Exodo – Brevard S. Childs
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Exodo – Brevard S. Childs
BREVARD S. CHILDS EL LIBRO DEL ÉXODO Comentario crítico y teológico Ed. VERBO DIVINO Navarra - 2003 “El comentario de Childs une los métodos más clásicos de la ciencia bíblica con el enfoque más moderno de la lectura global del texto, y a esto se añade un especial interés por la historia de la exégesis y por el uso de cada pasaje en el Nuevo Testamento”. (José Luis Sicre) Elegimos “una parte” de su comentario a las plagas. El libro se pude leer y bajar completo: https://app.box.com/s/k7m39vrenbbc576ch7hq 3. Contexto del Antiguo Testamento 7,8-13. La sección precedente ha reiterado la orden de Dios a Moisés respecto al Faraón. El pasaje ha señalado también la intención definitiva de Dios con el Faraón. Como Dios lo había endurecido, se negaría a dejar marchar a Israel. Entonces, Dios aumentaría sus signos y prodigios y sacaría a su pueblo con grandes castigos. Dentro de la narración los w. 1-7 se mueven en ambas direcciones. Por un lado, la orden se refiere directamente a la queja anterior de Moisés (6,12ss). Por otro, estas palabras forman claramente una introducción al relato de las plagas que sigue. El tema del conflicto de Moisés con los magos de Egipto se presenta como un primer intento de convencer al Faraón de la autoridad divina de Moisés cuando busca liberar a Israel. Cuando fracasa su demostración de poder extraordinario, comienza la secuencia de las plagas. El milagro que realiza no es en absoluto una plaga, e incluso su estructura está fuera de la secuencia de los diez desastres siguientes. Sin embargo, a lo largo de diferentes plagas persiste el tema del conflicto con los magos (7,22; 8,14; 9,11) y culmina con la derrota de éstos a manos del poderoso Moisés. Es posible que el tema sirviera en algún momento de gran marco de referencia para la fuente sacerdotal en el momento de relatar la tradición de las plagas; sin embargo, en su forma final, el tema es solamente uno de los muchos que configuran el rico y variado modelo de la narración actual. Mientras que los pasajes posteriores mencionan de pasada el papel de los magos, este pasaje lo hace de manera detallada. Dios advierte previamente a Moisés de que el Faraón exigirá una prueba de su autoridad, y le instruye sobre el signo adecuado que debe realizar. Aarón debe tirar su bastón al suelo y se convertirá en una culebra (cf. 4,2ss). Pero cuando Moisés realizó su milagro, el Faraón llamó inmediatamente a sus magos, y éstos realizaron la misma acción. Aunque el bastón de Aarón engulló a los de los magos, el Faraón se negó a reconocer su perplejidad o a cumplir con la exigencia de Moisés. Los comentaristas rabínicos dan mucha importancia a la formulación exacta del texto: el bastón de Moisés devoró sus bastones. ¡Qué enorme era el poder de Moisés! Es probable que en el contexto del relato todos los bastones se transformaran en culebras. Ahora bien, el pasaje tiene interés por varias razones. En primer lugar, hay que señalar que fue Dios quien sugirió este signo concreto a Moisés. La narración no insinúa que fue Moisés a quien se le ocurrió el signo, y que se merece el reproche de haber realizado una elección inverosímil. Al contrario, se percibe la auténtica ambigüedad de la situación cuando se reconoce que los magos copiaron un signo elegido por Dios para legitimar a su mensajero. Aunque la narración atribuye a Dios la capacidad de Moisés de realizar un acontecimiento tan milagroso, el milagro no logró su objetivo. Ahora bien, al introducir este elemento de ambigüedad justo al comienzo, el autor deja claro que la importancia de los relatos de las plagas no es meramente un despliegue ingenuo de fuegos artificiales sobrenaturales. El asunto posee otra dimensión: ¿cómo puede convencerse al Faraón para que advierta la mano de Dios? El elemento «sobrenatural» no era suficiente en sí mismo. Se hace que el signo divino parezca un sencillo truco de juglar que puede duplicar con bastante facilidad un buen número de magos egipcios. Los comentaristas antiguos derrocharon mucha energía en reflexionar sobre el problema de cómo pudieron realizar el mismo milagro los egipcios (cf. sección de Historia de la exégesis). ¿Cómo debía comprenderse la expresión «por medio de sus encantos» o de sus «artes secretas»? Muchos pensaron que su intento de duplicar