El reino de los hielos Carlos Rocney Márquez Despaigne No había
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El reino de los hielos Carlos Rocney Márquez Despaigne No había
El reino de los hielos Carlos Rocney Márquez Despaigne No había podido conciliar el sueño. Todo porque su mente solo pensaba en lo mismo: tener su propia mujer. Era la única idea que lo acompañaba y le molestaba en las últimas noches. Necesitaba una mujer y lo sabía. Estaba claro. Viksik quería una mujer hábil en raspar las ropas y en confeccionar calzado, capaz de calentar con su tibio cuerpo el iglú y con un vientre fértil para traer hijos. Y Viksik tenía los ojos puestos en Erikia. ¿Cómo olvidar su bellísima sonrisa despedida por la doble hilera de sus treinta pequeños y perfectos dientecillos de marfil? Pero mientras más repasaba la idea más se cansaba de pensar en ello. Y se decidió a enfrentar su destino en el reino de los hielos. Ni siquiera su hambre insaciable de cada mañana se lo impediría. Gateando se deslizó por el estrecho túnel que servía de entrada y salida al iglú. Con la ayuda de los codos y las rodillas sacó el cuerpo de aquel pasadizo. Ahora recordaba lo que le había acontecido el día anterior, cuando se había presentado en el iglú de Kisiod, anciano de rostro arrugado y cabellos blancos, el jefe de la tribu. Sin mucha ceremonia, abrió la boca y dejó escapar las palabras sin muestra de respeto ni asomo de titubeo. –¡Kisiod, me dirijo a ti para pedir a tu hija, Erikia, como mi mujer! La respuesta no tardó en ser escuchada: un oso tenía que cazar y un oso tenía que traer. Los perros de su trineo yacían dormidos. Solo la gruesa piel los abrigaba de la intemperie. Cuando sintieron la presencia de Viksik, se irguieron, unos más perezosos que otros, sacudiendo la nieve y la escarcha del pelaje, ora ladrando y enseñando los colmillos, ora meneando la cola de un lado a otro, ya sea por hambre, ya fuera por alegría de ver al amo. El inuit dispuso para partir a los ocho de la jauría, mezcla de lobo y de perro, de húmedos y calientes hocicos y ojos rojos y amarillos. Viksik se aseguró de que llevaran las albercas que les protegían las patas de los hielos y la sal marina. Luego los enganchó al trineo, subió a este y dando la señal con el látigo, partió. Los osos habían olido a Viksik. El inuit se turbó al verlos, pero era lo que había estado esperando encontrar durante los últimos tres días. Aunque en vez de un oso, estaban dos. Los animales caminaban lentamente hacia él. Viksik sabía que en menos de cinco minutos todo terminaría, pero no sabía cómo terminaría. Como buen inuit que era, respetaba al oso por encima de las demás bestias por ser la única capaz de retar el dominio del hombre en la tierra de los hielos. De pronto, el macho perdió el instinto ancestral, precipitándose, cegado por la rabia, contra el hombre. Cuando llegó a unos diez o doce pasos de Viksik, se levantó sobre las dos patas traseras. Rugiendo y alzando las robustas extremidades delanteras, se acercaba. El inuit ya tenía preparada la lanza y el brazo despidió el arma. Acertó en la garganta. El oso estremeció el suelo al caer. Cuando Viksik giró la cabeza, ya la hembra estaba a su lado. Levantó las enormes zarpas sobre su cabeza, dispuesta a destrozarla. El inuit previó los movimientos de la bestia y asestó con el cuchillo reiterados golpes en las patas, el pecho y la espalda, mientras se movía alrededor de la osa. De las heridas del animal manaba a chorros la sangre que manchaba la nieve y envolvía el aire con su olor, hasta que la bestia expiró. Pronto la tribu se estaría atragantando de carne y él contaría la hazaña a todos. Pero lo más importante: Erikia sería su mujer. Posó la mirada en el horizonte y, por un momento, sus ojos creyeron ver a lo lejos la imagen de una joven. ¿Habría sido Erikia? Eran los mismos rasgos que tan bien tenía grabados como un tatuaje en la piel. Pero la hubiese visto o no, eso no importaba, porque pronto Erikia sería su mujer. Carlos Rocney Márquez Despaigne (La Habana, 1993). Graduado en 2014 del taller de técnicas narrativas, dramaturgia y lenguaje de radio, televisión y cine Las Herramientas del Escritor, impartido por el grupo Punto de Giro. Miembro del Taller Literario de Ciencia Ficción y Fantasía Espacio Abierto de los escritores Yoss, Elaine Vilar Madruga y Raúl Aguiar.