Textos Litúrgicos • Exégesis • Comentario Teológico
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Viernes Santo Celebración de la Pasión del Señor (Ciclo B) - 2015 Textos Litúrgicos • • Lecturas de la Santa Misa • Guión para la Santa Misa Exégesis • P. Joseph M. Lagrange, O. P. • Comentario Teológico • P. Carlos Miguel Buela, I.V.E. • Santos Padres • San Agustín • • Aplicación • P. Alfredo Sáenz, S.J. • San Juan Pablo II Textos Litúrgicos Lecturas de la Santa Misa Viernes Santo (Viernes 3 de abril de 2015) Celebración de la Pasión del Señor LECTURAS Él fue traspasado por nuestras rebeldías Lectura del libro de Isaías 52, 13-53, 12 Sí, mi Servidor triunfará: será exaltado y elevado a una altura muy grande. Así como muchos quedaron horrorizados a causa de él, porque estaba tan desfigurado que su aspecto no era el de un hombre y su apariencia no era más la de un ser humano, así también él asombrará a muchas naciones, y ante él los reyes cenarán la boca, porque verán lo que nunca se les había contado y comprenderán algo que nunca habían oído. ¿Quién creyó lo que nosotros hemos oído y a quién se le reveló el brazo Del Señor? El creció como un retoño en su presencia, como una raíz que brota de una tierra árida, sin forma ni hermosura que atrajera nuestras miradas, sin un aspecto que pudiera agradamos. Despreciado, desechado por los hombres, abrumado de dolores y habituado al sufrimiento, como alguien ante quien se aparta el rostro, tan despreciado, que lo tuvimos por nada. Pero él soportaba nuestros sufrimientos y cargaba con nuestras dolencias, y nosotros lo considerábamos golpeado, herido por Dios y humillado. Él fue traspasado por nuestras rebeldías y triturado por nuestras iniquidades. El castigo que nos da la paz recayó sobre él y por sus heridas fuimos sanados. Todos andábamos errantes como ovejas, siguiendo cada uno su propio camino, y el Señor hizo recaer sobre él las iniquidades de todos nosotros. Al ser maltratado, se humillaba y ni siquiera abría su boca: como un cordero llevado al matadero, como una oveja muda ante el que la esquila, él no abría su boca. Fue detenido y juzgado injustamente, y ¿quién se preocupó de su suerte? Porque fue arrancado de la tierra de los vivientes y golpeado por las rebeldías de mi pueblo. Se le dio un sepulcro con los malhechores y una tumba con los impíos, aunque no había cometido violencia ni había engaño en su boca. El Señor quiso aplastarlo con el sufrimiento. Si ofrece su vida en sacrificio de reparación, verá su descendencia, prolongará sus días, y la voluntad del Señor se cumplirá por medio de él. A causa de tantas fatigas, él verá la luz y, al saberlo, quedará saciado. Mi Servidor justo justificará a muchos y cargará sobre sí las faltas de ellos. Por eso le daré una parte entre los grandes y él repartirá el botín junto con los poderosos. Porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los culpables, siendo así que llevaba el pecado de muchos e intercedía en favor de los culpables. Palabra de Dios. R. Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu Yo me refugio en ti, Señor, ¡que nunca me vea defraudado! Yo pongo mi vida en tus manos: Tú me rescatarás, Señor, Dios fiel. R. Soy la burla de todos mis enemigos y la irrisión de mis propios vecinos; para mis amigos soy motivo de espanto, los que me ven por la calle huyen, de mí. Como un muerto, he caído en el olvido, me he convertido en una cosa inútil. R. Pero yo confío en ti, Señor, y te digo: «Tú eres mi Dios, mi destino está en tus manos». Líbrame del poder de mis enemigos y de aquéllos que me persiguen. R. Que brille tu rostro sobre tu servidor, sálvame por tu misericordia. Sean fuertes y valerosos, todos los que esperan en el Señor. R. Aprendió qué significa obedecer y llegó a ser causa de salvación eterna para lodos los que le obedecen Lectura de la carta a los Hebreos 4, 14-16; 5, 7-9 Hermanos: Ya que tenemos en Jesús, el Hijo de Dios, un Sumo Sacerdote insigne que penetró en el cielo, permanezcamos firmes en la confesión de nuestra fe. Porque no tenemos un Sumo Sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades; al contrario Él fue sometido a las mismas pruebas que nosotros, a excepción del pecado. Vayamos, entonces, confiadamente al trono de la gracia, a fin de obtener misericordia y alcanzar la gracia de un auxilio oportuno. Cristo dirigió durante su vida terrena súplicas y plegarias, con fuertes gritos y lágrimas, a Aquél que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su humilde sumisión. Y, aunque era Hijo de Dios, aprendió por medio de sus propios sufrimientos qué significa obedecer. De este modo, Él alcanzó la perfección y llegó a ser causa de salvación eterna para todos los que le obedecen. Palabra de Dios. Aclamación Flp 8-9 Cristo se humilló por nosotros hasta aceptar por obediencia la muerte, y muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre. Evangelio Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 18, 1-19, 42 ¿A quién buscan? C. Jesús fue con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón. Había en ese lugar un huerto y allí entró con ellos. Judas, el traidor, también conocía el lugar porque Jesús y sus discípulos se reunían allí con frecuencia. Entonces Judas, al frente de un destacamento de soldados y de los guardias designados por los sumos sacerdotes y los fariseos, llegó allí con faroles, antorchas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que le iba a suceder, se adelantó y les preguntó: + «¿A quién buscan?» C. Le respondieron: S. «A Jesús, el Nazareno». C. Él les dijo: + «Soy Yo». C. Judas, el que lo entregaba estaba con ellos. Cuando Jesús les dijo: «Soy yo», ellos retrocedieron y cayeron en tierra. Les preguntó nuevamente: +..«¿A quién buscan?» C. Le dijeron: S. «A Jesús, el Nazareno». C. Jesús repitió: +..«Ya les dije que soy Yo. Si es a mí a quien buscan, dejen que estos se vayan». C. Así debía cumplirse la palabra que Él había dicho: «No he perdido a ninguno de los que me confiaste». Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja derecha. El servidor se llamaba Malco. Jesús dijo a Simón Pedro: +..«Envaina tu espada. ¿Acaso no beberé el cáliz que me ha dado el Padre?» C. El destacamento de soldados, con el tribuno y los guardias judíos, se apoderaron de Jesús y lo ataron. Lo llevaron primero ante Anás, porque era suegro de Caifás, Sumo Sacerdote aquel año. Caifás era el que había aconsejado a los judíos: «Es preferible que un solo hombre muera por el pueblo». ¿No eres tú también uno de los discípulos de ese hombre? C. Entre tanto, Simón Pedro, acompañado de otro discípulo, seguía a Jesús. Este discípulo, que era conocido del Sumo Sacerdote, entró con Jesús en el patio del Pontífice, mientras Pedro permanecía afuera, en la puerta. El otro discípulo, el que era conocido del Sumo Sacerdote, salió, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La portera dijo entonces a Pedro: S. «¿No eres tú también uno de los discípulos de ese hombre?» C. Él le respondió: S. «No lo soy». C. Los servidores y los guardias se calentaban junto al fuego, que habían encendido porque hacía frío. Pedro también estaba con ellos, junto al fuego. El Sumo Sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su enseñanza. Jesús le respondió: + «He hablado abiertamente al mundo; siempre enseñé en la sinagoga y en el Templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada en secreto. ¿Por qué me interrogas a mí? Pregunta a los que me han oído qué les enseñé. Ellos saben bien lo que he dicho». C. Apenas Jesús dijo esto, uno de los guardias allí presentes le dio una bofetada, diciéndole: S. «¿Así respondes al Sumo Sacerdote?» C. Jesús le respondió: + «Si he hablado mal, muestra en qué ha sido; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?» C. Entonces Anás lo envió atado ante el Sumo Sacerdote Caifás. Simón Pedro permanecía junto al fuego. Los que estaban con él le dijeron: S. «¿No eres tú también uno de sus discípulos?» C. Él lo negó y dijo: S. «No lo soy». C. Uno de los servidores del Sumo Sacerdote, pariente de aquél al que Pedro había cortado la oreja, insistió: S. «¿Acaso no te vi con Él en la huerta?» C. Pedro volvió a negarlo, y en seguida cantó el gallo. Mi realeza no es de este mondo C. Desde la casa de Caifás llevaron a Jesús al pretorio. Era de madrugada. Pero ellos no entraron en el pretorio, para no contaminarse y poder así participar en la comida de Pascua. Pilato salió adonde estaban ellos y les preguntó: S. «¿Qué acusación traen contra este hombre?» C. Ellos respondieron: S. «Si no fuera un malhechor, no te lo