el milagro fue un fraude total. Sólo Moisés pudo convertir el bastón en serpiente. Sin embargo, esta interpretación es una forma de racionalismo -por supuesto, dentro del marco de la ortodoxia- que, intentando eliminar la ambigüedad, suprime el aspecto de conflicto. De hecho, el texto excluye esta posibilidad de manera implícita cuando afirma que el bastón de Aarón devoró a las otras serpientes. El tema en cuestión no es, pues, el fraude; es el de un auténtico conflicto de poderes. También Josefo señala este punto cuando pone en boca de Moisés estas palabras al rey: «Verdaderamente, no desdeño la astucia de los egipcios, sino que declaro que las obras por mí realizadas superan con mucho su arte de magia... mis milagros proceden del poder de Dios» (Antiq. II,284ss). Finalmente, es sorprendente el poco interés del autor por describir las reacciones psicológicas de los dos nombres. No se menciona la osadía de Moisés, el desdén del rey, ninguna sorpresa o turbación. De hecho, no se describe una de las partes más dramáticas del relato, la petición inicial de un signo, sino que se presenta con la forma de la instrucción precedente. Esta es otra indicación de que no debe comprenderse de modo psicológico la fórmula «se endureció el corazón del Faraón», sino que su acento es, más bien, profundamente teológico: el juicio de Dios sobre Egipto es tal que el Faraón no escuchará. 7,14-25 Primera plaga: el agua se convierte en sangre La primera plaga ofrece un buen número de características propias que subrayan su particularidad con respecto a los modelos estereotipados de las plagas que siguen. Es poco común que comience hablando de la obstinación del Faraón (sin embargo, cf. 10,1). También su final es en cierta manera inesperado, ya que el asunto queda sin solucionar. Están implicadas todas las fuentes literarias y ello da como resultado un rico mosaico de diferentes modelos. El mandato inicial que especifica que Moisés tenía que encontrarse con el Faraón «por la mañana, cuando se dirija al río... en la orilla del río» no debe interpretarse ante todo como una indicación del interés del autor por el trasfondo histórico del encuentro. Estas expresiones tienden a ser fijas y pertenecen al esquema narrativo del relato de las plagas, que pone el énfasis en el papel de Moisés como figura profética. Dios le da instrucciones exactas sobre dónde tiene que ir y qué tiene que decir, igual que hizo con Elias (1 Re 17,3), Isaías (Is 7,3) y otros. El propio mensaje «deja marchar a mi pueblo», estribillo que se repite a lo largo del relato de las plagas, aparece en el estilo profético del discurso directo. Además, se indica claramente el objetivo del acontecimiento que sigue. El Faraón sabrá «que yo soy Yahwé» cuando el agua se convierta en sangre. El tema del conocimiento de Yahwé a través de sus grandes obras sigue apareciendo de distintas maneras a lo largo del relato de las plagas, y está estrechamente conectado con el motivo básico de la resistencia del rey al plan de Dios, expresado por primera vez cuando negó cualquier conocimiento de Yahwé (5,2). La transformación del agua se realiza de forma dramática. Cuando el bastón golpea el agua deben despejarse todas las dudas sobre dónde está el verdadero poder. Los hilos principales del relato están suficientemente claros; sin embargo, algunos detalles no lo están y muestran cierta falta de consistencia. En el v. 17 parece que sólo se transforman las aguas del Nilo; en cambio, en el v. 19 se incluyen explícitamente todas las aguas de Egipto, incluidas las aguas de las vasijas. Es difícil reconciliar este dato con el hecho de que los magos egipcios transformen más agua en sangre. Por otra parte, no está del todo claro si los egipcios no podían beber el agua porque se transformó en sangre o porque hedía a causa de los peces muertos. Aunque estos detalles causaron problemas a los comentaristas posteriores, no hay ningún indicio en el texto de que el redactor intentase armonizar estas dificultades. Parece que la referencia explícita a la reacción del Faraón en el v. 23, «se volvió a su casa sin hacer caso», trata de poner de relieve el contraste con el resto de los egipcios, que deben trabajar duramente para conseguir agua. Hasta este momento, el Faraón no se ve afectado personalmente. Un midrás judío subraya esta interpretación poniendo en su boca esta respuesta a Moisés: «No me