando también le permitieron tener el dinero necesario para poder venir a Argentina ―sin pedir a otras personas‖. Además de darle mayor autonomía en su movilidad, fue importante para ella poder hacer esto porque disponer del dinero para venir es ―la parte más difícil‖ de migrar. 75 Cuando vino por primera vez a Argentina, en 1991, Juana vino directamente a Buenos Aires ―para trabajar‖ porque quería ―ganar bien‖. Vino acompañada por su prima, traídas las dos por la madrina de la prima que vivía hacía mucho tiempo en el AMBA. Los primeros años vivieron Juana, su prima y la madrina de la prima en la casa de la madrina en una villa de emergencia en la zona sur del AMBA. La madrina de la prima facilitó la inserción laboral en la limpieza –el servicio doméstico- para ambas jóvenes cuando llegaron. Así, los primeros trabajos de Juana en Argentina fueron en el sector del servicio doméstico en la Ciudad de Buenos Aires. Después de esta experiencia, regresó a Bolivia por unos años y en 1994 volvió a Buenos Aires de nuevo. Al poco tiempo de que vino a Argentina por segunda vez, y trabajaba aún en la limpieza, Juana mandó a buscar a su hermana Sonia, la segunda en edad, y luego a la hermana menor de las tres, Judith. Durante aquella época, Juana mandaba remesas a su abuelo en Bolivia pero cuando él falleció, ella dejó de mandar y ahora no manda más, además porque considera que ya no puede por tener ―mis críos‖. De sus otros familiares, tiene cuatro primos en España que ―mandan Euros‖ a la familia. En 1998, siete años después de haber venido a Argentina por primera vez, durante un día de trámites en el Consulado de Bolivia, Juana conoció a Roberto, también inmigrante de origen boliviano, con quien formaría pareja y tendría tres hijos. En ese momento él trabajaba ―con las máquinas‖ haciendo ropa ―con los coreanos‖ y Juana se encontraba viviendo con la prima -la misma que la trajo- en frente de su casa actual y también trabajaba en la verdulería de la prima. Según el relato de una vecina del barrio en Avellaneda, en esa época Juana ―hombreaba como los hombres‖, ―carga[ndo] bolsas de papas en los hombros como hacían los hombres‖ (Notas de campo, 15 de noviembre de 2009), y hacía tareas domésticas en la casa de la prima durante los fines de semana. En ese momento, cuando Juana tenía 26 años, Roberto la invitó a que vaya a vivir con él y ―se juntaron‖. Compraron el terreno de en frente y construyeron de a poco su actual casa. Mientras tanto vivieron un tiempo en el barrio porteño de Constitución, a tres cuadras de donde tienen el negocio ahora, en un lugar 76 donde se alquilaban piezas. Mientras vivían ahí, al año de haberse juntado, nació su primer hijo, David, quien tenía diez años en el momento en que yo realicé mi trabajo de campo. Luego irían a vivir en la casa que construyeron en Villa Domínico y tuvieron dos hijos más: Gloria de nueve años y Jenny de dos años y medio. Los tres hijos nacieron en Argentina, por lo tanto son ciudadanos argentinos, y a través del nacimiento del primero Juana pudo obtener la residencia permanente en Argentina. Durante este periodo, fallece el padre de Juana, quien se había vuelto a casar en Potosí y tuvo seis hijos más -medio-hermanos de Juana-, y Juana mandó a buscar a dos de ellos. Primero trae a la mayor de los seis, Elizabeth, cuando tenía sólo diez años, y luego al segundo en edad, Raúl, cuando tenía catorce años. En Bolivia le quedan cuatro medio-hermanos menores por el lado del padre que ―son chiquitos todavía‖, y los otros cuatro hermanos ya los ―trajo‖ a Argentina. Durante el tiempo que reside en Buenos Aires, Juana ha trabajado en distintos rubros además de la limpieza, incluyendo ocho años como cajera en un supermercado de dueños de origen chino, que queda a una cuadra de su actual negocio. Después de ese trabajo abrió su primera verdulería en el mismo local donde ahora tiene su negocio, pero en ese momento alquilaba a medias con un hombre que tenía carnicería. Mientras tenía esa verdulería, Juana se separó de Roberto y tuvo que dejar el negocio para encargarse sola de la crianza de sus hijos, trabajando en la costura desde su casa. Pero, al tiempo volvió con su marido y también la llamó el dueño del mismo local donde tenía la verdulería preguntándole si quería volver a poner una verdulería. Juana aceptó y esta vez su marido puso la carnicería: ―es todo de nosotros ahora, pero costó mucho llegar hasta acá‖. Durante el trayecto de mi trabajo de campo, Juana hablaba cada vez más de estar ―sufriendo‖ en Argentina y de querer regresar a Bolivia a vivir, sobre todo cuando estaba mal con Roberto, pero recordaba que cuando va ―no se acostumbra‖. Le tentaba saber que allá tenía su terreno para vivir, aunque no era ―campo‖ como le hubiera gustado. Un día en su casa, con el marido durmiendo en el sillón, me dice que iría sin dudarlo si tuviera tierra 77 para trabajar allá, porque dice ―ya me cansé de estar acá‖, que se iría a Bolivia y se llevaría a sus hijos. La historia de la prima de Juana, Mirta, es de relevancia aquí, en tanto es la prima que vino a Argentina junto a Juana y cuya madrina les facilitó su primer trabajo en Buenos Aires. También es la misma prima que empezó a tener verdulerías en las cuales Juana también trabajó como ―empleada‖. Además, Juana siempre habla de Mirta como una historia de ―éxito‖, historia que se construye en base a los relatos que me hizo Juana a mí durante diferentes entrevistas y visitas. Aunque no contamos de esta manera con la voz de Mirta en primera persona, de todas formas la mediación del punto de vista de Juana nos aporta una mirada iluminadora en relación a cómo se valora positivamente la trayectoria de Mirta desde otra integrante mujer de su familia que trabaja en el mismo sector. Mirta y Juana vinieron juntas por primera vez las dos en el año 1991. Mirta ya tenía su madrina viviendo en Buenos Aires hacía mucho tiempo. Vivía en una casa en una villa de emergencia en la zona sur del AMBA. Juana y Mirta fueron a vivir con la madrina en su casa, que era de un solo ambiente. Luego empezaron a vivir en esa casa también el marido de Mirta y luego sus hijos. Como el marido trabajaba en la construcción, con su dinero compró la mitad de la casa de al lado, y la terminó de reformar en una casa más grande. En esa casa, Mirta empezó su larga trayectoria como ―verdulera‖ en Argentina. Puso un puesto en la puerta de esa casa y vendía verdura ahí. Le iba bien y luego empezó a vender otras cosas, y al tiempo ya tenía un almacén. El marido de Mirta luego compró la segunda mitad de la casa al vecino y ya tenían toda la casa. Como le fue bien con el negocio que tenía en su casa, después Mirta empezó a tener una verdulería en el barrio de Barracas de la Ciudad de Buenos Aires y, nuevamente, le fue muy bien. Después se fueron de la villa a vivir en otra parte de Avellaneda y fue comprando verdulerías de supermercados chinos. Según relata Juana, Mirta ―traía a sus parientes a trabajar‖ en esos puestos como sus empleados. Después puso su propio supermercado entero y fue dejando las verdulerías de los supermercados chinos a sus parientes que en ellos trabajaban. Al mismo tiempo, Mirta tenía 78 otras verdulerías que le quedaban a ella además del supermercado. A todo esto, el marido seguía trabajando en la construcción pero temprano a la mañana él la acompañaba a hacer las compras y llevar la mercadería del Mercado Central a sus verdulerías. Pero después, ―por el marido‖, Mirta tuvo que dejar su supermercado. La razón había sido que el marido ―empezó a tomar mucho‖. Se emborrachaba mucho y no la ayudaba más. Mirta tenía demasiado trabajo y se cansaba mucho, no podía hacer todo sola. Con el pasar del tiempo, el marido ―siguió igual‖ y, por este motivo, ella se vio obligada a vender su supermercado. Lo vendió a una familia china a un precio ―muy caro‖. De esa venta, ―sacó mucho dinero‖ y con ese dinero se pudo hacer una gran casa en Alto Avellaneda. Roberto, el marido de Juana, es de El Alto, del departamento de La Paz, Bolivia. Vino a Argentina por primera vez hace dieciocho años, a la edad de veinte. En ese momento en Bolivia ya no se encontraba viviendo con la familia, ya que su madre había fallecido, y hacía cuatro años que trabajaba como ayudante de electricista. Cuando vino a Argentina fue porque lo trajo su hermana mayor quien ya vivía en Buenos Aires, lugar donde tenía un taller textil. Según sus relatos, los trabajos que tuvo Roberto en Argentina han sido muchos y variados. Primero trabajó en el taller de confección textil de su hermana, luego como ayudante de albañil, u también trabajó en plomería, aunque nunca en la construcción, hecho que destaca él y su familia por ser éste un sector propicio para inmigrantes bolivianos. También trabajó en el rubro textil para jefes de origen coreano y luego judío, y también fue ayudante de cocina en un restaurant chino. Resumía los trabajos por las caracterizaciones étnicas de los diferentes jefes y se refería a ―trabajar duro todo el día‖. Actualmente, trabaja la carnicería en el negocio que maneja con Juana, el cual constituyó, junto con el hogar de su familia, uno de los focos de mi trabajo de campo. Esta es la primera vez que Roberto tiene su propio negocio, habiendo comenzado él como cuentapropista después de que Juana ya tuviera su propia verdulería. En este negocio él puso la carnicería y ella puso la verdulería. Aunque no trabaja en las verdulerías, Roberto es una figura relevante en la red ya que, además de compartir el negocio, como 79 marido de Juana, comparte una casa con ella junto a sus tres hijos y los hermanos menores de Juana y otros inquilinos familiares y conocidos bolivianos de él y de ella. En este sentido, Roberto está inmerso en los ambientes doméstico, barrial y laboral y es parte integral de las relaciones familiares que inciden en la dinámica de las relaciones laborales en la verdulería de Juana y en la red, incluyendo el reclutamiento de nuevos trabajadores. Como se ha dicho, muchas de las personas que alquilaban cuartos en la casa de él y Juana durante el período de mi trabajo de campo eran parientes suyos: su hermana y varios sobrinos de diferentes edades, en general con trayectoria laboral en el sector de la confección textil. Elizabeth es la más grande de los seis medio hermanos de Juana y la primera de dos de ellos a quienes ―trajo‖ a Argentina. Como Juana, Elizabeth proviene de una comunidad rural de Potosí, del hogar del padre pero de parte de otra madre. Cuando Elizabeth era niña falleció su padre, y cuando ella tenía diez años de edad Juana fue a Bolivia a buscarla y la trajo a Buenos Aires. Durante sus primeros años en Buenos Aires Elizabeth estudiaba en la escuela secundaria y vivía con la familia de Juana. Cuando tenía dieciséis años regresó a Potosí con la intención de quedarse a vivir allá pero luego de dos años decidió que ―no se pudo acostumbrar‖ y volvió a Argentina. Esto fue más de un año antes de que yo empezara mi trabajo de campo y cuando yo la conocí tenía 19 años. Cuando fue a Bolivia dejó los estudios secundarios, y cuando regresó no retomó más porque ―le costaba‖. Elizabeth vive en la casa de Juana y Roberto y durante el periodo de mi trabajo de campo atravesó varios cambios laborales y también en la dinámica de su relación con la familia de Juana y Roberto. Cuando empecé mi trabajo de campo, Elizabeth trabajaba en el negocio de Juana, pero con el pasar de los meses Elizabeth empezó a ir menos al negocio, hecho que Juana y Roberto atribuían a que Elizabeth se estaba capacitando para ser vendedora o ―distribuidora‖ de una marca de productos de belleza y cuidado. Su creciente ausencia y falta de ―ayuda‖ en el negocio preocupaba a Juana, quien empezó a depender cada vez más de la ―ayuda‖ de su otro medio hermano, Raúl, a quien había traído a Argentina hacía un año. Pero resultó que Elizabeth no se fue sólo por su involucramiento con la empresa 80 de productos de belleza que dejaría el negocio de Juana sino porque consiguió tener su propio puesto de verdulería en un supermercado chino en el barrio porteño de Parque Chacabuco. A pesar de este ―logro‖, a los pocos meses Elizabeth dejó el puesto encargado a una amiga de ella para ella poder ―ayudar‖ a Juana durante unos meses, quien no estaba yendo a trabajar en el negocio de San Telmo. A Raúl también lo trajo Juana para trabajar con ella, hacía un año, cuando él tenía la edad de catorce años. Si bien va a un colegio púbico en Avellaneda en el turno mañana, el resto del día, todos los días menos los domingos, él trabaja en el negocio de Juana y además vive en la casa de Juana y Roberto. Juana y Raúl parecen tener una muy buena relación y buen trato. Ella le tiene confianza y él la ―ayuda‖ mucho, tanto en la casa con el cuidado de sus hijos y la limpieza como en el negocio. Primero trabajaba en la parte de la verdulería, atendiendo a clientes y llevando los pedidos a domicilio. Después Roberto le empezó a enseñar a trabajar la carnicería y Raúl trabajaba en donde lo necesitaran. Hacia el final del periodo de mi trabajo de campo, cuando Roberto había dejado de ir al negocio, dejó encargado a Raúl de la carnicería, pero como era muy joven, luego empezó a compartir las responsabilidades con el sobrino de Roberto, a quien mandó Roberto para ayudar en la carnicería. Sonia fue la segunda hermana en edad después de Juana y la primera que trajo Juana a Argentina, pocos años después de que viniera ella. Juana había arreglado el primer trabajo y el viaje e ingreso a Argentina para Sonia, así como el dinero necesario para efectuarlo. Fue así que Sonia vino también para trabajar y que sus primeros trabajos fueron en la limpieza de casas, así como ejercía Juana en esos años. Sonia vive en su propia casa con su marido y sus tres hijos a dos cuadras de la casa de Juana y Roberto en el mismo barrio. Actualmente tiene su propio negocio en el barrio porteño de Monserrat, en donde tiene no sólo verdulería sino también almacén y carnicería, y ―todo es de ella‖. Ella alquila el local y maneja todo, algo considerado elogiable por Elizabeth y Juana. Judith es la tercera en edad de las tres hermanas y la segunda que trajo Juana a Argentina. Migró a Argentina en el 1999, ella sola con su hija 81 mayor, Yesica. Cuando llegó al país fue directamente a vivir en el mismo barrio donde vivía Juana. Conoció a su marido una vez en Buenos Aires y tuvo tres hijas más con él. Actualmente sigue viviendo en el mismo barrio que sus hermanas, a dos cuadras de cada una de ellas, en una casa propia con su marido y las cuatro hijas –Lidia de trece años, Violeta de nueve, Isabel de siete y Marina de dieciocho meses. Si bien cuando primero llegó, Judith empezó trabajando en la limpieza y después tuvo variados trabajos, después de pocos años pudo poner su propia verdulería en la Ciudad de Buenos Aires. Dice que ―le iba bien‖ pero no le gustaba viajar a la Ciudad, por lo cual ahora sólo trabaja en Avellaneda, donde alquila un local y tiene su propia verdulería con el marido, cerca de su casa. Judith y el marido trabajan juntos su verdulería, pero la cercanía física de su ubicación facilita mucho la combinación y distribución entre los dos de las tareas domésticas, incluido el cuidado de sus hijas y de la casa, así como de las tareas remuneradas en el negocio. Pero las actividades domésticas y laborales de Judith empezaron a cambiar cuando su hija mayor, Lidia, se enfermó de tuberculosis y no pudo aportar en las tareas del hogar y el cuidado de sus hermanas menores. En ese momento quedó el marido trabajando solo en el negocio para ella cuidar a su hija y asumir las tareas domesticas que realizaba. Al mejorarse de la tuberculosis, Lidia asumiría de nuevo sus tareas en el hogar y empezó a ayudar de vez en cuando en la verdulería de Juana cuando Juana no iba por estar mal con Roberto. César es el sobrino de Roberto, también de El Alto, departamento de La Paz, Bolivia. Vino cuando tenía catorce años de edad y empezó trabajando y trabajaba hasta hacía muy poco en un taller textil de un familiar. Ahora está aprendiendo a trabajar la carnicería de Roberto bajo la enseñanza de Raúl. César dijo haber empezado a ir al negocio porque ―vienen las fiestas‖ y ―para dar una mano a mi tío‖ –Roberto- quien ya no estaba yendo a trabajar. Aunque él dice ayudar a su tío también es su tío quien lo ―ayuda‖ a él a salir del trabajo donde estaba, de la confección textil. Por este motivo, si bien se mostraba orgulloso del taller donde trabajaba, César también demostró interés en aprender el oficio del carnicero y seguir trabajando en la carnicería, probablemente concebida como una salida 82 laboral con otra valoración social y que tiene más posibilidades para ascendencia social y económica. Para él representaría un importante avance, ejemplo de las oportunidades de crecimiento que él siente que vivir en la Argentina ofrece. Por ejemplo, dice que, aunque a Bolivia le gusta ir para visitar, ya no quiere volver a vivir allá porque ―se acostumbró‖ a la vida acá y al hecho que acá ―hay más oportunidades y trabajo‖ y ya le gusta ―la forma de vida acá‖: que haya gente de muchos lugares y que por eso también la gente tiene otra perspectiva más abierta sobre la vida. En este relato, se evidencia que su migración, si bien tiene fuertes motivos económicos-laborales, muchas veces existe además el deseo de conocer otros modos de vida, sobre todo para los que vienen a edades más jóvenes. II.iii. Análisis del caso desde una perspectiva de género y etnicidadnacionalidad En base a la información recolectada sobre las trayectorias laborales y migratorias de los integrantes de esta red, así como el funcionamiento de la misma, se podrá analizar aquí cómo el género y la etnicidad-nacionalidad inciden en ellas. Trayectorias laborales En el análisis de las trayectorias laborales de los integrantes de esta red, emerge una cuestión generacional más evidente que en el primer caso, que permite diferenciar entre dos grupos etarios: Juana, Judith, Sonia y Mirta y sus maridos, en contraste con los más jóvenes: Elizabeth, Raúl y César, quienes vinieron a Argentina a edades más jóvenes, aunque también para acceder a mejores oportunidades económicas. Es de destacar que en Bolivia, por el fallecimiento temprano de su madre, las tres hermanas, Juana, Judith y Sonia, a la edad de nueve o diez años, todas ya habían empezado a salir de sus casas a trabajar, ―las primeras veces acompañadas‖ y luego ―solas‖. Ninguna de ellas empezó sus estudios escolares, habiendo realizado siempre tareas laborales, siendo éstas asalariadas desde edades muy tempranas. Cuando vinieron a Argentina las tres hermanas y la prima, todas alrededor de la edad de 20 años, ya llevaban muchos años en trabajos 83 asalariados de distinto tipo, entre ellos trabajos vinculados a la comercialización frutihortícola minorista como otros desvinculados del sector, y una vez en Buenos Aires se insertaron en otros nichos del mercado de trabajo, primero en el servicio doméstico, y luego pasando por otros sectores como la ―costura‖ y otros trabajos rentados como, en el caso de Juana, en supermercados pero no de ―verdulera‖. Al lograr poner su propio negocio, una pregunta relevante para nuestro caso es ¿por qué la elección de poner una verdulería? En relación al caso de Mirta, cuya primera actividad comerciante en Buenos Aires fue con su propio puesto de verduras en la puerta de su casa en una villa de emergencia en la zona sur del AMBA, Benencia y Karasik (1994) nos señalan que para esa misma época –principios de los 90- la primera experiencia de muchas mujeres bolivianas en venta callejera fue mientras residían ―en alguna villa o barrio popular de Buenos Aires, encontrando entre sus paisanos tanto información acerca de la modalidad de la actividad callejera, como socias comerciales sobre la base de relaciones de confianza construidas en base al paisanaje‖ (Benencia y Karasik, 1994: 281), y que en ese momento la actividad de vendedoras ambulantes de verduras ya era algo muy característico de las mujeres bolivianas. Estos autores observan cómo el flujo de la información a través de las redes sociales étnicas fue una cuestión crítica para su inserción en estas actividades, así como la asociación de la imagen de las mujeres bolivianas con la comercialización minorista de verduras (Ibid). En el caso de Juana, aunque ella lo considera un gran logro haber llegado a tener su propio negocio familiar, me comentó sobre las diferentes ―profesiones‖ que ha tenido ella y las ―profesiones‖ en las cuales, desde su percepción, se desempeñan otros migrantes limítrofes: ‗Empecé limpiando casas.‘ Después también ‗trabajé un tiempo en la costura, Elizabeth también pero no duró mucho.‘ Muchas mujeres [bolivianas] trabajan en estos dos. En la costura van muchas, casi todas mujeres. Los hombres [bolivianos] trabajan muchos como albañiles. Los paraguayos también. Pero ‗las mujeres paraguayas están en la limpieza, ellas no trabajan con la verdura, solo las bolivianas.‘ No sabe porque las bolivianas trabajan tanto en la verduras, pero dice puede ser porque ‗es una profesión fácil‘, porque si ya conoces a uno que lo hace, algún primo o hermana, ‗es más fácil‘ (Notas de una entrevista con Juana, 4 de abril de 2009). 84 Su referencia a que es ―fácil‖ entrar al mercado laboral de las verdulerías remite a cómo las redes facilitan el acceso al mismo, en este caso las redes familiares. Sin embargo, también reconoció las dificultades de trabajar en este rubro, al referirse en varias ocasiones a la baja en la cantidad de clientes a través de los años que tuvo el negocio. Un día que hablábamos en su casa dijo creer que es porque ―todos los bolivianos están poniendo verdulerías‖, hecho que también se encuentra vinculado a la idea de que para los bolivianos ―es una profesión fácil‖, lo cual hace que haya mucha competencia. En otros términos, alude a una percepción de la saturación del mercado de las verdulerías por una alta actividad de los inmigrantes bolivianos en este sector que surgió de manera reciente y repentina. Entonces, para responder a nuestra pregunta de por qué elegir poner una verdulería como cuentapropista, se puede observar que es un rubro en donde los miembros de esta red tienen más familiares, y que dichos lazos representan una forma de capital al facilitar la inserción en el sector. Además, todas las mujeres que pusieron sus propios negocios habían trabajado con anterioridad en la comercialización de frutas y verduras en algún momento de sus trayectorias laborales en Bolivia o Argentina pero no como cuentapropistas. De esta manera, además del capital brindado por parientes ya insertos en el sector, quienes ayudan a brindar información y knowhow sobre cómo operar una verdulería (Benencia y Karasik, 1994), la experiencia de haber trabajado en el mismo sector previamente, ya sea como empleada para un pariente, brinda a las mismas mujeres el knowhow del trabajo en este mercado laboral, que vendría a ser el ―saber técnico‖ de las verduleras. Además, y aunque se ve más acentuado entre las mujeres jóvenes del primer caso, proceder de un contexto rural también facilita algún knowhow de las actividades vinculadas a lo frutihortícola, aunque sea desde la producción y el contacto con mercados concentradores frutihortícolas. En base a los relatos y las experiencias de las mujeres, se vio cómo, al momento de poner en funcionamiento una verdulería, dichos antecedentes se complementan entre sí: el hecho de tener contactos de sus redes y el conocimiento previo que se fue adquiriendo a medida que se trabajaba y 85 que luego se puede aplicar a nuevos trabajos, con mayor facilidad cuando se permanece en el mismo sector. Esta observación es especialmente notable en el caso de Elizabeth, quien empezó desde joven trabajando en este rubro con Juana, lo cual le permitió, con apenas veinte años, tener su propio puesto en un supermercado y abrirse de la relación de dependencia con su hermana mayor. De todas maneras, ella no considera que le haya ido tan bien como a ―sus hermanas‖ quienes tienen negocios propios (independientes de un supermercado) y múltiples y/o diversificados (con carnicería y/o almacén además de verdulería). Esta consideración puede estar relacionada con la ambivalencia que demostró Elizabeth con respecto al trabajo en las verdulerías. Un día a solas con ella en el negocio de Juana, le pregunté si quisiera seguir en el trabajo de las verdulerías, y no contestó en seguida sino que hizo una pausa y dijo: ―y...(pausa), yo lo hago por mi mamá y mis hermanitos más chiquitos‖ (Notas de campo, 6 de marzo de 2010). Su respuesta dio a entender que si no fuese por la necesidad económica de ayudar a su madre y hermanos en Bolivia –a quienes ella y Raúl envían dinero-, no elegiría trabajar en este rubro, pero sigue porque es lo que ya sabe hacer y existe más facilidad para concretar un trabajo rentable en el mismo. Aquí es relevante notar cómo, incluso antes de poner su propia verdulería, Elizabeth ya tenía el deseo de abrirse del rubro de las verdulerías, para insertarse como distribuidora de productos de belleza, pero el nuevo rubro no le era redituable aún después de un año de trabajo. Sin embargo, no dejaba de tenerlo como objetivo en paralelo al trabajo en las verdulerías. El esfuerzo por insertarse en la empresa de productos de belleza, representa una búsqueda por diversificar su inserción laboral, con la esperanza de que se cumplieran las promesas que hacía la empresa a sus ―distribuidores‖. Según observé en un evento al cual me invitó Elizabeth, entre estas promesas se decía que el involucramiento con la empresa permitiría al distribuidor ―ganar mucho dinero‖, tener mucho ―tiempo libre‖ y ―estabilidad‖, y que constituye ―la oportunidad más grande del mundo‖ para tener una salida de una vida muy ocupada y no redituable, y que ―marcaría un antes y un después en sus vidas‖ (Notas de campo, 5 de septiembre de 2009). En el 86 evento donde observé aquel discurso, también observé que la gran mayoría de los distribuidores eran de origen boliviano. Juana también intentaría vender los productos pero como no hizo las capacitaciones, según relata, ―no me fue bien‖ y no pudo insertarse. Esta reticencia hacia las verdulerías, que se nota más en el caso de Elizabeth que en los casos de sus hermanas ―verduleras‖ y de las mujeres cochabambinas del primer caso, se puede relacionar con lo dicho por Balán con respecto a las preferencias de inserción laboral de mujeres migrantes bolivianas en Argentina: ―Las mujeres que migraron de Bolivia, principalmente las casadas, suelen dedicarse a la venta callejera al menudeo, por lo común de frutas u hortalizas. Sin embargo, son vistas con desdén por la población de Buenos Aires (…). Por consiguiente, la venta ambulante sólo es una opción atractiva para las mujeres menos integradas a la sociedad argentina, y las jóvenes rara vez las imitan. En Buenos Aires es grande el número de mujeres que trabajan como empleadas domésticas. (…) Por otra parte, el servicio doméstico tiene muy poco prestigio en la sociedad de origen, sobre todo en el contexto del que nos ocupamos, el de la ciudad de Cochabamba. Las mujeres que emigran son más sensibles a esto que a las escalas de prestigio de su lugar de destino y tal vez prefieran ponerse a vender en la calle que limpiar una casa por un salario fijo, ya que eso les brinda mayor libertad y les permite vislumbrar una posibilidad de progreso (p.ej., instalando un pequeño local de comercio propio)‖ (Balán, 1990: 290). El análisis que nos brinda Balán permite entender por qué una mujer joven de veinte años, quien vino a Argentina a los diez años como Elizabeth y se encuentra más integrada a la sociedad del lugar de destino, se siente menos afín al trabajo en las verdulerías que sus hermanas mayores quienes vinieron a Argentina con alrededor de veinte años de edad con la ―escala de prestigio‖ del lugar de origen más incorporada. Se observa un contraste similar entre el caso de Elizabeth y el de las mujeres jóvenes de la primera red analizada, quienes tienen alrededor de su misma edad pero, como las hermanas de Elizabeth, las mujeres jóvenes del primer caso vinieron con alrededor de veinte años de edad con la escala de prestigio del lugar de origen más incorporada. Además, en dicho caso, las mujeres tuvieron una trayectoria laboral casi exclusivamente en el sector frutihortícola, convirtiéndose esto en algo que demostraron sentir como ―propio‖, y con cierto sentido de orgullo vinculado a sus orígenes. Este último fenómeno 87 ocurre en el caso de Elizabeth ni tampoco en el de sus hermanas mayores, Juana, Sonia y Judith. Al no compartir la trayectoria de sus hermanas mayores ni tampoco de las mujeres jóvenes del primer caso, puede entenderse que Elizabeth – quien migró a Argentina a los diez años y asistió allí a la escuela secundariase rija más por la escala de prestigio de la sociedad de destino y tenga mayor reticencia al trabajo de ―verdulera‖ asociado a las mujeres bolivianas en Argentina. Esto se radica además en