Memorias
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Memorias a flor de piel OT 14339 C M Y K Portada A flor de piel Volumen II Memorias a flor de piel Volumen II Memorias a flor de piel Volumen II a flor de piel Memorias Volumen II Memorias a flor de piel Volumen II Fedele, S. A. de C. V. Pedro Hoth von der Meden Director general Editorial Otras Inquisiciones, S. A. de C. V. María del Pilar Montes de Oca Sicilia Directora Alicia López Fuentes Coordinación editorial Alejandra Tapia Silva Alicia López Fuentes Investigación y redacción Carolina Hernández Solares Arte editorial e iconografía Dr. Fernando Montes de Oca Asesoría editorial Jorge Sánchez y Gándara Corrección de estilo Memorias a flor de piel. Vol. II, 2009 © Editorial Otras Inquisiciones, S. A. de C. V. Pitágoras 736, 1er. piso Col. Del Valle C. P. 03100 México, D. F. Tel.: 5448 0430 Primera edición, 2009 Queda rigurosamente prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, sin permiso de la editorial. Impreso en México/Printed in Mexico Memorias a flor de piel Volumen II Comité editorial Nuestro más sincero agradecimiento por su apoyo generoso y desinteresado a: Dr. Roberto Arenas Guzmán Dra. Isabel Arias Gómez Dra. Patricia Mercadillo Pérez Dr. Fernando Montes de Oca Monroy Dr. Francisco Pérez Atamoros —6— Índice Primera parte 2 1 Comité editorial 6 Mensaje del editor 10 Prólogo 13 La piel, sus patologías y sus cuidados en épocas prehispánicas y durante la Colonia La dermatología en la República Mexicana: una mirada a sus instituciones La medicina prehispánica: Departamento de Dermatología el encuentro de la ciencia del Centro Médico Nacional 19 y lo sagrado 29 Nueva España y el desarrollo de los Protomedicatos 35 Patologías durante la Colonia 41 —7— 47 Instituto Dermatológico La medicina española en la Edad Media “20 de Noviembre” de Jalisco “Dr. José Barba Rubio” 51 Segunda parte 3 4 La dermatología como especialidad La conformación de la ederpas Prestigiosos maestros, grandes colegas, viejos amigos: los pilares de la dermatología en México 57 Pasión por la piel: en memoria del doctor Miguel Ahumada Padilla 63 La construcción del quehacer micológico y la enseñanza, en palabras de Roberto Arenas Guzmán 69 Doctor José Barba Rubio: un legado de humanidad 77 Carola Durán McKinster: la dermatología pediátrica, su mejor proyecto de vida 85 Sagrario Hierro Orozco: el movimiento por un mejor servicio en los hospitales de México 91 Amistad y unión de talentos: María Teresa Hojyo Tomoka y Luciano Domínguez Soto —8— 97 Un pionero de la dermatología: Una vida en infinitas Evocaciones de la conversación con el doctor experiencias: testimonios dermatología pediátrica en Pedro Lavalle Aguilar 107 de León Neumann Scheffer Manuel Malacara de la Garza: Impulsor de la dermatología recuerdos de la vida en el de avanzada en México, doctor Centro Dermatológico Pascua 113 Jorge Ocampo Candiani Las grandes preocupaciones Capturamos instantes del para el siglo xxi: una visión del quehacer dermatológico de la doctor Charles Meurehg Haik 119 doctora Rocío Orozco Topete La disciplina dermatológica Vivir para la dermatología, en San Luis Potosí: una la gran obra de la doctora entrevista con el doctor Yolanda Ortiz Becerra Benjamín Moncada González 125 microscópica del doctor 133 145 155 161 un homenaje a la mentora —9— la vida de varias generaciones, Amado Saúl Cano 189 Oliverio Welsh Lozano: Más de 50 años de amor de la dermatología mexicana 183 El maestro que ha marcado Obdulia Rodríguez Rodríguez: Clemente Alejandro voz de su precursor, Ramón Ruiz Maldonado por la piel: Luis Ramírez Rivera 169 La piel bajo la mirada Moreno Collado 139 175 la dermatología mexicana y su desarrollo en el norte del país 197 Índice analítico 205 Bibliografía 210 Mensaje del editor Apreciable lector: De nuevo nos adentramos en la piel, ese órgano que marca una frontera entre nuestro mundo interior y exterior, que seduce y cautiva, pero que también es nuestra coraza. Las sensaciones que percibe y los conocimientos que ha suscitado este espejo de nuestro cuerpo son parte de nuestras Memorias a flor de piel. Y este segundo volumen —al igual que el anterior— sigue abriendo un espacio para la historia, los recuerdos y el trabajo de quienes han compartido su sabiduría y son, y serán siempre, los grandes maestros de la dermatología mexicana. Porque, ¿cómo podemos explicarnos el desarrollo de esta rama de la medicina sin el legado de los especialistas José Barba Rubio y Miguel Ahumada o las enseñanzas de reconocidos dermatólogos como Yolanda Ortiz, Pedro Lavalle y Amado Saúl? Aquí están las voces y los testimonios de quienes han sembrado las raíces del conocimiento de esta disciplina en nuestro país, así como de quienes la han enriquecido desde su especialidad con talento, dedicación, generosidad y muchos sacrificios. Sirva la presente obra como un humilde homenaje a todos ellos. Y aunque seguramente faltarán algunos maestros, en cada edición continuaremos dando cabida a los profesionales comprometidos y apasionados por la dermatología. Mi gratitud para quienes al compartir su historia nos hicieron parte de ella. Mi más sincero agradecimiento a los doctores Roberto Arenas, Isabel Arias, Patricia Mercadillo, Fernando Montes de Oca —asesor editorial de esta obra— y Francisco Pérez Atamoros, integrantes de nuestro Comité editorial, por su sabiduría; a Pilar Montes de Oca Sicilia, por dar vida a estas páginas con su gran experiencia; al doctor Amado Saúl, quien aceptó gentilmente escribir el prólogo; al doctor Hernán Navarrete Alarcón, especialista en Medicina del enfermo en estado crítico, cuya vasta biblioteca estuvo a nuestra disposición para nutrir los contenidos; y a todos aquellos que, de manera directa o indirecta, han estado involucrados en la realización de este proyecto como Carolina Hernández, Alejandra Tapia, Alicia López, Valentina Santos, Natalia Marín y Paula Arizmendi. —10— Y, por supuesto, un especial reconocimiento al prestigioso antropólogo e historiador Miguel León-Portilla. El profesor e investigador emérito de la unam nos brindó observaciones invaluables para la realización del capítulo “La medicina prehispánica: el encuentro de la ciencia y lo sagrado”. Fue un verdadero honor contar con la participación del más célebre estudioso de las lenguas y culturas indígenas de México. Toda esta suma de esfuerzos nos ha permitido llevar hasta sus manos este libro. La empresa no ha sido sencilla, sobre todo porque hemos tenido que sortear tiempos difíciles, pero nos queda la satisfacción de poder transmitir una riqueza de testimonios que son una fotografía viva de una disciplina en constante búsqueda de nuevos caminos de excelencia médica. Deseamos con sinceridad que usted encuentre en esta publicación algo tan profundo que logre traspasar su piel y quede inscrito para siempre en su memoria. Afectuosamente, Pedro Hoth von der Meden Director general Fedele, S. A. de C. V. [email protected] —11— Un beso apenas, un leve, ya risueño fulgor que lento acaba: la piel que se contrae. La sangre toda y los sudores hablan. Vuelven a mí los pensamientos. Jaime Labastida Prólogo L a historia no significa sólo la simple enumeración de fechas y personas, sino algo más, la forma como esas personas han modificado para bien o para mal el desarrollo de las civilizaciones y la presencia del ser humano en el mundo en que vivimos. Saber cómo y por qué actuaron los que nos antecedieron es comprender las causas de nuestro comportamiento actual, y esto es en todos los aspectos. En el caso de la medicina es más evidente, tenemos que saber cómo pensaron nuestros maestros para poder evaluar su legado y la influencia que éste tiene en nuestra actitud actual de médicos ante nuestros enfermos. En el campo de la dermatología, en especial de México, varias personas se han interesado en su historia y han escrito capítulos y hasta libros sobre ella, como Yolanda Ortiz, Dominique