causas ningún inconveniente; si no puedo tener agua, tendré vino»; sin embargo, «su pueblo sufrió y tuvo que cavar» (Shekel Tob, citado por Greenberg, ad loe). Las referencias posteriores del Antiguo Testamento a la tradición de las plagas concuerdan en considerar la primera plaga la transformación del agua en sangre (Sal 78,44, etc.). Sin embargo, para muchos lectores modernos, esta catástrofe presenta una amenaza mayor para la vida humana que la de alguna de las plagas siguientes y les resulta difícil advertir un «crescendo» continuo en toda la serie. A pesar de ello, la tradición parece considerar la primera plaga más como una molestia asquerosa que como una amenaza radical a la vida. Pasaron siete días, en los que los egipcios tuvieron que cavar en busca de agua, hasta que se mandó la segunda plaga. El propio Faraón no se lo tomó en serio. En esto hay una delgada base exegética para relacionar la tradición de la primera plaga con el enrojecimiento estacional del Nilo, cosa que los comentarios críticos modernos no se cansan de citar. 7,26-8,11 Segunda plaga: las ranas El envío de las ranas también se anuncia previamente, como una advertencia al estilo profético, y luego la ejecuta Aarón. El texto no indica ningún nexo causal con la plaga precedente, a pesar de que los comentaristas han intentado desde hace tiempo relacionar la contaminación del Nilo con la llegada de las ranas. De la larga lista de plagas que Moisés provocó a los egipcios, la de las ranas sería ciertamente una de las menos temidas: ni devoran ni destrozan la propiedad. Sin embargo, son terriblemente perjudiciales y muy desagradables para la vista y el oído. Calvino pone de relieve el elemento burlesco de la plaga; Jacob habla del «coco» que asusta a los niños {Kinderschreck). El texto pone de relieve los elementos de incomodidad y molestia. Las ranas entran en las casas, se suben a las camas, entran en la cocina y se comen las herramientas. Incluso no quedó inmune el lugar más inverosímil para atraer a una rana, el horno seco. El nuevo tema que aparece es la concesión que ej Faraón hace a Moisés con tal de que desaparezca la plaga. Este tema del debilitamiento gradual de la resistencia del Faraón a la partida de Israel sigue creciendo hasta que se llega al callejón sin salida que provocará el envío de la última plaga. El hecho de que la resistencia del Faraón pueda debilitarse por medio de una plaga tiene un aspecto algo diferente del que aparece en 7,3, donde Dios pretende endurecerlo. Por eso, las plagas no se mandan para suavizar su resistencia, sino para glorificar el poder y la autoridad de Dios. Tienen cierta razón los críticos literarios al asignar estos dos temas a distintas fuentes. Sin embargo, en la forma final del relato de las plagas, los dos temas no están en verdadera tensión. Ambos contribuyen a dar riqueza al relato y varían el esquema de la serie para evitar la amenaza de monotonía al contar un relato tan largo. Dado que las concesiones terminan en un impasse, no existe un verdadero conflicto de contenido entre los dos modos de enfocar la resistencia del Faraón. Son especialmente interesantes las negociaciones entre el Faraón y Moisés porque en ellas se abren paso rasgos genuinamente humanos a través de las formas estereotipadas que dominan este largo relato. Se presenta al Faraón como a un hábil negociador. Su oferta inicial de dejar marchar al pueblo a ofrecer sacrificios (v. 4) suena a total capitulación; pero lo niega inmediatamente. Sin embargo, en todas las negociaciones posteriores el Faraón retoma su oferta anterior, que luego interpreta como una concesión parcial. Así, en el v. 4, el Faraón acepta dejar marchar al pueblo a ofrecer sacrificios; pero, con gran astucia, mantiene escondidas sus cartas sobre los participantes y el lugar del sacrificio. A Moisés se lo presenta como una persona igualmente hábil. Aunque está por encima de todos los mensajeros de Dios, el mandato que recibe no restringe su libertad de negociación. Este aspecto aparece en la respuesta de Moisés a la primera concesión del Faraón, y ayuda a explicar la expresión inicial del v. 5. La RSV la presenta simplemente como expresión de cortesía: «Dígnate mandarme...» Sin embargo, esto no corresponde al texto hebreo ni encaja en el contexto de la sección. Moisés responde más bien al Faraón: «Te doy un poco de ventaja; indica el tiempo necesario para eliminar estas ranas». Cuando el Faraón le ofrece sólo un día, Moisés responde: «De acuerdo; para que puedas reconocer la autoridad de Yahwé». Moisés acepta la desventaja y otorga al Faraón la ventaja para mostrarle todo el poder de que dispone. Es un clásico ejemplo de «jugar con uno más». Algunos comentaristas encuentran un toque de ironía en el comentario final: a pesar de que se eliminaron las ranas, dejaron su olor en el país. El Faraón no había negociado este detalle. 