que, a diferencia de lo que sucede en Bolivia, la marcación de la mujer boliviana como ―verdulera‖ constituye en Argentina una etnicización que atribuye una valoración negativa a quienes se desempeñan en este rubro. Los interlocutores de este caso también se refirieron al trabajo en las verdulerías asociándolo con cuestiones vinculadas a la pertenencia étniconacional. Durante el trascurso de mi trabajo de campo mis interlocutoras señalaron que el empleo doméstico y la costura son los sectores del mercado de trabajo que más se asocian a las mujeres bolivianas en Argentina. Este último rubro se destaca sobre todo en el caso de mujeres de La Paz, como los parientes de Roberto: ―Todas las mujeres que vienen de La Paz trabajan en la costura, no sé, deben hacer eso porque tiene sus conocidos en eso‖ (Notas de una entrevista con Juana, 4 de abril de 2009). No están asociadas con las verdulerías, como sí lo son mujeres bolivianas de otras regiones dentro de Bolivia, entre ellas Cochabamba y Potosí. Como se citó arriba, y como corrobora Balán, en cuanto a mujeres migrantes de otros países limítrofes, Juana se refirió a las mujeres paraguayas estando insertas en ―la limpieza‖ pero que ―no trabajan con la verdura‖, ya que en la verdura están ―solo las bolivianas‖ (Notas de campo, 4 de junio de 2009). En este sentido, en el imaginario del mercado laboral que tienen las mismas interlocutoras bolivianas en este rubro, las verdulerías se asocian con ―los bolivianos‖, y especialmente con bolivianos de las zonas de las cuales provienen ellas: Potosí y Cochabamba. Si bien en relación a otras mujeres migrantes, surgió el comentario de que son ―solo las bolivianas‖ las que trabajan en verdulerías, no necesariamente esto quiera decir que lo asocien más con mujeres bolivianas que con hombres bolivianos. De los 88 relatos recolectados durante mi trabajo de campo con esta red se desprendió una concepción de las verdulerías como un rubro mixto, y muchas veces familiar, propio de los bolivianos pero no diferenciados por género. Probablemente esto tenga que ver con que la mayoría de las verdulerías contempladas dentro de esta red son emprendimientos familiares en donde intervienen mujeres y hombres. De todas formas, no deja de ser relevante observar, más allá de los propios relatos de los interlocutores, cómo podría analizarse en términos de género la imagen de los y las verduleros/as bolivianos/as en Buenos Aires. Una última asociación que emergió entre las verdulerías y la etnicidad-nacionalidad surgió en un relato de dos de las mujeres verduleras, en que la verdulería aparece como un símbolo máximo de la ―bolivianidad‖. Con Juana y Elizabeth un día que estuve de visita en la verdulería hablábamos de sus historias en la migración así como las de sus hermanas y primas que también viven en Buenos Aires y me contaron que una siempre forma pareja con bolivianos, como algo que ellas dan por sentado. Me confirmaron que éste fue el caso para todas sus parientes mujeres en Argentina excepto una prima de ellas –también verdulera- que es la única que se casó con un argentino. Lo que destacaron del marido de esta prima, quien es de Mendoza, Argentina, es que se diferencia de los hombres bolivianos en términos de los roles estereotipados de género, como por ejemplo que no toma tanto alcohol como ―los hombres bolivianos‖. Sin embargo, sí adoptó otras características que ellas consideran propias de la bolivianidad, entre ellas, que aprendió a cocinar comida boliviana y que ―se volvió verdulero‖, decía Juana riéndose (Notas de campo, 16 de mayo de 2009). Otra dimensión que se pudo detectar en relación a las trayectorias laborales y al trabajo en las verdulerías tiene que ver con los sacrificios que implica tener una verdulería cuando el dueño es cuentapropista y brinda mano de obra en su propio local. Entre los sacrificios se destacan el tener que trabajar siete días a la semana para no perder mercadería, y el tener que trabajar largas horas, teniendo el negocio abierto por lo menos doce horas diarias además de las horas extras que implican los viajes al mercado de 89 frutas y verduras para comprar la mercadería y trasladarla al local. En el caso de Juana y Roberto, como también tienen carnicería, dijeron que preferirían tener sólo carnicería si pudieran, porque ―la verdulería es más trabajo‖, ―tenés que lavar y ordenar todo el tiempo‖. Con la carnicería no necesariamente haya que trabajar siete días a la semana, y además ―te traen los productos en camión‖ en lugar de tener que ir a comprarlos al mercado (Notas de campo, 16 de mayo de 2009). Aunque el trabajo en la verdulería implica permanentes y largas jornadas laborales, sin embargo, en esta comparación sale a la luz una caracterización positiva del trabajo en la comercialización minorista de frutas y verduras que es que se considera que ―rinde más‖ que la carnicería porque esta última, si bien implica menos trabajo, también ―vendes menos‖ y ―tenés más pérdidas‖. Esto se evidencia en el hecho que, si bien Juana y Roberto tienen además la carnicería, la fuente principal de ingresos del negocio no es ésta sino la verdulería, sin la cual no podrían mantener el nivel de vida que tienen, como por ejemplo: mantener y seguir haciendo obra en una casa de tres pisos que de por sí es una forma de complementar los ingresos ya que muchos de los cuartos son para alquilar; tener camioneta; mandar a los hijos al colegio privado y darles ciertos ―privilegios‖ que sus primos no tienen, como la computadora, los videojuegos, ir a restaurantes, entre otros. Si bien Juana, Sonia, Judith y Elizabeth lo consideran un logro tener sus propios negocios, esto es visto como un logro parcial con respecto a lo que ha logrado su prima Mirta, cuya trayectoria laboral aparece en los relatos de Juana como una ―historia de éxito‖ del sector de las verdulerías. Mirta no sólo tuvo un negocio, sino que tuvo muchos al mismo tiempo y, durante sus años de mayor actividad laboral, adquirió un nivel de vida más alto que las otras mujeres en esta red. Según Juana, Mirta ―ahora ya hizo su dinero‖, pero todavía tiene una verdulería. Cuando le pregunté a Juana si alguna vez Mirta pensó en volver a Bolivia, me dijo: ―no, ¡qué va a pensar volver!‖ Según esta lógica, al que ―le va bien‖, logrando ascender económicamente como cuentapropista, no tendría por qué volver a Bolivia. Desde la perspectiva de Juana, su propia historia se diferencia de la de su 90 prima, ya que para ella, quien se ve a sí misma luchando con su único negocio y con los gastos que tiene, todavía existe el deseo y la posibilidad de ―volver‖ a Bolivia. En este sentido, el cuestionamiento constante del volver o no a Bolivia sigue más presente no sólo por el motivo de haber venido como adultos, habiéndose formado durante más años de sus vidas en Bolivia, sino también por el motivo de que sienten estar luchando, ―sufriendo‖ para lograr una mínima estabilidad y seguridad laboral y económica. En este sentido, emerge la idea de que si a uno le va muy bien en Argentina, desaparece o se debilita dicho cuestionamiento, pero si uno sufre estando en el país durante muchos años sin lograr el nivel que esperaba, sigue presente el cuestionamiento del ―volver‖. Si bien Juana, Judith, Sonia y Mirta lograron mejorar su nivel económico siendo cuentapropistas, para las que no les fue tan bien como a Mirta, existe esta insatisfacción y sentido de sufrimiento. Si bien el sufrimiento puede generar o sustentar el deseo de regresar a Bolivia, también demostró alimentar el deseo de abrirse a otros rubros y/o de estudiar, ambos como formas de salida de su situación económica y laboral y de su situación social estigmatizada. Pero, como se vio, los integrantes de esta red enfrentan dificultades para concretarlo, tanto para insertarse en otro mercado como para encontrar el tiempo para estudiar. Esta última observación nos permite vincular la trayectoria laboral y la educativa, o, más bien, la no escolarización en el caso de las hermanas mayores. A pesar del relativo éxito económico de los integrantes de este caso, se ve frustrado el deseo de avanzar más y abrirse de los sectores de mayor concentración de trabajadores bolivianos. Trayectorias migratorias En relación a las trayectorias migratorias, la mayoría de los integrantes de esta red vinieron para mejorar sus oportunidades a través del trabajo. Nuevamente, como en el primer caso, la migración que se dio en el marco de esta red es de tipo laboral, atribuyendo a la red su aspecto de red migratoria laboral además de familiar. Sin embargo, es necesario remarcar una importante diferencia entre esta red y la del primer caso, la cual se debe 91 a que esta red tiene una trayectoria más larga. Comenzó con la primera migración de Juana y su prima en 1991, época en la cual la migración a Argentina tenía mayor ventaja económica para el trabajador migrante porque el peso argentino equivalía a un dólar estadounidense, lo que se llamaba la época del ―uno a uno‖. A pesar de la disminución de la capacidad de ahorro causado a raíz de la devaluación del peso argentino después de la crisis del 2001, estos individuos ya habían iniciado su trayectoria migratoria en un momento que les daba gran ventaja económica vivir y trabajar en Argentina. Por haber residido en Argentina durante largos años de ventaja económica, con el pasar del tiempo, los que más tiempo llevaban en Argentina fueron formando parejas y armando familias y creando suficiente capital de modo de convertirse en comerciantes cuentapropistas. Por este motivo, en la consideración de las trayectorias migratorias en este caso, será justamente por tener más años de trayectoria que emerge como elemento central en las decisiones migratorias y laborales de las mujeres el tema de la ―segunda generación‖, o los hijos de los inmigrantes que nacieron en Argentina. Si bien armaron familias en Argentina, esto no fue el camino que hayan proyectado inicialmente, ya que muchos ―no se iban a quedar‖. Por ejemplo, ambas Judith y Juana, como vinieron al país para trabajar y no se iban a quedar, dicen ―nunca estoy decidida‖, y el proyecto de ―volver‖ se va postergando. Esto señala nuevamente que, si bien tenían proyectos de ahorrar y volver a Bolivia, éstos se transforman con el pasar del tiempo en Argentina, y nunca son definitivos. Aquí apareció como una excepción casos como el de Mirta, en donde un exitoso ascenso económico en el lugar de destino puede cambiar definitivamente tal proyecto de ―volver‖. Pero, como se vio, para las que no cumplieron con sus propias expectativas económicas y laborales de la migración, a pesar de los años, la duda del ―volver‖ o no a Bolivia sigue pesando en sus decisiones. Esta cuestión es una que, debido a la diversidad etaria y de trayectoria migratoria entre los integrantes de esta red, precisa ser pensada de manera diferente para los integrantes que vinieron de adultos en los años 90 que para los integrantes que vinieron más jóvenes hace menos tiempo. 92 Para los integrantes de esta red que vinieron de adultos en los años 90, ellos consideran el asentarse en forma permanente en Argentina como sacrificio personal que hacen por sus hijos. Esto se debe a que, por un lado, los hijos disfrutan de ciertos privilegios que en Bolivia no podrían haber tenido y que sí tienen en Argentina debido a los sacrificios de sus padres y, por otro lado, al ser argentinos no podrían acostumbrarse a vivir en Bolivia, según consideran sus padres. Con respecto al sacrificio de los padres por los hijos, existe el sacrificio laboral de trabajar largas horas para que los hijos tengan algunos privilegios que los padres consideren beneficiosos, como una forma de invertir en su futuro y que tengan una mejor salida laboral que sus padres. Por ejemplo, en el caso de Juana y su hija, para que ―no tenga que trabajar en una verdulería‖ (Notas de campo, 6 de septiembre de 2009). Sin embargo, no sólo existe el sacrificio laboral, sino también puede existir un sacrificio en la vida personal de las mujeres. Si bien Judith y Sonia se llevan mejor con sus maridos, Juana y Roberto atravesaron más de una ―crisis‖ marital. Ya se habían separado hacía unos años y vuelto a convivir porque Juana no podía mantenerlos ella sola, y durante el periodo de mi trabajo de campo ambos querían separarse de nuevo, pero no lo hacían ―por los hijos‖. En este sentido, el mandato social de la familia -más evidente entre las mujeres- y de permanecer en pareja aunque no lo deseen, se ve acentuado por su situación migratoria especialmente por la precariedad laboral y económica que dificulta que un solo padre se responsabilice de los hijos. En relación a estos sacrificios, los padres utilizan un lenguaje del sufrimiento. Otro factor relevante que incide en esta cuestión para los que más tiempo llevan en Argentina y quienes fueron trayendo todos sus parientes cercanos e hicieron su propia familia acá, es que ya no tienen la obligación de enviar remesas a Bolivia, como es en el caso de Juana, Judith y Sonia, hecho que contribuye a su permanencia en el país, ya que sus vínculos y obligaciones con su lugar de origen también se van debilitando a la medida que se van incrementando en el lugar de destino. A diferencia de la primera generación de inmigrantes en esta red, los que migraron más recientemente y más jóvenes todavía tienen vínculos fuertes con familiares directos en sus 93 lugares de origen y aún no tienen sus propias familias para mantener en el lugar de destino. Esto contribuye a que mantienen los vínculos y obligaciones con el lugar de origen, por ejemplo a través del envío de remesas a sus familias como ocurre en el caso de Elizabeth y Raúl. Por otro lado, sus vínculos y obligaciones en Argentina son menores que en el caso de sus parientes con mayor trayectoria en Argentina, por lo cual les es más real la posibilidad de volver a Bolivia. Sin embargo, el haber venido a edades jóvenes y el haberse ―acostumbrado‖ a Argentina hace que, a menudo, el permanecer en Argentina sea una elección más que una obligación. Red social Como se vio reflejado en la presentación de los integrantes de esta red social migrante y laboral familiar, ésta está arraigada en un barrio de la localidad de Villa Domínico en el partido de Avellaneda, y aglutina a más miembros de la familia que los que están en Bolivia. El barrio de residencia es como un microcosmos de la red en donde se articulan todos los integrantes fuera de sus ámbitos laborales físicos, así como también lo es hasta la misma casa de Juana y Roberto, ya que alquilan cuartos a parientes de ellos que trabajan o en el sector verdulero o costurero. Como ya se notó, una cuestión de relevancia en relación a esta red es que sus integrantes pueden dividirse entre dos grupos etarios. El primero son las hermanas mayores y sus maridos, las que ya tienen sus propias familias en Argentina y son verduleras y verduleros ―cuentapropistas‖, y el segundo son sus hermanos menores y sobrinos quienes migraron más jóvenes y todavía trabajan o hasta hace poco trabajaban en relación de dependencia con el primer grupo etario. La relación entre los dos grupos revela que, cuando las que llevan más tiempo acá y lograron mayor poder económico, utilizan estos logros como capital para activar a las redes en Bolivia para la búsqueda de familiares allá a quienes pueden ―traer‖ para ―ayudarlos‖ en sus negocios. En el análisis de las redes, la cuestión étnico-nacional y familiar surge como eje organizador, ya que, según varios de los interlocutores de 94 este caso, las redes son sólo entre parientes. Según Juana, sólo se ayudan entre parientes porque ―ayudar‖ implica dinero y ―no se puede confiar‖ en otros que no son familiares directos. Con una persona que no es conocida no se está dispuesto a brindar ciertas ―ayudas‖ porque ―por ahí se va con el dinero y no te lo devuelve‖ (Notas de campo, 16 de mayo de 2009). La importancia de las redes para la migración y la inserción laboral es un hecho que ellas mismas reconocen. Me dice Juana sobre las redes que ―sin eso uno no podría venir‖. Así, se destaca la importancia de, o bien tener dinero propio para iniciar la migración, o contar con la ―ayuda‖ de un familiar para poder migrar e insertarse en el lugar de destino. En este sentido son los parientes que ya residen en Buenos Aires los que ayudan con dinero y préstamos, a veces con montos grandes, y quienes están dispuestos a arriesgar la posibilidad de ―perder‖ por ―ayudar‖ a otro, entrando así en un círculo de ayudas y obligaciones mutuas entre personas de ―confianza‖. Por ejemplo, Juana trajo primero a Sonia y luego a Judith y cuenta cómo ―perdió‖ ―poniendo plata‖ para ―ayudar‖ a Sonia ya que le pagó el pasaje en avión, le dio el dinero que necesitaba para ingresar al país y le consiguió un trabajo en la limpieza, pero las autoridades migratorias en ese momento no la dejaron entrar al país y tuvo que regresar a Bolivia. Luego de un tiempo, Sonia pudo ingresar vía tierra con el pasaje pagado nuevamente por Juana. En otra oportunidad, Judith, al buscar una mujer para ayudar en su casa para que ella pudiera seguir trabajando con su marido en su verdulería cuando se enfermó su hija, expresó desconfianza inclusive con personas bolivianas que no eran parientes. Llevó a una señora que vivía cerca de su casa en el barrio, que también es de Bolivia, pero resultó que la señora ―no tiene vergüenza‖ contaba Judith, porque le robó muchas cosas de su casa. Judith me contaba que no tenía quien la ayudara y dijo estar ―buscando‖ a alguien en Bolivia para traer, posiblemente una tía. Sostenía que ―no puede ser nadie de acá‖, en referencia a personas argentinas o bolivianas en Argentina porque no tienen una relación de ―confianza‖. En relación a la cuestión de la confianza y la dimensión étnico-nacional que se activa en las redes, un pariente puede brindar estas ―ayudas‖ a través de las redes ―porque comparte raíces comunes y el reconocimiento de pertenecer al mismo lugar 95 de origen, lo cual conlleva ciertas obligaciones morales‖ (Dandler y Medeiros, 1991, en Benencia y Karasik, 1994: 275). Si bien se verá en el capítulo tres cómo se pone en juego en el contexto laboral la idea de la confianza, y las ayudas mutuas que se activan en base a la misma, ambas son también categorías centrales en el funcionamiento de la red, ya que surgen en los relatos de los propios interlocutores en relación a este tema. Otra forma en que operan las redes, ya no sólo para posibilitar la migración, es como mecanismo de reclutamiento de mano de obra por parte de los inmigrantes que ya se establecieron como cuentapropistas en Buenos Aires. En este respecto, vimos como Mirta trajo a su prima Juana a Argentina quien, si bien al principio no trabajó para Mirta, sí lo hizo una vez que Mirta lograra poner una verdulería. Luego, una vez que logró consolidar más de una verdulería, Mirta ―trajo‖ a varios parientes específicamente para trabajar en esos puestos, a quienes luego se los heredó. Juana, si bien ―trajo‖ a Sonia, Judith y Elizabeth antes de que tuviera su propio negocio, una vez que lo tuviera pondría a Elizabeth a ―ayudarla‖ brindándole mano de obra. En cambio con Raúl, lo trajo concretamente para que ayudara en su negocio. Así, a través de la utilización de las redes sociales como mecanismo de reclutamiento de fuerza de trabajo para el sector de las verdulerías, resultó en que ahora la gran mayoría de los integrantes de esta red trabajan en el mismo sector. Es por mecanismos como éste que los interlocutores dan de entender que ―es fácil‖ insertarse en el sector de las verdulerías ―si conoces a alguien, un primo o hermana‖ que trabaja en eso, como afirmó Juana. De acuerdo a esta lógica, cuando Juana habla de la idea de abrirse de rubro y poner otro comercio minorista, como por ejemplo una panadería, lo considera posible porque conoce a alguien que ya lo hace y le puede aconsejar. III. La conformación del mercado laboral de las verdulerías III.i. La conformación del mercado laboral de las verdulerías en clave de género y etnicidad-nacionalidad El análisis de los dos casos, los cuales guardan semejanzas pero también importantes contrastes, nos permite entender las dinámicas y 96 procesos de las trayectorias laborales y migratorias de los actores y de las redes en las cuales se articulan en función del proceso de conformación del mercado laboral de las verdulerías. Partiendo de las trayectorias migratorias de las mujeres, en ambos casos su migración ha sido en forma autónoma. Si bien las ―trajo‖ una hermana o amiga, al no ser ésta una figura parental ni marital, su migración se considera autónoma y con un objetivo laboral y económico como primordial ya que iniciaron su desplazamiento migratorio sabiendo que tenían un trabajo ya arreglado en el lugar de destino. Según Benencia y Karasik (1994), ―[e]n el patrón de migración autónomo, la decisión de migrar suele estar ligada a las posibilidades del mercado laboral, tanto para los hombres como para las mujeres‖ (Op. cit.: 282-3). Estos autores señalan además que, en estos casos, ―la importancia del género radica principalmente en las distintas oportunidades que ofrece a hombres y mujeres el mercado de trabajo de la sociedad de destino‖ (Ibid). En este sentido, Herrera Lima nos señalará que ―los mercados de trabajo son una institución estructurante que actúa como un tipo de restricción estructural para los migrantes‖ (2005: 187), en tanto estructuran las oportunidades laborales y, por ende, en el caso de los migrantes laborales, sus oportunidades migratorias. Para saber por qué las oportunidades de inserción laboral se dan en determinados mercados de trabajo, ―[p]or supuesto que no basta con que las condiciones estructurales del mercado laboral lo permitan, […sino que la] acción de otra institución social estructurante, la de las redes de relaciones sociales, juega un papel de primer orden en la explicación‖ (Op cit: 182). En relación al caso de las migraciones bolivianas a Buenos Aires, Benencia y Karasik (1994) señalan ―la gran importancia de las redes de paisanaje y parentesco en la inserción en el mundo del trabajo [lo cual] permite considerarlas como mediaciones institucionales que articulan su inserción en la estructura ocupacional en el lugar de destino‖ (Op. cit.: 280). Así, pese al creciente patrón de la migración autónoma de mujeres en las migraciones bolivianas, la importancia de las redes de paisanaje y parentesco en dichos flujos puede considerarse un ejemplo de cómo ―la fortaleza de los vínculos 97 con el país y la zona de origen, la importancia del parentesco como organizador de la vida social, y la marcada endogamia son parte importante de la vida de los bolivianos en Buenos Aires‖ (Op. cit.: 287). Este análisis nos permite considerar cómo aquellos elementos característicos de las migraciones bolivianas se combinan con la estructura de un mercado de trabajo con selectividad por género y por etnicidad-nacionalidad. Por lo tanto, para analizar cómo llegan a enterarse del trabajo que posibilitará en gran parte su migración, es necesario mirar las redes sociales en tanto articuladoras de las potenciales migrantes, los lugares de origen y destino y el mercado de trabajo en el lugar de destino. En este sentido, ambos departamentos bolivianos de donde provienen los integrantes de los dos casos de estudio, Cochabamba y Potosí, se caracterizan por su alta migración, tendencia que, según Balán ―suele explicarse por el papel de las redes sociales en el proceso migratorio: la gente se entera de las oportunidades que existen, y tiene acceso efectivo a ellas a través de sus familiares y amigos del lugar en que vive‖ (Balán, 1990: 276-7). Si bien es por este motivo que, ―cuando migran algunas personas de una aldea o pueblo, cabe predecir que a la larga otras van a seguirlas, […] también es cierto que si bien eso puede servir como impulso inicial, para que el proceso opere deben prevalecer condiciones permanentes que favorezcan la migración‖ (Balán, 1990: 276-7). Al cumplir estas funciones las redes sociales en las migraciones bolivianas a Buenos Aires, como afirman Benencia y Karasik, se puede entender que ―a partir de tales redes se articula el acceso a ciertas ocupaciones (…) como sucede en la construcción (…), el de la industria del vestido, y los de la horticultura y la venta ambulante. En este último caso, por ejemplo, se combina la experiencia comercial anterior de las mujeres con las redes asociadas con la comunidad de emigración. La mujer campesina boliviana cuenta, en general (y muy especialmente la cochabambina), con una importante experiencia en este sentido, que se asocia con el buen desempeño posterior en este campo. Esta experiencia anterior remite también a la aceptación social de la participación de la mujer en estas actividades y su relativa autonomía en el manejo de los recursos (Calderón y Rivera, 1981)‖ (Benencia y Karasik, 1994: 280). Esta última observación sobre las mujeres campesinas bolivianas y la vinculación entre su trayectoria laboral en el lugar de origen y el rol que 98 juega en su inserción y desempeño en la venta de verduras –sea ésta ambulante o en un pequeño local- viene muy al caso de las mujeres que integran las redes aquí consideradas, ya que todas ellas provenían originalmente de zonas rurales –algunas de ellas habiendo ejercido laboralmente en lo agrícola dependiendo de sus antecedentes familiares particulares. Además, todas las que vinieron a una edad mayor de dieciséis años ya tenían experiencia en actividades de comercialización hortícola de algún tipo y algunas también en la producción. Se puede entender entonces cómo dichos aspectos en común de sus trayectorias laborales facilitan, en cierto sentido, su inserción, desempeño y autonomía en las actividades que desarrollan en este sector del mercado de trabajo, y en este sentido influye el género en la conformación de este mercado de trabajo como lugar de inserción laboral para mujeres inmigrantes bolivianas. Se vio cómo influye la trayectoria laboral en la inserción laboral, pero, al mismo tiempo, las trayectorias laborales son estructuradas por factores vinculados al mercado de trabajo. Según Herrera Lima, existen ―distintas instituciones sociales estructurantes de las trayectorias laborales‖ (2005: 187), y las dos que aparecen con mayor relevancia son las redes sociales, especialmente cuando éstas son familiares y de amistades, y los ―esquemas de segregación‖ (Ibid). Según el autor, si bien las redes sociales aparecen como la institución estructurante más relevante, operan en combinación con las restantes instituciones, mientras los esquemas de segregación son la institución que ―sobredetermina la acción de las restantes‖ (Herrera Lima, 2005: 187). Existen diversos esquemas de segregación, que pueden basarse en la etnicidad, la nacionalidad, el sexo, y/o la condición de inmigrante o nativo (Herrera Lima, 2005). Por lo tanto, emerge la importancia de una perspectiva de la etnicidad-nacionalidad y el género en relación a la conformación de este mercado de trabajo y la inserción en el mismo. Vinculando el argumento de Herrera Lima con el contexto de las migraciones bolivianas a Argentina, Magliano sostiene que uno de los rasgos generales que caracteriza la inserción social y laboral de las mujeres bolivianas en el lugar de destino es ―su ubicación preponderante en el 99 mercado de trabajo informal, situación que vulnera sus derechos y sus condiciones de trabajo‖ (Magliano, 2007). La autora considera que este escenario ―se potencia debido a la existencia de estereotipos culturales que intensifican, por un lado, la participación de estas trabajadoras en determinados nichos laborales y, por otro, la persistencia de prácticas de discriminación y subordinación, contexto que limita su inserción en las comunidades de destino‖ (Ibid). Esta discusión nos permite abrir la pregunta de que, una vez articuladas en las redes sociales, ¿cómo incide el género en la inserción de mujeres bolivianas en el mercado de trabajo del lugar de destino? Es decir, de qué manera opera la selectividad por género en la inserción de las mismas en dicho mercado. Esta cuestión requiere explorar por qué un empleador tomaría a las mujeres a diferencia de hombres. Para empezar a responder a esta pregunta, se debe considerar, como bien plantearon Benencia y Karasik (1994) y Benencia (2009), la existencia y la valoración social de una imagen de las mujeres bolivianas -especialmente de origen campesino con trayectoria en actividades de producción y comercialización en algún nivel de la cadena hortícola- como buenas comerciantes. Una imagen de buenas comerciantes, asociada a las mujeres dentro del grupo étnico-nacional, se sustenta además sobre la imagen de buenos/as trabajadores/as que se les adjudicó a las mujeres en este tipo de tareas en ambos casos de estudio, y que ya se vio cómo se basaba principalmente en una adscripción étnico-nacional en donde el ―trabajo pesado‖ es visto como fuente de orgullo étnico. Como se puede observar en los dos