Verut, el que esto escribe, tanto en sus aspectos prehispánicos como en la vida colonial e independiente, sobre todo acerca de su nacimiento en México y su desarrollo en el siglo xx. Recientemente apareció un libro llamado Memorias a flor de piel realizado por la casa farmacéutica Fedele. En el se exponen algunos datos históricos de la dermatología en México, a través de los recuerdos y las palabras de algunos importantes dermatólogos del país. Resultó una agradable sorpresa por la magnífica edición y porque, de manera curiosa, gran parte de lo ahí expuesto era desconocido seguramente por muchos de los dermatólogos de nuestro país. Ahora, la misma casa farmacéutica se impone la labor de continuar esa historia en un segundo volumen. El señor Pedro Hoth, director general de Fedele, me ha hecho el honor de invitarme a escribir el prólogo de este segundo volumen de Memorias a flor de piel, tal vez por ser el “menos joven” de los dermatólogos del país, lo cual acepto con mucho gusto y se lo agradezco. La obra que da luz a diversos aspectos de la dermatología contemporánea se inicia con una magnífica y completa descripción de la dermatología precortesiana, en especial acerca de la medicina maya y azteca, haciendo hincapié en las enfermedades ya conocidas de sus habitantes y los medios que tenían para curarlas sobre todo con base en una amplia herbolaria. Algunos términos indígenas aún prevalecen en nuestro —13— “Cuanto más lejos puedas mirar hacia atrás, más lejos podrás mirar hacia delante” así dijo el gran estadista inglés Winston Churchill, en 1944, y tenía razón. lenguaje dermatológico actual como la palabra xiotl-jiote, por ejemplo, que designa cualquier mancha hipocrómica. Mucha de la herbolaria usada para tratar las tiñas, la sarna, quizá la tuberculosis y la sífilis, se fue incorporando lentamente a la terapéutica que traían los españoles. Es un capítulo muy bien documentado. A continuación se habla de la medicina española, desde la Edad Media al siglo xvi, con la influencia que tenía de las medicinas árabe y griega y cómo llega esta medicina a América y se mezcla con la autóctona de los pueblos mesoamericanos. Se señalan las enfermedades que trajeron los españoles a América como la viruela, el sarampión, la lepra, y las que se llevaron como la sífilis. El capítulo dos habla de algunas instituciones actuales del país que han intervenido ampliamente en el desarrollo de la dermatología en México. Se escogen sólo dos: el Centro Médico Nacional “20 de Noviembre” de la capital del país y el Instituto Dermatológico de Jalisco “Dr. José Barba Rubio”. Como ejemplo de sociedades dermatológicas que se han formado al amparo de la dermatología, se ejemplifica ederpas, que es la Asociación de Egresados del Centro Dermatológico Pascua, creada a instancias del doctor Manuel Malacara de la Garza; importante centro formador de dermatólogos de México, desde su fundación en 1937, donde destaca la labor del profesor Fernando Latapí como su primer director y fundador de la moderna escuela mexicana de dermatología. Después vienen aspectos de la dermatología mexicana en voz de algunos connotados dermatólogos actuales como los doctores Miguel Ahumada Padilla (q.e.p.d.); José Barba Rubio (q.e.p.d.), fundador del instituto que lleva su nombre en Guadalajara; Ramón Ruiz Maldonado y Carola Durán, relevantes dermatólogos pediatras; Sagrario Hierro; los doctores Luciano Domínguez y Ma. Teresa Hojyo que han hecho florecer a la dermatología en el Hospital General “Dr. Manuel Gea González”; el doctor Pedro Lavalle, decano de los dermatólogos en México y uno de los fundadores de la micología dermatológica en este país. Los doctores Malacara de la Garza, Charles Meurehg y Clemente Moreno; el doctor Benjamín Moncada de San Luis Potosí; León Neumann; Roberto Arenas; Jorge Ocampo, que ha desarrollado aún más el Servicio de Dermatología del Hospital Universitario de Monterrey; Yolanda Ortiz en el Hospital Juárez, una de las más conocidas derma- —14— tólogas de México y Latinoamérica; Obdulia Rodríguez, quien fue directora del Centro Dermatológico Pascua y gran conocedora de la lepra; la doctora Rocío Orozco, fundadora del Departamento de Dermatología del Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición “Salvador Zubirán”; Luis Rivera; Amado Saúl, autor de este prólogo, y, finalmente, Oliverio Welsh también de Monterrey. Este segundo tomo de Memorias a flor de piel es muy completo, no pretende ser exhaustivo, quedaron muchos magníficos dermatólogos en el tintero, seguramente habrá un tercer volumen; la historia nunca termina, la hacemos a diario todos los que vivimos. Es, pues, de agradecer a los laboratorios Fedele su interés por poner en manos de los dermatólogos mexicanos una buena parte de su historia para que podamos comprender quiénes somos, cómo somos y por qué actuamos como lo hacemos, y tal vez con ello poder vislumbrar algo del futuro de la dermatología en México en los próximos años. ❁ Dr. Amado Saúl Cano —15— Primera parte 1 La piel, sus patologías y sus cuidados en épocas prehispánicas y durante la Colonia —18— La medicina prehispánica: el encuentro de la ciencia y lo sagrado E n el primer tomo de Memorias a flor de piel situamos los inicios de la der- matología, en este segundo volumen nos referiremos a esta disciplina desde la perspectiva de la medicina maya y náhuatl. De esta forma, nos encauzaremos en dos de las fuentes de las que proviene la terapéutica americana y revisaremos someramente los avances que agrupó y sintetizó su conocimiento médico. La medicina no puede ser entendida fuera de la sociedad que la generó. Toda medicina tiene que ver con una visión particular del hombre, su estructura y el lugar que ocupa en el Universo.1 Y en este sentido, a pesar de que el marco conceptual que dio fundamento a la terapéutica de los antiguos mexicanos es desconocido en muchos aspectos, hoy es posible hacer algunas especulaciones con base en la información que se ha recolectado sobre la medicina herbolaria. “¿Qué mágicas infusiones de los indios herbolarios de mi patria, entre mis letras el hechizo derramaron?” Sor Juana Inés de la Cruz También sabemos que la salud entre los nahuas, los mayas y otros pueblos del México precolombino se obtenía a partir de un equilibrio entre fuerzas corporales, naturales y sobrenaturales. Como veremos más adelante, las plantas medicinales desempeñaron un importante papel en este equilibrio y proporcionaron elementos para las prácticas preventivas y curativas que se aplicaron a una sociedad espléndida en conocimientos médicos.2 Medicina maya3 El pensamiento maya y todas sus actividades estaban guiados por su gran fe en los dioses. Consideraban que sus padecimientos eran de origen sobrenatural y tenían 1 Carlos Viesca, Ticiotl. I. Conceptos médicos de los antiguos mexicanos, Departamento de Historia y Filosofía de la Medicina, UNAM, México, 1997, p. 92. 2 Robert Bye y Edelmira Linares, «Plantas medicinales del México prehispánico», arqueología mexicana, vol. vii, núm. 39, CNCA/INAH, México, septiembre-octubre de 1999, p. 5. 3 El contenido de este apartado se basa en el documental “Medicina maya”, La historia de la medicina en México, cap. ii, UNAM/AstraZeneca, México, 2007. 