8,12-15 Tercera plaga: los mosquitos La tercera plaga se produce sin previo aviso y concluye sin el elemento de concesión. La frase conclusiva «como había dicho Yahwé» (7,13; 8,15; 9,12.35) se relaciona con la predicción inicial de que el Faraón permanecerá hostil a pesar de todas las plagas (7,4). No está del todo clara la naturaleza exacta de la aflicción. Aunque se trata de un tipo de insectos, los investigadores no se ponen de acuerdo si son mosquitos o piojos. El autor retoma de nuevo el tema de los magos. Han sido capaces de transformar el agua en sangre y de producir ranas rivales. Sin embargo, por vez primera son incapaces de producir mosquitos. Confiesan más bien que la mano de Dios está actuando. Es la primera indicación explícita de cómo el autor presenta la cuestión del verdadero o falso milagro. El verdadero aplasta al falso y son los propios magos los que dan testimonio del hecho. 8,16-26 Cuarta plaga: las moscas La cuarta plaga retoma el estilo de la primera; ello ha hecho que algunos comentaristas consideren el conjunto de las plagas en ciclos de tres. Una vez más, Moisés tiene que ir al encuentro del Faraón cuando éste se dirige a la orilla del río y le amonesta en estilo profético. El mensaje incluye la amenaza de moscas y no de fieras salvajes, como sugiere una antigua tradición (cf. Targum de Jerusalén). El nuevo elemento de la cuarta plaga es que establece una distinción entre israelitas y egipcios. La región de Gosén queda aislada y no sufre la plaga de moscas. Los comentaristas no están de acuerdo en si la protección especial de Israel se dio desde el principio de las plagas (cf. ya Filón, Vita Mosis I,143ss). Se tome la decisión que se tome, el tema adquiere cada vez más importancia y culmina con la separación final de Israel mediante la marca de sangre en el dintel, que protege al pueblo de Israel del último gran ataque. La cuarta plaga provoca la renovación de las negociaciones entre Moisés y el Faraón. Este retoma su anterior concesión (se permitirá a los israelitas ofrecer un sacrificio a su Dios), pero la restringe con la condición decisiva «dentro del territorio». Es en cierto modo sorprendente la réplica de Moisés a esta oferta. La respuesta más obvia habría sido afirmar la impureza del país de Egipto para realizar un sacrificio hebreo. Sin embargo, Moisés afirma que su método de sacrificio podría ser ofensivo para los egipcios, y conllevaría represalias para su pueblo. De ahí que reitere su petición de un viaje de tres días por el desierto. No es del todo claro dónde radica la ofensa (Gn 46,34). ¿Está en que los hebreos sacrificaban animales que eran considerados sagrados por los egipcios (cf. Targ. Onqelos)? ¿Está en la ofrenda de una oveja (cf. Targ. de Jerusalén) o radica la ofensa en todo el ceremonial de la ofrenda? En cualquier caso, Moisés consiguió su objetivo. El comentario final del Faraón, «pero no os alejéis demasiado», parece una restricción insignificante, pues permite a Moisés entrar en el desierto. Sin embargo, es un comentario que encaja admirablemente con la presentación del Faraón como un personaje que se agarra a cualquier pretexto en su proceso de retirada. Él v. 25 expresa escuetamente que Moisés sospecha de los motivos del Faraón. Es lo bastante listo como para no confiar en él. 9,1-7 Quinta plaga: la peste del ganado La quinta plaga iguala en su estilo a la segunda, pero es considerablemente más breve y no añade nuevos temas. Sin embargo, se retoma y desarrolla la mención anterior de la protección de Israel. El Faraón envía mensajeros para confirmar si el ganado de Israel se ha salvado realmente. Ha planteado dificultad el alcance global de la plaga del ganado. El v. 6 afirma que «todo el ganado de los egipcios murió»; sin embargo, en la séptima plaga se vuelve a mencionar el ganado. Pero la discrepancia no es importante, ya que no debe exigirse demasiado al estilo narrativo. Es también interesante advertir que la resistencia activa del Faraón es responsabilidad suya por completo (v. 2) y no la elimina el tema del endurecimiento que enmarca cada una de las plagas. 