casos analizados, una de las formas en que confluyen construcciones sociales de género y etnicidadnacionalidad en el caso de las verduleras bolivianas en Buenos Aires es en la construcción social de una imagen de ellas como buenas trabajadoras en el rubro del comercio minorista en el cual están insertas. Es de relevancia aquí tomar los antecedentes del análisis de Benencia y Karasik que consideran que, con respecto a las migraciones bolivianas a Buenos Aires, los nuevos espacios de inserción laboral durante la década del 80 y principios de los años 90, para los hombres eran en la horticultura de los cinturones verdes, lo 100 cual ―se ha expandido en otros, como el de la venta ambulante de verduras en áreas urbanas, para las mujeres, ambos ligados a la agricultura‖ (Benencia y Karasik, 1994: 277). Este dato nos sirve para corroborar que la vinculación entre las mujeres bolivianas y la venta de verduras, ya bien sea de forma ambulante o no, no es un hecho tan reciente en sí, sino que se basa en cierta visibilidad de su inserción en este tipo de actividades en Buenos Aires desde aproximadamente los años ‗70 y más aún en los años ‗80 (Ibid). A través del tiempo, esta asociación aporta a la construcción social de una imagen de las mujeres bolivianas como comerciantes de verduras, imagen que se va consolidando en el imaginario de la población en general del lugar de destino así como en el de los mismos inmigrantes insertos en dicho sector (Sikkink, 2001) que ya vieron a una generación de mujeres de su misma etnicidad-nacionalidad participar en el mismo y que, como se notó arriba, se asocia con un ―buen desempeño‖ en este campo (Op cit: 280). En este sentido, y como se vio en ambos casos contemplados, ésta es una imagen que se construye desde afuera y también desde sus propios discursos que reproducen estereotipos basados en el género y en la etnicidad-nacionalidad como características ―naturales‖ de las mujeres, y no como culturalmente producidos. Se puede plantear entonces si lo que ocurre en el estudio de Pizarro et. al. (2011) sobre la función de la nacionalidad en los cortaderos de ladrillos en Córdoba, es similar a lo que ocurre en relación a la etnicidad-nacionalidad y el género en el caso de las verdulerías. Los autores encontraron que: ―las características de ‗los bolivianos‘ -concebidas como innatas y originadas en ciertas esencias culturales o nacionalesfuncionan a la vez como estrategias de inserción de estos inmigrantes laborales en el mercado de trabajo, y como categorías clasificatorias de los mismos al interior del cortadero y de la sociedad receptora‖ (2011: 17). Si así fuese, la atribución de una valoración positiva de esta imagen como ―buena comerciante‖, como capacidad ―natural‖, puede servir para facilitar la inserción laboral de dichas mujeres especialmente cuando se da dentro del mismo sector de comercialización hortícola, y ser así una ―estrategia de inserción‖ para ellas en un mercado de trabajo en cuya conformación opera 101 un esquema de segregación por género, además de la segregación por etnicidad-nacionalidad. De hecho, la predominancia de migrantes mujeres bolivianas en el sector del ―comercio‖ en Argentina (23,2%) se ve favorecida por género, ya que supera la presencia que tienen los migrantes bolivianos hombres en este sector (12,6%), y se ve favorecido también por nacionalidad, ya que también supera la presencia en este sector de mujeres nativas (15,2%), mujeres migrantes peruanas (7,6%) y paraguayas (9,9) (Fuente: INDEC Censo Nacional de Población y Vivienda, 2001; en Cerrutti, 2009b: 37). Según Cerrutti ―la gran mayoría de estas mujeres trabajan en establecimientos muy pequeños, en las calles o en hogares privados‖ (Ibid). Según demuestran los análisis de ambos casos, así como estas cifras, puesto en juego y funcionando en conjunto con el género en la inserción laboral de las mujeres bolivianas está la etnicidad-nacionalidad. Nos preguntaremos entonces, ¿cómo funciona la etnicidad-nacionalidad de los/as bolivianos/as para su inserción en el mercado de trabajo del lugar de destino? Para analizar este proceso en relación al mercado laboral particular de la comercialización frutihortícola minorista en verdulerías, nos es útil verlo a la luz de procesos similares que han ocurrido en sectores del mercado de trabajo con concentración de trabajadores migrantes bolivianos como lo son la producción frutihortícola y la comercialización mayorista de dicha producción. Estos sectores nos sirven como antecedentes ya que integran a la misma cadena frutihortícola que funciona en el AMBA y en la cual están insertos los actores bolivianos de manera predominante desde los años 1980. Comparable a lo que se puede observar en las verdulerías, en el eslabón de la producción frutihortícola la organización en ―grupos productivos y comercializadores‖ se ordena por relaciones de etnicidadnacionalidad, ya que los que conforman las redes laborales son personas exclusivamente de origen boliviano. Veamos: ―El objetivo de estos cuasigrupos de familias bolivianas en áreas hortícolas de la Argentina es alcanzar determinados fines, para lo cual utilizan los lazos o vínculos ―fuertes‖ (…) o ―débiles‖ (…) con el objeto de constituirse en un grupo productivo y comercializador, que adquiera suficiente masa crítica como para convertirse en un colectivo con poder de 102 decisión capaz de imponer sus propias reglas de juego en un área particular de la producción: reglas que se refieren a la cantidad, calidad y precio de las mercancías que producen, que les permitan ser competitivos entre los grupos de productores locales‖ (Benencia, 2008: 11). En los casos en los cuales se basa este trabajo, funciona un mecanismo de organización similar, a través de la utilización de los lazos fuertes para conformar la fuerza de trabajo en los establecimientos dentro del sector de la comercialización minorista. En ambos casos la puesta en juego de dicho mecanismo constituye una estrategia para organizar la contratación de la fuerza de trabajo, siempre por líneas de etnicidad-nacionalidad, lo que redunda en una mayor competitividad. III.ii. ¿La comercialización frutihortícola minorista como “nicho” segmentado por etnicidad-nacionalidad y género? Aquí se pretende abrir la pregunta, en base a lo analizado, de si la comercialización frutihortícola minorista puede constituir un ―nicho‖ en un mercado laboral segmentado por etnicidad-nacionalidad y cómo se da la inserción de las mujeres en este mercado laboral, si es doblemente segmentado, además por género. Llevar el análisis al nivel de los ―nichos‖ del mercado de trabajo implica la consideración de la estructura del mercado de trabajo, y para conectarlo con los casos empíricos es necesario analizar algunas mediaciones que conectan lo estructural, o macro-social, con el nivel micro-social, para contribuir a la conformación de un mercado laboral ―disponible‖ para y ―conformado‖ por mujeres bolivianas en la Ciudad de Buenos Aires. Primero, la segmentación del mercado laboral que estamos planteando, en este caso por etnicidad-nacionalidad y por género, implica que el acceso a las redes y los recursos al alcance de los inmigrantes está condicionado tanto por su condición de género como por su etnicidadnacionalidad. Es necesario remarcar que dicha división incide en las experiencias cotidianas vividas y las prácticas institucionales de los sujetos (Lopez, 1999). La práctica que se da en este sector del mercado de trabajo, de que los bolivianos que tienen emprendimientos en el mismo sólo empleen a otras personas de origen boliviano –porque los creen más ―aptos‖ para los 103 trabajos y porque sólo confían en ellos por tener lazos fuertes mientras creen que las personas que no comparten su adscripción étnico-nacional ni tampoco lazos fuertes, ―no trabajan bien‖ o que no se puede confiar en ellos– genera y reproduce la etnicización del sector. Este reforzamiento de la bolivianidad para adentro se relaciona además con la discriminación y el estigma ejercidos desde afuera. De esta manera, Benencia y Karasik (1994) consideran que ―[l]os migrantes bolivianos –quizás más que otros de países limítrofes- ocupan posiciones sociales subordinadas en el mercado de trabajo argentino, mientras que en la vida cotidiana son también objeto de prácticas discriminatorias y frecuentemente hostiles‖ (Benencia y Karasik, 1994: 291). Como consecuencia, ―[l]a presencia de fuertes procesos de estigmatización social en las relaciones con la sociedad receptora promueve la producción y reproducción de procesos de identificación en el nivel étnico-nacional, como ‗bolivianos‘‖ (Op. cit.: 290). Frente a la discriminación y desigualdad que experimentan inmigrantes bolivianos en el lugar de destino y especialmente en relación al mercado de trabajo debido a su etnicidad-nacionalidad, ésta se convierte en un eje puesto en juego en la organización de los inmigrantes a través de las redes sociales. Según remarca Pizarro sobre las desigualdades étniconacionales en el caso de los inmigrantes bolivianos en Argentina, ―es dable esperar que aquellos inmigrantes cuya alteridad es poco tolerada como es el caso de los bolivianos, institucionalicen sus redes sociales de parentesco y paisanaje en organizaciones que les permitan resistir y re-significar la ‗discriminación que sufren‘ por parte de los considerados ‗nativos‘‖ (Pizarro, 2007: 12). A través de estos procesos, las redes sociales terminan fomentando la creación de organizaciones de inmigrantes, entre ellas los enclaves de economía étnicos (Ibid). Como se ha señalado, el enclave étnico, en donde la fuerza de trabajo inmigrante es dirigida por otros inmigrantes, ―proporciona a los migrantes un nicho protegido de oportunidades para hacer una carrera con movilidad y lograr su ‗auto empleo‘, lo cual no sería posible en el mercado de trabajo secundario; esto supone que el enclave 104 étnico moviliza una solidaridad étnica que crea oportunidades para los trabajadores inmigrantes‖ (Portes y Bach, 1985)‖ (Benencia 2008: 24). Un aspecto clave de los enclaves étnicos, con respecto a la dinámica de las relaciones sociales que en ellos se entablan, es que incluyen ―obligaciones recíprocas‖, las cuales ―explicarían por qué en estas economías las experiencias producen retornos positivos en capital humano, similares a los que tienen los trabajadores del mercado de trabajo ‗primario‘‖ (Ibid). Considerando su organización por líneas de etnicidad-nacionalidad en un contexto migratorio, la formación y reproducción de los enclaves étnicos es, al mismo tiempo, una consecuencia y una manifestación de la segmentación étnica del mercado laboral. En este sentido, los enclaves étnicos muestran además su ―contracara‖ ya que ―el ingreso a través de las redes étnicas puede terminar atrapando a los migrantes en relaciones clientelares que, si bien los ayudan en primera instancia a conseguir empleo, los ubican en trabajos de bajos salarios, lo que en muchos casos concluye por generar una relación de explotación encubierta‖ (Benencia, 2009: 17). Encubierta en la ―solidaridad étnica‖, Benencia sostiene que ―es posible apreciar que existen quienes se favorecen, los menos, y quienes contribuyen al éxito de aquéllos, los más, aunque sin gozar de los mismos beneficios‖ (Ibid). Según el autor, los enclaves étnicos, con su contracara, son una categoría que se aplica al trabajo inmigrante boliviano en los eslabones de la producción y la comercialización mayorista, ambos contemplados en la ‗nueva escalera boliviana‘, motivo por el cual son pocos los que llegan a alcanzar los peldaños más elevados de la misma (Benencia, 2009: 17). Si bien Benencia sólo llega a estudiar la inserción de inmigrantes bolivianos en la producción y la comercialización frutihortícola mayorista, sus conclusiones invitan a plantear preguntas similares sobre la participación de inmigrantes bolivianos en la comercialización frutihortícola minorista. De este modo, podemos plantear si los inmigrantes bolivianos en dicho mercado de trabajo constituyen un fenómeno que puede considerarse, ―desde la perspectiva de la solidaridad étnica y de los mercados de trabajo segmentados‖, como un enclave étnico, como sí se ha demostrado para el 105 caso de la producción hortícola y su comercialización en mercados concentradores de distribución mayorista y minorista (Benencia, 2009). Quedando planteada la pregunta por el mercado de trabajo de las ―verdulerías‖ como un ―nicho‖ dentro un mercado de trabajo segmentado por etnicidad-nacionalidad, cabe plantear si dicho ―nicho‖ estaría sujeto además a una segmentación por género. Frente al carácter acotado de mi trabajo de campo, así como la escasez de antecedentes sobre el tema de otras investigaciones, no se podrá afirmar una respuesta a esta pregunta. Por lo tanto, presentaremos algunos antecedentes sobre la participación de mujeres bolivianas en otros eslabones de la cadena agroalimentaria hortícola que servirán para iluminar la posibilidad de la segmentación por género. De este modo, nos acercamos al eslabón de la comercialización frutihortícola minorista mediante las observaciones de Benencia (2009) sobre cómo se pone en juego el género y la etnicidad-nacionalidad en el eslabón de la comercialización mayorista. En el contexto de los mercados concentradores frutihortícolas, donde predomina la participación boliviana, el autor da especial importancia al rol de las mujeres, ya que en los últimos veinte años todos los mercados mayoristas vivieron importantes cambios en términos de género en tanto se evidenció una feminización de los sujetos participantes en estos ámbitos (Benencia, 2009). Como resultado, en la actualidad, ―tanto quienes venden como quienes asisten a comprar son en su mayoría mujeres, cuando años atrás las actividades en el mercado consistían en negociaciones entre hombres‖ y observa que la misma situación ocurre en la comercialización frutihortícola minorista (Op. cit.: 13). Plantea que, al ser ―tradicionalmente reconocida como muy buena comerciante‖ (Ibid), la mujer boliviana es incorporada como una estrategia de los migrantes bolivianos en la horticultura, especialmente en las actividades de transacción que se realizan en el sector. La feminización de este eslabón, señalada por Benencia, nos abre la posibilidad de preguntar por una emergente feminización de la comercialización minorista. Se propone esta comparación porque ambos tipos de establecimientos –los ‗nuevos mercados‘ bolivianos y las 106 verdulerías- conforman mercados de trabajo segmentados por etnicidadnacionalidad, siendo de inmigrantes bolivianos, y ambos eslabones constituyen a la cadena de comercialización frutihortícola. Dado ésta y otras similitudes entre los dos sectores, al adquirir una mayor presencia en el espacio de los mercados mayoristas las mujeres bolivianas, y el hecho de que su participación allí sea valorada positivamente (Benencia, 2009), podemos plantear la posibilidad de un patrón emergente de este tipo en la comercialización minorista en las verdulerías. Para analizar si un nicho está segmentado por género, de manera que favorezca la inserción de las mujeres, si bien es clave poder observar una importante presencia de mujeres en el mismo, es imprescindible explorar de qué manera opera la selectividad por género en la inserción de las mismas en dicho mercado. Según Cerrutti, la segregación ocupacional por género ―es aún más significativa en el caso de las mujeres inmigrantes. Ellas tienen un acceso mucho más limitado a las oportunidades laborales y se encuentran restringidas a un número aún más pequeño de ‗nichos‘ ocupacionales, en general de baja calificación‖ (Cerrutti, 2009a: 49). En comparación con las mujeres inmigrantes de otros países limítrofes y del Perú en Argentina, las mujeres bolivianas ―presentan una inserción económica en un número más amplio de sectores de actividad‖, y existe ―una significativa proporción de ellas (…) en el comercio al por menor (23%), en la industria manufacturera (14%) o en actividades agropecuarias (13%). (…) Posiblemente esta mayor dispersión sectorial de las trabajadoras bolivianas se vincule a su participación en actividades económicas de tipo familiar y a la mayor dispersión geográfica de este grupo de inmigrantes. Vale la pena mencionar que para ellas el acceso al servicio doméstico es más limitado, sólo 27% trabaja en dicha ocupación. Ya sea por su propia elección, es decir por su preferencia a desarrollar otro tipo de actividades –como es el caso de comercio, de la producción frutihortícola, o en talleres de confección- o debido a la preferencia de los empleadores, el servicio doméstico no se ha constituido como un típico nicho de actividad para las trabajadoras bolivianas‖ (Op cit: 49-50). Así como señala Cerrutti, en los casos contemplados en esta tesis, la concentración de mujeres bolivianas en el comercio por menor, como lo son las verdulerías, se debe a su propia preferencia por sobre actividades en otros sectores ―disponibles‖ para ellas, y a una preferencia de los empleadores ya que en este ―nicho‖ se busca activamente mano de obra 107 boliviana y existe una alta preferencia por las mujeres ya que se considera su ―buen desempeño‖ (Benencia y Karasik, 1994: 280). De esta manera, se observa cómo una imagen de las mujeres bolivianas –desde adentro y desde afuera– como buenas trabajadoras y buenas comerciantes contribuye en las preferencias –de ellas y de sus empleadores– facilitando su inserción en el mercado de trabajo de las verdulerías. ****************************** En este capítulo se brindó una presentación de ambos casos empíricos contemplados en este trabajo. Se explicó la estructura y funcionamiento de la red, cómo está constituida y cómo se vincula con el ingreso al mercado de trabajo bajo estudio. El primer caso fue una red laboral y migratoria no familiar, mientras el segundo caso fue una red migratoria y laboral familiar, caracterizada esta última por lazos más fuertes que en el primer caso debido a que todos los integrantes comparten lazos de parentesco y no sólo laborales. Dentro de la contextualización de cada red, se presentaron los integrantes más relevantes para este estudio y su articulación con la red, mediante la reconstrucción de sus trayectorias laborales y migratorias. Esto permitió analizar desde una perspectiva de género y de etnicidad-nacionalidad cómo las mismas funcionan de manera conjunta con la construcción de una imagen de las mujeres bolivianas como buenas comerciantes para facilitar su inserción en este sector. En base la presentación y el análisis de ambos casos, se pudo abordar cómo lo visto sobre las trayectorias laborales y migratorias y las redes en los dos casos da cuenta de la conformación particular de este mercado de trabajo, en clave de género y etnicidad-nacionalidad, especialmente la etnicidad-nacionalidad como bisagra para la inserción en este sector. De esta forma se abrió la posibilidad de plantear si la comercialización frutihortícola minorista constituye un ―nicho‖ en un mercado laboral segmentado por etnicidad-nacionalidad y qué rol representan las mujeres en este mercado laboral segmentado también por género. 108 Capítulo 3: Las relaciones sociales en el lugar de trabajo de las verdulerías Este capítulo se centra en el análisis de las verdulerías como lugares de trabajo y las relaciones sociales que allí se entablan. En base a nuestros dos casos empíricos, nos adentraremos en el análisis de las dinámicas de poder y las dimensiones de género y etnicidad-nacionalidad que se ponen en juego en la organización de la fuerza de trabajo y en las relaciones sociales en las ―verdulerías‖. En el análisis de las relaciones sociales que se desarrollan en estos lugares de trabajo, emergieron cuatro ejes principales que se aplican a los dos casos, y cuya consideración ayudará a entender las dinámicas particulares de cada uno y rescatar las diferencias y similitudes entre ambos. Los ejes son los siguientes, y se manifiestan de diferentes maneras y en diferentes grados en los dos casos: la explotación laboral, el ―control‖ en el lugar de trabajo, la imbricación del ámbito productivo con el ámbito reproductivo, y los actos de resistencia y obediencia y sus expresiones mixtas de parte de las trabajadoras. Luego, en base a los casos presentados, consideraremos desde una perspectiva comparativa los diferentes tipos de emprendimientos y cómo se vinculan con la organización de la fuerza de trabajo y las dinámicas de las relaciones laborales. En el capítulo dos se vio cómo las trayectorias laborales y migratorias de los sujetos que se desempeñan como verduleras/os y las redes sociales en las cuales se articulan contribuyen a la conformación del mercado de trabajo de las verdulerías. Ahora bien, ¿por qué nos proponemos analizar qué ocurre adentro de los diferentes tipos de establecimientos que forman parte de este mercado de trabajo? En el contexto de las prácticas laborales de trabajadores del Mercado Frutihortícola de la Colectividad Boliviana de Escobar, Pizarro (2007) subraya la importancia de analizar las relaciones de poder dentro de las organizaciones de inmigrantes, como lo son las redes sociales, los enclaves de economía étnicos y las instituciones ‗formalizadas‘, remarcando que, si bien en las primeras etapas de la migración, dichas instituciones se consideran ―una manera de resistir la ubicación subalterna de los 109 inmigrantes en los mapas identitarios hegemónicos de las sociedades de destino‖, lo que nos permitirá ―complejizar el análisis de los procesos de discriminación‖ es un estudio detallado de las prácticas al interior de estas instituciones (Pizarro, 2007: 12). Si bien desde afuera dichas instituciones ―articulan alrededor del ser ‗inmigrante extranjero‘ a un colectivo social que se pretende homogéneo frente a otro conformado por los ‗nativos‘ de la sociedad de residencia‖, en su interior son heterogéneas en términos de etnicidad, clase, edad, región y género. Es por este motivo que las mismas ―no están exentas de producir en su interior diversas formas de ‗discriminación‘, ‗abuso‘ y ‗explotación‘ ‗entre paisanos‘‖ (Ibid). Siguiendo esta propuesta para el análisis de las relaciones de poder al interior de las organizaciones de inmigrantes, y especialmente las redes y las verdulerías aquí analizadas, considero relevante además el aporte de Pedone (2006) sobre el carácter fundamental de la perspectiva de género en el análisis de las relaciones de poder que se ponen en juego dentro de las redes sociales en el marco de la migración. De acuerdo a la propuesta de Pedone, mientras se van consolidando las redes sociales emerge en ellas ―una serie de relaciones de poder que le otorgan cierta verticalidad e intervienen en la selectividad de los futuros migrantes (Gurak, Caces, 1998)‖ (Op. cit.: 102). Por este motivo, la autora considera necesario ―tener en cuenta los diferentes tipos de roles que los propios migrantes definen para que las redes presenten relaciones de verticalidad y horizontalidad‖, ya que ―[e]sta configuración del poder le otorga sentido a ciertas trayectorias socioespaciales donde diferentes actores se constituyen en ‗autoridades‘ que, si bien, en una primera instancia, facilitarían el primer aterrizaje, el acceso a la vivienda y al trabajo, su poder les permite poner en práctica ciertas estrategias migratorias que los ayuden, en forma individual, a mejorar su situación económica más rápidamente en la sociedad de llegada‖ (Ibid). En el estudio de la configuración de poder dentro de las redes, es necesario adoptar una perspectiva de género para ―distinguir las estrategias de dominación dentro de las redes migratorias‖ así como ―analizar el carácter que asumen las relaciones de género y generacionales en el interior de los grupos domésticos en el marco de la migración internacional‖ (Ibid). 110 Si bien Pedone se centra en las relaciones de poder dentro de las redes sociales y los grupos domésticos específicamente, en ambos casos aquí estudiados, y como se verá a continuación, existe una importante imbricación entre las relaciones en las redes sociales y las relaciones en los lugares de trabajo, por lo cual es imprescindible considerar las relaciones sociales en los lugares de trabajo en tanto éstas están enmarcadas en las relaciones al interior de las redes sociales, y, para esta tarea, las perspectivas propuestas por Pizarro y Pedone permitirán un análisis más integral. Es por este motivo que Pizarro (2010) considera importante explorar ―cómo mediatizan los condicionamientos estructurantes de los esquemas de segregación y de las redes sociales que estructuran las relaciones laborales, ya sea consintiendo o confrontándolos‖ (Pizarro, 2010: 4). Los aportes de esta autora constituyen una relevante e importante fuente de información para nuestro análisis debido a que están basados en sus investigaciones sobre las relaciones sociales en otros tipos de emprendimientos étnicos pertenecientes a inmigrantes bolivianos que representan otros eslabones de la misma cadena agroalimentaria hortícola en la cual se concentra mano de obra boliviana en Argentina: la producción hortícola (Pizarro, 2010) y un mercado concentrador hortícola de la Colectividad Boliviana (Pizarro, 2007). Por lo tanto, se apelará a estas importantes miradas al adentrarnos en nuestro análisis del tema propuesto. Por último, como herramienta para el análisis de las articulaciones de los clivajes de género y etnicidad-nacionalidad en las relaciones sociales que se entablan en las ―verdulerías‖, buscaremos, como propone Torres, ―interpretar la heterogeneidad que caracteriza a los trabajadores y sus ambientes sociales, atravesados por diferencias de género, edad, clase social, jerarquía y amistad‖ (Torres, 1997: 14). Al mismo tiempo, se pretenderá ―conocer la diversidad de las condiciones de vida a que están sujetos, las solidaridades que se prestan entre sí, con los patrones, [y] los compromisos que se reflejan en las rutinas de trabajo‖ (Ibid), dando cuenta de la dimensión simbólica de las relaciones sociales que se entablan en los lugares de trabajo (Reygadas, 2002). En este sentido, se analizarán las relaciones entre trabajadoras y patrones según experimentadas por los actores, y las 111 estrategias de dominación de parte del patrón y de resistencia y/o obediencia de parte de las trabajadoras en sus lugares de trabajo, frente a las relaciones de desigualdad que estructuran dicho contexto. I. Primer caso: Establecimiento de tipo empresarial I.i. Vinculando el tipo de red y de establecimiento con la organización de la fuerza de trabajo en el lugar de trabajo La organización de la fuerza de trabajo en el lugar de trabajo debe ser pensada en función del contexto de la red en la cual está inserto el emprendimiento y el tipo de establecimiento en donde se entabla dicha organización. Como se vio en el anterior capítulo, la red considerada en este primer caso es una red social migrante no familiar, integrada por el dueño de tres verdulerías y los/as trabajadores/as que en ellas brindan la mano de obra. Aunque algunas de las trabajadoras comparten lazos de parentesco entre ellas, los vínculos que determinan la caracterización del tipo de red no son de tipo familiar, ya que el lazo entre la autoridad de la red –el dueño- y las trabajadoras no es de tipo familiar sino laboral. Este tipo de red social migratoria se vincula con el tipo de establecimiento que son las verdulerías contempladas en este caso, ya que al no ser una red familiar la que provee la mano de obra en los establecimientos, éstos dejan de ser establecimientos familiares, siendo en cambio establecimientos de tipo empresarial con una relación de ‗patrón‘ y ‗empleadas‘. Aunque no comparten un lazo de parentesco, sí los une la cuestión étnico-nacional y la etnicidad indígena quechua. El hecho de ser un emprendimiento étnico debe ser considerado porque incide en la organización de la fuerza de trabajo y en las relaciones sociales que se entablan en los lugares de trabajo. Para poder abordar las relaciones sociales es necesario primero describir la organización de la fuerza de trabajo, incluyendo los roles y responsabilidades de los sujetos que allí intervienen, desde una perspectiva de género y de etnicidad-nacionalidad. El dueño de los negocios tiene tres establecimientos que funcionan según la misma lógica y reglas. En cada uno trabajan entre dos y tres 112 mujeres empleadas que son las mismas integrantes de la red ya presentadas. Son un total de siete a nueve empleadas al mismo tiempo que rotan entre las diferentes verdulerías, en general trabajando en un mismo local durante un promedio de uno a tres años y sólo cambian en los casos de que se va una empleada, cierra un local o cuando ellas mismas piden el paso a otro local. El patrón tenía dos verdulerías en el barrio de Nuñez y uno en Colegiales y en el pasado tenía otra en Belgrano R que ya cerró. Los negocios abren siete días a la semana y las mujeres empleadas trabajan de lunes a sábado todos los días, y los domingos -como sólo abren a la mañana- rotan quién va a trabajar y cada una va cada dos o tres domingos. Con respecto a los horarios que cumplen de lunes a sábado, en una conversación que tuve con Juliana en la verdulería, me relató que: Ellas llegan al negocio a las 7am. Abren la persiana para acomodar afuera y las dos primeras horas limpian. Si llega alguien, tiene que atenderlo pero en teoría empiezan a atender a las 9am. A las 9pm cierran y se van ―rapidísimo, corriendo‖ me dice riéndose. No limpian a la noche, lo dejan para la mañana siguiente, así ―llegamos más rápido a casa‖ a la noche (Notas de campo, 16 de octubre de 2009). Durante la jornada diaria, como parte del acuerdo laboral, las empleadas reciben su almuerzo caliente. Me cuenta Yésica que: Acá solo hay una comida ―si tiene tiempo‖ durante el día y a la noche no, nunca. La hermana del jefe cocina en un lugar cerca de la verdulería me dijo y se lo llevan al negocio todos los días. ―¿Entonces sí almuerzan?