2100-2000 a.C. En Babilonia se encuentran las primeras indicaciones terapéuticas para la preparación de cataplasmas, pomadas, emplastos y vendajes —sobre una base de grasa y la adición de drogas machacadas. —19— varios dioses de la medicina, entre ellos la diosa anciana Ixchel, que también era patrona del parto, de la adivinación y de la Luna. Para esta civilización, un médico, además de dedicarse a cuidar de la salud de los miembros de su comunidad, debía ser versado en las artes de la adivinación, fungía como intermediario ante los dioses y conocía su voluntad. Otra de sus funciones era vigilar el cumplimiento de los rituales e interpretar los signos enviados por las deidades para que así pudiese guiar al pueblo. Existían distintos tipos de médicos. Entre los nobles mayas el segundo hijo aprendía a reconocer las señales de la naturaleza que le hablaban de la voluntad de los dioses. Aquellos que se ocupaban de la salud de los estratos más bajos, eran elegidos por las deidades, que los designaban de maneras diferentes: El viaje de un códice Considerado el “último gran herbario medieval”, el Códice De la Cruz-Badiano fue redescubierto hasta el siglo xx por historiadores estadounidenses. En sueños que eran interpretados por los ancianos del pueblo. Por sobrevivir al golpe de un rayo, ya que indicaba que la persona había recibido poderes sobrenaturales y podía ser médico. Al encontrar preciosas piedras de luz, que formaban parte del bagaje del médico y con las que llevaba a cabo algunas de sus artes adivinatorias. Después de ser seleccionados, eran muchos los requisitos exigidos a los hombres y mujeres que ejercían este oficio. Necesitaban conocer todos los aspectos físicos, emocionales y espirituales de los pobladores, para poder identificar si los padecimientos que los aquejaban se debían a una transgresión a los dioses —pecados, excesos, haber generado envidias, ataque de las deidades del inframundo, entre otras. También se ocupaban de la parte espiritual del ser, o el alma del hombre, que estaba ligada a una criatura animal que padecía si el hombre sufría y viceversa. Otra de sus tareas consistía en asegurarse de que los elementos naturales que recolectaban para sanar a las personas contaran con todas las energías positivas. Entre los productos que recogían en los bosques para sanar padecimientos de la piel encontramos la resina de pinos y oyameles que, aplicada sobre las heridas, podía curarlas. —20— Ejemplo de una de las ilustraciones del Códice Badiano, p. 38. Muchos padecimientos se asociaban con animales. Por ejemplo, las enfermedades dermatológicas, como la aparición de erupciones, granos, pústulas y bubas, se relacionaban con el fuego y con animales como la serpiente, el armadillo, el mono, la lagartija, las palomillas, avispas, arañas y termitas. Es muy probable que la inclusión de artrópodos se deba al efecto de la picadura que algunos de estos animales producen sobre la piel. El ejercicio de la medicina maya era muy efectivo, ya que la mayoría de las ocasiones la curación se lograba desde la primera intervención del médico. Los antiguos mayas heredaron su gran conocimiento a los actuales pobladores, quienes siguen usando los mismos remedios de hace siglos, a pesar de la fusión del saber científico español e indígena. Medicina náhuatl Medicina prehispánica. Los nahuas, una de las civilizaciones más importantes del altiplano central de México, también tenían construida una teoría médica precisa. Según este criterio, todo estaba sometido al cambio y al término o a la muerte;4 la vida era una lucha constante a la vez que efímera. Se le concedía una importancia fundamental al equilibrio, tanto al cósmico como al del ser humano, y tomaba en cuenta un gran número de influencias externas que atribuía a deidades y sus criaturas. Este pensamiento definía la naturaleza de las enfermedades y sus remedios. Los nahuas transmitían su conocimiento mediante la tradición oral y sus antiguos códices. Gracias a ello, actualmente sabemos que las plantas medicinales autóctonas integraron jardines y colecciones escrupulosamente cuidadas, que se cultivaron con 4 Miguel León-Portilla, Los antiguos mexicanos a través de sus crónicas y cantares, FCE, México, 2006, p. 171 . 1550 a.C. Creación del Papiro Ebers, tratado de medicina egipcia que habla sobre las medicaciones para curar mordeduras, quemaduras, purulencias, poliuria, enfermedades de las manos y de los pies, y consejos para el cuidado de la piel y el cabello. —21— Curación de la fiebre —Códice Florentino, Libro 11. propósitos curativos específicos, y cuya producción permitió el abastecimiento de mercados para el ejercicio formal de la medicina indígena.5 No obstante, el herbario tuvo que recorrer un largo camino antes de llegar a su destino final. Cuando fue creado, su misión era ser un lujoso regalo para el rey de España, Carlos V. Sin embargo, después de ser visto y admirado por la realeza ibérica su función terminó y pasó a formar parte de la Biblioteca del Escorial. Después lo adquirió Diego Cortavila y Sanabria, un famoso erudito y farmacéutico que vivió en Madrid en el siglo xvi. Su segundo propietario fue el cardenal italiano Francesco Barberini, En lengua náhuatl, el nombre que representaba a la disciplina médica era ticiotl, mientras que el especialista médico se denominaba tícitl.6 Su concepción de esta materia curativa lindaba con el misticismo y la narración simbólica; de ahí que, para poder curar correctamente, fueran tan importantes no las enfermedades, sino las concepciones del cuerpo. Según la medicina náhuatl, la salud dependía de un lazo cósmico de los sanadores con las divinidades. Del mismo modo, la terapéutica se ayudaba de diversos rituales y sacrificios que invocaban una curación que se relacionara con el favor de los dioses. De acuerdo con la tradición nahua, el cuerpo es concebido como un reflejo del mundo, “un microcosmos”, cuyo centro es el ombligo, como lo es en el Universo.7 Dentro del ser humano anidaban tres fuerzas anímicas que fungían como motor esencial para el funcionamiento de los hombres. El ihíyotl era una emanación proveniente del interior de la Tierra, que se situaba en el hígado y era la entidad anímica correspondiente a la parte inferior del cuerpo y símbolo del inframundo. El término significa aliento. El teyolía corresponde al concepto cristiano del alma; se guardaba en el corazón, y su característica principal era la vitalidad y su salida provocaba la muerte de su poseedor, convirtiéndose el teyolía en un ave. La entidad anímica más importante, el tonalli, descendía de los cielos, se relacionaba con el Sol y el calor; se hallaba en la cabeza o en las coyunturas. Su nombre proviene del verbo tona, “irradiar”. Era el coleccionista ávido y 5 Xavier Lozoya, «Un paraíso de plantas medicinales», arqueología mexicana, vol. vii, núm. 39, CNCA/INAH, México, septiembre-octubre de 1999, p. 16. 6 Viesca, op. cit., pp. 7 y 8. 7 León-Portilla, op. cit., p. 11. —22— medio para comunicarse con los dioses y permitía el crecimiento de los niños y la vitalidad de los hombres; su ausencia causaba enfermedad y hasta la muerte. El tonalli podía debilitarse por causas muy diversas: durante el sueño, por un enojo, ebriedad, angustia o espanto, durante el coito o por medio de hechicería con ciertos encantamientos o maleficios.8 A partir de esta concepción tripartita, la noción de la medicina lindaba con los preceptos religiosos. De esta forma, las enfermedades podían ser causadas por: Dioses o seres de pisos superiores del Universo. Fuerzas pertenecientes al ámbito cósmico. Fuerzas divinas que habitan en seres de la superficie terrestre. Dioses del inframundo. Fuerzas de seres del inframundo. Seres de ese mismo ámbito cósmico que moran en la superficie terrestre. Otros hombres.9 Escena de medicina —Códice Florentino, Libro 11. Por ello era necesario, además de curar el cuerpo, resarcir a los espíritus y fuerzas agraviadas. De esta manera, se hacía imperativa la labor de un médico religioso, que pusiera orden en el cuerpo y el alma del enfermo. En los pueblos indígenas, los rituales religiosos operaban en todos los ámbitos. Así, la herbolaria pertenecía a la sabiduría popular, precisamente por los nexos que exis- Médico maya. 8 Viesca, op. cit., pp. 143-148. 9 Ibid., p. 169. 