9,8-12 Sexta plaga: las úlceras El relato es extremadamente breve, pero lleva a término el tema del conflicto de Moisés con los egipcios. No sólo no pudieron producir úlceras, sino que no pudieron volver a presentarse delante de Moisés, ya que, como le sucedió al resto de Egipto, ellos también padecieron gravemente las úlceras. La expresión del endurecimiento del Faraón sufre una ligera variación en el v. 12 —Dios endurece su corazón-, pero el significado no es diferente del de las expresiones anteriores. Sirve únicamente para hacer aún menos sostenible la interpretación psicológica del endurecimiento. 9,13-35 Séptima plaga: el granizo A diferencia de las dos plagas anteriores, caracterizadas por su brevedad, el relato de la tormenta es una de las descripciones más largas de todo el relato. Este hecho no puede explicarse sólo por la combinación de diferentes fuentes, sino que refleja la ampliación creciente del relato, que culminará en el castigo definitivo. El esquema se varía al comienzo con un amplio discurso de Yahwé al Faraón. El discurso expresa la reacción obvia de cualquier lector que ha seguido el largo recital de plagas: «Ya podría haberos hecho desaparecer de la faz de la tierra». A continuación se ofrecen las razones del número de plagas: Dios ha dejado que el Faraón siga vivo, en primer lugar, para mostrarle su poder, y, en segundo lugar, para manifestar su gloria a todo el mundo. Lo que sigue parece un grato respiro en comparación con la imposibilidad anterior de evitar las plagas. Se anuncia la siguiente plaga, pero se ofrece una verdadera alternativa. Los que escuchan pueden salvar a sus esclavos y a su ganado si los cobijan a tiempo. El escritor describe las crecientes distinciones que se han ido produciendo dentro del pueblo egipcio. No son atacados los que respetan la palabra de Yahwé. Sin embargo, los que no hacen caso del aviso sufren las consecuencias de la tormenta de granizo. En breve volverá el escritor sobre el tema de los «temerosos de Dios» en Egipto, que intentan persuadir al Faraón para que desista de su actitud. La reacción del Faraón parece alcanzar un nuevo nivel de intensidad y señalar una creciente disponibilidad a una verdadera negociación. El Faraón dijo: «He pecado... Yahwé es justo y yo y mi pueblo somos culpables». Sin embargo, la respuesta de Moisés disipa cualquier esperanza de que el Faraón haya cambiado realmente. Está dispuesto a interceder para demostrar que Dios controla el mundo; pero rechaza las dimensiones religiosas de la confesión: «Yo sé que ni tú ni tus cortesanos respetáis todavía al Señor Dios». Los w. 31-32 interrumpen bruscamente el relato con una interpolación erudita que distingue entre la cosecha de dos tipos de cultivo. El lino y la cebada, que se cosechaban en Egipto en febrero-marzo, son destruidas por el granizo. Pero el trigo y el mijo, que se cosechaban únicamente en marzo-abril, no sufren daños. La interpolación ha adquirido una importancia particular para el lector con mentalidad histórico-crítica, ya que proporciona un índice de fechas inequívoco. Para el autor bíblico el significado es menos obvio. Es posible que sirviera para armonizar esta plaga con la siguiente: a pesar de la tormenta de granizo, quedan en pie algunos cultivos, que serán los que devoren las langostas. Pero se trata de mera conjetura (cf. 10,5.15). El relato concluye con una nueva referencia al tema familiar del cambio de opinión del Faraón debido a la dureza de su corazón. Pero el autor añade el tema que el Faraón acaba de introducir: «volvió a pecar y no dejó salir al pueblo». 