‖, le pregunto, porque me había parecido que no, y me dice ―sí, pero no a la hora que uno debería‖ (Notas de campo, 7 de noviembre de 2009). Con respecto a los roles y responsabilidades que cumplen en el funcionamiento del establecimiento, éstos nos sirven para poder analizar cómo inciden el género y la etnicidad-nacionalidad en las relaciones laborales. Las responsabilidades de los diferentes sujetos que intervienen en el lugar de trabajo se veían claramente divididas por género. Las responsabilidades del dueño y su asistente, Álvaro, eran: llevar la verdura al local desde una quinta, ―no del mercado‖, por eso ―es más fresco‖, mientras algunas frutas y otras cosas producidas en el interior sí los llevan desde el mercado, pero esta tarea le corresponde al patrón no a las empleadas ―verduleras‖. El dueño tiene camión y ayudante para realizar estas tareas. 113 En referencia a las tareas que realizaban estas dos personas -los únicos hombres que están involucrados en el lugar de trabajo-, tuvimos la siguiente conversación con María sobre el ―trabajo pesado‖, cosa que ella ya no debía realizar por una condición de salud: Ella decía que no puede hacer más ―trabajo pesado‖ y le pregunto si no les puede decir a las otras que ella esas cosas no las puede hacer. ―No‖, me dice, ―porque ¿quién lo va a hacer?‖ Aprovecho para preguntar quiénes son los dos hombres y qué hacen ellos. ―No, ellos hacen otras cosas‖, me dice. ―¿Uno es el dueño?‖, le pregunto. ―Sí, es el dueño‖, responde. ―¿Y el otro?‖, pregunto. ―Ese es un empleado también‖ pero ―hace otro tipo de cosas‖, me responde. ―¿No hacen el trabajo pesado, eso lo hacen ustedes?‖ le pregunto, y me responde que ―ellos sí bajan los cajones del camión a la vereda, pero nosotras tenemos que subir y acomodar todo‖. (Notas de campo, 20 de junio de 2009). En base a este registro, se puede interpretar que María valora ambas tareas, las de los hombres y las de las mujeres, en la verdulería como ―trabajo pesado‖—tema que emergerá con mayor detalle en el siguiente apartado. Así, las responsabilidades de las mujeres consisten en subir la mercadería al local una vez depositada en la vereda por el patrón y su ayudante que la llevan al local en camión, y acomodarla, entre otras tareas que incluyen: atender a los clientes incluyendo hacer las cuentas y cobrarles y llevar la caja, llevar registro de la mercadería que tienen, mantener/cuidar la mercadería incluyendo revisarla y sacar la que no se encuentra en buen estado varias veces por día, limpiar el local, hacer las entregas a domicilio de la mercadería a particulares en el barrio caminando, abrir el negocio a la mañana y cerrarlo a la noche. Se turnan para hacer las entregas a domicilio porque ―no le gusta a ninguna‖ y prefieren ―quedarse en el local‖. Las nuevas empleadas aprenden de las empleadas que ya trabajan ahí todas las tareas a realizar incluyendo cómo moverse por el barrio para realizar las entregas a domicilio, ya que ―los primeros meses no sabes hacer nada‖ (Yésica). Cuando no están realizando alguna de estas tareas, las mujeres aprovechan el tiempo en el trabajo para hablar entre sí, muchas veces en un pequeño ambiente privado separado del lugar de atención por una estantería y una sábana que cuelga desde el techo, o sentadas sobre la mesada mirando la televisión que está en un entrepiso, o hasta lavando ropa para no hacerlo 114 en su casa en su único día libre. Nunca las vi a las mujeres arriba, en el entrepiso donde estaba el televisor. En cambio, cuando pasaba más tiempo en el local Álvaro, él sí subía al entrepiso para descansar y mirar televisión. Ellas eran las primeras en línea para atender a los clientes, y siempre estaban más ―a mano‖ en caso de que llegara algún cliente. Con respecto a lo visto, ¿cómo podemos considerar que influye el género en la organización de la fuerza de trabajo en las verdulerías que tiene este patrón? En cuanto a lo visible, todas las personas que trabajan de ―verduleras‖ en los negocios son mujeres, esto quiere decir que las personas que trabajan en la venta directa de productos atendiendo a los clientes y no en otras tareas menos visibles relacionadas con la verdulería, son mujeres. La excepción es el ayudante del dueño, Álvaro, quien, cuando fue necesario en una época, dejó de acompañar al jefe con el traslado de los productos y empezó a estar en el negocio con las empleadas mujeres. Según me explicó Yésica: ―él ayuda ahora que se fue María‖, pero que ―antes no ayudaba‖. Si bien él estaba en el negocio con ellas mucho más tiempo que antes, por el discurso de las mujeres, el rol que tenía él dentro de la verdulería se concebía como ―ayuda‖, no como trabajador par. De hecho, él fácilmente podría estar arriba escuchando música, mirando televisión o ausente del negocio y aparecería cuando hacían falta más personas para atender a los clientes, pero no estaba de manera permanente atendiendo, o presente en la parte del negocio que da al público. Este rol menos visible y de menor responsabilidad y que permite mayor tiempo de dispersión también demarca una diferenciación interna de género, en donde es la mujer la que más trabaja, tiene un rol más visible y lleva más responsabilidad—contribuyendo y reforzando una imagen como ―buena trabajadora‖ y ―buena comerciante‖. I.ii. Las relaciones sociales en el lugar de trabajo de las verdulerías: emprendimientos de tipo empresarial Con respecto a las relaciones laborales que se entablan en el lugar de trabajo de este caso, las relaciones de dominación/subordinación son especialmente marcadas ya que las mujeres trabajan en una relación de dependencia muy compleja. En mis intercambios con las mujeres se repite 115 una serie de temas relacionados a cuestiones de poder y resistencia, sobre todo entre el ―jefe‖ y las trabajadoras. Dichos temas se pueden alinear en cuatro ejes centrales, interrelacionados entre sí, que se articulan para demostrar diferentes formas de explotación y control de parte del patrón, así como de subordinación mezclada con resistencia, conciencia y agencia de parte de las trabajadoras en su relación laborales. El primer eje se trata de la explotación que caracteriza la relación de trabajo, y cómo esta relación se construye sobre una imagen generizada y etnicizada de las mujeres bolivianas como ―buenas‖ trabajadoras, en tanto atributo ―positivo‖ que termina siendo funcional a la perpetuación de su explotación. Este eje pone el foco sobre la idea del ―trabajo duro‖ o ―pesado‖ que realizan las mujeres migrantes de Bolivia y sus discursos que denotan las percepciones que ellas mismas tienen al respecto: María me dijo que sí abren los domingos, sólo a la mañana y que turnan. Ella no va todos los domingos, solo cuando le toca. Si no le toca, la pasa en la casa ―haciendo fiaca‖, en la cama, a veces sale a pasear pero por lo general se queda en la casa porque ―trabajo tanto en la semana que los domingos no me dan ganas de salir‖. Me dijo que en esos momentos siempre está con las otras chicas en la casa, pero a pesar de tenerlas a ellas, extraña ―la vida de allá‖ y a su familia. Pregunté si podía convencer a una hermana de venir. ―No‖, me dice, ―no, porque allá la vida es mejor‖. Cuando le pregunto por qué, me cuenta que allá ―uno es libre‖, acá uno no es libre, que tienes que trabajar muchas horas todos los días casi, allá no, trabajas pero después si no tenés ganas no trabajas, podes hacer otras cosas en el día, o no trabajar algunos días (Notas de campo, 24 de abril de 2009). María me contaba que todos dicen que allá en Bolivia no hay trabajo y acá sí pero ―no es tan así‖. Acá también hay trabajo pero ―no muy bueno‖. La verdad que la diferencia del pago no es tanto, me dice, acá ―tampoco ganas tan bien‖ y ―tenés que hacer trabajo pesado‖ y ―trabajar mucho‖ (Notas de campo, 20 de junio de 2009). Como se vio en el análisis del anterior capítulo sobre la construcción social, en términos de género y etnicidad-nacionalidad, de las mujeres bolivianas como ―buenas trabajadoras‖, los comentarios de María así como de otras de las verduleras de este caso, aparecen vínculos entre la explotación laboral y el ser boliviano/a, ser mujer y el ―trabajar duro‖. Por un lado se puede interpretar que María y sus compañeras consideran el trabajo en la verdulería como ―trabajo pesado‖ en parte porque venían de trabajar en un contexto familiar no asalariado, donde la mayoría de su fuerza 116 de trabajo era considerada una ―ayuda‖ a los padres, como se vio en sus trayectorias laborales en el capítulo 2. Sin embargo, al nivel del discurso es importante notar que en estas valoraciones las mismas mujeres incorporan el discurso de ―trabajar duro‖, que, en un contexto de explotación laboral, se considera sinónimo de ser ―buenas‖ trabajadoras y que esto retroalimenta y justifica el estereotipo del boliviano/a trabajador. La autora Pizarro explicita este vínculo entre la etnicidad y la explotación: ―los procesos de selección y los mecanismos de contratación de los trabajadores favorecen a aquellos que utilicen su equipamiento étnico-racial, re-creando ciertas características que se supone que tendrían por el hecho de ser bolivianos y que son funcionales a la lógica de explotación del sistema‖ (Pizarro et al, 2011: 18). La interpretación de Pizarro et. al. trae a la mente la conversación que tuve con Juliana cuando se fue María sobre si el jefe buscaría un reemplazo, en la cual además de contarme que ―los trae de allá‖ porque ―no quiere gente de acá‖ porque ―no sabe trabajar‖, como ya relaté en el último capítulo, conversamos sobre lo siguiente: Dijo Juliana cuando le pregunté si iban a reemplazar a María con otra persona, que no, que quedan ellas dos nomás, porque ―el mínimo para atender el negocio‖ son dos personas entonces ―él aprovecha‖, me dice. Para nosotras ―es mucho más trabajo‖. Cuando estaba María ―estábamos más tranquilas‖, hacíamos las cosas y limpiábamos más rápido entre tres. ―Ahora estamos todo el día trabajando‖, pero mi jefe, cuando María se fue a él le convino. Él estaba aliviado porque le conviene pagar sólo a dos. Tres era un poco mucho, como el mínimo son dos nomás (Notas de campo, 16 de octubre de 2009). La opinión del dueño de la verdulería, en base a lo relatado por Juliana, nos demuestra cómo el patrón co-nacional ―aprovecha‖ esta imagen ―positiva‖ -etnicizada y generizada- de ―buena trabajadora‖ para reforzar prácticas explotadoras, y hasta quizás en mayor grado, cuando ambos, patrón y trabajador, son de una misma etnicidad-nacionalidad (Scott, 1985: 260). En estos casos ―[las] mismas adscripciones étnico-nacionales sirven de base a la justificación y naturalización de una inserción laboral sumamente precaria, donde con frecuencia la apelación a supuestas aptitudes naturales para el trabajo duro oscurece el hecho de que las mismas dependen más de las pautas de juego del mercado laboral y de la adecuación del trabajador a ciertos estereotipos que de un supuesto conjunto de cualidades inherentes a los trabajadores‖ (Pizarro et al, 2011: 29). 117 Estos sentimientos, demostrados en los relatos de las mujeres interlocutoras y analizados en el estudio de Pizarro et. al., son compartidos por otras mujeres y hombres bolivianas también, lo que quedó demostrado en conversaciones con las interlocutoras. Por un lado, en una conversión con María, en relación al rubro de la costura –o la confección textil- ella relató una anécdota iluminadora sobre la explotación laboral en los sectores etnicizados. Su primo, a quien ―lo trajo una tía de él para trabajar en su taller‖, tenía que trabajar siete días a la semana y ganaba 300 pesos por mes. ―No podía salir, no podía hacer nada‖ y ―decidió volver‖, sobre lo cual reflexionó María: ―imaginate, se lo hizo a su propio sobrino‖. En cambio, aclaró que en este mismo rubro ―los chinos te tratan y pagan bien‖, pero cuando no son buenas condiciones ―es cuando trabajas para los paisanos‖. Contó que ―los paisanos van allá‖ [a Bolivia] y reclutan a ―chicas jóvenes‖ y las traen y les pagan muy mal, opinando que ―esas chicas no tienen que decir que sí‖ cuando se les ofrece para venir a trabajar acá (Notas de campo, 20 de junio de 2009). En este discurso, mientras se asocia un maltrato laboral con el patrón boliviano, el trabajar para ―chinos‖ se asocia con un mejor trato laboral, ya que al no pertenecer a la misma etnicidadnacionalidad ni tampoco a la misma red migratoria en la cual actúan las mujeres migrantes, no se darían las condiciones para el enclaustramiento de una red endogámica como sí ocurre en los trabajos con ―compatriotas‖, y especialmente cuando se trata de relaciones de parentesco (Herrera Lima, 2007). Por otro lado, en una conversación que tuve con Mónica, María y una ―amiga‖ de ellas –Daisy- que estuvo visitándolas en la verdulería, la amiga, quien también es de origen boliviano pero ya llevaba 28 años en Argentina cuando yo la conocí, fue muy crítica de sus ―paisanos‖ en varios aspectos: Cuando Daisy primero vino a Argentina se puso a trabajar en casas, limpiando, limpiaba baños. Cuando iba a Bolivia le contaba a la gente que no es como dicen todos, que acá ganas re bien. Ella decía que no, que ella limpiaba baños y casas y a la gente no le gustaba escuchar eso, especialmente a los hermanos que también habían migrado. Dice que todos los que vuelven a Bolivia cuentan ―cuentos de hadas‖, cuentan cosas buenas sobre Argentina que ―no son verdad‖. (…) Decía que nada 118 que ver cuando tú vienes con lo que te contaron, pensás que vas a ganar mucho dinero. Pero cuando llegas encontrás que ―hasta tus propios compatriotas te explotan‖, te hacen trabajar 18 horas y ―ni te dan el almuerzo‖, dijo Daisy. (…) Comentó que los compatriotas y los mismos parientes son los que ―más te van a explotar‖, y María y Mónica contestaron repitiendo ―sí, sí‖. Daisy dijo que acá si vas a pedir algo a ―un paisano‖, hasta un huevo ―no te lo da‖. Dijo no saber por qué es así, porque en Bolivia no es así, sí te dan, pero ―¿por qué acá no?‖ Las chicas le daban la razón, diciendo ―sí, sí‖. Mónica dijo, ―los ajenos te dan más‖ y Daisy dijo que sí (Notas de campo, 27 de febrero de 2010). Los relatos de las interlocutoras son relevantes además en tanto se observa en ellos un fenómeno que Benencia y Quaranta (2006a) analizaron en otro sector del mercado de trabajo que concentra a trabajadores de origen boliviano: la producción frutihortícola. Allí, los productores, al igual que el dueño de las verdulerías en este estudio, cuando contratan mano de obra permanente ―muchas veces recurren a trabajadores de su misma nacionalidad, muchas veces sin documentos del país receptor, y la modalidad de contratación corresponde a la de asalariados no registrados‖ (Benencia y Quaranta, 2006a: 95), lo cual ―permite un uso flexible del trabajo al interior de la explotación, por ejemplo, evitando descansos y jornadas de trabajo de duración determinada‖ (Op.cit.: 97). Si bien en este caso las mujeres trabajan de 14 a 15 horas diarias en lugar de 18 y sí les ―dan almuerzo‖, las demás características nombradas como correspondientes a una situación de explotación laboral entre co-nacionales en un emprendimiento étnico en un mercado de trabajo etiquetado sí se cumplen. El segundo eje que considero central es cómo, además de la explotación laboral, en el ambiente laboral mismo, por más que esté presente o no la figura del ―jefe‖, existe cierto ―control‖ sobre las mujeres que toma la forma de censura y que se manifiesta en el miedo a hablar y el silencio. El miedo a hablar en el trabajo en general, y sobre todo cuando está presente el dueño del negocio y/o su ayudante, se vio materializado en que las mujeres dudaban en dar información sobre ellas mismas y su situación laboral, así como sobre su jefe y su trayectoria laboral y migratoria. En mi primera entrevista con una de las mujeres verduleras, de 18 años de edad, y quien llevaba dos años trabajando en el negocio, quedó evidenciada la dificultad para hablar de temas referidos al dueño del negocio: 119 Entrevistadora: ¿Ustedes son las dueñas de las tres verdulerías? María: No, no somos las dueñas. Hay otro dueño. E: ¿El dueño de dónde es? ¿De acá? M: No, no sé, no creo…. Creo que puede ser de Bolivia… (Se puso incómoda y empezó a rayar una hoja, mirando para abajo, y no me contestó más nada). (Notas de campo, 14 de abril de 2009).29 Un tiempo después, las mujeres trabajadoras empezaron a compartir más información, demostrando más confianza, pero aún así es notable la diferencia entre sus comportamientos cuando estaba el dueño y cuando no estaba: Yo estaba con Yésica y Juliana y después apareció María. Me ofrecieron una mandarina, después una banana, comíamos y hablábamos. Me dieron fruta para comer allí y también para llevar, e insistían que la aceptara, diciendo que ellas ―siempre comen‖, ―todo el tiempo‖ ahí, ―agarran y comen‖ mucha fruta. Después llegaron los dos hombres -el jefe y su asistente- y las mujeres cambiaron su atención a los clientes que habían llegado y yo quedé sola sentada sobre un cajón en la vereda. Esta vez fue muy abrupto el cambio, pero me hace dar cuenta que otras veces pasó lo mismo por el mismo motivo y no me había dado cuenta. Al llegar el dueño, desaparece la actitud abierta y relajada de las mujeres (Notas de campo, 20 de junio de 2009). Si bien, en la presencia del patrón, las trabajadoras se portan de manera muy diferente, no aclaran que es por eso. Este hecho nos hace plantear una pregunta por si el silencio significa que el ―control‖ que ejerce el patrón está incorporado en el comportamiento y naturalizado en las mujeres en el lugar de trabajo o si su no verbalización simplemente es otra expresión del mismo ―control‖ que ejerce sin significar que las mujeres no tengan conciencia de lo mismo (Torres, 1994). En cambio, la presencia del asistente del dueño, Álvaro, no censura tanto como la del dueño. De hecho, hacia fines del año 2009, una de las tres trabajadoras volvió a Bolivia, momento a partir del cual Álvaro dejó de acompañar al dueño en sus recorridos y empezó a trabajar más tiempo en la verdulería. Este momento marcó un cambio en el efecto que tuvo la presencia de Álvaro sobre las formas de relacionarse conmigo las mujeres trabajadoras. Ahora que no está acompañado por el dueño, sino solo con las mujeres, su presencia censura menos que antes, cuando iba con el jefe. Por 29 La transcripción de esta entrevista no es textual, sino una reconstrucción de la entrevista en base a los apuntes que tomé durante la misma. 120 ejemplo, a pesar de que esté él, Juliana se quedó hablando conmigo mucho tiempo mientras Álvaro atendía a los clientes que llegaban. Juliana estaba adentro, me vio y al minuto salió para saludarme y quedarse a charlar conmigo en la vereda por más de una hora en un lugar en donde a veces hablaba con María, el carrito con carbón en la vereda. El que está es tu compañero de trabajo, no? -le pregunto. Sí, me dice. Pero no es el jefe, no? No, me dice, el jefe estuvo pero se fue hace un ratito. Siempre viene los sábados, antes de irse a la quinta (Notas de campo, 7 de noviembre de 2009). Al generarse mayor confianza en la relación con Álvaro, hecho que corresponde a su incorporación como empleado dentro del local, las mujeres dijeron que él dejó de ser tan ―tímido‖, y con el pasar del tiempo se lo veía hablar más con las mujeres, siempre en quechua. Sin embargo, a pesar de dicha confianza que le permitió hablar conmigo de manera informal en el negocio cuando iba de visita, Juliana reconoció explícitamente que no podría realizar la entrevista más formal que yo le pedía para mi trabajo de campo en el lugar de trabajo. Más allá del hecho de que la imposibilidad de hablar en el lugar de trabajo obstaculice la recolección de datos en este caso, también esto mismo es revelador en sí, ya que señala la existencia de cierto ―control‖ ejercido por el patrón que se manifiesta en el miedo a hablar y el silencio. Sin embargo, retomando la pregunta planteada arriba, y como nos recuerda Torres inspirado en Baudrillard: ―el casi forzado silencio de las masas […] produce una imagen falsa y parcial de ignorancia y pasividad‖ (Torres, 1997: 30). De acuerdo a esta afirmación, por más que las trabajadoras no hablen en lugares públicos o donde los pueda escuchar el ―dominante‖, esto no significa que no estén concientes de su subordinación y explotación, ni que la acepten con pasividad ni inevitabilidad. El tercer eje que rescato sobre las relaciones sociales en el lugar de trabajo es la imbricación entre las relaciones de dominación/subordinación que se dan entre el dueño y las trabajadoras en el lugar de trabajo y en el ámbito extra-laboral, fenómeno que se ve acentuado en parte porque todas conviven en una misma casa, lo que constituye parte del acuerdo laboral. Dichas relaciones están manifiestas en los discursos de las mujeres, a veces contradictorios, sobre la falta de tiempo libre y la dificultad de salir de su 121 casa en el poco tiempo libre que tienen. El tema de no ―salir‖ surgió en mi primera entrevista con María, poco después de haberlas conocido: E: ¿Qué es algo que te gusta de acá? María: Mmm, no sé, porque nosotras no sabemos salir. (Notas de entrevista, 14 de abril de 2009).30 Si bien desde el principio se habló de que no salen, a lo largo de mis intercambios con ellas, existieron varias concepciones de ―salir‖: el ―salir‖ de noche a fiestas y recitales, o el salir de la casa para ―pasear‖ un domingo. Sobre la primera, queda evidenciada en los siguientes relatos que lo hacen muy poco o nunca: Bandas vienen de Bolivia más o menos una vez por año, tocan en ―Magia Boliviana (Bailable)‖, un boliche en Liniers. María fue a ver a la última banda que vino y ahora va de nuevo a ver a Kjarsak del género musical llamado ―folklórico‖. Sale 50 pesos la entrada, ―sí, es caro‖ me dice, ―pero son muy famosos‖. Me sorprendió el costo, que lo pague o que lo pueda pagar. Ella me aclaró que sólo va al boliche de Magia Boliviana ―cuando hay recitales‖, no para ―salir‖ (Notas de campo, 24 de mayo de 2009). En relación a la segunda acepción de ―salir‖ se refiere a la idea de ―pasear‖, algo que está dentro de sus posibilidades más que la otra acepción de ―salir‖, aunque también se ve restringido. María y Gisela y a veces algunas de sus otras compañeras salían conmigo algún que otro domingo a diferentes barrios porteños para ir a un cibercafé para que yo les enseñara a usar la computadora e internet, y una vez se agregó una visita al barrio de Liniers para ―pasear‖. Las mujeres también mostraron interés en ir solas al cibercafé los domingos cuando no iban conmigo, pero una sola vez lo hicieron. Al principio yo sabía que las chicas, exceptuando a María, casi no salían de su casa los domingos, su único día libre, pero no sabía bien la razón, no me decían. Varios meses después, cuando María había regresado a Bolivia, estábamos solas en la verdulería Juliana, Yésica y yo, y Juliana me habló al respecto, mientras Yésica observó en silencio: Juliana me cuenta que ellas trabajan de lunes a sábado y sólo tienen los domingos y ni siquiera ese día pueden salir casi, y que también por eso a 30 La transcripción de esta entrevista no es textual, sino una reconstrucción de la entrevista en base a los apuntes que tomé durante la misma. 122 María no le había gustado estar acá, me dijo, estando todo el tiempo encerrada, no podían salir, no tenían tiempo libre. ―¿Ni los domingos? ¿por qué?‖, le pregunto. ―Al jefe no le gusta, viste que María a veces salía los domingos, bueno a él no le gusta eso‖. ―¿Por qué?‖, le pregunto yo. ―No sé, dice porque nos puede pasar algo, tiene miedo. Se siente responsable si nos pasa algo‖. ―Pero, si salen juntas?‖, pregunto yo. ―No, no, tampoco‖, me contesta. ―Y si salen con él… ¿salen con él?‖, le pregunto yo. ―No, nunca, él trabaja siempre, los domingos va a la quinta, trabaja todos los días él‖, me dice (Notas de campo, 16 de octubre de 2009). Luego, en el mismo relato: Juliana me preguntó si tenía novio acá, y luego de responderle, le pregunté a ella si había conocido a algún chico acá o si tuvo novio. ―No‖, me dice, ―¿cómo voy a conocer si no puedo ir a ningún lado, solo trabajamos. Y solo los domingos tengo libre y al jefe no le gusta que salgamos‖. Ella me cuenta que nunca salió ni a un recital (Notas de campo, 16 de octubre de 2009). En este discurso, Juliana relaciona el ―no salir‖ con dos temas. Por un lado, el ―no salir‖ como consecuencia de que ellas en Argentina ―sólo trabajan‖, lo cual remite a su situación de explotación laboral. Por otro lado, lo relaciona a la continuación de la relación de dominación/subordinación entre ellas y el dueño en los ámbitos que pensamos como extra-laborales, como el pasear en su tiempo libre, y el tener noviazgos, los cuales ella ve obstaculizados por el control que ejerce el patrón sobre ellas como parte de la misma relación de explotación en el trabajo. Este tipo de relaciones de trabajo, donde los vínculos son ―de tipo personal y paternalista, que desalientan la formalización de la relación‖ (Benencia y Quantara, 2009: 12), profundizan la precariedad de la situación laboral. Siguiendo esta línea de análisis, con base en las migraciones laborales de mujeres ecuatorianas a España, Pedone encuentra un patrón similar: ―las lógicas de dominación y subordinación se traducen en prácticas reales de exclusión social que llevan una marca de distinción simbólica entre trabajadoras y empleadoras plasmadas en los siguientes aspectos: segregación espacial, prohibición o rechazo de prácticas alimenticias de las trabajadoras, falta de día libres, salarios reducidos a cambio de alojamiento y alimentación y prácticas paternalistas junto a una presión permanente sobre la decencia y honestidad de la trabajadora‖ (Pedone, 2006: 390). En este caso se encuentran presentes todas las características identificadas por Pedone, excepto el rechazo de prácticas alimenticias, lo 123 cual ayuda a entender sus ―lógicas de dominación/subordinación‖. La última caracterización a la cual se refiere Pedone, con respecto a la presión sobre la ―decencia‖ y la ―honestidad‖ de la trabajadora se ve claramente como un aspecto del control que ejerce el patrón sobre las mujeres, una presión para que no salgan ―por si les pasara algo‖, hecho que obstaculiza su posibilidad de ―salir‖ y de ―tener novios‖, ambas actividades no aceptables dentro del mandato y las prácticas paternalistas del patrón. A través de los relatos y prácticas de las mujeres quedó evidenciado que, por haber conseguido trabajo a través de la red, y que esto incluya vivienda, las relaciones de poder del ámbito laboral se extienden a los ámbitos considerados como extra-laborales existiendo en estos últimos más control sobre ellas, sus decisiones y sus movimientos, que se puede interpretar como una ―falta de libertad‖ en comparación con sus vidas en Bolivia. Esta situación también refuerza el carácter enclaustrado de la red en tanto dificulta que las mujeres se puedan abrir a nuevas oportunidades, las cuales serían necesarias para salir de su actual trabajo sin tener que regresar a Bolivia, ya que no sólo sería necesario obtener un nuevo trabajo sino también una vivienda. La dificultad de abrirse por la falta de vínculos débiles con contactos afuera de su red lleva muchas veces a que las mujeres vuelvan a recurrir a la misma red como fuente de trabajo, aún después de haberlo dejado. Esta dependencia permite al mismo tiempo mayor explotación de parte del empleador y en este caso, como red laboral étniconacional, se trata de una explotación por ―los mismos compatriotas‖. Si bien quedó demostrada la situación de explotación y subordinación en varios ámbitos, tanto productivos como reproductivos, a través de los relatos de las mujeres se pudo observar cierta conciencia de dicha situación. Ante esta observación debemos considerar si ellas manifiestan dicha conciencia en sus actos cotidianos y cuáles de ellos constituyen actos de resistencia o de obediencia ante las relaciones de poder que estructuran sus experiencias de trabajo. Este tema representaría el cuarto y último eje que aparece en este análisis. Tomando a Scott (1985), podemos considerar que el hecho de que las trabajadoras manifiesten su 124 disconformidad, hablándola y compartiéndola entre ellas mismas y conmigo en esferas donde no escuche el ―dominante‖, es una forma de resistencia ideológica. Sin embargo, expresarlo verbalmente en estos espacios sin confrontar o contestarle directamente al poder, según Torres, no constituye una fuente suficiente para desencadenar el cambio en las relaciones de poder (1994). Veamos entonces cuáles son los actos de resistencia que llevan a cabo estos actores. Retomando el comentario que me hizo Yésica cuando estábamos en la verdulería con ella, Juliana y María pero sin la presencia del dueño ni del ayudante, y que cité arriba: ―que ellas siempre comen todo el tiempo ahí, agarran y comen mucha fruta‖ (Notas de campo, 20 de junio de 2009), esto constituye una manifestación de lo que Scott llama ―armas de los débiles‖ -weapons of the weak- y que también observó Holmes entre productores frutihortícolas mexicanos indígenas en Estados Unidos: ―los recolectores manejan el sistema dentro de las limitaciones del mismo, utilizando las sutiles ―armas de los débiles‖ (Scott, 1986), como por ejemplo comiendo las moras mientras trabajan y permitiendo que algunas moras verdes y hojas entren en cada balde‖31 (Holmes, 2007: 57). Si bien todas las mujeres interlocutoras estaban de acuerdo sobre el carácter explotador de su situación de trabajo, es en la esfera de la acción donde surge mayor heterogeneidad entre los diferentes sujetos, y sus reacciones –a veces contradictorias- ante su lugar subordinado en las relaciones de poder en el lugar de trabajo. Algunas de ellas actúan resistiendo el lugar en donde están posicionadas mientras otras la aceptan más pasivamente. Se observa también que en un mismo sujeto las reacciones varían de situación en situación. Hasta ahora en los relatos analizados, se vio que, a pesar de que el ―jefe‖ no estaba de acuerdo con que las mujeres salieran los domingos, dos de ellas salían conmigo con relativa frecuencia para ir al cibercafé en diferentes lugares de la ciudad y al barrio de Liniers (María y Heidi). En relación a las demás mujeres que trabajan en las tres verdulerías y conviven en la misma casa, Juliana también demostró por momentos cierta resistencia frente a ese mandato: 31 Traducción mía. Texto original en inglés. 