1400 a.C. Los egipcios importaban aceite de oliva y de almendra de Grecia para la preparación de cosméticos. En los papiros médicos abundan las recetas para el cuidado y embellecimiento de la piel y sus anexos; el tratamiento de las arrugas era bastante común en Egipto. —23— tían entre el saber religioso y el médico. Los métodos curativos eran transmitidos de los padres dedicados a la ticiotl a los hijos, sin distinción de género. Se comenzaba a muy temprana edad con tal instrucción, por la amplitud de conocimientos que se habían llegado a alcanzar. curioso de toda clase de libros, objetos de arte o rarezas naturales, cuya biblioteca fue anexada a la del Vaticano. Existe una copia del códice en la Biblioteca de Windsor, en Inglaterra, que ostenta el escudo de armas de Cassiano dal Pozzo, colega del cardenal Barberini. Este hecho sugiere que el herbario Tláloc, el dios del agua y de la reproducción de la vida, estaba directamente relacionado, junto con otros dioses, con la salud y la medicina. Los dioses podían castigar a la gente causando problemas. Por ejemplo, Tláloc era el responsable de los Tláloc, dios del agua. reumatismos ocasionados por la humedad. A su vez, Xipe Totec, nuestro Señor el Desollado, era el dios de la piel y enviaba la dermatitis y la sarna. suscitó tanta admiración en las personas que llegaron a observarlo, que mandaron hacer un ejemplar adicional, el cual permaneció empolvado varios cientos de años antes de ser encontrado en 1929. Tezcatlipoca era el principal propagador de enfermedades entre los nahuas. La diosa de la Luna era quien traía a la Tierra las epidemias. Las deidades que forman el complejo de los “dioses del agua”, como el antes mencionado Tláloc, mataban a ciertas personas para que los teyolía se convirtieran en sus mensajeros y ayudantes.10 El ser supremo encargado de auxiliar a los sanadores era Xipe Totec, el dios de la primavera y las flores, responsable de la transformación de la Tierra y de las enfermedades de la piel. Si se perdía su favor, los nahuas enfermaban de sarna, pediculosis, tiña, psoriasis o diversas ulceraciones. 10 Bernard Ortiz de Montellano, “Medicina y salud en Mesoamérica”, arqueología mexicana, vol. xiii, núm. 74, CNCA/INAH, México, julio-agosto de 2005, p. 37. —24— Como se puede observar, las enfermedades de la piel tenían una amplia relevancia en la medicina precolombina. Esto también se ve reflejado en los textos indígenas del mundo náhuatl del siglo xvi, donde se hace referencia a Nanahuatzin, dios cuyo nombre significa “el purulento o bubosillo”, quien se preparó haciendo penitencia, para arrojarse a una hoguera y salir de ella transformado en Sol.11 Hoy en día sabemos acerca de los padecimientos dermatológicos de nuestros antepasados, como las granulomas y pústulas, entre otros, por las piezas de cerámica que las reflejan. Existían numerosas formas de terapéutica de la piel en la medicina nahua, que dependían del tipo de enfermedad. Se sabe que el médico agorero, por ejemplo, hacía uso de diversos objetos con presuntas propiedades mágicas: navajas de obsidiana, espinas de maguey, sonajas, entre muchos otros. También se conoce que el diagnóstico se hacía con base en las distintas prácticas adivinatorias. Los nahuas utilizaban una gran variedad de plantas medicinales para solucionar las patologías cutáneas con vigencia actual: las semillas, hojas y cáscara del aguacate sirven para aliviar los padecimientos de la piel; los frutos, las hojas y la corteza de la guayaba para curar la sarna; y el tlanchichinole, tomado en infusión, se usa para curar úlceras, llagas y heridas.12 El capítulo vigésimo séptimo del libro décimo del Códice Florentino inicia la relación hablando primero “acerca de nuestra carne, de la piel de nosotros los hombres y las mujeres”.13 Según esta fuente, en la curación de heridas de la cabeza se usaban: orina —para lavarla—, la planta matlalxíhuitl —para detener las hemorragias— y baba de maguey para la cicatrización. Cuando el pacien11 León-Portilla, op. cit., p. 26. 12 Bye y Linares, op. cit., pp. 12 y 13. 13 Alfredo López Austin en Viesca, op. cit., p. 128. 1000 a.C. “Cuando los españoles huyeron nosotros pensamos que habíamos visto el último de ellos pero no fue así […] vino una pestilencia, la viruela. Causó gran miseria. Los que la sufrieron tenían el cuerpo cubierto con pupas, y sólo podían estar en sus camas. Muchos murieron de hambre porque no quedaba ninguno vivo en sus hogares para cuidarlos.” Códice Florentino El Atharvaveda contiene consejos prácticos acerca de cómo verter ciertas hierbas hervidas sobre las heridas para ayudar a su curación. —25— A partir de julio de 1991, el documento se encuentra depositado en el Museo Nacional de Antropología e Historia, gracias al Papa Juan Pablo II. En 2009, el inah lo digitalizó y editó en CD para que alcanzara una difusión cada vez mayor. te tenía una infección cutánea en el cuello, se procedía de la siguiente manera: “Se lava el cuello con orina. Se bizma con el compuesto de astillas resinosas de pino muy desmenuzadas y chíchic cuáhuitl, e iztáuhyatl y hollín, y raíz de yapaxíhuitl, y un poco de sal, capulxíhuitl e itzcuinpatli. Y sus bubas se cubren con abundante sal”. 14 En este mismo texto se especifican curas alternativas para las bubas, llagas, abscesos, entre otros padecimientos del tonacayo, o “nuestra carne”, en lengua náhuatl. Por su parte, el Códice de la Cruz-Badiano prescribía instilar dentro de una herida el jugo del árbol de ilin, la raíz del arbusto tlalhahuehuetl, cera y la yema de un huevo. Según esta última fuente, los animales, o partes de ellos, fungían como ingredientes complementarios de las plantas. Por ejemplo, la sarna y las manchas en la cara se curaban con el jugo de tlalquequetzal, acuahuitl y ehecapahtli, molidos y echados en agua de sabor agrio con excremento de paloma. Las grietas en las plantas de los pies se trataban con “un ungüento hecho de la hierba tolohuaxihuitl, sangre de gallo, resina y todo esta mezcla se calentaba”. Uno de los tratamientos para remover las verrugas recomendaba lavarlas con alguna frecuencia con el agua en que se ha limpiado un cadáver.15 Esto último apunta a que en el Códice de la Cruz-Badiano aparecen mezclados los recursos que pudiéramos llamar racionales con los mágicos. Esta compilación incluye, además, soluciones para la caspa, los forúnculos, los “tumorcillos esponjosos”, entre otros. Algunos de los más avanzados procesos de terapéutica de los pueblos indígenas eran suministrados a través de la piel, como el baño, el calor o la humedad. Un aspecto importante de la conceptualización de las enfermedades de los nahuas es que las clasificaban por cualidades de frío y calor. No se sabe a ciencia cierta si esta visión dual del mundo es endémica, si deriva de la doctrina de los humores traída por los españoles o si se trata de un paralelismo cultural, que es lo más probable. 14 Alfredo López Austin, Textos de medicina náhuatl, UNAM, México, 1984, p. 55. 15 Martín de la Cruz, Libellus de medicinalibus indorum herbis, FCE/IMSS, México, 1996, pp. 37, 53 y 75. —26— Calor y frío se entendían como calidades y no cantidades térmicas. Cuando el cuerpo humano no se encontraba equilibrado, era necesario suministrar al enfermo alimentos o medicamentos de calidad contraria a la del mal, para que se restableciera el orden. Las enfermedades de naturaleza caliente se generaban al interior del cuerpo o provenían de la exposición prolongada a los rayos solares y podían provocar fiebre. Las enfermedades frías se producían por la intrusión de la calidad fría que podía llegar al cuerpo mediante una corriente de aire o por la ingestión de algún elemento frío. Algunos padecimientos calientes con implicación dermatológica eran las erupciones, las irritaciones en la piel y la escarlatina. Las verrugas, la sarna y las bubas eran provocadas por elementos fríos.16 Médicos aztecas, Códice Florentino, Libro 10. De esta forma, el proceso de curación implicaba un conjunto de nociones variadas y complejas, y muy diversas fuentes que pervivieron a lo largo de la Conquista y la Colonia. Los adelantos médicos de los nahuas fueron recogidos en varios documentos, tales como el mencionado Códice de la Cruz-Badiano, elaborado hacia 1549 y que contiene información acerca de 150 plantas medicinales autóctonas, las cuales están acompañadas de textos en latín que refieren sus propiedades curativas. Otro documento es el también citado libro 11 del Códice Florentino, que está dedicado a las plantas, los animales y a diversos aspectos de la medicina antigua. Contiene información respecto de 250 plantas medicinales y la obra en su totalidad fue recopilada por fray Bernardino de Sahagún. Ambos manuscritos resultan esclarecedores para conocer cómo era el tipo de medicina practicada en Mesoamérica. Gracias al profundo conocimiento que la tradición mexica tenía de su entorno y del cuerpo humano, la dermatología colonial la incorporó en su saber científico y su influencia ha llegado hasta nuestros días. Fray Bernardino de Sahagún. 