hubiéramos entregado». C. Pilato les dijo: S. «Tómenlo y júzguenlo ustedes mismos, según la ley que tienen». C. Los judíos le dijeron: S. «A nosotros no nos está permitido dar muerte a nadie». C. Así debía cumplirse lo que había dicho Jesús cuando indicó cómo iba a morir. Pilato volvió a entrar en el pretorio, llamó a Jesús y le preguntó: S. «¿Eres Tú el rey de los judíos?» C. Jesús le respondió: + «¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?» C. Pilato replicó: S. «¿Acaso yo soy judío? Tus compatriotas y los sumos sacerdotes te han puesto en mis manos. ¿Qué es lo que has hecho?» C. Jesús respondió: + «Mi realeza no es de este mundo. Si mi realeza fuera de este mundo, los que están a mi servicio habrían combatido para que Yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi realeza no es de aquí». C. Pilato le dijo: S. «¿Entonces Tú eres rey?» C. Jesús respondió: + «Tú lo dices: Yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz». C. Pilato le preguntó: S. «¿Qué es la verdad?» C. Al decir esto, salió nuevamente a donde estaban los judíos y les dijo: S. «Yo no encuentro en Él ningún motivo para condenarlo. Y ya que ustedes tienen la costumbre de que ponga en libertad a alguien, en ocasión de la Pascua, ¿quieren que suelte al rey de los judíos?» C. Ellos comenzaron a gritar, diciendo: S. «¡A Él no, a Barrabás!» C. Barrabás era un bandido. ¡Salud, rey de los judíos! C. Entonces Pilato tomó a Jesús y lo azotó. Los soldados tejieron una corona de espinas y se la pusieron sobre la cabeza. Lo revistieron con un manto púrpura, y acercándose, le decían: S. «¡Salud, rey de los judíos!» C. Y lo abofeteaban. Pilato volvió a salir y les dijo: S. «Miren, lo traigo afuera para que sepan que no encuentro en El ningún motivo de condena». C. Jesús salió, llevando la corona de espinas y el manto púrpura. Pilato les dijo: S. «¡Aquí tienen al hombre!» C. Cuando los sumos sacerdotes y los guardias lo vieron, gritaron: S. «¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!» C. Pilato les dijo: S. «Tómenlo ustedes y crucifíquenlo. Yo no encuentro en Él ningún motivo para condenarlo». C. Los judíos respondieron: S. «Nosotros tenemos una Ley, y según esa Ley debe morir porque Él pretende ser Hijo de Dios». C. Al oír estas palabras, Pilato se alarmó más todavía. Volvió a entrar en el pretorio y preguntó a Jesús: S. «¿De dónde eres Tú?» C. Pero Jesús no le respondió nada. Pilato le dijo: S. «¿No quieres hablarme? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y también para crucificarte?» C. Jesús le respondió: + «Tú no tendrías sobre mí ninguna autoridad, si esta ocasión no la hubieras recibido de lo alto. Por eso, el que me ha entregado a ti ha cometido un pecado más grave». ¡Sácalo! ¡Sácalo! ¡Crucifícalo! C. Desde ese momento, Pilato trataba de ponerlo en libertad. Pero los judíos gritaban: S. «Si lo sueltas, no eres amigo del César, porque el que se hace rey se opone al César». C. Al oír esto, Pilato sacó afuera a Jesús y lo hizo sentar sobre un estrado, en el lugar llamado «el Empedrado», en hebreo. «Gábata». Era el día de la Preparación de la Pascua, alrededor del mediodía. Pilato dijo a los judíos: S. «Aquí tienen a su rey». C. Ellos vociferaban: S. «¡Sácalo! ¡Sácalo! ¡Crucifícalo!» C. Pilato les dijo: S. «¿Voy a crucificar a su rey?» C. Los sumos sacerdotes respondieron: S. «No tenemos otro rey que el César». C. Entonces Pilato se lo entregó para que lo crucificaran, y se lo llevaron. Lo crucificaron, y con Él a otros dos C. Jesús, cargando sobre sí la cruz, salió de la ciudad para dirigirse al lugar llamado «del Cráneo», en hebreo «Gólgota». Allí lo crucificaron; y con Él a otros dos, uno a cada lado y Jesús en el medio. Pilato redactó una inscripción que decía: «Jesús el Nazareno, rey de los judíos», y la colocó sobre la cruz. Muchos judíos leyeron esta inscripción, porque el lugar donde Jesús fue crucificado quedaba cerca de la ciudad y la inscripción estaba en hebreo, latín y griego. Los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: S. «No escribas: "El rey de los judíos", sino: "Este ha dicho: soy el rey de los judíos"». C. Pilato respondió: S. «Lo escrito, escrito está». Se repartieron mis vestiduras C. Después que los soldados crucificaron a Jesús, tomaron sus vestiduras y las dividieron en cuatro partes, una para cada uno. Tomaron también la túnica, y como no tenía costura, porque estaba hecha de una sola pieza de arriba abajo, se dijeron entre sí: S. «No la rompamos. Vamos a sortearla, para ver a quién le toca». C. Así se cumplió la Escritura que dice: «Se repartieron mis vestiduras y sortearon mi túnica». Esto fue lo que hicieron los soldados. ¡Aquí tienes a tu hijo! ¡Aquí tienes a tu madre! C. Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien Él amaba, Jesús le dijo: + «Mujer, aquí tienes a tu hijo». C. Luego dijo al discípulo: + «Aquí tienes a tu madre». C. Y desde aquella Hora, el discípulo la recibió como suya. Todo se ha cumplido C. Después, sabiendo que ya todo estaba cumplido, y para que la Escritura se cumpliera hasta el final, Jesús dijo: + «Tengo sed». C. Había allí un recipiente lleno de vinagre; empaparon en él una esponja, la ataron a una rama de hisopo y se la acercaron a la boca. Después de beber el vinagre, dijo Jesús: + «Todo se ha cumplido». C. E inclinando la cabeza, entregó el espíritu. Aquí todos se arrodillan, y se hace un breve silencio de adoración. En seguida brotó sangre y agua C. Era el día de la Preparación de la Pascua. Los judíos pidieron a Pilato que hiciera quebrar las piernas de los crucificados y mandara retirar sus cuerpos, para que no quedaran en la cruz durante el sábado, porque ese sábado era muy solemne. Los soldados fueron y quebraron las piernas a los dos que habían sido crucificados con Jesús. Cuando llegaron a Él, al ver que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua. El que vio esto lo atestigua: su testimonio es verdadero y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean. Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura que dice: «No le quebrarán ninguno de sus huesos». Y otro pasaje de la Escritura, dice: «Verán al que ellos mismos traspasaron». Envolvieron con vendas el cuerpo de Jesús, agregándole la mezcla de perfumes C. Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús —pero secretamente, por temor a los judíos— pidió autorización a Pilato para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se la concedió, y él fue a retirarlo. Fue también Nicodemo, el mismo que anteriormente había ido a verlo de noche, y trajo una mezcla de mirra y áloe, que pesaba unos treinta kilos. Tomaron entonces el cuerpo de Jesús y lo envolvieron con vendas, agregándole la mezcla de perfumes, según la costumbre de sepultar que tienen los judíos. En el lugar donde lo crucificaron había una huerta y en ella, una tumba nueva, en la que todavía nadie había sido sepultado. Como era para los judíos el día de la Preparación y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús. Palabra del Señor Volver Arriba Guión para la Santa Misa Celebración del Viernes Santo (2015) Entrada: La Encarnación marca el inicio, la Cruz el cumplimiento de nuestra Redención. Jesucristo, por su entrega voluntaria y amorosa a los designios del Padre, ha reparado la ofensa inferida por nuestras iniquidades y purificado la multitud inmensa de los redimidos. Liturgia de la Palabra: (se lee al comienzo de las lecturas) La Palabra eterna de Dios, su Hijo, desplegó su máxima elocuencia en la cruz. Allí nos narró lo escondido, lo que era hasta entonces inaudito, el secreto del amor de Dios. Oración Universal: (se lee después de la homilía) Subamos espiritualmente al Calvario y a los pies de Cristo crucificado elevemos súplicas por los hombres de todo el mundo y por sus necesidades. Adoración de la Cruz: (después de la Oración Universal) ¡Salve, oh Cruz, única esperanza! ¡Salve árbol hermoso y fulgurante, adornado con regia púrpura, destinado en su digno tronco a abrazar los santos miembros de Nuestro Señor! Sagrada Comunión: “Clama la cruz, claman los clavos, claman las heridas, que verdaderamente nos amó Dios”. Terminada la oración sobre el pueblo, el celebrante sale. Todos permanecen en silencio. (Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _ Argentina) Volver Arriba Exégesis P. Joseph M. Lagrange, O. P. LA CRUCIFIXIÓN. JESÚS, EN LA CRUZ (Lc 23, 33-46a; Mc 15, 22-36; Mt 27, 33-49; Jn 19, 17-30a) Era costumbre de los romanos levantar las cruces a la entrada de las ciudades, donde el espantoso espectáculo de los moribundos estaba expuesto