Finiquito 1 Entonces llegamos al final, como tantas

Transcripción

Finiquito 1 Entonces llegamos al final, como tantas
Finiquito
1
Entonces llegamos al final, como tantas otras veces, un final relativo por supuesto,
pero era el otro extremo de alguna cosa y eso hacía que el día fuera algo especial. Quizás sólo
era que el día estaba muy nublado y que de un momento a otro comenzaría a llover.
Por la mañana, había chequeado la excavación del último avance que faltaba para romper los
accesos peatonales que quedaban en el exterior.
El operador de la retroexcavadora hacía bien su trabajo. Me subí sobre la oruga y le indiqué
dónde le faltaba, sólo para darme un gusto. Por la tarde, los mineros de la cuadrilla levantaron
la estructura metálica que cubría el revestimiento primario y en seguida pusieron las gatas. A
continuación, yo orienté mi máquina con la agilidad y precisión, como de costumbre. Recorrí la
estructura con el puntero láser y luego les dije lo que ya sabíamos: sólo había que desplazarla
doce milímetros para dejarla en su posición.
Subí a la oficina. Era la tarde de un lunes. Estaba terminando mi turno. Diez días seguidos, doce
horas diarias. Mi jefe estaba detrás de su computador polvoriento, como siempre.
-Eso es todo, Miguel. Hemos terminado. Acabamos de instalar el último marco. Es el fin,
señalé.
-Lo sé, chico. Hiciste un buen trabajo. Todo el equipo lo hizo, asintió.
Ya lo creo. Teníamos cinco meses para cavar los túneles pero terminamos en cuatro.
-Tómate tus días de descanso, luego hablaremos, me dijo.
2
Llevaba ya casi dos semanas en casa, luego de cobrar el cheque del finiquito y el seguro de
desempleo. Además, había hecho unos contactos en un par de obras que se estaban iniciando.
Era sólo cuestión de tiempo para que me llamaran nuevamente. Era inevitable.
Mientras tanto, dormía un rato más por la mañana y de vez en cuando por la tarde caminaba
hasta las salas de cine. Era agradable estar ahí después de almuerzo en un día de semana
cualquiera. Frecuentemente era yo el único espectador y podía elegir la mejor ubicación y
poner los pies sobre la butaca de adelante y siempre me preguntaba lo mismo cuando
comenzaban a rodar la película: “¿La habrían proyectado si la sala hubiera estado vacía?
Entonces, una noche Alice, al volver del hospital, me preguntó, algo nerviosa:
-Bueno, ¿y cuándo te van a llamar?
-En cualquier momento. Las obras empiezan la próxima semana, respondí.
Dejé de leer el cuento en el cual Chinaski era operario en una fábrica de ampolletas,cerré el
libro y lo puse junto a una lata de Pilsener.
-Es que estuve investigando sobre las AFPs y los fondos de jubilación y sucede que si durante
tu vida laboral no logras ahorrar cierta cantidad de pesos, mejor dicho cierta cantidad de
millones de pesos, tu pensión será una porquería. Yo no quiero ser una mujer vieja y ganar
menos de lo que gano ahora. Alice parecía bastante afligida.
Medité un instante al respecto pero de inmediato supe que mi respuesta no la reconfortaría
así es que me quedé callado. Me recosté sobre el sofá y contemplé aquellos atribulados ojos
verdes grandes y redondos que observaban esperando la frase adecuada, queriendo saber la
rentabilidad de nuestras acciones a largo plazo. Me pregunté qué había pasado con aquel pelo
castaño largo y suave que Alice llevaba cuando nos conocimos en la playa.
-He pensado mucho en eso -continuó -y me aflige que no aportes en forma constante a tu
fondo de pensiones.
-¿Es que no te importa? ¿O sólo te importa tener una lata de cerveza dentro del refrigerador?
¿Qué va a ser de ti cuando seas un hombre viejo y tengas ganas de jubilarte? ¿Cuánto vas a
ganar?¿Es que nunca has pensado en eso?
Nos quedamos en silencio. Yo tomé mi lata de Pilsener para dar un trago pero me percaté de
que sólo le quedaba esa cantidad de emeles que nunca logras que salga, al menos que la
inviertas completamente y la sacudes un poco. Me quedé con la lata en la mano y tomé
conciencia de lo poco que pesaba. Una lata vacía puede llegar a ser tan liviana que sólo una
suave brisa puede tumbarla. No pude evitar entonces sentir una leve sensación de desamparo
y se me vino a la mente esa ocasión en la que me encontraba yo solo y parado al borde de la
carretera junto a un pequeño letrero verde que decía “kilómetro 2060 con los últimos 500
pesos en los bolsillos.
-Honestamente, le contesté, no creo que llegue a ser un hombre viejo.
Ym