125 Yo le dije que nunca fui [a comprar en La Salada] pero que quisiera ir, y ella me contó que ha ido, y que conoce el colectivo que va y cómo y de dónde tomarlo. Le propuse ir juntas, y pareció haberle gustado la idea. Me dijo que irían ella y Yésica conmigo algún domingo que las dos tengan libre. Le pregunté si quisieran ir otras también y me contestó que todas las chicas no querrían ir, pero ellas dos sí. Me contó que algunas de las chicas ―no salen‖, sólo se quedan en sus habitaciones mirando televisión (Notas de campo, 16 de octubre de 2009). Aunque nunca se dio la oportunidad de ir a La Salada antes de que ellas regresaran a Bolivia, éste es un relato que demuestra la heterogeneidad que existe entre este núcleo de trabajadoras, incluyendo las que más obedecen a su jefe (las que ―no salen‖); las que demuestran cierta resistencia a través de la expresión de su deseo de salir (quienes lo hacen pero pocas veces, como Juliana y Yésica); y las que tienen el deseo y lo llevan a cabo a pesar de los obstáculos (María y Gisela). Así, se puede observar cómo las diferentes mujeres enfrentan de distintas maneras su rol subordinado, respondiendo de distintas maneras ante el control que ejerce su ―jefe‖. Estas diferencias también se evidenciaron en el trato entre las trabajadoras y los clientes y el discurso de las mujeres sobre este trato, como por ejemplo la capacidad diferente de cada una de ―llevarse bien‖ con clientes ―hinchas‖: Juliana me contó que allá habiendo regresado a Bolivia María debe estar mucho más tranquila, ―trabajando mucho menos‖. ―Estará trabajando con la familia?‖ le pregunté. Sí, me contesta. Dice que no le gustó Argentina en parte porque la gente ―hincha mucho‖ --haciendo referencia a los clientes, ―las señoras‖ sobre todo, quienes mencionó varias veces. Juliana me cuenta que María no toleraba eso, que ―no se llevaba muy bien con esa gente‖. En cambio, a María le gustaban los clientes extranjeros, era con quienes más hablaba, eso sí le gustaba mucho. Juliana me dijo que ella sí se llevaba mejor con estas personas difíciles porque ya ―hace más años‖ que está trabajando ahí y sabe con quién está tratando y sabe que no puede decir que no, cuando ―hinchan‖ o cuando piden ciertas cosas, sabe que ―tiene que decir que sí‖. Atribuyó este conocimiento a los años que tiene trabajando ahí (Notas de campo, 16 de octubre de 2009). En esta y otras conversaciones quedó demostrado que, aunque Juliana trata bien a dicho perfil de cliente, esto no es tanto porque le gustaba tratarse con dichos clientes sino para cumplir con cierto mandato de ser ―buena comerciante‖ y obedecer así su rol designado en el lugar de trabajo: Juliana me contó que ella primero entró a trabajar en este local y estuvo dos años, momento en que eligió irse a otro que tenían en otro barrio (Belgrano R), pero que ya cerró. Dijo haber elegido irse al otro porque no 126 le gustaba el barrio de Núñez. ¿Por qué?, le pregunto yo. Por la gente ―hincha‖, me contesta. Y en el otro local no era así? le pregunto. Me contesta que no, allí no había tantas ―señoras hinchas‖ (Notas de campo, 16 de octubre de 2009). A pesar de preferir trabajar con otro tipo de cliente, en sus discursos Juliana atribuye el poder llevarse bien con los clientes difíciles a la mayor cantidad de años de experiencia que tiene en la verdulería, como si su trayectoria laboral le hubiera permitido acumular cierto capital que le permite desempeñarse como ―buena comerciante‖, característica valorada positivamente y atribuida a las mujeres ―bolivianas‖ que se desempeñan en este sector del mercado de trabajo. Esto se notó no sólo en su discurso, sino también en sus acciones. Estando en la verdulería en muchas ocasiones mientras atendían a los clientes, observé un trato muy servicial desde Juliana y Yésica hacia los clientes, y especialmente en el caso de Juliana quien parecía desenvolverse mejor con los clientes que eran muy meticulosos con sus compras, con quienes era muy paciente y generaba diálogo preguntándoles por sus familias, trabajo y vacaciones, entre otros. Entre lo que relata Juliana sobre lo que siente por estos clientes y cómo se relaciona con ellos en la práctica, se observa cierta contradicción. Para entenderla, primero debemos remarcar el rol subordinado de las mujeres ―verduleras‖, no sólo con respecto al patrón y sus expectativas de que sus empleadas tengan un trato agradable con los clientes, sino también su rol subordinado con respecto a los mismos clientes, rol condicionado por cuestiones de etnicidad, nacionalidad, clase y género, que las posicionan en una relación de poder asimétrica con respecto al perfil demográfico del barrio en el cual trabajan, caracterizado por su alto nivel adquisitivo. Ahora bien, cumplir con el mandato social y laboral de ser ―buena comerciante‖, de ―llevarse bien‖ con los clientes a pesar de que sean ―hinchas‖ o que las traten a las verduleras de forma despectiva, constituye, al nivel de las acciones, un acto de obediencia hacia el dominante. Sin embargo, es importante remarcar que Juliana lo hace conciente de su subordinación, pensando que se beneficia de cumplirlo. Aquí surge un ejemplo de reacciones contradictorias frente a la experiencia de subordinación, ya que María, en cambio, no toleraba a los clientes que no le caían bien y, en su 127 caso, pareciera ser un acto de resistencia contra las personas que la discrimina y la clase que la oprime. Sin embargo, como nunca verbalizó dicha postura conmigo, no puedo atestiguar que sus acciones, aunque más radicales, sean pensadas en esos términos de conciencia. Si así fuese, Juliana es más rebelde en su pensar pero no en su actuar y María al contrario, rebelde en su actuar pero no es algo conciente. Otra expresión de resistencia y obediencia que apareció en las acciones y relatos de las mujeres interlocutoras son las idas y venidas entre Bolivia y Argentina, en donde irse aparece como una forma de resistencia, y ―volver‖ de obediencia (Pizarro et al, 2011). Estos actos son una continuación de los ya mencionados, en tanto representan otro tipo de acto de resistencia ya no cotidiano, que es el abandono del lugar de trabajo. María me dijo que va a volver a Bolivia en tres años, 2012. --¿para quedarte allá?— No, seguramente no, fui dos veces ya y siempre para quedarme. --¿y por qué siempre volviste?—Porque me llamaban las chicas. --¿Cómo te convencieron?-- Me decían, ―dale, podemos estar todas acá‖… --¿Y cuándo volverías a Bolivia ya para quedarte allá? – ―Nunca probablemente‖ (Notas de campo, 3 de mayo de 2009). A los tres meses de decir esto y tras haberme contado con cada vez más frecuencia sobre su soledad y su dificultades para realizar el ―trabajo pesado‖ que implicaba el trabajo en la verdulería, María se volvió a Bolivia, sólo para regresar nuevamente a Buenos Aires a trabajar en la misma verdulería otros cinco meses más tarde. Al haber regresado, ya por tercera vez registré la siguiente situación: Cuando le digo [a María] que yo ya pensé que no regresaba, me dijo, ―yo también, pensé que ya no vendría nunca más‖, me dijo. Y qué pasó, le pregunté, quién te llamó? ―Mi jefe me llamó‖, me dice María. ―Me llamó y una semana después estaba viniendo‖ (Notas de campo, 27 de febrero de 2010). Es iluminador considerar además las estrategias de abandono del lugar que contempla y realiza Juliana, ya que éstos incluyen la posibilidad de irse del país tanto como la posibilidad de seguir en Argentina pero cambiar de trabajo: Me dice Juliana, ―mi jefe en cuatro años solo me dio 2 o 3 semanas de vacaciones.‖ ―Es muy poco‖, me dice, yo me quería ir por un mes pero él no quería, solo me dejó ir dos o tres semanas. […] Me dijeron Yésica y Juliana que ellas quieren irse a su casa este fin de año. ―¿Pero vuelven?‖, 128 les pregunto yo. ―No sabemos‖, me dice Juliana, y me terminó confesando que quieren irse y quedarse allá, que ella también extraña. Pregunté si el jefe ya sabía que se querían ir. ―No‖, me dice ―le contaría con un mes de tiempo‖, y él ya inmediatamente con un mes antes empezaría a buscar alguien para reemplazarnos. […] Juliana me dice que quisiera buscarse otro trabajo si vuelve de Bolivia, pero ―ya no con la verdura‖. Dijo creer que su jefe ya no la tomaría de nuevo si ella deja, porque ―este año ya me tomé vacaciones‖. ¿Por qué no en la verdura?—le pregunto yo, y me dice: ―Porque trabajas muchas horas, estás todo el tiempo trabajando‖. ―¿Tenés otros contactos para tener otro trabajo?‖, le pregunto. ―Sí, para trabajar en la costura‖ me dice (Notas de campo, 7 de noviembre de 2009). Así como se observa en el discurso de Juliana al ya estar contemplando otra vida fuera de la verdulería, Pizarro encontró entre trabajadoras bolivianas de las quintas que ―otra de las maneras de soportar el sufrimiento consiste en que las mujeres, e incluso los hijos jóvenes, busquen trabajo fuera de las quintas‖, pero que ―el acceso a otros trabajos igualmente de escasa calificación se da a través de las redes sociales, y no mediante las lógicas propias de otras instituciones tales como el mercado, el oficio o la profesión‖ (Pizarro, 2010:17). Como resultado de dicho deseo de irse y/o de abrirse de rubro, efectivamente, Juliana y Yésica regresaron a Bolivia en enero de 2010. Hasta el momento, a mi saber, aún no regresaron a Argentina, pero existe la posibilidad de que hayan vuelto y se hayan insertado en el rubro de la costura, otro mercado de trabajo ―etiquetado‖ por etnicidad-nacionalidad y género. Similar a los actos de ―abandono del lugar de trabajo‖ que realizaron Juliana, Yésica y María, son los observados por Pizarro entre trabajadores bolivianos en los cortaderos de ladrillos en la Provincia de Córdoba, en donde interpreta ―el ‗aventurarse‘ en búsqueda de otros trabajos‖ como una estrategia de abandono del trabajo, y que dichas estrategias constituyen una ―manifestación de resistencia‖ (Pizarro et al, 2011). La autora señala que el abandono del lugar de trabajo representa una forma de resistencia más directa que otras formas cotidianas (Ibid), mientras los actos de resistencia cotidianos ocurren en el lugar de trabajo y se caracterizan por tener consecuencias menos dramáticos (Torres, 1994). En este sentido, mientras no se haya plantado la posibilidad del abandono del lugar de trabajo como posibilidad real, o no se haya concretado, Pizarro encontró que ―[a]quellos 129 que no se ‗aventuran a otros lados‘ y permanecen (…) a pesar de las injusticias y engaños implementan otras prácticas de resistencia no verbalizada tales como robarle al patrón o no trabajar‖ (Pizarro, 2010: 20), algunas de las cuales, entre otras, se observaron también en este caso. II. Segundo caso: Establecimiento familiar II.i. Vinculando el tipo de red y de establecimiento con la organización de la fuerza de trabajo en el lugar de trabajo A diferencia del primer caso, este segundo caso se enfoca en una red social migratoria y laboral de tipo familiar, en la cual todos los integrantes están vinculados entre sí por lazos de parentesco. Al ser la red la que articula los trabajadores con los lugares de trabajo, facilitando su inserción laboral, los establecimientos contemplados en este caso son también de tipo familiar. Aquí los establecimientos y las relaciones sociales que allí se entablan están cruzados íntimamente por las relaciones familiares, hecho que se destacará como una importante diferencia con respecto al primer caso. Nuevamente, es necesario tener en cuenta el contexto de la red social en la cual se articulan los emprendimientos, y los sujetos que en ellos intervienen para poder analizar la organización de la fuerza de trabajo en el lugar de trabajo, especialmente en tanto inciden en ella el género de los integrantes y el carácter étnico-nacional y familiar del emprendimiento, siendo entre co-nacionales bolivianos de etnicidad quechua vinculados por lazos de parentesco. Para el análisis de la organización del trabajo desde esta perspectiva, y en base a lo ya descripto sobre el contexto de la red y los emprendimientos de sus integrantes, identificaremos los roles y responsabilidades de las diferentes personas que en ellos trabajan—o ―ayudan‖. El emprendimiento que constituyó un foco principal y a través del cual empecé mi trabajo de campo, es un emprendimiento étnico de tipo familiar. Es un negocio con una verdulería que puso y manejaba Juana y una carnicería que puso y manejaba su marido, Roberto. Durante el periodo de mi trabajo de campo trabajaron en la verdulería Juana y sus medio hermanos 130 menores Elizabeth y Raúl, así como también ―ayudó‖ la sobrina de Juana, Lidia. En la carnicería trabajó Roberto, y luego Raúl y el sobrino de Roberto, César. En tanto son relevantes, también se considerarán los emprendimientos de otros integrantes de esta red social. Aunque no centrales en mi trabajo de campo, es importante notar que los demás emprendimientos en este caso se tratan del mismo tipo de establecimiento: verdulerías que pusieron los integrantes de la red como cuentapropistas en las cuales trabajan sus familiares de Bolivia. Éstos son la verdulería de Judith y su marido en donde trabajan ellos dos solamente ya que es sólo una verdulería, el negocio de Sonia -otra hermana de Juana- que tiene verdulería, carnicería y almacén todo en un local, el puesto de verdulería que puso Elizabeth en un supermercado ―chino‖ en el cual trabajó ella sola y luego, como suplente, una ―amiga‖ de ella, y la verdulería de Mirta la prima de estas hermanas. Juana, Sonia y Elizabeth tienen sus emprendimientos en diferentes barrios de la Ciudad de Buenos Aires: San Telmo, Constitución y Parque Chacabuco respectivamente, mientras Judith tiene el suyo en la localidad donde residen, Villa Domínico, Avellaneda. El negocio de Juana y Roberto abre siete días a la semana y, cuando empecé mi trabajo de campo, ambos Juana y Roberto iban a trabajar los siete días de la semana. De lunes a sábado abrían todo el día de corrido y los domingos sólo hasta el mediodía. Un día típico lo describió Juana de esta manera: E: ¿Pero la [verdura la] compran en el mercado central o se la traen en camión? Juana: No, yo compro todo en el mercado central. Si te lo traen hasta acá es muy caro. Yo me levanto a las 5 de la mañana para ir al mercado central y voy todos los días o cada día y medio, depende. Se compra por precios, no siempre a la misma persona. Pero ha cambiado mucho el mercado. Yo voy sola. Elizabeth no va, ella viene acá directo. Abrimos a las 8, pero no vienen muchas personas a esa hora, pero abrimos para ordenar y limpiar y la gente empieza a venir tipo 9 o 10 a hacer las compras. Abrimos a las 8 y cerramos a las 9:30 o 10. –Pero, ¿vas sola?- Sí, yo voy sola y compro todo y va mi marido en la camioneta a buscarme con los productos y venimos hasta acá. Yo quiero aprender a manejar y Elizabeth también, a manejar el camión. Allá en el mercado central ves todas las mujeres bolivianas, las jóvenes, manejando los camiones grandes, muchas mujeres jóvenes. E: ¿Viven en el barrio? Juana: No, vivimos en Villa Domínico. Conoces Avellaneda? Bueno, pasas por Avellaneda, y después por Sarandí, y ahí llegas a Villa Domínico. Queda cerca, 20 minutos, viajo en colectivo. Venimos a la 131 mañana y después a las 10 va uno de nosotros (ella o marido) a darles la leche a los chicos y vuelve a capital. Después va uno de nuevo a las 12 para darles el almuerzo y llevarlos al colegio, y viene de nuevo a capital. Después alguien va a buscarlos cuando salen, y vuelve, y así todos los días, muchos viajes entre la casa y el trabajo. (Notas de entrevista a Juana en su verdulería, 4 de abril de 2009).32 A los cuatro meses de esa primera entrevista, Juana me relata de nuevo cómo es un día típico, en donde se observan cambios en las tareas y los roles: Juana dijo que se levanta a las 5 típicamente para ir al mercado. [Ahora cuenta que va al mercado de Avellaneda que es más chico y sólo abre de mañana temprano.] Como el camión de la familia está roto, el marido ya no la acompaña al mercado para hacer las compras, va ella sola. Antes iban juntos en el camión y llevaban todo al negocio, ahora él se queda en casa hasta las 6 o 7 a más tardar y ahí va al negocio. Mientras tanto Juana ya fue al mercado, hizo las compras y pagó un flete para llevar los productos al negocio. Ella tiene que ir con el fletero en el camión después de comprar porque si no, ―te llevan el pedido al final del día‖ y ―la mitad de los productos faltan‖. En el verano, contó Juana, tiene que ir más temprano aún al mercado, a veces se levanta a las 4hs, porque hay menos productos y se compra más temprano, si llega más tarde ―no queda nada‖. Después trabaja todo el día en el negocio con el marido y cierran a las 9 de la noche, y a las 10 están saliendo en el colectivo para la casa, después de cerrar y limpiar todo. Decía ―nosotros llegamos a la casa a las 11 y ahí hacemos de comer‖. ―A veces si está Elizabeth ella hace de comer y la comida ya está lista cuando llegamos‖. Nos acostamos a la 1 de la mañana, me dice (Notas de campo, 23 de agosto de 2009). En estos relatos, se observa cómo se desarrolla un día típico y la división de tareas en el manejo del negocio entre Juana y su marido y cómo la rutina y los roles van cambiando dependiendo de la situación en que se encuentran. También se observa cómo el papel de Elizabeth quien, además de trabajar en la verdulería, ―ayuda‖ en las tareas domésticas—una ―ayuda‖ que permite a Juana y Roberto trabajar largas jornadas. Además, como se trata de un emprendimiento familiar, se ve una mayor flexibilidad y rotación de responsabilidades entre los miembros de la red que ahí trabajan que en el primer caso considerado en donde los emprendimientos eran de tipo empresarial. Es notorio observar además cómo, por esta misma razón de ser un emprendimiento familiar, los trabajadores equilibran las responsabilidades del ámbito laboral con las tareas del ámbito doméstico, 32 La transcripción de esta entrevista no es textual, sino una reconstrucción de la entrevista en base a los apuntes que tomé durante la misma. 132 hecho que representa una lucha constante para Juana y Roberto debido a que tienen tres hijos jóvenes que criar. Sobre el manejo de los costos de mantener el negocio, Juana relata que: En el negocio pagan 1800 pesos de alquiler y 538 de expensas mensuales. (…) Y encima tienen que pagar la luz, gas y agua y ella tiene que pagar a Elizabeth por su ―ayuda‖. Juana me aclaró que: ―si no le doy algo [a Elizabeth] ella no me va a ayudar‖. (…) Raúl ―me ayuda todos los días menos los domingos‖ (Notas de campo, 23 de agosto de 2009). Si bien el trabajo de Elizabeth y Raúl lo consideran en términos de ―ayuda‖, se ven en la obligación de remunerarles por su trabajo, hecho que también se evidenció en que los dos jóvenes mandan remesas a su madre y hermanos en Bolivia. El gasto de los sueldos de sus ayudantes/empleados así como del alquiler del local y el uso del espacio es compartido por Juana y Roberto, pero manejan sus negocios por separado, incluyendo la compra y el control de mercadería, las ventas y el manejo de dinero. De todas formas, cuando uno de los dos necesita darle vuelto a un cliente o cuando quiere llevar algo de mercadería del otro a la casa para cocinar (carne en el caso de Juana y fruta y verdura en el caso de Roberto), no lo toman sin pedírselo entre sí. Por más que sea una formalidad el acto de pedirlo, en tanto una forma de avisar al otro para que pueda controlar su dinero y mercadería, se destacó el uso de esta modalidad de intercambio en la relación entre Juana y Roberto en el manejo del negocio. Las tareas generales del mantenimiento y limpieza del local no caen tanto sobre los empleados, sino sobre Juana y Roberto, quienes las distribuían de manera relativamente igual entre los dos. Al cerrar el negocio al final de la jornada diaria, si estaban los dos, Juana revisaba, limpiaba y guardaba su mercadería, mientras Roberto la ayudaba a entrar los cajones más pesados de su mercadería de la vereda y también limpiaba y guardaba los insumos y la mercadería de la carnicería. Luego alguno de los dos barría y él levantaba la basura y la llevaba afuera mientras ella baldeaba el piso. El que quedaba último bajaba la persiana y cerraba las cadenas. 133 II.ii. Las relaciones sociales en el lugar de trabajo de las verdulerías: emprendimientos familiares En este segundo caso, al tratarse de una red y emprendimientos familiares, las relaciones laborales que se entablan en el lugar de trabajo se encuentran cruzadas por cuestiones ‗de familia‘, complejas como en el primero caso pero con otras características y dimensiones a considerar. Sin embargo, a pesar de las importantes diferencias, al análisis de este caso podrán aplicarse los mismos cuatro ejes. Como se verá, éstos toman manifestaciones distintas que en el primer caso, hecho que permitirá la posterior comparación y contraste de lo más revelador de cada caso con respecto a la conformación de este mercado laboral y las relaciones sociales que se entablan en los lugares de trabajo. Estos ejes analíticos abarcan la explotación en el lugar de trabajo, el grado de ―control‖/censura en el lugar de trabajo, la imbricación de las relaciones sociales que se entablan en los ámbitos laborales y los domésticos, y las diferentes expresiones de resistencia y obediencia que se manifiestan en los discursos y acciones de los trabajadores. A diferencia del primer caso, para la consideración del primer eje en el segundo caso es preciso tomar en cuenta que en el emprendimiento familiar, encabezado por un comerciante cuentapropista que trabaja su propio negocio, los mismos dueños trabajan junto a sus empleados, haciendo que los trabajadores estén constituidos por dos rangos: los de autoridad y los que los ―ayudan‖. Dada esta particularidad de la organización de la fuerza de trabajo en el presente caso, es necesario pensar y diferenciar la situación de precariedad laboral de ambos, patrones y empleados, incluyendo las diferentes formas de explotación y de trabajo ―sacrificado‖ que pueden experimentar. Por el lado de los patrones, como se podrá observar, si bien ellos no son explotados por un ―jefe‖, sí se encuentran en situaciones laborales precarias y en donde gran parte de las tareas de mayor responsabilidad recaen sobre ellos, mientras la mano de obra que prestan los empleados, por más que ésta sea remunerada, es considerada como una ―ayuda‖. Una manifestación de esto es cómo los patrones consideran su situación laboral 134 en términos de ―sacrificio‖ o hasta ―esclavitud‖, que se ven obligados a sostener por una cuestión de necesidad económica de mantener a sus familias. Este fenómeno se vio en varias conversaciones que mantuve con Juana, tanto en el lugar de trabajo como camino a su casa y en su propio hogar. Por un lado, me relataba que, a pesar de vivir ella y sus dos hermanas Sonia y Judith –ambas verduleras- muy cerca ―no las ve nunca porque ellas también trabajan todos los días como ella y tienen sus familias e hijos‖, y que ella estaba ―muy cansada y no tiene tiempo para nada, se tiene que levantar para limpiar la casa antes de ir a trabajar también‖ (Notas de campo, 18 de octubre de 2009). Por otro lado, también expresaba la falta de tiempo vinculándola al sacrificio personal que implica para ella tener y trabajar en la verdulería para poder mantener a su familia, ya que dijo tener el deseo y haber intentado estudiar pero que le resultó imposible por la falta de disponibilidad horaria que implica el trabajo en la verdulería. Esto lo atribuyó además, en parte, a la falta de mano de obra para ―ayudar‖ allí, ya que una vez tuvo un ―chico‖ que la ayudaba en el negocio pero ―ahora no‖ y que Elizabeth iba cada vez menos al negocio entonces ―peor‖ (Notas de campo, 23 de agosto de 2009). En ambos intercambios se observaba la falta de tiempo por la sobrecarga de tareas laborales y domésticas como un tema de angustia en su vida. Se observó una experiencia similar en un intercambio que tuve con Roberto mientras íbamos camino a su casa: Roberto me cuenta que vino cuando tenía 20 años, primero trabajó en Bolivia cuatro años como ayudante de electricista y dice que sabe que acá ganan muy bien los electricistas. Yo le pregunto si alguna vez no pensó trabajar de electricista acá. Me dice que no puede porque no tiene ―los papeles‖. Y le pregunto si no puede rendir un examen para sacarlos. Me dice que serían de uno a tres años de estudio para hacerlo y poder así trabajar como electricista. Le pregunto si no podría hacerlo, a lo cual me responde ―¿y quién va a dar la comida?‖. Se ve frustrado por su situación, dice que ―acá no sos nada si no tienes título‖, hasta un título secundario necesitas para ―cualquier trabajo‖, hasta como ―ayudante de limpieza‖ te piden secundario, me dice. Por eso ―es tan importante estudiar acá‖ (Notas de campo, 1 de noviembre de 2009). 