16 López Austin, op. cit., pp. 17-31. 30 a.C. Celso describió los signos de la inflamación y también utilizó corteza de sauce para mitigarlos. Hacia 160 Galeno de Pérgamo atribuía al adelgazamiento del cuero cabelludo la alopecia y recomendaba el afeitado y los masajes para su tratamiento. —27— Vuelve muchas veces y tómame, sensación amada, vuelve y tómame cuando el recuerdo del cuerpo despierta y un viejo deseo recorre la sangre; cuando los labios y la piel recuerdan y sienten las manos como si de nuevo palparan. Vuelve muchas veces y tómame en la noche, cuando los labios y la piel recuerden... Constantino Cavafis La medicina española en la Edad Media L a medicina española se deriva de las fuentes arábiga, griega y europea. Sin embargo, tales influencias comenzaron a marcarse casi hasta la llegada del Renacimiento. Durante el Medievo, la doctrina de los especialistas provenía principalmente de la tradición clásica; la medicina secundaba el conocimiento hipocrático-galénico que proponía, en especial, la teoría humoral. Ésta postulaba que todas las cosas estaban constituidas por cuatro elementos: tierra, agua, aire y fuego, y tenían ciertas propiedades: seco, húmedo, frío o caliente, dependiendo del elemento que les diera origen. Los elementos correspondían a los cuatro humores que constituían el cuerpo humano y su equilibrio conservaba la salud: sangre, flema, bilis amarilla y bilis negra o melancolía. Si bien esta concepción del cuerpo humano era totalmente apriorística, fue manejada con una seguridad magistral durante toda la Edad Media. En aquel entonces, la labor del médico consistía en conocer la naturaleza del enfermo, descubrir los diferentes desarreglos que anidaban en él, y a partir de eso sugerir el tratamiento. No debía descartarse la influencia de los astros sobre el flujo y el reflujo de los líquidos corporales, lo que hacía que la curación de ciertas enfermedades dependiera de la influencia astral de ese momento. Otra creencia era que los santos cristianos podían curar enfermedades. Así, una curación se basaba más en supersticiones y rituales que en prescripciones efectivas. Galeno, el principal precursor de la medicina grecorromana, hizo diversos estudios sobre anatomía y fisiología. Impulsó, además, el estudio anatómico sobre animales y seres humanos. Por otra parte, se debe al dictum Hippocratis la división del arte de curar en diaetetica —preceptos para mantener la salud—, pharmaceutica —la ciencia de los medicamentos— y chirurgica —intervención de manos e instrumentos. Esta última se dividía a su vez en dos partes: la relacionada con la carne —cortar, suturar, cauterizar— y la relacionada con los huesos —composturas y vendajes.1 Representación de los cuatro humores hipocráticos, ilustración de Leonardo da Vinci. El Papa Silvestre. 1 Heinrich Schipperges, “La medicina en la edad media latina”, en Pedro Laín Entralgo et al., Historia universal de la medicina, t. iii, Salvat, España, 1973, pp. 191 y 193. 1100 El libro de Trotula de Salerno, Passionibus Mulierum Curandorum, describe las pomadas y pastas para desaparecer las arrugas, cambiar el color de la tez y conservar el color de las mejillas. Además, da la receta para la confección de un lápiz de labios con miel, jugo de remolachas, calabaza y agua de rosas. —29— Galeno (129-162), médico, farmacéutico y filósofo griego. Estatua situada en los jardines del Hospital Italiano de Buenos Aires. Durante la Edad Media, la sabiduría médica se relacionaba estrechamente con la Iglesia. La postura del monje médico se basaba en la concepción cristiana de la naturaleza, que era considerada como una creación de Dios, en la que todo debía estar en función del bienestar del hombre. Lo que no había sido creado para servir de alimento, como la carne de los reptiles, la sangre de los pájaros o el excremento, era considerado, en general, como un medicamento. Así, el fraile, además de preocuparse por el alma, tenía la función de cuidar al cuerpo, plantar hierbas medicinales, realizar pequeñas incisiones, aplicar emplastos o aprovechar una y otra vez la erudición de los libros antiguos.2 Los dermatólogos griegos de la Antigüedad se caracterizaron por su objetividad al momento de describir y diagnosticar enfermedades cutáneas. Una muestra de ello es que todavía se utilizan términos que los helenos acuñaron, como exantema, edema, pitiriasis o liquen. Al igual que en la tradición náhuatl, los habitantes de la península Ibérica dieron a la religión un lugar trascendental en todos los ámbitos. De acuerdo con la concepción católica, en el ser humano habitaban dos niveles: el alma y el cuerpo. Mientras que al cuerpo le correspondía una curación científica, al estilo de Galeno e Hipócrates, al alma se le curaba con elementos religiosos y psicológicos. Como es sabido, en esos tiempos era más relevante el destino del alma que el del cuerpo, por lo que se le daba preponderancia a la salvación religiosa; ello implicaba la confesión del enfermo y el uso de oraciones, plegarias especiales, fórmulas mágicas y reliquias o amuletos. Entre las grandes enfermedades que solía padecer el pueblo se hallaban la tuberculosis y diversas afecciones de la piel3 dadas las condiciones de insalubridad imperantes durante la Edad Media. Algunas patologías cutáneas se recrudecieron a tal grado que se originaron grandes supersticiones y prejuicios que permanecieron en Europa —y en los países colonizados, desde luego— durante muchos años e implicaron un tratamiento espiritual y sólo tardíamente corporal. La lepra, por citar alguna, se consideraba un castigo divino. De acuerdo con la tradición bíblica, el enfermo era 2 Ibid., p. 198. 3 Ibid., p. 204. —30— de inmediato aislado en habitaciones especiales, y las personas con las que anteriormente convivía tenían prohibido establecer contacto con él a partir de que se le diagnosticaba el padecimiento. Las leproserías se extendían a lo largo de toda Europa, especialmente durante y después de las Cruzadas. Después del año 1225, se dice que sólo en Francia había más de 2 000 casas destinadas a enfermos de lepra. La leprosería típica estaba rodeada de un muro; tenía una pequeña capilla de piedra, numerosas y pequeñas casas de madera y un cementerio. Se ubicaban en los caminos principales de salida de las grandes ciudades para que así los enfermos pudieran mendigar limosna como derecho a tránsito. Monjes infectados por alguna enfermedad exantemática son bendecidos por un sacerdote. Ilustración de letra C capital del manuscrito inglés del siglo xiii Omne Bonum, de James le Palmer. 