a las miradas de cuantos entraban, o salían, o tomaban el aire. Allí, pues, se pararon, para crucificar a los tres condenados. La vista de un crucifijo es siempre conmovedora, pero los artistas cristianos le han dado cierta dignidad. Cristo está levantado sobre un zócalo firme, los brazos extendidos, pero en perfecto equilibrio; las espinas de la corona están bien trenzadas sobre la cabeza, recta y sostenida contra el bien ajustado madero. Los primeros cristianos sentían verdadero horror de representar a Jesucristo en la cruz, porque habían visto con sus propios ojos aquellos pobres cuerpos completamente desnudos, fijos a un basto madero cruzado en forma de T por otro transversal; las manos, clavadas en aquel patíbulo; los pies, fijos también con clavos; el cuerpo, hundiéndose con el propio peso; la cabeza, colgando; los perros, atraídos por el olor de la sangre, devorándoles los pies; los buitres, volando en derredor de aquel campo de carnicería (2Sm 21, 10 s.), y el pobre paciente, agotado de torturas, muerto de sed, llamando a la muerte con gritos inarticulados. Era el suplicio de esclavos y bandidos, y fue ese que sufrió Jesús. Según una costumbre que quería aparecer compasiva, último vestigio de humanidad en la barbarie, ofrecieron a Jesús vino aromatizado con mirra o con incienso. Creían que aquella mezcla era embriagante y hacía perder el conocimiento . Jesús humedeció los labios, pero no la quiso gustar: no era aquél el cáliz que a su Padre prometiera beber. Lo crucificaron, pues, clavando primero sus manos al patíbulo, que levantaban luego sobre el pie derecho, sacudiendo, sin cuidado alguno, su cuerpo dolorido. Los Santos Padres no se escandalizaron de la completa desnudez; sin embargo, como los judíos la evitaban en los sentenciados, es de creer que los romanos respetaran su costumbre. Cuando empezaron a crucificar a Jesús era hacia el mediodía . Crucificaron también a los dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda. Ésta fue la última burla de los soldados para con el rey de los judíos: los salteadores de caminos reales tenían al lado de Jesús puestos de honor. Isaías había anunciado que sería contado entre los malvados (1s 53, 12) . No pudieran deducir de esto su exacto cumplimiento, pero muestra claramente el desprecio que inspiraba. Pilato ideó la manera de burlarse de los judíos, más bien que del justo, a quien había condenado. Con toda solemnidad les había dicho si querían que fuese crucificado su rey y, aunque ellos contestaron que no tenían más rey que al César, prosiguieron en su demanda hasta conseguir la muerte de su compatriota. Cuando vinieron a preguntar a Pilato el motivo por qué se condenaba a Jesús a semejante suplicio, Pilato mandó escribir: «Jesús de Nazaret, rey de los judíos». Redactaron el rótulo con esta inscripción, y fue fijado sobre la cabeza del condenado: estaba escrito en tres lenguas: en hebreo, la lengua del país; en latín, lengua del Gobierno, y en griego, lengua de la gente culta. Los judíos mostraban mayor interés que los demás en leer el rótulo, que atraía todas la miradas, y más estando tan cerca de la ciudad. Los Sumos Sacerdotes se dieron por ofendidos, y se quejaron a Pilato de aquella afrenta: no debía haber puesto rey de los judíos, sino que aquel desventurado se había dado a sí mismo el título de rey de los judíos. Era aún tiempo de enmendar la falta. No se había hecho aquello por casualidad. Pilato, satisfecho de ver que los había herido en lo más sensible, respondió fríamente: «Lo escrito, escrito está». Lo había hecho con toda intención. La primera palabra que Jesús habló en la cruz fue de perdón « ¡Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen!» Los judíos creían saberlo, pero estaban cegados por el orgullo, y siendo aquella ceguera voluntaria en su origen, tenían gran necesidad de perdón. Jesús les concede el suyo y ahora, desde lo alto de la cruz, ruega a su Padre por ellos, ya que había venido a sufrir para obtener la gracia de los pecadores. Otros eran más inconscientes: los soldados mercenarios que en aquellos momentos estaban ocupados en dividir los vestidos del condenado, y que la costumbre se los adjudicaba. Era la paga de su trabajo, lo único en que se fijaban, porque una crucifixión no se hacía por sí sola. Eran cuatro, y así hicieron cuatro partes de aquellos despojos. La túnica de Jesús era tejida de alto abajo, sin costura alguna; sería una lástima hacerla pedazos; y la echaron a suertes. Sin pensar en ello daban cumplimiento a la profecía del salmista que dice: «Dividieron mis vestiduras y sobre mi túnica echaron suertes» (Sal 21, 19). Una túnica sin costura tenía su valor el Sumo Sacerdote llevaba una semejante. La habían tejido seguramente las manos de una mujer, que creía en Jesús, alguna de las ricas galileas que le seguían, tal vez había sido tejida por su Madre. Desde san Cipriano, los cristianos vieron en ella el símbolo de la Iglesia, que debe ser siempre una. ¡Ay de los culpables de cismas que la desgarran! El cáliz de la Redención fue amarguísimo para Jesús. Atroces fueron sus sufrimientos en la cruz. Su corazón estaba herido por el abandono de sus discípulos, el desprecio de los jefes judíos, y sobre todo por la pesada indiferencia de la mayoría. Hasta allí, aun en este misterio doloroso, el Padre había derramado torrentes de alegría sobre el alma de Jesús por amor de su Madre. Allí estaba ella, sufriendo con Él, aumentando sus torturas y, sin embargo, consolándole en aquel doloroso abandono. Con ella estaba su hermana, o su prima, que sería la madre de Santiago y de José, María, mujer de Cleofás, María Magdalena, y, por fin, el discípulo amado . No hay ley que prohibiera a los parientes acercarse a los ajusticiados: los soldados hacían guardia a la cruz para evitar cualquier asalto, o impedir el excesivo alboroto; pero no apartaban a los curiosos, ni a los enemigos, ni menos a las personas amigas. Jesús, pues, viendo a su Madre y muy cerca al discípulo amado, dijo a su Madre: «Mujer he ahí a tu hijo». El nombre de mujer, suena más dulcemente a los oídos de un oriental que a los nuestros. Jesús, en el momento en que va a separarse de su Madre, no quiere darle este dulcísimo nombre; también esto era sacrificio para Él. Su pensamiento es concederla a quien más quiere, para que sea mejor comprendida cuando haya de hablar de su verdadero Hijo. Siendo muy joven, su afecto sería a la vez más respetuoso y más tierno. Deberá, pues, mirarla como su madre. Por eso le dice: «He ahí a tu Madre». Y desde aquel momento, el discípulo la tomó consigo. ¡Qué lazo de unión se creó entre aquellos dos corazones por aquellas palabras y aquel recuerdo! Todos los cristianos, hechos hermanos de Jesús por el bautismo, son por lo mismo hijos de María. Acercándose a la cruz oyen estas palabras: ¡He ahí a vuestra Madre! Lo saben, y lo experimentan, que María los trata verdaderamente como hijos. Mientras estas cosas inefables eran dichas con voz lánguida por Jesús y oídas solamente por unas pocas almas amigas, los soldados se divertían con los chistes lanzados por los transeúntes. Tal vez gentes buenas a quienes bastaba que la condenación fuera dada por el Sanedrín para tenerla por justa, pasaban meneando sus cabezas como para subrayar más su burla: « ¡Ah! Tú que destruías el Templo y lo reedificabas en tres días, sálvate a ti mismo y desciende de la cruz». Se marchaban después a sus negocios, insensibles en presencia de un suplicio tan bien merecido, que procuraban hacer más odioso con sus sarcasmos. Los Sumos Sacerdotes y los escribas estaban más interesados en contemplar aquel espectáculo. Estaban satisfechos de lo bien que había salido todo, y que Jesús no cambiaría nada. Es verdad que había hecho muchos milagros; pero ahora permanecía clavado en la cruz. Y se burlaban entre sí de aquel pretendido Mesías que había salvado a otros y que no podía salvarse a sí mismo. Éste sería el gran milagro. ¡Veamos ahora al Mesías, al rey de Israel, descender de la cruz, y creeremos en Él! No querían que Pilato denominara a Jesús en su cartel, rey de los judíos, pues era como autorizar la creencia de él y no causaría buena impresión, si bien ellos sabían a qué atenerse. ¡Aún faltaba la suprema injuria! Se mofaban del amor de Jesús hacia su Padre. «Puso su confianza en Dios; líbrelo ahora, si es que confía en Él, pues Él ha dicho: Soy Hijo de Dios». Pero ellos estaban ciertos que Dios también lo había abandonado, o más bien castigaba su blasfemia por los cuidados y merced al celo de ellos. Estaban, pues, contentos y satisfechos de su obra. Podrían