135 Encontrarse en este tipo de situaciones puede llevar a sentimientos aún más fuertes, como los que expresa Juana en el siguiente registro de otro día que yo estaba de visita en la verdulería: Estaba Juana sola. Fui para visitar y programar para acompañarla a su casa el día siguiente. (…) estaba una señora mayor sentada en la silla durante mucho tiempo, quien contaba de la muerte de un ―chico boliviano‖ de otra verdulería vecina, con quien con Juana a veces se compraban mercadería cuando se quedaba uno u el otro sin stock. Juana quedó impresionada por la muerte del chico. A la señora Juana también le hablaba de sus temas, le contaba que ―tenía problemas en su casa‖ y también se quejaba de su trabajo, nos dijo a la señora y a mí que su trabajo era como ―esclavitud‖. Cuando al final le pregunté por la visita a su casa el domingo, me dijo ―mejor lo dejamos para la otra semana‖ por los ―problemas‖ que tiene en su casa (Notas de campo, 15 de agosto de 2009). En esta conversación que tuvo Juana con su cliente y conmigo se observó una libertad para expresar sus sentimientos con respecto a lo que sufre por su trabajo tanto como los ―problemas‖ que tiene en su vida personal, demostrando no sólo la confianza que tiene con algunos clientes, sino también la posibilidad de hablar de estos temas en el lugar de trabajo, sin ―censura‖. Es decir, siente que está en un trabajo que la ―esclaviza‖, por las largas jornadas que se ve obligada a cumplir y por el hecho que esto imposibilite que pueda dedicar el tiempo y la energía que quisiera a su familia y a resolver los ―problemas‖ que surgen en el ámbito doméstico. Lo vive como un trabajo ―sacrificado‖, pero no existen quejas con respecto a ninguna autoridad que la mantenga en dicha situación, ya que ella misma es la ―patrona‖. Por este motivo, no está sujeta al control de ninguna autoridad, lo cual quedó demostrado además por la libertad de hablar de su situación y su descontento. Ahora bien, por otro lado, nos preguntamos ¿cuál es la experiencia de los empleados que ―ayudan‖ a los cuentapropistas en el manejo de sus negocios? Estos empleados se encuentran en una situación distinta a la de sus familiares jefes, por lo cual tienen experiencias distintas con respecto a su situación laboral. Si bien no eligen per sé sus trabajos, en tanto no son ellos los que fundan el establecimiento, sí se ven en una obligación de ―ayudar‖ a su ―patrón‖-familiar y de mandar dinero a su familia en Bolivia, representando en este sentido también un ―sacrificio‖ personal que hacen por el bien de los otros integrantes de la red. Pero, al mismo tiempo, también 136 representa un beneficio haber recibido trabajo por parte de su jefe-familiar para poder así ayudar a sus otros familiares en Bolivia y posiblemente mejorar su propias oportunidades. De esta manera el empleado se encuentra enredado en una situación compleja de ayudas y favores, tanto como recipiente y como dador, en donde el concepto de ―ayuda‖ cobra un doble sentido, en tanto remite a un sistema de ―favores‖ mutuos y de ―deberes‖ morales. Es importante notar que estos últimos se radican en las redes sociales y se extienden sobre los demás ámbitos en los cuales sus integrantes interactúan, entre ellos el lugar de trabajo33. Veamos qué implicancia tiene esto para las relaciones entre los cuentapropistas y sus empleados familiares y cómo se pone en juego este tipo de vínculo en el ámbito laboral. En la relación entre Roberto y Raúl se pueden observar algunas de las formas en que se manifiesta dicha situación: Íbamos caminando con Roberto desde el negocio hacia la parada de colectivo y Raúl venía atrás porque se había quedado cerrando el negocio. Antes de que nos alcanzara le pregunto a Roberto sobre Raúl, ¿trabaja bien no? Me dice, ―ah, pero le pagamos bien!‖. ―Así es‖, me dice, ―cuando uno trabaja más le tienen que pagar más, si o no?!‖ (Notas de campo, 1 de noviembre de 2009). En este intercambio, Roberto no sólo se nota reticente a reconocer el trabajo de Raúl, sino que da por sentado que tiene que trabajar ―bien‖ porque le pagan ―bien‖. Con respecto a Raúl, Roberto es muy crítico de él, pero, como hay remuneración de por medio, desde la perspectiva de su empleador esto excusaría o taparía otras formas más encubiertas de explotación laboral o maltrato que pudiera existir, en tanto el trabajador le debe a su patrón ciertos favores, más en este caso siendo que es una relación familiar y no sólo laboral. Al poco tiempo de ese relato, en una visita a su casa, antes de que llegaran Juana, Raúl y Elizabeth del negocio, Roberto me recibió en su casa 33 Benencia y Quaranta encontraron un proceso similar entre trabajadores agrícolas bolivianos en el cinturón verde de Buenos Aires, en donde observan que: ―[u]no de los ejes principales organizativos de estos fenómenos en los mercados y procesos de trabajo agrícola corresponde a las redes sociales de las cuales participan los hogares de los trabajadores. De esta manera, los procesos de reclutamiento así como las formas de control e involucramiento de los trabajadores están fuertemente imbricados en el complejo tejido de obligaciones y reciprocidades que conforman las mencionadas redes‖ (Benencia y Quaranta, 2006a: 109). 137 y me contó que había dejado de ir al negocio. Cuando le pregunté qué pasaba con la carnicería si él no estaba yendo, me dijo que le enseñó ―un par de cosas‖ a Raúl y que lo está trabajando él, pero que ―les entraron a robar al negocio‖. Se quejaba Roberto porque ―ninguno de los dos [Juana y Raúl] sale a la vereda a ver qué pasa y quiénes pasan por ahí‖. En cambio, él sí, ―no me quedo quieto‖ decía. Me contó que ―a Raúl lo tiraron al piso y le pisaron el hombro y la cabeza‖ (Notas de campo, 15 de noviembre de 2009). A pesar de haberle enseñado a Raúl a ser su reemplazo en el negocio, hace entender que no es bueno en esta función porque ―les robaron‖. Las críticas de Roberto reflejan también su desconfianza hacia muchas personas, incluyendo su propia familia política. Luego Juana me explicaría que ―por eso a Roberto no le gustaba que esté Raúl solo en el negocio de noche‖ porque ―es muy joven‖ y los ladrones saben cuando él está solo y que es fácil robar en esa situación. Después de esa situación otra vez iban a robar y ―la cana agarró al chorro en la puerta‖ a las 10 de la noche, cuando estaba por cerrar el negocio. Pareció ser por esta situación que Roberto decidió mandar a trabajar en el negocio a su sobrino, César, quien es mucho más grande físicamente y mayor que Raúl, tiene 28 años y Raúl 16 (Notas de campo, 1 de diciembre de 2009). Para Raúl, a la edad de 16, trabajar largas jornadas estando encargado de la carnicería y ayudar en la verdulería y estar sujeto a situaciones de peligro de este tipo, son aspectos que contribuyen a una situación de precariedad laboral, además del vínculo difícil con Roberto y la relación de reciprocidad asimétrica con ambos Roberto y Juana. Al poco tiempo también dejó de ir al negocio Juana, quedando Elizabeth encargada de la verdulería, para la cual Raúl aún hacía los mandados, y Raúl y César encargados de la carnicería, momento en que también encontré a Lidia, la hija de Judith de trece años de edad, ―ayudando‖ en la verdulería por primera vez. Antes de enfermarse de tuberculosis, Lidia cumplía en su propia con casa muchas tareas domésticas, ya que además de ir al colegio ―limpiaba la casa‖ y otra de sus hermanas cocinaba. Decía Judith que: ―a veces llegaba a la casa y ya le dieron de comer a su padre y que también cuando ella y su marido no están, entre las otras hijas cuidan a la beba, la visten, la bañan, le cambian la ropa. Les 138 gusta, es ‗como una muñeca‘ me dice Judith‖ (Notas de campo, 24 de octubre de 2009). La presencia de Lidia en la verdulería de su tía, Juana, demuestra la facilidad con la cual los familiares pasan de tener un rol de ―ayuda‖ en el ámbito doméstico a tenerlo también en el ámbito laboral, y cómo el vínculo familiar se pasa a ser también un vínculo laboral. Tres meses después, Elizabeth, quien había dejado de trabajar en el negocio de Juana, estaba de regreso porque Juana y Roberto aún no estaban yendo a trabajar. En ese momento Elizabeth me contaría que ya tenía su propio puesto de verdulería pero que lo había tenido que dejar bajo la responsabilidad de una ―amiga‖ porque Juana necesitaba su ayuda: Dice que ella y Raúl están solos en el negocio, que Juana no está trabajando […]. Ahora se queda ya en casa todo el tiempo con los chicos, que ―estaba muy preocupada por los chicos porque estaban siempre solos‖, por eso dejó de trabajar. No dijo nada de Roberto y yo le pregunté y se puso medio incómoda, ―se queda en casa también‖, me dijo. ¿Y ustedes dos [ella y Raúl] pueden solos? O tienen ayuda de alguien? Y, más o menos, me dice. Juana dice que va a venir a veces a la a mañana […] es cuando hay más clientes (Notas de campo, 6 de marzo de 2010). El hecho de que Elizabeth haya dejado su propio puesto para ―ayudar‖ a Juana y además quedar como supervisora del negocio, que César haya dejado su trabajo en la costura para ―dar una mano‖ a su tío, y que estuviera ―ayudando‖ además la sobrina de Juana de trece años de edad, demuestra cómo los cuentapropistas que tienen emprendimientos familiares pueden y de hecho recurren a sus familiares en momentos que consideran de gran necesidad. Por otro lado, los familiares empleados cumplen con esta expectativa, hecho que nos puede llevar a pensar que se verían en la obligación de ―ayudarlos‖, y que, al mismo tiempo, les da cierta flexibilidad laboral a los que tienen más poder dentro de la red. Este hecho, que se acentúa más aún en el caso de Elizabeth y Raúl quienes además ayudan con las tareas domésticas y de cuidado de sus sobrinos, revela una compleja relación entre patrón y empleado en los establecimientos familiares en donde la mano de obra se provee a través de la activación de redes migrantes familiares. Este fenómeno lo comentan Benencia y Quaranta (2006a) en base a lo que observaron entre trabajadores bolivianos en la producción hortícola del Gran Buenos Aires, en donde las 139 relaciones laborales se construyen sobre factores socio-organizativos de reciprocidad caracterizados por su ―informalidad‖ (Benencia y Quaranta, 2006a). En estos casos, lo que sostienen los autores puede ser pensado en términos de la propuesta de Mauss (1966), en donde ambos empleador y empleado están dispuestos a exceder lo implícito en el aspecto mercantil de la relación, debido a la prestación de un ―don‖ por parte del empleador. Aluden a este sistema en términos de una relación patrón-mediero con perfil paternalista, en donde se observan ―ciertas ayudas del patrón en momentos específicos y en situaciones determinadas, como la necesidad de un adelanto de dinero (…) u otra ayuda de algún tipo‖, y su contraprestación por parte del empleado en la forma de, por ejemplo ―jornadas más extensas de trabajo y, sobre todo, (…) una predisposición a realizar su trabajo de la mejor manera posible, al construirse un compromiso ―moral‖ con su empleador‖ (Op. cit.: 103-4).34 En este sentido, la construcción del compromiso ―moral‖ entre empleador y empleado en el marco de una relación paternalista se asocia a ―la conformación de una mano de obra acorde a los requisitos y ‗gustos‘ de los empleadores y que coincide y se articula con los proyectos migratorios de las familias bolivianas‖ (Op. cit.: 104). Pizarro observó un fenómeno similar en las relaciones laborales entre los ―changarines‖ y sus patrones en los mercados concentradores frutihortícolas del cinturón verde de Buenos Aires, considerándola en términos de una ―deuda moral‖ originada por la ayuda que [los patrones] suelen dar a los familiares inmigrantes cuando recién se instalan‖, y que ―sient[a] las bases para el incumplimiento por parte del patrón‖ (Pizarro, 2010: 12). De la misma manera, Pedone dirá sobre las migraciones laborales ecuatorianas a Estados Unidos que ―la entrada al círculo de la migración internacional de la mano de algún pariente o amigo‖ implica que, ―además, contraería deudas (Carpio Benalcázar, 1992)‖ con esta persona (Pedone, 2006: 81). Entendido de esta manera, las ―ayudas‖ y favores mutuos que se 34 Ampliando sobre este proceso, Benencia y Quaranta consideran que: ―Los factores de reciprocidad se basan en la primacía de los intereses del grupo por sobre los de los individuos, donde sus miembros realizan determinados ―sacrificios‖ a favor de otros integrantes con el compromiso de que -en alguna medida- serán posteriormente compensados‖ (2006a: 88). 140 prestan entre sí los empleadores y empleados se basan en un sentimiento de ―deuda‖ moral pendiente generada en los empleados por la ―ayuda‖ que les brindaron sus parientes ya instalados en el lugar de destino, hecho que hace que dicha ―ayuda‖ deje de ser pensada necesariamente como tal. Esto lo observamos en el caso de los empleados familiares de Juana y Roberto quienes, a cambio de la ayuda que les dieron ellos en su momento, ahora quedaron a su disposición en cuanto éstos necesiten algún ―favor‖ o ―ayuda‖. Por este tipo de vínculo, se ofusca la línea entre la explotación del empleado a mano de los familiares que le dieron trabajo y vivienda y el propio beneficio de parte del empleado quien vio facilitado su acceso a trabajo y vivienda, relación en la cual ambos sujetos cargan con sus propios objetivos y motivos. Este camino de doble sentido lleva a las prestaciones y contraprestaciones que no están incluidas en el sistema de remuneración (Benencia y Quaranta, 2006a) y que observamos en este caso. Esto se debió a que la relación laboral se vio cruzada por los lazos familiares, hecho que ofusca la relación laboral entre patrón y empleados, motivo por el cual se dificulta hablar en términos de explotación o de derechos laborales de manera explícita. El segundo eje identificado en el análisis de las relaciones sociales que se entablan en el lugar de trabajo de la verdulería se trata de las formas y el grado de ―control‖ en el lugar de trabajo. Este eje es importante en cuanto a lo que nos dice sobre la dinámica de las relaciones de poder en este tipo de emprendimiento. El control que ejercen los patrones sobre los empleados en términos de ―censura‖ en el lugar de trabajo, no apareció de manera remarcada en este caso, diferenciándose así del primer caso estudiado. Sin embargo, se encontró que cuando los diferentes integrantes de esta red estaban a solas conmigo hablaban mucho más y más libremente, pero que cuando estaban todos, ninguno me hablaba demasiado ni tampoco entre sí, hecho que se acentuaba en momentos de mayor tensión familiar. En estos contextos se guardaba mucho silencio. Esto resultó ser así durante el trayecto de mi trabajo de campo. Cuando más oportunidad de conversar 141 tenía era cuando estaba a solas con alguno de ellos, ya sea en el mismo lugar de trabajo, en camino a su barrio, caminando por el barrio o en su casa. Como ya se observó, cuando Roberto no estaba en el negocio, Juana hablaba libremente de su sufrimiento y malestar tanto en el trabajo como en ―la casa‖ y lo mismo Elizabeth, cuando estábamos solos ella, Raúl y yo, sobre tener que dejar su propio puesto de verdulería para ―ayudar‖ a Juana. En otra oportunidad, cuando Juana y yo estábamos solas en el negocio, observé la siguiente situación: Juana bromeaba con algunos clientes con quienes se notaba que tenía confianza. Dijo a un señor cliente, a quien pareciera conocer bastante, ―buena idea, lo de cambiar de marido‖. Dijo ―estoy triste porque mi novio no viene y me está metiendo cuernos, porque se enteró que yo tengo marido‖. Le comentó al señor que hace 12 años que está con el marido, pero aclaró que no está casada sino ―juntada‖ desde ―joven‖. Me doy cuenta que se involucra bastante con los clientes varones y mujeres, pero desde lugares distintos. Si bien con ambos busca simpatía, ya sea sobre el trabajo o sobre el amor, con las mujeres se posiciona en un lugar de par, amistad y más serio, y con los hombres es más desde el juego, el chiste y especialmente con los que conoce más y que también son chistosos. Yo observo que estas interacciones que ella tiene con el público diverso que va a comprar en el negocio la ponen de mejor humor y la distraen de los problemas y tensiones que tiene en la esfera doméstica y familiar de su vida (Notas de campo, 1 de diciembre de 2009). Si bien escuché este tipo comentarios expresados libremente en el lugar de trabajo por los patrones, también hablé mucho con los ―empleados‖ en el negocio, sin embargo, éstos últimos nunca me hablaron de manera negativa de situación laboral sino que guardaban silencio al respecto. No necesariamente por esto debe suponerse que no tengan tales sentimientos, sino que se puede estimar que no hubieran querido expresar ese tipo de valoración ante mi presencia, debido en parte a que ingresé a la red a través de Juana, su figura de autoridad. En cambio, en el primer caso fue posible observar este tema en mayor profundidad por el hecho de que yo haya ingresado ―desde abajo‖. Por este motivo, en el presente caso se ve limitada la información que sería de mayor relevancia para analizar dicho eje en mayor profundidad. Para el tercer eje, que se centra en la imbricación entre las relaciones sociales en el ámbito laboral y el doméstico, si bien se observó su existencia en el primer caso, en este caso aparece de manera más acentuada 142 y también cobra otras dimensiones. En lugar de manifestarse como la continuación del ―control‖ del patrón sobre las empleadas desde el ámbito laboral al extra-laboral, en este caso se observa en la continuación entre ambos ámbitos del ―deber‖ moral de los empleados que conviven con sus patrones, así como en las formas de distribución de tareas, el manejo del dinero y la toma de decisiones por género. Un primer ejemplo de dicha imbricación se observa en la continuación del ―deber‖ moral que tienen Elizabeth y Raúl con Juana y que existe entre el ámbito laboral -productivo- y el doméstico –reproductivo-. Como vimos, en este caso las mujeres ―verduleras‖ cuentapropistas se tienen que hacer responsables del gran peso del trabajo en sus negocios, y no así los empleados, motivo por el cual la patronal recurre a los parientes para una variedad más amplia de tareas y obligaciones –no tan estrictamente laborales-, en donde las ―ayudas‖ toman forma de ―favores‖ y ―deberes‖ morales. Por ejemplo, ambos Elizabeth y Raúl mientras trabajan para Juana y viven en su casa, la ―ayuda‖ que le brindan pasa entre un ámbito y otro. Es decir, no sólo trabajan en el negocio, sino también cuidan a los hijos de Juana y Roberto y ayudan en la casa a limpiar y cocinar. De esta manera, se observa cómo se difumina la separación entre las ayudas en el ámbito doméstico y el laboral, ambas indispensables para sostener el negocio y generar así los ingresos necesarios para mantener a sus familias. También se vio de manera clara la imbricación entre un ámbito y el otro cuando Elizabeth dejó de trabajar para Juana hacia fines de 2009. Es decir, durante el periodo de mi trabajo de campo Elizabeth atravesó varios cambios laborales que se vieron reflejados en los cambios en las relaciones familiares. Cuando empecé mi trabajo de campo, Elizabeth trabajaba en el negocio con Juana y vivía en la propia casa de Juana y Roberto, en donde compartía un cuarto con su sobrina. Pero cuando Elizabeth dejó de ir al negocio y a estar en la casa, Juana y Roberto lo atribuían a que se estaba capacitando para vender productos de belleza y cuidado y se preocupaban por cómo reemplazar su ―ayuda‖ en el negocio y en la casa. Parte de esta ausencia la llenó Raúl, a quien Juana había traído a Argentina hacía un año. Durante este periodo Elizabeth se pasa de compartir la casa de Juana y 143 Roberto, viviendo en el mismo cuarto con su sobrina, a alquilar un cuarto propio en la planta baja de la misma casa, ahora pagando un alquiler a su hermana y el marido. Esto corresponde con el momento en que Elizabeth dejó del todo de trabajar en la verdulería de Juana –aunque luego se vería en la obligación de volver para ―ayudar‖. Un día que yo estaba de visita en el hogar de la familia durante esa época, Roberto expresó la situación a una vecina que pasó por su casa preguntando por Elizabeth, contestándole: ―está viviendo abajo‖ porque ―se independizó‖. Elizabeth también expresó esta quiebre en la relación, diciéndome ―no subo más a la casa‖. Pero algo que Elizabeth me contaría después es que no fue sólo por sus actividades como vendedoras de productos de belleza que dejaría el negocio de Juana sino porque, como ya vimos, consiguió a través de ―un amigo‖, tener su propio puesto de verdulería en un supermercado chino en el barrio porteño de Parque Chacabuco. Por tener su propio sueldo y no estar en la relación de dependencia con Juana y Roberto, ellos ya no le daban vivienda, por lo cual empezó a tener lugar de inquilina en la casa, pagando su propio alquiler y viviendo en la planta baja con los otros inquilinos, incrementando así los aspectos de este que son mediados por dinero y así disminuyendo las ambigüedades con respecto a la división entre lo familiar y lo laboral en esta relación. Otra manifestación de la imbricación de relaciones sociales entre los dos ámbitos remite a cómo las relaciones de género inciden en la distribución de tareas, el manejo de dinero y la toma de decisiones, de manera igual en ambos ámbitos. En el caso de Judith y su marido, ella expresó que en su hogar existe una distribución relativamente igual de las tareas domésticas, así como también en las responsabilidades de manejar su verdulería: Judith se fue de la casa de Juana en el mismo momento que yo, ya se quería ir, no dijo por qué, pero cuando salimos juntas y me acompaña hasta la parada me cuenta que su marido ya debe haber llegado a casa. Pero que ―él sabe cocinarse solo‖, ―ve lo que hay y se hace algo‖. El cocina también y la ―ayuda‖, si llegan tarde ―yo le digo si quieres comer más rápido tienes que ayudar, y él ayuda‖, me cuenta, ―No es como el Roberto‖. Yo le pregunto, ―tuviste suerte para encontrar un hombre así?‖, ―no‖, me dice, ―hay que acostumbrarlo al hombre también‖, ―El Roberto, 144 la Juana lo tiene mal acostumbrado‖. ―Juana hace todo ella, no?‖, le pregunto. ―Sí, lo tiene mal acostumbrado‖. Judith me dice, si llegas a la casa y si el hombre se tira y no hace nada y tú tienes que cocinar y limpiar y él está ahí acostado no haciendo nada, ―no es justo‖, me cuenta (Notas de campo, 23 de octubre de 2009). Así, se observa cómo la buena relación entre Judith y su marido en un ámbito tiene repercusiones positivas en el otro, ya que comparten de manera relativamente igual la distribución de tareas en ambos. Según Judith esto se relaciona no sólo con el hombre sino con que la mujer lo ―acostumbre‖ al hombre a compartir las tareas, especialmente en el ámbito doméstico, hecho que contribuye a que existan menos tensiones en las relaciones laborales también. En cambio, se puede observar cómo la relación entre Juana y Roberto se mantiene problemática entre ambos ámbitos, el reproductivo y el productivo: Roberto me dijo que quisiera vivir en un departamento en Capital con sus hijos, quisiera vender su casa y comprar un departamento, porque no le gusta tener siempre metidos los parientes, especialmente los de su esposa. Dice que si no está metida en su casa su cuñada es su hermana, ―siempre hay alguien‖ mirando ―a qué hora llegas‖, ―a qué hora salís‖, ―hablando‖. No podes ―estar tranquilo‖ con tu mujer y tus hijos. Por ejemplo, me dijo que Elizabeth ―le llena la cabeza‖ a Juana. Me dijo que ―una cosa es cuando uno conoce a una mujer, pero después vas conociendo a sus hermanos, padres, tíos y ya no es lo mismo‖. Trataba de explicarme que el problema no es con Juana en sí sino con que su familia esté metida en sus vidas y que esta situación ya hace que ―no vivo bien‖ con ella. (…) usó algún término despectivo para referirse a la casa, y dijo que ―una casa en provincia‖ es ―lo peor‖ porque siempre va a haber gente ahí ―metida‖ (Notas de campo, 1 de noviembre de 2009). Roberto dejó de ir al negocio: ―desde el lunes que no voy al negocio‖ porque ―nos peleamos con Juana‖ (…) Dice que ―ella no me habla‖ (Notas de campo, 15 de noviembre de 2009). El segundo fragmento es de una conversación que tuve con Roberto dos semanas después de la primera, tiempo durante el cual Roberto dejó de ir a trabajar, hecho que cambió la constitución de la fuerza de trabajo en el negocio. Esto es un ejemplo de cómo las tensiones familiares dentro de la red resultan además en complicaciones en las relaciones laborales, especialmente porque muchas veces son las mismas personas que se relacionan en el ámbito productivo y el reproductivo. 145 Otra cuestión de interés con respecto a la imbricación de las relaciones laborales y domésticas, y que surge de forma bastante visible en este caso, es la cuestión de poder y de la autoridad en la toma de decisiones y el manejo de dinero. En el caso de Juana y Roberto, nuevamente se demuestran continuidades entre ambos ámbitos: Llegó un cliente que los conoce (casi todos los clientes los conocen) y compró dos gaseosas. Roberto le cobró y como parte de su cambio le tenía que devolver un billete de 10 pesos, pero no tenía y le preguntó a Juana si tenía, ―sí‖ le dice y el cliente va y le dice ―dame plata‖, en un tono de chiste y Juana saca un dobladillo de cómo 100 pesos del bolsillo, con varios billetes de 20 y otros de 10, mostrándoselo adrede. Ah tenés mucho más, le dice el cliente. Juana se ríe y le da su vuelto (Notas de campo, 3 de octubre de 2009). El manejo del dinero ocurre de manera similar en el ámbito doméstico que en el negocio, en el sentido que solía ser Roberto que le pedía dinero a Juana. En su casa, en más de una oportunidad, el hijo hizo de intermediario en la transacción de dinero entre ellos para que Roberto no tuviera que pedirle dinero directamente a Juana. Con respecto al mayor control que demuestra poseer Juana sobre el manejo de dinero en ambos ámbitos, Roberto opinó lo siguiente el mismo día que estaba a solas conmigo en la casa de la familia: Me contaba que con Juana ―es muy difícil‖, otra vez aludiendo a la conversación que tuvo conmigo hacía 15 días. Me dice que ella ―es así con el dinero‖ (hace un puño), que ―no lo quiere largar‖, solo si le pedís 10 pesos te da pero si no, no quiere poner para nada, que hace muchos meses está roto el camión y no lo arregla y así gasta mucho dinero en flete del mercado, que no tiene sentido, pero que ―cuando ella quiere ella gasta la plata‖. Dice que hay muchas cosas que en la casa necesitan hacer pero no se hacen, están ―paradas‖ me dice (Notas de campo, 15 de noviembre de 2009). La relación entre Juana y Roberto tiene una dinámica similar en el manejo del dinero como en la toma de decisiones, en el sentido que Roberto no siente que sean decisiones compartidas. Un día en la casa con Roberto y sus tres hijos, cuando el mayor, David, quería ir al Ciber con sus primas, Roberto le dijo que sí pero que debería esperar que llegara Juana del negocio para ver si estaba bien porque ―yo solo no puedo decidir estas cosas‖, que ―tenemos que saber que dice Juana‖, le decía a su hijo. Otro día en la casa, Roberto estaba viendo el plan de construcción de la terraza con Javier, un 146 hombre joven que había sido inquilino en la casa hacía unos años y trabajaba de albañil. Entre Roberto y Javier escribieron un contrato para el trabajo pero los dos dijeron necesario que antes de firmar lo viera ―la doña Juana‖ y, efectivamente, se lo hicieron ver, dando a entender que ella tenía que estar presente en la toma de decisiones y el manejo de los gastos que se harían con respecto al ámbito doméstico. Esto se vio extendido también a la toma de decisiones en el ámbito laboral: …caminábamos hacia la parada pero cuando llegamos a la avenida 9 de julio, Raúl se despidió y se fue para el subte. Roberto me dijo que se iba a Retiro porque se va a Bolivia, que iba a comprarse el pasaje porque mañana viaja a Bolivia. Le pregunté varias veces si volvía acá o qué iba a hacer, y qué iban a hacer en el negocio si se iba Raúl, porque sé que tienen el problema de que Elizabeth también dejó. No me contestaba pero me terminó diciendo que hace solo un año que trabaja. Yo le pregunté, ―¿vos no decidís sobre esto?‖, de que se fuera Raúl del negocio. ―No‖, me dice, ―yo qué voy a decir‖, ―es solo mi cuñado‖ nada más, ―no puedo decir nada yo‖ (Notas de campo, 1 de noviembre de 2009). Si bien resultó no ser verdad que Raúl regresaba a Bolivia, este relato demuestra el lugar de subordinación en el cual se hace ver Roberto con respecto a Juana, tanto en el ámbito laboral como el doméstico. Como bien expresó Roberto, en este caso su sentimiento de falta de autoridad en la toma de decisiones se debe en parte también a que es Juana la familiar con quien Raúl ―contrajo deudas‖ y, por lo tanto, a quien debería responder. De todas formas, como se observó en estas situaciones y en otras que relevé en mi trabajo de campo, Juana también asume un rol de mayor autoridad en la toma de decisiones con respecto a los hijos y en temas de la casa y el negocio en general. En los casos tanto de Judith como de Juana, se observa una continuidad de la dinámica de poder que se genera en la toma de decisiones, el manejo de dinero y la distribución de tareas con respecto al género entre ambos ámbitos—el doméstico y el laboral. De todos los interlocutores de este caso, ellas dos brindan los ejemplos más claros de esto porque ambas son cuentapropistas con sus propios negocios en donde trabajan junto a sus maridos con los cuales también conviven y comparten la crianza de sus hijos y las demás tareas domésticas. Si bien Juana vive una relación más compleja con su marido que la que tiene Judith, ambas mujeres manejan un 147 importante nivel de autoridad en ambos ámbitos, ya sea en la distribución de tareas como en el caso de Judith, así como en la toma de decisiones y el manejo de dinero, como en el caso de Juana y también de Judith. En un trabajo etnográfico con mujeres vendedoras rurales en San Pedro de Condo, Oruro, Bolivia, la investigadora Lynn Sikkink observó un fenómeno similar: ―donde las vendedoras Condeñas logran ejercer mayor poder político como resultado de sus actividades en la comercialización es, principalmente, en sus hogares y sus comunidades, más que en espacios públicos urbanos. Al emplear su papel de comerciante inteligente en sus familias, ellas tienen una voz más fuerte en la toma de decisiones y una mayor autoridad en el hogar en general‖ 35 (Sakkink, 2001: 212-3). Entre las diferentes vendedoras que estudió Sikkink, encontró que las que trabajan como vendedoras permanentes y en contextos urbanos, pero de origen rural e indígena, construyen identidades diferentes a las de sus pares rurales, ya que las primeras se ven más claramente como ―comerciantes‖ y enfatizan su knowhow urbano (Op. cit.: 222). Esta aclaración permite pensar nuestro caso a la luz de las observaciones de Sikkink. En mi trabajo de campo, quedó evidenciado que, así como las ―Condeñas‖, estas mujeres también logran transferir la autoridad que acumulan de su rol de vendedora/comerciante, al ámbito doméstico, demostrando disfrutar de un nivel de autoridad relativamente importante en la toma de decisiones también en el ámbito del hogar. Como también encontró Sikkink, las mujeres rurales de Bolivia pueden ser caracterizadas como ―managers of household resources and exchange relations‖ (Op. cit.: 210). En los casos de Judith, Juana y Sonia, ellas cumplen con esta caracterización, lo cual les permite ―intentar mejorar las situaciones de sus familias‖ a través del ―manejo cuidadoso de los bienes del hogar, su habilidad de vender en el mercado, y la designación de sus recursos a varios fines‖36 (Ibid). Iluminando este mismo fenómeno desde una observación más general en base a un estudio comparativo de mujeres comerciantes en diferentes lugares del mundo, Linda Seligmann afirma que: ―El hogar y el mercado interactúan de manera dialéctica, al traducirse o transferirse al mercado las dinámicas de parentesco, las ideologías de 35 36 Texto original en inglés. Traducción propia. Texto original en inglés. Traducción propia. 