4 Con la llegada del mundo árabe a la Península Ibérica, en el siglo viii se fue logrando lentamente la recuperación de la sabiduría grecolatina. Avicena y Ar-razi, eruditos árabes de los siglos ix y x, abrieron el horizonte hispano a las obras de los clásicos griegos. Las universidades peninsulares, que aglutinaban a los más ilustres estudiosos, superaron paulatinamente los paradigmas medievales de la medicina. La influencia de Andrés Vesalio fue determinante para el desarrollo de la anatomía y la medicina posterior a la Edad Media. En su libro De Humanis Corporis, Vesalio 4 Dieter Setter, “Los hospitales en la Edad Media”, en ibid., p. 289. Hacia 1300 Los indígenas de lo que hoy es Colombia usaban el achiote para prevenir las quemaduras solares, el ají como tratamiento para el acné, el guayacán para las bubas y el tabaco como cicatrizante contra las mordeduras. —31— representaba grabados de las diferentes partes del cuerpo, como los músculos, el aparato circulatorio, el sistema nervioso e incluso el cerebro. Aunque al poco tiempo se publicó el libro de Bernardino Montano, Anatomía del hombre, como una respuesta que regresaba a la doctrina de Galeno, el texto de Vesalio fue de gran influencia para los estudiosos de la época. De hecho, Juan de Valverde, cuyo libro Historia de la composición del cuerpo humano se basó en el estudio de Vesalio, fue el autor más leído por los médicos durante esa época. Para ese entonces, la medicina española era la más avanzada de Europa, porque en aquel entonces la Península Ibérica era una potencia científica y técnica en varias disciplinas y artes. Además, contaban con las recientes influencias de la medicina árabe y judía, como se mencionó anteriormente. Esta última se dio por parte de la Corona, ya que los médicos encargados de cuidar de la salud de los reyes y príncipes eran judíos. Además, el término de la Edad Media y el inicio del Renacimiento coinciden con uno de los acontecimientos más trascendentales para el mundo moderno: el descubrimiento de América. Como veremos a continuación, este evento cimbró la identidad medieval, y provocó una muy interesante combinación de saberes en la especialidad médica. Andrés Vesalio (1514-1564). —32— La teoría humoral permitía clasificar a los enfermos en sanguíneo, flemático, bilioso o melancólico. Cada uno de estos temperamentos tenía una fisiognomía especial y una predisposición para cierto tipo de enfermedades o desarmonía de los humores corporales. Por ejemplo, si los humores entraban en efervescencia se producían la inflamación y la fiebre; si se volvían acres surgían las erupciones; su putridez ocasionaba las enfermedades pestilentes y disentéricas. 5 5 Documental “Medicina colonial”, La historia de la medicina en México, cap. III, UNAM/AstraZeneca, México, 2007. Hacia 1350 Los guaraníes, habitantes del Amazonas, utilizaron la ostra, concha bivalva molida, que espolvoreaban sobre las heridas para acelerar su curación. —33— Vaso de amarga miel: sueño dorado, sueño adentro de la cegada piel. Efraín Huerta Nueva España y el desarrollo de los Protomedicatos L a época colonial en México fue un periodo de grandes contrastes y contra- dicciones. Abarca tres siglos, desde el xvi al xviii, y, durante el primero de ellos, pudo haber muerto 90% de la población indígena en la Nueva España a causa de guerras, epidemias, hambrunas e insalubridad. Hasta antes de la Conquista, las culturas prehispánicas se levantaban magníficas en conocimientos, particularmente en el área de la medicina. De hecho, durante los primeros 40 años del régimen colonial se tomó muy en cuenta a los médicos indígenas como personas en quienes debería recaer la atención médica, por lo menos de la población indígena y, en su momento, se dictaron las medidas para que esto así sucediera. Más adelante, los europeos la convirtieron en un terreno vedado y fue automáticamente colocada fuera de las posibilidades compatibles con la nueva cultura imperante.1 Sin embargo, esta tradición no desapareció y debió mezclarse con otro grupo social, lo que dio origen a una cultura mestiza. Escena de mestizaje. Como vimos anteriormente, los indígenas basaban su medicina en la herbolaria y la relacionaban con rituales religiosos. Los españoles, por su parte, utilizaban ensalmos y remedios que se preciaban de tener un carácter científico. La fusión fue inevitable; con el arribo de los europeos a las tierras americanas, surgió una nueva tradición médica y farmacológica que no terminó con la medicina herbolaria. Por el contrario, continuó vigente entre la población indígena, mestiza y criolla, y pervive hasta nuestros días. Para 1477, los Reyes Católicos ya habían establecido leyes para regular la profesión médica, y le dieron el nombre oficial de Real Protomedicato. En ninguna otra nación de Europa se requería más persistentemente que en España un grado universitario para ejercer la medicina porque, en este país, la reglamentación de las profesiones médicas involucraba tanto a las universidades como al gobierno. Para evitar la falsi1 Carlos Viesca, Ticiotl. I. Conceptos médicos de los antiguos mexicanos, Departamento de Historia y Filosofía de la Medicina, UNAM, México, 1997, p. 30. Hacia 1350 Los mocovíes, habitantes de lo que hoy es Argentina, utilizaron el cebil —perteneciente a la familia de las mimosas— en forma de emplastes para curar las lesiones de la lepra. —35— ficación de las certificaciones, las universidades de Salamanca, Valladolid y Alcalá eran las únicas que podían dar una licencia en medicina.2 Francisco Hernández, protomédico. Así, algunos años después de la Conquista, el ayuntamiento de la ciudad de México trató de vigilar la práctica médica, de manera que en enero de 1525 aparece la primera disposición para controlar esta actividad. También llegaron algunos médicos españoles de carrera, cuyo objetivo era ejercer la profesión y realizar estudios de botánica. Su fin principal era el análisis de las plantas medicinales que pudieran utilizar exitosamente en el Viejo Continente. La práctica de la medicina en la Nueva España corrió paralela a las investigaciones teóricas y a las recopilaciones de recetarios indígenas. De esta forma, su búsqueda en este rubro los llevó a darse cuenta de que los nativos sabían medicina herbolaria y empezaron a sustituir las plantas europeas por las americanas. “Escasos tres años después de la caída del Imperio mexica, llegó el primer facultativo español provisto de real licencia para ejercer. Su nombre era Olivares y su autorización había sido datada en Burgos el 8 de julio de 1524.” 3 Una botica de la época. Fue hasta 1570, cuando el rey de España, Felipe II, nombró protomédico general de todas las Indias, Islas y Tierra firme del Mar Océano, a Francisco Hernández, quien con dicho cargo residió en la Nueva España de 1571 a 1577. Sin embargo, el doctor estaba demasiado interesado en la botánica como para ocuparse de la fundación permanente de un Protomedicato. Él fue un viajero incansable; recorrió buena parte del país en busca de noticias acerca de plantas, animales y minerales; hizo importantes estudios de sus propiedades terapéuticas y experimentó en enfermos y en sí mismo los efectos, aun en contra de su propia salud. Todo ese conocimiento lo recolectó en su libro Historia natural de Nueva España. Esta obra se caracteriza por ser la visión de 2 John Jay TePaske, (ed.) El Real Protomedicato. La reglamentación de la profesión médica en el Imperio español, trad. de Miriam de los Ángeles Díaz Córdoba y José Luis Soberanes Fernández, Facultad de Medicina-IIJ, p. 31. 