comer la Pascua con la conciencia bien tranquila y, sobre todo, seguros; su dominación espiritual sobre el pueblo nada tenía que temer ya de aquel innovador. De lejos creían oír la voz de los bandidos formando coro con la de ellos, aunque menos injuriosa, porque nada sabían y se contentaban con tomar parte en los ultrajes por hábito de maldecir y de blasfemar . Uno de aquellos desgraciados se burla aún estando en los últimos: « ¿No eres tú el Mesías?» –lo acababa de oír–. «Sálvate a ti mismo». –También lo acababan de decir los jefes–, después añadió por su cuenta, con risa forzada: «Y a nosotros contigo». El otro ladrón, menos endurecido, entra dentro de sí un momento antes de aparecer delante de Dios. Se hace justicia; su castigo es bien merecido. Aquel toque de la gracia tan certero le hizo comprender también que Jesús era inocente. Acaso otras veces había oído hablar de su compañero de suplicio, cuando, seguido de las turbas, predicaba el reino de Dios, que debía inaugurar como Mesías. Los sacerdotes acababan de reconocer sus milagros. Y, a pesar de esto, aquel Jesús callaba. Sin duda esperaba su hora, seguro de que soltaría después de aquellos sufrimientos, de que también había hablado. Esforzándose por volver hacia Él la cabeza, el ladrón balbució dulcemente estas palabras: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino » Admirable acto de fe, que Jesús quiere esclarecer aún más, reconcentrando todos los pensamientos del pecador arrepentido en su próxima llegada cerca de Dios. «En verdad te digo, hoy estarás conmigo en el paraíso». El buen ladrón, que era judío, habría oído hablar seguramente del paraíso. Transportando a lo alto el paraíso terrestre, los doctores hacían de él un lugar agradable, donde las almas esperaban el último juicio. En efecto, Jesús debía hallarse, con el ladrón perdonado, entre los justos del Antiguo Testamento, en el lugar que los cristianos llaman el limbo. Según los salmos de Salomón, los mismos santos son el paraíso de Dios y los árboles de la vida (Salmos de Salomón, 19, 3). Compañero de Jesús en la cruz, el dichoso ladrón, en adelante, bajo la salvaguardia de Jesús, estará cerca de Dios. El Salvador en su cruz era realmente el salvador de las almas. Por tres horas una densa obscuridad se extendió sobre el país; el sol estaba velado: la atmósfera, pesada. Jesús guardó silencio hasta la hora nona: sufría. Rechazado por los jefes de la nación como blasfemo, entregado a los extraños, tratado por los romanos como un malhechor, escupido por el populacho, escarnecido por un bandido y abandonado por los suyos, sólo una pena le faltaba por sufrir a su alma, la más cruel de todas, el abandono de Dios. Ni podemos dudar de ello, lo dicen los evangelistas, y su testimonio es, sin duda, la prueba más indiscutible de veracidad. Los enemigos de Jesús acababan de insultarle por su confianza en Dios: No, que se desengañe. ¡Dios lo ha abandonado! Los cristianos debían tener este insulto como una blasfemia contra el objeto de su culto, contra Jesucristo, Hijo de Dios. Entonces, ¿por qué confesar que era verdad? Porque lo iba a confesar el mismo Jesús a gritos en su desamparo: « ¡Dios mío! ¡Dios mío! ¿Por qué me has desamparado?» ¿No era esto invitar a sus lectores y a todos los siglos a sacudir la cabeza como los doctores de Israel, en señal de incredulidad? Lo dijeron, y lo dijeron sin atenuación, y sin explicación de alguna clase. En éste como en otros casos dijeron lo que sabían; pero es también el más claro testimonio de las fuertes razones que tenían para creer en Jesús. Conocían estas palabras, pero en nada atenuaban la profunda convicción de su alma. Eran misteriosas, pero no podían oscurecer la evidencia de los milagros y de la resurrección. El misterio no se ha aclarado aún; pero en los momentos en que el alma de Jesús iba a abandonar el cuerpo, no debemos de suponer una especie de desdoblamiento de su personalidad. El que habla es siempre el Hijo de Dios. La voz humana, sin embargo, expresaba los sentimientos de su humanidad, los sentimientos de su alma desolada, como si Dios se hubiera apartado de ella. Declaración más completa que la de Getsemaní, pues aquí Jesús no dice: « ¡Padre mío!», sino sólo: «¡Dios mío!» ¡Eloi, Eloi! Como los demás dolores suyos, también éste debía ser aceptado por nosotros; y éste es el refugio de las grandes almas en las últimas purificaciones. Si alguien pudiera comprender esta frase de Jesús, serían estas almas; pero si pueden sentirla, no podrán jamás explicarla. Sólo san Pablo tuvo autoridad bastante para decir de Jesús una palabra, que aún parece más fuerte, y que de alguna manera explica aquel grito arrojado desde la cruz. Cargado en su patíbulo con todos los pecados del mundo, Jesús se hizo maldición por nosotros (Ga 3, 13). Él nos libró así de la maldición echándosela sobre sí, y la desolación se convirtió en gozo en los últimos versículos del salmo, cuyas primeras palabras Él pronunciaba (Sal 21, 1) . Las aflicciones del justo, del verdadero Mesías, tienen por término la gloria de Dios. El salmo reproducía por adelantado el reto irónico de los doctores: « ¡Que espere en Yahvé! ¡Que Él lo salve!» En efecto, el abandonado se abandona, sabe que a ese precio, de todas las extremidades de la tierra se volverán a Dios y todas la familias de las naciones se postrarán ante Él (Sal 22, 28) . Entre los que allí estaban, sólo los doctores comprendieron que Jesús citaba un salmo. Los demás, menos ilustrados, no oyendo apenas las primeras palabras, imaginaron que Jesús llamaba a Elías. Pensaron que era la última alucinación de aquella cabeza extraviada por los sufrimientos. Porque Elías, según el sentir de los judíos, volvería para manifestar al Mesías, ¡pero no lo buscaría de seguro levantado en una cruz! Jesús, sin embargo, dejó oír esta palabra: «Tengo sed». Los soldados, para apagar la sed, acostumbraban a llevar consigo un frasco de agua con vinagre, con que se contentaban a falta de cosa mejor. Uno de ellos, tomando una esponja, tal vez con la que tapaba la boca de su frasco, y fijándola empapada en la punta de una lanza, la acercó a los labios de Jesús. Lo hacía por compasión –daba lo que tenía–, pero los otros, divertidos por aquel llamamiento desesperado al profeta Elías, querían impedírselo. «Aguarda, le dicen, veamos si viene Elías a bajarlo» . Así, aquel valeroso joven no se atrevía a mostrarse bueno, a no ser participando de las burlas de los demás. Diciendo: «Tengo sed» cumplía Jesús una palabra de un salmo sobre el justo paciente (Sal 68, 22). Ya había apurado el cáliz hasta la última gota. Entonces exclamó: «Todo está consumado», como buen obrero que terminó su tarea. Después, exclamó con gran voz: « ¡Padre mío, en tus manos encomiendo mi espíritu!». (Lagrange, J., Vida de Jesucristo, EDIBESA, Madrid, 1999, p. 500 – 507) Volver Arriba Comentario Teológico P. Carlos Miguel Buela, I.V.E. La salida de Cristo de este mundo a. Pasión 134. Según el plan de la Santísima Trinidad era preciso que Jesucristo padeciese para salvar a todos los hombres: “A la manera que Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es preciso que sea levantado el Hijo del hombre para que todo el que crea en El no perezca, sino que tenga la vida eterna” (Jn 3,14-15), “¿No era preciso que el Mesías padeciese esto y entrase en su gloria?” (Lc 24,26), “Comenzó a enseñarles cómo era preciso que el Hijo del hombre padeciese mucho... y que fuese muerto y resucitase después de tres días” (Mc 8,31). Si en la actual economía salvífica fue necesaria la Pasión de Cristo, también será necesario nuestro padecer. Si hubiese otro camino para ir al Cielo, Jesucristo lo hubiese seguido y, es más, lo hubiese enseñado. Pero no es así, Cristo fue por el camino regio de la santa Cruz y nos enseñó a ir por él: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome cada día su cruz y sígame” (Lc 9,23). Enseña San Cirilo de Jerusalén: “Jesús, que en nada había pecado, fue crucificado por ti; y tú, ¿no te crucificarás por El, que fue clavado en la Cruz por amor [1] a ti?” . La Cruz en nuestra vida 135. Por tanto debemos amar la cruz viva de los trabajos, humillaciones, afrentas, tormentos, dolores, persecuciones, incomprensiones, contrariedades, oprobios, menosprecios, vituperios, calumnias, muerte... y poder decir con San Pablo: [2] “Muero cada día” (1 Cor 15,31), para clavar en el corazón al que por nosotros fue clavado en la cruz . 