148 género y las prácticas del hogar. Al mismo tiempo, las prácticas del mercado y los principios económicos se vuelven integrales a la reproducción del hogar y al carácter de las actividades que allí ocurren‖ 37 (Seligmann, 2001: 3). Tomando en cuenta la imbricación y dialéctica entre ambos ámbitos, como bien señalan Sikkink y Seligmann, y reconociendo que una mayor autoridad en un ámbito puede traducirse en otro, también es necesario reconocer que, a pesar de un rol predominante en la toma de decisiones, éste sigue coexistiendo en paralelo a otras dinámicas de desigualdad que persisten en las relaciones de género en ambos ámbitos. Como se pudo observar, existen en los discursos de las mujeres una expresión de ―sacrificio‖ y ―sufrimiento‖ por todas las demandas sobre ellas desde ambos ámbitos, se encuentran frecuentemente sobrecargadas y en una lucha de poder con sus maridos por un mejor trato y por una distribución de tareas más igual. En este sentido, también es el contexto migratorio un importante factor que complejiza las dinámicas de poder en las relaciones de género dentro de diferentes ámbitos. Como lo señalado por Boyd y Grieco y como encontró relevante a la situación de mujeres migrantes bolivianas en Córdoba, Argentina, la investigadora Magliano nos señala que: ―A pesar que nuevas responsabilidades económicas y sociales pueden producir modificaciones en la distribución de poder dentro de la propia familia, una mayor participación laboral en el lugar de llegada no conlleva por si solo a una relación más igualitaria entre los miembros de la unidad familiar, puesto que los movimientos migratorios pueden transferir la autoridad patriarcal desde los países de origen hacia el país de destino (Boyd y Grieco, 1998)‖ (Magliano, 2007). Esta advertencia nos recuerda tener presente que, si bien se evidencia un rol predominante de las mujeres en la toma de decisiones y el manejo de dinero en ambos ámbitos –productivos y reproductivos-, esto no conlleva de por sí una relación de género simétrica en dichos ámbitos, de manera que sigue siendo fundamental considerar cómo el género incide en las relaciones sociales en el contexto migratorio y aquí, de especial importancia, en las redes y en el lugar de trabajo de las verdulerías. El cuarto eje permite destacar los actos de resistencia y obediencia de parte de los trabajadores y sus expresiones mixtas, incluyendo formas 37 Texto original en inglés. Traducción propia. 149 cotidianas y otras no cotidianas, como lo es el abandono del lugar de trabajo. A diferencia del primer caso, en éste no observé formas cotidianas de resistencia entre los empleados-familiares y sus patrones, ya sea en discursos en donde expresaran su disconformidad con su situación laboral ni tampoco en acciones materiales, pero sí de obediencia. Según consideré antes, lo probable es que esto se radique en parte en que mi acceso a la red fue por medio de Juana, su figura de autoridad, y no ―desde abajo‖ por los empleados, como sí ocurrió en el primer caso. Sin embargo, sí pude observar ejemplos del abandono del lugar de trabajo como una forma de resistencia y el volver como obediencia. Como se mencionó en el análisis del tercer eje, cuando Roberto me contaba que Raúl se volvía a Bolivia, me dijo además que …siempre hacen lo mismo las personas que llevan a trabajar con ellos. ―Le enseñas todo y se van‖. Creo que va a buscar otro trabajo, dijo Roberto. Le pregunto, ¿pero en Bolivia o acá? Acá, me dice. Todos los que vienen de afuera vienen a Argentina para trabajar y sacar plata y se van. Me dijo, ―¿vos qué haces? Vienen a trabajar contigo, le enseñas todo y se va, ¿vos qué haces?‖ (Notas de campo, 1 de noviembre de 2009). Esta situación demuestra que, además de la limitación de la red migrante y laboral en tanto se limita a familiares, por poder confiar solamente en ellos, aparece otra limitación o desafío para la patronal con respecto a los mismos familiares que traen a trabajar para ellos: la posibilidad de que la persona que hayan traído de Bolivia a trabajar luego los ―abandone‖ por otro trabajo después de que le hayan ―enseñado todo‖. Cuando yo le pregunté a Raúl si era verdad que pensaba en la posibilidad de volver a Bolivia, resultó no serlo. Su respuesta fue que no podría irse a Bolivia porque ―¿quién ayudaría a Juana?‖. Esta respuesta de parte de Raúl representa una expresión de obediencia ante una amenaza de resistencia percibida por el patrón, y, al mismo tiempo, señala la existencia de cierto sentimiento de deuda moral hacia Juana, por ser hermano y porque ella lo trajo, le dio trabajo y vivienda, y porque Juana necesitaba su ―ayuda‖ en el negocio. Aunque la amenaza de abandono percibido por Roberto en el caso de Raúl resultó no serlo en concreto, en el caso de Elizabeth, ella, siendo de 150 mayoría de edad y llevando más años de convivencia y trabajo con y para Juana, sí se abrió de la relación de dependencia con Juana y Roberto, quienes por este motivo quedaron sin ―ayuda‖ en la verdulería. Esta transformación en la relación entre Juana y Elizabeth, causada por el ―abandono‖ del lugar de trabajo de parte de Elizabeth, quien se liberó así – en gran parte- de la relación de deuda con su hermana mayor, no se habló abiertamente por su parte ni por parte de Juana y Roberto, ni tampoco fue libre de conflictos y tensiones entre ellos. Esta posibilidad de ―pérdida‖ de parte de los que emplean a sus familiares representa una amenaza para su estabilidad laboral como empleadores, sobre todo porque, por ser una red familiar, la fuente de mano de obra se ve más limitada. Aunque desde la perspectiva del empleador existe este riesgo, sin embargo, desde la perspectiva del trabajador no debe ser una decisión fácil la de ―abandonar‖ el lugar de trabajo, o ―independizarse‖, debido al sentimiento de deuda moral que sienten con los parientes que los ―trajeron‖. Además, por haber visto todas sus necesidades básicas satisfechas a través de la red desde un principio, la decisión de ―independizarse‖ implica no sólo concretar otro trabajo sino también otra vivienda, u otra forma de pagar la vivienda de manera remunerada, y ya desligarse hasta cierto punto de las deudas morales que se generan mutuamente. En los casos de Elizabeth y Raúl, se puede entender la imaginación y/o la acción de volver a Bolivia o de cambiar de trabajo como una expresión de resistencia, ya que, como considera Pizarro (2010): ―He incluido entre las prácticas de resistencia la esperanza de cambiar de trabajo o de volver a Bolivia ya que constituyen ilusiones momentáneas que les permiten autoafirmarse en un presente angustiante y que, en ocasiones se concretan como en el caso de Raquel. Tal como señala Torres (1997: 249) estas ilusiones constituyen utopías contingentes que permiten entender cómo operan las distintas ideas de los trabajadores acerca del cambio. Las prospecciones del futuro les permiten trascender el pesimismo producido por su situación presente, proyectando una situación diferente a la actual. Esta manera de imaginar una mejor situación puede o no estar relacionada con la finalización de la dominación, sin embargo es en sí misma una expresión de poder de los subordinados que da cuenta de su capacidad de agencia y de su potencialidad de cuestionar la realidad‖ (Pizarro, 2010: 24-5). 151 El acto de resistencia más clara que se manifestó en el caso de Elizabeth, sin embargo se convertiría luego en una expresión mixta de resistencia y obediencia, al volver a trabajar en la verdulería de Juana cuando Juana se lo pidiera más adelante. Aquí se observa lo que Torres identifica como una conducta social diferenciada, que va desde la pasividad hasta la rebelión (Op. cit.: 14), y que se observa no sólo entre distintas personas en una clase social, sino que también existen contradicciones inherentes en un mismo sujeto, manifiestas en las relaciones que él o ella tiene con los demás. En este sentido, podemos entender las acciones y decisiones de Elizabeth a la luz de lo que dice Torres al sostener que: ―al momento de estudiar las relaciones de poder inscritas en cualquier situación de trabajo, tiene que considerarse que toda relación de poder es un camino de doble sentido‖, o sea ―toda relación humana se expresa al mismo tiempo como un proceso de autonomía y de dependencia‖ (Op. cit.: 29). Sobre esta base es que se entiende ―el proceso de dominación/subordinación como algo inconcluso y como resultado de circunstancias de la vida que están por definirse, en las cuales los trabajadores saben que pueden desarrollar conductas diversas a las subordinadas, aunque también, por diversas razones, pueden llegar a consentir su propia subordinación‖ (Op. cit.: 13). III. Comparación de los casos: emprendimientos étnicos de tipo empresarial versus familiar En el análisis de los dos casos, se reconstruyeron los roles y responsabilidades de las mujeres bolivianas verduleras y otros trabajadores bolivianos de sus entornos laborales y se analizaron las relaciones laborales que se entablan entre ellos en el lugar de trabajo de las ‗verdulerías‘ y cómo éstas se relacionan y varían dependiendo del tipo de emprendimiento y red en la cual funciona. Se profundizó este análisis considerando, desde un enfoque del actor, las relaciones de poder y de dominación/subordinación en los lugares de trabajo, su imbricación con el ámbito reproductivo, y las acciones de resistencia y subordinación que llevan a cabo en dichos contextos. Estos temas constituyeron los ejes centrales e interrelacionados que surgieron en mi trabajo de 152 campo con respecto a la dominación/subordinación y la resistencia en las relaciones sociales que se entablan en los lugares de trabajo. Permitieron un análisis de los casos que articula diferentes niveles y formas de conciencia, agencia y resistencia así como de subordinación de las trabajadoras frente a sus experiencias en este sector del mercado de trabajo. El contexto en donde se desarrollan ambos casos son emprendimientos pequeños en donde la fuerza de trabajo está constituida por pocas personas quienes se articulan con la estructura de una red migratoria más amplia. Este tipo emprendimientos tiene, además, otras características tipificadas por estudios sobre diferentes sectores ―etiquetados‖ del mercado laboral por etnicidad-nacionalidad, en los cuales se concentra mano de obra de inmigrantes bolivianos, como por ejemplo la producción frutihortícola. En este sector en la Región Metropolitana de la Ciudad de Córdoba, Pizarro encontró que, por un lado, ―el hecho de que los bolivianos sí se presten a trabajar en tales condiciones es tematizado por los trabajadores a través de naturalizaciones que justifican la segregación étnico nacional, apelando a un cierto orgullo étnico (Holmes 2007) que adscribe a los bolivianos una mayor tolerancia física al sufrimiento (…)‖ (Pizarro, 2010: 10). Por otro lado, identificó que esto también se debe a que ―se busca contratar, fundamentalmente a través de redes sociales, a ciertos trabajadores que no pretenderán ciertos beneficios propios de los mercados laborales estructurados por las regulaciones del oficio o de la empresa, es decir, a aquellos que no demandarán sueldos mínimos, vacaciones, aguinaldo, asignaciones familiares, aportes previsionales, entre otros‖ (Ibid). Así como observa Pizarro, en ambos casos contemplados aquí el contratar mano de obra a través de las redes sociales migrantes efectivamente permitió que los patrones pudieran mantener a sus empleados –sean estos familiares o no- en situaciones de precariedad laboral sin los derechos laborales básicos del mercado laboral formal en Argentina. De esta manera, vimos cómo esta situación se vincula con el hecho de que las jerarquías laborales en estos contextos ―son estructuradas principalmente a través de regulaciones socioculturales basadas en la naturalización de ciertos 153 esquemas de segregación y de la operatoria de las redes sociales‖ (Pizarro, 2010: 10). El análisis de las relaciones laborales en lugares de trabajo de estas características, requiere ―la comprensión de los regímenes, arreglos, normas e instituciones que estructuran las relaciones entre puestos de trabajo, empleadores y trabajadores (Granovetter, 1992; Peck, 1996; Pries, 2000)‖ (Benencia y Quaranta, 2006a: 88). En nuestros casos, esto incluyó la indagación sobre la vinculación de las instituciones de las redes sociales migrantes y las familias migrantes bolivianas con las relaciones sociales que se entablan en los lugares de trabajo, así como las formas de ―control‖ ejercido en los lugares de trabajo y los acuerdos no monetarios explícitos e implícitos que hacían parte de las relaciones laborales. Dicha indagación permitió un acercamiento a la dinámica del mercado de trabajo de las verdulerías como una economía de enclave étnico, en donde la mano de obra de los emprendimientos está constituida por inmigrantes bolivianos cuyas relaciones laborales se ven articuladas dentro de una red social migrante, y por lo tanto se ven impactadas por las relaciones de poder dentro de esa red. Estudiar dos casos contrastantes para entender la dinámica de este mercado de trabajo nos permite ―interpretar la heterogeneidad que caracteriza a los trabajadores y sus ambientes sociales, atravesados por diferencias de género, edad, clase sociales, jerarquía y amistad‖ de modo de ―explicar una conducta social muy diferenciada que abarca desde la pasividad hasta la rebelión abierta, pasando por varias formas de apatía‖ (Torres, 1994: 14). Por otro lado, nos permite ―conocer la diversidad de condiciones de vida a que están sujetos, las solidaridades que se prestan entre sí, con los patrones, los compromisos que se reflejan en las rutinas de trabajo, la internalización o externalización de los estilos de compañía que se pueden identificar tanto en lo laboral como en su vida doméstica‖ (Torres, 1994: 14). Se vio la incidencia especialmente del género y la etnicidad-nacionalidad en las jerarquías laborales entre trabajadores/as y patrón/a, y sus diferentes configuraciones acorde al tipo de emprendimiento y red en las cuales estaban enmarcadas. 154 En el primero caso, los emprendimientos donde se entablan las relaciones sociales son de tipo empresarial, no familiar. Al no estar mediadas por lazos de parentesco, se mantiene una mayor claridad en los términos de la relación como relación laboral. Como se observó, la relación está cruzada por reciprocidades (asimétricas) y ‗deberes‘ (morales) de parte de las empleadas por haber recibido el ‗don‘ del patrón, quien les brindó trabajo y dice sentirse ―responsable‖ por ellas. Sin embargo, este fenómeno no se presentó de manera tan fuerte como en el segundo caso, en donde se mezclaron las relaciones familiares con las relaciones laborales al tratarse de una red y establecimientos familiares. Entonces, a diferencia de segundo caso, el hecho de que los vínculos entre el patrón y las trabajadoras sea más clara en términos de una relación laboral hizo que ellas sintieran mayor derecho al reclamo de injusticias que experimentaron en el lugar de trabajo, aunque por un contexto de trabajo de enclave étnico, las complejas relaciones que esto implica sí hicieron que tal ‗reclamo‘ se vea más obstaculizado que en otros sectores más formales del mercado laboral. Esto se vio manifiesto en un mayor nivel de queja y reclamo de parte de las mujeres trabajadoras, que he interpretado como formas de resistencia cotidianas. Se vio cómo, en el primer caso, a pesar del miedo a hablar y ―salir‖, los propios relatos sobre la explotación, y las dinámicas de etnicidadnacionalidad y género que en ellos se pusieron en juego, demostraron que ellas mismas tienen conciencia de su subordinación y que éstos constituyen un acto de resistencia ideológica. Se vio cómo esta conciencia se tradujo por momentos en actos cotidianos de resistencia y otras veces en la obediencia frente a los mandatos sociales y laborales. Independientemente de cuál fuera la forma de resistir o no en lo cotidiano, a menudo la conciencia lleva a que las trabajadoras eventualmente decidieran abandonar el lugar de trabajo volviendo a Bolivia o buscando otros trabajos en Buenos Aires que consideraban mejores, en general para salir de la situación de una red que las enclaustra en una situación laboral de explotación. La conclusión de Pizarro et. al. (2011) del 155 estudio citado arriba se aplica al caso de las trabajadoras de las verdulerías en tanto: ―si bien no hemos detectado una resistencia ni oposición abiertas a los mecanismos de control a través de los cuales los patrones construyen cotidianamente la segmentación étnica del mercado laboral, se puede apreciar que los trabajadores no reproducen acríticamente las relaciones de dominación y subalternidad en las que desarrollan sus prácticas laborales‖ (Op. cit.: 28). A través de este caso de estudio, se observó, tal como señalan Benencia y Quantara, que los lugares de trabajo constituyen ―procesos de luchas y disputas entre los trabajadores y empleadores a partir de los recursos que los actores disponen en una determinada arena sociopolítica‖ (Benencia y Quantara, 2009: 3). Estos procesos, que forman parte de las relaciones de producción, son mediados por diferencias de poder y están entrecruzadas por divisiones de género así como por las esferas domésticas y públicas (Scott, 1985), ya que la dinámica de poder y resistencia en las relaciones de dominación/subordinación vieron una continuidad entre el espacio ‗público‘ del lugar de trabajo y los espacios ‗íntimos‘ del hogar y el ―tiempo libre‖ de las mujeres trabajadoras. La posición subordinada en las relaciones de poder con el ―jefe‖ es parte constitutiva de los lazos sociales y las relaciones cotidianas que dan forma a las experiencias de las ―verduleras‖ que integraron este estudio de caso. Mientras en el primer caso, el hecho de que los establecimientos eran de tipo empresarial hacía que existiera una relación laboral más clara entre las trabajadoras y el patrón, en el segundo caso los establecimientos y las relaciones sociales que allí se entablan están cruzados íntimamente por las relaciones familiares que ofuscaban los términos de las relaciones laborales. Si bien en ambos casos existen reciprocidades, deudas y deberes ―morales‖ que se generan en el contexto del trabajo migrante accedido por vía de una red social migrante, éstos se acentúan cuando ocurren en el marco de la familia cuya propia dinámica incide en las relaciones que se entablan en los lugares de trabajo. Al tratarse de un emprendimiento familiar, pude observar cómo los trabajadores equilibran las responsabilidades del ámbito laboral con las 156 tareas del ámbito doméstico, lo cual permitió encontrar que al estar vinculados ambos ámbitos existe una mayor flexibilidad y rotación de responsabilidades entre los miembros de la red. Esto se diferenció del primer caso considerado en donde los emprendimientos eran de tipo empresarial con roles y relaciones definidos de manera más clara. La comparación nos permite ver cómo dicha flexibilidad observada en este caso fue permitida justamente por el intercambio continuo de favores que se generaban en el marco familiar entre los integrantes de mayor y menor rango, jerarquía definida además por las edades de los integrantes y sus trayectorias laborales y migratorias. La diversidad de los integrantes de esta red en este último sentido – por edad y trayectoria laboral y migratoria-, también permitió otra distribución de tareas dentro de las verdulerías. Mientras en el primer caso, el patrón cuentapropista, al tener varias verdulerías y no trabajar en ninguna como vendedor, todas las tareas, excepto la compra de la mercadería y el manejo de los balances, caían sobre las mismas empleadas. En cambio, en este caso, las mujeres cuentapropistas además de ser patronas, trabajan en sus propias verdulerías y son ellas las que se ven en situaciones de trabajar las jornadas más largas, de estar todos los días y de hacerse responsables de la mayoría de las tareas. Pero, al no ser empleadas de ningún patrón, su situación ―sacrificada‖ no se debe a que están en una posición de subordinación y explotación a manos de un tercero, sino porque se ven obligadas a trabajar de esta forma por una cuestión de necesidad económica de mantener a sus familias. Por otro lado, los empleados de estas cuentapropistas también se encuentran trabajando en situaciones sacrificadas, de largas horas, una remuneración sólo parcialmente monetaria, y con el deber de devolverle favores y estar a la disposición constante de sus patrones. Pero, se hace más difícil que en el primer caso hablar en términos de explotación ya que ésta cobraría formas más encubiertas, al estar desdibujada la línea entre qué se espera de ellos como empleados y qué se espera de ellos como familiares. En este caso también se vio cómo el contexto muy particular del emprendimiento étnico familiar, articulado en una red social familiar, y la 157 relación de deuda moral entre patrón y empleados familiares, resultó en una menor posibilidad de reclamo por los de menor rango en la jerarquía laboral hacia su patronal, ya que, por la ambigüedad del tipo de vínculo entre ambas partes, no se sentirían autorizados para reclamar lo que en otros contextos más formales se considerarían sus derechos laborales. Esto resultó en un menor nivel de expresiones de resistencia observables de parte de los/as trabajadores/as. Debido a que en el primer caso analizado se observaron múltiples formas de resistencia, tanto cotidianas como no, y acá sólo se observó el abandono del lugar de trabajo, y tampoco en forma permanente, nos podemos preguntar si esto se deberá en parte al tipo de relaciones que se establecen en el emprendimiento étnico familiar. Sin embargo, en esta pregunta, también debemos considerar el hecho que yo haya entrado en contacto con la red a través de su autoridad, Juana, y no ―desde abajo‖ como en el primer caso. Así como las formas de explotación en este caso son más encubiertos por tratarse de relaciones entre familiares, las formas de resistencia que pudieran llegar a ejercer los trabajadores también serían más encubiertas, en tanto menos confortativas con su ―patronal‖. Pizarro identificó un fenómeno similar entre trabajadores agrícolas del cinturón verde de la Región Metropolitana de la ciudad de Córdoba, cuyas relaciones laborales también están cruzadas por lo familiar. La autora considera que en dicho sector, así como yo encontré en las verdulerías, al prevalecer las ―regulaciones socioculturales basadas en esquemas de discriminación y en redes sociales‖ y al existir ―una íntima imbricación entre los ámbitos productivo y reproductivo de los trabajadores‖, ―no son tan esperables ciertas formas de confrontación con la patronal en donde prima la acción asociativa con otros trabajadores (…) que pueden involucrar denuncias por las condiciones laborales, reclamos gremiales o apelaciones a la intervención del estado‖, las cuales ―son más típicas de mercados laborales sociorregulados preponderantemente a través de otras instituciones tales como la empresa y el oficio‖ (Pizarro, 2010: 25). En este sentido se puede apreciar cómo el contexto específico de la red y de los emprendimientos, siendo en el segundo caso de tipo familiar y 158 étnico-nacional, genera, por un lado, una mayor imbricación entre el ámbito doméstico y el laboral, mostrándose por este motivo una mayor continuidad en la dinámica de poder en las relaciones sociales que se entablan en los dos ámbitos. Por otro lado, como en dicho contexto se desdibuja la línea divisoria entre lo estrictamente laboral y lo familiar, esto hace que un sentido de la moral, enraizada en los vínculos de parentesco, emerja también de manera marcada en las relaciones sociales en el lugar de trabajo. En este sentido, la importancia de la operación de las redes sociales es que, al estar ―fundadas en mecanismos de reciprocidad, solidaridad, lealtad y confianza mutua entre familiares y amigos, anclan las decisiones laborales en el mundo de la moralidad y los afectos (Benencia y Quaranta 2006)‖ (Pizarro, 2010: 3). Como consecuencia, la fuerza de trabajo de los empleados es considerada como una ―ayuda‖ que ellos ―deben‖ a la patronal al haber entrado en ―deuda‖ con ésta en términos de haber visto facilitado su inserción laboral y su acceso a la vivienda gracias a ella. ****************************** En este capítulo se pretendió abrir una discusión, en base a los casos estudiados, sobre las experiencias de mujeres migrantes bolivianas en la Ciudad de Buenos Aires que se desempeñan en la comercialización minorista frutihortícola, las relaciones sociales entre ellas y otras figuras relevantes de sus entornos laborales, y las dinámicas de dominación y subordinación que se generan en estas relaciones. A partir de la dinámica particular que se genera en dichas relaciones en cada caso, se consideraron algunas de las formas heterogéneas en que los/as trabajadores/as reaccionan frente a sus experiencias de sufrimiento y/o explotación en este mercado de trabajo, variando desde la obediencia a la resistencia y a veces con expresiones ambiguas. Si bien en el análisis de estas cuestiones en cada caso se hallaron similitudes, también emergieron importantes diferencias. Fueron las divergencias entre los dos casos lo que, en gran parte, permitió vincular la dinámica particular de las relaciones sociales en los lugares de trabajo con los diferentes tipos de establecimientos y de organización de la fuerza de 159 trabajo, en tanto concierne un establecimiento, por un lado, de tipo empresarial y, por otro, de tipo familiar. También se vio cómo las particularidades de las relaciones laborales en cada caso se vinculan con la dinámica de las relaciones sociales que operan al interior de las redes sociales en las cuales se articulan los establecimientos. Fue así que se destacaron algunos rasgos comunes y al mismo tiempo la heterogeneidad de los emprendimientos étnicos que co-existen dentro del mercado de trabajo ―etiquetado‖ de las verdulerías. 