3 Elías Trabulse, Historia de la ciencia en México, Estudios y Textos, CONACYT/FCE, México, 1985, p. 44. —36— La primera descripción e ilustración del ololiuqui fue publicada por Francisco Hernández, médico español que, entre 1570 y 1575, realizó una investigación extensa sobre la flora y la fauna de México para Felipe II. un hombre de ciencia europeo que, ante la riqueza natural de un mundo no antes conocido, cataloga e investiga el entorno con categorías inflexiblemente occidentales.4 En América y en España, el Real Tribunal del Protomedicato era un organismo que regía toda la actividad y desarrollo de la medicina y demás acciones relacionadas con la salud. Estaba integrado por los tres médicos más prominentes de la Nueva España: el primero era el catedrático de prima —profesor que tenía tiempo destinado para sus lecciones—; el segundo, el decano de la facultad, y al tercero, lo designaba el virrey. Sus funciones estaban relacionadas con todos los problemas de salubridad pública; vigilaban las boticas —que se despacharan los medicamentos correctamente y se cobraran los precios adecuados—; dictaban las indicaciones necesarias duran- 4 Alfredo López Austin, Textos de medicina náhuatl, UNAM, México, 1984, p. 41. Hacia 1350 Los pampas, que habitaban en lo que hoy es el noroeste de Buenos Aires, emplearon el yang en la terapéutica de las aftas bucales. —37— te las múltiples epidemias, y controlaban a las personas que practicaban ciertas formas de curar, como las parteras, los boticarios, los cirujanos y los herbolarios, a quienes se les aplicaba un examen para obtener una licencia que les permitiera ejercer su actividad.5 La influencia de esta institución fue muy profunda, precisamente por el encuentro de las patologías de dos mundos. Debido a las epidemias que cundieron en la Colonia, como la de sarampión o la de viruela, se elaboraron reglamentos locales que pervivieron hasta el México independiente. Además, los Protomedicatos corrigieron y arbitraron los posibles atropellos e injusticias de los médicos, o presuntos médicos, hacia los pacientes, ya que abundaban las personas que ejercían el oficio de manera clandestina y con documentos falsos. Lujosa portada de la obra de Francisco Hernández. Otra de las actividades de los Protomedicatos, de especial importancia para el desarrollo de la medicina en la Colonia, fue su estrecha relación con la enseñanza en las universidades. Así, el mismo año en que se inauguró oficialmente la universidad, se otorgó el grado de doctor en Medicina a Pedro López, aunque, de acuerdo con el Primer Libro de Grados de la Universidad fue un sevillano llamado Pedro García Farfán el primero en recibir dicho título en 1567. Más adelante, este médico publicó el Tratado breve de medicina y de todas las enfermedades que incluía varios remedios inspirados en la terapéutica indígena.6 La influencia de la cultura ibérica y su visión del mundo se reflejaba en los tratados anatómicos de finales del siglo xvi, publicados en la Nueva España. En ellos los miembros del cuerpo humano se generaban por la mixtión de los humores y se clasificaban en simples y compuestos. La piel era un miembro simple y se le llamaba cuero: El cuero es una tela y cobertura de hilos, de nervios, de venas, de arterias menudas, tejido y hecho, para detener el sentido. Llámase el cuero en griego derma, y hay dos especies de él. El uno cubre los miembros del cuerpo por la parte de afuera, y el otro los cubre por la parte de adentro. Éste se llama panículo, como el cerebro, y como la pleura, donde se hace el dolor de costado. No llamo cuero al que con alguna quemadura se levanta haciendo ampolla, porque no lo es. El cuero es templado caliente, y 5 Documental de “Medicina colonial”, en La historia de la medicina en México, cap. III, UNAM/AstraZeneca, México, 2007. 6 Trabulse, op. cit., 44. —38— en algunas partes de adentro es húmedo, sirve de mucho sentido el tacto.7 La labor más importante de los Protomedicatos fueron las estrictas medidas que se impusieron durante la epidemia de viruela, en la segunda mitad del siglo xviii, hasta que la enfermedad fue cediendo terreno y desapareció prácticamente. En una denodada lucha contra las patologías más cruentas, esta institución llevó a cabo disposiciones de saneamiento e higiene en las grandes urbes de la Nueva España. El Real Tribunal del Protomedicato desapareció al consumarse la independencia y en 1831 se creó en su lugar la Facultad Médica del Distrito Federal. Esta institución estaba formada por ocho profesores médico/cirujanos y cuatro farmacéuticos. Entre sus atribuciones estaba la de examinar a médicos, cirujanos, farmacéuticos, parteras, flebotomianos y dentistas, de los cuales se llevaba un registro oficial.8 La creación de esta facultad y el sincretismo vivido en la medicina y en la cultura cimentaron un verdadero sistema de salud en el México independiente, tiempo más tarde. 7 Agustín Farfán, “De la anatomía”, en Historia de la ciencia en México. Estudios y Textos, op. cit., p. 227. 8 http://www.facmed.unam.mx/palacio/Archivoh/AFacultad_medica.htmlhttp:// www.facmed.unam.mx/palacio/Archivoh/AFacultad_medica.html Hacia 1400 Maíz, tomado de Francisco Hernández, Rerum medicarum Novae Hispanae thesaurus, edición de 1651. Los guaraníes practicaban el tatuaje como ornato y con fines curativos para pacientes con determinadas afecciones, a través de incisiones en la piel en la región dorsal y glútea. —39— Es de noche y es invierno no hay nadie en este sueño. El dolor es un punto que arde en el fondo de tus ojos. Blanca Strepponi Patologías durante la Colonia A l llegar a Tenochtitlan, los conquistadores españoles se vieron favore- cidos por una epidemia de viruela que diezmó la población indígena. Al no tener defensas orgánicas para hacerle frente a las enfermedades, tanto europeas como africanas, en 1519 la población disminuyó considerablemente. La coexistencia de muy diversos pueblos en un mismo lugar dio pie a padecimientos para los cuales no se tenía cura: viruela, sarampión, el tifus exantemático o tabardilla, la disentería, fiebre amarilla, entre otras. La epidemia de sarampión se repitió frecuentemente hasta mediados del siglo xx y siempre estuvo relacionada con las hambrunas.1 La hepatitis fue otra de las enfermedades que asoló a la Nueva España dadas las pésimas condiciones de higiene, la mala alimentación y la proliferación de vagos enfermos que deambulaban por la ciudad. Los gobiernos virreinales, asesorados por los Protomedicatos, intentaban paliar estas enfermedades con diversas medidas, la más efectiva fue, quizá, el aislamiento de los enfermos y la aplicación de medidas profilácticas. En toda la región hispanoamericana se recurría a la “cuarentena”, incomunicación obligada de los que hubieren contraído alguna patología altamente contagiosa. En caso de muerte, se procuraba enterrar a los cadáveres cubiertos con cal viva, para que no llegara la infección al aire. La falta de higiene en los acueductos y en las escasas cañerías, el hacinamiento de los habitantes, así como la ausencia de agua limpia, originaban en buena medida la rápida propagación de las enfermedades. A lo anterior también contribuyó el maltrato de los españoles a los indígenas, con la consiguiente merma de la población autóctona en menos de un siglo. 1 Documental “Medicina colonial”, en La historia de la medicina en México, cap. III, UNAM/AstraZeneca, México, 2007. Hacia 1400 Los nahuas utilizaban el aceite de cacao en grietas y heridas en la piel. La manteca de cacao tenía aplicaciones medicinales y cosméticas para el cuidado del cutis. —41— Durante la Colonia se desatendió casi completamente el abastecimiento de agua limpia y el alejamiento de aguas sucias, a pesar de que existían acueductos, cañerías y desaguaderos. Esto favoreció la proliferación de ratas, ratones, arañas, moscas y cucarachas, que esparcían las enfermedades. La viruela es una enfermedad con abundantes manifestaciones en la piel, como vesículas, erupciones, pústulas y costras. La contagiosidad de la patología provenía de las supuraciones de dichas erupciones. Se cree que la viruela llegó a Mesoamérica a causa de un esclavo africano que viajaba con el conquistador español Pánfilo de Narváez; de ahí se derivó una epidemia que influyó decisivamente en la derrota de los pueblos indígenas. Los enfermos eran atendidos en los hospitales coloniales que pertenecían a órdenes religiosas, virreyes, cabildos, indios principales y acaudalados filántropos. Su labor consistía en albergar a las personas que lo necesitaran, brindarles alimento, vestido y asistencia religiosa. En algunos casos, estas instituciones contaban con un médico, enfermero o curandero que llegaba a prestar sus servicios, lo que permitió que se practicara de manera formal la medicina hipocrático-galénica con cierto grado de sincretismo.2 Sin embargo, la concepción que se tenía del nosocomio estaba basada en una visión medieval: una obra de piedad, dedicada más al acompañamiento espiritual que a tratar de aliviar los males.3 Hernán Cortés fundó el Hospital de Jesús, el primero en la Nueva España, que atendía únicamente a enfermos españoles. Para los indígenas, los mulatos y los negros se fundaron otros hospitales varios años después. Hacia fines del siglo xvi eran 150 los establecimientos que prodigaban sus socorros a todo lo largo y ancho del territorio entonces dominado.4 Pústulas de viruela en el dorso de la mano. Litografía tomada de Moritz Kaposi, Handatlas der Hautkrankheiten: für Studierende und Ärzte, 1898-1900. 