A propósito de la muerte de El Tila (PDF Available)

Transcripción

A propósito de la muerte de El Tila (PDF Available)
A PROPOSITO DE LA MUERTE DEL TILA, o de cómo se mata y se muere en las
palabras
Pedro Santander M. (Periodista; Dr. en Lingüística, U. Católica de Valparaíso)
Miguel Alvarado B. (Antropólogo; Dr. en Ciencias Humanas, U. de Playa Ancha)
“Yo nací en una especie de clase chilena que es la responsable de esto, es
decir, la que ha metido en la cabeza a la historia de Chile que hay ‘gente’ y hay
‘rotos’. Ahora, yo me fui de Chile para huir de esto, porque no podía soportar
vivir en una especie de privilegio desfachatado, en que las cosas eran desde el
principio así. Entonces, se me empezó a convertir esto en una especie de
vergüenza, de culpabilidad, hasta que la cosa se puso insoportable. Es ésta una
especie de,¿cómo te podría decir?, enfermedad de imbéciles, presunción de
idiotas, de ignorancia en la sangre, una especie de abolengo de ignorancia y
estupidez. Ahora, esto, sin duda, es el origen de lo que está pasando en Chile.”
Roberto Matta, pintor.
Con la muerte del Tila la pregunta por el sentido irrumpe en nosotros. Nuevamente en Chile
nos vemos sorprendidos por un enjambre de hechos y motivos que une maldad,
marginación, violencia, indiferencia, dolor. Ni todas las vidas nuevas de Zurita son capaces
de liberarnos de la paradoja. Nosotros tan seguros, tan ciertos, tan globalizados-asociados,
nosotros los estables.
El Tila nos sorprende en las palabras y en los hechos. La brutalidad de sus actos criminales
nos golpea al igual que la realización de su lenguaje, de sus actos de habla, de su semántica.
Es la fascinación que ejerce sobre nosotros el canto pulido de quien no queremos escuchar.
Leer sus textos, escuchar sus palabras, analizar su discurso implica necesariamente
cuestionarse la aventura humana. ¿En qué rincón de su mente retuvo el uso de los
gerundios? ¿En qué intervalo entre violación y asesinato -los que cometió y los que le
infringieron- sintió fascinación por la ortografía, la sintaxis y el estilo? ¿Cómo ocurre este
aprendizaje en alguien que descalzo y entre golpes sólo llegó a quinto básico?
Si todo fuera tan sencillo como condenar o justificar, demonizar o canonizar, las cosas
serian más simples, pero, para nuestro horror, el Tila no es un asunto simple, ni su vida ni
su muerte, y no seguirá siendo simple aún después de ahorcase en las palabras, con el cable
de la misma máquina de escribir con la que nos dejo en vilo, sin aliento frente a él y a
nosotros mismo, frente a nosotros, los modernos.
No es el primer criminal que hemos podido ver en programas de televisión como Informe
Especial, pero sí el primero que accede a ese espacio medial porque, a la par, acto y palabra
son protagonistas de este enunciador-asesino. No es el primer reo que escribe una carta a un
ministro, pero sí el primero que conocemos tan públicamente dirigiéndose de igual a igual a
un secretario de Estado, no pidiendo clemencia o alegando inocencia, sino exigiendo otro
trato.
La fuerzas del tanatos, las negadas fuerzas mágicas de la muerte, se nos ponen frente a los
ojos, los medios nos avisan que el demonio merodea y toda nuestra certidumbre no alcanza
para neutralizar el sin sentido. La paradoja de un hombre inteligente y perverso que
desarrolla su vida y su muerte como cumpliendo una profecía, la cual nos incumbe y nos
involucra, y que tiene su punto cumbre en un suicidio ritual. Luego de la muerte del Tila
hay un aspecto de esta profecía en el cual estamos todos coludidos, involucrados. Es lo que
se hace presente en el texto que analizaremos más abajo. Si lo pudiésemos resumir, seria
algo sencillo y macabro, se trata de algo más horrible incluso que los crímenes del Tila:
convenzámonos, no todos tienen un lugar en la sociedad chilena, sigue sobrando gente, y
más aún, los que se creen indispensables de nuestra sociedad son muy soberbios y muy
pocos.
El Tila le escribió en julio de 2002 una carta al Ministro del Interior, José Miguel Insulza,
la que fue publicada íntegramente por algunos medios de comunicación. Como decimos, no
sorprende tanto el acto en sí mismo – los Seremis de Justicias son destinatarios frecuentes
de misivas de reos comunes- sino, en primer lugar, la forma del texto, desde ahí, desde la
estética de su escritura, el Tila erige el principal contenido de sus mensajes.