160 Conclusiones El objetivo central que impulsó la presente tesis fue indagar de qué manera inciden el género y la etnicidad-nacionalidad en el proceso de la conformación del mercado laboral y en los lugares de trabajo en los que participan mujeres bolivianas vinculadas a la comercialización frutihortícola minorista en la Ciudad de Buenos Aires. Del mismo se desprenden dos preguntas específicas cuya exploración nos permitió responder a nuestra pregunta central. Por un lado, nos preguntamos por las articulaciones de los clivajes de género y etnicidad-nacionalidad en las trayectorias laborales y migratorias de las mujeres bajo estudio, en las redes sociales en las que se articulan y en la construcción de una imagen como comerciantes, y de qué modo las mismas aportan a la conformación particular del mercado laboral de las verdulerías. Por otro lado, indagamos cómo se entablan las relaciones sociales en los lugares de trabajo en este sector, desde una perspectiva de género y etnicidad-nacionalidad. El intento de responder a estas preguntas nos llevó a plantear la posibilidad de que las verdulerías constituyan un nicho en un mercado laboral doblemente segmentado por género y etnicidad-nacionalidad. Para responder a la primera pregunta, en el capítulo dos de esta tesis se desarrolló un análisis sobre cómo las trayectorias laborales y migratorias de las mujeres y las redes sociales en las cuales se articulan, así como una imagen de ellas como trabajadoras y comerciantes, influyen en la conformación segmentada del mercado de trabajo de las verdulerías, en base a los dos casos etnográficos considerados en este trabajo. Se presentaron la estructura y el funcionamiento de cada red y las trayectorias laborales y migratorias de sus integrantes. Pudimos observar cómo se construye una imagen de estas mujeres como ―buenas trabajadoras‖ y ―buenas comerciantes‖ de modo de favorecer su inserción en este sector. En relación a las trayectorias laborales, surgió en ambos casos una asociación étnico-nacional entre las actividades vinculadas a la comercialización frutihortícola minorista y los inmigrantes bolivianos en Buenos Aires. En el primer caso fueron las mismas verduleras quienes, por 161 sus propios antecedentes en actividades vinculadas a este sector o a otros eslabones de la cadena de producción y comercialización frutihortícola en el lugar de origen, se sintieron identificadas con ―la verdura‖ y aptas para el ―trabajo pesado‖ que implicaba, trabajo que consideraban que ―otros no quieren hacer‖. Aquí, se vio cómo el patrón de las empleadas aprovechaba esta asociación que hacían las propias mujeres de modo de justificar la selectividad por etnicidad-nacionalidad y género al momento de reclutar mano de obra para sus emprendimientos, reforzando de esta manera la segmentación étnico-nacional del sector. Así, las naturalizaciones de imágenes estereotipadas de los trabajadores bolivianos favorecen a la patronal ya que sientan las bases para una estrategia de acumulación capitalista. En el segundo caso nuestras interlocutoras asociaban a las verdulerías con los bolivianos por el hecho de que tenían muchos parientes y amigos de su misma etnicidad-nacional ya insertos en el sector, para quienes habían trabajado con anterioridad, acumulando de esta manera su propio knowhow sobre la actividad, o a quienes podían consultar al momento de poner su propio negocio. Ambos factores hicieron que las interlocutoras verduleras consideraran que para los bolivianos el ser verdulero es una ―profesión fácil‖. Si bien muchos de los interlocutores manifestaron el deseo de abrirse de rubro y salir de las verdulerías, ya sea por ser un trabajo ―sacrificado‖ o por el estigma asociado al mismo, este deseo se vio obstaculizado por varios motivos, entre ellos la falta de estudios, la necesidad de los ingresos que, aun si mínimos, permiten las verdulerías, así como la barrera al ascenso socio-económico que implica la valoración negativa de su imagen etnicizada en la sociedad receptora por fuera de los mercados de trabajo ―etiquetados‖. En relación a las trayectorias migratorias, se observó en ambos casos patrones de migración autónoma de parte de las mujeres migrantes bajo estudio. Este hecho es importante en tanto nos permite asociar su decisión migratoria con las posibilidades del mercado laboral y la relevancia del género en las oportunidades brindadas por el mismo en el lugar de destino (Benencia y Karasik, 1994). En el caso de las mujeres que vinieron a Buenos Aires por primera vez para trabajar en las verdulerías, como ocurrió 162 en el primer caso, la hipótesis que vincula la migración autónoma con las oportunidades generizadas del mercado de trabajo en el lugar de destino nos permite considerar a las verdulerías como un sector ―disponible‖ para las mujeres migrantes bolivianas en Buenos Aires, característica que aporta a la hipótesis de que éste constituya un nicho etiquetado por género. En el segundo caso, esta vinculación es más ofuscada debido al hecho de que las mujeres, si bien migraron de forma autónoma y ―para trabajar‖, no se insertaron directamente en el sector de las verdulerías. Esto se puede vincular con que sus trayectorias laborales eran más diversificadas, así como con el hecho de que iniciaron su migración en una época anterior al avance de los inmigrantes bolivianos sobre este último eslabón de la cadena de producción y comercialización frutihortícola en Buenos Aires. Es importante observar que en la medida que se fue convirtiendo en un sector ―disponible‖ para las mujeres bolivianas, las diversas integrantes mujeres de esta red se fueron insertando, ayudadas por otros parientes ya insertos en el sector. También en relación a las trayectorias migratorias, a pesar de ser un trabajo ―pesado‖ y ―sacrificado‖, el trabajo en las verdulerías aparece en ambos casos como un medio para la acumulación de capital. Como se vio en el primer caso, a los que siguen (o tienen en su imaginario migratorio) el patrón de retorno y reinversión en el lugar de origen, el trabajo en la verdulería les permite ahorrar. Por otro lado, en el segundo caso, se observó una diversidad de formas en que la verdulería aparece como un medio para la acumulación de capital. Entre quienes migraron siendo más jóvenes, y que no necesariamente desean volver a Bolivia pero que tampoco formaron sus propias familias que tienen que mantener, el trabajo en la verdulería aparece como una forma de acumular suficiente capital para luego buscar abrirse a otro sector no etiquetado del mercado de trabajo. Para los que sí formaron pareja y familia en Argentina, pero siguen teniendo en el horizonte el deseo de volver, el trabajo en la verdulería representa un sacrificio que están dispuestos a hacer porque les permite tener los suficientes ingresos para mantener a sus familias y brindarles ciertas oportunidades a sus hijos que consideran beneficiosas. Por último, para los que formaron pareja y 163 familia en el país y tuvieron una ―exitosa carrera‖ en las verdulerías, se difumina el deseo del volver debido al ascenso económico que les permitió acceder a un nivel de vida en el lugar de destino que saben que en Bolivia no podrían tener. Con respecto a las redes sociales y su intermediación en la conformación del mercado de trabajo de las verdulerías, se observó cómo, en ambos casos, las mismas funcionan como mecanismos de reclutamiento de mano de obra para las verdulerías. Las redes se arman sobre redes familiares y vecinales ya existentes en el lugar de origen, por lo cual importan relaciones preexistentes que operan, en este sentido, de manera selectiva en la inserción laboral en el sector. En el primer caso se observó cómo, al iniciar su migración las mujeres específicamente para desempeñarse como verduleras en Buenos Aires, la red posibilitó no sólo su migración sino también su inserción laboral en este sector así como su acceso a la vivienda, la cual recibieron como parte de su arreglo laboral. También se vio cómo, al funcionar como mecanismo tan efectivo para la inserción inicial en el lugar de destino, la red termina enclaustrando a sus integrantes, característica típica de las redes que, estructurando las trayectorias laborales, llevan a la inserción de inmigrantes en nichos etiquetados (Herrera Lima, 2005). En el segundo caso, la red social también funciona como mecanismo de reclutamiento de mano obra para las verdulerías, pero es más limitada en su alcance ya que, al ser una red social migratoria laboral y familiar, se limita a personas que comparten lazos de parentesco con los ya que la integran. Si bien esto puede dificultar el abastecimiento de mano de obra, ya que el círculo familiar es finito, al mismo tiempo es un factor que aporta a la conformación de las verdulerías como mercado de trabajo ―disponible‖ para inmigrantes bolivianos. Esto se debe a que los interlocutores consideran ―fácil‖ entrar a un sector cuando uno ―tiene sus conocidos‖ en el mismo o porque ―un primo o hermana‖ ya esté inserto en el mismo. Así, los potenciales ―verduleros‖ y ―verduleras‖ se articulan con otros parientes que ya se desempeñan en este sector para poder insertarse con cierta facilidad, según ellos consideran. Esta forma selectiva -en términos de parentesco y de 164 etnicidad-nacionalidad- contribuye a la segmentación del sector ―verdulero‖ por etnicidad-nacionalidad. Es de notar que en este caso, al ser una red familiar con emprendimientos familiares, trabajan de forma conjunta mujeres y hombres y no opera la selectividad por género que se observó en el primer caso. Así, en el capítulo dos, en base al análisis de las trayectorias y las redes sociales, se fue abriendo un espacio para plantear las verdulerías en términos de un nicho en un mercado laboral segmentado por etnicidadnacionalidad y género. Aquí es central destacar que, a través de los datos construidos en base al trabajo de campo, emergieron elementos que se pudieron identificar como comunes entre las verdulerías y otros eslabones ―bolivianizados‖ de la cadena frutihortícola en Buenos Aires, como la producción y la comercialización mayorista, que ya han sido caracterizados como enclaves étnicos (Benencia, 2009; Pizarro, 2007). En relación a una posible segmentación por género de este mercado de trabajo, existen menos antecedentes para su análisis. Esto se debe en parte a la escasez de antecedentes que consideren las migraciones bolivianas desde una perspectiva de género, y en parte porque las migraciones bolivianas, a pesar de una creciente participación de mujeres en los últimos años, siguen obedeciendo predominantemente un patrón de migración familiar. Sin embargo, existen algunos estudios que nos pueden señalar la tendencia a una creciente participación de las mujeres en este último eslabón de la cadena frutihortícola, así como de una valoración positiva de su imagen como buena comerciante en el mismo. Aquí nos referimos principalmente al estudio de Benencia (2009) que demostró una creciente participación de mujeres bolivianas en los ―nuevos mercados‖ concentradores bolivianos, especialmente en las actividades de transacción vinculadas a los mismos, tendencia que el autor atribuye a su valoración como buenas comerciantes (Ibid). Así, los mercados concentradores, que constituyen el eslabón de la comercialización frutihortícola mayorista, representan un caso en donde se evidencia la emergente feminización de un nicho ya segmentado por etnicidad-nacionalidad. Al ser más reciente el avance de los inmigrantes bolivianos sobre el último eslabón –la 165 comercialización minorista- no se está en condiciones de afirmar su segmentación por género ni tampoco su feminización, pero sí representa una posibilidad en el horizonte que puede comenzar a ser planteada. Pasemos a nuestra segunda pregunta de modo de explorar los hallazgos de este trabajo con respecto a las relaciones sociales que se entablan en los lugares de trabajo de las verdulerías, lo cual se desarrolló en el capítulo tres. Allí, para cada caso se presentaron el tipo de establecimiento, cómo el mismo se relaciona con el tipo de red social al cual se vinculaba, y, por último, cómo se organiza la fuerza de trabajo. En ambos casos se pudieron identificar cuatro ejes que se aplicaron al análisis de los casos. Estos fueron la explotación laboral, el control en el lugar de trabajo, la imbricación del ámbito productivo con el ámbito reproductivo, y los actos de resistencia y obediencia y sus expresiones mixtas de parte de las trabajadoras. A través del análisis de estos cuatro temas se pudieron detectar diferentes niveles y formas de conciencia, agencia y resistencia así como de subordinación y obediencia de las trabajadoras frente a sus experiencias en este sector del mercado de trabajo. Finalmente, en base a los casos presentados, elaboramos desde una perspectiva comparativa qué nos dicen las diferentes dinámicas encontradas en las relaciones laborales sobre los diferentes tipos de establecimientos y de organización de la fuerza de trabajo que coexisten dentro del sector de las verdulerías. La comparación de los dos casos nos permitió ver los rasgos generales compartidos, pero también la heterogeneidad dentro del sector. Si bien cuando planteamos los objetivos de este trabajo se contempló la riqueza que podía ofrecer el contrapunto de dos redes contrastantes, surgieron dos aspectos que no fueron previstos desde el inicio, sino que fueron emergiendo y cobrando importancia. Por un lado, a través del análisis de la organización de la fuerza de trabajo en los lugares de trabajo se volvieron visibles diferentes tipos de establecimientos –empresariales y familiares- que tienen consecuencias diferenciales sobre las relaciones sociales en el lugar de trabajo, ya que en el primero tipo el patrón no integra la fuerza de trabajo y en el segundo sí. Por otro lado, surgió la observación de que la dinámica de 166 las relaciones laborales está vinculada, en gran parte, con el tipo de red y el tipo de establecimiento en la cual están enmarcadas. En rasgos generales la comparación que surgió fue la siguiente. El primer caso, caracterizado por una red social migratoria y laboral no familiar, resultó corresponder a un establecimiento de tipo empresarial, no familiar. Allí, el patrón es dueño de múltiples emprendimientos que tienen la misma forma de organización de la fuerza de trabajo, la cual se constituye en su totalidad por la mano de obra que él activa mediante la red social. Él no trabaja junto a sus empleados, hecho que impacta en las relaciones sociales que allí se entablan, así como las relaciones de dominación/subordinación entre su persona y sus empleados. En cambio, el segundo caso se caracteriza por ser una red social y migratoria familiar la cual resultó corresponder a un establecimiento de tipo familiar. Así como en el primer caso, aquí existen varios establecimientos articulados con la red, pero cada uno de ellos es gestionado y trabajado por el mismo cuentapropista que lo inició. Es decir, el patrón integra a la fuerza de trabajo de su propio establecimiento, junto a sus empleados quienes, a diferencia del primer caso, guardan entre sí vínculos de parentesco. Debido a la influencia de las relaciones de parentesco sobre las relaciones laborales, la dinámica de dominación/subordinación en las relaciones sociales cobra otros sentidos con respecto al primer caso. Con respecto a los rasgos comunes que guardan los dos casos, se vio cómo, a pesar de diferencias entre las redes y los emprendimientos, en ambos casos la dinámica de las relaciones sociales en los lugares de trabajo se vio impactada por la relación de poder dentro de las redes, sea cual fuese. De igual manera, el hecho de que la autoridad de la red contratara mano de obra a través de la misma significó que la jerarquía operante en la red se traspasara a la jerarquía en las relaciones laborales. La ―ayuda‖ que brindan las autoridades de la red a los integrantes que traen a Buenos Aires para trabajar en sus emprendimientos, como por ejemplo el acceso al trabajo y a la vivienda, implica que el empleado entra en una relación de deuda con su empleador, la cual sienta las bases para el posterior incumplimiento del patrón (Pizarro, 2010). Por este motivo, la estrategia de abastecer la mano de 167 obra de los negocios mediante las redes sociales efectivamente permitió a los patrones mantener a sus empleados –sean estos familiares o no- en situaciones de precariedad laboral sin los derechos laborales básicos del mercado laboral formal en Argentina. En ambos casos esto fue posible por la existencia de acuerdos no monetarios explícitos e implícitos que hacían parte de las relaciones laborales y por la operación de formas de control en los lugares de trabajo que se radicaban en relaciones importadas desde la red. En este sentido, las características de los emprendimientos en ambos casos corresponden a la tipificación de los enclaves étnicos¸ hecho por el cual los identificamos como emprendimientos étnicos. En ambos se observó la selectividad por etnicidad-nacionalidad en el reclutamiento de la fuerza de trabajo y se consideró cómo esto se basó en la apelación a adscripciones étnico-nacionales que sirvieron para justificar y naturalizar la reproducción de prácticas explotadoras y de la segregación étnico-nacional en este sector del mercado de trabajo. Por otro lado, se observó en el primer caso la operación de una fuerte selectividad por género, basada en una imagen etnicizada y generizada de las mujeres bolivianas como buenas trabajadoras y buenas comerciantes, mientras en el segundo caso la selectividad por etnicidad-nacionalidad no se vio acompañada por una selectividad por género sino por la ―confianza‖, motivo por el cual la red se limitaba a personas que compartían lazos de parentesco. Con respecto a las diferencias que surgieron entre los dos casos, se pudo observar la incidencia en las relaciones laborales que tuvo la cuestión de que el patrón trabajara (establecimiento familiar) o no (establecimiento empresarial) dentro del establecimiento junto a sus empleados. En el primer caso, que se trata de un establecimiento empresarial, el patrón cuentapropista, al tener varias verdulerías y no trabajar en ninguna de las mismas, todas las tareas, excepto la compra de la mercadería y el manejo de los balances, caían sobre las mismas empleadas. Esto obligaba a las empleadas a trabajar largas jornadas con pocos días de descanso ni vacaciones, realizando diversas tareas muchas de las cuales ellas consideraban ―trabajo pesado‖. En cambio, en el segundo caso, que se trata 168 de un establecimiento familiar, las mujeres cuentapropistas además de ser patronas, trabajan en sus propias verdulerías y son ellas las que se ven en situaciones de trabajar las jornadas más largas, de estar todos los días y de hacerse responsables de la mayoría de las tareas. Pero, al no ser empleadas de ningún patrón, su situación ―sacrificada‖ no se debe al hecho de estar en una posición de subordinación y explotación a manos de un tercero, sino porque se ven obligadas a trabajar de esta forma por una cuestión de necesidad económica de mantener a sus familias. Por otro lado, los empleados de las cuentapropistas también se encuentran trabajando en situaciones sacrificadas, de largas horas, con una remuneración sólo parcialmente monetaria, y con el deber de devolverle favores y estar a la disposición constante de sus patrones. En relación a las situaciones de explotación y/o sufrimiento ante las cuales se encontraban los trabajadores en los diferentes casos, surgían distintas reacciones dependiendo del tipo de establecimiento –empresarial o familiar. En el caso del establecimiento de tipo empresarial se observaban mayores quejas de parte de las trabajadoras con respecto a su explotación laboral, la negación por parte del dueño a reconocer sus derechos como por ejemplo a las vacaciones y al tiempo libre, mientras en el segundo caso no se manifestaron los mismos actos de resistencia de parte de los empleados, sino que éstos, al verse descontentos directamente recurrirían al abandono del lugar de trabajo. Por un lado, es posible que haya influido en mis observaciones el hecho de que en el primer caso accedí a la red mediante las mismas empleadas y en el segundo caso fue a través de la autoridad de la red, posible motivo por el cual en el segundo caso se vieron silenciados los reclamos de los trabajadores en mi presencia. Sin embargo, la claridad con la cual estos patrones se dieron y de forma prolongada durante todo mi trabajo de campo, me llevó a considerar además la importancia del impacto de las relaciones de parentesco sobre las relaciones laborales y sobre cómo los trabajadores reaccionan frente a las relaciones de dominación/subordinación. Fue así que, en el primer caso, detecté la existencia de una mayor claridad en los términos de la relación laboral, al no estar mediada por lazos 169 de parentesco, y que dicha claridad permitiera a los empleados sentir mayor derecho al reclamo de injusticias que experimentan en el lugar de trabajo. En cambio, en el segundo caso se hizo más difícil hablar en términos de explotación ya que ésta cobraba formas más encubiertas, al estar desdibujada la línea entre qué se espera de ellos como empleados y qué se espera de ellos como familiares. Si bien en ambos casos la relación laboral estaba cruzada por reciprocidades (asimétricas) y ―deberes‖ (morales) de parte de los empleados por haber recibido el ―don‖ del patrón, quien les brindó trabajo y dice sentirse ―responsable‖ por ellos, este fenómeno fue más predominante en el segundo caso en donde las relaciones laborales sí estaban mediadas por las relaciones familiares. Al considerar las conclusiones a las cuales llegamos con respecto a nuestras preguntas de investigación, es necesario hacer presente algunas cuestiones metodológicas que incidieron en el proceso de la construcción de los datos y en relación a las expectativas de carácter exploratorias de las cuales surgió este trabajo. Durante el trabajo de campo existieron factores que representaron una limitación para el acceso a la información que inicialmente esperaba recolectar pero, al mismo tiempo, se pusieron en juego otros factores que facilitaron mi entrada al campo y el acceso a información relevante a nuestro problema. El entrar en contacto con las redes ―desde abajo‖ (mediante las empleadas) versus ―desde arriba‖ (mediante la patronal) -en términos de la jerarquía ejercida en la red- resultó condicionar de manera significativa la información que pude acceder y la facilidad con la cual la pude acceder. En el primer caso el entrar ―desde abajo‖ dificultó el acceso a información sobre el patrón de las verdulerías allí contempladas, y fue así un desafío el entender plenamente su funcionamiento, ya que hubiese sido iluminador haber podido afirmar con más claridad su relación con la quinta de la cual abastecía la mercadería de sus emprendimientos. También dificultó cualquier otro acercamiento al patrón y a los ámbitos sobre los cuales ejercía control, entre ellos el ámbito reproductivo o privado de las interlocutoras, manifiesto en el hecho de que divulgaran poca información de este tipo conmigo y los espacios que compartimos siempre fueron públicos. Por otro 170 lado, el entrar al caso desde abajo facilitó que las mujeres interlocutoras compartieran conmigo sus reclamos y quejas en torno a su situación laboral, así como sus deseos y planes de abandonar el lugar de trabajo, enriqueciendo el análisis de estas cuestiones en relación al primer caso. Entrar ―desde arriba‖ al segundo caso, a través de la dueña de una de las verdulerías, también implicaría un acceso limitado a alguna información pero un acceso más fácil a otra. Por un lado, el entrar desde arriba posiblemente haya limitado el nivel de confianza y complicidad que generaran los empleados conmigo, empobreciendo mi análisis sobre sus perspectivas con respecto a las relaciones sociales desiguales en el lugar de trabajo y posibles formas de resistencia de las cuales no pude enterarme. Pero, por otro lado, el entrar desde arriba en este caso facilitó mi investigación en tanto me permitió entrar en contacto con más miembros de la red y entender mejor de esta manera la estructura, el funcionamiento y la trayectoria de la red. También me permitió tener mayor acceso a diferentes ámbitos relevantes a la red, de especial importancia el ámbito reproductivo de los hogares de las verduleras y sus familias. Este hecho redundaría en una comprensión más nítida e integral de la dinámica de las relaciones en la red así como sobre la imbricación entre el ámbito productivo y el reproductivo, facilitando el análisis de las particularidades de las relaciones sociales que se entablan en los lugares de trabajo en este caso, de los emprendimientos familiares. En ambos casos la dificultad de realizar entrevistas formales, ya sea por la reticencia a hablar de ciertos aspectos debido al control ejercido por el patrón, en el primer caso, o por la presencia de otros familiares, en el segundo, así como la falta de tiempo libre de los interlocutores en ambos casos, resultó en una relevación a veces fragmentada de la información recolectada en el campo. Si bien esto lo superé pudiendo reconstruir las historias mediante registros realizados en muchas visitas cortas y repetidas en el primer caso y por la prolongación del periodo del trabajo de campo en ambos, hubiese sido rico tener registradas más entrevistas en profundidad de las que logré concretar. 171 En relación a la producción de los datos presentados en esta tesis, la cuestión de cómo mi propia subjetividad haya influido en la misma no debe ser ignorada. En este sentido, no pretendo portar una visión ni objetiva ni neutral sobre la realidad que estudié, ya que, según sostengo, las particularidades de las subjetividades necesariamente condicionan nuestra visión así como la producción de los datos que se ven afectados por cegueras, influencias y presunciones incorporadas en el investigador. En mi caso particular, varios aspectos que influyeron en la producción de conocimiento son mi propia extranjería en Argentina, así como mi perspectiva sobre la realidad siendo mujer, al igual que mis interlocutoras, pero, a diferencia de ellas, proviniendo de otro contexto socioeconómico y cultural. Si bien estas distancias pueden haber representado, en cierto sentido, alguna limitación o sesgo en mi conocimiento y visión, una mirada externa, por así decirlo, también puede aportar, justamente, otra perspectiva. Es importante señalar que, debido a los pocos antecedentes existentes sobre el tema que nos ocupa en este trabajo, se pretendió realizar una aproximación inicial al mismo, con un fuerte anclaje en elementos empíricos relevados mediante el trabajo de campo con inmigrantes bolivianos que se desempeñan en el sector del comercio minorista de frutas y verduras en la Ciudad de Buenos Aires. Esperamos que los resultados del mismo sirvan como un insumo referencial para posteriores estudios sobre el proceso de conformación de este mercado de trabajo particular. La escasez de un enfoque interseccional que contemple la incidencia del género y de la etnicidad-nacionalidad en las migraciones bolivianas implicó que el presente trabajo se dedique en gran parte a una exploración y descripción del campo. Asimismo ello permitió que existiera mucho por explorar y proponer, especialmente en torno a cómo operan la etnicidad-nacionalidad y el género de manera conjunta en procesos como los proyectos de migración laboral, el operatorio de las redes sociales migratorias, la inserción laboral en destino, las relaciones sociales en los lugares de trabajo y la conformación de un mercado de trabajo segmentado. Dentro de estos temas, se buscó enfatizar especialmente las maneras en que se entrecruzan el género y la etnicidadnacionalidad en las subjetividades de las mujeres inmigrantes y en la 172 construcción de ellas como trabajadoras ―deseables‖ para este sector, mostrando cómo estas dimensiones influyen en su incorporación laboral en el país de destino. Se buscó además poner bajo cuestionamiento el patrón migratorio normativo en las migraciones bolivianas –el de la migración familiar- para considerar los cambios que está sufriendo el mismo en la actualidad. Se encontró, en base a trabajos de algunas investigadoras y cifras oficiales sobre los flujos migratorios, que las mujeres bolivianas están teniendo una mayor participación en años recientes. Esto posiblemente se relacione con el hecho de que todas las interlocutoras mujeres en este estudio hayan migrado en forma autónoma. A través del abordaje antropológico en los estudios sobre el trabajo, tratamos de dar cuenta de aspectos culturales vinculados a los procesos de conformación de los mercados laborales de inmigrantes bolivianos en Argentina, incluyendo dimensiones socioculturales de las relaciones laborales en el sector de las verdulerías en particular. Por otro lado, la participación de inmigrantes bolivianos en la producción frutihortícola ha recibido mucha atención en los estudios desarrollados en la región, y algunos investigadores han comenzado a estudiar además el avance de los inmigrantes bolivianos en la comercialización frutihortícola mayorista, pero aún no se ha incorporado el estudio del último eslabón de la cadena frutihortícola -la comercialización frutihortícola minorista- a la agenda de investigación en torno a las migraciones bolivianas a Buenos Aires. Esto significa que tanto la perspectiva interseccional a al cual apelamos como el sector del mercado de trabajo en el cual nos centramos representan aspectos novedosos de la propuesta llevada a cabo en la presente tesis. En este sentido, si bien no podemos hacer afirmaciones generales sobre los patrones observados en este estudio, dicha propuesta sí constituye un espacio para plantear nuevas cuestiones y reflexionar sobre posibles tendencias emergentes con respecto a la participación femenina en el mercado laboral de las verdulerías y sobre su posible segmentación por género y etnicidad-nacionalidad. 173 Bibliografía Anthias, Floya (2006) ―Género, etnicidad, clase y migración: Interseccionalidad y pertinencia translocalizacional‖, en: Rodríguez, Pilar (Ed.): Feminismos periféricos. Editorial Alhulia, S.L., pp. 4968. 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