136. Debemos desear vehementemente la cruz: “que muera por amor de tu amor, ya que por amor de mi amor te dignaste [3] mo-rir” . Es una gracia que hay que pedir en la oración: “Dios os ha dado la gracia... de padecer por Cristo” (Flp 1,29). De manera especial hay que pedir la gracia de la ciencia de la cruz y de la alegría de la cruz, que sólo se alcanzan en la escuela de Jesucristo. Amor a la Cruz 137. Por eso debemos tener una muy grande devoción a la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo: “Todo está en la Pasión. Es allí [4] donde se aprende la ciencia de los santos” , el amor que no nace de la cruz de Cristo es débil, “por cualquier parte que la miremos, ya sea por parte de la persona que padece, ya de las cosas que padece o del fin porque las padece, es la cosa más [5] alta y la más divina y secreta que ha sucedido en el mundo desde que Dios le creó, ni sucederá hasta el fin de él , la Cruz “fue la cátedra donde enseñó, el altar sobre el que se inmoló, el templo de su oración, la arena donde combatió, y como la [6] fragua de donde salieron tantas maravillas” . Esta devoción se ha de concretar en el conocimiento y amor de los relatos evangélicos sobre la Pasión (Mt 26; 27; Mc 14; 15; Lc 22; 23; Jn 18; 19), en la teología de la Pasión y Redención, en la contemplación de los Lugares Santos de Jerusalén, de los crucifijos, del Via Crucis, de los hermosos textos de la Imitación de [7] Cristo al respecto , de la Eucaristía perpetuación de la Pasión y Cruz y segundo acto del único drama de la Redención, de la cruz en nuestra vida tan bien enseñada en la Carta circular a los Amigos de la Cruz de San Luis María Grignion de Montfort, y, finalmente, en el fervor por llevar la gracia de la Redención a toda la realidad: al hombre, a todo el hombre y a todos los hombres, al matrimonio y la familia, a la cultura, a la vida político-económico-social, a la vida internacional de los pueblos con especial referencia al tema de la paz, o sea, a todos los grandes problemas contemporáneos analizados por la [8] Constitución Pastoral “Gaudium et Spes” en su segunda parte . 138. En la Sagrada Escritura se nos enseña que muchos hombres se portan como enemigos de la cruz de Cristo (Flp 3,18). [9] Esto se debe a que la rechazan: El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí (Mt 10,38), la recortan , la rebajan: baje de la Cruz que creeremos en El (Mt 27,42), evitan ser perseguidos a causa de la Cruz de Cristo (Gal 6,12), no predican entero el mensaje: si aún predico la circuncisión... ¡se acabó el escándalo de la Cruz! (Gal 5,11). 139. La misma Palabra Encarnada nos enseña a amar la Cruz: niégate a ti mismo, toma tu cruz cada día y sígueme (Lc 9,23). [10] De esto nos dan ejemplo los santos que llevaron en sus cuerpos los sufrimientos de Jesús , completando en nosotros lo que [11] . falta a la Pasión de Cristo [12] 140. No debemos querer saber nada fuera de Jesucristo y Jesucristo crucificado (1 Cor 2,2). Esta doctrina de la Cruz debe ser lo que prediquemos: la locura de la predicación... de Jesucristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los griegos (1 Cor 1,21-23). Es en esta cruz en la que debemos gloriarnos, a imitación del Apóstol: yo sólo me gloriaré en la cruz de Nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí, como yo lo estoy para el mundo (Gal 6,14). 141. Esta Cruz nos prepara un peso eterno de gloria incalculable (2 Cor 4,17), pues los padecimientos del tiempo presente no son nada en comparación con la gloria que ha de manifestarse en nosotros (Rom 8,18). De aquí que el mismo Señor nos anima: Bienaventurados seréis cuando os insulten y persigan y con mentira digan contra vosotros todo género de mal por mí. Alegraos y regocijaos porque grande será en los Cielos vuestra recompensa, pues así persiguieron a los profetas que hubo an-tes de vosotros (Mt 5,11-12). 142. No hay otra escuela más que la Cruz, en la cual Jesucristo enseña a sus discípulos cómo deben ser: Ella es “para nosotros [13] la Cátedra suprema de la verdad de Dios y del hombre” . De aquí que “en la escuela del Verbo encarnado comprendemos que es sabiduría divina aceptar con amor su Cruz: la cruz de la humildad de la razón frente al misterio; la cruz de la voluntad en el cumplimiento fiel de toda la ley moral, natural y revelada; la cruz del propio deber, a veces arduo y poco gratificante; la cruz de la paciencia en la enfermedad y en las dificultades de todos los días; la cruz del empeño infatigable para responder a [14] la propia vocación; y la cruz de la lucha contra las pasiones y las acechanzas del mal” . Y es Cátedra porque en Ella “se ha [15] . La Cruz es el único camino de la vida, la señal de los predestinados, el revelado la gloria del Amor dispuesto a todo” cetro del reino de santidad, “... es la fuente de toda bendición, el origen de toda gracia; por Ella, los creyentes reciben, de la [16] debilidad, la fuerza, del oprobio, la gloria, y, de la muerte, la vida” . [17] , nos muestran la necesidad de la cruz en nuestras [18] . “Todo el que quiera vidas: “Justamente con Cristo es glorificado aquel que, padeciendo por El, realmente padece con El” llevar una vida perfecta no necesita hacer otra cosa que despreciar lo que Cristo despreció en la Cruz y amar lo que Cristo [19] [20] amó en ella” . “A Jesús se le ama y se le sirve en la Cruz y crucificados con El, no de otro modo” . 143. Los santos de todos los tiempos, verdaderas palabras de Dios 144. Ellos mismos ardían en deseos de la Cruz: “Si la cabeza está coronada de espinas, ¿lo serán de rosas los miembros? Si la Cabeza es escarnecida y cubierta de lodo camino del Calvario ¿querrán los miembros vivir perfumados en un trono de [21] gloria?” , “los que gustan de la Cruz de Cristo Nuestro Señor descansan viviendo en estos trabajos y mueren cuando de [23] [22] . “Padecer o morir” . “Quiero y elijo más pobreza con Cristo pobre que riqueza, ellos huyen o se hallan fuera de ellos” oprobios con Cristo lleno de ellos que honores, y deseo más ser estimado por vano y loco por Cristo que primero fue tenido [24] por tal, que por sabio ni prudente en este mundo” . “Yo sé bien lo que me conviene... Vengan sobre mí el fuego, la cruz, manadas de fieras, desgarramientos, amputaciones, descoyuntamientos de huesos, seccionamientos de miembros, trituración [25] de todo mi cuerpo, todos los crueles tormentos del demonio, con tal de que esto me sirva para alcanzar a Cris-to” . [27] [26] . En una palabra, “ni Jesús sin la Cruz, ni la Cruz sin Jesús” . “Permitid que imite la Pasión de mi Dios” 145. Y los santos nos recuerdan la alegría que es fruto de esta cruz: “He llegado a no poder sufrir pues me es dulce todo [28] sufrimiento” . Debemos esperar de tal modo, que toda pena nos dé consuelo. Ella “es el punto de apoyo, sobre el que se [29] . hace palanca para servir al hombre, así como para transmitir a tantísimos otros la alegría inmensa de ser cristianos” 146. La Cruz de Cristo reclama de nosotros una respuesta generosa: “(la Pasión y la Cruz)... son una aspiración perseverante e [30] . “Jesús, que en nada había pecado, fue crucificado por ti; y tú inflexible y un grito: un inmenso grito de los corazones” [31] . De ahí que sea también -por la imitación de Cristo ¿no te crucificarás por El, que fue clavado en la cruz por amor a ti?” [32] . Esta es la idea clamorosa: sacrificarse. Así se dirige la historia, aun que implica- “una corona, no una ignominia” silenciosa y ocultamente. Conveniencias 147. De las muchas ventajas que nos ha traído el que Cristo nos redimiera por su Pasión debemos descubrir: 148. a) cuánto nos ama Dios y, por tanto, cuánto debemos amarle: Dios probó su amor hacia nosotros en que, siendo pecadores, murió Cristo por nosotros (Rom 5,8); Vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí (Gal 2,20). 149. b) el ejemplo que nos dio de tantas virtudes necesarias para la salvación humana, como ser, obediencia, humildad, constancia, justicia, desprecio de las cosas mundanas... Cristo padeció por vosotros dejándoos ejemplo para que sigáis sus pasos (1 Pe 2,21). 150. c) no sólo cómo nos redimió del pecado, sino la grandeza de la gracia santificante y de la gloria eterna que nos mereció. 151. d) la mayor necesidad de conservarnos inmunes del pecado ¡Habéis sido comprados a gran precio! (1 Cor 6,20). 152. e) la mayor dignidad del hombre, que si bien fue vencido por el diablo, éste fue vencido por el hombre: ¡Gracias sean dadas a Dios que nos dio la victoria por Cristo! (1 Cor 15,57). 153. En fin, mil misterios encontramos en la Pasión del Señor, de tal manera, que su abundancia es inagotable. 