La lectura que desarrollaremos de este texto del Tila es lingüística, y si una metáfora
sintetiza nuestra hipótesis es que como en Chile sobra gente, es muy fácil morir en las
palabras. Las palabras son lo más material que del Tila nos queda, y él sabia que le
sobrevivirían. Porque el Tila tenía conciencia de que sus palabras son proyección de su
inteligencia en un gesto arrogante del que no tiene nada que perder, y que son para nosotros
demostración de una energía sobrante. Él se sabia parte de esa energía de desecho, y, en ese
marco, reconozcámosle al criminal una suerte de virtud: nunca posó de víctima.
Ciertamente, el Tila intuía que en el mundo sobra energía y, por lo tanto, intuía también que
su fuerza y su maldad, su inteligencia y su perversión no eran mas que el significante
inequívoco de que esa energía se expandía y se retrotraía, como olas, como un universo que
se expande para en algún instante desaparecer. Si no creemos que se trata de un asunto de
energía, otra lectura posible es la de la racionalidad, y con ello, aclaremos, nos estaremos
refiriendo al concreto sistema de valores que las elites intelectuales barrocas, románticas e
iluministas han depositado en el sentido común de nuestra sociedad. Ni más ni menos, la
lectura es siempre la de nuestros valores, por que nadie nos ha demostrado que el mundo es
justo, ni que lo racional sea real, o lo real racional.
El análisis de la carta
Veamos el texto. Estamos ante una carta. Y en el marco de la macrosintaxis que toda carta
exige, se espera que en ésta se identifique claramente el destinatario y el remitente. El Tila,
conocedor de esta exigencia formal, la maneja a su antojo. El destinatario: "Sr. Insulza"; el
remitente: "Roberto José Martínez V., Delincuente Habitual". El contraste resulta obvio.
Cumplida la formalidad de presentar a los actores discursivos, despoja a dicho acto de las
esperadas ritualizaciones del poder. Ni cargo, ni nombre de pila, ni el esperado "Don". El
apellido, a secas, el señor, abreviado. Eres tú Insulza a quien me dirijo, que seas Ministro,
que seas José Miguel, que habites la Moneda, ya lo sé, ya lo sabemos. Y soy yo quien te
escribe, Roberto José Martínez V., Delincuente Habitual, también los sabemos, pero las
formalidades las reservo para mí; ritualizo al revés, ustedes, saturados de cargo, son otros
sin los vocativos. Tú bajas, yo subo -en el texto nos encontramos.
El Tila no sabe de estructuralismo, pero intuye a través de su escritura que el valor de su
comunicación radica en oposiciones como esa –el valor está en el contraste. Nada sabe de
Teoría de la Enunciación, pero es clarísimo en la definición de los diferentes roles
asociados a la producción y a la recepción de su discurso. Ambos elementos evitan, por un
lado, su victimización, y, por otro, la sumisión al poder social.
La forma sigue al servicio de su lugar discursivo con las primeras palabras de su misiva
"Siendo yo un delincuente, desde niño creí que el sistema...". Irrumpe el gerundio, esta
primera palabra nos remite de manera barroca a la existencia, su presentación del Yo es
inmediata y está a cargo de un verbo existencial. Pocos osan emplear un gerundio
modificador de la oración que, a su vez, es gerundio adjetivo en ese lugar textual. En el
empleo que los hablantes hacen del gerundio normalmente se constatan diferencias
asociadas con diferencias de registros y estilos. Usos como el señalado son esperables en un
registro formal, educado. "Tal vez yo exagero y haya gerundios mansos, tratables" exclamó
alguna vez Azorín. El Tila, aquel asesino y violador implacable, doma su discurso con los
gerundios. ¿Será el momento en que siendo enunciador encuentra cierta paz?
Si pasamos de la observación de la forma no finita del verbo a sus verbos conjugados,
veremos que él, un hombre de acción, a penas una sola vez emplea en esta carta un verbo
de carácter material (“..delitos que cometí...”). Los demás verbos de su misiva son,
fundamentalmente, de carácter mental y verbal. Pienso, hablo...luego escribo.
“Desde niño creí.../creo que en el pasado.../observo que por la calidad de sus ingresos.../
Ud. habla de mí.../ Creo que a eso su merced.../ afirmo esto..., etc.”
¿Si acaso El Tila cree? Sí, en el engaño de las palabras, en el testamento de la escritura, en
el refugio de los verbos, en el escape, en la presencia. “¡Qué las letras me lleven!”, parece
decir el oscuro sonido de la piedra que destroza el cráneo de su víctima; los sonidos del
sufriente son siempre iguales, pensaba cuando violaba a la alemana, las palabras son fuego
que me queman y con las que quemaré, decían las llamas en las que ardía su polola, a un
costado de la línea del tren. Los rieles llevan al sur, donde la tía que a fierrazos en la cabeza
abrió los espacios del lenguaje interior, y de vuelta al norte donde los tíos trasvestis rajaron
su inocencia. A los seis años, la edad ideal para enriquecer el lenguaje egocéntrico,
quedarse en él. (Aunque nunca leyera a tampoco a Piaget).