10,1-20 Octava plaga: la langosta La octava plaga adquiere también una extensión considerable debido a la introducción de nuevos temas y a la expansión de antiguos. Por vez primera se describe de manera explícita el objetivo de las plagas como un «burlarse» del Faraón que se contará a los niños (cf. Celebración de la Hagadá judía). Una vez más, se introduce el tema de la concesión antes de la llegada de la plaga y se pone en relación con la intercesión de los siervos del Faraón. Este ligero cambio en la estructura del relato permite describir la reacción del Faraón tanto antes como después de la plaga. Las negociaciones se llevan adelante en estilo muy vivo. El problema ahora es quiénes participarán en la peregrinación al desierto. Se describe a un Moisés cada vez más intransigente. Exige el derecho a llevar a todo el mundo, jóvenes y ancianos, junto con los rebaños. El Faraón rechaza dicha petición de manera sarcástica y acusa a Moisés de actuar con doblez. Además, hace una advertencia lógica. Si Moisés sólo piensa en un sacrificio de tres días, ¿por qué no llevar sólo a los hombres, que son los únicos que participan en el rito de culto? Pero el asunto queda en el aire y Moisés y Aarón salen de la presencia del rey. Sigue luego el esquema habitual. Se convoca a la langosta, que destruye el país. El Faraón se arrepiente y llama a Moisés para que interceda. Las palabras «sólo esta vez» transmiten la impresión de que se está llegando al climax. El conflicto definitivo está claramente a las puertas. 10,21-29 Novena plaga: las tinieblas La forma y el contenido de la novena plaga han dificultado la labor del intérprete. Según la forma, el Faraón llama a Moisés para negociar después de tres días de tinieblas. Pero debemos pensar que las tinieblas desaparecen, a pesar de que las negociaciones terminan en un punto muerto. Algunos comentaristas se han preguntado también si la mera presencia de tinieblas se puede considerar una intensificación del castigo. ¿No es un anticlímax, después de los desastres del granizo y la langosta? Otros han intentado poner de relieve sus elementos de terror, y han descubierto una batalla cósmica entre la luz y la oscuridad. Pero nuevamente hay que decir que muchos de estos problemas están fuera de la atención y preocupación del autor. La plaga de las tinieblas no es inadecuada como penúltima plaga, ya que preludia el castigo definitivo, cuando los primogénitos sean golpeados de noche. Sin embargo, hay también cierto contraste entre el silencio mortal de las tinieblas, que puede tocar, y el «gran grito» que está a punto de resonar. El último intento negociador entre Moisés y el Faraón evita totalmente el tema de las tinieblas y se centra en lo esencial. El Faraón hace su última concesión: los israelitas pueden marchar e incluso llevarse a sus hijos. Sólo deben dejar sus rebaños, para así asegurar su vuelta. Moisés se niega a alterar, incluso a suavizar, su petición. Deben salir con todo. ¡Ni siquiera una pezuña se quedará! Y añade una razón: no sabe qué animales va a exigir Yahwé; pero esto suena un poco falso. Ambos hombres saben ahora que lo que está en juego es la libertad total de Israel. El Faraón amenaza de muerte a Moisés si vuelve a presentarse ante él. Por su parte, Moisés acepta que este encuentro es el último: «¡Tú lo has dicho! No volverás a verme en tu presencia» 11,1-11 Anuncio de la décima plaga El climax de la larga serie de plagas llega con la décima plaga. «Todavía tengo que enviar una plaga... os echará a todos de aquí.» Sin embargo, la complejidad de la amplia tradición del Éxodo ha obligado a reestructurar el modelo habitual. Esta plaga se anuncia por primera vez a los israelitas, pero sucede después de la preparación de la pascua (c. 12). Con otras palabras, la matanza de los primogénitos es tanto la culminación del relato de las plagas como el comienzo de la tradición de la pascua. El c. 11, como unidad literaria, mira tanto adelante como atrás. En el contexto del anuncio de su partida definitiva de Egipto, se manda a Moisés que instruya a los israelitas para que se lleven objetos de plata y oro pertenecientes a sus vecinos egipcios. En este momento del relato no se ofrece ningún motivo para dicha acción, sólo se garantiza su éxito. Más tarde se explicará su finalidad (13,36). Más que ofrecer un motivo, el relato pasa a hablar de la estima de Moisés, no sólo entre su pueblo sino también entre los egipcios. Este tema no se inserta con fluidez en el contexto y aparece de manera un poco forzada. El mayor problema del capítulo tiene que ver con el discurso de Moisés que comienza en el v. 4. Moisés anuncia la llegada de la última plaga con el estilo profético habitual. El mismo Yahwé recorrerá el país de Egipto y todos los primogénitos egipcios morirán. ¡A los israelitas no les tocarán ni un pelo! Sin embargo, el problema está en determinar el contexto del discurso. ¿A quién habla Moisés y a qué hora? El final de este pasaje deja claro que estas