154. Debemos, también, considerar atentamente que Cristo quiso libremente sufrir todos los acerbos dolores de su Pasión y Muerte, no los impidió pudiendo impedirlos: Yo doy mi vida... Nadie me la quita, soy yo quien la doy de mí mismo. Tengo poder para darla y poder para volverla a tomar (Jn 10, 17-18). Y manifestando que conservaba todo el vigor de su naturaleza corporal hasta el último momento, dando un fuerte grito, con una gran voz dijo: Padre, en tus manos entrego mi espíritu. Diciendo esto expiró (Lc 23,46). 155. Y libremente se sujetó a la obediencia para cumplir el mandato de su Padre: Por la obediencia de uno muchos serán hechos justos (Rom 5,19). Cierto es que la obediencia es mejor que el sacrificio (1 Sam 15,22), pero el sacrificio realizado por obediencia es suma perfección. De aquí que debemos aprender a vivir libremente el voto de obediencia y no caer nunca en la dialéctica destructiva de oponer libertad a obediencia o libertad a autoridad o viceversa. 156. De tal modo, que bien considerado todo, en la Pasión se manifiesta la severidad de Dios, que no quiso perdonar sin la conveniente satisfacción: no perdonó a su propio Hijo; y su infinita bondad: le entregó por todos nosotros; de donde debe brotar en nosotros una confianza ilimitada en la generosidad desbordante del Padre: ¿Cómo no nos ha de dar con El todas las cosas? (Rom 8,32). (INsTiTuTo Del VeRBo ENcaRNaDo, Directorio de Espiritualidad, nº 134 – 146) Volver Arriba Santos Padres San Agustín La pasión del Señor. 1. Con toda solemnidad leemos y celebramos la pasión de quien con su sangre borró nuestras culpas para reavivar gozosamente nuestro recuerdo a través de estas prácticas anuales y hacer que, mediante la afluencia de gente, irradie mayor claridad nuestra fe. La solemnidad me pide hablaros, en la medida que el Señor quiera concedérmelo, de su pasión. Ciertamente, en cuanto sufrió de parte de sus enemigos, nuestro Señor se dignó dejarnos un ejemplo de paciencia para nuestra salvación, útil para esta vida por la que hemos de pasar; de manera que, si así él lo quisiere, no rehusemos el padecer lo que sea en bien del Evangelio. Puesto que aun lo que sufrió en esta carne mortal lo sufrió libremente y no por necesidad, es justo creer que también quiso simbolizar algo en cada uno de los hechos que tuvieron lugar y fueron escritos respecto a su pasión. 2. En primer lugar, en el hecho de que después de entregado para la crucifixión llevó él mismo la cruz, nos dejó una muestra de paciencia e indicó de antemano lo que ha de hacer quien quiera seguirle. Idéntica exhortación la hizo también verbalmente cuando dijo: Quien me ame, que tome su cruz y me siga. Llevar la propia cruz equivale, en cierto modo, a dominar la propia mortalidad. 3. Al ser crucificado en el Calvario, significó que en su pasión tuvo lugar el perdón de todos los pecados, de los que dice el salmo: Mis maldades se han multiplicado más que los cabellos de mi cabeza. 4. A su derecha y a su izquierda, respectivamente, fueron crucificados otros dos hombres, mostrando con ello que todos han de padecer, lo mismo si se hallan a su derecha que si están a su izquierda. De los primeros se dice: Dichosos los que sufren persecución por causa de la justicia; de los segundos, en cambio: Y aunque entregue mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, de nada me sirve. 5. Con el rótulo puesto sobre la cruz, en el que estaba escrito: Rey de los judíos, demostró que ni siquiera causándole la muerte pudieron conseguir los judíos que no fuera su rey quien con sublime potestad y a todas luces dará a cada uno lo que merezcan sus obras. Por esa razón se canta en el salmo: El me constituyó rey sobre Sión, su monte santo. 6. El que el rótulo estuviese escrito en tres lenguas: hebreo, griego y latín, indica que iba a reinar no sólo sobre los judíos, sino también sobre los gentiles. Por eso, después de haber dicho en el mismo salmo: El me constituyó rey sobre Sión, su monte santo, es decir, donde se hablaba la lengua hebrea, añade a continuación, como refiriéndose a la griega y a la latina: El Señor me dijo: «Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy; pídemelo, y te daré los pueblos en herencia, y los confines de la tierra como tu posesión.» No porque el griego y el latín sean las únicas lenguas habladas por los gentiles, sino porque son las que más destacan; la griega, por su literatura, y la latina, por la habilidad de los romanos. Aunque en aquellas tres lenguas quedaba indicado que iba a someterse a Cristo la totalidad de los pueblos, no por eso se escribió allí también: «Rey de los gentiles», sino sólo: Rey de los judíos, para que ya el nombre manifestase el origen de la raza cristiana. Está escrito: La ley saldrá de Sión, y la palabra del Señor, de Jerusalén. ¿Quiénes son los que dicen en el salmo: Nos sometió a los pueblos y puso a los gentiles bajo nuestros pies, sino aquellos de quienes dice el Apóstol: Si los gentiles participaron de sus bienes espirituales, deben servirles con sus bienes materiales? 7. Los príncipes de los judíos sugirieron a Pilato que en ningún modo escribiera que él era el rey de los judíos, sino que él decía serlo. De esta forma, Pilato simbolizaba al acebuche que iba a ser injertado en aquellas ramas quebradas; siendo gentil, mandó escribir la profesión de fe de los gentiles, de quienes con razón dijo el mismo Señor: Se os quitará a vosotros el reino y se le entregará a un pueblo que cumpla la justicia. Pero no por eso deja de ser rey de los judíos. Es la raíz la que sostiene al acebuche, no el acebuche a la raíz. Y no obstante aquellas ramas desgajadas por la infidelidad, Dios no repudió a su pueblo, al que conoció de antemano. También yo soy israelita, dice el Apóstol. Aunque los hijos del reino que no quisieron que el Hijo de Dios fuera su rey sean expulsados a las tinieblas exteriores, vendrán, no obstante, muchos de oriente y de occidente y se sentarán a la mesa, no con Platón y Cicerón, sino con Abrahán, Isaac y Jacob, en el reino de los cielos. Pilato, en efecto, escribió: Rey de los judíos, no «Rey de los griegos» o «Rey de los latinos», aunque iba a reinar sobre los gentiles. Y lo que mandó escribir quedó escrito, sin que lograra cambiarlo la sugerencia de los que no lo creían. Mucho tiempo antes se le había ordenado en los salmos: No cambies la inscripción del rótulo. Todos los pueblos creen en el rey de los judíos; reina sobre todos los gentiles, pero es solamente rey de los judíos. Tanto vigor tuvo aquella raíz, que puede cambiar el ser del acebuche injertado en ella, mientras que el acebuche, en cambio, no puede cambiar ni el nombre del olivo. 8. Los soldados se quedaron con sus vestiduras después de haberlas dividido en cuatro lotes. Con ello se simbolizó a los sacramentos que iban a extenderse por las cuatro partes del orbe. 9. El hecho de que, en vez de partirla, echaron a suertes la única túnica inconsútil, demuestra con suficiencia que los sacramentos visibles, aunque también ellos son vestimenta de Cristo, puede tenerlos quienquiera, independientemente de que sea bueno o malo; en cambio, la fe pura, que obra la perfección de la unidad mediante la caridad, dado que la caridad de Dios se ha difundido en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha otorgado, no pertenece a quienquiera, sino a quien le sea donada como en suerte por una misteriosa gracia de Dios. Por eso dijo Pedro a Simón, que estaba en posesión del bautismo, pero no de la fe: No tienes lote ni parte en esta fe. 10. Reconociendo a su madre desde la cruz, la encomendó al cuidado de su discípulo amado: manifestación apropiada de su afecto humano en el momento en que moría como hombre. Aún no había llegado la hora de que había hablado a su madre cuando la conversión del agua en vino: ¿Qué nos va a ti y a mí, mujer? Aún no ha llegado mi hora. No había recibido de María lo que tenía en cuanto Dios, como había recibido de ella lo que pendía de la cruz. 11. Con las palabras Tengo sed reclama la fe de los suyos; pero como vino a su propia casa, y los suyos no le recibieron, en lugar de la suavidad de la fe, le dieron el vinagre de la infidelidad, precisamente en una esponja. Hay motivos para compararlos con la esponja, pues no son macizos, sino hinchados; en vez de estar abiertos con libre acceso a la profesión de la fe, están llenos de escondrijos, de los tortuosos recodos de las insidias. Además, aquella bebida tenía consigo también el hisopo, hierba humilde de la que se dice que, mediante su poderosísima raíz, se adhiere a las piedras. Había gentes en aquel pueblo para quienes tal crimen serviría como humillación del alma, arrepintiéndose después de haberlo desechado. Bien los conocía quien recibía el hisopo junto con el vinagre. También por ellos oró, según testimonio de otro evangelista, cuando dijo desde la cruz: Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen. 12. Con las palabras: Todo está consumado, e, inclinada la cabeza, entregó su espíritu, mostró que su muerte no era fruto de necesidad, sino de libertad, al esperar a morir cuando estaba cumplido todo lo que habían profetizado sobre él. En efecto, también esto estaba escrito: Y en mi sed me dieron a beber vinagre. Todo lo hizo como quien tiene poder para entregar su vida, según él mismo había afirmado. Y entregó el Espíritu por humildad; es lo que significa el hacerlo con la cabeza inclinada; Espíritu que volvería a recibir después de la resurrección con la cabeza erguida. Aquel patriarca Jacob ya había anticipado, al bendecir a Judá, que esta muerte e inclinación de cabeza era consecuencia de un gran poder, con estas palabras: Te levantaste estando tumbado; dormiste como un león. Ese levantarse hace alusión a la muerte, y el león a su poder. 