2 Ibid. 3 Véase F. Ortiz en Ricardo Galimberti, et al., Historia de la Dermatología Latinoamericana, Éditions Privat, Laboratoires Pierre Fabre, Francia, 2007, p. 267 . 4 Elías Trabulse, Historia de la ciencia en México. Estudios y Textos, CONACYT/FCE, México, 1985, p. 76. —42— Cuando los nativos enfermaban llamaban a uno de sus médicos tradicionales, si se le podía conseguir fácilmente. De lo contrario, los enfermos yacían en forma estoica y podían vivir o morir. Por otra parte, los españoles luchaban contra las enfermedades hasta que se arruinaban: si uno de ellos moría, el médico y el boticario se llevaban todo lo que el paciente hubiera acumulado o poseído.5 En la Nueva España, los principales afectados en las epidemias fueron los centros mineros. Las condiciones infrahumanas a las que se veían sometidos los trabajadores, el hacinamiento y la mala alimentación ocasionaron en 1736 un brote de peste en el pueblo de Tacuba, hoy Distrito Federal. La peste incluía una gran variedad de síntomas, como fiebre elevada, consunción y bubas, además de secreciones altamente infecciosas. Pronto la población indígena, española y mestiza fue decreciendo vertiginosamente, más aún con el brote que se dio en Zacatecas por 1737. La epidemia terminó alrededor de 1739, no sin antes haber dejado graves secuelas en aquellas poblaciones. Las epidemias de cocoliztli y de matlazahuatl fueron causa de la mortalidad entre indígenas de la Nueva España. El brote de sarna que se desencadenó a mediados del siglo xvi fue producto de la pobreza, especialmente de los habitantes indígenas. Se cree que pudo haber provenido de las pulgas de las ratas o de los piojos que proliferaban en los barcos transatlánticos. Del mismo modo, la tiña fue un padecimiento originado por las malas condiciones de vida y por la poca limpieza de la gente. Las patologías tropicales también se expandieron entre los indígenas y españoles a causa de los esclavos africanos que acompañaron a los españoles a América. En 1630 comenzaron a promulgarse reglamentos para evitar los contagios. Éstos versaban mayormente sobre la recepción de los esclavos africanos a la Nueva España, y se fundamentaban en las instituciones de los Protomedicatos: se debía separar a 5 John Jay TePaske, (ed.) El Real Protomedicato. La reglamentación de la profesión médica en el Imperio español, trad. de Miriam de los Ángeles Díaz Córdoba y José Luis Soberanes Fernández, Facultad de Medicina-IIJ, p. 50. 1552 Thierry de Héry hace una fortuna tratando a los pacientes sifilíticos con la aplicación tópica de ungüento mercurial y la ingestión de té de guayaco proveniente de América. —43— mujeres de hombres, incluso si eran familias; también debía ponérseles en “cuarentena”, a una legua de la ciudad más cercana. Además, se realizaban cuidadosos exámenes a los que querían entrar a las urbes, con el fin de identificar enfermedades incubadas o declaradas, como la viruela y el sarampión. Existe un dicho de aquellas épocas que ilustra las preocupaciones de las autoridades gubernamentales: “Sarampión toca la puerta, viruela dice: ‘¿Quién es?’. Y escarlatina contesta: ‘¡Aquí estamos los tres!’ ”.6 Examen de leprosos. Grabado en madera de H. Wächtlin en Hanns von Gersdorff, Feldtbuch der Wundarztney, Estrasburgo, 1517. La viruela fue una de las patologías más temidas durante la Colonia. Su poder destructivo era tal, que la gran mayoría de enfermos fallecía y los pocos sobrevivientes sufrían graves desfiguraciones y secuelas. La vacuna antivariolosa llegó hasta 1804, después de casi tres siglos de prevalencia en la Nueva España. Mención aparte merece la lepra. Se sabe que sus orígenes se remontan a tiempos muy antiguos, a civilizaciones como China o Egipto. Se expandió por el mundo en las diferentes conquistas, así como en las cruzadas y colonizaciones de la Edad Media. Es probable que haya llegado al Nuevo Mundo por medio de conquistadores europeos y esclavos africanos. En el siglo xvi, ante la proliferación de enfermos de lepra, el Virreinato creó asilos o leprosarios donde se atendía a los enfermos. Como aún no existía ninguna cura contra este padecimiento, los leprosos eran excluidos permanentemente en los “lazaretos”, sin que se tomara alguna medida preventiva. Sin embargo, fue hasta el año 1789 en que el Tribunal del Protomedicato implementó medidas para el manejo de aguas negras, la vigilancia nocturna en las calles y el control de perros callejeros. El arte de curar de mediados del siglo xviii todavía arrastraba muchos de los lastres y prejuicios que privaron en los dos siglos anteriores. La medicina científica y acadé- 6 Álvaro Gómez-Gallo. “La medicina en el descubrimiento de América”, Gaceta Médica de México, vol. 139, núm. 5, Academia Nacional de Medicina de México, México, septiembre-octubre de 2003, pp. 519-522. —44— En el siglo xvii, el deterioro de las ciudades había llegado a límites insospechados: el desorden de las calles, las inmundicias en los arroyos, así como la falta de agua potable, se fue agravando exponencialmente hasta poner en serio riesgo a la población en general. mica estaba aún invadida por una buena dosis de superstición y magia, resabios de las doctrinas herméticas, alquimistas y astrológicas de épocas pasadas. La práctica de la medicina realizada por los egresados de la universidad dejaba mucho que desear por lo inadecuado y caduco de muchos de los cursos que llevaban, por la escasa experiencia clínica que adquirían y por prejuicios contra prácticas tales como la disección; sin embargo, un selecto grupo de médicos logró, desde los primeros años del siglo, aportar cierto grado de modernidad en los estudios de anatomía, fisiología, práctica quirúrgica y patología. Se introdujo el uso del microscopio y del termómetro, así como de otros instrumentos y aparatos. No obstante, continuaban empleándose indiscriminadamente prácticas tan severas como las sangrías, las purgas y el uso de vomitivos para todo tipo de males, con el propósito, se decía, de eliminar del cuerpo los “malos humores”. Las curaciones mágicas, a base de hierbas, hechizos o encantamientos aún formaban el meollo de la medicina popular.7 Sin embargo, a medida que corre el siglo, el espíritu de la medicina académica va sufriendo cambios, por efecto de la aceptación de la teoría de la circulación de la sangre, así como de teorías más novedosas pertenecientes a la anatomía patológica, a la higiene, a los nuevos métodos de diagnóstico y a la química de la digestión. De esta manera, se cierra el panorama de la medicina en la Nueva España, marcado por las aportaciones autóctonas relacionadas con el saber herbolario y los descubrimientos tecnológicos venidos de Europa. En su primer ensayo de inoculación, Edward Jenner utilizó el contenido de las pústulas de la vacuna natural contraída por una sirvienta llamada Sarah Nelmes (1796). Tomado de E. Jenner, “An Inquiry Into the Causes and Effects of the Variolae Vaccinae”, Londres, 1798. 7 Trabulse, op. cit., pp. 75-77. 1572 Hieronymus Mercurialis publica su trabajo Sobre las enfermedades de la piel y todas las secreciones del cuerpo humano, donde trata los principales padecimientos de la piel de aquel entonces: la sarna, el prurito y la lepra. —45—