palabras se dirigen al Faraón. Sus cortesanos se presentarán brevemente ante Moisés y le rogarán que se marche del país (v. 8a). La última parte del v. 8 confirma totalmente esta afirmación. Cuando acabó de hablar, Moisés salió de la presencia del Faraón con un enfado monumental. Así que el problema está en determinar la conexión del discurso con la cronología del capítulo. A pesar de sus dificultades, la mejor solución es, en mi opinión, asumir que se ha construido el c. 11 en orden temático y no cronológico (cf. análisis literario). El discurso de Moisés al Faraón debería estar al final del c. 10, pero fue desplazado por la inserción de las instrucciones sobre el despojo de los egipcios (11,13). Por tanto, en el contexto global, ni siquiera la última plaga carecía de aviso. Sin embargo, el aviso se da ahora con un nuevo aire de confianza y desafío. Israel no se escapará subrepticiamente del país. Más bien, el poderoso de Egipto se postrará ante ellos y les pedirá que se marchen. Retomando el vocabulario de la introducción del c. 7, los dos últimos versículos del c. 11 concluyen formalmente el relato de las plagas. Para que no se consideren las plagas como un fracaso por no haber conseguido su propósito de liberar a Israel, la narración comienza y termina con una justificación teológica. Forma parte del juicio de Dios contra el Faraón el que mantenga su resistencia, para permitir a Dios multiplicar sus signos y prodigios. Sólo cuando esto se ha llevado a cabo, Dios extiende su mano para sacar a Israel de la tierra de Egipto de manera triunfal. 4. Contexto del Nuevo Testamento El Nuevo Testamento utiliza poco la tradición de las plagas del Antiguo Testamento, sólo en dos casos. En primer lugar, Pablo cita en Rom 9,17 la obstinación del Faraón en Ex 9,16. En segundo lugar, hay una importante referencia a las plagas en el libro del Apocalipsis, especialmente en los ce. 8 y 16. En el primer caso, Pablo usa el ejemplo de la obstinación del Faraón en el contexto de su argumentación sobre la continuidad del plan de Dios de escoger a Israel como su pueblo elegido. Pablo ilustra la ilimitada libertad de Dios, tanto en su perdón como en su castigo, citando el caso de la obstinación del Faraón. Sin embargo, el argumento no se apoya en la exégesis del pasaje del Éxodo, y la referencia al Faraón sirve únicamente en el conjunto del argumento como un ejemplo entre muchos. Pero es significativo que Pablo sigue muy de cerca el texto del Antiguo Testamento y, antes que evitar las dificultades implícitas en atribuir a la acción de Dios la obstinación del Faraón, desarrolla con gran audacia, más de lo que lo hace el Antiguo Testamento, el tema de la libertad y el poder de Dios. En el segundo caso se hace un uso más amplio de la tradición de las plagas en el contexto de los tres ciclos de castigos apocalípticos. Sin embargo, es igualmente cierto que el material de las plagas ha sufrido un desarrollo que supera la forma del Antiguo Testamento. Ciertamente, la secuencia de las plagas del Nuevo Testamento refleja claramente la influencia del Antiguo Testamento. Ap 16 presenta así las siete copas de la ira: úlceras, agua en sangre, muerte de peces, fuego abrasador, tinieblas, espíritus demoníacos como sapos, relámpagos, truenos y terremoto. También la repetición de la frase «pero no se arrepintieron ni reconocieron su grandeza» (16,9.11) refleja el modelo del Éxodo. Sin embargo, el contexto del Nuevo Testamento es muy diferente. La visión apocalíptica, con su dimensión de terror auténtico y angustia, ha originado una visión distinta de la diseñada por la repetición didáctica de las plagas del Éxodo. Es muy probable que el autor del libro del Apocalipsis tomase su material de un círculo en el que el relato del Éxodo había adquirido desde hacía tiempo una nueva función dentro de un marco apocalíptico (cf. Henoc). También parece claro que este uso de la tradición de las plagas del Antiguo Testamento no fue muy utilizado en el resto del Nuevo Testamento, que encontró su imaginería escatológica en algún otro lugar. Cuando se advierte lo poco que usa el resto del Antiguo Testamento la tradición de las plagas no resulta extraña la actitud del Nuevo Testamento. Dentro de la Biblia, la tradición sólo encontró amplio desarrollo en algunos Salmos (78, 105), y con el fin de recordar la historia de la desobediencia de Israel. En los