13. El mismo evangelio indicó por qué a aquellos dos se le quebrantaron las piernas, y a él, en cambio, no, dado que había muerto. Convenía, en efecto, manifestar también, mediante este hecho, que la pascua de los judíos se había establecido como profecía suya; estaba mandado que en ella no se rompiese ningún hueso del cordero. 14. De su costado, traspasado por la lanza, brotó sangre y agua hasta llegar a la tierra. En ello, sin duda alguna, hay que ver los sacramentos, que constituyen la Iglesia, semejante a Eva, que fue formada del costado de Adán, figura del Adán futuro, mientras él dormía. 15. José y Nicodemo le dieron sepultura. Según algunos que han averiguado la etimología del nombre, José significa «aumentado»; en cambio, por tratarse de un nombre griego, son muchos los que saben que Nicodemo está compuesto de los términos «victoria» y «pueblo», puesto que níkos significa victoria, y démos pueblo. ¿Quién fue aumentado al morir sino quien dijo: Si el grano de trigo no muere, se queda él solo; si, en cambio, muere, se multiplica? ¿Y quién al morir venció al pueblo que lo perseguía sino quien después de resucitar será su juez? SAN AgUSTÍN, Sermones (4º) (t. XXIV), Sermón 218, 1-4, BAC Madrid 1983, 207-14 Volver Arriba Aplicación P. Alfredo Sáenz,S.J. VIERNES SANTO _ INMOLACIÓN DEL SEÑOR Si el Jueves es, ante todo, "la hora de Jesús", el Viernes es, prevalentemente, "la hora del Príncipe de las tinieblas", dos "horas" que, en el fondo, constituyen una sola "hora", la "hora del Misterio Pascual". La hora del demonio no es sino la otra cara de la hora de Jesús. El Viernes se explica por el Jueves, la hora del demonio por la hora de Jesús. Pero el hecho, aunque trágico, permanece: el demonio tuvo su "hora". Y este momento de victoria —de aparente victoria— es la quintaesencia del escándalo de la Cruz. Hoy los textos, tanto de la celebración litúrgica como del oficio divino, están preñados de dramatismo: el velo del templo desgarrado, las rocas que se agrietan, el ladrón crucificado con Jesús, el clamor del Señor: Dios mío ¿por qué me has abandonado?, la desesperación de Judas, el abandono de los discípulos. Tal es el trágico telón de fondo de este día terrible, que golpea nuestros corazones como antaño sacudiera incluso a la creación material. La liturgia que estamos celebrando comenzó con las lecturas. En la primera de ellas, el profeta Isaías preanunció lo que sucedería con el Señor: "Estaba tan desfigurado que su aspecto no era el de un hombre y su apariencia no era más la de un ser humano... Despreciado, desechado por los hombres, abrumado de dolores... nosotros lo considerábamos golpeado, herido por Dios y humillado. El fue traspasado por nuestras rebeldías y triturado por nuestras iniquidades... Al ser maltratado, se humillaba y ni siquiera abría su boca; como un cordero llevado al matadero, como una oveja muda ante el que lo esquilaba, él no abría su boca". ¡Cruel espectáculo! ¡Así dejaron al Señor nuestros pecados! Como dijimos en otra ocasión, es el cordero que "carga" los pecados del mundo. Pero es también el cordero que "quita" los pecados del mundo: cargando los pecados, los quita. Luego hemos escuchado la solemne lectura de la Pasión del Señor, proclamada al modo de una tragedia griega, con el personaje doliente como protagonista, con los malvados y cobardes que lo rodean, con los personajes compasivos —pocos— que intuyen la profundidad del drama que se está viviendo. En esa larga lectura impresiona la absoluta soledad del Cristo que muere por la salvación de una multitud, condenado por todos los po¬deres humanos delante de los cuales es conducido. Pasó primero ante el Poder Religioso, representado por el Sanedrín, ese poder cuyo cometido principal era proclamar ante el pueblo la llegada del Mesías esperado durante tantos siglos; y ese Poder condena al Señor por declararse tal. Fue después conducido ante el Poder de la Sensualidad, representado por Herodes, ese hombre curioso, infame, libidinoso; no comprende a Jesús, que sólo atina a callar, y lo viste con la túnica de los locos; es natural, porque no hay diálogo posible entre Cristo y el espíritu del mundo. Luego comparece ante el Poder Político, representado por Pilato, ese Poder que hubiera debido reconocer en Jesús al Rey de los Reyes y al Señor de los Señores; pero ello le habría costado caro, siendo mal visto no sólo por sus súbditos sino principalmente por los jueces de Roma. Finalmente enfrenta el Poder del Pueblo que democráticamente, por la mitad más uno, lo condena: no sueltes a éste sino a Barrabás, Crucifícale. Pasan, pues, todos los poderes: el Poder Religioso, el Poder de la Sensualidad, el Poder Político, el Poder Popular. Pasan todos. Y todos, sin excepción, son unánimes en condenar al Inocente. Esto es lo que acontece viendo las cosas desde afuera. Pero tratemos de penetrar en el interior de Jesús, para considerar las disposiciones de su corazón frente a este terrible momento "voluntariamente aceptado". El es Dios y es hombre. Como Dios no puede dejar de sentir el asco del pecado, la indignación, la cólera, la náusea que Dios siempre mostró experimentar ante el pecado, sea el de Adán, sea el de sus descendientes, sean las reiteradas infidelidades del pueblo elegido, su esposa adúltera, en la plena conciencia del abismo que el pecado ha abierto entre su Padre y la humanidad. ¿Y como hombre? Como hombre se siente quebrantado, dolorido, incomprendido, abandonado por casi todos, incluidos sus apóstoles queridos, que huyen, lo niegan, se desentienden; pero sobre todo se siente como si Dios lo hubiese abandonado, según lo confesó al pronunciar las palabras más dramáticas que se hayan escuchado en la historia: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Cristo, que es Dios y es hombre, experimenta en sí la terrible separación de lo humano y lo divino, efecto del pecado. Dios hecho hombre se siente, como Dios, abandonado de los hombres, y como hombre, abandonado de Dios. Clavado en la Cruz, Jesús representa al mismo tiempo la causa de Dios, que exige una reparación justa por el pecado; y representa también la causa de los pecadores, porque "se hizo pecado", asumiendo la responsabilidad de todo el género humano, y cargando sobre sí nuestros pecados para salvarnos. Tales son las resonancias que suscita la lectura de la Pasión que hace poco hemos escuchado. A esa lectura siguió otro importante momento: el de las oraciones universales, en las que hemos rogado por los diversos estamentos que componen la sociedad: por la Iglesia, por el Papa, por las autoridades; etc. Después de la Pasión, la oración por todos aquellos en favor de los cuales murió el Señor. Se subraya así el carácter sacerdotal del martirio de Jesús. El Cristo que se dejó fijar en la cruz es ya desde allí Sumo y Eterno Sacerdote. Verticalmente clavado sobre el madero reunió el cielo y la tierra, divorciados hasta entonces por el pecado, y extendiendo horizontalmente sus brazos sobre el travesaño, quiso señalar su designio de abrazar a todos aquellos que aceptan ser salvados. En el corazón del Cristo, fijado con los clavos del amor, y en el corazón de su Madre, espiritualmente crucificada con El, late ya el corazón de la Iglesia, de esa Iglesia que desde su nacimiento del costado abierto del Esposo divino, en esas bodas de sangre, comienza a ser "católica", es decir, universal. Hoy también, en esta renovación del Viernes Santo, metida en el corazón sacerdotal de Cristo, y a partir del corazón sacerdotal de Cristo, la Iglesia ora por