“Sr. Insulza, usted habla de mi vida como si fuese para delinquir”. Es el pretérito, es el
imperfecto, es el subjuntivo que sale de ese lenguaje. Siguen los infinitivos compuestos
(“ud. de haber sido consultado”), el registro formal se realiza con un estilo colonial (“el
Remedo de vida que tengo”; “su merced, su alcurnia”), con el empleo de sintagmas
propios de un estilo culto (“riesgo social”; “el sistema está en pie”; “su apretada
agenda”).
Así, complejizando la sintaxis, buceando en la opacidad del lenguaje, emergiendo poco a
poco, aparece la pragmática y la forma da paso al acto de habla directivo: Sr. Insulza, usted
que habla de mi vida, “¡dése primero un tiempo en su apretada agenda para leer los
informes!”, después hablamos. De esto, yo sé más que usted. Por eso, ¡qué emerja ahora la
semántica de mano de la pragmática!. “Sr. Insulza, dése cuenta que muchos delincuentes y
yo No nacimos delincuentes”.
“No nacimos delincuentes”. Quién sabe cómo naciste, quién sabe cómo sentiste, quién sabe
como hubieras vivido si junto a los adverbios, a la modalización, al potencial y al
subjuntivo otra cuna te hubiera acogido. Sabemos como asesinaste, cómo violaste, cómo
escribiste para irte en las palabras y dejarnos mudos en la ausencia de los espacios, en los
palcos, frente a los vertederos humanos.
De las víctimas
Por nuestra parte del mismo modo en que Bataille analizó el sacrificio azteca, podemos
afirmar que su texto da cuenta de una víctima, pero no en el sentido de la racionalidad
occidental, por lo menos, no el de la elite político cultural. No se trata de una víctima a la
que se le confiere, aunque sea póstumamente, el disfrute de la misericordia, la empatía
frente su dolor. Nuestra lectura debe ser otra, nadie sentía misericordia por el enviado a los
dioses al inicio de su camino hacia la pirámide sacrificial. La muerte del Tila se parece en
algo a la del que muere en una trinchera sin conquistar un metro de territorio, o del que
muere asfixiado por la silicosis, si que nadie asuma las culpas colectivas que rodean a esa
muerte. La misericordia es privilegio de los justos y para los justos.
Renunciando hasta donde se puede, a la noción del bien y del mal en nuestro análisis, el
Tila es un tremendo hecho cultural. En tanto las sociedades son sistemas de comunicación,
se nos presenta como el sujeto necesario para el equilibrio del sistema, envuelto de una
maraña de signos, sintomatología de nuestros propios males. La muerte, “su muerte” no es
mas que el corolario de una historia vital, definida desde un Yo rotundo que en las palabras
pugnaba por tener presencia, mientras toda la estructura de nuestra sociedad está diseñada
para que esa presencia no exista.
Librémonos por un rato de la pregunta y la respuesta moral, pensemos por un instante que
el mundo es solamente injusto, y abrámonos a otras. Por ejemplo, interroguémonos ¿por
qué es Chile un país tan violento? La posibilidad de garabatear una respuesta está
sustentada en la noción de que el Tila es parte de un mecanismo del cual todos formamos
parte y frente al cual ninguno de nosotros es totalmente inocente. El sujeto de nuestra
enunciación está muerto en el movimiento maquinal de la estructura, aunque por
momentos, el más desesperado, el Tila, sobrevive amarrado a sus propias palabras.
Texto íntegro de la carta de El Tila al Ministro del Interior, José Miguel
Insulza (17 de julio de 2002).
Sr. Insulza:
Siendo yo un delincuente desde niño creí que el sistema esta en pie para aplicar justicia y
no para secar individuos en la cárcel.
Independientemente de mi edad creo que el pasado ud. de haber sido consultado habría
propuesto lo mismo.
Observo que por la calidad de sus ingresos difícilmente sus hijos lleguen a estar en riesgo
social.
Ud. habla de mi vida como si fuese para delinquir y no en delitos que cometí intentando
mejorar el Remedo de vida y familia que tengo.
Creo que a eso su merced no le aplicaría ni una gota de empatía. Afirmo esto en base a sus
declaraciones a la prensa y en la obserbación (sic) de su alcurnia y solicito que ud. como es
profecional (sic) de informes, burocracia y estadísticas se de (sic) un tiempo en su apretada
agenda para leer los tales. Quizas (sic) de esa manera, ya que nunca serán en terreno, se de
(sic) cuenta que muchos chilenos y yo No nacimos delincuentes.
Respetuosa y atentamente se despide de ud.
Roberto José Martínez V.
Delincuente Habitual