profetas, las plagas egipcias no juegan un papel relevante. No significa que los profetas y escritores apocalípticos no utilizaran la imagen de la peste, sino que la que utilizaron no provenía de la tradición del Éxodo. Por ejemplo, Joel habla del «día del Señor» como una plaga de langostas, a la que acompañan tiniebla y terremoto (2,2ss), pero su material no tiene relación con el Éxodo. Del mismo modo, las visiones de Is 13, que hablan de una desolación cósmica, no tienen nada en común con la antigua tradición de las plagas. Incluso Zac 14, que habla explícitamente de Egipto, tiene una relación remota. Se pueden deducir diferentes razones para explicar este hecho. En primer lugar en la tradición del Éxodo falta la perspectiva escatológica, central para el mensaje profético; por eso, el material no era apto para dicho. Además, el marco didáctico en que se transmitió la tradición de las plagas eliminó en gran parte el elemento de terror, característico de la imaginería profética. Finalmente, cabe la duda de que la yuxtaposición de dos naciones (Israel y Egipto) en la tradición de las plagas fuera compatible con la utilización del ataque profético, que se centraba en Israel. En consecuencia, cuando Hch 2 hace referencia a los grandes signos y prodigios de Pentecostés cita la profecía de Joel. Igualmente, la descripción apocalíptica del tiempo final en Mateo (c. 24) expresa el castigo con referencias a Daniel, Isaías y Zacarías. Por último, cuando este evangelio describe la crucifixión como un momento de tinieblas, terremoto y resurrección, se inspira en el lenguaje de los Salmos del Antiguo Testamento y de los escritores apocalípticos, pero no del Éxodo. 6. Reflexión teológica sobre las plagas La cosa más llamativa que emerge de considerar la tradición de las plagas en el contexto de todo el canon es la consiguiente crítica teológica que se establece sobre ella. En contraste con el tema de la liberación de Egipto, que seguían celebrando profetas, salmistas y sabios, la tradición de las plagas se relegó a un lugar secundario. De hecho, no se utilizó en la forma tradicional de la narración del éxodo. Fue, más bien, ignorada o ampliamente retocada. Es muy significativo que la tradición bíblica no se desarrollara en la dirección de la posterior exégesis helenística, tanto griega como rabínica, que subrayan elementos como la burla de los egipcios, la separación de Israel del castigo y el compromiso de Dios con la causa de Israel. La reelaboración teológica de la tradición de las plagas tuvo diversas formas. O se consideraron las plagas como una actuación especial de la gracia de Dios, que Israel rechazó posteriormente por su propio pecado (Sal 78; 105) y que, por tanto, no valieron finalmente para nada, o los profetas dejaron de lado esta tradición y eligieron otras formas de desastre cósmico con las que Dios juzgó a su propio pueblo. La interpretación apocalíptica refleja quizás la reelaboración más radical de la tradición. El libro del Apocalipsis está lleno de imágenes de la tradición de las plagas, pero de forma totalmente diferente. La tradición de las plagas da testimonio de la gran batalla entre Dios y el Faraón para dominar a Israel, pero este tema se ha transformado tanto en una batalla cosmológica como en una escatológica entre Dios y Satanás. La batalla ya no es un recuerdo memorable de la historia antigua de Israel, sino que se refiere al futuro con su amenazante desafío. La lucha con el mal ha tomado una nueva dimensión de angustia y terror. Al pueblo de Dios no se le protege cuidadosamente en la región de Gosén, sino que se le invita a participar en la lucha con la muerte. Los terrores de Gog y Magog, del dragón del abismo, de las bestias de las visiones de Daniel, quedan combinados para ofrecer una terrible imagen del Anticristo. Al pueblo de Dios no se le mide por su nacionalidad sino por su fe. Los juicios de Dios son «verdaderos y justos» y se dirigen contra todo el pecado y la corrupción de Babilonia. Dios presenta su reino y es adorado por sus santos (4,8), porque sólo Él puede recibir «la gloria, el honor y el poder». Hay un cielo nuevo y una tierra nueva y Dios habita con su pueblo para siempre (21,lss). En definitiva, la Biblia utilizó su propia crítica teológica al recoger tina antigua tradición hebrea y transformarla en un testimonio mucho más veraz del plan de Dios para con su mundo.