todos; por los cristianos, para que sean fieles a Dios, y por los no cristianos, para que se conviertan y se integren en la Iglesia. Y así hemos llegado, amados hermanos; hasta este momento en que solemnemente hemos descubierto el Árbol de la Cruz, del cual estuvo pendiente la salvación del mundo. Enseguida nos acercaremos para besarlo, mientras la liturgia entona sus himnos más hermosos: "Señor, adoramos tu Cruz, alabamos y glorificamos tu santa Resurrección. Porque gracias al- árbol de la Cruz el gozo llegó al mundo entero". Veneraremos a esa Cruz que es, al mismo tiempo, el patíbulo donde nosotros hemos puesto a nuestro Señor, por lo cual lloramos, y el "árbol fiel" e incomparable, causa de nuestra alegría, ya que "ningún bosque produjo otro igual en ramas, flores y frutos" de santidad y de gracia. Es el Árbol de la Cruz que sustituye al árbol maldito del Paraíso, y preludia el Árbol futuro que se describe en el Apocalipsis, plantado junto a las fuentes, y cuyas hojas sirven para curar a todas las naciones. La Esposa-Iglesia ve en, su Esposo crucificado, al Emperador celestial que gobierna desde el madero, según aquello que dijo el mismo Jesús: "Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí". Finalmente nos acercaremos a comulgar, a recibir esa misteriosa Eucaristía colocada en la tangencia del pasado doloroso del Señor que sufre y del futuro triunfal del Señor que ejerce su Sacerdocio eterno. Apoyemos hoy nuestros labios en el costado de Jesús para beber su sangre fresca, esa sangre que nunca deja de manar de su costado abierto en la Cruz. (SAENZ, A., Palabra y Vida, Ciclo B, Ediciones gladius, Buenos Aires, 1993, p. 115-119) Volver Arriba San Juan Pablo II Alocución en el Via Crucis del Viernes Santo La cruz es una señal visible del rechazo de Dios por parte del hombre. El Dios vivo ha venido en medio de su pueblo mediante Jesucristo, su Hijo Eterno que se ha hecho hombre: hijo de María de nazaret. Pero “los suyos no le recibieron” (Jn 1,11). Han creído que debía morir como seductor del pueblo. Ante el pretorio de Pilato han lanzado el grito injurioso: “Crucifícale, crucifícale” (Jn 19,6). La cruz se ha convertido en la señal del rechazo del Hijo de Dios por parte de su pueblo elegido; la señal del rechazo de Dios por parte del mundo. Pero a la vez la misma cruz se ha convertido en la señal de la aceptación de Dios por parte del hombre, por parte de todo el Pueblo de Dios, por parte del mundo. Quien acoge a Dios en Cristo, lo acoge mediante la cruz. Quien ha acogido a Dios en Cristo, lo expresa mediante esta señal: en efecto se persigna con la señal de la cruz en la frente, en la boca y en el pecho, para manifestar y profesar que en la cruz se encuentra de nuevo a sí mismo todo entero: alma y cuerpo, y que en esta señal abraza y estrecha a Cristo y su reino. Cuando en el centro del pretorio romano Cristo se ha presentado a los ojos de la muchedumbre, Pilato lo ha mostrado diciendo: “Ahí tenéis al hombre” (Jn 19,5). Y la multitud responde: “Crucifícale”. La cruz se ha convertido en la señal del rechazo del hombre en Cristo. De modo admirable caminan juntos el rechazo de Dios y el del hombre. gritando “crucifícale”, la multitud de Jerusalén ha pronunciado la sentencia de muerte contra toda esa verdad sobre el hombre que nos ha sido revelada por Cristo, Hijo de Dios. Ha sido así rechazada la verdad sobre el origen del hombre y sobre la finalidad de su peregrinación sobre la tierra. Ha sido rechazada la verdad acerca de su dignidad y su vocación más alta. Ha sido rechazada la verdad sobre el amor, que tanto ennoblece y une a los hombres, y sobre la misericordia, que levanta incluso de las mayores caídas. Y he aquí que este lugar, donde -según una tradición- a causa de Cristo los hombres eran ultrajados y condenados a muerte en el Coliseo-, ha sido puesta la cruz, desde hace mucho tiempo, como signo de la dignidad del hombre, salvada por la cruz; como signo de la verdad sobre el origen divino y sobre el fin de su peregrinar; como signo del amor y de la misericordia que levanta de la caída y que, cada vez, en cierto sentido, renueva el mundo. He aquí la cruz: He aquí el leño de la cruz (“ecce lignum crucis”). Es ella el signo del rechazo de Dios y el signo de su aceptación. Es ella el signo del vilipendio del hombre y el signo de su elevación. El signo de la victoria. Cristo dijo: “Y yo, si fuere levantado de la tierra (sobre la cruz), atraeré todos a mí” (Jn 12,32). nuestros pensamientos se detienen junto a la cruz, cuyo misterio permanece y cuya realidad se repite en circunstancias siempre nuevas. Este rechazo de Dios por parte del hombre, por parte de los sistemas, que despojan al hombre de la dignidad que posee por Dios en Cristo, del amor que solamente el Espíritu de Dios puede difundir en los corazones, este rechazo -repito-, ¿quedará equilibrado por la aceptación, íntima y ferviente, de Dios que nos ha hablado en la cruz de Cristo? ¿Quedará equilibrado este rechazo por la aceptación del hombre de esta su dignidad y de este amor, cuyo comienzo está en la cruz? Pero el Vía Crucis de Cristo y su cruz no son solamente un interrogante: son una aspiración, una aspiración perseverante e inflexible y un grito: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34). “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mt 27,46). “Padre, en tus manos entrego mí espíritu” (Lc 23,46). gritemos y oremos, como haciendo eco a las palabras de Cristo: Padre, acoge a todos en la cruz de Cristo; acoge a la Iglesia y a la humanidad, a la Iglesia y al mundo. Acoge a aquellos que aceptan la cruz; a aquellos que no la entienden y a aquellos que la evitan; a aquellos que no la aceptan y a aquellos que la combaten con la intención de borrar y desenraizar este signo de la tierra de los vivientes. Padre, ¡acógenos a todos en la cruz de tu Hijo! Acoge a cada uno de nosotros en la cruz de Cristo. Sin fijar la mirada en todo lo que pasa dentro del corazón del hombre; sin mirar a los frutos de sus obras y de los acontecimientos del mundo contemporáneo: ¡Acepta al hombre! La cruz de tu Hijo permanezca como signo de la aceptación del hijo pródigo por parte del Padre. Permanezca como signo de Alianza, de la Alianza nueva y eterna. (Alocución en el Vía Crucis, 4 de abril de 1980) Volver Arriba Instituto del Verbo Encarnado Provincia Nuestra Señora de Luján, Argentina E- mail: [email protected] [email protected] Sitio Web: www.iveargentina.org [1] San CirilO de JerUsalÉn, Catequesis, 13. [2] Cf. San AgUstÍn, De Sancta Virginitate, nnº 54-55. [3] San FranciscO de AsÍs, Oración Absorbeat. [4] Citado por CarlOs Almena, en San Pablo de la Cruz, Ed. Des-clée, Bilbao 1960, p. 282. [5] LUis de la Palma, Historia de la Pasión, preámbulo. [6] San RObertO BelarminO, Libro de las siete palabras, preámbu-lo. [7] Cf. en especial, L. II, cap. XI: “Cuán pocos son los que aman la Cruz de Cristo”; y cap. XII: “Del camino real de la santa cruz”. [8] Cf. GS, 11-90. [9] Cf. 1 Cor 1,17. [10] Cf. 2 Cor 4,10. [11] Cf. Col 1,24. [12] Cf. 1 Cor 1,18. [13] JUan PablO II, Homilía durante la Misa para los universitarios romanos (06/04/1979), 3; OR (29/04/1979), p. 6. [14] JUan PablO II, Homilía en la Parroquia de Santo Tomás de Castelgandolfo (15/09/1991); OR (20/09/1991), p. 4. [15] JUan PablO II, Homilía durante la concelebración euca-rística en la Basílica de San Francisco en Asís (12/03/1982), 4; OR (21/03/1982), p. 11. [16] San LeÓn MagnO, Sermón 8 sobre la Pasión del Señor, 6,8: PL 54,340-342. [17] Cf. Apoc 22,6. [18] San AmbrOsiO, Cartas, nº 35, 4-6. [19] SantO TOmÁs de AqUinO, Credo Comentado, IV, 60. [20] San LUis OriOne, Cartas de Don Orione, Carta del 24/06/1937, Ed. Pío XII, Mar del Plata, 1952, p. 89. [21] San LUis MarÍa GrigniOn de MOntfOrt, Carta circular a los amigos de la Cruz, nº 27. [22] San FranciscO Javier, Carta del 20 de septiembre de 1542, Documento 15, nº 15. Cartas y escritos de San Francisco Javier, Ed. BAC, Madrid, 1979, p. 91. [23] Santa Teresa de JesÚs, Libro de la Vida, XL, 20. [24] EE, [167]. [25] San IgnaciO de AntiOqUÍa, Carta a los Romanos, 5, 3. [26] Ibidem, 6, 3. [27] San LUis MarÍa GrigniOn de MOntfOrt, El amor de la Sabiduría Eterna, cap. XIV, 1. [28] Santa Teresita del NiÑO JesÚs, Historia de un alma, cap. XII, 21. [29] JUan PablO II, Encuentro con los jóvenes (02/04/1979); OR (19/04/1979), p. 7. [30] JUan PablO II, Celebración de la Pasión del Señor en la Basílica de San Pedro y Vía Crucis en Coliseo (04/04/1980), 6; OR (13/04/1980), p. 8. [31] San CirilO de JerUsalÉn, Catequesis, XIII, 23. [32] Ibidem, XIII, 22.